Los textos y las versiones constituyen la materia prima de la disciplina conocida como crítica textual. El objetivo final es el de proporcionar un texto en la forma en que lo compuso su autor. En términos generales, cuanto más antiguo es el documento, tanto mayor es su autoridad. Puede haber casos, sin embargo, donde esto no ocurra; por ejemplo, de dos ms(s)., el más antiguo puede haber sido copiado de un ejemplar reciente y pobre, mientras que el otro puede provenir de un ejemplar mucho más antiguo y de mejor calidad. Hay que tomar en cuenta la historia de un documento antes de ofrecer un veredicto en cuanto a las lecturas.
Los documentos están expuestos a los estragos del tiempo y a la fragilidad de la naturaleza humana, y esto último da origen a la mayor parte de nuestros problemas. Los errores de los escribientes, no obstante, parecen seguir canales bien definidos. Entre los errores comunes encontramos los siguientes:
Is. 3.16–20 en el Rollo del mar Muerto (1Q Isª) donde se ven las alteraciones del nombre de la Divinidad (de ˒aḏōnāy a Yahvéh en línea 3 y de Yahvéh a ˒aḏōnāy en línea 4).
- La haplografía (error de no repetir una letra o palabra); 2. la ditografía (repetición de lo que aparece una sola vez); 3. el falso recuerdo (de un pasaje similar o de otro ms.); 4. homoeuteleuton (omisión de un pasaje entre palabras idénticas); 5. la omisión de líneas (a veces debido a homoeoteleuton); 6. la confusión de letras de forma semejante; 7. la inserción de notas marginales en el cuerpo del texto. El estudio comparativo de textos puede contribuir a la eliminación de corrupciones. Aquí la preponderancia numérica no es decisiva: varios representantes del mismo arquetipo se cuentan como un solo testigo. La forma de la transmisión textual se representa mejor como un árbol genealógico, y los datos de las relaciones genealógicas se pueden aplicar a la valoración de las pruebas para cualquier lectura determinada.
- ANTIGUO TESTAMENTO: HEBREO
Los testimonios documentales para el texto del AT consisten en ms(s). heb. del ss. III a.C. al ss. XII d.C., y en antiguas versiones en arameo, griego, siriaco y latín.
Gn. 29.32–33 en la versión de la Peshitta siriaca. Ms. en vitela. Siglo V d.C.
Dt. 27.4 en el Pentateuco samaritano. En lugar del mte. Ebal aparece el mte. Gerizim al comienzo de la línea 4.
Desde los tiempos más antiguos los judíos tuvieron a su disposición los medios necesarios para producir registros escritos. El alfabeto semítico ya existía mucho antes de la época de Moisés (* Escritura). Moisés tiene que haber conocido la escritura y los métodos literarios egipcios. También puede haber conocido la escritura cuneiforme, porque las cartas de el *Amarna y de otros lugares muestran que el acádico se usó ampliamente en los ss. XV a XIII a.C. como lengua diplomática. Si la Biblia no dijera expresamente que Moisés sabía leer y escribir (Nm. 33.2 y pass.), nos veríamos obligados a inferir el hecho por indicios colaterales. No hay, por lo tanto, necesidad de postular un período de tradición oral. Las analogías que se trazan sobre la base de pueblos de otras culturas, aun cuando sean contemporáneas, no son pertinentes. El hecho es que los pueblos con fondos culturales iguales al de los hebreos se valieron de la escritura a partir del 4º milenio a.C., y a partir del 3º milenio se capacitaba a determinados hombres no sólo para ser escribas sino expertos copistas. Es improbable que bajo Moisés los hebreos hayan sido menos cultos que sus contemporáneos, o que fuesen menos escrupulosos en la transmisión de sus textos que los egipcios y los babilonios (cf. W. J. Martin, Dead Sea Scroll of Isaiah, 1954, pp. 18s).
Antes de describir las fuentes de que disponemos para la restauración del texto del AT, es importante recordar la actitud de los judíos para con sus Escrituras. Esta puede resumirse mejor en la afirmación de Josefo: “Hemos dado pruebas prácticas de nuestra reverencia para con nuestras propias Escrituras. Porque, si bien ya han transcurrido épocas tan largas, nadie se ha aventurado a agregar, quitar, o alterar una sola sílaba; y es instintivo en todo judío, desde el día de su nacimiento, el considerarlas como decretos divinos, obedecerlas y, si fuese necesario, morir gozosamente por ellas. Vez tras vez en épocas pasadas hemos sido testigos del espectáculo que han ofrecido prisioneros dispuestos a soportar torturas y muerte en todas las formas concebibles en los teatros, antes que proferir una sola palabra contra las leyes y los documentos asociados con ellas” (Contra Pelag Apión 1.42s).
El que Josefo expresa simplemente la actitud de los escritores bíblicos mismos está claro por pasajes tales como Dt. 4.2 (“No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno”) o Jer. 26.2 (“… todas las palabras que yo te mandé hablarles; no retengas palabra”). No hay razón para suponer que los judíos jamás abandonaron estos principios. Muchas de las divergencias en los textos pueden deberse a la práctica de emplear a los mismos escribas para copiar tanto textos bíblicos como tárgumes. Como estos últimos con frecuencia son parafrásticos en su tratamiento del texto, esa laxitud podía fácilmente afectar inconscientemente a los copistas.
El texto masorético de Jer. 31.38–40. Un error de transcripción (haśśārēmoṯ en lugar de haśśāḏēmoṯ) en el versículo 40 es corregido mediante una nota marginal (Qerē˒).
- La transmisión del texto
Ya en la era precristiana se usaban métodos para la conversión del texto, por cuanto en el rollo de Isaías encontrado en el mar Muerto (p. ej. plancha XXIX, líneas 3 y 10) se colocan puntos sobre las palabras dudosas, tal como más tarde acostumbraban hacer los masoretas. En los días del NT los escribas estaban demasiado bien establecidos como para suponer que constituían una innovación reciente. Indudablemente se debía a la actividad de estos el que términos tales como *“jota” y “tilde” adquirieron vigencia. El Talmud afirma que estos escribas recibían el nombre de sōfe rı̂m porque contaban las letras en la Torá (Qiddushin 30a). Dado que su intensa preocupación con el texto de la Escritura los habilitaba como exegetas y educacionistas, la transmisión del texto dejó de ser considerada como su responsabilidad principal.
Jer. 38.40 en la LXX (en el TM Jer. 31.40) según el códice sinaítico. Los traductores han copiado en letras griegas (sarēmöth) una palabra hebrea que no entendían debido a un error de transcripción en el ms. hebreo.
- Los masoretas
La práctica de escribir únicamente las consonantes resultaba suficiente mientras el heb. se siguiese usando como lengua oral. En los casos en que una palabra podía resultar ambigua se podían usar “letras vocales” para aclarar la lectura. Estos “indicadores de vocales” eran residuales en su origen; surgieron porque “uau” (w) y “yod” (y) se amalgamaron con una vocal precedente y perdieron su identidad consonántica, pero se siguieron escribiendo, y con el tiempo fueron tratadas como representación de vocales largas. Luego su uso se extendió a otras palabras, donde etimológicamente eran intrusivas. Su inserción u omisión resultaba mayormente discrecional. Las variantes consiguientes no tienen mayor significación. Fue alrededor del ss. VII de nuestra era que los masoretas introdujeron un sistema completo de signos vocálicos.
Los masoretas (lit. “transmisores”) sucedieron a los antiguos escribas (sōfe rı̂m) como custodios del texto sagrado. Estuvieron activos desde alrededor del 500 hasta el 1000 d.C. El aparato textual introducido por ellos probablemente sea el más completo en su género que jamás se haya usado. Mucho antes de su tiempo, naturalmente, otros ya habían dedicado mucha atención a la preservación de la pureza del texto. Al rabí Akiba, que murió alrededor del 135 d.C., se le atribuye el dicho de que “la transmisión (fiel) es una cerca para la Torá”. Recalcaba la importancia de conservar hasta la letra más pequeña. En esto no fue por cierto el primero, como lo demuestra la afirmación de Mt. 5.18: “Hasta que pasen el cielo la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ey, hasta que todo se haya cumplido.”
Los masoretas introdujeron signos vocálicos y signos de puntuación o acentuación en el texto consonántico. Habían surgido tres sistemas de vocalización: dos supralineales (babilónico y palestino) y uno infralineal, excepto en el caso de un solo signo. Este sistema, llamado tiberiano, remplazó a los otros dos, y es el que se usa actualmente en los textos hebreos.
Dado que era propósito decidido de los masoretas transmitir el texto como lo habían recibido, dejaron el texto consonántico tal como lo encontraron. Donde sintieron que se debían hacer correcciones o mejoras, las colocaban en el margen. Allí la palabra preferida y que ellos pensaban que debía leerse (llamada Qere˒, ‘lo que se ha de leer’) se colocaba en el margen, pero sus vocales se colocaban debajo de las consonantes de la palabra en el texto inviolable (llamado Keṯı̂ḇ, “lo escrito”). Es posible que una forma dada en el margen (Qere˒) fuese a veces una variante. La opinión que se ha sostenido en algunos sectores de que los escribas o masoretas vacilaban ante la idea de ofrecer lecturas variantes, y que de hecho las suprimían deliberadamente, es contraria a lo que se sabe en cuanto a la práctica de los copistas.
Los masoretas retuvieron, por ejemplo, ciertas marcas de los escribas anteriores relacionadas con palabras dudosas, y hacían listas de ciertas conjeturas suyas (seḇı̂rı̂n). Se valían de toda salvaguarda imaginable, por engorrosa o trabajosa que fuese, para asegurar la fiel transmisión del texto. Contaban las letras que contenía cada libro y anotaban la letra central. De la misma forma obraban con las palabras, y también se anotaba la palabra que ocupaba el centro del libro. Hacían listas de todas las peculiaridades en cuanto a la ortografía, como también en cuanto a la forma o posición de las letras. Registraban el número de veces que aparecía una palabra o frase en particular. Entre las muchas listas que hacían hay una que contiene las palabras que aparecen sólo dos veces en el AT. Sus listas finalmente incluyen todas las peculiaridades ortográficas del texto.
Las notas textuales suministradas por los masoretas se llaman “masora”. Las breves notas colocadas en el margen de los códices se conocen como masora parva. Posteriormente fueron ampliadas y dispuestas en listas y colocadas en la parte superior o inferior de la página. En esta forma se llamaban masora magna. Esta forma más completa contenía, por ejemplo, las referencias a los pasajes donde aparece una determinada forma, mientras que la mas breve ofrecía únicamente la cantidad de veces que aparecía. Las notas ofrecen resultados de sus análisis o de las peculiaridades textuales. Ofrecen lecturas variantes tomadas de códices reconocidos, tales como la Mugah y el Hilleli (ambos perdidos actualmente).
Entre los nombres de los masoretas que nos son conocidos se encuentra el de Aarón ben Asher, que estuvo activo en la primera mitad del ss. X d.C. Cinco generaciones de su familia parecen haber trabajado en el texto heb., y bajo Aarón la tarea alcanzó una etapa definitiva. El mejor códice de esta escuela se cree que es el que se encontraba anteriormente en Alepo, ahora en Israel. Otra conocida familia de masoretas es la de ben Neftalí, uno de los cuales fue, según parece, contemporáneo de Aarón ben Asher. Las diferencias entre ellos en cuanto a su tratamiento del texto se limitaban principalmente a cuestiones de vocalización. El códice “Reuchlin” en Karlsruhe es un exponente del método de ben Neftalí.
El texto editado por Jacobo ben Chayyim para la segunda Biblia rabínica publicada por Daniel Bomberg en Venecia en 1524–25 pasó a ser aceptado prácticamente como el texto de uso general. El texto era ecléctico en carácter, y los entendidos saben desde hace unos 250 años que podría ser mejorado. Es significativo, empero, que M. D. Cassuto, el erudito que probablemente tenía un sentido más fino del heb. que cualquier otro en este campo, y que poseía un conocimiento inigualado y de primera mano del códice de ben Asher, evidentemente no encontró razones para preferir este texto al de ben Chayyim, siendo este último el que retuvo para su excelente edición de la Biblia hebrea (Jerusalén, 1953). El no experto podría desorientarse fácilmente ante el lenguaje algo hiperbólico usado en cuanto a las diferencias que pueden detectarse en los diversos ms(s). Estas se relacionan mayormente con cuestiones de vocalización, ayuda no enteramente indispensable cuando se trata de lenguas semíticas. Consideradas lingüísticamente constituyen en su mayor parte minucias intrascendentes, cuando más de interés diacronístico. La creencia en la época de oro del fonema persiste; está en el nivel de la ingenuidad de suponer que la ortografía “reemplazar” es mejor que “remplazar”. La vocalización en las lenguas semitas tiene que ver mayormente con la ortografía y la gramática, y con la exégesis, y sólo en medida limitada con la crítica textual. Nunca hubo un texto original vocalizado que hubiera que restaurar. Resulta claro que el texto masorético es un solo tipo que se comenzó a reconocer como autorizado después de la caída de Jerusalén en el 70 d.C. Todos los fragmentos bíblicos hebreos encontrados con reliquias de la segunda rebelión (132–135 d.C.) en cuevas cerca del mar Muerto pertenecen a él, en contraste con la situación en Qumrán antes del 70 d.C. (véase III, inf.).
III. Los rollos del mar Muerto
El descubrimiento de ms(s). bíblicos en cuevas al oeste del mar Muerto ha revolucionado el modo de entender el AT, porque con ellos se retrocede unos 800 años más alla del aparato masorético. También ha sido un saludable recordatorio de que el propósito de la disciplina es la restauración de un texto consonántico. El descubrimiento original incluye un ms(s). completo de Isaías y otro que contiene alrededor de un tercio del mismo libro. Descubrimientos posteriores proporcionaron fragmentos de todos los libros de la Biblia, con excepción de Ester, como también comentarios bíblicos y obras de carácter religioso.
Los ms(s). bíblicos del mar Muerto ofrecen, por primera vez, ejemplos de textos heb. de épocas precristianas, alrededor de 1.000 años más antiguos que los ms(s). más antiguos de que se disponía; nos trasladan, por lo tanto, más allá de la supuesta supresión de todos los textos divergentes en el año 100 d.C. Según el Talmud, se hizo un intento de proporcionar un texto normalizado con la ayuda de tres rollos que anteriormente pertenecieron al templo, mediante el recurso de adoptar, en casos de desacuerdo, la lectura que tenía el apoyo de dos (TJ, Ta˒anith 4.2; Soferim 6.4; Sifre 356). Los hallazgos contribuyeron a relegar las cuestiones de la vocalización a su propia esfera, o sea a la de la ortografía y la gramática, y han anulado buena parte de la pertinencia de la labor realizada en el campo de los estudios masoréticos al proporcionar ms(s). mucho más antiguos que cualquiera de los que se tenía anteriormente.
Los ms(s). de Isaías ofrecen una gran variedad de errores de escribientes, pero todos conocidos por la crítica textual. Encontramos ejemplos de haplografía, ditografía (repetición), armonización (e. d. alteración para lograr un texto más familiar), confusión de letras, homoeoteleuton, omisión de líneas e introducción de notas marginales en el texto.
La gran significación de estos ms(s). es que constituyen un testimonio independiente de la fidelidad de la transmisión del texto aceptado. No hay razón alguna para creer que la comunidad de Qumrán habría de colaborar con los líderes de Jerusalén en la adhesión a alguna recensión determinada. Nos hacen retroceder a un punto anterior en la línea de transmisión, al antepasado común de los grandes rollos del templo y los rollos no adulterados de Qumrán. Además de ms(s). cercanos al TM hay fragmentos de otros ms(s). que ofrecen textos heb. que difieren entre sí. Hasta que todo el material haya sido publicado resulta difícil evaluarlos; por su naturaleza estos son los que han atraído la mayor atención (véase * Mar Muerto, Rollos del para mayores detalles). El que alguno de ellos sea en general superior al TM o represente un texto más antiguo es dudoso; cada pasaje tiene que ser considerado separadamente a la luz de las costumbres de los escribientes.
- La Genizá de El Cairo
Los ms(s). descubiertos a partir de 1890 en la Genizá de la antigua sinagoga de El Cairo son de importancia considerable para el texto vocalizado. (La genizá era el depósito para rollos que ya no se consideraban adecuados para su uso.) La falta de uniformidad en la vocalización y la virtual ausencia de variantes en el texto consonántico demuestran que la vocalización era secundaria. Entre los fragmentos de ms(s). bíblicos de esta Genizá se encuentran algunos con signos vocálicos supralineales. En la colección había también grandes cantidades de fragmentos targúmicos y de literatura rabínica. Algunos de los ms(s). pueden ser anteriores al ss. IX.
- El Pentateuco hebreo de los samaritanos
El Pentateuco heb. conservado por los *samaritanos se deriva incuestionablemente de un texto muy antiguo. A los samaritanos, probablemente descendientes de la población mixta de Samaria, resultado de la deportación parcial de judíos por Sargón en 721 a.C., seguida por la incorporación de extranjeros (cf. 2 R. 17.24; 24.15–16), se les negó la participación en la reconstrucción del templo por los judíos que regresaron bajo Esdras y Nehemías. La ruptura que siguió (probablemente en la época de Nehemías, ca. 445 a.C.) llevó al establecimiento de un centro cúltico samaritano independiente en el mte. *Gerizim, cerca de Siquem. Los contactos entre las dos comunidades prácticamente cesaron durante el ss. II a.C., y es a este período que se asigna el texto característicamente samaritano. Probablemente sea una revisión de una forma corriente mucho más antigua. Todas las copias están escritas en una forma derivada del alfabeto “fenicio”, parecida a la que aparece en monedas judías del ss. II a.C., y no la escritura aramea “cuadrada” usada para el hebreo después del exilio.
El ms(s). más antiguo es con toda probabilidad el que tradicionalmente se le acredita a Abisúa, bisnieto de Aarón (1 Cr. 6.3s). El ms(s). mismo, escrito sobre vitela delgada, no tiene una antigüedad uniforme; la parte más antigua parece ser la que se inicia al final de Nm. en adelante. La opinión de los expertos asignaría este rollo al ss. XIII d.C., o no mucho antes que al momento de su supuesto descubrimiento por el sumo sacerdote Finees en 1355.
La primera copia del Pentateuco samaritano llegó a Europa en 1616 por medio de Pietro della Valle, y en 1628 J. Morinus publicó un informe del mismo, en el que afirmaba que era muy superior al texto masorético. Este parece ser el caso con todos los nuevos descubrimientos de documentos, parecer impulsado por cierta preferencia por la LXX o por hostilidad innata hacia el texto judaico tradicional. En este caso había otro motivo: el deseo por parte de ciertos entendidos de debilitar la posición de los reformadores en su postura con respecto a la autoridad de la Biblia. Genesius, probablemente el erudito en hebreo más grande de Alemania, dio término a esta estéril controversia y demostró la superioridad del texto masotérico (1815). Somos testigos en nuestros días de un intento de rehabilitar al Pentateuco samaritano. Algunos de sus protagonistas delatan por su fe en la fidelidad de la transmisión samaritana una ingenuidad jamás superada por los conservadores más extremos. Cierto es que en unos 1.600 lugares el texto samaritano concuerda con la LXX, pero los desacuerdos son igualmente numerosos. No es fácil explicar las concordancias; una posibilidad es que cuando hubo que hacer correcciones en el Pentateuco hebreo samaritano se usó un *tárgum arm. (el dialecto samaritano y el arm. son prácticamente idénticos, y en ciertos lugares la versión samaritana, es decir, la traducción del Pentateuco al samaritano, concuerda literalmente con el tárgum de Onkelos). Hay numerosos indicios de la influencia de los tárgumes en la LXX.
Para muchas de las variantes se puede dar una explicación sencilla: el intento de demostrar que Dios había elegido a Gerizim. Después de los Diez Mandamientos en Ex. 20 y en Dt. 5, el texto samaritano inserta el pasaje de Dt. 27.2–7 con “monte Ebal” remplazado por “monte Gerizim”, y Dt. 11.30 cambia “frente a Gilgal” por “frente a Siquem”.
Muchas de las variantes se deben a falta de comprensión de las formas gramaticales o las construcciones sintácticas. Otras consisten en agregados injustificados tomados de pasajes paralelos. Algunas provienen de influencias dialectales. Muchas surgen de los esfuerzos por eliminar todas las expresiones antropomórficas.
No hay pruebas de que los samaritanos jamás tuvieran un cuerpo de escribas expertos, y la ausencia de todo cotejo adecuado de ms(s)., como lo prueban las muchas variantes, no es compatible con un conocimiento textual serio. Los cambios deliberados o los agregados superfluos tampoco los distinguen como fieles custodios del texto sagrado. Por lo tanto, sus variantes deben tratarse con precaución extrema. Véase el importante análisis por B. K. Waltke, en J. B. Payne (eds.), New Perspectives on the Old Testament, 1970, pp. 212–239.
Bibliografía. °M. Burrows, Rollos del mar Muerto, 1958.
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- LA SEPTUAGINTA
Las traducciones gr. más antiguas e importantes de libros del AT se encuentran en la llamada Septuaginta (indicada generalmente mediante “ LXX ”).
- Su variado contenido y sus inciertos límites
La Septuaginta es una colección de muy diversas obras:, contiene por lo menos una traducción al gr. de cada uno de los libros canónicos del AT, y a veces, como con Dn. y Esd.-Neh., más de una. Las traducciones fueron drásticamente revisadas posteriormente, algunas más de una vez, y los ms(s). de la LXX ofrecen en la actualidad una variada mezcla de traducciones revisadas y otras no revisadas. Algunos de los libros canónicos, tales como Est. y Dn., han sido ampliados mediante la incorporación de material apócrifo, aunque no todos los ms(s). contienen agregados en la misma medida. Luego, naturalmente, la LXX contiene en la actualidad muchos libros apócrifos, si bien estos últimos no coinciden en número (tiende a tener más), ni tampoco en nombre siempre, con los *apócrifos de las Biblias actuales. Más todavía, los primeros códices de la LXX no concuerdan entre sí en cuanto al número de libros apócrifos que incluyen, y en consecuencia tampoco coinciden las ediciones modernas. Algunas de estas últimas hasta incluyen cánticos e himnos cristianos. Los libros apócrifos, de igual modo, difieren entre sí en que algunos son traducciones de un original heb. (o arm.), mientras que otras fueron compuestos originalmente en griego. La fecha de todo este vanado material también es variada: la traducción del Pentateuco se hizo en Alejandría en la primera mitad del ss. III a.C.; la traducción de Ec. es probablemente obra de Aquila, y de ser así, se hizo en Palestina en el ss. II d.C. Algunos eruditos piensan que Sal. puede haber sido traducido en Palestina y luego llevado a Alejandría. Algunos entienden que partes de Samuel-Reyes fueron originalmente traducidos en Éfeso, y algunos libros apócrifos compuestos en Antioquía. Originalmente este variado material seguramente formaba libros independientes, o prupos de pequeños libros, en rollos separados; no era posible siquiera reunir todo el material en un tomo hasta que una tecnología (y una economía) avanzada hiciera posible que los cristianos del ss. II d.C. en adelante dispusieran de códices de formato grande. La llamada versión de la LXX, por consiguiente, está lejos de ser homogénea; es preciso proporcionar diferentes relatos para sus distintas partes.
- Orígenes
- El Pentateuco
La fuente de información más primitiva acerca del origen del Pentateuco de la LXX es el filósofo judío de Alejandría, Aristóbulo (ca. 170 a.C.), algunos fragmentos de cuyos escritos han resultado ser auténticos, según investigaciones recientes. Aristóbulo afirma que se hizo una traducción de la Ley en el reinado de Tolomeo II Filadelfo (285–247 a.C.), y no tenemos razón alguna para dudar de dicha afirmación. Agrega que Demetrio de Falero hizo los arreglos necesarios. Ya que Filadelfo desterró a Demetrio cuando subió al trono, existe aquí una discrepancia, a menos que Aristóbulo quiera decir que Demetrio había hecho arreglos preliminares antes de ser desterrado.
Otra fuente es Aristeas, autor de la llamada Carta a Filócrates. Dice ser un griego que estuvo presente en la corte de Tolomeo cuando Demetrio sugirió que la ley judaica fuese traducida, y que posteriormente fue enviado a pedirle al sumo sacerdote de Jerusalén una copia fidedigna de ella y 72 expertos judíos para que hicieran la traducción (de donde viene en parte el nombre de Septuaginta, nombre que generaciones posteriores aplicaron a todo el AT gr.). Aristeas, sin embargo, no era griego sino judío, y no escribió en la época de Filadelfo, sino en un período entre ca. del 170 y 100 a.C. A pesar de los detalles extravagantemente ahistóricos de su relato, la información básica de que la Ley fue traducida en el reinado de Tolomeo II concuerda con la de Aristóbulo, y generalmente se la acepta.
Josefo relata lo de Aristeas y por lo tanto no es testigo independiente. Filón (Vit. Mos. 2.5ss) quizá sea independiente de Aristeas; él también atribuye la traducción al reinado de Tolomeo II, pero agrega detalles milagrosos al relato.
De los padres cristianos algunos siguen discretamente el relato de Aristeas, otros siguen a Filón, y agregan elementos milagrosos adicionales. Justino Mártir (ca. 100–165 d.C.) es el primero en ampliar el relato de Aristeas a fin de abarcar todo el AT; Agustín (354–430 d.C.) observa que era costumbre en su época llamar a esta traducción “la Septuaginta”.
En la literatura rabínica persiste la tradición de que la traducción de la Ley se hizo en tiempos de un Tolomeo; pero hay descuerdo en cuanto al número de traducciones: TB Megillah 9a dice que fueron 72, pero Massekhet Soferim 1.7–10 tiene cinco (aunque algunos eruditos consideran que en este caso hay un error de transcripción).
Tanto Aristóbulo como Aristeas afirman que hubo traducciones anteriores a la época de Tolomeo II. Pero la afirmación de Aristóbulo tiene como fin explicar cómo fue que, según él, Platón pudo incorporar material de Moisés en su filosofía; mientras que Aristeas sostiene que, aunque hubo una traducción anterior, la intervención divina impidió que los gentiles pudieran citarla jamás. Este testimonio conflictivo tiene poco valor. Los estudiosos dejan en suspenso en la actualidad la cuestión de si hubo en realidad alguna traducción anterior; pero a diferencia de Paul Kahle, cuyas teorías fueron ampliamente aceptadas en las décadas del 50 y del 60, no encuentran pruebas de la existencia de tales traducciones dentro o fuera de la tradición de los ms(s). de la LXX.
- Los otros libros canónicos
Sobre la base de alusiones hechas por el nieto de Ben Sirá en el prólogo a su traducción del libro de su abuelo, existían traducciones de “la Ley, los Profetas y los demás libros”, e. d. de todo el AT, ya para fines del ss. II a.C., si bien, como se ha indicado arriba, la traducción de Ec. que ahora aparece en la LXX es del ss. II d.C., y la edición revisada y considerablemente ampliada del Ester gr. que ahora poseemos fue llevada a Egipto, como se desprende del colofón, en el año 78–77 a.C.
- Los libros no canónicos
Las fechas de traducción (o de composición) varían grandemente entre el ss. II a.C. y el ss. I d.C.
III. Revisiones
Las traducciones originales (designadas Gr.Ant. = griego antiguo) fueron, muchas de ellas, sometidas en total o en parte a una serie de revisiones. Las revisiones más importantes fueron:
- La llamada recensión kaige. Hecha en Palestina, probablemente, aunque puede haber sido en Alejandría, al promediar las dos eras; tenía como fin lograr que el gr. representase al heb. en forma extremadamente literalista. La amplitud original de la revisión se desconoce, pero subsiste en partes de varios de los libros.
- La recensión de Orígenes. La edición de Orígenes, completada alrededor de 245 d.C., estaba dispuesta en seis columnas paralelas (de allí el nombre de héxapla) y contenía: (1) el texto heb.; (2) el texto heb. transliterado con caracteres gr.; (3) la traducción de Aquila; (4) la traducción de Símaco; (5) la LXX, según la revisión de Orígenes mismo; (6) la traducción de Teodoción, o alguna otra, tal como la Quinta. En algunos casos, por ejemplo en los profetas menores, la traducción de Teodoción aparece en una séptima columna. El propósito principal de la edición, que abarcaba todo el AT, era el de mostrar dónde la versión de la LXX tenía material que no aparecía en el heb., y dónde faltaba material que existía en el heb.
- La recensión de Hesiquio. Poco se sabe de esta recensión; algunos eruditos hasta niegan su existencia, mientras que los que la afirman no pueden identificarla en muchas partes del AT. Su autor, obispo de Egipto, murió en el 311 d.C.
- La recensión luciánica. Hecha por Luciano mártir hacia fines del ss. III d.C. Esta recensión tiene mucha fama porque en algunos libros, particularmente Samuel, ofrece lecturas que parecerían estar basadas en un texto heb. de mejor calidad que el TM. En la actualidad, empero, se piensa que esas lecturas superiores no fueron proporcionadas por Luciano, que en realidad contribuyó poco de importancia, sino que ya estaban presentes en los ms(s). sobre los que basó su recensión. Las lecturas mejores o superiores pueden corresponder en realidad al Gr.Ant., mientras que las variantes en los otros ms(s). podrían ser resultado de revisiones. Lamentablemente la tradición luciánica, si bien ocupa un lugar prominente en algunos libros, parecería estar completamente ausente o ser inidentificable en otros.
Los resultados de estas revisiones mayores, como también de muchas otras revisiones menores, están desparramados en combinaciones diversas en los diversos ms(s). existentes, y en consecuencia se requiere sumo cuidado en el uso de las ediciones populares de la LXX a fin de establecer si el texto impreso en algún punto particular representa al Gr.Ant., que se tradujo en el ss. III-II a.C., o a alguna revisión posterior, emanada de Egipto, Palestina, o Asia Menor en el curso de los tres siglos siguientes.
- Carácter de las traducciones de la lxx
Aquí surgen dos preguntas: (1) ¿Con qué grado de precisión transmite el gr. el significado de su original heb.? (2) ¿En que medida es idiomático el gr.? En ambos aspectos las traducciones y revisiones varían enormemente. En ninguno de los libros traducidos al gr. es el gr. koinē el que se usa exclusivamente. En el mejor de los casos abundan los hebraísmos; en el peor se trata de poco más que un heb. disimulado. Las traducciones literalistas siguen al heb. tan de cerca que el producto le hubiera resultado prácticamente ininteligible al lector griego que no supiese hebreo. Las traducciones mas idiomáticas pueden, como la del Pentateuco, transmitir el significado del heb. bastante acertadamente, o pueden, como en el caso de Proverbios, ser paráfrasis libres, que incluyen material e ideas que jamás figuraron en el heb. en absoluto. Sin embargo, hasta los traductores que normalmente siguen al heb. celosamente en ocasiones se apartan de él deliberadamente. A veces la reverencia obliga al cambio, p. ej. en Ex. 24.10, “vieron al Dios de Israel” ha sido modificado a fin de decir, “vieron el lugar donde estuvo el Dios de Israel”. A veces los traductores, o algún revisor posterior (no siempre es posible decir cuál) coloca en lugar de la traducción directa una interpretación midrasica que claramente va más allá, o incluso contradice, el significado evidente del heb., y frecuentemente tales interpretaciones midrásicas tienen sus paralelos en la literatura rabínica posterior. La extraña interpretación de las dimensiones (ancho y alto) del extremo oriental del atrio del tabernáculo que se da en la versión gr. de Ex. 27.14–16, por ejemplo, también se encuentra en TB ˓Erubin 2b y Zebaḥim 59b, donde surge de la exégesis rabínica y no de algún texto heb. de tipo no masorético. En forma semejante, en los libros históricos la personalidad de David, Salomón, y Acab es “reinterpretada” en la LXX, para hacerla aparecer más ventajosamente, según los principios de exégesis que fueron posteriormente enunciados formalmente en las escuelas talmúdicas. El solo hecho de que el Pentateuco fue traducido en Egipto es suficiente para explicar algunas de sus diferencias con el texto heb. La influencia egipcia se nota marcadamente en Is., y en Lv. los términos técnicos para los diversos sacrificios se tradujeron en forma inexacta e inconsecuente; tal vez en Alejandría, donde no se podía ofrecer dichos sacrificios, la precisión y otros detalles no revestían gran importancia. Además de hacer modificaciones deliberadas, los traductores, cuando llegaban a palabras cuyo significado no conocían, se veían obligados a conjeturar. Desde luego que las conjeturas no siempre habrán sido necesariamente correctas.
- El lugar que ocupan las traducciones
Este es un tema sobre el que se han sostenido puntos de vista sumamente dispares, y esta situación se mantiene. Filón, por ejemplo, sostiene que los traductores de la Ley “se posesionaron, por así decirlo, y bajo inspiración escribieron, no cada escriba algo diferente, sino lo mismo palabra tras palabra, como si un apuntador invisible les estuviera dictando … las palabras gr. empleadas se correspondían literalmente con el caldeo (Vit. Mos. 2.37–38). Esta aseveración exagerada contrasta gráficamente con el realismo del judío palestino anterior, nieto de Ben Sirá. Había llegado a Alejandría poco antes, y habiendo experimentado las dificultades que presentaba la traducción de la obra de su abuelo al gr., dice en el prólogo de su traducción: “Por cuanto lo que se expresó originalmente en heb. no tiene exactamente el mismo sentido cuando se lo traduce a otra lengua. No sólo esta obra, sino incluso la Ley misma, las profecías, y el resto de los libros difieren no poco de su expresión original.”
Aristeas, por su parte, es consciente de que los ms(s). heb. que circulaban en Alejandría no son de la mejor calidad (30), e indudablemente tiene conciencia también de las críticas en el sentido de que la traducción gr. no es exacta invariablemente. Por consiguiente inventa una historia ideada para investir a la traducción gr. de la Ley, que para entonces ya tenía 100, quizá 150 o más años, de autoridad cultural suprema, la del Tolomeo reinante, de suprema autoridad académica, la de Demetrio de Falero (suponiendo erróneamente que se trataba del director de la famosa biblioteca de Alejandría). Al decir, más aun, que la traducción fue hecha por 72 traductores, seis de cada una de las 12 tribus, y que al ser completada fue solemnemente leída ante la comunidad judía reunida en asamblea, juntamente con sus sacerdotes y ancianos, que la recibieron jubilosamente pronunciaron maldiciones contra cualquiera que a alterase posteriormente, Aristeas, como lo ha señalado H. M. Orlinsky, indudablemente está exigiendo la canonicidad de la traducción. Por consiguiente resulta tanto más notable que, a diferencia de Filón, no afirme que los traductores hicieron su trabajo bajo inspiración divina, sino que más bien se valieron de los procedimientos académicos corrientes, “haciendo que todos los detalles armonizaran mediante la comparación mutua del trabajo” (302). La historia de Aristeas difícilmente hubiera convencido a su casi contemporáneo, el nieto de Ben Sirá; pero su interés en afirmar la autoridad de la traducción de la Ley sugiere que se trataba de la traducción oficial usada en las sinagogas de Alejandría en esa época. Sobre la traducción de los otros libros canónicos Aristeas no hace ninguna afirmación, aun cuando para esa época la mayoría, si no todos, ya habían sido traducidos o estaban en vías de serlo. Acerca del origen preciso y el propósito inmediato de estas traducciones no sabemos prácticamente nada. ¿Se trataba de producciones eruditas realizadas en el curso de sus estudios por historiadores y teólogos? ¿O fueron hechas en primer lugar para servir como traducciones para las sinagogas? Es posible que algunas hayan tenido este último propósito, pero otras, como la traducción de Proverbios, seguramente que no. 1 R., incluso al nivel del Gr.Ant., a menudo se lee más como un midrás que como un tárgum griego. Su peculiar calendario de acontecimientos, y su reorganización del contenido del libro a fin de que coincidiese con dicho calendario, bien pudiera haberse originado en las discusiones sostenidas en escuelas tales como la que dirigía el cronógrafo judío de Alejandría, Demetrio (comienzos del ss. II a.C.).
Resulta casi innecesario decir que los libros no canónicos nunca se hubieran considerado como inspirados, ni siquiera por los judíos alejandrinos. 2 Mac., por ejemplo, libro confesadamente no inspirado, compuesto directamente en gr., tenía como fin convencer a los judíos alejandrinos de que debían observar ciertas fiestas, recientemente iniciadas en Palestina en relación con las victorias macabeas, a pesar del hecho de que no tenían autoridad bíblica alguna. Esta iniciativa procedía de los judíos palestinos. 1 Mac., de igual modo, fue traducido al gr. para destacar ante los judíos de habla gr. la devoción de los asmoneos para con el templo y la Ley. Pero admite libremente que en ciertos asuntos no habían podido decidir qué hacer por cuanto la Escritura no daba indicación alguna, y ellos no contaban con profetas inspirados que los dirigiesen.
Ya en el ss. II a.C. los judíos palestinos evidenciaron interés en las traducciones gr. del AT. Eupolemo, amigo de los Macabeos, parece depender, para su historia, de la traducción gr. de Crónicas. En los dos siglos siguientes parecería que tanto Palestina como Alejandría dedicaron muchos esfuerzos a revisar las traducciones gr. con el fin de hacerlas conformar más precisamente con el heb., lo cual muestra incidentalmente dónde consideraban los judíos que residía la autoridad en última instancia. Cuando más tarde los cristianos comenzaron a usar las traducciones en sus controversias con los judíos, estos últimos, que ya estaban insatisfechos con las traducciones, terminaron por abandonarlas y produjeron versiones nuevas propias (véase inf.). En el Talmud se pueden ver dos actitudes para con la LXX, una favorable y una hostil. Probablemente reflejen los puntos de vista del judaísmo, temprano y tardío, respectivamente.
Los escritores del NT frecuentemente citan las traducciones de la LXX, particularmente en citas formales. Pero no se valen de ellas en forma exclusiva; cuando les conviene citan otras versiones. En esos días, además de la llamada traducción de la LXX del libro de Dn., se disponía de otra, más exacta (posteriormente llamada, aunque erróneamente, de Teodoción). Citaban esta última más que la primera. En siglos posteriores, sin embargo, algunos Padres de la iglesia que no sabían leer el heb. ellos mismos comenzaron a considerar las traducciones de la LXX como tan inspiradas como los originales hebreos y, en caso de desacuerdo, como las que se debía preferir. En apoyo de esta posición (y ante la gran consternación de Jerónimo), adornaron los relatos de Aristeas y Filón con maravillas y milagros adicionales, y los ampliaron con el fin de abarcar no sólo la Ley sino también los demás libros canónicos y no canónicos. Jerónimo finalmente eliminó las versiones latinas antiguas de la LXX, e hizo traducciones latinas nuevas de los libros canónicos directamente del hebreo. Son estas últimas traducciones las que figuran hoy en la Vulgata.
- Otras traducciones
- Aquila. La versión de Aquila, producida en el 128 d.C., es extremadamente literalista; tenía como fin expresar en gr. las minucias de la lengua heb. que eran importantes para la exégesis rabínica de la época. Sólo subsisten algunos fragmentos (aunque algunos de ellos son extensos).
- Teodoción. Tradicionalmente asociado con Éfeso, Teodoción, quienquiera que haya sido, parece haber producido en algún momento hacia fines del ss. II d.C. una versión que en realidad no era sino revisión de una versión o revisión más antigua, llamada comúnmente en el día de hoy Ur-Teodoción. Las opiniones difieren, empero, en cuanto a quién puede haber sido este Ur-Teodoción, y en cuanto a la extensión de su obra. Piensan algunos que pertenecía al Asia Menor y que allí tradujo una buena parte del AT que, los judíos alejandrinos no habían logrado completar, pero que finalmente incorporaron a su propia obra. Creen otros que era palestino y nada menos que Jonatán ben Uzziel, autor de la recensión kaige.
- Símaco. Produjo hacia fines del ss. II d.C., o comienzos del III, una versión que se encuentra en el otro extremo de la de Aquila, y es tanto ele ante como idiomática.
Del origen y la naturaleza de otras versiones, conocidas como Quinta, Sexta, y Séptima, poco se sabe; más aun, no se sabe a ciencia cierta si eran versiones independientes o meramente revisiones.
VII. Historia del texto
Las traducciones de la LXX fueron luego traducidas a su vez, por los primeros misioneros cristianos, al latín, al siriaco, al copto, al armenio, al etíope, al gótico, al georgiano, y al árabe. Más aun, fueron copiosamente citadas por los Padres de la iglesia de habla gr., y la(s) latina(s) por los Padres de habla latina. Estas traducciones y citas, juntamente con cientos de ms(s). de la LXX, que van del ss. III a.C. hasta el advenimiento de la imprenta, forman el material sobre la base del cual tenemos que procurar reconstruir la historia del texto. Idealmente el objetivo principal tendría que ser recuperar el texto de las traducciones onginales en la forma en que salieron de la pluma del traductor (o de los traductores), eliminando todos los cambios introducidos por error o por revisión. En muchos libros este objetivo es realizable, dentro de límites razonables. En algunos libros, empero, la historia del texto es extremadamente problemática, y resulta dudoso que jamás se llegue a identificar el original con alguna seguridad, aun cuando la tarea más limitada y necesaria de mostrar cómo era el texto en diversas etapas de su historia quizá sea posible todavía.
VIII. Importancia
Las traducciones de la LXX son valiosas por cuatro razones principales, entre otras: (1) constituyen un testimonio de la influencia del helenismo sobre el judaísmo tanto en la diáspora como en Palestina; (2) configuran una cabeza de puente linguística entre el vocabulario teológico del AT y el del NT; (3) son las traducciones en las que los Padres de la iglesia leyeron el AT en los siglos cuando estaban elaborando sus teorías formales; (4) constituyen parte importante de las pruebas para la reconstrucción de la historia del texto del AT hebreo. No cabe duda de que a veces los traductores tenían ante sí un texto heb. superior al TM; y el NT mismo a veces (p. ej. en He. 11.21) sigue a la LXX antes que al TM. Más todavía, los rollos del mar Muerto nos han mostrado que los desacuerdos entre la LXX y el TM se basan con mayor frecuencia en ms(s). heb. de tipo no masorético que lo que algunos estudiosos pensaron en algún momento. Por otra parte, el hecho de que algún antiguo ms(s). heb. concuerde con la LXX y no con el TM no significa necesariamente que ese ms(s). automáticamente representa al original mejor de lo que lo hace el TM. La cuestión todavía tiene que decidirse por medio de los cánones corrientes de la crítica textual. Más aun, donde la LXX está en desacuerdo con el TM y no existe ningún ms(s). heb. no perteneciente al TM, el uso de la LXX para reconstruir el heb. original resulta sumamente difícil. Es obvio que en libros en los que la traducción de la LXX es de carácter parafrástico, resulta casi imposible estar seguro de lo que decía el hebreo. Pero incluso en libros en los que los traductores han seguido al heb. de cerca, por diversas razones la seguridad en cuanto a determinar qué textos heb. tenían ante sí resulta más difícil, con frecuencia, de lo que podría parecer. Y aun en los casos en que el TM no tiene sentido claro y la LXX ofrece un sentido aparentemente mucho mejor, esto no significa necesariamente que los traductores de la LXX lo obtuvieron del ms(s). heb. que tenían ante sí: como los especialistas modernos, frente a un texto heb. de difícil interpretación, y teniendo que traducirlo de todos modos, es posible que hayan recurrido a las conjeturas. Y finalmente, cuando se intenta volver una palabra o frase gr. al heb. original, ocurre con frecuencia que es posible hacerlo en más de una forma. Esto no quiere decir que no debemos tener en cuenta las pruebas que aporta la LXX; pero sí que tenemos que usarlas con gran precaución. Las áreas problemáticas principales son el texto del Gr.Ant. de Job (más corto que el TM en un sexto), de Jer. (más corto que el TM en un octavo, y con ordenamiento diferente del contenido, con algún apoyo en el ms(s). heb. 4Q Jeb de Qumrán), de los últimos seis cap(s). de Ex., y de partes de Samuel-Reyes. Es preciso que haya mucho más investigación antes de que podamos comprender e interpretar adecuadamente las pruebas que aporta la LXX: y hasta que se haya hecho esa investigación no resulta prudente llenar las traducciones nuevas con conjeturas dudosas basadas en ella.
Bibliografía. S. Jellicoe, The Septuagint and Modern Study, 1968; S. P. Brock et al., A Classified Bibliography of the Septuagint, 1973; Bulletins of the International Organization for Septuagint and Cognate Studies 1-, 1968-; P. Walters, The Text of the Septuagint, 1973; R. A. Kraft (eds.), Proceedings of IOSCS Symposium on Samuel-Kings, 1972; E. Tov, The LXX translation of Jeremiah and Baruch, 1975; J. W. Wevers, Text history of the Greek Genesis, 1974; D. W. Gooding, Relics of ancient exegesis, 1975; id., TynB 26, 1975, pp. 113–132; L. C. Allen, The Greek Chronicles, 1974; J. G. Janzen, Studies in the text of Jeremiah, 1973.
- LA VERSIÓN SIRIACA
Después de la LXX, la traducción más antigua e importante de las Escrituras heb. es la versión siríaca. Esta traducción, usada por la iglesia siriaca, ha sido descrita desde el ss. IX como la Peshitta (sir. pšiṭtâ) o traducción “sencilla”.
- Orígenes
No se ha descubierto ninguna información directa acerca de la paternidad ni la fecha de esta versión, y ya en la época de Teodoro de Mopsuestia (que murió en 428) se desconocían los detalles relativos a su origen.
Las pruebas internas, sin embargo, indican su probable origen. Se han notado afinidades lingüísticas entre el tárgum arm. de Palestina y la traducción siriaca del Pentateuco, mientras que el siriaco (nombre que generalmente se le da al arm. cristiano) es una lengua arm. oriental, y una explicación de este fenómeno dada por P. Kahle arroja luz sobre el posible origen de la versión.
Estos indicios lingüísticos del arm. occidental, en una versión que por lo demás aparece en el dialecto del arm. oriental, revelan alguna relación con un tárgum palestino del Pentateuco. De igual manera, A. Baumstark ha mostrado la concordancia directa entre el texto de la Peshitta en Gn. 29.17 y un texto de la Genizá juntamente con el tárgum palestino, por oposición al tárgum Onkelos y al Seudo-Jonatán (“Neue orientalische Probleme biblischer Textgeschichte”, ZDMG 14, 1935, pp. 89–118). Estos hechos sugieren que el Pentateuco Pes. se originó en una región arm. oriental que tenía alguna relación con Jerusalén.
La casa gobernante de Adiabena se convirtió al judaísmo alrededor del 40 d.C. El judaísmo se extendió entre el pueblo de Adiabena, y necesitaban las Escrituras heb. en una lengua que pudiesen entender, e. d. el siriaco, de modo que es probable que partes del AT siriaco, y al comienzo el Pentateuco, fueran introducidas en el reino a mediados del ss. I. El tárgum palestino compuesto en el dialecto arm. occidental de Judea se usaba ordinariamente en esa época en Palestina, y tenernos que suponer que fue trasladada al dialecto arm. que se hablaba en Adiabena.
No obstante, esta no es una solución completa, como lo ha mostrado Baumstark, al demostrar que el texto original de la versión siriaca se remonta más allá del tárgum palestino. El tárgum palestino contiene explicaciones hapádicas que en general no se encuentran en la Biblia siriaca. Por otra parte, el fragmento más antiguo que se conserva de este tárgum, que contiene parte de Ex. 21 y 22, no posee ninguna explicación hagádica, mientras que la versión siriaca de Ex. 22.4–5 sigue la interpretación judía usual. De aquí es que se suponga que este fragmento representa un tipo más antiguo del tárgum que el que pudo enviarse a Adiabena.
Los ms(s). del Pentateuco Pes. indican la existencia temprana de dos recensiones, una de ellas una traducción más literal del heb. y la otra una versión, como se ha descrito más arriba, íntimamente ligada al tárgum palestino. Muchos entendidos piensan que la traducción literal es la primera, por cuanto los Padres de la iglesia siriaca evidencian mayor familiaridad con un texto que seguía al heb. más fielmente que lo que lo hacia el texto que se usaba comúnmente en el ss. VI, p. ej. W. E. Barnes, JTS 15, 1914, pp. 38. No obstante, en contraste con este punto de vista está el hecho de que Afraates y Efrem no siempre citaban la traducción “literal”.
Parecería que la traducción literal hecha por eruditos judíos para la comunidad judaica fue llevada a la iglesia siriaca, mejorada en el estilo, y que este texto fue aceptado como la norma alrededor del ss. V d.C. Esta iglesia siriaca había echado raíces en el distrito de Arbela, la capital de Adiabena, antes de la finalización del ss. I, y en el transcurso del ss. II Edesa, al E del Éufrates superior, era el centro del cristianismo mesopotámico.
Cuando al comienzo del ss. IV la fe cristiana fue declarada religión oficial del imperio romano se produjeron códices de la LXX, y B. J. Roberts escribe (The Old testament Text and Versions, 1951, pp. 222), que “es razonable suponer que un hecho similar ocurrió en el caso de la versión Peshitta. Así, se sostiene que se hizo un intento de revisar la versión siriaca con el fin de lograr una mayor armonización con la LXX. Esto se llevó a cabo poco después de que fuera revisada la versión Pes. del NT, pero resulta obvio que la recensión no se llevó a cabo de la misma manera para todos los libros sagrados. Así, el salterio y los libros proféticos, como consecuencia de su importancia relativamente mayor para el NT, fueron cotejados más cuidadosamente con la versión griega. Job y Proverbios, por otra parte, casi no fueron tocados, y lo mismo puede decirse, aunque en grado menor, de Génesis”.
Un punto de vista alternativo acerca del origen es el que propone R. H. Pfeiffer (OIT, 1941, pp. 120), citando a F. Buhl (Kanon und Text des Alten Testaments, 1890, pp. 187), en el sentido de que la “Peshitta debía su origen a esfuerzos cristianos: en parte se utilizaron traducciones judaicas individuales más antiguas, y en parte el resto fue encomendado a judíos cristianos para su traducción”. Este punto de vista es aceptable, ya que los cristianos siriacos incluían un elemento judío considerable y originalmente procedían, posiblemente, de una congregación judía.
Con relación a la influencia de la LXX sobre la Peshitta, la conclusión de W. E. Barnes también puede citarse (JTS 2, 1901, pp. 197): “La influencia de la Septuaginta es mayormente esporádica, e influye en la traducción de una palabra aquí y otra allí. Los traductores siriacos tienen que haber sabido que su conocimiento del heb. era muy superior al conocimiento que poseía la Septuaginta, y sin embargo la presencia de los modos gr. de expresión se nota vez tras vez. Los copistas siriacos, por el contrario, desconocían el heb. y estaban dispuestos a introducir lecturas que encontraban en alguna versión gr. o que les fueran recomendadas por algún Padre griego. De modo que la Peshitta en su texto posterior tiene más de la Septuaginta que en su texto primitivo. Es únicamente en el salterio (así me parece a mí en el estado actual de mi trabajo) donde se encuentra alguna medida general de influencia griega que aporta una característica nueva. Esa característica es el temor a los antropomorfismos de los que los traductores siriacos del Pentateuco estaban libres.”
- Lengua y traducción
Un examen del carácter de la traducción siriaca en los diversos libros del AT muestra que no hay uniformidad en la versión entre los diversos libros, y esto habla de una variedad de autores. De la Peshitta de Samuel S. R. Driver ha escrito (Notes on the Hebrew Text and the Topography of the Books of Samuel², 1913, pp. LXX i): El texto heb. que presupone la Peshitta se aparta menos del texto masorético que el que sirvió para la LXX, aunque no se le asemeja tanto como el que sirvió de base para los tárgumes. Viene al caso observar que con frecuencia aparecen pasajes en los que la Peshitta concuerda con el texto de Luciano, donde ambos se apartan del TM En la traducción de los libros de Samuel el elemento judaico a que se alude arriba no es tan marcado como en el del Pentateuco; pero está presente, no obstante, y puede rastrearse en ciertas expresiones características, que difícilmente aparecerían de no mediar influencia judaica …”
Para la naturaleza de la traducción en otros libros podernos citar a B. J. Roberts (The Old Testament Text and Versions, 1951, pp. 221s): “El libro de Salmos, por ejemplo, es una traducción libre que muestra considerable influencia de la Septuaginta; Proverbios y Ezequiel se asemejan mucho a los tárgumes. Isaías y los profetas menores, en general, también han sido traducidos bastante libremente. El libro de Job, aunque es una traducción servil, es ininteligible en partes, debido en parte a la corrupción textual y en parte a la influencia de otras traducciones. Cantar de los Cantares es una traducción literal, Rut una paráfrasis. Crónicas, más que cualquier otro libro, es parafrástico, y contiene elementos midrásicos, además de exhibir muchos de los rasgos de un tárgum. Este libro no pertenecía originalmente al canon siriaco, y se conjetura que la versión siriaca fue compuesta por judios de Edesa en el ss. III d.C. Tendencias cristianas, que a lo mejor emanan de una reedición cristiana más temprana, pueden observarse en la traducción de muchos pasajes, destacándose entre ellos Gn. 47.31; Is. 9.5; 53.8; 57.15; Jer. 31.31; Os. 13.14; Zac. 12.10. Muchos Salmos evidentemente derivan sus sobrescritos de orígenes cristianos, aunque en algunos casos también incorporan tradiciones judías. Hasta qué punto, sin embargo, estos pueden deberse a actividad editorial posterior es algo que no puede establecerse.”
III. Historia posterior del texto de la Peshitta
Un cisma en la iglesia siriaca al final del primer cuarto del ss. V arrojó como resultado que Nestorio y sus seguidores se retirasen hacia oriente. Nestorio fue expulsado del obispado de Constantinopla en 431, y al retirarse se llevó consigo la Biblia Peshitta. Después de la destrucción de su escuela en Edesa en el 489, los nestorianos huyeron a Persia y establecieron una nueva escuela en Nisibis. Las dos ramas de la iglesia conservaron sus propios textos bíblicos, y a partir de la época de Bar-Hebreo en el ss. XIII otros han adquirido matices distintivamente orientales y occidentales. Los textos orientales, nestorianos, han sufrido menos revisiones basadas en versiones heb. y gr., debido a la ubicación más aislada de dicha iglesia.
- Otras traducciones
Se hicieron otras traducciones siriacas en fecha temprana, pero no existen pruebas basadas en ms(s). completos. Hay fragmentos de una traducción siriaca palestina cristiana (de Jerusalén), una versión del AT y el NT que data de los ss. IV al VI. Esta traducción se hizo de la LXX y estaba destinada al culto religioso de la iglesia melquita (palestino-siriaca). Está escrita en caracteres siriacos, y el idioma es el arm. palestino.
Filóxeno de Mabbug comisionó la traducción de toda la Biblia a partir del gr. (ca. 508 d.C.); de ella sólo quedan unos cuantos fragmentos, que ofrecen porciones del NT y el salterio. Afirma Baumstark que los fragmentos que quedan se limitan a porciones basadas en una recensión luciánica del texto de Isaías. Pertenecen a la primera parte del ss. VI d.C.
Otra versión siriaca del AT fue hecha por Pablo, obispo de Tela, en Mesopotamia, en 617 y 618. Se basa en el texto gr. y también retiene los signos hexapláticos en notas marginales. Las lecturas son de Aquila, Símaco, y Teodoción. Como esta es en realidad una versión siriaca de la columna correspondiente a la LXX de la Héxapla de Orígenes, se la conoce como texto sirohexaplático, y constituye un testimonio valioso del texto hexaplático de la LXX.
- Manuscritos y ediciones de la Peshitta
El ms(s). bíblico fechado más antiguo que se conoce hasta ahora, el ms(s). Add. 11425 del Museo Británico, fechado 464 d.C., contiene el Pentateuco, excepto el libro de Lv. (ms. “D”). Otros ms(s). existentes de Is. y Sal. datan del ss. VI. El importante códice siriaco ambrosiano occidental que se encuentra en Milán, perteneciente al ss. VI o VII ha sido publicado fotolitográficamente por A. M. Ceriani (Traslatio Syra Pescitto Veteris Testamenti, 1867). Está formado por todo el AT y está muy cerca del TM.
Los escritos de los Padres de la iglesia siriaca, p. ej. Efrem Siro (que murió en 373 d.C.) y Afraat (cartas fechadas 337–345), contienen citas del AT que ofrecen lecturas textuales de fecha temprana. Los comentarios de Filóxeno, obispo de Mabbug, 485–519, ofrecen lecturas jacobitas. La autoridad más valiosa para el texto es el ˒Auṣar Raze de Bar-Hebreo, compuesto en 1278.
La edición príncipe de la Peshitta fue preparada por un maronita, Gabriel Sionita, para inclusión en la edición políglota de París de 1645. Utilizó como fuente principal el ms(s). denominado Codex Syriaque b de la Bibliotheque Nationale de París. Se trata de un ms(s). irregular del ss. XVII.
El texto de la Peshitta en la edición políglota de Brian Walton de 1657 es la de la edición políglota de París; el Vetus Testamentum Syriace, 1823, de S. Lee, es esencialmente una reimpresión de los textos de las ediciones políglotas de París y Walton, aun cuando Lee tuvo acceso al códice B (la Biblia de Buchanan, ss. XII) y tres ms(s)., p, u, y e, ms(s). siriacos occidentales del ss. XVII.
La edición de Urmia se publicó en 1852, y en muchos lugares se vale de lecturas proporcionadas por ms(s). nestorianos. En 1887–91 los monjes dominicos de Mosul publicaron tanto el AT como el NT, basándose también en una tradición siriaca oriental.
Una edición crítica de la versión siriaca está en preparación por la Comisión Peshitta de la Organización Internacional para el Estudio del AT.
- ARAMEO
- Texto arameo del Antiguo Testamento
Véase * Lengua del AT, II.
- El arameo en el Nuevo Testamento
A partir de la época del exilio el arm. se extendió como lengua vernácula de Palestina, y se hablaba en forma corriente en el país en la época del NT, probablemente más que el gr., que fue introducido en la época de las conquistas de Alejandro Magno.
Los evangelios registran palabras de Cristo en arm. en tres ocasiones: Mr. 5.41: *Talita cumi; Mr. 7.34: efata, que es forma dialectal de ˒iṯpattaḥ; y su clamor desde la cruz, Mr. 15.34: *Elí, Elí, ¿lama sabactani? (cf. Mt. 27.46). Cuando Jesús oró en el jardín de Getsemaní se dirigió a Dios el Padre diciendo *˒abbā, arrn. para “padre”.
En Ro. 8.15 y Gá. 4.6 Pablo también usa esta forma íntima “Abba, Padre”, como indicación de que Dios ha mandado el Espíritu de su Hijo a los corazones de los creyentes en Cristo que oran diciendo, “Abba, Padre”. Pablo registra otro arameísmo corriente en las iglesias primitivas, *Maranata (maranā ṯā˒), “¡Señor nuestro, ven!” en 1 Co. 16.22. Otras palabras arm. que aparecen en el NT son *Aceldama (“campo de sangre”, Hch. 1.19), y varios nombres de lugares y de personas.
Hch. 26.14 menciona que Pablo oyó al Cristo resucitado hablándole “en lengua hebrea”, lo que indudablemente debemos entender como arameo (véase F. F. Bruce, The Book of the Acts, 1954, pp. 491, n. 18), como tamb. en Hch. 22.2. Véase tamb. * Lengua del NT.
- OTRAS VERSIONES
De las otras traducciones del AT la copta está basada en la LXX. Probablemente fue preparada en el ss. III d.C. Hay dos versiones: una en bohaírico, dialecto del bajo Egipto; la otra, más antigua, en sahídico, el dialecto de Tebas.
La traduccióm etíope, aparentemente basada en la LXX, es demasiado tardía como para resultar de algún valor real.
La mejor traducción árabe que se conoce es la de Saadia ha-Gaon (892–942). Sería sorprendente que esta fuese la primera traducción a una lengua tan importante como el árabe. Una referencia midrásica a una traducción árabe de la Torá puede haber sido ocasionada por una traducción existente. Las traducciones arabes que conocemos son todas demasiado tardías como para proporcionar material para la crítica textual del AT.
Bibliografía. F. F. Bruce, The Books and the Parchments ³, 1963, pp. 54ss, 191ss y bibliografía pp. 268s; P. Kahle, The Cairo Geniza, 1947, pp. 129ss, 179–197; R. H. Pfeiffer, IOT, 1941, pp. 120s; B. J. Roberts, The Old Testament Text and Versions, 1951, pp. 214–228 y bibliografía pp. 309s; T. H. Robinson, “The Syriac Bible”, en Ancient and English Versions of the Bible eds. H. Wheeler Robinson), 1940; E. R. Rowlands, “The Targum and the Peshitta Version of the Book of Isaiah, VT 9, 1959, pp. 178ss; H. H. Rowley (eds.), OTMS, pp. 257s; K. Würthwein, The Text of the Old Testament, 1957, pp. 59ss y bibliografía pp. 172; M. Black, An Aramaic Approach to the Gospels and Acts³, 1967; G. H. Dalman, The Words of Jesus, 1902; id., Jesus-Jeshua, 1929; C. Torrey, Documents of the Primitive Church, 1941; G. M. Lamsa (tr.), The Holy Bible from Ancient Eastern Manuscripts, 1957.
- EL NUEVO TESTAMENTO
El NT nos ha llegado a través de muchas vicisitudes, al igual que toda la literatura de la antigüedad. Los errores del escribiente y las correcciones del redactor han dejado su marca en todas las fuentes en las que basamos nuestro conocimiento de su texto (o fraseología). Antes de que podamos determinar el texto original, tenemos que aplicar a la prolífica masa de material una serie de disciplinas, a saber (1) La codicología: el estudio de documentos antiguos y su interrelación, íntimamente ligada a la paleografía, la ciencia de la escritura antigua. En algunos casos pueden establecerse las stemmata (genealogías); se pueden determinar las etapas de transmisión (con o sin precisión “estemática”) y, en condiciones ideales, un texto arquetípico. (2) La crítica racional: el método de la elección informada entre las variantes de los documentos o sus arquetipos, en los casos en que estos difieren irremediablemente y no pueden explicarse aduciendo un simple error. (3) La enmienda conjetural puede invocarse donde subsisten dificultades insuperables. En el texto del NT queda mucho por hacer todavía en el estudio de documentos individuales y su interrelación, aun cuando se ha trabajado mucho en esto; las últimas décadas han dado mayor importancia a la crítica racional como método para acercarse al texto original. Las fuentes de información son muchas, muy pocos entendidos hacen uso del recurso de a enmienda conjetural.
Las fuentes gr. son muy numerosas. La lista clásica de ms(s). del NT iniciada por C. R. Gregory (Die griechischen Hss. des NTs, 1908, reimpreso en 1973), ha sido superada por K. Aland, Korzgefasste Liste der griechischen Hss. des N.T., 1963; Materialien z. nt. Handschriftkunde, 1, 1969, pp. 1–53; Bericht der Stiftung z. Foerderung der nt. Textforschung, 1972–74; id., 1975–76. En esta aparecen ahora 88 papiros, 274 ms(s). unciales, 2.795 ms(s). minúsculos, y 2.209 ms(s). de leccionarios. He aquí verdaderamente un exceso de material a disposición de los eruditos. Más todavía, además de las fuentes en el gr. original, es posible echar mano a las traducciones antiguas (generalmente llamadas “versiones”) en los idiomas de la antigüedad cristiana, y a las menciones de las Escrituras hechas por escritores cristianos. Ambas fuentes proporcionan elementos de gran importancia para la determinación del texto y su historia.
- Manuscritos
Nuestra fuente principal lo constituyen los ms(s). gr. que se encuentran en una cantidad de materiales diferentes. El primero de ellos es el papiro; este es un material durable hecho de juncos. Se usó en todo el mundo antiguo, pero ha sido conservado principalmente en las arenas de Egipto. Entre los más importantes de los 88 papiros del NT enumerados (indicados en la lista de Gregory-von Dobschütz-Aland con una “p” en estilo gótico, seguida de un numeral) se encuentran los siguientes.
(i) De los evangelios. El P45 (papiro de los evangelios de Chester Beatty, Dublín), ca. 250 d.C., contiene partes extensas de Lc. y Mr., algo menos de Mt. y Jn; el P52 (John Rylands University Library, Manchester), ca. 100–150 d.C., es el fragmento neotestamentario más antiguo que poseemos; el P66 (papiro II de Bodmer, Ginebra), ca. 200 d.C., contiene el Evangelio de Juan, con algunas lagunas en los cap(s). 14–21; el P75 (papiro XIV-XV de Bodmer), ss. II, contiene Lc. 3-l4; Jn. 1–15.
(ii) De los Hechos de los Apóstoles. P38 (pap. 1571 de Michigan, Ann Arbor), fechado por algunos en el ss. III, por otros en el IV, contiene Hch. 18.27–19.6; 19.12–16; el P45 (Chester Beatty, como en el párrafo anterior) contiene partes de Hch. 5.30–17.17; el P48 (Florencia), del ss. III, una sola hoja que contiene Hch. 23.11–29.
(iii) De las epístolas paulinas. El P46 (papiro de las epístolas de Chester Beatty, Dublín), ca. 250 d.C., contiene partes considerables de Ro., He., 1 y 2 Co., Gá., Ef., Fil., Col., 1 Ts., en este orden.
(iv) De las epístolas católicas. El P72 (papiro VII-VIII de Bodmer), ss. III o IV, contiene Jud., 1 P., 2 P. (mezclados con escritos apócrifos y hagiográficos, y Sal. 33, 34).
(v) Del Apocalipsis. El P47 (papiro del Apocalipsis de Chester Beatty, Dublín) contiene Ap. 9.10–17.2.
Todos estos papiros contribuyen en forma significativa al conocimiento del texto. Corresponde destacar particularmente, sin embargo, que es la edad de dichos ms(s)., no su material o su lugar de origen, lo que les acuerda esa significatividad. Un papiro tardío no tiene, necesariamente, mayor importancia.
El segundo material empleado en la confección de ms(s). griegos es el pergamino. Se trata de piel de ovejas y cabras secada y pulida con piedra pómez; se convertía en material para escribir durable y resistente a todos los climas. Se usó desde la antigüedad hasta fines de la Edad Media, cuando comenzó a remplazarlo el papel. La forma del libro manuscrito era generalmente el rollo, pero pocos escritos cristianos han subsistido en esta forma. El libro cristiano era generalmente el códice, es decir el tipo de encuadernación y de compaginación que nos es familiar. (* Escritura, IV.) Muchos códices en pergamino existen en la actualidad (los papiros también tienen esta forma) y algunos son obras de gran belleza. Algunos constituían ediciones de lujo coloreados con púrpura y escritos con tinta de oro o plata. En algunos períodos, empero, el pergamino se volvió escaso y se solía borrar los ms(s). viejos para volver a usarlos. Los ms(s). sometidos a este procedimiento se llaman palimpsestos; con frecuencia es el escrito borrado el que tiene importancia para la investigación moderna, en cuyo caso el uso de agentes químicos, la fotografía, y otros métodos técnicos modernos permiten frecuentemente su recuperación a fin de que puedan luego ser descifrados.
Los ms(s). del NT en pergamino (juntamente con los relativamente escasos ms(s). en papel de los ss. XVy XVI) se clasifican mediante una triple división. La primera separación principal es entre ms(s). que contienen textos continuos y los que están arreglados según las lecciones para los servicios diarios y las fiestas eclesiásticas. Estos últimos se denominan leccionarios o evangelistaria; se indican en la lista de Gregory-von Dobschütz-Aland con la letra “l” seguida de un numeral (“1” indica un leccionario de los evangelios; “1ª” indica un leccionario de las epistolas; “1 + ª”, un leccionario que contiene tanto evangelios como epístolas). Este grupo de ms(s). se estudiaba poco anteriormente en forma sistemática; la serie Studies in the Lectionary Text of the Greek New Testament (1933–1966), y R. E. Cocroft (Studies and Documents 32, 1968), han servido para recuperar el equilibrio. El primer grupo se subdivide en dos, que se distinguen por el tipo de escritura empleado en su ejecución, y son básicamente consecutivos en cuanto a época. El grupo relativamente más antiguo es el de los unciales, e. d. ms(s). escritos en letras mayúsculas; el grupo relativamente más nuevo es el de los minúsculos o cursivos, e.d. ms(s). escritos en la forma estilizada de letra menor o baja perfeccionada por los escribientes del ss. X aproximadamente, y tal vez popularizada por el monasterio Stoudios.
Como en el caso de los papiros, corresponde notar que un ms(s). uncial no es ipso facto mejor representante del texto del NT que un minúsculo. Algunos de los unciales más antiguos ocupan justamente un lugar relativamente insignificante en comparación. De igual manera, los minúsculos, aunque posteriores en cuanto a fecha, pueden ser copias fieles de un ms(s). primitivo; en este caso tienen tanta importancia como los unciales.
Los unciales se indican en la lista de Gregory-von Dobschütz-Aland con letras mayúsculas de los alfabetos lat. y gr. o con numerales precedidos por un cero. Importantes entre los unciales son los siguientes: (1) El Códice Sinaiticus (o01), ms(s). del AT y el NT perteneciente al ss. IV; además de su texto intrínsecamente importante, contiene una serie de correcciones hechas en el ss. VI, que probablemente haya que relacionar con el trabajo crítico de Pánfilo de Cesarea. (2) El Códice Vaticanus (B o 03), ms(s). de contenido similar, pero al que le falta la última parte del NT desde He. 9.14 hasta el final de Apocalipsis. Ambos ms(s). probablemente sean de origen egipcio. (3) El Códice Alexandrinus (A o 02), ms(s). del ss. V que contiene el AT y el NT, probablemente de origen constantinopolitano. (4) El Códice Efraemi Rescriptus (C o 04), palimpsesto del AT y el NT perteneciente al ss. V, que fue usado de nuevo en el ss. XIII para las obras de Efraem el sirio en traducción gr. (5) El Códice Bezae (cantabrigiense) (D o 05), del ss. IV o V y de origen incierto: las sugestiones van desde la Galia hasta Jerusalén; presenta un texto gr. en la página de la izquierda, un texto lat. a la derecha, y contiene un texto incompleto de los evangelios y Hechos, con unos cuantos vv. de 1 Jn. (6) El Códice Washingtonianus (Códice Freer) (W o 032), probablemente del ss. IV, que contiene los evangelios, en los que el tipo de texto varía considerablemente de lugar a lugar. (7) El Códice Koridethianus (o 038), que resulta imposible fechar, ya que aparentemente fue escrito por un escribiente no acostumbrado al gr., probablemente de origen georgiano; al parecer el ms(s). copiado por él es un uncial tardío del ss. X. (8) El Códice Laudianus (Eª o 08), ms(s). grecolatino de Hechos, perteneciente al ss. VI o VII. (9, 10, 11) Los códices Claromontanus, Boernerianus, Augiensis (Dpaul o 06; Gpaul o 012; 8 Fpaul o 010), grupo de ms(s). grecolatinos, el primero del ss. VI, los otros dos del ss. IX, que contienen las epístolas paulinas. (12) El Códice Euthalianus (Hpaul o 015), ms(s). del ss. VI, muy fragmentado y disperso, que contiene las epístolas paulinas, relacionado, según un colofón (e. d. nota agregada), con un ms(s). en la biblioteca de Pánfilo de Cesarea.
Estos ms(s). ofrecen los diversos tipos de texto que existían en el ss. IV; es en torno a estos que se ha centrado el debate en los últimos 100 años, y sobre estos ms(s). se han basado los textos críticos. Como investigación exploratoria esto es justificable, pero, como lo han demostrado descubrimientos más recientes, la complejidad de los datos es mayor que lo que daría a entender este procedimiento.
Las investigaciones de Lake, Ferrar, Bousset, Rendel Harris, von Soden, Valentine-Richards y muchos otros han dejado perfectamente claro que una buena proporción de los minúsculos de todas las fechas disponibles contienen en mayor o menor medida importantes textos antiguos o rastros de dichos textos; por lo tanto, dar aunque fuese una indicación aproximada de todos los minúsculos importantes resulta virtualmente imposible. Las siguientes consideraciones dan alguna idea de la significación de estos materiales. Dos ms(s). numerados 33 y 579 en la lista de Gregory están muy ligados al texto de B; el 579 ha sido descrito, incluso, en términos que indican que presenta un texto más antiguo que B mismo. El texto de , desconocido por lo demás en los unciales salvo en parte de W, también se encuentra en 565, 700 y algunos otros; como un texto de esta naturaleza le era conocido a Orígenes, estos revisten gran importancia. En las familias de los minúsculos conocidas como familia 1 y familia 13, como también en los ms(s). 21, 22, y 28, se encuentran textos íntimamente relacionados. En Hechos algunas de las particularidades de D y E son confirmadas por diversos minúsculos, entre los cuales ocupan lugar prominente 383, 614, y 2147. En las epístolas paulinas las evidencias de los minúsculos no han sido analizadas tan minuciosamente todavía, salvo en el trabajo poco satisfactorio de von Soden. Sin embargo, 1739 ha sido motivo de mucho estudio, y con sus congéneres 6, 424, 1908, y los unciales tardíos equivocadamente ubicados juntos con la identificación Mpaul, sirve para confirmar un texto de igual antigüedad y significatividad, comparable al de P46 y B. En Ap., el 2344es aliado de A y C, que son los mejores testigos del texto original de dicho libro.
- Versiones
Para mediados del ss. III por lo menos partes del NT ya se habían traducido del original gr. a tres de las lenguas del mundo antiguo: el lat., el siriaco, y el copto. A partir de esa época estas versiones fueron revisadas y ampliadas, y ellas a su vez se convirtieron en fuentes para otras traducciones. Especialmente en Oriente, la traducción de la Biblia se convirtió en parte integral de la tarea misionera, tanto de los cristianos de habla gr. como de los de habla siriaca. A medida que se fueron formando iglesias y que floreció la teología, se fueron revisando las versiones, tomando como modelo el texto gr. que en ese momento prevalecía. Por ello, tanto en razón de la antigüedad de los mismos como por sus contactos con el gr. en diversos momentos históricos, esas versiones antiguas conservan mucho material de importancia para la crítica textual.
Con este bosquejo resultará claro que cada versión tiene su historia. Hace falta, por lo tanto, la crítica textual interna de cualquier versión antes de que se la pueda utilizar para la determinación del texto gr.; y en ningún caso, prácticamente, podemos hablar de “tal o cual versión” sino que tenemos que hablar de tales o cuales ms(s)., o de una forma o etapa determinada de la versión en cuestión. Esto, que ya se ha observado con respecto a las versiones latinas y siriacas, tendría que convertirse en regla general.
Al rastrear la historia interna de una versión tenemos la ventaja del fenómeno de la “interpretación” a nuestro favor, lo cual no surge al tratarse del texto gr. En el gr. los tipos de texto sólo pueden diferenciarse por las variantes en las lecturas; en cualquier versión hasta la misma lectura puede aparecer traducida de forma diferente en determinados ms(s). Cuando así ocurre, es posible descubrir diferentes etapas en la evolución de la versión.
Se tropieza con dificultades, empero, en el uso de cualquier versión para la crítica del texto griego. Estas surgen debido al hecho de que ninguna lengua puede reproducir ninguna otra con absoluta exactitud. Esto es así incluso en el caso de lenguas relacionadas con el gr., tales como el lat. o el armenio; pero resulta mucho más palpable cuando se trata de lenguas de otra composición lingüística, tales como el copto o el georgiano. Partículas que son esenciales en una no tienen equivalente alguno o ningún equivalente necesario en la otra; los verbos pueden no tener conjugaciones equivalentes; los matices y los giros se pierden. Algunas veces un traductor pedante maltrata su propia lengua con el fin de ofrecer una versión literal del gr.; en estos casos podemos contar con un informe casi verbal del modelo gr. Pero en las versiones más antiguas la pedantería no ocupa ningún lugar y nos damos con las dificultades de los giros vivos, y en algunos casos las paráfrasis. No obstante, las indicaciones que ofrecen las versiones tienen que ser tenidas en cuenta cuando se quiere llegar al texto original.
Sostienen algunos que un factor importante en muchas versiones es el Diatesarón, armonía de los cuatro evangelios y alguna fuente apócrifa hecha ca. 180 d.C. por Taciano, cristiano asirio convertido en Roma y discípulo de Justino Mártir (* Canon del NT). Lamentablemente para la investigación no se disponía de ningún documento inequívoco del mismo, hasta hace poco, en siriaco, su probable lengua original. Los testimonios más importantes son un comentario sobre el mismo por Efraem el sirio preservado en arm. (una porción considerable del original sirio de este comentario salió a la luz en 1957); una traducción al árabe, que existe en varios ms(s)., pero aparentemente muy influida antes de su traducción por el texto de la Pes. siriaca; el códice latino Fuldensis, influido en forma semejante por la Vg. lat.; y un fragmento en gr. encontrado en Dura-Europos. Su difusión e influencia puede verse por la existencia de armonías en el alto alemán antiguo y medio, en el holandés medieval, en el inglés medio, en los dialectos toscano y veneciano del italiano medieval, en el persa, y en el turco. Resulta claro que como base del estrato más antiguo de las versiones siriacas, armenias y georgianas hay un Diatesarón, pero la suposición de que tuvo influencia sobre el lat. adolece de fallas. Estos asuntos todavía constituyen áreas de investigación y debate.
Las tres versiones básicas hechas directamente del gr. son la lat., la sir. y la copta. De ninguna de ellas se conoce la etapa más antigua con precisión. Tertuliano generalmente traducía directamente del gr., con gran diversidad de interpretaciones, en las que se hace evidente su contacto con una edición temprana de la traducción en lat. antiguo. Las pruebas documentales que tenemos de la etapa anterior a la Vulgata en cuanto al latín consisten en unos 30 ms(s). fragmentarios. Estos muestran una riqueza algo desconcertante en lo que se refiere a variantes que bien merecen el bon mot de Jerónimo, “tot sunt paene (exemplaria) quot codices”. Los entendidos generalmente distinguen dos o tres tipos principales de textos (a saber, “africanos”, “europeos”, y a veces “italianos”) en las diversas partes del NT antes de Jerónimo; el Instituto Vetus Latina de Beuron presenta en su edición un análisis más preciso con siglas alfabéticas para los tipos de texto y los subtipos.
Pero en los evangelios por lo menos hay más interconexiones entre tipos que lo que generalmente se cree; y aun en el lat. “africano. de los ms(s). k y e quizá se pueda discernir más de una etapa de traducción y revisión. Jerónimo encaró una revisión de la Biblia lat. (conocida normalmente como la Vg.) a pedido del papa Dámaso alrededor del 382 d.C. No se sabe con seguridad la amplitud que tuvo esta revisión. Los últimos libros del NT probablemente hayan sido revisados muy poco. Con el andar del tiempo esta revisión se corrompió a su vez, y en su historia figuran una cantidad de intentos de purificarla, principalmente a carpo de Casiodoro, Alcuino, y Teodolfo.
La iglesia siriaca, después de emplear un evangelio apócrifo, tuvo por primera vez los evangelios canónicos en la forma del Diatesarón, que estuvo en boga mucho tiempo, aunque fue remplazado gradualmente por los evangelios separados en la forma que nos es conocida en los ms(s). siriaco y curetoniano, y en menciones. Retuvo mucho del lenguaje de Taciano en forma de evangelio cuádruple. No tenemos ms(s). de una versión paralela de Hechos y las epístolas, pero las menciones hechas por Efraem indican que existían. Hacia fines del ss. IV se hizo una revisión de un documento base en siriaco antiguo tomando como modelo un gr. semejante al del códice B del gr.; se trataba de la Pes., que con el correr del tiempo se convirtió en la “versión autorizada” para todas las iglesias siriacas. Su autor es desconocido; más de una mano ha intervenido en ella. La versión comprende en el NT los libros canónicos aparte de 2 P., 2 y 3 Jn., Jud., y Apocalipsis. Revisiones eruditas posteriores (por Policarpo, y por orden de Mar Xenaia [Filóxeno] de Mabbug [508 d.C.] y por Tomás de Harkel [616 d.C.] rectificaron la omisión. Pocos ms(s). existen de ambos, y la existencia de una versión de Harkel separada (a diferencia del agregado de un aparato marginal erudito a la de Filóxeno) sigue siendo tema de discusión. La versión en el dialecto siriaco palestino claramente identificable no está relacionada, según se considera generalmente, con esta corriente de traducción, pero por lo demás sus orígenes son oscuros hasta este momento. Buena parte del NT existe en forma de leccionario.
Existen partes de la Biblia en varios dialectos coptos: todo el NT en bohaírico, el dialecto del bajo Egipto y el Delta; casi todo en sahídico, el dialecto del alto Egipto; fragmentos considerables en fayyúmico y acmímico; el Evangelio de Juan en subacmímico. Trazar en detalle la historia de las versiones en estos dialectos, y en las diversas partes del NT, es algo que todavía no se ha hecho; las fechas de las versiones y las relaciones entre ellas, si las hubiera, no se han determinado, a pesar de los abundantes materiales disponibles. El sahídico se fecha generalmente en el ss. III o IV, mientras que para el bohaírico se han propuesto fechas tan diversas como el ss. III y el VII. En lo general estas versiones concuerdan con los textos de tipo gr. encontrados en Egipto; la influencia del Diatesarón que se advierte en los textos lat. y sir. apenas si está presente aquí, y se puede llegar a la conclusión de que, cualesquiera sean las relaciones internas de las versiones en los diversos dialectos, la copta tiene en general una relación directa con el texto gr.
La mayoría de las otras versiones dependen de estas. Del lat. salen versiones medievales en una cantidad de lenguas europeas occidentales; si bien reflejan principalmente la influencia de la Vg., pueden encontrarse rastros de influencia del lat. antiguo. Así, las versiones provensales y bohemias conservan un texto importante de Hechos. Las versiones siriacas sirvieron de base para una cantidad de otras, siendo las más importantes la armenia (de la que a su vez se tradujo la georgiana) y la etíope. Estas tienen historias internas complejas, con sus formas definitivas conformadas al gr., aunque no tanto las primeras etapas. Las versiones persas y sogdianas se derivan de la siriaca, mientras que muchas versiones árabes y la nubia, conservada fragmentariamente, reconocen parentesco siriaco y copto. La gótica y la eslovena son traducciones directas del gr. en los ss. IV y X respectivamente.
III. Menciones patrísticas
Para fechar diferentes tipos de textos y para determinar su ubicación geográfica dependemos de la información aportada por las citas de las Escrituras en los escritos cristianos primitivos. En este campo se ha hecho bastante trabajo de importancia, siendo los resultados más significativos los relacionados con Orígenes, Crisóstomo, y Fotio entre los escritores griegos, con Cipriano, Lucifer de Cagliari, y Novaciano entre los latinos, con Efraem y Afraat entre los sirios. Acerca de los efectos de la obra de Marción y Taciano sobre el texto del NT, y en relación con el texto confirmado por Ireneo—todos asuntos de gran importancia—subsiste aun cierta incertidumbre.
La cuestión se complica grandemente debido a las divagaciones de la memoria humana y a las costumbres en relación con las menciones o citas. También tenemos casos en los que el escritor, al cambiar de domicilio, cambió sus ms(s)., o por el contrario se llevó consigo un tipo particular de texto. Por las razones antedichas pocas personas aceptarían una lectura atestiguada por citas únicamente; sin embargo F. Blass y, más recientemente, M.-E. Boismard se han atrevido a hacerlo en obras relacionadas con el texto del Evangelio de Juan.
- Análisis
En la literatura clásica se ha comprobado que, en muchos casos, el material disponible para la determinación del texto puede analizarse arribando a un solo stemma o línea de descendencia, procedente del arquetipo que puede reconstruirse adecuadamente aun en casos en que no es posible encontrar entre los ms(s). una transcripción cuidadosa, como ocurre con frecuencia. El material del NT no acepta un análisis de este tipo, a pesar de los esfuerzos de una cantidad de autoridades por aplicar al mismo un método genealógico. Westcott y Hort usaron el criterio de combinar las lecturas como primer paso en un análisis de este tipo. De este modo establecieron la inferioridad del texto de la mayoría de los ms(s). tardíos, conclusión corroborada por el segundo criterio de los mismos especialistas, o sea las pruebas suministradas por las citas patrísticas. En esa época, no obstante, contaban con dos tipos principales de texto, a saber el texto atestiguado por B y el que atestigua el lat. D. Entre estos textos de igual antigüedad les resultó imposible decidir por medio de estos dos criterios objetivos, y por ello recurrieron a un tercer criterio, inevitablemente algo subjetivo, vale decir el de la probabilidad intrínseca. De este modo les fue posible seguir el texto de B en la mayoría de los casos y rechazar el texto lat. D.
El análisis de H. von Soden del mismo material remató en un sistema de tres recensiones, todas fechadas según su punto de vista a partir del ss. IV: mediante un simple procedimiento aritmético se consideró capaz de llegar a un texto prerecensional, siempre admitiendo el factor de la armonización que este experto consideraba que estaba presente invariablemente (y debido en los evangelios a la influencia corruptora del Diatesarón).
Ninguna de estas teorías ha recibido aprobación invariable posteriormente. La metodología de von Soden es susceptible a la crítica como consecuencia, a veces, de la rigidez artificial de su triple esquema y su uso irrestricto del Diatesarón árabe. Von Soden es, para usar una frase de Lake, “con mucha frecuencia instructivo, muy raramente acertado”. La teoría de Hort tiene toda una historia de discusiones posteriores. Seguida servilmente al principio, luego se la puso en duda ante el creciente conocimiento de las versiones latinas y siriacas, y de familias de minúsculos con vínculos patrísticos tempranos, contribuyendo ambos tipos de elementos a crear un cuadro de un primitivo complejo de “textos mezclados”, más bien que una simple y clara división bipartita de los tipos de textos. Pero más recientemente, y como producto de la aprobación de la crítica racional del códice B y sus aliados por Lagrange y Ropes, nuevos descubrimientos y análisis han dado por resultado un creciente concenso en el sentido de que el texto P75-B en Lc. y Jn., y el texto P46-B en las epístolas paulinas, es en la mayoría de sus rasgos un texto intrínsecamente bueno. No se niega, empero, la presencia de posibles corrupciones en dicho texto. El error de Hort consistió en sugerir, ya sea intencionalmente o no, que el tercer criterio de probabilidad intrínseca tenía la “objetividad” del método genealógico ejemplificado en el primero y el segundo. De hecho Hort se estaba valiendo de la crítica racional, y en muchas de sus conclusiones, aunque probablemente no en todas, su opinión parece haber sido acertada. Necesitamos el análisis de los tipos de textos y su historia y la definición de recensiones, si es que estas han existido; pero la etapa final de cualquier búsqueda del texto original sólo puede llevarse a cabo por la crítica racional, e. d. la práctica del juicio científico por medio de la probabilidad intrínseca. Para este fin pueden establecerse una cantidad de criterios objetivos.
- Criterios
En esta cuestión las normas estilísticas y lingüísticas representan un papel grande. En cada una de las partes del NT se conserva suficiente material sin cambios serios como para permitir que se hagan estudios del estilo y los hábitos característicos de los escritores individuales. En casos de dudas textuales podemos valernos de dicho conocimiento del estilo acostumbrado del libro respectivo. Más aun, en los evangelios hemos de preferir variantes en las que la influencia de pasajes sinópticos paralelos esté ausente; o aquellas en las que un matiz arm. en el gr. revele la tradición original que la subyace. Invariablemente hemos de evitar construcciones del ático, o el gr. con influencia ática, a fin de preferir las del vernáculo helenístico. En otros lugares pueden discernirse factores relacionados con una esfera más amplia. La paleografia puede dilucidar variantes que tienen su origen en errores primitivos en la tradición del ms(s). La historia o la economía política del ss. I d.C. pueden a veces indicarnos lo que se debe preferir entre las variantes, proporcionando información sobre términos técnicos, el valor de la moneda, etc. La historia de la iglesia y la historia de la doctrina pueden indicar los casos en que las variantes evidencian acomodación a tendencias doctrinales posteriores.
Resulta claro, por el hecho de que es posible aplicar tales criterios que, a pesar de la profusión de material, el texto del NT se ha conservado bastante bien, por lo menos lo suficiente como para que podamos hacer juicios estilísticos, p. ej. sobre Pablo o Juan, o determinar en qué casos la doctrina ha transformado el texto. En ningún caso es tan incierto el texto como para requerir la modificación del evangelio básico. Pero quienes aman la Palabra de Dios desearán la mayor precisión posible hasta en los detalles más minúsculos, para conocer los matices de significado que hacen posible el orden determinado de palabras, los tiempos verbales, el cambio de una partícula por otra, etc.
- Historia del texto
Brevemente podemos bosquejar la historia del texto del NT del siguiente modo. Muchos de los factores que intervinieron primitivamente son los que se describen en la historia de la formación del *canon del NT. La circulación de evangelios separados, pero de las cartas paulinas en forma de corpus; la variada historia de Hch. y Ap.; el eclipsamiento de las epístolas católicas o universales por las demás: todas estas cosas se reflejan en los datos textuales de los diversos libros. Durante el período de la fijación del canon operaban varios factores. Hubo una tendencia muy temprana a intentar la enmienda del gr. según modas reinantes o, incluso, caprichos del copista; en el caso de los evangelios se buscaba una íntima identidad verbal, con frecuencia a expensas de Marcos. En algunos casos se agregaba la “tradición flotante”; o se eliminaban elementos de la palabra escrita. Maestros herejes, tales como Marción y Taciano, dejaron la marca de las correcciones tendenciosas en sus ediciones del texto, e indudablemente sus opositores no estaban sin culpa en cuanto a esto tampoco. En Hch. se hicieron modificaciones quizá por motivos puramente literarios o popularizantes. No obstante, había textos buenos, ya sea conservados milagrosamente o por la filología, aun cuando ningún texto conocido esté libre de alguna corrupción. En los ss. II y III encontramos una mezcla de textos buenos y malos, en proporciones diversas, en todos los documentos de que disponemos.
A una cantidad de eruditos les ha parecido que en algún momento en las postrimerías del ss. III o la primera parte del ss. IV hubo intentos de llevar a cabo alguna actividad recensional. Pero existen pocas pruebas directas de ello, y descubrimientos y análisis recientes le han impreso nueva tónica a la cuestión. Ahora sabemos, sobre la base de la íntima afinidad entre P75 y B, que el tipo de texto de este último, conocido por los Padres alejandrinos, no fue una creación del dudoso Hesiquio (mencionado, con Luciano, por Jerónimo en su carta a Dámaso, como autor de una recensión), sino que existía en el ss. II. Puesto que, sin embargo, como sabemos por los papiros, otros tipos se conocían en Egipto, la erudición puede haber rescatado el texto que infundía confianza en base a la tradición filológica. El texto bizantino se ha asociado con el nombre de Luciano, y esto tiene el apoyo de la semejanza de muchos de sus rasgos con los de la recensión luciánica de la LXX. Esa recensión, empero, puede ser anterior a Luciano, por lo menos en cuanto a algunos de sus elementos, y del mismo modo en el NT tenemos alguna evidencia de lecturas bizantinas en papiros anteriores a la fecha de Luciano. El llamado texto de Cesarea, que Streeter y Lake creían haber encontrado en las citas de Orígenes y Eusebio, y en el códice y diversos minúsculos, se ha desintegrado tras un examen más prolijo. Si bien puede haber una forma recensional en algunos de los testigos propuestos, hubo una etapa prerecensional, conocida, por ejemplo, en P45. En otras palabras, los especialistas cristianos (donde puede discernirse su actividad) no estaban originando nuestros textos tanto como eligiendo de una variedad de textos que ya existían. En las epístolas las posibilidades de elección aparentemente eran menores, ya que sólo se encuentran tres formas (alejandrina, bizantina y “occidental”), pero en el Ap. hay un esquema cuádruple evidente, si bien es un esquema que no está relacionado con las divisiones textuales de los evangelios. La información que generaciones anteriores denominaron “texto occidental” ejemplifica la forma en que las lecturas antiguas podían coexistir en tradiciones específicas con material evidentemente secundario. Son los principios de elección utilizados por los estudiosos cristianos de los ss. III y IV los que requieren nuestra atención, y la sobriedad general del juicio alejandrino se pone de manifiesto en forma creciente. Sin embargo, ningún crítico seguiría en la actualidad un solo tipo de texto únicamente, aun cuando pudiera otorgarle una posición privilegiada a algún texto en particular.
En la Edad Media el texto alejandrino parece haber sufrido un eclipsamiento. Diversos tipos de textos cesáreos y bizantinos luchaban por la supremacía, situación que se mantuvo aprox. hasta el ss. X. Luego, el texto bizantino puede decirse que ocupó un lugar de supremacía, en el sentido de que muchos ms(s). de tipo casi idéntico fueron producidos y han sido conservados. Pero las variantes hasta de los primeros tiempos recrudecen en ms(s). tardíos; y ms(s). importantes de otras recensiones y aun de algunos ms(s). tardíos de hecho transfieren su lealtad de un modo desconcertante de un tipo de texto a otro.
VII. Conclusión
Así, la tarea de la crítica textual del NT es vasta y está inconclusa. Por cierto que se han hecho adelantos desde que se comenzó a reunir el material y a examinarlo en el ss. XVII. Tanto Hort como von Soden presentan textos mejores que los textos impresos del renacimiento, y proporcionan una base sólida sobre la cual fundar una exégesis satisfactoria. Resulta evidente que muchos de los principios que sustentaban el texto alejandrino eran buenos. Pero se debe tener siempre presente que hasta el mejor trabajo filológico de la antigüedad requiere análisis crítico si queremos llegar al texto original. El crítico textual será como el escriba discipulado en el reino de los cielos, que saca de sus tesoros cosas nuevas y antiguas. Los intensos proyectos textuales de los años de posguerra tendrían que acercarnos más a la ipsissima verba apostólica que lo que lograron llegar generaciones anteriores; pero no podemos evitar el edificar sobre los cimientos puestos por otros hombres.
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ms(s). manuscrito(s)
AT Antiguo Testamento
heb. hebreo
a.C. antes de Cristo
d.C. después de Cristo
pass. passim (lat.), en diversos lugares
Contra Pelag Jerónimo, Contra Pelagium
- ej. por ejemplo
NT Nuevo Testamento
LXX Septuaginta (vs. gr. del AT)
TM texto masorético
lit. literalmente
inf. infra (lat.), abajo
TJ Talmud jerosolimitano
- d. es decir
- circa (lat.), aproximadamente, alrededor de
mte. monte
arm. arameo
eds. edición, editor(es), editado
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TB Talmud babilónico
Ant. Josefo, Antigüedades de los judíos
Mac. Macabeos (apcr.)
s y (versículos[s], etc.) siguiente(s)
cap(s). capítulo(s)
IOSCS International Organization for Septuagint and Cognate Studies
TynB Tyndale Bulletin (antes THB)
D.W.G. D. W. Gooding, M.A., Ph.D., M.R.I.A., Profesor de Griego del Antiguo Testamento, The Queen’s University, Belfast, Irlanda del Norte
ZDMG Zeitschrift der deutschen morgenländischen Gesellschaft
Pes. Peshitta (versión siriaca)
JTS Journal of Theological Studies
E este (punto cardinal); elohísta
tamb. también
VT Vetus Testamentum
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R.A.H.G. R. A. H. Gunner, B.A., M.Th., Profesor a cargo de Lenguas Modernas y Profesor de Estudios Religiosos, Brooklands Technical College, Weybridge, Surrey, Inglaterra.
lat. latín
D deuteronomista
Vg. Vulgata latina
sir. sirio, siriaco
aprox. aproximadamente
t(t). tomo(s)
trad. traductor, traducción, traducido
ing. inglés, inglesa
J.N.B. J. N. Birdsall, M.A., Ph.D., F.R.A.S., Profesor de Nuevo Testamento y Crítica Textual, Universidad de Birmingham, Inglaterra.
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico