Ver sepulcro/sepultura.
Diccionario Bíblico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003
Fuente: Diccionario Bíblico Digital
Puede significar una cámara, bóveda o cripta, ya sea subterránea o a nivel. Puede referirse a un presuntuoso lugar de sepultura sobre un sitio especial. Puede ser una estructura panal de abeja, donde se pueden colocar varios cuerpos. Las sepulturas de los hebreos eran sencillas, la mayoría de ellas sin marcas. Algunos reyes fueron sepultados en una bóveda en Jerusalén (1Ki 2:10; 1Ki 11:43). Algunos mencionan la tumba de sus padres (2Sa 2:32; Neh 2:3).
Las tumbas de la época del NT eran ya sea cuevas o agujeros cavados en cerros de piedra. Ya que sólo se mencionan mortajas en relación con tumbas, parece cierto que los judíos no usaban féretros ni sarcófagos. Las tumbas no llevaban inscripciones ni pinturas. El embalsamamiento, aprendido en Egipto (Gen 50:2), fue un arte que pronto desapareció (Joh 11:39). Una entrada general daba acceso a criptas que se abrían en anaqueles para proporcionar apoyo a las puertas de piedra. La puerta de una tumba tal pesaba de 0,9 a 2,7 toneladas métricas. Esto explica el milagro de la piedra removida de la tumba de Jesús (Luk 24:2; Joh 20:1). Ver SEPULCRO.
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
Ver «Sepulcro».
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
http://biblia.com/diccionario/
Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
†¢Sepultura. Enterramiento.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
vet, Los hebreos sepultaban a sus muertos bien en fosas cubiertas de losas, bien en cuevas naturales o artificiales, cuando las condiciones locales favorecían este tipo de sepultura (Gn. 23:9; Is. 22:16; Mt. 27:60; Jn. 11:38). Las cavernas y grutas naturales eran prolongadas excavándolas más profundamente (Gn. 50:5). Las formaciones rocosas de los alrededores de Jerusalén están llenas de estas tumbas. La entrada de la cueva o de sus cámaras sepulcrales se cerraba con una gran piedra redonda que se hacía descender rodando hasta encajar en su sitio (Mt. 27:60), impidiendo así la entrada de chacales u otros animales. Por lo general, las tumbas se hallaban lejos de las viviendas; aunque algunas de ellas se hallaban en los jardines de algunas casas (2 R. 21:18, 26) o dentro de los muros de la ciudad (1 R. 2:10), por lo general estaban fuera de las ciudades, en ocasiones en recintos rodeados de árboles y de huertos (Jn. 19:41). También era frecuente que las cámaras funerarias, excavadas bien a lo alto de una escarpada pared rocosa, se abrieran muy por encima del suelo. Cada año, en el mes de Adar, se blanqueaba el exterior de los sepulcros, encalándolos (Mt. 23:27), no sólo para adornarlos, sino para advertir a los que pasaran por allí, a fin de que no los tocaran, lo que entrañaba una impureza legal. La tumba individual era cavada en el suelo de la cueva, y recubierta con una losa, o bien tallada como un nicho en la pared rocosa. El interior de algunos sepulcros presentaba un banco circular, tallado en la pared para recibir los despojos mortales, que se ponían en ocasiones en dos pisos de nichos o cavidades. Las tumbas grandes podían contener ocho y hasta trece cuerpos. Por lo general, no se usaban féretros. Ocasionalmente, las tumbas de los ricos contenían sarcófagos de piedra. La entrada a la cueva era en ocasiones muy elaborada, o se erigía un monumento, como una sencilla columna (2 R. 23:17) o un mausoleo (1 Mac. 13:27). Los hebreos y las naciones vecinas poseían sepulcros familiares (Gn. 49:29-31; 2 S. 2:31; 1 R. 13:22; 1 Mac. 9:19; 13:25). Había un cementerio público para los pobres, y un lugar donde sepultar a los extranjeros (2 R. 23:6; Jer. 26:23; Mt. 27:7).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
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Lugar de enterramiento de un difunto y de la conservación de los cadáveres. (Ver Sepulcro)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
Se utilizaban para tumbas las cuevas naturales o artificiales excavadas en la roca (Mt 27,60; Mc 15,46; Lc 23,53); solían estar blanqueadas con cal (Mt 23,27), para que de este modo se advirtieran con facilidad y se evitara la impureza legal (Lc 11,44); era morada de los apartados, por diversos motivos, de la convivencia social (Mt 8,28; Mc 5,2-5; Lc 8,17); en memoria del difunto solían estar engalanadas (Mt 23,21; Lc 11,47); las tumbas solían tener dos estancias y estaban a las afueras de la ciudad; los extranjeros tenían un lugar de enterramiento distinto (Mt 27,7). No tener tumba propia era considerado como un tremendo castigo (Ap 11,9). ->sepulcro.
E. M. N.
FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
(-> muerte, sepulcro, resurrección). Gran parte de las religiones de la historia han sido formas de sacralizar a los muertos, reconociendo que viven y venerando su memoria en un sepulcro (monumento o mnemeion: recordatorio), lugar donde se mantiene la memoria de los muertos, como expresión de una experiencia universal de Vida. Pues bien, los cristianos han rechazado el culto de la tumba de Jesús, diciendo que ella está vacía, como hemos puesto de relieve en el tema del sepulcro*, que aquí matizamos y completamos. Jesús vive en la comunidad de sus seguidores, es decir, allí donde se anuncia su Palabra de evangelio, pues Dios le ha recibido en su Vida.
(1) Jesús, im Mesías sin tumba. La tradición cristiana vincula a Juan Bautista con una tumba-memorial (mnemeion) que sus discípulos alzaron en su honor (cf. Mc 6,29). Jesús, en cambio, no la tiene: su memoria no se ha vinculado a un monumento, donde se contienen sus huesos como recuerdo de su pasado y anticipo de su Reino futuro. En ese sentido, los cristianos parten de un «menos» (no tienen ni siquiera el consuelo de la tumba). Pues bien, por un proceso sorprendente de creatividad, ellos han descubierto que ese menos significa un «más»: tienen a Jesús, pero le tienen de un modo distinto, sin necesidad de tumba que mantenga su memoria. Desde ese contexto pueden entenderse algunos textos básicos de los evangelios: «Deja que los muertos entierren a los muertos…» (Lc 9,59-60; cf. Mt 8,21-22). «Ay de vosotros que edificáis los sepulcros de los profetas…» (Lc 11,47-48; cf. Mt 23,2932). Jesús, que protesta contra los constructores violentos de tumbas, no ha comprado en Jerusalén una parcela donde puedan enterrarle, ni ha podido desear que le construyan un monumento. No ha subido a Jerusalén para que allí quede su tumba, sino para que se exprese allí su Reino. En ese contexto, es lógico que Jesús no tuviera tumba, de manera que nadie pudo acudir a su cementerio para mantener su memoria a través de un culto funerario, con cadáver o sin cadáver. Nadie pudo rechazar tampoco su memoria, abriendo un sepulcro y diciendo: ¡éste es Jesús, a quien pensáis resucitado! El recuerdo de Jesús se encuentra unido con un hueco o vacío. Sus discípulos no pudieron enterrar su cadáver; quizá no supieron dónde había sido sepultado o, si lo supieron, no pudieron encontrarlo, porque se trataba de una fosa común de ajusticiados.
(2) No tuvo honor sn sepultura (cf. Is53,9). Los textos del sepulcro* de Jesús que está abierto (desde dentro) y vacío (no contiene el cuerpo de Jesús) for man parte del final de los cuatros evangelios (Mc 16; Mt 28; Lc 24; Jn 20). Esos textos no quieren demostrar un hecho físico (un sepulcro se ha roto por dentro, el cadáver de Jesús se ha desmaterializado), sino proclamar un dato de fe: Jesús no está en la tumba donde han podido enterrarle, sea la fosa común de los crucificados, sea un monumento rico excavado en la roca. Esos textos quieren decir y dicen que ninguna tumba ha sido capaz de encerrar a Jesús, pues él sigue estando presente en los suyos, a través de su mensaje, de manera que podemos verle en Galilea, es decir, allí donde sus discípulos hacen aquello que él hacía y viven como él vivía. Muchas religiones y cultos de diverso tipo han ido creciendo en tomo a una tumba famosa, que sirve para recordar al muerto (como las estupas de Buda o el sepulcro de Muhammad en Medina). Los cristianos, en cambio, están menos preocupados por la tumba. Por eso pueden sentirse más a gusto con un Jesús que ha sido enterrado en una fosa común, con otros muchos cmcificados y expulsados de la sociedad (y con los dos bandidos que según el Evangelio fueron cmcificados a su lado). Jesús se había puesto de parte de los pobres y expulsados; con ellos, con los cmcificados de la historia, en una fosa impura, entre cuerpos de cmcificados, parece haber terminado su historia externa. Pero los discípulos no quieren buscarle en la tumba, para venerarle allí, sino que podrán encontrarle vivo, allí donde extienden su Evangelio.
(3) Dios transforma la tumba de Jesús. Desde esa base puede leerse el relato simbólico de Mt 28,1-4 que evoca la acción escatológica de Dios, que ha empezado a romper las tumbas de la vieja historia de muerte, para ofrecer de esa manera una esperanza a los cmcificados y muertos de la historia (cf. Mt 27,51-53). Es muy difícil decir lo que pasó físicamente con su cadáver. Pero la tradición afirma que él «bajó a los infiernos», entró hasta el fin en el reino de la destmcción y de la muerte, para iniciar desde allí un camino de pascua (cf. 1 Pe 3,18-22). Histórica y teológicamente, lo que importa no es una desaparición físico-biológica del cuerpo de Jesús, sino la experiencia de su vida y su presencia entre sus seguidores. Desde ese contexto puede y debe procla marse el mensaje de la resurrección al tercer día (al final del tiempo viejo), cuando todos los cuerpos resucitarán, de manera que culmine al fin la historia de la creación, como afirma 1 Cor 15. Por eso, cuando los textos evangélicos (a partir de Marcos 15,42-16,8) hablan de una tumba honorable de Jesús, no están hablando de un hecho físico, sino de un misterio de fe: Dios mismo ha recogido a Jesús desde el abismo de la muerte, en la que ha penetrado, siendo enterrado con los crucificados y expulsados de la historia. Desde esa perspectiva, aunque tuviéramos la certeza de que a Jesús le enterraron en una tumba honorable, que apareció después vacía (sin que se pueda encontrar la causa de ello), deberíamos añadir que ese dato físico resulta secundario y casi contrario al evangelio de la Cruz de Cristo. El recuerdo de Jesús no está vinculado a una tumba venerable, como la del Rey David, sepultado con honor y gloria en Jerusalén (cf. Hch 2,29), ni a un espíritu-fantasma, que actúa a través de otros personajes, que reciben su poder y pueden realizar así prodigios (como piensa Herodes, refiriéndose al Bautista; cf. Mc 6,14-16). El recuerdo de Jesús se identifica con la vida de sus discípulos que expanden su evangelio, y con la vida de los pobres de la tierra, que siguen siendo arrojados y expulsados a sepulcros sin honor ni gloria, asesinados por el mismo sistema de poder que asesinó y arrojó a Jesús a una tumba infame.
Cf. C. W. Ceram, Dioses, tumbas y sabios, Destino, Barcelona 2001; M. SAWICKI, Seeing the Lord. Resnrrection and Early Christian Practices, Fortress, Mineápolis 1994.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra