SUARISMO

Por s. (o suarecianismo) entendemos la tendencia de pensamiento católico escolástico que deriva del «Doctor Eximio», Francisco Suárez. Este nació en Granada en 1548; jesuita desde 1564, enseñó filosofí­a (1571-1574) y teologí­a (hasta su muerte en 1617) en Segovia, Valladolid, Roma, Alcalá, Salamanca y Coimbra (desde 1597). Sus obras (26 volúmenes en la edición Vivés) ejercieron un notable influjo ya en los contemporáneos. Los profesores jesuitas lo siguieron pronto como maestro, aunque nunca por imposición o recomendación oficial. Su obra filosófica (Disputationes metaphysicae, 1ª. edición 1597) inauguró un género y fue un texto clásico en las Universidades europeas de los s. XVII-XVIII.

La escuela suareciana (en cuanto de escuela se puede hablar) se situó entre la tomista, la escotista y la nominalista, entonces vigentes, en una posición de buscado equilibrio. El talento prevalentemente analí­tico de Suárez y la í­ndole de su momento histórico llevaban a ello. Con su amplí­sima lectura habí­a intentado Suárez escuchar ecuánimemente todas las opiniones sobre cada punto, incluso las más aberrantes. Se le ha llamado por ello «ecléctico», pero no se puede negar su toma de posición personal en cada problema. Ciertamente es menos sistemático que otros grandes escolásticos; lo que más cohesión da a su obra es su espí­ritu, de extremada honradez y exactitud.

En conjunto es innegable también que queda más cercana del -> tomismo, tanto por la orientación universalista, como por las doctrinas fundamentales. Pero con franca libertad, desde luego, y con marcadas influencias del -> escotismo y -> nominalismo. En los fervores del resurgir neotomista, esas influencias le han valido el ser combatido con especial aspereza. No le han faltado defensores, y así­ se ha desarrollado una polémica (no muy esclarecedora) alrededor del s. Hoy se inicia una valoración más ecuánime, pero faltan aún en ella muchos estudios fundamentales.

1. Metafí­sica
La filosofí­a suareciana no tiene aún la preocupación de radicalidad que tendrá la de Descartes. Es aún la filosofí­a de un teólogo que posee pací­ficamente la cosmovisión teí­stica y espiritualista medieval y quiere darle una formulación racional, metódica y ordenada, que le proporcione también elementos para la explicación de los dogmas cristianos. Con todo, supone avance notable el haberla ordenado como tratado de ontologí­a (sin este nombre aún; e incluyendo la que habí­a de llamarse teologí­a natural), con independencia tanto de los tratados teológicos como del comentario de Aristóteles.

Una de sus caracterí­sticas es indudablemente el realismo; pero no en el sentido de alcance real (formalmente tal) dado a las estructuras del concepto humano; sino, más bien, en el de convicción consecuente de la absoluta primací­a de la realidad singular. De aquí­ su tí­pico «concretismo». Y, en teorí­a del conocimiento, la aceptación de la «intuición intelectual del singular sensible» como conocimiento primario (presupuesto el tradicional valor realista de la sensación). Los suarecianos ven en todo esto una recta depuración del excesivo «platonismo» aún imperante en las grandes sí­ntesis medievales; los adversarios ven más bien un tí­pico impacto nominalista, que les parece incluso comprometer el valor del conocimiento abstractivo. Hay que reconocer en justicia que las fórmulas de Suárez sobre el conocimiento conceptual son, en todo caso, más equilibradas que las de Ockham; y que el mayor espí­ritu crí­tico que con ellas comparten frente a los sistemas anteriores es, por otra parte y a la luz de la historia subsiguiente, una conquista definitiva de la humanidad. En cambio, es también justo conceder que hay en Suárez pérdida de algunos valores muy positivos de la herencia platónica: así­, la «plenitud» (ilimitación) de la idea de ser; será por ello a su filosofí­a más difí­cil el acceso a la infinitud. La raí­z podemos verla hoy en un estrechamiento de la -> lógica, que (como ya en Escoto) prefiere el concepto al juicio.

En general, el concretismo no pudo aprovechar la aportación metafí­sica del análisis de las estructuras cognoscitivas humanas, Por eso, ante la radicalización crí­tica de la filosofí­a en la edad moderna, el s., si por una parte queda en situación más favorable por las soluciones más crí­ticas que ofrece (p. ej., sus tí­picas «distinciones de razón con fundamento real»), por otra se presta menos que el tomismo a la aplicación del «método transcendental», y con ello a una nueva fundamentación de la metafí­sica.

El desarrollo sistemático de la metafí­sica suareciana está presidido por el postulado de la suprema unificación conceptual de todo en el concepto de ente; es algo más claro, piensa Suárez, que su analogí­a. En sus supremas divisiones (Dios-criatura, substancia-accidente), guarda, sin embargo, un orden esencial en el descenso: sólo se realiza en la criatura por dependencia de Dios y en el accidente por su inhesión a la substancia. Es, por tanto, en esas divisiones, «análogo con -> analogí­a de atribución intrí­nseca», que se define precisamente por la existencia de ese orden en el descenso. Si la afirmación prevalente de unidad recuerda a Escoto, lo presentado como «atribución intrí­nseca» es, como hoy se reconoce, el primer elemento que Tomás habí­a hecho valer como «analogí­a del ser». Suárez ha visto aquí­ mejor que Cayetano. Para el caso substancia-accidente, su solución es la tomista; en el caso de nuestro conocimiento conceptual de Dios aún le distancia de Tomás el fijarse más en el orden de realización en sí­ (primero Dios, después la criatura) que en el de nuestra predicación (donde estructuralmente, según Tomás, nuestro concepto se adapta por sí­ a la criatura y necesita purificarse para poder aplicarse a Dios).

De aquí­ el rechazo de la proporcionalidad. La insistencia en el papel metafí­sico de la dependencia causal de todo por respecto a Dios, es en todo esto el mayor mérito de Suárez. Su «atribución intrí­nseca» responde así­ a toda una visión sistemática de la realidad, en la que la «dependencia radical» ocupa el puesto que en las exposiciones usuales del sistema tomista ocupa la «composición real del ser y la esencia». Dejando aparte el problema de esta misma composición (la negación por Suárez de su carácter real depende de los presupuestos antes enunciados), resulta preferible, como nota metafí­sica radicalí­sima de lo creado, la asignada por él; puede incluso argüirse que responde mejor al elemento más nuclear de la compleja noción tomista de «-> participación», tal como hoy la presentan las investigaciones históricas.

En la sistemática suareciana, Dios es visto más como ens per se necessarium que como infinito; lo cual, aparte del esquema expresivo (más profundo en Tomás), sigue el espí­ritu del ipsum esse subsistens (donde esse est actualitas… et propter hoc perfectio). El ens necessarium, cuya existencia se impone para Suárez en cuanto consta la de algo (haya, o no, serie infinita de causas contingentes), es único (singular por esencia como existente por esencia); por eso es omniperfecto (e infinito), pues toda perfección es él o brota de él.

Suárez puede ser considerado como el metafí­sico del molinismo por su teorí­a de la «concausación» sin unión intrí­nseca de las causas y su reivindicación del principio agens qua tale non mutatur (que quita la base a la postulación de la premoción). Mantuvo también la idea (de Enrique de Gante y Escoto) de la compatibilidad de potencia formal y acto virtual, para la explicación de la inmanencia vital. Por lo demás, concilió lo esencial del molinismo (ciencia media) con la predestinación ante praevisa merita y las predefiniciones formales de los actos buenos, explicadas por el carácter «congruo» de la gracia bajo la ciencia media (-> gracia y libertad).

2. Teologí­a dogmática
En este dominio, hay que poner la aportación más interesante de Suárez en las cuestiones de método (en las que tanto significaron los s. xvi y xvii). Contribuyó al desenvolvimiento del método positivo; también a la determinación de las «-> calificaciones teológicas» de las proposiciones. Pero, dejando estos aspectos, que son históricos y han sido incorporados ampliamente por todas las escuelas, veamos algunos rasgos que puedan definir el s. teológico. Son rasgos aislados, poco sistematizables.

a) La sobrenaturalidad de los actos de las virtudes teologales afecta a su mismo objeto formal y tiene, por tanto, relevancia psicológica: una posición tomista, a la que hoy se vuelve universalmente, mantenida por Suárez cuando surgí­a la contraria. En conexión con ella, el analysis fidei de Suárez es complejo y profundo; cuestionable en su formulación racional, es clarividente en su afirmación de que el primum creditum es siempre Dios que se revela.

b) Como todos los molinistas, Suárez pone de relieve la cooperación activa de las potencias de la persona creada a los actos de la vida sobrenatural; para ello concibe la tradicional «-> potencia obediencial» como también activa. Sin que eso merme la plena dependencia por respuesta a la iniciativa de Dios y a la acción de su gracia.

c) En la presentación del dogma trinitario (-> Trinidad), no teme Suárez hablar de una subsistencia absoluta y, por otra parte, de un ser y perfección real propio de las subsistencias relativas; reaparece en ello su realismo de lo concreto. No cree que eso obste a la unidad divina ni a la infinitud de cada persona; pues ésta tiene equivalentemente en su perfección propia la de las otras.

d) Para explicar la -> encarnación, prefiere suponer que en el hombre asumido falta el «modo» de subsistencia (realmente distinto de la naturaleza) por el que aquél hubiera sido persona creada. En la cuestión clásica del fin de la encarnación, elabora una matizada posición media entre las de Tomás y Escoto.

3. Derecho
Aun los historiadores modernos no especialmente afectos a Suárez, están de acuerdo en reconocer lo precioso de su aportación a la teorí­a del derecho (sobre todo por su tratado De Legibus). Aquí­ de nuevo será, sin embargo, muy difí­cil definir un s. jurí­dico. Las opiniones más originales y de mayor influjo son, sin duda, dos: la que pone la comunidad como el primer sujeto del poder en toda sociedad civil naciente, y la que (siguiendo la inspiración de Vitoria) propugna el ius gentium como anterior a los diversos derechos polí­ticos positivos. Hay en esta última una interesante base para los intentos actuales de estructuración de una sociedad supranacional.

BIBLIOGRAFíA: BIOGRAFíA: R. de Scorraille, 2 vols. (P 1912-13). –

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José Gómez Caffarena

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica