ZOOLATRIA

Culto a los animales. En un buen número de religiones y sectas, los animales son considerados o como divinos o como encarnaciones de lo divino o lo humano. También son sí­mbolos totémicos en muchos sistemas tribales. La más conocida forma de zoolatrí­a es el culto a la vaca, en Egipto antiguo y en la India, donde permanece vigente.

Fuente: Diccionario de Religiones Denominaciones y Sectas

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Tendencia a adorar animales o a tributar culto a los animales. Esa tendencia se convirtió en religión oficial en muchos pueblos antiguos. Pero, a medida que fueron cultivando conceptos abstractos sobre la divinidad, mejoraron sus representaciones, aunque muchos continuaron con sí­mbolos zoomórficos o incluso buscaron formas animales (águila, serpiente, toro) para los rasgos divinos.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> animales, idolatrí­a). El libro de la Sabidurí­a ha presentado y condenado la zoolatrí­a de Egipto (cf. Sab 15,14-19). En un sentido, parece que la adoración de animales implica un descenso respecto a la adoración de los astros, pues nos hace pasar de la inmensidad cósmica a la concreción de unos vivientes que tomamos como inferiores. Pero, en otro sentido, como sabe la historia de casi todos los pueblos, que han sacrificado animales a Dios, la zoolatrí­a supone un «progreso religioso», pues en la escala de la complejidad y de la vida, los animales son más elevados que los astros.

(1) El hombre, adorador de animales. Es evidente que el autor de Sab conoce la atracción sagrada que han ejercido algunos animales a lo largo de la historia religiosa, incluso en el pueblo de Israel (becerro* de oro, cordero pascual y, sobre todo, los diversos animales ofrecidos en los sacrificios* del templo). Pero, en su afán por caricaturizar su culto, ha criticado con gran fuerza la zoolatrí­a de los egipcios: «También dan culto a los animales más odiosos, que comparados con los demás son los más brutos; esos animales no tienen ninguna belleza que los haga atractivos -cosa que sucede a la vista de otros animales-, sino que quedaron excluidos del elogio y bendición de Dios» (Sab 15,18-19). Al condenar así­ la zoolatrí­a, nuestro autor no alude al toro de muchas tradiciones antiguas, ni a la vaca, al águila, caballo, cabra o cordero, etc., que han sido objeto de veneración en otros pueblos, sino al bestiario sagrado de Egipto, del que forman parte escarabajos y cocodrilos, gatos y serpientes, perros y peces… En esta forma de vinculación religiosa con el mundo animal descubre nuestro autor el grado más profundo de la caí­da antropológica, que se expresó en clave de talión, en el castigo que los hombres sufrieron por parte de los mismos animales divinizados: «Su mentalidad insensata y depravada los extravió hasta el punto de rendir culto a reptiles sin razón y viles alimañas, y tú te vengaste enviando contra ellos un sinfí­n de animales irracionales» (11,5). Se extraviaron teniendo por dioses a los animales más viles y repugnantes…, por eso fueron castigados por aquellos mismos a los que tení­an por dioses (12,24.27). Este juicio resulta duro, pues la misma Biblia sabe, como aparece en Gn 1-3, que los animales son las obras más altas de Dios antes del hombre, pues ellos han sido creados en su mismo dí­a (el 6°) y aparecen como primera compañí­a de los hombres, antes de la creación de la dualidad varon/mujer. Así­ lo ratifica Gn 8-9 cuando introduce a hombres y animales en la misma «barca salvadora» y luego interpreta la sangre de los animales como signo religioso primigenio. Sea como fuere, la intención de Sab es clara: allí­ donde el hombre empieza encerrándose en el mundo (divinizando a los poderes naturales), puede acabar dominado por ellos.

(2) Talión animal. Religión liberadora. En el mundo animal sigue reinando un «talión» que la biologí­a actual interpretarí­a partiendo del principio de la «lucha por la vida»: los diversos vivientes existen en la medida en que se vinculan y oponen, dentro de un nicho ecológico «limitado», donde el triunfo de unos implica el sometimiento de otros. Pues bien, nuestro autor ha descubierto que si los hombres adoran a los animales corren el riesgo de volverse un grupo más dentro del gran continuo del mundo animal. Por eso ha protestado, como hizo ya Daniel, pero desde una perspectiva algo diferente, (a) Dn 7 descubre en algunos animales (bestias) un rasgo satánico. León, oso, leopardo… representan la fiereza del hombre que ha perdido a Dios, haciéndose bestia salvaje, en clave de violencia. Superando ese nivel de hombre-bestia, Dios suscitará al fin de los tiempos al hombre verdadero, signo de justicia y paz sobre la tierra, (b) Sab 15,14-19 supone que los animales son signo de impureza más que de violencia. Nuestro autor no cita las leyes israelitas sobre los animales impuros (Lv 11 y Dt 14), pero es evidente que está pensando en ellas: los zoólatras acaban cautivados en un mundo de animales, siendo así­ incapaces de encender para el hombre una luz de pureza más alta. En contra de eso, nuestro autor se sitúa en la lí­nea de Gn 1-3, donde el hombre aparece como señor de los animales, sin adorarlos ni aprovecharse egoí­stamente de ellos (sin matarlos).

(3) Ecologí­a y zoolatrí­a. Uno de los retos fundamentales de la interpretación bí­blica de la actualidad está en superar una visión impositiva y violenta de la acción del hombre, que se ha creí­do dueño absoluto de los animales, corriendo así­ el riesgo no sólo de destruir a muchos de ellos, sino de destruirse a sí­ mismo. Por eso, es necesaria una lectura ecológica de la Biblia, en clave de gran comunión con todos los vivientes. Pero esa ecologí­a no puede convertirse en zoolatrí­a, para bien del hombre y de los mismos animales. Hay nuevamente personas que siguen pensando que el hombre forma parte del mundo de los animales, de manera que su vida se entiende sólo a partir de ellos, de tal forma que los animales son divinos y sagrados lo mismo que el hombre. En contra de eso, Sab supone que la esencia más honda del hombre se identifica con la Sabidurí­a de Dios, que, por un lado, le coloca ante la libertad (le sitúa ante el árbol del bien y del mal) y por otro le abre hacia el árbol de la vida que es gracia. Por eso el hombre no puede cerrarse en el mundo de los animales, sino que, acompañado por ellos, en armoní­a creadora, debe abrirse de un modo especial hacia Dios. Eso significa que la vida del hombre debe convertirse en fuente de bendición para los mismos animales, como supone Gn 1. Es evidente que en la actualidad, miradas las cosas en conjunto, el hombre no es bendición, sino maldición, para muchos animales. Una buena ecologí­a bí­blica puede ayudarnos a enfocar y resolver mejor el tema.

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra