TEOLOGIAS DE LA LIBERACION Y ECLESIOLOGIA

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Durante las dos décadas pasadas ha habido una producción literaria inmensa en relación con la liberación. Sus lí­neas principales son claras, aunque hay que tener en cuenta que se trata de teologí­as de la liberación, con importantes diferencias de unos autores a otros, de unos paí­ses a otros, de unas culturas a otras. Esta voz se centra en las teologí­as de la liberación por lo que respecta a la eclesiologí­a.

Los autores dan fechas distintas para el origen de la teologí­a de la liberación. Algunos lo sitúan en los años inmediatamente anteriores a 1965, en los que se percibí­an indicios de liberación en el lenguaje entonces corriente de desarrollo y progreso. Empezó a surgir la idea de que habí­a pueblos y paí­ses que estaban en una situación de dependencia injusta. Suele considerarse como padre de la teologí­a de la liberación a >G. Gutiérrez, aunque algunos de sus temas se remontan a J. Elluh y a la labor educativa de P. Freire. Algunos se remontan mucho más atrás, hasta la conversión de Bartolomé de las Casas en 1514, a quien el mismo Gutiérrez enumera entre los «padres» de la teologí­a de la liberación. Aunque los teólogos latinoamericanos se esfuerzan a menudo por distanciarse o desconectarse de la teologí­a europea, la teologí­a polí­tica de J. B. >Metz y J. >Moltmann no dejó de ejercer cierta influencia, en virtud especialmente de que muchos de los teólogos de la liberación estudiaron en Europa. Una importante conferencia de G. Gutiérrez en los meses anteriores a Medellí­n puede dar buena cuenta de la postura de la teologí­a de la liberación antes de la histórica reunión de la Conferencia episcopal latinoamericana (>CELAM) en 1968. Medellí­n afirmó que la solidaridad con los pobres habí­a de ser una caracterí­stica de la Iglesia en América Latina. Aunque la conferencia no empleó el término técnico de «teologí­a de la liberación», habló en numerosas ocasiones de «liberación». L. >Boff ha descrito Medellí­n como una recepción creativa del Vaticano II. Durante los años que precedieron al siguiente encuentro del CELAM (Puebla 1979) hubo un verdadero estallido de literatura y reflexión sobre el tema de la liberación. Algunos dividen el perí­odo en dos fases: la fase de formación (1968-1975) y la fase de sistematización (a partir de 1976). Es importante tener en cuenta que la teologí­a de la liberación se encuentra en un proceso de rápida evolución, por lo que la descripción que se hace de ella en los libros escritos hace una década puede no ser válida en la actualidad; por otro lado, a veces pasa bastante tiempo desde la publicación de un libro hasta que aparece la traducción.

El método de la teologí­a de la liberación en su forma común latinoamericana comienza partiendo de la realidad, que analiza como un estado de privación y, sobre todo, de dependencia, en lugar del estado de libertad querido por Dios. Concede el primer lugar a la praxis, que ha de entenderse debidamente. Se refiere sobre todo a la acción de los oprimidos de cara a su propia liberación. Mientras que la práctica es sólo acción, la praxis es una orientación hacia la teorí­a; la praxis precede a la teorí­a teológica y conduce a ella, al tiempo que la teologí­a brota de la reflexión crí­tica sobre la praxis, y consiste de hecho en dicha reflexión, especialmente a la luz de las Escrituras. Las Escrituras mismas se estudian no tanto a través de los instrumentos de la exégesis sino más bien desde el interior de la situación humana en la que se leen»; hay un «cí­rculo hermenéutico», por el que no se estudian las fuentes de la revelación en abstracto, sino desde una situación especí­fica. Mientras que los primeros escritos de la teologí­a de la liberación insistí­an en la tradición del Exodo-Sinaí­ y de los profetas del Antiguo Testamento, los estudios posteriores se han centrado mucho más en el Nuevo Testamento, especialmente en el paradigma del >reino. Los textos preferidos en la actualidad son Lc 4,18-19 y Mt 25, aunque los textos paulinos son también cada vez más utilizados.

Hasta nueve corrientes diferentes se han distinguido dentro de las teologí­as de la liberación: 1) espiritual/pastoral (compromiso sobre la base del evangelio —los cardenales P. E. Arns y H. Camara, J. L. Segundo y las >comunidades cristianas de base—; 2) metodológica (intentos sistemáticos de emprender una teologí­a interdisciplinar —I. Ellacurí­a y C. Boff—); 3) sociológica (análisis de la situación corno presupuesto necesario para la teologí­a —H. Assmann—); 4) histórica (reinterpretación de la historia latinoamericana a la luz del análisis marxista —E. Dussel—); 5) polí­tica (una praxis polí­tica para todos, sacerdotes y religiosos lo mismo que laicos —G. Arroyo—); 6) eclesiológica/popular (la comunidad de base como expresión del pueblo de Dios, con la pretensión de integrar la religiosidad y la cultura —L. Boff, S. Galilea—); 7) cristológica (estudio de Jesús como liberador —J. Sobrino, L. Boff—); 8) pedagógica (educación liberadora —P. Freire, I. Illich—); 9) autocrí­tica (aceptación cautelosa de ciertos temas de la teologí­a de la liberación —B. Kloppenburg, J. Comblin—). Otros añadirí­an también a los que escriben sobre la violencia revolucionaria (J. Comblin), aunque los teólogos de la liberación se mantienen alejados de la violencia. J. L. Segundo prefiere hablar de dos formas de teologí­a de la liberación coexistentes en América Latina. La primera, consistente en un estudio de la situación de los pobres y de cómo la Iglesia podí­a ayudarlos, se originó en los cí­rculos universitarios en la década de 1960. La segunda fue el compromiso de los pobres en su propia liberación; la realidad y la Iglesia se ven en esta fase desde la perspectiva de los pobres.

Es esta una diferencia clara entre la eclesiologí­a europea y la eclesiologí­a latinoamericana de la liberación: la primera trata de entender la realidad de la Iglesia, utilizando para ello los instrumentos de la exégesis moderna, la patrí­stica, la tradición, el legado del Vaticano II, la interpretación de los signos de los tiempos, etc.; la segunda trata de cambiar la Iglesia, reformándola desde la perspectiva de los pobres (>Eclesiologí­a en Latinoamérica desde el Vaticano II hasta el 2000).

[Para presentarla en sus grandes trazos se encuentran las monografí­as publicadas sobre este tema: la primera es la tesis doctoral de A. Quiroz Magaña, Eclesiologí­a en la teologí­a de la liberación (1983), con su sí­ntesis posterior con este mismo tí­tulo en la obra de colaboración Mysterium Liberationis (1990), donde aparecen además otras aportaciones latinoamericanas y españolas de G. Gutiérrez, L Ellacurí­a, J. Sobrino, R. Muñoz, J. A. Estrada, J. M. Castillo, V. Codina, M. de C. Azevedo…, este último resumiendo su clásico e importante Comunidades Eclesiales de Base. Alcance y desafí­o de un modo nuevo de ser Iglesia (1986) A su vez, V. Codina ha ofrecido una presentación global en Para comprender la eclesiologí­a desde América Latina (1990). Más recientemente, G. Fernández Beret ha publicado una sí­ntesis eclesiológica y una evaluación en su tesis doctoral El pueblo en la teologí­a de la liberación. Consecuencias de un concepto ambiguo para la eclesiologí­a y la pastoral latinoamericanas (1996).

Para enmarcar esta forma especí­fica de Eclesiologí­a de la liberación será bueno tener presente las tres grandes tendencias teológicas más amplias presentes en Latinoamérica basándonos en la tipificación de F. A. Pastor. Por un lado, la teologí­a de la trascendencia, heredera de la gran tradición litúrgica y mí­stica del catolicismo latino (cf su recuperación en los documentos de Santo Domingo y en el Sí­nodo sobre América); por otro lado, la teologí­a de la reconciliación, heredera directa de la tradición conciliar y que busca una integración entre trascendencia espiritual e inmanencia histórica (cf así­, los documentos de Medellí­n, Puebla, Santo Domingo y Sí­nodo sobre América); finalmente, la teologí­a de la inmanencia, en clave profética y diaconal, raí­z de la mayorí­a de los representantes de la teologí­a de la liberación (cf sus expresiones en diversos puntos de los documentos de Medellí­n y Puebla, especialmente promotores de la fórmula «opción preferencial por los pobres»).]
Una de las claves de la teologí­a de la liberación latinoamericana es su aguda percepción de la localización histórica y social de la fe, la percepción de que la fe está siempre encarnada en un contexto social particular. Junto a esto está la cuestión de la salvación: el teólogo de la liberación no se satisface con la expectativa escatológica personal, sino que reclama que la buena noticia sea operativa también en este mundo: la historia de la salvación cede el paso a la salvación de la historia. La salvación «abarca todos los aspectos de la humanidad: el cuerpo y el espí­ritu, lo individual y lo social, lo personal y lo cósmico, el tiempo y la eternidad». Los hermanos Boff afirman que la salvación está relacionada con «la condición escatológica del ser humano» y, por consiguiente, con una dimensión de la persona más honda que las dimensiones económica, polí­tica y social, aunque sin excluir estas. Los problemas subyacentes fueron abordados por la Comisión Teológica Internacional entre 1974 y 1977. El documento final, Promoción humana y salvación cristiana, alababa el interés por los pobres, pero se mostraba cauteloso al mismo tiempo en relación con el tema de la salvación, insistiendo en la necesidad de mantener la correcta relación entre la salvación, que procede de Dios, y el desarrollo humano, que es obra de los hombres.

El segundo encuentro de la Conferencia episcopal latinoamericana (CELAM), celebrado en Puebla en 1979, fue más controvertido, ya que muchos de los participantes (y de los organizadores) interpretaban de manera enteramente diferente el camino recorrido desde la primera reunión del CELAM en Medellí­n una década antes. Una importante limitación de Puebla fue la exclusión deliberada de los teólogos de la liberación, que ejercieron, a lo sumo, una influencia indirecta en el texto final. En el prolijo documento final se manifiestan dos teologí­as no reconciliadas: por un lado, una cristologí­a y una eclesiologí­a tradicionales y conservadoras, y por otro, una teologí­a surgida en medio de las cuestiones y situaciones por las que se interesan los planteamientos liberadores, a saber, las relacionadas con la vida de los pobres. No obstante, la adopción de la opción preferencial por los pobres en el documento final supuso un gran logro para toda la Iglesia latinoamericana.

En 1984 y 1986 la Congregación para la doctrina de la fe publicó dos documentos: Instrucción sobre ciertos aspectos de la «teologí­a de la liberación» e Instrucción sobre la liberación y la libertad cristianas. El primero era fundamentalmente negativo, con una fuerte insistencia en el peligro del marxismo; el segundo era mucho más positivo. Era el propósito de la Congregación el que ambos documentos se leyeran juntos. Los comentadores caerí­an pronto en la cuenta de que incluso el primer documento, más negativo, por su misma publicación, concedí­a estatuto eclesial a la teologí­a de la liberación. Dado que no se ocupa de ningún teólogo de la liberación en particular, sino que examina las tendencias, es susceptible de una interpretación más positiva de lo que normalmente se ha supuesto. En relación con la cuestión fundamental del marxismo es preciso hacer algunas aclaraciones. Los teólogos de la liberación han distinguido generalmente tres funciones diferentes del marxismo: como análisis cientí­fico de la sociedad, como proyecto polí­tico para la sociedad y como visión del mundo. Ellos pretenden recurrir sólo a la primera de ellas. Pero sus conclusiones pueden alcanzarse sin necesidad de recurrir para nada a Marx. Se ha observado que «el uso del análisis marxista en la teologí­a de la liberación parece funcionar más como instrumento de crí­tica que como una prescripción para lograr la necesaria transformación de la sociedad». De hecho, el uso del análisis marxista no supone ciertamente ningún tipo de adhesión a partidos o movimientos marxistas. Los partidarios de la liberación señalan por otro lado la estrechez del marxismo clásico, que no tiene en cuenta las dimensiones moral, mí­stica y escatológica de la vida humana. Según otros, el mero hecho de un uso selectivo del marxismo es razón suficiente para el fracaso de las teologí­as de la liberación. Hay algo cierto en las teologí­as de la liberación latinoamericanas: la necesidad de aplicar los principios del evangelio a la sociedad especialmente en el ámbito de la justicia. Sin embargo, la Congregación para la doctrina de la fe teme que cualquier uso del marxismo conduzca a la adopción de la visión marxista global de la sociedad y de su transformación.

La influencia del marxismo ha llevado a algunos teólogos a la presentación de un Cristo polí­tico y de una Iglesia comprometida en la lucha de clases y en el proceso revolucionario. Estrechamente vinculada a la eclesiologí­a aparece entonces la cristologí­a de los teólogos de la liberación. La cristologí­a expuesta por algunos teólogos de la liberación subraya la relación de Jesús con los zelotes, su actitud hacia los ricos y poderosos y su muerte a manos de las autoridades polí­ticas. Todos estos temas no agotan la imagen de Jesús y pueden comprometer seriamente el mensaje central del reino y la afirmación de Jesús de que su reino no es de este mundo (Jn 18,36; cf Jn 6,15; Mc 12,17). No obstante, existe amplio consenso acerca de que Jesús centró su ministerio en los pobres y proclamó el reino como una transformación radical no sólo de la existencia personal, sino también de la social. Dichas eclesiologí­as no brotan en el contexto de los estudios académicos, sino en medio del esfuerzo de comprensión de la significación de Jesucristo en las luchas y sufrimientos de los pobres.

Las >comunidades cristianas de base son un rasgo importante de la eclesiologí­a latinoamericana. En este contexto, «de base» significa al mismo tiempo que se trata de comunidades formadas por individuos situados en la base de la pirámide socioeconómica y también que son comunidades fundamentalmente de laicos. Tanto los teóricos como los que están comprometidos pastoralmente consideran las comunidades cristianas de base corno un nuevo modo de ser Iglesia. Existe cierto peligro de minimizar excesivamente la estructura jerárquica de la Iglesia. Después de cierta vacilación inicial, Pablo VI habló con comedido entusiasmo sobre tales comunidades en su gran exhortación La evangelización en el mundo moderno. En Puebla se trató ampliamente del tema.

La cuestión de la >religiosidad popular es ambivalente. La palabra «popular» ha de entenderse en el sentido hispánico de «relativo al pueblo». Al principio los teólogos de la liberación tendí­an a considerar como irrelevante, e incluso como negativa, la religiosidad popular de la gente, con sus fiestas y demás manifestaciones. En la actualidad hay una fuerte tendencia a considerar estas manifestaciones como parte de la cultura y como expresión auténtica de la fe de los más pequeños de la sociedad. Pero existe el peligro de que estas se conviertan en un elemento marginal en la vida de la Iglesia y de que vayan contenidos en ellas aspectos erróneos o poco saludables. Sin embargo, en la exhortación anteriormente mencionada, Pablo VI reconoce las posibilidades que la religiosidad popular ofrece tanto para la evangelización como para la vivencia plena de la vocación cristiana». La religiosidad popular se ha considerado a veces como una religiosidad paralela, o incluso excluyente, de la Iglesia institucional. Por ello en la exhortación possinodal sobre los laicos, Juan Pablo II establece criterios para juzgar la eclesialidad de los grupos.

Tras una conferencia celebrada en Detroit en 1975 se produjo una ampliación del ámbito de la teologí­a de la liberación: la liberación latinoamericana empezó a asociarse a la >teologí­a negra y a la teologí­a feminista (>Feminismo e Iglesia); empezó a brotar también una teologí­a de la liberación para homosexuale. Con la fundación de la Asociación ecuménica de teólogos del Tercer mundo, la teologí­a de la liberación empezó a difundirse también en Africa, la India», Asia4 y el tercer mundo en general. Se está desarrollando también una teologí­a de la liberación judí­a. En lugares como Europa y Norteamérica puede distinguirse una teologí­a de la liberación especí­fica, que no consiste en una simple adopción de modelos de otros paí­ses; la obra de E. >Schillebeeckx y de R. Haight son ejemplos del inicio de este proceso En las Iglesias protestantes la recepción de la liberación varí­a y refleja en gran medida la misma diversidad que en la Iglesia católica. Por otro lado, las concepciones de la teologí­a de la liberación plantean inevitablemente la cuestión de la necesidad de la liberación en determinadas áreas dentro de la Iglesia (>Derechos humanos).

Los documentos de la Congregación para la doctrina de la fe insisten en que la liberación ha de ser integral, por lo que F. A. >Sullivan, partiendo de ellos y de los documentos del Vaticano II y de otros textos magisteriales, ha podido llamar a la Iglesia el «sacramento de la salvación integral». Lo que tenemos que buscar es la liberación de todas las fuerzas opresoras, las mayores de las cuales son el pecado y la muerte. Jesús libera (Jn 8,33-35) dando su vida por el pueblo (Mc 10,45; 20,28). Su reino se caracteriza por el amor (Jn 13,34; 15,12), la fundación de una sociedad nueva basada en el amor y la atención mutua (>Fraticelli). El evangelio no establece normas relativas a los deberes de la justicia; no apela insistentemente a ningún grupo opresor, ni presenta al mesí­as como un juez justiciero. En el lenguaje de Jesús la justicia mantiene su significación bí­blica de fidelidad a la ley. La teologí­a ortodoxa tiende a considerar la liberación de una manera integral.

Para que las teólogí­as de la liberación cumplan sus promesas y expectativas han de apoyarse en una espiritualidad honda. Desde los primeros momentos aparecieron ensayos sobre espiritualidad, pero como estos tardaron en traducirse, se dijo que la teologí­a de la liberación carecí­a de espiritualidad. Otro punto débil ha sido la >pneumatologí­a y la reflexión teológica sobre los >carismas, ya que son muchos los modos de comprometerse con una auténtica liberación según los dones que el Espí­ritu Santo concede a cada uno. Esta laguna se está colmando en la actualidad. Un punto débil pero serio de la teologí­a de la liberación es la falta de una base filosófica fuerte –lo que explicarí­a sus devaneos con el marxismo y las crí­ticas de irracionalismo lanzadas por el cardenal J. Ratzinger, aun cuando estas últimas quizá sean exageradas–.

La teologí­a de la liberación tiene que estar además más abierta a las crí­ticas, tanto hostiles como comprensivas; todos tenemos mucho que aprender de la historia de L. >Boff. Existe el peligro de que el énfasis de la teologí­a de la liberación en la praxis pueda llevarla a rechazar lo que la tradición de la Iglesia y la Biblia pueden aportar a sus conclusiones. Existe por otro lado la tendencia a idealizar a los pobres, convirtiéndolos en guí­as infalibles en las actitudes que la Iglesia debe adoptar para ser fiel a Cristo. Por encima de todo, la teologí­a de la liberación debe estar abierta a la Catholica; de lo contrario corre el riesgo de convertirse en un fenómeno marginal en la Iglesia y en el mundo.

Muchos teólogos de la liberación consideran el magní­ficat como un canto de liberación. El segundo documento de la Congregación para la doctrina de la fe se hace eco de ello, pero va aún más hondo considerando a Marí­a como «la imagen perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del universo».

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología