EL RECORDATORIO AL UNGIDO

“Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel; y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra” (2 S. 7:8–9).

Introducción

Después del ungido haber tenido reposo de sus enemigos a causa de Jehová (7:1–2); y habitando ya en su casa; se sintió preocupado por la habitación del arca de Jehová (7:2). Es decir, pensó en levantarle un templo.

El ungido consultó con el profeta Natán, y este le dio la luz verde (7:3). Pero luego Dios se le reveló al profeta y este le dio la luz roja al ungido (7:4–17); dándole la promesa divina de Él levantarle una casa o descendencia al ungido, y de su linaje levantaría al que le edificaría casa (7:13).

El ungido, en vez de molestarse, se presentó a Dios en oración de gracias (7:18–29) por sus promesas, y terminó su oración: “…y con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre” (7:29).

  1. La aprobación

“Y Natán dijo al rey: Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo” (7:3).

El ungido preocupado por construir un templo a Jehová, donde el arca pudiera reposar, consulta al profeta Natán, buscando la voluntad divina. Él ya tenía su casa. Dios le había dado reposo de sus enemigos. Pero en su reposo su mente no se distancia de su Dios.

Para los ungidos Dios es lo más importante. Según el pastor Israel Suárez: “El contexto Dios es lo más importante en el ministro”. David siempre se mantuvo atento a la voz profética de Dios. Primero, con el profeta Samuel su mentor y consejero. Segundo, con el profeta Natán, a quien consulta, y quien luego al ungido fallar, lo llama a cuentas. A los ungidos Dios siempre le tiene cerca alguna voz profética.

El profeta Natán entusiasmado con la preocupación del ungido, le declara: “Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo”. El profeta habló desconectado y desenchufado de Dios. El mensaje parecía de Dios, pero no lo era. El ungido parecía de Dios, pero no lo era. Los ungidos tienen que discernir muchos mensajes que les dan, son agradables y tienen tono de bendición pero no han nacido en el corazón de Dios.

El ungido se quería envolver en un proyecto, que para el profeta Natán era sensacional y excitante, por eso con entusiasmo le da la luz verde. No todo los proyectos que tiene el ungido son nacidos en el corazón de Dios; aunque puedan beneficiar a Dios.

  1. La desaprobación

“Aconteció aquella noche, que vino palabra de Jehová a Natán, diciendo: Ve y di a mi siervo David: así ha dicho Jehová ¿Tú me has de edificar casa en que y more?” (7:4–5).

No siempre lo que dicen, los profetas es “palabra de Jehová”. Natán le dio su palabra de aprobación al ungido, pero luego Jehová le dio su palabra de desaprobación.

El profeta le introduce el mensaje de Jehová al ungido con estas palabras a manera de introducción: “¿Tú me has de edificar casa en que yo more?” Con esta interrogación Jehová le revela al ungido que a él no lo escogería para construirle templo.

Dios le dejó ver a David que desde la salida del pueblo hebreo de Egipto, hasta ese momento, Él había habitado en tiendas (7:6–7). Luego Dios le recuerda al ungido cuando lo llamó del redil de las ovejas, para darle el principado de Israel (7:8). Le dio la victoria y le hizo de un “nombre grande” (7:9). Los ungidos no se hacen de nombres grandes, Dios les da un “nombre grande”.

También le recuerda de la seguridad que le daba a su pueblo (7:10). Notemos esta expresión: “Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa” (7:11). Aquí se alude a la “casa” del ungido. La palabra “casa” habla de reinado. Dios tenía un plan con David y con sus descendientes.

A muchos ungidos Jehová le levanta “casa”. De sus lomos se levantan ministerios pastorales, evangelistas, misioneros, ministerios de enseñanzas, de músicos y de liderazgo. Conozco ungidos que han sido un semillero ministerial, donde familias enteras son instrumentos en el establecimiento del reino de Dios.

Luego Jehová le revela al ungido David, que de él se levantaría un hijo que después de su muerte sería el encargado de edificarle templo. En cuanto a David la promesa divina sería de establecer el reino a ese hijo, el cual sabemos por la historia que fue Salomón (7:12–13).En el versículo 13, se da una revelación futura y mesiánica: “… y yo afirmaré para siempre el trono de su reino”. Este reino eterno es el del Mesías Jesús. En la carne el Mesías sería el descendiente directo de David.

Luego en el versículo 14 se vuelve al aludir a Salomón: “Yo le seré a él padre, y él me será a mi hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres”.

Dios no tiene hijos engreídos. Él los bendice, pero también los castiga si espiritualmente se portan mal. El mal siempre alcanzará al que obra impíamente, su pecado le traerá consecuencias.

Desde luego la puerta de la misericordia estaría abierta para Salomón: “pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente”.

Dios da promesas al ungido que incluirían su “casa” y su “reino”, en lo humano; y en lo espiritual le daría un “trono” que sería “estable eternamente”. Ese “trono” eterno sería el de Jesucristo, el cual en el milenio será visible y en la eternidad consumado.

III. La oración

“Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí?” (7:18).

La oración del ungido está encerrada desde el versículo 18 hasta el 29. Es una oración de un creyente humilde y sumiso a la voluntad divina. Al ungido las bendiciones no le llenaron de orgullo, por el contrario, lo hacían sentirse pequeño ante el trono del Eterno. Por eso declaró: “Señor Jehová, quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí” (7:18).

Los ungidos jamás deben olvidar que los logros y éxitos no se deben a lo que ellos son; sino a lo que Dios es. Sin el favor divino no se llega a ningún lado.

David le agradece a Dios por su “casa” o familia en el futuro (7:19). A Dios no necesita hablarle mucho: “¿Y qué más puede añadir David hablando contigo? Pues tú conoces a tu siervo, Señor Jehová?” (7:20). Los ungidos nunca hablan demás, no tienen que añadir más a lo que son y hacen, porque saben que Dios los conoce.

Los versículos 21–24 son un repaso histórico a la presencia y actuación divina sobre su pueblo Israel. No podemos olvidar la historia pasada de Dios y su intervención con su pueblo.

El ungido luego ora para que la palabra profética se confirmara en su “casa”, tal y como lo había prometido Dios (7:25–29). Notemos el versículo 29: “Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti, porque tú, Jehová Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre”.

El ungido le dice a Dios que esa bendición familiar, es bien recibida. Al decirle: “lo has dicho”, le demuestra su fe en lo que Dios dijo. Creía en Dios, pero creía en lo que Dios decía.

¡Que tremenda afirmación! Leemos: “y con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre”. Dios desea bendecirnos a nosotros y a nuestras casas. Esa bendición debemos confesarla sobre nosotros y nuestros descendientes. A Dios le interesa bendecir a nuestra familia.

Conclusión

(1) Los ungidos son personas de proyectos para Dios; pero la voluntad de Dios es más importante que los proyectos. (2) Los ungidos saben que los profetas también se equivocan, y que hoy pueden decirle algo en la carne y mañana otra cosa en el espíritu. (3) Los ungidos se someten a la voluntad de Dios orando y dándole gracias.

Kittim, S. (2002). David el ungido – sermones de grandes personajes bíblicos : Kittim, Silva (216). Grand Rapids, Michigan, EE. UU. de A.: Editorial Portavoz.