SOCIOLOGIA E IGLESIA

DicEc
 
D. Bonhoeffer, en su tesis doctoral sobre la sociologí­a de la Iglesia, escribí­a que «se utilizan la filosofí­a social y la sociologí­a en provecho de la dogmática. Creo que la estructura comunitaria de la Iglesia cristiana sólo podí­a abrirse a una comprensión sistemática con la ayuda de ellas. Este trabajo no entra dentro de la sociologí­a de la religión, sino que tiene carácter dogmático. La cuestión de una filosofí­a social y una sociologí­a cristiana es auténticamente dogmática, porque sólo puede ser respondida desde el concepto de la Iglesia». De hecho su reflexión tiene presente los diversos estudios realizados de sociologí­a influenciados por la obra de F. Tónnies (1855-1936), cuyo influjo ha sido decisivo sobre la ciencia social moderna.

La distinción fundamental que realiza Tónnies parte de la comprensión de que las relaciones en una comunidad son de ligamen afectivo, personal, familar, social… y en ella los hombres se tratan los unos a los otros como fines en sí­: la familia, la nación, los movimientos comunitarios y sociales… En cambio, las relaciones en una sociedad son instrumentales, «racionales», estratégicas, tácticas… y en ella los hombres se tratan más bien como medios para conseguir ciertos fines: una empresa. el estado, los partidos… Se trata, con todo, de una relación dialéctica y compleja, aunque sin comunidad —afirma Tónnies— no hay moralidad y, a su vez, sin sociedad no hay progreso.

A partir de esta inicial perspectiva se comenzó a aplicar tal distinción a la eclesiologí­a, y el mismo Y. Congar el-1 1961 tomó a este autor como referente para la definición de la Iglesia como sociedad (>Sociedad y Sociedad perfecta) y J. Hamer en 1962 para tratar de los usos de la comunión en filosofí­a. De hecho Tónnies ha sido reconocido como influyente para el despertar del sentido comunitario de la eclesiologí­a antes del Vaticano II por A. Acerbi` y A. Antón. Por su parte W. Bertrams ha subrayado que la doble distinción de Tónnies ha favorecido la disyuntiva entre la Iglesia de la «caridad» (comunidad) y la Iglesia del «derecho» (sociedad). Finalmente, en los tratados sistemáticos posteriores al Vaticano II se encuentran algunas breves referencias alaporte de Tónnies en la teologí­a pastoral de C. Floristán> y en las eclesiologí­as de J. Meyer zu Schlochtern J. A. van der Ven», S. Dianich y J. Werbick.

La sociologí­a moderna, además, pone de relieve la importancia del proceso de «institucionalización» (>Institución) que conduce a una forma «objetiva» y «societaria» de una comunidad y relación humana, más allá de los individuos que pertenecen a ella y que adquiere cierta independencia.

La reflexión sociológica actual sobre la institución aplicada a la eclesiologí­a quiere superar precisamente el riesgo de situar a la Iglesia como algo puramente privado y posibilitar que su forma institucional social proteja «la libertad concreta» de cada individuo (según la famosa fundamentación del derecho de G. W. F. Hegel). En efecto, la libertad será concreta sólo si se sumerge en las formas de la realidad social que la conserven y la promuevan, y, a su vez, la mantengan y la protejan.

El intento más sistemático de aplicación del análisis sociológico a la eclesiologí­a es, sin duda, el de M. Kehl, que propone la analogí­a socio-filosófica de la teorí­a de la acción comunicativa (según J. Habermas, K. O. Apel…) como explicación «práctica» de la categorí­a eclesiológica comunión. Este enfoque posibilita ver la convergencia entre la noción teológica y la socio-filosófica de la Iglesia: así­ la comunión eclesial se puede entender como consenso global a la fe, que descansa en una igualdad-fraternidad, desde una visión utópica-escatológica, que crea un espacio social-comunitario. S. Dianich, aunque sin la ambición de globalidad de Kehl, ha profundizado sobre las teorí­as de la comunicación y eclesiologí­a orientándose hacia una relación tridimensional entre comunión, comunicación e historia.

Conviene además referirse a la sociologí­a religiosa por la importancia de conocer a la Iglesia como institución en la historia y comunidad/sociedad de tradición, es decir, que transmite a partir de un carisma fundador (definición sociológica de Iglesia). Esta aproximación se debe realizar en dos direcciones: con una valoración cuantitativa descriptiva y exterior de la institución, de sus ritos, de la pertenencia de sus miembros, de su «práctica» dominical, sacramental… y de sus opiniones…; y con una valoración cualitativa —más difí­cil pero decisiva para un análisis sociológico «real» de la Iglesia—, a partir de narraciones vitales, diálogos en profundidad, hechos concretos vividos… que pongan de relieve el estilo de vida y el sentido servicial y «altruista» propio de la fe cristiana y de la Iglesia.

Otro punto importante en este campo es la sociologí­a de la organización, que según los estudios recientes busca no quedarse anclada en su estructura histórica y quiere poner de relieve su dinamismo y creatividad social. Ya poco después del Vaticano II el sociólogo americano católico observaba que «desde el Vaticano II se han ido haciendo progresos, pero los sociólogos dedicados a estudiar las organizaciones humanas están en condiciones de afirmar que tales progresos no son suficientes». En efecto, tal situación tiene gran importancia para la Iglesia ya que «si la gran empresa industrial es una innovación caracterí­stica de la sociedad moderna, la Iglesia cristiana, por el contrario, era ya desde el mismo comienzo de la época aquí­ considerada una institución completamente formada, diferenciada y en varios aspectos burocratizada… En su evolución hasta la actualidad, la Iglesia ha ido perdiendo paulatinamente en muchas esferas su posición dominante y se ha especializado cada vez más en su cometido religioso».

Los recientes estudios sobre la teorí­a de los sistemas sociales y la organización aplicados a la sociologí­a se sirven de la categorí­a de «contingencia o precariedad» para explicar las caracterí­sticas de estos sistemas que permiten su evolución y su capacidad de adaptación a nuevas situaciones (cf N. Luhmann). En esta perspectiva se presenta la religión como una función capaz de «gestionar» esta contingencia o precariedad. No es extraño que este enfoque pueda ser visto como ví­a realí­stica de legitimación de la Iglesia como institución socio-histórica, en clave de eclesiologí­a fundamental2, y a su vez, se ponga de relieve que la precariedad institucional de la Iglesia reconocida y asumida condiciona la verdad de su testimonio, tal como plantea C. Duquoc en su última propuesta eclesiológica.

En definitiva, sociologí­a y eclesiologí­a pueden articularse en tres paradigmas: el de la «sirvienta», el de la «profecí­a profana» y el de las «opciones convergentes», siendo este último el emergente y el más útil y propio hoy, ya que respeta la autonomí­a de cada ciencia pero la articula «interdisciplinariamente».

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología