TRADICION Y CANON

(-> Biblia, Pentateuco, judaismo, Iglesia). Las primeras tradiciones de Israel han quedado expresadas básicamente en el Pentateuco, en los tiempos de la constitución de la comunidad del templo* (en torno al 450 a.C.); en ellas se ponen de relieve los valores de la santidad del pueblo y la exigencia del culto para alcanzar la purificación y el perdón de los pecados. La novedad y grandeza de Israel ha estado en el hecho de que los portadores de la tradición sacerdotal han pactado con los representantes de la tradición deuteronomista, de tal forma que el Pentateuco y el con junto de la Biblia puede entenderse como resultado de un pacto, con elementos proféticos y sacerdotales. Pero la redacción final del Antiguo Testamento no la hicieron ni los deuteronomistas, ni los sacerdotes, sino los portadores de una tradición apocalí­ptica en la que desembocan todas las tendencias anteriores y reciben una coloración especial en la que domina la urgencia del fin de los tiempos. En este contexto apocalí­ptico caben todas las tradiciones y tendencias previas, la yahvista y la deuteronomista, la profética y la sacerdotal. Quizá podamos decir que la fijación básica de los textos y tendencias que constituyen el Antiguo Testamento actual se hizo tras la crisis de los macabeos. De todas formas, la aceptación definitiva del canon es posterior, del comienzo del rabinismo, y en ella ha desembocado una redacción apocalí­ptica, que reelaboró gran parte de la literatura profética y dio al conjunto del Antiguo Testamento el colorido que ahora ofrece.

(1) Canon hebreo, canon griego. Dos textos, lina tradición. Los israelitas han sabido siempre que su Escritura estaba vinculada a la tradición hebrea, una tradición amplia en la que, en principio, habí­an confluido unas tendencias más judí­as de Jerusalén y otras tendencias más «israelitas», del reino del Norte. Eso explica que el Pentateuco (fijado en el siglo III a.C.) sea común para judí­os y samaritanos. Pero los samaritanos no aceptaron ya la tradición histórica y profética, demasiado vinculada al judaismo de Jerusalén, de manera que el resto de la Biblia (todo lo que no es el Pentateuco) ha sido resultado de un pacto entre grupos judí­os, en el que no han entrado ya los samaritanos. Ese pacto fue aceptado por judí­os de lengua hebrea (los primeros creadores de la Biblia) y por judí­os de lengua griega, especialmente los de la comunidad de Alejandrí­a, que tradujeron la Biblia al griego (LXX). Pero los judí­os de lengua griega no sólo tradujeron la Biblia, sino que la interpretaron e introdujeron nuevos textos, que forman la actual Biblia griega (con sus libros nuevos: 1 y 2 Macabeos, Baruc, Tobí­as, Judit, Eclesiástico, Sabidurí­a y añadidos de Ester y Daniel). Esta edición bí­blica fue rechazada por los rabinos posteriores de la Misná, pero ha sido incluida en el canon cristiano de los católicos y ortodoxos (y rechazada después por los protestantes).

(2) Nuevo Testamento. ¿Una tradición distinta? Los judí­os no han añadido libros nuevos a su Escritura (Biblia hebrea), aunque han «canonizado» de alguna manera otros libros de tipo más «legal», que han marcado su vida posterior: Misná*, Talmud*, pero manteniéndose dentro de la misma tradición de la Ley, sin querer añadir nada nuevo al Pentateuco y al conjunto de la Biblia. Por el contrario, los cristianos han añadido a la Biblia hebrea (y a los LXX) una serie de textos eclesiales que contienen unas biografí­as mesiánicas de Jesús (evangelios) y unas cartas o escritos de los «apóstoles». No han querido escribir una nueva Biblia, sino aportar un «Nuevo Testamento», de manera que la Biblia hebrea viene a interpretarse así­ como Antiguo Testamento. La Biblia cristiana contiene varias referencias a un pacto nuevo, vinculado a la entrega redentora de Jesús, especialmente en un contexto eucarí­stico (cf. Mc 14,14 par; 2 Cor 3,6); en esa lí­nea, las dos partes de la Biblia cristiana deberí­an llamarse Antigua y Nueva Alianza (o pacto). Pero, siguiendo otras indicciones de Pablo, se ha preferido hablar de testamento, para así­ poner de relieve el carácter irreformable y definitivo de la Palabra salvadora de Dios: la alianza-pacto se rompe allí­ donde uno de los pactantes no lo cumple; el testamento, en cambio, sigue teniendo valor, siempre que el testador lo mantenga, aunque el beneficiario sea indigno, como Pablo ha destacado (cf. Gal 3,15.17). El Nuevo Testamento introducirí­a, según eso, una nueva tradición, en la lí­nea de la antigua (de la Biblia de Israel), pero desbordando su sentido. El tema queda abierto y es objeto de diálogo y diferencia entre judí­os y cristianos. Los judí­os tienden a decir que los cristianos han añadido una nueva tradición y revelación a la tradición antigua. Por el contrario, los cristianos tienden a decir que el Primer Testamento (a pesar de llamarse en general Antiguo) no se encuentra anticuado, ni ha perdido su valor, de manera que no se puede dejar a un lado (como hacen los musulmanes con la Biblia judí­a y cristiana); al contrario, el Testamento Primero o Antiguo sigue formando parte del único Testamento de Dios a favor de los hombres, un Testamento que para los cristianos comienza en Israel y culmina en Jesucristo.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra