SOCIOLOGIA

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Ciencia que estudia de diversas formas, con variados contenidos y desde puntos de vista concretos, las leyes y los hechos sociales. Entre los sociólogos, o cientí­ficos que estudian esta ciencia, abundan las discrepancias sobre objetivos, contenidos, metodologí­as y alcances de la sociologí­a.

Se suelen dividir en dos campos o en dos ópticas diferentes para definir la Sociologí­a: los que la mira como una filosofí­a social y se centran en el análisis de los principios y leyes generales de la socialidad humana; y los que la miran como una ciencia empí­rica y positiva y prefieren centrarla en exclusiva con los hechos sociales y en sus consecuencias colectivas.

Los primeros la hacen remontarse a los griegos. Perfilan análisis finos al estilo de la «Etica» de Aristóteles o de la «República» y «Las leyes», de Platón. Y recuerdan los múltiples estudios de los tiempos medievales como muchas «Sentencias» de Pedro Lombardo o las ingeniosas ocurrencias de los siglos humanistas, como la «Utopí­a» de Tomás Moro. Incluso la extienden hasta Kant con su «Metafí­sica de la Costumbres» o a Rousseau con su «Contrato social».

Los segundos la hacen nacer con Augusto Comte con su «Tratado de Filosofí­a Positiva» «El sistema de polí­tica positiva», o «Catecismo positivista» y la desarrollan con autores al estilo de Max Scheler en «Las formas del saber y la sociedad»; con Emilio Durkheim, en «División del trabajo social»; y con John Dewey en «Democracia y educación».

La sociologí­a en los tiempos modernos se convierte en una ciencia de primer orden, no porque resuelve los problemas de la convivencia humana, sino por que ilustra las mentes que deben iluminarlos. Es empí­rica, pues se interesa por los hechos. Pero no puede dejar de ser especulativa por necesitar reflexión. Su validez se halla condicionada por la armoní­a entre estas dos dimensiones.

El pensador reciente Gidding describe la Sociologí­a como una ciencia concreta. En sus «Principles of sociology» dice: «En tanto que, en el sentido más amplio de la palabra, la Sociologí­a abarca toda la ciencia de la sociedad y es coextensiva con la totalidad del campo de las ciencias sociales, en un sentido más restringido y para los propósitos de un estudio universal, se puede definir como la ciencia de los elementos y primeros principios sociales… Sus principios coordinan las generalizaciones sociales y los articulan en un gran conjunto cientí­fico.»

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. cultura, democracia, doctrina social de la Iglesia, economí­a, educación, familia, inculturación, matrimonio, persona, polí­tica, socialismo, sociedad, trabajo)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

Lectura social de la Biblia (-> crí­tica bí­blica, lecturas). La Biblia es el libro de una «sociedad», es decir, de un grupo humano que lo ha producido y lo toma como propio. El descubrimiento de este carácter social de la Biblia ha tenido y tiene grandes consecuencias en su interpretación. Ciertamente, ha perdido su influjo un tipo de método más «materialista» de estudio bí­blico, pero está ganando terreno una forma de exégesis social más precisa y diferenciada, que se vincula con la antropologí­a cultural, en la que se tienen en cuenta los elementos individuales y grupales, estructurales y familiares, económicos y espirituales de la Biblia y de la vida. En esa lí­nea se aplica en el estudio de la Biblia el cambio de «paradigma» cultural de la modernidad, que nos ha llevado del universo ontológico antiguo al nuevo universo social. La «sociologí­a» no es una aplicación particular, ni un estudio que viene después de otros conocimientos más importantes (como serí­a la filosofí­a), sino que ella nos sitúa en el centro de la misma dinámica bí­blica. En ese sentido podemos afirmar que la lectura social de la Biblia está viniendo a ser cada vez más dominante.

(1) La lectura social asume de un modo más preciso el origen y condicionamientos sociales de la Biblia, tanto en perspectiva israelita como cristiana. Se trata de empalmar con los orí­genes sociales de la Escritura, entendida como expresión de una determinada comunidad de fe, en contraste inmediato con otras comunidades. La Biblia es el resultado del proceso de constitución de un grupo social, que se identifica a través de estos determinados textos (no de otros, que quedan fuera de la misma Biblia o se consideran apócrifos). De esa manera, la Biblia israelita resulta inseparable (y al mismo tiempo se separa) de otros libros no aceptados en el canon (apócrifos, Pentateuco Samaritano); sólo conociendo las vinculaciones y diferencias de unos textos y otros puede entenderse la Biblia en su sentido canónico. Lo mismo sucede con el Nuevo Testamento cristiano, que refleja un tipo de experiencia eclesial que ha seleccionado unos textos y ha dejado otros a un lado, por motivos que deberán estudiarse partiendo del mismo Nuevo Testamento y desde la estructura social y religiosa de la Iglesia.

(2) La lectura social de la Biblia está vinculada a una comunidad de lectores, de tal manera que para entenderla hay que situarse en el interior de una determinada tradición cultural, social y religiosa, sea en lí­nea de judaismo, sea en lí­nea de Iglesia cristiana. También los cientí­ficos, a pesar de la mayor objetividad de sus planteamientos, hablan de una comunidad de investigadores que definen y marcan el sentido y contenidos fundamentales de la ciencia. En la lectura de la Biblia esto resulta todaví­a más importante, de manera que podemos y debemos hablar de una comunidad de lectores bí­blicos, tanto en perspectiva cientí­fica (más universitaria) como en perspectiva eclesial (católica, protestante, ortodoxa). La Biblia es única, pero sus lecturas sociales y eclesiales son distintas.

(i) La lectura de la Biblia tiene una finalidad social: está dirigida al cambio de la humanidad, es decir, al surgimiento del reino de Dios; de esa manera, ella forma parte del anuncio y expansión del Evangelio. Más aún, el diálogo entre las diversas interpretaciones sociales y culturales de la Biblia (y en especial del Nuevo Testamento) constituye uno de los elementos básicos del diálogo religioso de la modernidad. En ese sentido, podemos decir que la Biblia y su lectura formar parte del entramado social de la historia de Occidente. En los tiempos más recientes, la teologí­a de la liberación ha destacado de nuevo las implicaciones sociales de la lectura bí­blica.

Cf. R. AGUIRRE, Del movimiento de Jesús a la iglesia cristiana, Desclée de Brouwer, Bilbao 1987; I. ELLACURIA y J. SOBRINO (eds.), hlysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teologí­a de la liberación, Trotta, Madrid 1990; G. GUTIERREZ, Teologí­a de la liberación, Sí­gueme, Salamanca 1999; G. THEISSEN, Estudios de sociologí­a del cristianismo primitivo, Sí­gueme, Salamanca 1985; F. VOUGA, Una teologí­a del Nuevo Testamento, Agora, Verbo Divino, Estella 2003.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: I. El Dios bí­blico y las raí­ces de la modernidad.-II. Trinidad y sociedad.

El pensamiento moderno se caracteriza por haber descubierto sus raí­ces sociales. La sociologí­a de la religión ha rastreado el influjo de las cosmovisiones religiosas en los diversos órdenes sociales. El concepto de Dios, sobre todo, es decisivo en tales influencias y viceversa.

Las dos últimas décadas conocen una revitalización de los estudios sociológicos aplicados a la Biblia que recuperan y profundizan los iniciados en las primeras décadas de este siglo. Pero todaví­a siguen siendo los autores clásicos, como M. Weber, puntos de referencia obligados.

M. Weber tiene particular importancia por sus sugerencias y análisis acerca de ciertos elementos de la tradición bí­blica y el surgimiento de la sociedad moderna. Temas como la racionalidad moderna, el espí­ritu del capitalismo, la secularización o «el desencantamiento del mundo» hunden sus raí­ces en la religión del antiguo Israel.

I. El Dios bí­blico y las raí­ces de la modernidad
M. Weber pone de manifiesto cómo hay un universo cosmovisional que separa a Israel de sus grandes vecinos culturales. El doble éxodo de Mesopotamia y Egipto es fundamentalmente cosmovisional. Frente al «orden cósmico» de aquéllos, se eleva la peculiaridad israelita basada en la concepción de un Dios (Yahvé) distinto y posibilitador de la historia.

Se pueden sintetizar en tres aspectos las caracterí­sticas distintivas de la cosmovisión israelita; en el centro está la concepción de Yahvé y sus consecuencias.

El primer aspecto lo podemos denominar la transcendentalización de la religión bí­blica. Dios es concebido como creador. Se sitúa enfrente, fuera, de la creación y de las criaturas. Es totalmente distinto a ellas, cae del otro lado, más allá de lo creado. Yahvé es un Dios radicalmente transcendente. Esta discontinuidad entre el Dios bí­blico y la creación, sienta ya un radical desencantamiento del mundo. El universo entero aparece profano, desmitologizado, ante este Dios transcendente y creador. El relato de la creación del Génesis, que utiliza numerosos elementos cosmogónicos mesopotámicos, es ya una desmitologización.

Pero este Dios único y distinto a todo lo creado actúa históricamente. Se hace presente en acontecimientos que afectan al pueblo de Israel. Los saca de Egipto, hace alianza con ellos, les promete una tierra… A su vez, el hombre bí­blico, el pueblo de Israel es responsable de sus acciones y se juega la fidelidad o no a Yahvé en la arena de lo histórico. Es decir, el mundo, la creación se convierte en el lugar de la acción de Dios y del hombre. El encuentro entre Dios y el hombre acontece en la historia. Mejor, surge la historia en estas acciones humanas en un espacio de libertad y responsabilidad. El espacio libre para el juego de la libertad surgió de la desacralización que conlleva la transcendentalización de Dios. Esta historización es la segunda gran aportación de la tradición bí­blica.

La historia y la consiguiente individualización del hombre que introduce un actor de la historia cabe Dios, tiene raí­ces bí­blicas. La modernidad occidental con su fuerte énfasis en la historia se enraiza en esta cosmovisión religiosa judeo-cristiana. La responsabilidad histórica del hombre sustituye a los órdenes cósmicos intemporales, egipcio o babilonio o a la tragedia griega. Se puede afirmar, por tanto, que la cosmovisión bí­blica proporciona un marco de referencia que posibilita el desarrollo de una concepción de la historia, el individuo, su dignidad y su libertad de acción.

El tercer rasgo que sobresale en una consideración socio-cultural de la religión bí­blica es el de la racionalización de la vida y la ética.

La concepción del Dios creador se da la mano con las actitudes proféticas anti-idólatras y anti-mágicas. De aquí­ el rechazo a todo culto mágico y orgiástico en Israel y el cristianismo. El énfasis cae sobre la conducta en la vida, en las relaciones interpersonales. Es decir, la religión judí­a lleva consigo una disciplina de la vida cotidiana. Se moraliza y normativiza la vida. Desde los profetas hasta el movimiento fariseo hay una racionalización de la conducta que puede degenerar en la casuí­stica jurí­dica de los fariseos, pero que se puede ver como el punto de inflexión del desarrollo de la racionalidad ética de Occidente.

Son numerosas las matizaciones y complementos que los actuales estudios sociológicos han aportado a los análisis e hipótesis weberianas. A tí­tulo de ejemplo citemos las discusiones sobre los orí­genes del idealismo religioso del mono-yahvismo. N.K. Gottwald (desarrollando una tesis de Mendenhall) afirma que hay una correlación entre la sociedad igualitaria de las tribus agrí­colas del primitivo Israel y el mono-yahvismo. Este igualitarismo, enraizado en las condiciones materiales de vida, pone en marcha la novedad religiosa del yahvismo y, a su vez, éste funciona como elemento de cohesión y legitimación de aquellas relaciones igualitarias.

Las consecuencias de algunos de estos aspectos básicos de la concepción judeo-cristiana de la religión son un venero inagotable para la reflexión teológica y la filosofí­a de la religión. Así­, la teologí­a polí­tica actual ha acentuado el carácter anti-mí­tico de la tradición judí­a. El gran realismo histórico judí­o, que lleva a Israel a no mitificar sus reveses y sufrimientos, sienta las bases de una teodicea que no busca escapismos gnósticos, ni falsas transfiguraciones de la realidad oprimida. El pensamiento judí­o donde el recuerdo (la anámnesis) es constitutivo, se alza así­, resistente y crí­tico, frente a las concepciones evolucionistas y disculpadoras de la responsabilidad histórica del hombre. La crí­tica religiosa de la racionalidad funcional, unilateral, prevalente en la modernidad, puede iniciar su camino. Se descubre, por tanto, que la tradición bí­blica está en los orí­genes de los impulsos de la modernidad occidental, pero no la legitima totalmente. Al contrario, se vuelve un testigo peligroso de sus unilateralidades y aberraciones.

No menos importante es el descubrimiento cristiano del carácter trinitario de Dios.

II. Trinidad y sociedad
Si Dios en vez de presentarse como soledad transcendente es comunidad, cambia radicalemnte nuestra concepción de Dios. Y esto afecta a los usos socio-culturales de Dios latentes en la organización de la sociedad humana.

No será posible ya presentar un cierto monoteí­smo como el legitimador de órdenes sociales absolutistas o totalitarios: un solo Dios, Rey o Caudillo, un solo pueblo, una sola raza, una sola lengua, etc. Al revés, más bien, en vez del latente principio uniformador de lo igual (ontologí­a y/organización social), que sólo reconoce a lo igual (gnoseologí­a), se instaura el principio del reconocimiento de lo diferente. Lo otro y la apertura a lo otro, totalmente diferente, están í­nsitos en el encuentro entre Yahvé y el hombre, pero se agudiza con la salida de Dios mismo hacia el hombre en la Encarnación y el enví­o del Espí­ritu.

Si algunos sociólogos acentúan la posibilidad de un cierto «reencantamiento» del mundo a través de la Encarnación -con lo que crecerí­an los peligros de sacralización y mitologización del cristianismo respecto del judaí­smo-, sin embargo, desde otro punto de vista, se concede al hombre una dignidad sin par. Y al mantenerse la historia como el espacio de la libertad, se crea el marco apto para una apertura diagonal, simétrica, democrático radical, frente a los otros. La Trinidad ofrece una analogí­a mayor con las sociedades democráticas que con las dictatoriales. Y, por supuesto, el dinamismo de respeto y diálogo que las recorre presenta más concomitancias que los comportamientos polí­tico-sociales autoritarios.

La Trinidad, concebida como la comunidad perfecta, se convierte en inspiradora continua de utopí­as de solidaridad y comunidad humana. Ha servido incluso para una filosofí­a de la historia sobre la que se han alzado periodizaciones con sus consiguientes concepciones sociales (Joaquí­n de Fiore y seguidores). Sabemos que tales utopí­as no siempre son liberadoras, pero mantienen un momento de recuerdo crí­tico frente a lo dado, que destruye toda pretensión de reconocimiento de las realizaciones humanas no fraternas. No sólo el aguijón de la «reserva escatológica», proveniente de la radical transcendentalización judeo-cristiana, actúa aquí­, si no la «reserva trinitaria» que reduce a imperfecta y no lograda cualquier sociedad humana donde todaví­a exista un ápice de inhumanidad e insolaridad.

Pero si la Trinidad ofrece una resistencia frontal a los usos y abusos uniformadores y a las pretendidas legitimaciones monoteí­stas, tampoco es, sin más, un aval de un politeí­smo de valores y visiones que condujera a la justificación de un relativismo radical. La Trinidad no se aviene bien con una concepción unitaria, estrecha y uniforme, de la historia; tampoco con los monismos del imperialismo cultural. Desde aquí­, el respeto a la diversidad de culturas y formas de realización humana, entra por su propio peso y razón de ser en la formación del torrente plural de la historia. Pero no se proclama un relativismo cultural ingenuo del todo vale. No se pierde la racionalización de la ética ni la pretensión universalista del Dios único y transcendente. Se matiza ese universalismo monoteí­sta de la razón y de la libertad; se advierte la necesidad del pluralismo en la comprensión de la realidad, la expresión de la verdad y la organización de la convivencia humana; se pone el acento más en el amor y la comunidad solidaria. Quizá se pudiera decir, en homologí­a con la Trinidad, que frente al prevalente e ilustrado y patriarcal énfasis en la razón y libertad, se añade ahora, complementaria y crí­ticamente, el amor solidario y fraterno.

Pero estas breves consideraciones sobre el potencial socio-cultural de la religión y, concretamente, del concepto cristiano de Dios, no nos tienen que hacer olvidar la inevitable ambigüedad social que le atraviesa. Ha servido y sirve para legitimar situaciones inhumanas. De aquí­, la pertinencia de análisiscrí­ticos como el marxista, despojados de su reduccionismo antireligioso. Sobre todo, es digno de tenerse en cuenta, las llamadas de atención a usar a Dios, la transcendencia, como un mecanismo de explicación última, abstracta, de la realidad socio-histórica concreta. Supone, en la mayorí­a de los casos, una huida de la realidad, una pereza a la hora de buscar las mediaciones históricas adecuadas para resolver las situaciones no queridas. Más peligroso todaví­a es una apelación a la transcendencia para descalificar doctrinas o regí­menes en nombre de una pretendida actitud religiosa o espiritual. Proceder de esta manera es precipitarse en un juicio global, demonizador del otro, que no se atiene a las mí­nimas reglas de prudencia y discernimiento de la pluralidad y complejidad de los mecanismos de lo social. Peor todaví­a es incurrir en legitimaciones de un orden social dado mediante el recurso, aun indirecto, a la voluntad divina, la providencia o cualquier forma de manejo instrumental del misterio de la divinidad.

[-> Amor; Biblia; Comunión; Encarnación; Espí­ritu Santo; Historia; Joaquí­n de Fiore; Judaí­smo; Monoteí­smo; Politeí­smo; Religión; Teodicea; Teologí­a y economí­a; Transcendencia; Trinidad.]
José Marí­a Mardones

PIKAZA, Xabier – SILANES, Nereo, Diccionario Teológico. El Dios Cristiano, Ed. Secretariado Trinitario, Salamanca 1992

Fuente: Diccionario Teológico El Dios Cristiano

SUMARIO: I. La sociologí­a: de la descripción a la interpretación y de la interpretación a la intervención: 1. Introducción: valoraciones y actitudes frente a la sociologí­a hoy: a) En la opinión pública, b) En las instituciones mayores; 2. Qué se entiende por sociologí­a: a) Orientaciones generales, b) Perspectivas temáticas de la investigación sociológica hoy: tradición, acontecimiento, interacción social, sí­mbolo – II. De la sociologí­a de la religión a la sociologí­a de las liturgias cristianas: 1. Pluralidad de aproximaciones; 2. Qué se entiende por sociologí­a de la religión; 3. Religión: el objeto de la sociologí­a de la religión – III. Sociologí­a de la religión y liturgia: 1. Importancia y función social de la liturgia; 2. Incidencia de la sociologí­a de la religión en la liturgia: a) Celebraciones litúrgicas, b) Los libros rituales, c) Historia litúrgica.

I. La sociologí­a: de la descripción a la interpretación y de la interpretación a la intervención
1. INTRODUCCIí“N: VALORACIONES Y ACTITUDES FRENTE A LA SOCIOLOGíA HOY. Contra la sociologí­a, entendida globalmente, existe una serie de prevenciones, prejuicios, malentendidos y generalizaciones ilegí­timas bastante difundidos, que amenazan con oscurecer y distorsionar la comprensión y el uso de toda o parte de esta ciencia relativamente joven. Antes de cualquier explicación, aunque breve, pero que pretenda ser puntual y sistemática, y en nuestro caso también expresamente parcial y sectorial, considero necesario señalar algunas posturas o juicios de valor frente a la ciencia sociológica que, como he dicho, no ayudan a su comprensión, sino que más bien pueden impedirla o de hecho obstaculizan su uso. En estas observaciones tendré también presente el mundo a que se refiere el fenómeno religioso, en cuanto que la voz presente se caracterizará, en su articulación, en este sentido. Finalmente debo señalar, por honradez, que la aproximación a la sociologí­a y a la sociologí­a del fenómeno religioso o a la sociologí­a religiosa o de la religión, como quiera que se diga según las corrientes diversas, aunque realizada por un liturgista, reconoce a la ciencia sociológica la absoluta autonomí­a, y descubre en esta autonomí­a la garantí­a más seria y eficaz para los diversos intentos de análisis-interpretación del fenómeno religioso: sólo así­ se podrá evitar el peligro, nada teórico como veremos, de rebajar la sociologí­a a mera auxiliar de exigencias pastorales, por ejemplo.

a) En la opinión pública. Para introducir el tema me serviré de algunas observaciones que la socióloga L. Voyé expone en un artí­culo en el que reivindica para la sociologí­a el estatuto de ciencia, y que se dirige tanto a los sociólogos como a los teólogos
Entre los diversos malentendidos, el más frecuente es el que reduce la sociologí­a a una operación meramente estadí­stica, preocupada por datos numéricos estimados externos y superficiales. Dentro de la ciencia sociológica no se puede despreciar la importancia objetiva e insustituible de dicha operación para una reflexión sobre algunos determinantes sociales que intervienen en comportamientos particulares 2. Pero éste es indiscutiblemente un primer estadio de trabajo; porque, de hecho, con las estadí­sticas no es posible conocer el porqué de los comportamientos, y el campo está abierto a la más variada danza de hipótesis, danza que indirectamente confirma los malentendidos. Hay que incluir en esta tendencia también el influjo que tienen los diversos sondeos: desde los sondeos de opinión a los orientados hacia los comportamientos religiosos. La utilización cada vez más frecuente de estos medios tiende a identificarlos con la sociologí­a, originando una valoración negativa de esta última. Por otra parte, una lectura no siempre correcta de los sondeos ha facilitado el aumento de los malentendidos y de la confusión: «Su utilización a veces intempestiva, frecuentemente con finalidad justificativa o de reflexión apologética, determina afirmaciones incontroladas, causa de errores, y esconde la realidad que se pretende descubrir o ilustrar’.

b) En las instituciones mayores. Si a continuación pasamos de las valoraciones de la opinión pública a la de las instituciones mayores, como el estado o la iglesia, aparecen prevenciones y fuertes dificultades y desconfianzas. Una lectura de estas reacciones muestra con frecuencia que se ve la sociologí­a como un instrumento desestabilizador, en cuanto que pone de manifiesto los mecanismos sociales y muestra el proceso generativo y el de funcionamiento de las instituciones, ideologí­as y prácticas. «Esta reacción de desconfianza, que en algunos casos es un puro y simple rechazo, es más frecuente cuando la sociologí­a no se limita a describir una situación determinada, sino que propone, además de una explicación, también una interpretación de dicha situación y, eventualmente a partir de estos datos, sugiere también orientaciones para la acción» ^. Por el contrario, el recurso a la metodologí­a sociológica, sobre todo en el ámbito de la sociologí­a del fenómeno religioso, no es siempre claro. Con los datos sociológicos se mezclan preocupaciones sea de la teologí­a pastoral, sea de una ideologí­a confesional preconcebida que condiciona apriorí­sticamente cualquier resultado. En estos casos «se puede decir que la sociologí­a se ve reducida a la función de sierva de la pastoral, y se la somete a las necesidades eclesiásticas de conservación del status quo. La atención dirigida a categorí­as sociales particulares, a ambientes de desarrollo particulares… y a clases de edad especí­ficas… confirma mucho más la única, común y constante intención de utilizar la ciencia de la sociedad para seguir utilizando a la sociedad misma».

2. QUE SE ENTIENDE POR SOCIOLOGíA. Las valoraciones y actitudes señaladas hasta el momento, y también las que pueden suponerse: falta de cientificidad, estaticidad valorativa, precariedad en las conclusiones…, plantean la pregunta fundamental: ¿Qué se entiende por sociologí­a? Y a continuación, en nuestro plano de estudio, ¿qué se entiende por sociologí­a del fenómeno religioso? En ambos casos dejo a un lado el desarrollo histórico detallado de la disciplina y del pensamiento subyacente, remitiéndome a los manuales para toda eventual profundización, señalando solamente las corrientes y concepciones fundamentales Pese a las limitaciones de una definición, me parece pertinente, aunque compleja, la descripción que propone Ferrarotti. Entiende la sociologí­a como «ciencia de observación, o sea, como análisis empí­rico conceptualmente orientado, guiado por hipótesis de trabajo verificables inductivamente, e interpretación crí­tica de cualquier agrupación humana tal y como se expresa en sus diferentes relaciones interindividuales, constatadas en sus aspectos de uniformidad y repetibilidad»
En esta definición se da por descontado, porque ya lo habí­a mostrado anteriormente el autor, el concepto de ciencia tal y como ha venido madurando hasta hoy En cambio, se señala claramente que la sociologí­a es «la ciencia de la sociedad» que estudia, en el sentido de describir, explicar, interpretar y de alguna manera prever, los fenómenos sociales, no en una perspectiva global y totalizadora como una superciencia, sino como instrumento limitado y delimitado por el mismo estatuto de ciencia y, conscientemente, por la tensión de acercamiento interdisciplinar con las demás ciencias sociales, caracterizándose de todas formas como disciplina que analiza las agrupaciones humanas en sus relaciones interindividuales, prescindiendo de su naturaleza religiosa, económica, jurí­dica, filosófica… 9 En estas operaciones, lo que ha sido y es problemático es el concepto de sociedad. Este, de hecho, depende de la variabilidad histórica, subyace, está interpretado y particularizado por toda teorí­a sociológica, la guí­a y dirige ‘°. De rechazo nace una pluralidad de caminos de aproximación y de escuelas que solamente en parte pueden coincidir con la definición que he señalado y qué, en definitiva, hacen de la sociologí­a algo heteróclito y heterogéneo en sus desarrollos.

a) Orientaciones generales. Son tres las orientaciones generales que muy esquemáticamente se pueden señalar: nomotética, descriptiva y crí­tica. La primera orientación se sitúa en continuidad con los padres fundadores que, aunque de diferentes maneras, consideraban la sociologí­a como una ciencia nomotética general de la sociedad. Baste recordar la investigación de las leyes de naturaleza histórica que se insertan en la evolución de la sociedad, efectuada por A. Comte, K. Marx y H. Spencer «; el establecimiento de las relaciones funcionales entre los fenómenos sociales de E. Durkheim 12; las irregularidades señalables por la historia comparada de M. Weber °; el análisis lógico de las acciones no lógicas de V. Pareto «. Por lo que se refiere a la investigación actual, según R. Boudon, se nota, «sobre todo a nivel de ciertas especialidades de la sociologí­a, que aparecen progresos en el sentido del desarrollo de una ciencia nomotética». Entre estas especialidades se cuenta la teorí­a de la circulación de las familias y de los individuos dentro de las estructuras sociales (movilidad social) 16; el estudio de las relaciones entre la estructura y los objetivos de las organizaciones (teorí­a de las organizaciones) la teorí­a de los conflictos… Su desarrollo, enriquecido con los intentos anteriores y también con los fracasos, como por ejemplo el de T. Parsons y G. Gurvitch, parece insinuar la posibilidad de ofrecer nuevamente a la sociologí­a un sistema de conceptos generales dentro de un cuadro teórico. De todas formas, todaví­a queda mucho camino por recorrer y la meta está aún bastante lejana (R. Boudon); aunque, en definitiva, puede ser del todo discutible la llegada, en el sentido de la necesidad inmediata, aun descubriendo en las teorí­as empí­ricas controlables la vocación de la sociologí­a. La segunda orientación, la descriptiva, cubre actualmente buena parte de la producción sociológica. En este sector la mayor influencia la ejerce la escuela americana, que, después del último conflicto mundial, ha inspirado, de alguna manera, la investigación en Europa. Se destaca como una sociologí­a concreta o sociográfica. «Fundamentalmente, sociografí­a significa presentación ordenada de los datos recogidos tal como aparecen, sin omitir ninguno que pueda ser pertinente al caso: territorio, clima, población, condiciones de vida, costumbres, tipos e í­ndices de delincuencia, distribución de los cargos públicos y del poder polí­tico, etc.»» La sociologí­a sociográfica se divide en un cierto número de sectores, según determinados objetos concretos, como por ejemplo: sociologí­a del tiempo libre, del consumo, de la ciudad, del deporte, de las religiones, de los grupos… Sin embargo, es necesario observar que estos sectores de la sociologí­a están sujetos a pluralidad de aproximaciones también metodológicas. La orientación señalada, entonces, debe considerarse como tendencia general, hoy más que nunca, en cuanto que el aspecto sociográfico, se revela cada vez con más frecuencia como componente auxiliar de una metodologí­a interdisciplinar más compleja. La tercera orientación es la crí­tica, indicada algunas veces como especulativa, dando a este término una connotación no del todo positiva. Si se excluyen de esta dirección las preocupaciones y las fusiones de modelos meramente filosóficos, se puede comprender su significado exacto, o por lo menos su hipótesis de trabajo. Así­ lo indica uno de sus representantes más autorizados: «Ciencia de la nada y del presente, sea cual sea la posibilidad del sociólogo de conseguir la plena cientifización del juicio polí­tico y de las opciones sociales, la sociologí­a es, ante todo, efectivamente una ciencia crí­tica. Por el solo hecho de escoger como objeto propio de investigación los modos, los términos y las relaciones de que se forma la convivencia humana, llama la atención sobre tal convivencia y su forma, evalúa su nivel de racionalidad, mide su rigidez estratificadora, su capacidad de adaptación y su funcionalidad, prevé (ciertamente con un amplio margen de error) su evolución futura y su destino, y expresa su significado global. Más quizá que cualquier otra disciplina cientí­fica, la sociologí­a plantea un problema de compromiso social y humano a sus cultivadores. Es muy rara la investigación sociológica que no plantee un problema polí­tico. En este sentido, la sociologí­a es una ciencia intrí­nsecamente crí­tica».

Dentro de esta conciencia situacional, debida inicialmente a la recogida de datos empí­ricos, el análisis sociológico, además de clarificar la situación fáctica, puede explicitar aquellas corrientes que tienden al desarrollo y las respectivas leyes subyacentes. Naturalmente, así­ se deriva la incisividad y la posibilidad de intervenciones operativas que ofrece oportunamente la misma sociologí­a. Por otra parte, esta incisividad se puede encontrar, más o menos, en cada una de las orientaciones señaladas. Efectivamente, en el plano metodológico es propio de la investigación cientí­fica de la sociologí­a acercarse a las consecuencias sociales; encausar a las instituciones; poner directa o indirectamente en discusión las creencias, costumbres y comportamientos tradicionalmente aceptados. «Cualquiera que tenga experiencia directa de investigaciones sociológicas sabe que incluso la más simple de ellas, circunscrita al nivel más elemental, implica necesariamente un cambio; puede iluminar el desfase entre lo que se cree idealmente y lo que sucede en la vida práctica de cada dí­a; puede probar que instituciones generalmente aceptadas sin discusiones en su forma tradicional, como la familia de tipo preindustrial, en realidad son poco adecuadas, inadecuadas y con retraso respecto a la evolución objetiva de la sociedad contemporánea»».

b) Perspectivas temáticas de la investigación sociológica hoy. Las orientaciones que hemos indicado no deben aparecer como carriles rí­gidos que impidan una comunicación. Más aún, el recurso a un austero método interdisciplinar denota en muchas ocasiones la necesidad de salir, por ejemplo, de una mera descripción sociográfica hacia una interpretación más crí­tica; o bien de recurrir a una sistemática rigurosa, aunque no preceptiva, para intentar, de alguna manera, una lectura nomotética. Pero la sensibilidad al método interdisciplinar ha inducido a sociólogos de escuelas y métodos diversos a afrontar temáticas hasta ahora excluidas, o casi excluidas, del campo de los estudios sociológicos. En este estudio me interesa señalar brevemente algunas de estas perspectivas que dejan entrever una aportación en absoluto indiferente a la investigación sociológica, entendida globalmente, y, por lo que nos afecta, a la investigación litúrgica.

Tradición. Es el tema que, quizá, está exigiendo un amplio trabajo, aunque sea de verificación empí­rica, en sociologí­a, para reinsertarse adecuadamente. Aunque entendido de diversas maneras, siempre se le ha considerado a partir de la contraposición tradición-cambio social. El renovado interés actual por lo popular, ampliamente constatado, ha relanzado el tema de la tradición como sistema de hechos y de valores que pueden conservarse también dentro del cambio, y que en cierta manera lo cualifican. Por eso, no se ve ya la tradición sobre todo como un impedimento. En este sentido, es importante para todo el problema de la socialización y de la pertenencia..

Acontecimiento, como factor innovador. El hecho de que la sociologí­a se haya organizado en torno a leyes, modelos, estructuras o sistemas ha incidido sobre su no considerar el acontecimiento como identificado con lo imprevisto, el azar, lo contingente, lo irreducible…; la invitación a reinsertarlo es reciente «. Según E. Morin, «reconocer el acontecimiento no es solamente reconocer el azar (la aventura) en la historia (del mundo, de la vida, del hombre), sino permitir el estudio de las propiedades de los sistemas (bióticos, humanos, sociales), de donde se deriva una actitud de desarrollo»; efectivamente, el acontecimiento revela algo en el sistema en que acaece, y nos introduce en el problema de su evolución. En este cuadro siempre es pertinente la hipótesis de R. Bastide sobre la nueva relación entre el destino personal y el cambio social que se instaura en la sociedad actual respecto al pasado. Hoy «el campo privado depende del público… Nuestro destino se inserta en el destino de los grupos a los que pertenecemos… Los acontecimientos que nos afectan se han desplazado de lo particular individual a lo particular colectivo»». El acontecimiento, así­ considerado, además de afectar a la historia de los sistemas», como decí­a Morin, tiene una incidencia indudable para la teorí­a sacramental».

Interacción social. Los refinados análisis de la estructura de la interacción, en cuanto unidad fundamental de la vida social, efectuados por E. Goffman, al margen de las polémicas por el abandono de la sociologí­a tradicional (macrosociologí­a) en favor de la microsociologí­a, mejor precisada como sociologí­a de la vida cotidiana «, parecen imponerse como análisis que descubre, en la vida de todos los dí­as, los lazos mismos de la sociedad. Las observaciones crí­ticas dirigidas al autor, si por una parte delimitan justamente el alcance de su investigación para no caer en generalizaciones ineficaces, por otra confirman su originalidad para la ciencia social 38. La atención que pone en lo ritual, en cuanto que desempeña una función reguladora en la interacción, lo hace particularmente útil para comprender también los modelos interactivos de toda la actuación litúrgica.

Sí­mbolo. Aunque no falten en la historia de la sociologí­a autores que se hayan interesado por el análisis de los sí­mbolos (v.gr., E. Durkheim, G.H. Mead, T. Parsons, P.A. Sorokin, G. Gurvitch), los estudios al respecto son de escaso relieve. Con la certeza de que «para la sociologí­a contemporánea el concepto de sí­mbolo está sin duda alguna entre aquellos que se deben considerar fundamentales, visto que a nivel de comportamiento afecta a una gama bastante desarrollada de elementos susceptibles de investigación: objetos, personas, expresiones, gestos, que adquieren un valor más bien uní­voco -por lo menos tendencialmente- dentro de un particular contexto de referencia (grupo, clase social, movimiento)»», el problema se afronta nueva y rigurosamente con investigaciones particulares sobre el campo d0. El interés renovado por este tipo de análisis deja adivinar posibles desarrollos en la investigación sociológica. Además de profundizar empí­ricamente, por ejemplo, cómo sirven los sí­mbolos como medio de comunicación social entre los sujetos agentes, cómo pueden ser por una parte signos de una especie particular y por otra instrumentos de participación, cómo están sujetos a una variabilidad y a una relatividad dentro de la realidad social, cómo conservan la continuidad y la identidad del grupo y de sus significados y valores; además de todo esto, decí­amos, no puede dejar de afectar a la investigación litúrgica en su actual reconsideración del simbolismo en todo su valor.

II. De la sociologí­a de la religión a la sociologí­a de las liturgias cristianas
1. PLURALIDAD DE APROXIMACIONES. Habiendo hecho mención, entre las perspectivas temáticas de la sociologí­a, del sí­mbolo, creo haber facilitado el paso del campo sociológico en general al del fenómeno religioso en particular, en cuanto que «no es casual que casi todos los autores que han afrontado el tema del sí­mbolo se han visto posteriormente en la necesidad de tratar la sociologí­a de la religión». Probablemente, también por este motivo, la heterogeneidad de la investigación sociológica, ya señalada, se refleja en el campo de la sociologí­a de la religión. Esto no deberí­a sorprendernos, si no olvidamos, ante todo, que «el fenómeno religioso, tanto en sus formas más elementales como en las más complejas, particularmente la función social de la religión sea a nivel del comportamiento individual, sea en relación a sus repercusiones sobre la vida económica y sobre las motivaciones del actuar social, constituye una preocupación, si no dominante, en los fundadores y en algunos de los autores más significativos de la disciplina sociológica. Podemos señalar, esquemáticamente, una triple aproximación, observando que se debate todaví­a, en un cuadro general, entre la propuesta de teorí­as nomotéticas, de acuerdo con los clásicos, y las investigaciones empí­ricas sobre el terreno, no conciliando frecuentemente las primeras con las segundas y, viceversa, olvidando que también en sociologí­a de la religión la teorí­a debe verificarse con la práctica; y que, alternativamente, los aspectos teóricos nacidos de investigaciones precedentes deben someterse a una nueva verificación. La primera aproximación, influida por los principios metodológicos del funcionalismo, encuentra muchos seguidores en el mundo anglo-americano, sostenidos por contribuciones teóricas de autores como T. Parsons y J.M. Yinger. En esta tendencia, que considera la función puramente social de la religión, pueden incluirse también los autores de procedencia marxista, en particular los del Este europeo. La segunda aproximación, de carácter formal, empeñada en una investigación nomotética y tendente a componer tipológicamente los resultados obtenidos, se expresa sobre todo en el área alemana y en autores como G. Menshing y J. Wach. Por su amplitud y por sus intereses, la tercera aproximación, que incluye personalidades, en particular G. Le Bras, renovador de la investigación socio-religiosa, grupos y centros que se refieren en la investigación a una sociologí­a aplicada a las necesidades y a las aspiraciones de las iglesias cristianas en general, y más particularmente a la católica (por ejemplo: C.I.S.R. [Conferencia internacional de sociologia religiosa]; dentro de su misma autonomí­a, el Grupo de Sociologí­a de las Religiones y la revista Archives de Sciences Sociales des Religions; el equipo de la revista más difundida en el ámbito europeo: Social Compass; Centro de Sociologí­a del Protestantismo, en Estrasburgo; los centros promovidos por S. Burgalassi en Pisa, por S.S. Acquaviva en Padua, por G. Alberigo en Bolonia, el C.I. R.I.S. de la Pontificia Universidad Gregoriana y el centro de la Universidad Pontificia Salesiana…, se impone sobre todo en el plano empí­rico, y sólo en segundo lugar en el plano teórico. En particular «el desarrollo de la sociologí­a religiosa de los católicos ha coincidido en gran parte con el desarrollo de la eclesiologí­a y de la pastoral; y esto explica su carácter más bien práctico y aplicado. De todas formas, aunque no participen directamente en la elaboración de especí­ficas teorí­as socio-religiosas, los católicos han contribuido con sus estudios a precisar y enriquecer las problemáticas generales en algunos sectores (conceptos de actitud, cultura, pertenencia, valor, participación, control, etc.)». Además, el tiempo de la reforma litúrgica ha invitado a tomar en consideración a la misma y a intentar crear una sociologí­a de las liturgias cristianas, sea como fruto del concilio, sea como procedentes de él en el pluralismo de las actuaciones prácticas.

2. QUE SE ENTIENDE POR SOCIOLOGíA DE LA RELIGIí“N. Las aproximaciones esenciales señaladas dejan adivinar lo complicado que resulta delimitar una definición de la sociologí­a de la religión. Veremos que surgen cada vez más problemas cuando se quiere precisar qué debe entenderse por religión, y por tanto circunscribir más atentamente el objeto en cuestión. Para nuestro estudio me parecen útiles y pertinentes las observaciones-sí­ntesis de Milanesi: «La sociologí­a de la religión quiere ser considerada verdadera sociologí­a cientí­fica. Por tanto, rechaza verse reducida a sociografí­a o estadí­stica religiosa, o sea, a una descripción de las numerosas variables en juego. La sociologí­a de la religión, en cambio, tiende a la comprensión e interpretación de los fenómenos, mediante el uso sistemático de hipótesis dentro de un cuadro teórico global; el descubrimiento de constantes forma parte de sus tareas y funda la legitimidad de teorí­as y modelos explicativos, aunque sean de alcance limitado. Aun consciente de los muchos lí­mites impuestos a este tipo de aproximación por la imprecisión de las hipótesis, la observación, los métodos, etc., la sociologí­a de la religión expresa la necesidad de llegar a generalizaciones que permitan hacer previsiones sobre el desarrollo de las problemáticas socio-religiosas. Se puede añadir que, lo mismo que la investigación sociológica en general, la sociologí­a de la religión es tí­picamente descriptivo-interpretativa, y por tanto no normativa; por eso, aun tendiendo a la objetividad, sigue condicionada por sus referencias teóricas y por las instancias culturales más generales, propias de la sociedad que examina. Más especí­ficamente: en sus relaciones con la teologí­a se diversifican las opiniones de los autores. De todos modos, «parece predominar la opinión de los que consideran la sociologí­a de la religión como una ciencia autónoma en sus modalidades metodológicas, aunque orientada en la dirección de su investigación y en la precisión de su objeto por indicaciones de carácter teológico». Excluyendo, de todas formas, el caso de manipulaciones, parece oportuno llegar a una iluminación recí­proca de las dos disciplinas. Lo mismo se debe decir de lo que concierne a la pastoral. A este respecto es útil recordar «que la sociologí­a de la religión puede orientarse justamente en su investigación a partir de las necesidades indicadas por la pastoral y, viceversa, la pastoral se orienta en su acción por las indicaciones tomadas de la investigación socio-religiosa; en cambio se excluye un tiempo de utilización que acaba en una indebida instrumentalización y en una negación de la autonomí­a misma de la ciencia»
3. RELIGIí“N: EL OBJETO DE LA SOCIOLOGíA DE LA RELIGIí“N. Para disipar todo posible equí­voco, es bueno precisar inmediatamente que la sociologí­a moderna ha considerado con rigor y seriedad la religión 60. Ha sido determinante la aportación de los padres fundadores: E. Durkheim y M. Weber. «Bajo la influencia de Durkheim, los sociólogos elaboraron una llamada definición funcional de la religión. La religión se define ahora en términos de su función social, concretamente la de proporcionar la matriz del significado a la sociedad. La religión es aquí­ un sistema para la interpretación del mundo, que articula la autocomprensión de la comunidad, así­ como su lugar y la tarea que le corresponden en el universo. La religión define la perspectiva en que las personas se ven a sí­ mismas, y sus relaciones con la sociedad y la naturaleza». Paralelamente a esta definición, hay sociólogos que se remiten a una definición sustancial de la religión. La religión es, en este caso, considerada en su relación con el mundo invisible, aun reconociendo su impacto en la sociedad. Hay que observar que estos modos de considerar la religión no ayudan excesivamente a la sociologí­a. Es más útil hacer que aparezca, a partir de la investigación misma, qué tipo de religión es destacable en las diferentes posiciones sociales; ella misma es un objeto de estudio. Por eso la investigación socio-religiosa se cualifica considerando al hombre y a la mujer enfrentados con sus religiones y las modalidades que les acompañan en la sociedad. Por tanto, «serán objeto de la sociologí­a de la religión las formas de relación recí­proca existentes entre diversas experiencias religiosas y estructuras de una determinada sociedad (a nivel de grupos, instituciones, centros de poder, estratos y clases sociales, etc.). Será también objeto de la sociologí­a y de la religión el análisis de las relaciones entre experiencias religiosas y dinámicas culturales (especialmente referido a modelos de cultura, usos, costumbres, valores, etc.). Por último, podrá ocuparse del estudio de los procesos por los que se advierte e interioriza la interacción entre religión y sistema socio-cultural, a nivel de sistema de personalidades (con los problemas de la socialización religiosa, de la pertenencia, etc.)» Parece evidente que el objeto de la sociologí­a de la religión no es la fe o la gracia, «sino sus manifestaciones u objetivaciones en el plano observable y del comportamiento, como la práctica religiosa, las creencias, los sentimientos de pertenencia, las motivaciones religiosas, los conflictos, así­ como los grupos y las estructuras dentro de los cuales se van institucionalizando y desarrollando las experiencias religiosas colectivas»».

III. Sociologí­a de la religión y liturgia
1. IMPORTANCIA Y FUNCIí“N SOCIAL DE LA LITURGIA. COMO señala Mayer, la atención predominante, también de los investigadores, frente a la liturgia, entendida en su acepción cristiana, se ha orientado hacia los tipos de elementos, situaciones, factores polí­ticos y sociales que influyen sobre ella. En realidad se siente la necesidad de «reflexionar sobre todo en el posible influjo de la celebración litúrgica en la vida de la sociedad»». Indirectamente se ha planteado el problema en los últimos años, a impulsos de un renovado estilo celebrativo, o del fenómeno de la secularización, o de los problemas que plantean el marxismo y las diferentes teologí­as de la liberación. Con frecuencia, las soluciones de los diversos autores se han movido en el plano teórico. Las referencias históricas pueden ayudar a sintetizar una respuesta, que parece, en algunos aspectos, positiva; queda en pie el problema de una verificación empí­rica acerca de cómo encuentra la liturgia una resonancia y qué resonancia en la vida familiar, profesional, cultural y polí­tica. Planteado de este modo, el problema forma parte de ese capí­tulo de la sociologí­a, bastante más amplio, que considera la religión como factor de desarrollo y cambio social y de este contexto se pueden extraer paradigmas teóricos para plantear una verificación empí­rica correcta y atenta.

1. INCIDENCIA DE LA SOCIOLOGíA DE LA RELIGIí“N EN LA LITURGIA. La contribución de la sociologí­a de la religión puede considerarse en tres planos diversos, pero complementarios. Ante todo podemos dirigirnos a la sociologí­a para destacar el papel de la liturgia dentro de la vida eclesial y acentuar todos aquellos aspectos sociales destacables en las celebraciones que pueden ayudar a comprender mejor su funcionamiento. En segundo lugar, la sociologí­a de la religión puede aportar su lectura de los libros rituales, en particular de los nuevos Ordines, fruto de la reforma litúrgica conciliar. En tercer lugar, su aportación resulta utilí­sima para renovar la historia de la liturgia y para comprender y plantear más correctamente el estudio de la misma, particularmente el de los sacramentos. En los tres planos, es necesario subrayarlo, hará falta la ayuda de otras disciplinas para crear una red interpretativa interdisciplinar, cientí­ficamente más eficaz, a fin de evitar lecturas parciales y/ o absolutas y sucesivas tomas de posición o intervenciones ineficaces, cuando no poco pertinentes.

a) Celebraciones litúrgicas. Considerando las celebraciones como conjuntos de ritos organizados (gestos, sí­mbolos, palabras), la sociologí­a distingue tres funciones dentro de la función expresiva del rito en general «. La primera es la comunicación, entendida como acto que estructura y constituye toda comunidad. La aproximación crí­tico-empí­rica puede mostrar la complejidad de las respectivas funciones de comunicación dentro de la misma liturgia, comprendiendo los aspectos verbales y no verbales; la intervención concreta de las variables; estructurales: dimensión, composición del grupo o del público de las asambleas, los canales de comunicación preestablecidos; ambientales: el aspecto prosémico, el contexto humano en que se inserta la asamblea», y también el amplio problema del simbolismo. La segunda función es la socialización, entendida como proceso por el que a un individuo se le transmiten los valores, normas, actitudes y comportamientos del grupo social que lo acoge o en el que está inserto. En referencia a la liturgia, se debe leer el proceso como cognoscitivo, pero sobre todo como interiorizador de los valores y las actitudes religiosas. La aproximación sociológica ayudará a leer mejor el proceso incluso en sus componentes de violencia simbólica. La tercera función es la pertenencia religiosa, que se califica como actitud psicosocial de un miembro en su conexión con su grupo religioso. En la liturgia, la contribución sociológica puede poner de manifiesto diversos tipos de pertenencia según que los suscite o los favorezca. En este contexto puede aparecer el problema de los papeles dentro de la celebración: desde el de los laicos, en general, en los diversos ministerios, al históricamente problemático de la mujer», o también el tan complicado del catecumenado de los adultos. De rechazo puede considerarse el problema de la densidad de los grupos que celebran para una participación real, sin olvidar el fenómeno de las asambleas dominicales. También para esta última problemática parece evidente que el problema de las funciones es interdependiente y al mismo tiempo abigarrado. Todaví­a quedan más posibilidades de incidencia de la sociologí­a en la realidad celebrativa.

Sin ser exhaustivos, se puede señalar su aportación para: 1) Los ritos de tránsito (iniciación…, matrimonio…, muerte), examinados como prácticas religiosas que, como en las más diversas sociedades, acompañan el paso de un individuo de una condición a otra, paso «en el que tiene lugar un proceso de profunda transformación del individuo dentro del significado colectivo, y la responsabilidad estructural del status social en que el sujeto es introducido»; 2) La fiesta, considerada desde el punto de vista del sujeto, entendido como la colectividad mediante la que se difunde el acto de la fiesta y adquiere un significado; y del objeto, aquello a lo que se dirige la celebración y el tiempo en que se celebra, con la preocupación de encontrar, si es posible, una puerta abierta entre lo sagrado y lo profano; igualmente su componente económico, sin excluir una interpretación no estrictamente religiosa como la marxista; 3) El sacrificio en su fundamentalidad, caracterí­sticas y naturaleza especí­fica dentro de un grupo social o comunidad; 4) La eficacia simbólica en sus relaciones con la magia y sus eventuales diferencias; 5) El problema de la religión, religiosidad, piedad popular, en referencia a las transformaciones litúrgicas de las celebraciones oficiales o a las celebraciones de grupos elitistas, consideradas globalmente como celebraciones rechazadas por las masas populares, bien porque éstas deserten del culto oficial, bien porque se refugien en formas rituales tradicionales. Aquí­ encuentra su justa importancia la otra cara de la moneda, la secularización, entendida en toda su problematicidad; 6) La relación y comprensión del binomio palabra-rito dentro de las prácticas sociales; 7) La música ritual considerada en su producción y reproducción, en relación con el proceso de evolución histórica de la sociedad humana eclesiástico-eclesial, así­ como en el sentido que desarrolla en la asamblea en referencia a particulares ambientes sociales o a determinadas categorí­as respecto a otros ambientes u otras categorí­as.

b) Los libros rituales. El análisis sociológico ha afrontado en estos últimos años, con bastante rigor, aunque con lí­mites evidentes, las problemáticas inherentes a una sociologí­a del tema religioso, preocupada por llegar a una teorí­a del modo de producción de este tema 89. Poner en claro la ideologí­a presente en tal tema, la presencia activa del productor del mismo, que construye su mundo social en relación con otros actores; la relación entre análisis del tema y análisis de las posiciones ocupadas por los actores en el campo de producción del mensaje religioso: éstos son algunos aspectos que se refieren al uso social de la palabra.

La mayor parte de la investigación se ha dirigido al análisis de temas enunciados dentro de un grupo religioso en una posición de gran legitimidad o en el ejercicio de esta legitimidad, en particular en el momento ritualizado de la homilí­a. No faltan intentos de ensanchar la investigación, sea a la eucologí­a en sí­ misma, sea, más tí­midamente, a los ritos nacidos de la reforma litúrgica. Sociólogos y semiólogos están de acuerdo en este trabajo «por considerar el texto como un producto social cuyo sentido se encuentra ahora en su modo de aparecer al lector, y que de hecho escapa parcialmente a los autores». Lo que interesa en este tipo de análisis es el funcionamiento del texto, tanto en su emisión o producción por parte de un determinado agente social como en la recepción del texto a través de otro agente social, o la correspondiente práctica (escucha, rechazo, participación…). El desarrollo de la perspectiva señalada (microsociologí­a), aun debiéndose armonizar con la investigación sociológica habitual (macrosociologí­a), permite un análisis más cuidadoso del funcionamiento de la liturgia como relación social y una lectura más completa del fenómeno de la reforma litúrgica.

c) Historia litúrgica. Todaví­a hay que recorrer un largo camino para llegar a tener una historia del culto cristiano, y en particular de la liturgia, más atenta a los cambios correlativos de la iglesia y de la sociedad. Gracias a las investigaciones de G. Le Bras, sobre todo en Francia, la relación entre historia y sociologí­a de la religión experimenta desarrollos notabilí­simos, entre otras cosas por la singular aportación de las contribuciones metodológicas y de ampliación de contenidos de E. Poulat. El proceder de estas investigaciones deja ya adivinar la necesidad de una revisión global de los textos de historia litúrgica, para que sepamos tener en cuenta tanto la descripción de acontecimientos particulares del pasado como la elaboración de leyes generales. Obviamente, el proyecto se inscribe en el ámbito más amplio de la renovación de la investigación histórica, que se muestra tan sensible a la aportación de la sociologí­a. En el cuadro expuesto aparece en toda su actualidad la incidencia de la historiografí­a que se refiere a la sociologí­a de la religión para el tratamiento teológico, y el sacramental en particular. Ya M.-D. Chenu señalaba a la sociologí­a de la religión la tarea de indagar los contextos socio-cultuales dentro de los que se elaboraron las fórmulas dogmáticas, y hoy podemos añadir la de indagar las diversas situaciones humanas, en sus evoluciones, a las que se refieren los sacramentos, así­ como las variabilidades dentro de los mismos en referencia al cambio social o eclesial.
Probablemente con la ayuda de estas investigaciones se podrá aclarar más de un aspecto de estas celebraciones que estructuran también al hombre social, tanto en referencia a la heerencia histórica como a la adaptación contemporánea.

S. Maggiani

D. Sartore – A, M. Triacca (eds.), Nuevo Diccionario de Liturgia, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia

Las aspiraciones de la sociología (socius, socio, compañero; logos, ciencia) a un lugar en la jerarquía de las ciencias están sujetos a una variada controversia. Se ha alegado que no hay un problema definido para una ciencia de la sociología, ninguna característica de la sociedad humana que no esté ya cubierta en las ciencias sociales ya establecidas. Adicionalmente, se ha argumentado que mientras que el futuro puede ofrecer oportunidades para una ciencia como la sociología, su condición actual deja mucho que desear. Más todavía, entre los mismos sociólogos abundan las discusiones y desacuerdos sobre los objetivos, problemas y métodos de la ciencia. Más alla de esta confusión en los círculos científicos, también se originan malos entendidos por el hábito popular de confundir sociología con filantropía, ética, caridad y ayuda, reforma social, estadística, problemas municipales, socialismo, saneamiento ambiental, criminología y política. Difícilmente puede esperarse que no ocurran diferencias de opinión cuando los miembros de la academia se empeñen en describir en términos simples los complejos procesos sociales; en acomodar una vasta variedad de datos históricos y contemporáneos en clases lógicas rígidamente delimitadas, y en demarcar para fines de investigación secciones de la realidad que de hecho se traslapan en cientos de puntos. A pesar de todo, los esfuerzos que se hacen para crear una ciencia sociológica han conducido a resultados notables. A estas tarea han sido atraidas mentes de altísimo nivel y se ha producido literatura de alto grado de excelencia; las ciencias afines se han visto profundamente afectadas por el nuevo punto de vista que la Sociología ha fomentado; y la enseñanza de la ciencia ha logrado un reconocimiento indisputado en las universidades del mundo.

La ciencia económica tiene por objeto investigar las formas, relaciones y procesos que ocurren entre los hombres en sus esfuerzos conjuntos para proveer de manera inmediata o de manera mediata a sus necesidades físicas; esta ciencia se ocupa de los fenómenos resultantes de la producción, distribución y consumo de la riqueza. La ciencia de la política se ocupa de las relaciones sociales estables que resultan de los esfuerzos de unidades sociales soberanas para mantener su integridad en el transcurso de sus relaciones internas y externas, y para promover el progreso humano; el Estado es la institución alrededor de la cual se centran estas actividades. Por consiguiente, los ropajes que adopta la soberanía, los procesos de cambio que ocurren entre estos, y las cambiantes funciones del gobierno constituyen problemas centrales en este campo de investigación. La ciencia de las religiones busca describir las relaciones sociales estables que ocurren colectivamente cuando los hombres en forma colectiva se esfuerzan en entender las leyes que rigen sus relaciones con un Ser Supremo y en ajustar su adoración y conducta a Su suprema voluntad. La ciencia del derecho se ocupa de los principios, relaciones e instituciones por medio de los cuales el estado soberano define, dirige y sanciona las más importantes relaciones entre el individuo y la colectividad. La ciencia de la ética tiene por objeto la exposición de los principios y sanciones por medio de los cuales toda conducta humana, tanto individual como social, se ajusta al fin supremo del hombre o, en el sentido cristiano del término, a la voluntad de Dios. La ciencia de la historia, que asume la ley de la continuidad en la sociedad humana, se empeña en examinar todo el panorama de la historia humana para descubrir y describir de una manera amplia los procesos de cambio que han ocurrido en las relaciones sociales, cualquier clase que ellas sean. Cada una de estas ciencias sociales es analítica o descriptiva, pero en su completo desarrollo debería tener un lado normativo o directivo. Para decirlo en lenguaje técnico, debería ser teleológica. La función completa de cada una de ellas debería incluir el establecimiento de un propósito para la conducta humana y debería ofrecer dirección hacia él, lo cual modificado por la posición de cada uno en relación con las demás personas.

Algunos sociólogos se empeñan en establecer su ciencia como algo lógicamente antecedente de todas las mencionadas anteriormente. De acuerdo con este punto de vista, la sociología debería ocuparse de las fases generales de los procesos de la asociación humana y debería suministrar una introducción a las ciencias sociales especiales. Otros se esfuerzan en colocarla como la síntesis filosófica de los resultados obtenidos por las ciencias sociales especiales; bajo este punto de vista tendría alguna semejanza con la filosofía de la historia. Gidding incluye ambas funciones en su descripción de la ciencia. En sus «Principles of sociology» dice: «En tanto que, en el sentido más amplio de la palabra, la Sociología abarca toda la ciencia de la sociedad y es coextensiva con la totalidad del campo de las ciencias sociales, en un sentido más restringido y para los propósitos de un estudio universitario y de exposición general, se puede definir como la ciencia de los elementos y primeros principios sociales …. Sus principios de largo alcance son los postulados de las ciencias especiales y, como tales, coordinan el cuerpo total de generalizaciones sociales y los articulan en un gran conjunto científico»(p.33).

Hay una tendencia general hacia el establecimiento de un interés único dominante en los grupos sociales. Períodos de equilibrio inestable usualmente son seguidos por épocas constructivas en las cuales algún interés social tiende a dominar. Este es el caso lo mismo cuando los grupos sociales son primitivos y aislados que cuando son altamente organizados y progresistas. Como base de la unidad social puede servir ya sea la preocupación por la alimentación, el mantenimiento del grupo frente a una invasión, la sed de conquista encarnada en un líder o el establecimiento del Reino de Dios en la Tierra. En cualquier caso, la tendencia de los grupos sociales hacia la unidad es prácticamente universal. En estados más primitivos de la civilización el proceso es relativamente simple, pero hoy en día, cuando las diferencias de clima, raza, ambiente, tipo y lugar son superadas por el progreso en el transporte, en los viajes, las comunicaciones y la industria, el proceso es extremadamente complejo. Las instituciones políticas, las lenguas y las tradiciones raciales ya no limitan el horizonte del pensador. Hoy todos los estados están sumergidos en la visión más global de la humanidad. Todas las culturas, civilizaciones, siglos, todas las guerras y armamentos, todas las naciones y costumbres se presentan delante del estudioso de la sociedad. Orígenes hasta ahora ocultos aparecen expuestos a su mirada confundida. Interpretaciones venerables por su antigüedad y poderosas por el mismo hecho de que hasta ahora habían recibido aceptación sin ningún cuestionamiento son barridas y remplazadas por explicaciones más recientes.Docenas de ciencias sociales fluyen con impaciencia torrencial, arrojando sus resultados a los piés del estudioso. Miles de mentes están atareadas día y noche en la recolección de datos, en ofrecer interpretaciones y buscar interrelaciones. Las ciencias sociales se han visto tan sobrecargadas de datos y tan confundidas por las variadas interpretaciones, que tienden a escindirse en ciencias subsidiarias separadas con la esperanza de que la mente pueda así escapar a sus propias limitaciones y encontras ayuda para su poder de generalización. Los factores y procesos económicos son estudiados más industriosamente que nunca, pero se ha encontrado que ellos tienen implicaciones vitales que no son económicas. Los hechos políticos, religiosos, educativos y sociales han sido encontrados saturados de significados hasta ahora insospechados, los cuales la misma ciencia es incapaz de manejar en cada caso particular.

En esta situación, se presentan tres líneas generales de trabajo:

Hay necesidad de un estudio cuidadoso de los hechos sociales comunes y corrientes desde un punto de vista más amplio que el que alienta cada ciencia social particular.
Los resultados obtenidos al interior de las diferentes ciencias sociales y entre ellas deberían reunirse en interpretaciones generales.
Es necesaria una filosofía social que retome los resultados establecidos de estas ciencias y los estructure, por medio del poder cohesivo de la metafísica y de la filosofía, en un intento de interpretación del curso global de la sociedad humana misma.
El Profesor Small describe la situación de esta manera: «Necesitamos una explicación genética, estática y teleológica de la vida humana en sociedad; una explicación en la que uno se pueda apoyar como base para una filosofía de conducta. Para lograr derivar dicha explicación sería necesario llevar a cabo un programa de análisis y síntesis del proceso social en todas sus fases».

En conjunto, el tratamiento sociológico de los hechos sociales es mucho más amplio que el que se encuentra en las otras ciencias sociales y, por consiguiente, sus interpretaciones son más comprensivas. Se hace un esfuerzo en seguir el punto de vista social para estudiar los hechos sociales en el contexto total de sus relaciones orgánicas. De este modo, por ejemplo, si el sociólogo estudia el asunto del sufragio femenino, éste aparece como una fase en un movimiento mundial. El sociólogo se remonta a través de la historia disponible de todos los tiempos y civilizaciones en el intento de rastrear el cambiante lugar de la mujer en la industria, en el hogar, en la educación y ante la ley. Mirando hacia el horizonte y hacia atrás hasta donde las paralelas se unen en la perspectiva de la historia, el sociólogo se esfuerza en descubrir todas las relaciones del movimiento sufragista que nos confronta en la actualidad y trata de interpretar su relación con el progreso del género humano. En este empeño, descubrirá que las tasas de nupcialidad y de natalidad, el movimiento por el acceso de la mujer a la educación superior, las demandas de igualdad social y política, no son hechos sin relación entre sí, sino que están orgánicamente conectados en los procesos que tienen su centro en la posición de la mujer en la sociedad humana. El estudiante de economía, de política, de ética o de derecho, estará directamente interesado en fases particulares del proceso. El sociólogo, en cambio, intentará llegar a una visión omnicomprensiva que le permita interpretar la totalidad del movimiento en sus relaciones orgánicas con procesos históricos y actuales. De la misma manera, no importa que el problema se refiera a la democracia, o a la libertad, a la igualdad, a la guerra, armamentos o arbitraje, a los impuestos de aduana o invenciones, a la organización de los trabajadores, a la revolución, a los partidos políticos, a la concentración de la riqueza o a losconflictos entre las clases sociales, el sociólogo se empeñará en descubrir sus implicaciones más amplias y su lugar en los procesos sociales de los cuales hace parte.

El método empleado en la sociología es primordialmente inductivo. En algunas épocas han predominado los métodos etnológicos y biológicos, pero su dominio ha disminuido en los años recientes. La sociología sufre en gran medida por su incapacidad, hasta el momento, de establecer una base satisfactoria para la clasificación de los fenómenos sociales. Aunque se ha prestado mucha atención a este problema, los resultados alcanzados todavía dejan mucho que desear. El punto de vista general que se tiene en la sociología, en contraste con los puntos de vista particulares de las ciencias sociales especiales, hace que este problema de clasificación sea particularmente difícil y que la ciencia sufra por la masa misma de material indiscriminado que las actividades investigativas y académicas han sacado a la luz. En consecuencia, el proceso de observación e interpretación ha sido algo incierto y los resultados han estado sujetos a discusiones vehementes. El problema fundamental para la sociología consiste en descubrir e interpretar las coexistencias y las secuencias entre los fenómenos sociales. En su estudio de los orígenes y el desarrollo histórico de las formas sociales, la sociología necesariamente hace uso de métodos etnológicos. Acude en forma amplia a métodos comparativos en su intento de correlacionar fenómenos relacionados con el mismo proceso social, bajo la forma en que se presentan en diferentes tiempos y lugares. El método estadístico es de la mayor importancia en la determinación cuantitativa de los fenómenos sociales, mientras que la tendencia prevaleciente a mirar la sociedad desde un punto de vista psicológico ha conducido al método general de análisis psicológico. Los esfuerzos por desarrollar una sociología sistemática de una manera deductiva no han conducido a resultados indisputados aunque en amplios sectores prevalece la hipótesis evolutiva. La gama de métodos que hallan representación entre los sociólogos podría ilustrarse bastante bien entre los escritores norteamericanos mediante una comparación de los trabajos de Morgan, Ward, Giddings, Baldwin, Cooley, Ross, Sumner, Mayo-Smith y Small.

En la medida en que la sociología moderna se ha desarrollado por el lado filosófico, ha sido naturalmente incapaz de permanecer libre de metafísica. En este aspecto muestra una marcada tendencia al agnosticismo, al materialismo y al determinismo. «Sería un hombre muy temerario», decía el Profesor Giddings en un discurso ante la American Economic Association en 1903, «quien hoy en dia, después de haber recibido una cabal formación académica sobre lo mejor del acervo de conocimientos históricos, se atreviera a proponer una filosofía de la historia en términos de ideas divinas o a rastrear el plan de un Ser Todopoderoso en la secuencia de los eventos humanos. Por otra parte, las interpretaciones caracterizadas como materialistas … están día a día ganando serio respeto». Aun en el caso en el que la ciencia ha sido confinada al papel más humilde de observación e interpretación de hechos y procesos sociales particulares, sus adeptos han sido incapaces de abstenerse de hacer supuestos ofensivos a la perspectiva cristiana de la vida. Teóricamente, los hechos sociales pueden ser observados como tales, sin necesidad de incorporar consideraciones filosóficas. Pero la observación social que ignora la interpretación moral y social de los hechos y procesos sociales es necesariamente incompleta. Uno tiene que tener algún criterio de interpretación cuando interpreta, y uno tiene siempre tendencia a la interpretación. De esta manera resulta que aún la sociología descriptiva tiende a hacerse directiva o a ofrecer interpretaciones, y al hacerlo, con frecuencia adopta un tono con el cual el cristiano no puede estar de acuerdo. Si, por ejemplo, el sociólogo propone una familia estandarizada con un número limitado de hijos en nombre del progreso humano, por implicación está asumiendo una actitud hacia la ley natural y la ley divina que es completamente repugnante a la teología católica. De la misma manera, cuando interpreta el divorcio solamente en su relación con un supuesto progreso social y encuentra poca o ninguna falta en él, está dejando de lado momentáneamente la ley del matrimonio dada por Cristo. También cuando estudia la relación del Estado con la familia y con el individuo, o las relaciones entre la Iglesia y el Estado, el sociólogo entra en contacto directo con los principios fundamentales de la filosofía social católica. Cuando estudia los fenómenos religiosos de la historia, no puede el sociólogo evadir la toma de una actitud hacia los títulos privativos del cristianismo en su interpretación de los hechos de su historia. De esta manera sucede que la sociología, no solamente en su lado filosófico sino también en el lado de la observación, interpretación y dirección social, tiende a adoptar un tono que con frecuencia es ajeno la filosofía católica y con la misma frecuencia le es antagónico. El profesor Ward le prohibiría a la sociología pura el tener cualquier cosa que ver con la dirección de la conducta humana. Él dice, por ejemplo, en su «Pure Sociology»: «Todas las consideraciones éticas, en cualquier sentido por amplio que se tome para esta expresión, tienen que ser ignoradas por el tiempo presente, y la atención concentrarse en el esfuerzo de determinar lo que en realidad es. La Sociología Pura no tiene nada que ver con lo que la Sociología debería ser ni con ninguna clase de ideales sociales. Ella se confina estrictamente al presente y al pasado, dejando que el futuro se ocupe de sí mismo». Pero asigna a lo que él llama Sociología Aplicada la función de dirigir la sociedad hacia sus ideales inmediatos. Dice: «El asunto del que se ocupa la Sociología Pura es el estudio de lo que se ha logrado, el de la Sociología Aplicada es el mejoramiento. La primera se relaciona con el pasado y el presente, la última con el futuro». La sociología difícilmente puede evitar la interpretación y la dirección de la conducta humana y, por consiguiente, difícilmente puede esperarse que evite tomar posiciones definidas en relación con la perspectiva cristiana de la vida.

La sociología moderna tiene la esperanza de llegar a la metafísica por medio de la observación e interpretación sistemáticas de los hechos y procesos sociales presentes y pasados. Desde la perspectiva cristiana de la vida, sin embargo, las ciencias sociales son guiadas por una metafísica y una filosofía sancionadas. Esta filosofía se deriva, no de inducción sino de la Revelación. Esta visión de la vida accepta desde un principio como de origen divino los preceptos morales y sociales enseñados o reafirmados por Cristo. Por lo tanto, mira a lo real en gran medida desde el punto de vista de lo ideal, y juzga lo primero a la luz de lo segundo. Por supuesto que no olvida en ningún momento que la observación sistemática de la vida y que el conocimiento de sus procesos son esenciales para entender y aplicar los preceptos divinos y para el establecimiento de los ideales espirituales sancionados que profesa. Pero la filosofía social cristiana no derivó, por ejemplo, su doctrina de la hermandad entre los hombres por medio de la inducción, sino que la recibió directamente de los labios de Cristo. Y las consecuencias de ese principio cristiano en la historia humana son incalculables. La visión cristiana de la vida no confunde lo absoluto con lo convencional en la moralidad, aunque en la literatura de la cristiandad se hace a veces mucho énfasis en lo relativo. Una sociología cristiana, por consiguiente, sería una que llevaría siempre consigo la filosofía de Cristo. No podría ella mirar con indiferencia los variados y complicados procesos sociales en medio de los cuales vivimos y nos movemos. En toda su actividad de estudio e interpretación de lo que sucede en la vida –que es en gran medida la función de la sociología– nunca renuncia a su preocupación por lo que debería ser, sin importar qué tan clara o qué tan difusamente sea percibido ese «debería». En tanto que la sociología moderna anda en la búsqueda de leyes descriptivas para explicar los deseos humanos y se empeña en clasificar los intereses humanos y dar cuenta de las funciones sociales, en ésto busca meramente cambios, uniformidades e interpretaciones, sin que le preocupe ninguna clase de vinculación de éstas con la ley divina. La actuación de la sociología cristiana, por el contrario, está motivada en primer lugar por la preocupación sobre la relación de los cambios sociales con la Ley y la Revelación de Dios. Ella clasifica los procesos, instituciones y relaciones como correctas o incorrectas, buenas o malas, y ofrece a los hombres leyes directivas para la voluntad humana y criterios distintivos de valuación social bajo los cuales debería gobernarse la conducta social. La Economía, en la forma como se desarrolló bajo la influencia cristiana se relacionaba en gran medida con la búsqueda de la justicia en las relaciones entre los hombres con referencia a la propiedad, y no tanto con la evolución de la propiedad en sí misma. Todos los intentos que se hacían para correlacionar e interpretar los fenómenos económicos eran inspirados primordialmente por la búsqueda de la justicia y por la esperanzas de mantener las relaciones industriales dentro del marco de la justicia tal como se entendía ésta. La ciencia política tal como se desarrolló bajo la influencia cristiana, nunca perdió de vista la sanción divina de la autoridad civil. El estudio de las formas y cambios de gobierno, a pesar de lo poco que en ese entonces eran comprendidos los procesos subyacentes, nunca se apartó gran cosa del pensamiento del estado como un fenómeno natural y cristiano y del ejercicio de su autoridad como un poder delegado de lo alto. De este modo, sin importar de cuál de las ciencias sociales se tratara, rudimentaria debido a la visión estática de la sociedad que predominaba, cada una se desarrolló a partir del estudio y la aplicación de los principios morales y sociales derivados de la Revelación de Dios y presentados al creyente por medio de la Iglesia. El gran énfasis puesto en nuestros días de maravillosas investigaciones y de visiones globales de los procesos sociales hace que parezcan crudos esos intentos primitivos de construir una ciencia social; sin embargo, esos intentos se desarrollaron orgánicamente a partir de su contexto histórico y retienen para todos los tiempos títulos de legitimidad no despreciables. Hay una vasta cantidad de material sociológico disperso aquí y allá en los tratados teológicos y morales de la literatura cristiana que todavía conserva su valor en nuestro tiempo. Los esfuerzos de la sociología actual para clasificar los deseos y los intereses fundamentales humanos parecen haber sido anticipados de una manera modesta en el trabajo de los escolásticos medievales. Los tratados teológicos sobre los actos humanos y su moralidad revelan una muy práctica comprensión de la influencia del ambiente objetivo y del subjetivo sobre el carácter. Los tratados sobre el pecado, sobre las virtudes, sobre el buen ejemplo y el malo tocan constantemente sobre los hechos y procesos sociales tal como se entendían entonces. La corriente principal de todo este trabajo no era, sin embargo, mostrar los procesos sociales como tales, ni buscar leyes todavía desconocidas, sino habilitar al individuo para descubrirse a sí mismo en los procesos sociales y para mantener su conducta de acuerdo con sus ideales.

Hay alguna confusión al hablar de la sociología de este modo por cuanto aparentemente se hace más referencia a la dirección moral que a la investigación. Las relaciones entre todas las ciencias sociales son muy estrechas. Los resultados establecidos en los campos de las ciencias sociales tendrán siempre la mayor importancia para la ética cristiana. ella tiene que retomar los resultados indisputados de la investigación social y a veces ampliar sus propias definiciones. También tiene que reformular derechos y obligaciones en términos de nuevas relaciones sociales y ajustar su propio sistema a muchos de los resultados que puede aceptar de manos de los espléndidos esfuerzos intelectuales dedicados a los estudios sociales. Bouquillon (q.v.), quien fue un distinguido teólogo, se lamentaba de no haber prestado suficiente atención a los resultados de la investigación social moderna. Se puede encontrar una ilustración en el problema de la propiedad privada, que es un centro de tormenta en las vida moderna y es el objeto del más agudo estudio desde el punto de vista de las ciencias sociales. Como Suum cuique (a cada uno lo suyo) puede designarse a la ley de justicia que está detrás de todos los cambios sociales y ha sido sancionada para todos los tiempos. Pero los procesos sociales que cambian de tiempo en tiempo el contenido del suum no pueden ser ignorados. Todos los días pueden observarse cambios en las formas de propiedad y las variadas consecuencias de no lograr obtenerla y de tenerla en exceso. Es innegable que la ética tiene entre sus funciones la de enseñar las sanciones de la propiedad privada y defenderlas, pero tiene que estar dispuesta a aprender el significado sociológico de la propiedad, la significación de los cambios en sus formas y las leyes que gobiernan dichos cambios. Esto es en gran medida el trabajo de otras ciencias sociales. La ética tiene que proclamar los derechos naturales inviolables del individuo a la propiedad privada bajo ciertas formas. Tiene que proclamar las perniciosas consecuencias morales que pueden fluir de ciertas condiciones de propiedad, pero fracasaría en su elevada misión a menos que en su trabajo ético indispensable tome en cuenta los resultados establecidos de la investigación social. Los complejos problemas de la propiedad exigen el trabajo conjunto de la economía, la ética, la sociología, la política, y cada una de estas ciencias tiene mucho que aprender de las otras. Y de la misma manera, así el problema tenga relación con la familia cristiana, con las relaciones entre las clases sociales, el altruismo, la modificación de las formas de gobierno o el cambiante estatus de la mujer, la representante de la visión cristiana de la vida no puede ni por un momento ignorar los resultados de estas ciencias sociales particulares.

En los días modernos se han establecido relaciones más estrechas entre la ética cristiana y la sociología. Las condiciones sociales modernas con sus rápidos cambios, acompañadas por el desasosiego ético y filosófico, han planteado un desafío que la Iglesia cristiana tiene que enfrentar sin vacilación. La Iglesia Católica no ha dejado de hacer oír su voz de una manera definida en estas circunstancias. La Escuela de la Reforma Social Católica, que ha alcanzado un desarrollo tan espléndido en el continente europeo, representa la simpatía más estrecha entre la vieja ética cristiana y las investigaciones sociológicas posteriores. Los problemas de pobreza vistos en sus relaciones orgánicas con la organización social como un todo, los problemas y desafíos planteados por la clase trabajadora industrial moderna, la demanda de una ampliación de las definiciones de la responsabilidad individual y social para enfrentar los hechos del poder social moderno de la clase que sea, la reafirmación de los derechos de los individuos, son temas que han sido afrontados por este movimiento cristiano integral moderno con los resultados más felices. Se ha producido una abundante literatura en la cual la ética cristiana toma ampliamente en cuenta las investigaciones sociales modernas, y las teorías así formuladas han creado un movimiento de mejora social que está jugando un notable papel en la historia actual de Europa.

Puesto que todas las ciencias sociales se ocupan del mismo hecho complejo de la asociación humana, es apenas de esperarse que las ciencias más antiguas tengan en su literatura mucho material que a la larga pasa al acervo de las más recientes. En consecuencia, se encontrará abundante material sociológico a lo largo de la historia de las otras ciencias sociales. La palabra «sociología» procede de Augusto Comte, quien la usó en su curso de filosofía positiva para designar una de las secciones de su esquema de las ciencias. Spencer sancionó el uso de la palabra y le dio un sitio permanente en la literatura usándolo sin reservas en su propio sistema de filosofía. Él acometió la explicación de los cambios sociales como fases en el gran proceso incluyente de la evolución. La sociedad era concebida como un organismo; la investigación y la exposición se regían en gran medida por la analogía biológica. Schaeffle, Lilienfeld y René Worms fueron exponentes posteriores de este mismo punto de vista. Escuelas más recientes de sociología se han emancipado del predominio de la analogía biológica y se han vuelto hacia los aspectos etnológicos, antropológicos y psicológicos de los grandes problemas involucrados. Se han hecho repetidos intentos por descubrir el principio unificador fundamental que permita clasificar y explicar todos los procesos sociales, pero ninguno de estos intentos ha logrado aceptación general. La corriente hoy en día se dirige preponderantemente en la dirección de los aspectos sicológicos de la asociación humana. En los Estados Unidos se puede considerar a los profesores Giddings y Baldwin como los representantes de esta corriente. Aparte de estos intentos de desarrollar una sociología sistemática o filosófica, escasamente se encuentra algún aspecto de la asociación humana que no esté en la actualidad bajo investigación desde el punto de vista sociológico. Está fuera de discusión que esta actividad en un campo de tan grande interés para el bienestar del género humano es muy prometedora para el progreso de la humanidad. Aun hoy en día los hombres de estado, maestros de religión, educadores y líderes de movimientos de mejora social no dejan de aprovechar los resultados de la investigación sociológica.

(Véase Iglesia, Ética; Psicologia; y artículos sobre las otras ciencias sociales.)

Los siguientes libros de texto resumen el campo de la sociología desde varios puntos de vista: WARD, Outlines of Sociology (Nueva York, 1898); DEALY, Sociology (Nueva York, 1909); GUMPLOWICZ, Outlines of Soc. (tr. MOORE), pub. por Amer. Acad. of Soc. and Pol. Sc. (1899); GIDDINGS, Elem. of Soc. (Nueva York, 1898); BASCOM, Sociology; BLACKMAR, Elem. of Soc. (Nueva York, 1905); STUCKENBERG, Sociology (Nueva York, 1903).
Los siguientes tratados generales se enfocan hacia presentar el nuevo punto de vista sociológico: Ross, Social Control (Nueva York, 1901); IDEM, Soc. Psychology (NuevaYork, 1908); COOLEY, Soc. Organization (Nueva York, 1909); SMALL, General Soc. (Chicago, 1905); IDEM, Meaning of Social Science (Chicago, 1910); McDOUGAL, Soc. Psychology (Londres); BALDWIN, Social and Ethical Interpretations (Nueva York, 1902); KIDD, Soc. Evolution (Nueva York, 1894). Tratados sistemáticos: SPENCER, Principle, of Soc.; SCHAEFFLE, Bau und Leben des sozialen Korpers; LILIENFELD, Gedanken über die Sozialwissenschaft der Zukunft (5 vols., Mitau, 1873); LETOURNEAU, La sociologie, tr. TRALLOPE (París, 1884); TARDE, The Laws of Imitation, tr. PARSONS (Nueva York, 1903); SIMMEL, Soziologie (Leipzig, 1908); WARD, Pure Soc. (Nueva York, 1903); IDEM, Applied Soc. (Nueva York, 1906); GIDDINGS, Principles of Soc. (Nueva York, 1899); IDEM, Inductive Soc. (Nueva York, 1901).
Publicaciones periódicas: Annales de l’inst. interna. de soc.; Rev. intern. de soc.; American Jour. of Soc.
Pueden encontrarse discusiones sobre la naturaleza y relaciones de la sociología en las Actas de las reuniones de las asociaciones de ciencias económicas, históricas y políticas y el los libros de texto de las varias ciencias sociales. Para una discusión de la ciencia desde un punto de vista católico, véase SLATER, Modern Sociology en el Irish Theo. Quart., VI, nos. 21, 22.

WILLIAM J. KERBY.
Transcrito por Douglas J. Potter
Traducido por Jorge Lopera Palacios
Dedicado al Sagrado Corazón de Jesús

Fuente: Enciclopedia Católica