EL DESCUBRIMIENTO DEL UNGIDO

“Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón” (2 S. 12:7–9).

Introducción

Un año después del ungido haber cometido su pecado de adulterio con Betsabé, y haber conspirado para la muerte de su siervo Urías heteo, Jehová levantó al profeta Natán, quien llegó al ungido y le señaló su pecado.

Natán con respeto y protocolo, mediante una parábola, logró buscar la reacción del ungido y su propia sentencia.

Dios nunca pasará por alto o excusará el pecado de sus ungidos. La unción no le da licencia para pecar a los ungidos. Tarde o temprano el pecado de los ungidos saldrá en la plana mayor de Dios.

El ungido podrá olvidarse de su pecado, lo podrá suprimir en su subconsciente, podrá reparar grietas sociales y heridas emocionales; pero Dios le sacará en cara y públicamente su pecado privado y disimulado. Dios tratará severamente a sus ungidos que abusando de su unción y de su posición pecan con premeditación y alevosía.

  1. El mensajero

“Jehová envió a Natán a David; y viniendo a él, le dijo: Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre” (12:2).

Dios siempre tendrá algún profeta de Él, guardado en algún lugar, que traerá al lugar donde esté el ungido. Natán vino a David porque Jehová Dios lo había comisionado.

Natán era un profeta de protocolo y de respeto. Ya David lo conocía, y ante este tenía credibilidad. Esa audiencia ante el rey, el ungido, no le fue difícil. Como profeta de Dios, y reconocido en su oficio, al identificarse ante el presidente de protocolo o el secretario de palacio, tenía acceso inmediato al monarca.

Natán no era un profeta que hacia alardes de su don de profecía. El poder llegar ante el ungido no le inflamaba su ego profético. Él se veía como un mensajero y un emisario del Dios celestial.

Se le introduce a David sin muchos rodeos mediante la narración de una historia. Con una alegoría, apela a la imaginación, sentimientos y voluntad del monarca.

Le habló de dos hombres, de clases sociales diferentes, uno rico y el otro pobre; pero de la misma ciudad. A pesar de sus muchas vacas y ovejas, propiedad del rico, y en contraste con una sola corderita, que era la mascota del pobre y de la familia; ante una visita inesperada, el rico se apropió de la corderita del pobre, para alimentar a su visitante (12:2–4).

Notemos la expresión “una sola corderita” (12:3). Representa todo lo que es de valor y es importante para alguien. La corderita era la felicidad de la familia del pobre. Comía de lo que estos comían y bebía de lo que ellos bebían, y aun compartía el lecho con ellos. Era un miembro indefenso de la familia.

David había sido pastor de “pocas ovejas” (1 S. 17:28). También había sido un niño pobre en una familia necesitada. Esa alegoría sin lugar a dudas apelaría a su justo juicio.

El ungido reaccionó con coraje. Leemos: “Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia” (12:5–6).

La reacción del ungido fue justa, pero él no fue justo; fue de misericordia, pero él no fue misericordioso; fue en contra del abuso, pero él fue un abusador. ¿Cuantas veces los ungidos no declaran para otros un juicio, que debe ser para ellos? Atacar a otros puede ser una proyección de juez, muchas veces para disimular la posición de acusado. Los que condenan mucho, las más de las veces quieren absolverse mucho.

  1. La confrontación

“Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre…” (12:7).

Cuando un ungido le falla a Dios, algún profeta le aparecerá con un mensaje de confrontación. “El pez muere por la boca”, es un dicho popular. El ungido se ató con sus propias palabras ante el profeta Natán. Sin arrogancia, el profeta descubre a David como el personaje malo de su pequeña historia.

En ese momento el Espíritu empieza a utilizar a Natán como interlocutor: “Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libre de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón” (12:7–9).

Jehová le deja ver al ungido que este llegó a ser lo que era y a tener lo que tenía por su gracia y su misericordia. Los logros del ungido eran como resultado de la bendición de Dios en su vida. El ungido nunca se podía olvidar de dónde lo sacó Dios y dónde lo había puesto. Muchos ungidos, ya grandes, se olvidan de cómo Dios los ayudó, y los puso donde se encuentran. Todo lo que era de Saúl, Dios se lo entregó al ungido, trono, casa, harén, y aun le unió la casa de Israel con la casa de Judá. Y le quería añadir más.

El ungido le falló a Dios, le falló a su pueblo y se falló así mismo porque tuvo en poco la palabra de Jehová (12:8). Descuidó la Palabra de Dios en su vida. La Palabra ausente del corazón del ungido lo hará tropezar y fracasar.

El ungido tiene que ser gente del Libro. La Palabra debe influir en su vida. La unción no se puede separar de la Palabra. El ungido ama, obedece, se somete y vive en la Palabra. Esta es la que da dirección al ungido, le da fuerzas y lo alerta contra el pecado.

Notemos, “y aun le quería añadir más”. Esa añadidura que Jehová tenía para el ungido este la perdió. Desde el momento que pecó, ese “más” le fue cortado. Se cerró la llave de paso.

III. La sentencia

“Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer” (12:10).

Cuando un ungido peca contra la santidad de Dios, Él se siente menospreciado. Dios le declaró en su sentencia a David: “Ahora no se apartará jamás de tu casa la espada”. La “espada” simbolizaba la violencia que experimentaría la familia del ungido. El pecado del ungido puede afectar su familia y también aquellos a los cuales ha sido llamado a ministrar.

Dios le repitió mucho al ungido: “y tomaste por mujer a su mujer” (12:9); “y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer” (12:10). Esa redundancia recordaba a David que su acción desagradó a Dios.

Como David no respetó una mujer ajena, sus mujeres serían tomadas por su prójimo, y violadas de día y públicamente (12:11). Por el consejo de Ahitofel que aconsejó a Absalón para que tuviera relaciones con las concubinas de David; en este se cumplió la profecía de juicio (2 S. 16:20). Leemos: “Entonces pusieron para Absalón una tienda sobre el terrado, y se llegó Absalón a las concubinas de su padre, ante los ojos de todo Israel” (16:22).

David tomó a Betsabé secretamente, pero su hijo le tomó a sus mujeres públicamente (12:12). Las consecuencias del pecado secreto del ungido puede tener efectos públicos. Lo que el ungido siembra, eso también cosechará.

  1. El arrepentimiento

“Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás” (12:13).

El pecado del ungido merecía la muerte. Pero le fue conmutada la sentencia cuando confesó, sin entrar en detalles, su pecado: “Pequé contra Jehová”. Esa admisión de pecado logró la remisión del mismo por parte de Dios.

En el Salmo 51 el ungido amplió su arrepentimiento y cantó su caída y restauración. Es un salmo de penitencia que resalta la gracia y misericordia divina.

En 2 Samuel 12:14 leemos: “Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá”.

Cuando el ungido peca, y por su pecado los enemigos de Dios blasfeman algo le tiene que morir. A David le fue su hijo, a otros parte de su ministerio.

Los versículos 15 al 23 describen el juicio de muerte que vino sobre el niño nacido en adulterio, a causa del ungido y de Betsabé. Aunque el ungido hizo oraciones con ruego, acompañados de la abstinencia alimenticia, durante siete días de enfermedad que tenía el niño, finalmente murió y Dios cumplió su voluntad.

Una vez fallecido el niño, el ungido “se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró. Después vino a su casa, y pidió, y le pusieron pan, y comió” (12:20).

Esta extraña conducta sorprendió a sus siervos. Pero el ungido había realizado que todo lo acaecido era la voluntad divina para su vida. Él hizo lo que espiritualmente tenía que hacer y ahora tenía que ser realista y continuar viviendo en esperanza (12:22).

Este capítulo termina presentando al ungido como un consolador para Betsabé, y quedando esta encinta. Otro hijo les nació y el ungido le puso por nombre Salomón (“Príncipe de Paz”). Pero Dios a través de profeta Natán, le hizo llamar “Jedidías” (“Amado de Jehová”, 12:24).

Conclusión

(1) Dios siempre levantará a un Natán para que amoneste al ungido cuando peque. (2) El ungido nunca debe olvidar que está donde está por la gracia y misericordia de Dios. (3) Las consecuencias de un pecado moral y secreto del ungido, puede tener consecuencias públicas y personales. (4) La aceptación de la culpa por parte del ungido que ha pecado, le puede librar de un juicio severo.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (241). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.