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Se dio en la Edad Media, sobre todo con motivo de las polémicas escolásticas entre nominalistas y realistas le discusión sobre si los conceptos generales (universales) son reales o sólo son palabras difusas y sonoras (flatu vocis).
Los realistas afirmaban que, además de los términos concretos: hombre, flor, saber, los términos generales (humanidad, floración, sabiduría) eran realidades inmediatas y demostrables. Contra ellos los nominalistas afirmaban que sólo lo concreto existe y que lo general y abstracto es mero concepto (conceptualismo) o mero nombre (nominalismo).
Nos sonreímos hoy ante la fogosidad de esta polémica estéril y somos conscientes de que enfermedad y hombre enfermo, de que belleza y persona bella, implican formas diferentes y análogas de existir, pero que responden a realidades indiscutibles y experimentables.
Los escolásticos lo convirtieron en tema estrella y las polémicas se multiplicaron. Guillermo de Champeaux en el siglo XII era fogoso realista junto a muchos pensadores de la Escuela de Chartres. Gilberto de la Porrée y Abelardo se ponían en la oposición nominalista y dudaban de la existencia real de los conceptos generales.
Más que el valor objetivo del problema, la importancia del mismo estuvo en la metodología que se empleaba. Era la discusión con sutileza sobre los temas más abstractos. Ello preparó las polémicas religiosas que en torno al Derecho, a la Teología o a la Moral se desarrollarían en los siglos posteriores, hasta llegar a los planteamientos religiosos sutiles como fueron los protestantes.
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
Universal significa lo que se extiende a todos, es decir, lo que es común a todos o a muchos (todos los individuos de una determinada clase o multitud).
1. Que hay u., que haya algo universal, general, común, es cosa indiscutible (y ni siquiera se niega en la disputa sobre los u.). En efecto, en el lenguaje se emplea la misma palabra (que recurre como algo general en numerosos enunciados particulares) en diferentes situaciones o para designar muchas individualidades, y sólo así puede servir para que se entiendan las personas. Cabe, sin embargo, preguntar si fuera de las palabras y los signos del lenguaje existe algo común. Esta cuestión se plantea constantemente en el transcurso de la historia de la filosofía, y en la edad media, bajo el nombre de disputa de los u., domina la discusión tocante a la teoría del -> conocimiento.
Según la respuesta que se dé a esta pregunta, se distinguen cuatro corrientes principales en la disputa sobre los u.: 1ª, el nominalismo extremo, según el cual lo único común es el nombre, la palabra; 2ª, el conceptualismo, llamado también con frecuencia «nominalismo moderado» que admite la existencia de u. también en la conciencia, a saber, los conceptos u. o generales, a los cuales, sin embargo, no corresponde nada en la realidad; 3ª, el realismo moderado, según el cual existe en la realidad lo que expresan los conceptos u., aunque no como algo abstracto y universal, sino en forma de individuos concretos; 4ª, el realismo extremo o ultrarrealismo, que sostiene que existe una estructura de la realidad correspondiente exactamente a los conceptos, en la que por consiguiente existe lo universal como parte integrante y separable, o incluso separada, de los individuos particulares (cf. -> platonismo).
Con esto no se entiende, sin embargo, la entera filosofía de Platón o de su escuela, sino únicamente el aspecto bajo el que se consideró a Platón en la disputa de los u., incluyéndolo entre los realistas extremos por haber atribuido a sus ideas ( -> idea) una realización de lo universal anteriormente a nuestro pensar y fuera de las cosas individuales concretas. Pero, si bien se mira, en estas ideas no se trata de u. existentes, sino de entes singulares de un kosmos noetós, supratemporal y supramaterial, único que es plenamente real, mientras que las cosas perecederas del mundo sensible sólo tienen una -> participación, a manera de sombras, en estos entes auténticamente dotados de ser; y eso es lo único que explica las semejanzas y estructuras generales que se pueden observar en tales cosas perecederas. Sólo en Aristóteles se obtiene lo universal como «-> substancia segunda» por abstracción del individuo concreto o «substancia primera», que es el verdadero existente. Lo universal mismo no es la entidad del individuo, ni, como la idea platónica, algo individual separado de éste (Metaf. Z 13 1038b 35s), sino lo reunido en un concepto, pero predicable de cosas múltiples.
Las opiniones se dividieron luego acerca de lo que debe corresponder en la realidad a lo así predicado. Si no evitan, como Porfirio y Boecio, decidirse acerca de esta cuestión por juzgarla demasiado difícil, tienden a una de las cuatro direcciones antes indicadas, aunque no siempre se pueden incluir en categorías claras y definidas. A comienzos de la discusión en la edad media se enfrentaban las dos posiciones extremas, pero más tarde dieron el tono en la disputa las dos concepciones más moderadas.
El realismo de los conceptos estuvo influido en la edad media – a través de Anselmo de Cantórbery (1033-1109) – por Agustín y su doctrina neoplatónica, según la cual las esencias de las cosas creadas se hallan arquetípicamente como rationes aeternae en la mente divina, son introducidas por creación en las cosas como rationes seminales, y así determinan su desarrollo. Ahora bien, el hombre las conoce en virtud de una iluminación en una visión de las rationes aeternae. Con esto se prepara el camino para la distinción medieval entre universal ante rem, in re y post rem, y al mismo tiempo se insinúa la tendencia a explicarlo mediante un realismo extremo.
Completamente en esta tradición, Juan Escoto Erígena (s. Ix) concibe la esencia universal como una substancia que subsiste en las cosas particulares tal como nosotros la conocemos. Pero la formulación más radical se halla en la concepción de Guillermo de Champeaux (f 1122), que en un principio enseñó que sólo existe una esencia idéntica, digamos «hombre», en todos los individuos de una misma especie, los cuales sólo se distinguen entre sí accidentalmente. Cuando luego le objetaron (p. ej., Abelardo) que tal doctrina – al igual que la del Erígena – conducía al panteísmo, Guillermo cesó de sostener una única esencia idéntica y admitió una esencia diferente en los diversos individuos.
Una extrema posición contraria fue la sostenida – según referencias de sus adversarios, como, p. ej., Anselmo – por Roscelin de Compiégne, que habría llamado a la esencia universal mero f latus vocis. Se le considera por tanto como fundador del nominalismo en la edad media. Abelardo (1079-1142), discípulo de Roscelin, como de Guillermo de Champeaux, preparó una posición intermedia, dominante luego en la alta escolástica, cuya doctrina del realismo moderado fue estructurada y redondeada por Tomás de Aquino. Este afirma, siguiendo a Aristóteles, que lo universal es lo que se puede predicar de muchos. Lo universal tiene ser ante rem en la mente divina, pero in re no puede tener otro ser que el de los individuos, y, debido a la abstracción de lo individual por obra del intellectus agens, viene a ser lo universal in mente y post rem.
Así quedó zanjada por largo tiempo la disputa de los u. mediante un compromiso normativo, aunque este esclarecimiento no fue en modo alguno definitivo. Eso se echa de ver en la discusión que volvió a surgir poco después y que todavía sale a flote en nuestros días. Así Duns Escoto (+ 1308) sostuvo una distinctio formalis ex natura rei en las cosas mismas, correspondiente a la distinción conceptual, posición que tiene cierta afinidad con el realismo de los conceptos o realismo extremo. A Guillermo de Ockham (± 1349), por el contrario, hay que atribuirle un conceptualismo moderado. También en la filosofía moderna perviven estas dos corrientes. En efecto, los empiristas y positivistas – que se atienen absolutamente al individuo concreto -, desde Hobbes y el -> empirismo inglés y desde el neopositivismo (cf. -> positivismo) del círculo de Viena y de la filosofía analítica (cf. teoría de la -> ciencia), tienden casi siempre al nominalismo. En cambio, el -> racionalismo y el idealismo tienden más bien a ver en lo universal la realidad propiamente dicha, aunque en la medida en que – como lo hace Kant – se explica lo universal por la estructura de la mente, se abandona ya este esquema. En cambio, aquellos fenomenólogos que atribuyen a las esencias un «ser ideal» independiente del pensar, o aquellos matemáticos y lógicos modernos que atribuyen tal existencia a entidades abstractas (p. ej., conjuntos, clases o proposiciones), se incluyen fácilmente entre los realistas conceptuales; mientras que, por el contrario, los actuales filósofos del lenguaje que quieren explicar exclusivamente por el uso el significado de las voces o de las frases, deberán más bien catalogarse entre los nominalistas.
Esta historia del problema nos enseña que constantemente se nos plantea el quehacer de hallar el debido equilibrio entre las dos direcciones mencionadas, ya que quien tiene una mentalidad empírica y cultiva ciencia particular se ve más bien tentado por el nominalismo, mientras que el realismo conceptual constituye el peligro más próximo para quien trabaja en el campo apriorístico de una ciencia universal.
2. Tanto a la dirección del realismo conceptual como a la del nominalismo se le escapa la peculiaridad de lo universal, por el hecho de fijarse únicamente en lo individual a manera de cosa. Así los unos ven el concepto como una cosa realizada en muchos, mientras que los otros contraponen sin relación alguna la palabra particular a muchas cosas particulares. Sin embargo, como ya lo pensaba Aristóteles, en lo universal se refiere algo uno a algo múltiple, como, p. ej., cuando con una palabra designamos a varios individuos: así, con la palabra «hombre» a todos los hombres particulares. Si para designar a cada individuo en cada situación diferente empleáramos una palabra especial, sería tan imposible un lenguaje con que entenderse como si la aplicación de las expresiones lingüísticas a las cosas o realidades fuera siempre puramente arbitraria, es decir, se hiciera sin que en dichos objetos pudiéramos hallar un punto de apoyo que justificara esa aplicación.
Por tanto, para la validez de un concepto universal, es decir, para su empleo con sentido, es necesario y suficiente esto: en todo individuo al que se refiere el concepto debe existir un punto de apoyo individual (lo no individual no existe) que permita aplicarle este concepto a base de un acuerdo humano.
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Albert Keller
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
El nombre se refiere, por una parte, a la inclinación hacia la uniformidad (uni-versus) existente en las cosas distintas, por virtud de la cual, las cosas distintas pueden representarse por una idea única que se aplica a todas en la misma forma; y por la otra, a la idea única aplicable a cosas distintas (unum versus alia).
Definición
Las universales son aquellas ideas que, mientras excluyen lo que constituye la diferencia de las cosas del mismo género o especie, representan lo que es necesario para su constitución, lo esencial y, por lo tanto, lo común a todas, que permanece fijo en todas las vicisitudes (universalia post rem, in re). Así, las universales son simplemente una expresión de aquellas ideas Divinas que se relacionan con lo universal (universalia ante rem). Las ideas Universales son opuestas a las impresiones de los sentidos, que representan aquello que es simplemente individual y contingente en un fenómeno concreto, y, por lo tanto, aquello que cambia con las circunstancias en las cosas corpóreas de una misma clase. Estas impresiones de los sentidos corresponden a las ideas Divinas que se relacionan con el individuo corpóreo.
Subdivisión
En la medida en que la naturaleza de una cosa es el objeto de un acto de percepción directo, no implica relación con los individuos, sino que se reconoce en sí mismo sólo de acuerdo con sus partes esenciales. Sin embargo, cuando el intelecto se ha representado la forma esencial de una cosa (ya sea su sustancia o un accidente), puede, por reflejo, hacer esta representación de la esencia del objeto de su percepción. Puede aplicar la idea a varios individuos de la misma clase, puede compararla con otras ideas y determinar así las relaciones y diferencias. Por consiguiente, el universale directum aparece como un embrión, que se desarrolla, se va organizando cada vez con más claridad y se va perfeccionando cada vez más, por reflejo y por varias operaciones lógicas. Es sólo otra forma de la idea imperfecta que se formó un entomólogo cuando, de niño, vio por primera vez una hormiga, hasta la idea perfecta del animal que ahora posee como resultado de sus investigaciones y estudios. El medio para llegar a una idea perfecta y a una definición exacta es la clara distinción entre las partes de una cosa, que se captan directamente, aunque de cierta forma oscura, a través de la percepción. Hay que anotar aquí que nuestro intelecto procede de ideas más generales, y por lo tanto menos precisas, a lo menos general y más preciso. En el reconocimiento directo de un ser corpóreo, capta primero su realidad, la idea de la existencia. Ésta es la más universal de todas las ideas pero no es una universal verdadera dado que la existencia pertenece a cosas distintas en formas diferentes y, por consiguiente, no puede predicarse de forma equívoca en relación con todas ellas. Mientras los sentidos van captando lo que es individual en el fenómeno, el intelecto avanza más allá hacia la esencia o la naturaleza de la cosa y capta en especial aquello que es más universal, su independencia, y se forma la idea de sustancia. Simultáneamente, sopesa y nota la existencia relacionada y presentada por la sustancia (los accidentes), que, en el fenómeno individual, son el objeto de los sentidos. Entre tanto, no se le escapa al intelecto el hecho de que la calidad y la cantidad son posesiones de la sustancia que ellas mismas determinan en forma totalmente diferente de la actio (acción) y passio (pasión), y lo hacen, de nuevo, en una forma totalmente diferente del ubi (dónde) y el quando (cuándo), y que la relación se encuentra en el límite extremo de la existencia accidental. En otras palabras, capta las distintas modalidades de la existencia de los accidentes ya mencionados en la primera sustancia. Se deduce, por lo tanto, que la idea de un accidente es únicamente análoga, como la de la sustancia, y que no tiene otra razón mayor que ésta para ser considerada como una verdadera universal. El caso no es el mismo con la idea de la sustancia ni con las ideas de los accidentes individuales antes mencionados. Estas son las más universales de las universales, en el verdadero sentido de la palabra.
Si estas ideas se aplican a los individuos, con la ayuda del reflejo, se convierten en los más altos predicados (categorías) de las sustancias concretas y resultan ser también las más altas ideas de los géneros. El intelecto aún no está satisfecho. De ser posible, continúa, paso a paso, desde la más alta y menos determinante idea de género hasta la más baja y más determinante, que representa lo que es común a las dos clases inmediatamente relacionadas. Sólo entonces es posible formarse una idea clara y distintiva de las especies. Habiendo logrado esto, se puede distinguir la diferencia que constituye las especies y al notar estas especies menores y esta diferencia, ofrecer una definición exacta. Sin embargo, en muchos casos, el intelecto tiene que conformarse con la mayor aproximación posible a la definición. Para este propósito se emplean la descripción, las características, la explicación y la discusión. El objetivo final de todo esto es dar a las especies más bajas claramente reconocibles, aquello que, en las notas agregadas a la sustancia, es propio (proprium, idion) de todos los individuos de la misma clase. Por consiguiente, debe establecerse la conexión entre los accidentes y la sustancia para descubrir cuáles de esos accidentes, necesariamente y por sí mismos, provienen de la sustancia (y únicamente de ella), como el habla en el caso del hombre. Otras propiedades deben referirse a influencias externas fortuitas, como la cojera en el caso de hombres individuales. Obtenemos así el accidente lógico, que, de hecho, debe diferenciarse del metafísico, que, de conformidad con lo que ya se ha dicho, puede ser un accidente proprium, o uno lógico. Se puede inclusive inquirir en el género, la especie y la diferencia específica de un accidente metafísico (por ejemplo, de la cantidad continuada).
En resumen
Según su origen en un acto directo de percepción o en la reflexión, las universales se dividen en universales directas y reflejas.
La universal directa, renunciando, como lo hace, al aspecto de la realidad del ser percibido en la naturaleza, es metafísica. En ella radica sólo la posibilidad de ser aplicada a muchas cosas, pero no se reconoce en ella la relación de universalidad. Por consiguiente, se conoce también como la “universal material”.
La universal refleja incluye la relación con los individuos y se conoce, por lo tanto, como la universale logicum, o como la “universal formal”, dado que se reconoce como una universal. La universale directum se divide en categorías puesto que éstas representan las diversas modalidades de la existencia en el ser real. Reconocidas, por reflejo, como las especies más altas, las categorías se incluyen bajo la universale logicum, que se divide en los cinco predicables: género, especie, diferencia específica, proprium y accidente lógico.
La Importancia del Problema de las Universales
En términos generales, la ciencia, en la medida en que constituye el conocimiento de lo necesario y permanente tomado de la naturaleza de las cosas, resulta imposible sin el reconocimiento de las universales. Sin dicho reconocimiento, se degrada a la descripción de impresiones individuales sucesivas. La guerra entre los darwinistas puros y los físicos, quienes reconocen las especies naturales que, como consecuencia de su modalidad de desarrollo y de la influencia de las condiciones, pueden organizarse en varias especies sistemáticas, ya se ha denominado como una nueva fase de la controversia escolástica relacionada con las universales. En la física y la química, la constancia de las leyes de la naturaleza depende de la constancia de la naturaleza de las cosas. En la sicología, la existencia de las universales ha llevado al reconocimiento del intelecto como una facultad fundamentalmente diferente de los sentidos. Es auto evidente que la metafísica y la lógica serían una imposibilidad sin las universales. Sin las universales, la ética y la estética estarían también sometidas a un relativismo no gobernado por principios y, por consiguiente, a la aniquilación. Sin las universales, el impresionismo en el arte y la autonomía individual en la vida tienen que llegar a una innegable oscilación. A estas tendencias corresponde, en la religión, la validez exclusiva de las experiencias religiosas, la creencia en el contenido cambiante de los dogmas, y el total desplazamiento del pensamiento dogmático por la modalidad del pensamiento histórico. Una historia de la controversia referente a las universales y su relación con la existencia tiene que ser necesariamente una presentación de las diferencias más fundamentales de todos los sistemas filosóficos. Revelaría que la desviación del realismo moderado aristotélico tomístico lleva, por una parte, a través del conceptualismo y el nominalismo, al escepticismo y al agnosticismo, o a un empiricismo y un materialismo estériles, y, por otra parte, a través de un extremo realismo, a un idealismo y a un panteísmo falsos.
ALOIS PICHLER
Trascrito por Tomas Hancil
Traducido por Rosario Camacho-Koppel
www.catholicmedia.net
Fuente: Enciclopedia Católica