SINOPTICA, CUESTION

DJN
 
Desde J. J. Griesbach (1774) los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas se denominan sinópticos, ya que coinciden en gran parte en los episodios que narran, en el orden en que lo hacen y con mucha frecuencia también en su tenor literal hasta el punto de que pueden disponerse en columnas para apreciar sus semejanzas y diferencias, que también las tienen, de un golpe de vista, es decir, a modo de sinopsis.

Ya en la Iglesia antigua y en la Edad Media se tuvo conciencia de ello como lo prueban los «cánones» de Eusebio de Cesarea, la «sinopsis» de Ammonio y la obra De consensu evangelistarum de S. Agustí­n. Fue, sin embargo, a partir del siglo XVIII con el desarrollo de los métodos histórico-crí­ticos y el interés por establecer cientí­ficamente el valor histórico de las fuentes para conocer la historia de Jesús de Nazaret cuando las relaciones entre los evangelios sinópticos se convirtieron en problema cientí­fico. He aquí­ la «cuestión sinóptica»: ¿cuál es la relación que une los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas? La solución a esta pregunta tiene un doble interés. Por un lado nos permite una mejorvaloración de las fuentes para investigar la historia de Jesús pero además nos ayuda a conocer mejor los intereses teológicos y redaccionales de cada evangelista al componer su obra.

Las teorí­as que han tratado de explicar el fenómeno pueden reducirse a cuatro. Lessing (1778, publicado luego en 1784) fue el primero en proponer la teorí­a del evangelio primitivo, idea desarrollada más tarde de modo harto artificioso por J. G. Eichhorn (1794) según la cual los tres evangelios sinópticos dependerí­an de un único y primitivo protoevangelio, redactado én arameo, al que siguiendo a S. Jerónimo se denominó Evangelio de los Nazarenos. A pesar de algunos defensores posteriores esta hipótesis está desechada pues no da explicación ni de las divergencias ni de las coincidencias existentes entre los evangelistas. Lo que de ella puede quedar en pie se reduce a la idea de que los tres primeros evangelios están emparentados literariamente.

Se suele atribuir, con bastante inexactitud como ha demostrado H. Weisweiler, a F. Schleiermacher un intento de solucionar la cuestión con una hipótesis de signo contrario: la teorí­a de los fragmentos. Schleiermacher en un estudio sobre el evangelio de Lucas (1817) trató de demostrar que el tercer evangelio no dependí­a de un protoevangelio anterior sino que habí­a sido compuesto a base de breves relatos que serí­an las primeras narraciones existentes sobre Jesús de Nazaret. Esta hipótesis no tuvo mucho influjo y desde luego no da explicación alguna para la cuestión sinóptica. De ella se mantiene en pie que los evangelistas utilizaron narraciones previas para la composición de los evangelios y que cada uno de estos ha sufrido su propio proceso de reelaboración. Como puede verse anuncia las posteriores adquisiciones de la historia de las formas e historia de la redacción.

J. G. Herder (1797) propuso la teorí­a de la tradición, desarrollada más tarde por J. C. L. Giesseler (1918), según la cual los tres sinópticos tomaron de modo independiente sus materiales comunes de la tradición oral y no conocieron más materiales comunes que los orales. Esta hipótesis considera que, desde muy pronto, el primitivo kerygma, en un estadio todaví­a oral, adquirió una forma fija de transmisión. Tuvo muchos adeptos entre los estudiosos del s. XIX, sobre todo católicos y anglicanos, pero no puede mantenerse porque es innegable la relación literaria entre los evangelios, aparte de que tampoco da explicación de la cuestión sinóptica. Lo válido que queda de ella es que desde muy pronto y de modo oral la predicación primitiva se transmitió de un modo bastante fijo.

Queda la teorí­a de la utilización, es decir, que unos evangelistas utilizaron a otros en la composición de su obra. Es la más antigua porque la propuso ya S. Agustí­n y es la única hoy en vigor. Explica la cuestión sinóptica manteniendo que unos evangelistas utilizaron las obras escritas de otros. Ahora bien, dentro de esta teorí­a se dan muchas variantes debido a dos tipos de consideraciones. Por un lado, se han construido distintas hipótesis según se conceda prioridad a unos u otros evangelistas. Por otra parte, mientras algunos investigadores consideran que no deben entrar en la explicación más textos que los que hoy tenemos, otros piensan que, de hecho, no es posible establecer ninguna hipótesis verosí­mil sin postular, al lado de los tres evangelios sinópticos, la existencia de otros textos distintos de los que tenemos, es decir, otros documentos que no han llegado hasta nosotros. El mismo evangelista Lucas parece apoyar la idea de que debieron existir otras composiciones cuando dice que «muchos se pusieron a compilar un relato de los sucesos que se llevaron a cabo entre nosotros» (Lc. 1,1)
Una las hipótesis basadas en la idea de que unos evangelios utilizaron a otros, ya propuesta por S. Agustí­n y defendida por algunos investigadores modernos, está la que mantiene que Mc depende de Mt del que vendrí­a a ser una condensación.

Lc serí­a posterior a ambos, de los que dependerí­a. Sin embargo, quienes han mantenido esta hipótesis suelen entender que Mc no dependerí­a directamente del Mt actual sino de un texto mateano previo, un proto-Mt.

Griesbach, por su parte, propuso que Mc serí­a el evangelio más moderno como punto de encuentro intermedio (sí­ntesis) entre la tendencia petrina de Mt (tesis) y la paulina y contraria de Lc (antí­tesis) Esta hipótesis le vino bien a F.C. Baur y a su escuela para explicar de un modo hegeliano la evolución del cristianismo primitivo pero no se corresponde demasiado con los datos literarios aportados por los textos.

Con C. Lachmann (1835) comenzó una nueva época al comprobar que Mt y Lc coinciden entre sí­ en el orden de sucesión de las perí­copas sólo en cuanto ambos concuerdan con Mc. Lo cual hace muy probable que Mc haya de ser el evangelio más primitivo. Ch. H. Weise (1838) y Ch. G. Wilke (1838) coincidieron en su apreciación con Lachmann y además llegaron a la conclusión de Mt y Lc coinciden en un conjunto de material frente a Marcos, lo que dio lugar a la hipótesis de una fuente común (Q) -del alemán Quelle, fuente-consistente en una colección de palabras del Señor, a la que desde fines del s. XIX se denomina «fuente de los discursos» o «de los dichos» de Jesús. Naturalmente, además de Mc y de Q tanto Lc como Mt habrí­an dispuesto de otras fuentes, escritas u orales, de información propias.

Lo anterior se puede expresar de modo global acudiendo a cómputos. Las estadí­sticas realizadas por distintos estudiosos llegan a resultados coincidentes, aunque puedan variar las cifras más o menos según se acepte o rechace algún versí­culo por consideraciones de tipo textual o literario. El evangelio de Mc, el más breve de los tres, cuenta con 661 versí­culos. La mayor parte de ellos se encuentran en Mt o en Lc o en los dos, de modo que Mc sólo tiene unos 50 versí­culos propios. Mt, que tiene 1068 versí­culos, contiene los materiales de Mc excepto 40 versí­culos, además de 330 versí­culos propios. De los 1150 versí­culos de Lc, 350 se hallan en Mc y 548 le son peculiares. Mt y Lc tienen en común 235 que no se encuentran en Mc. Sin embargo, la evidencia global de las relaciones entre los tres evangelios se atenúa cuando se examinan de cerca.

Nació así­ la hipótesis de las dos fuentes, la más comúnmente aceptada y la que la mayorí­a de los exegetas dan como explicación válida para la cuestión sinóptica. La teorí­a de las dos fuentes se basa, pues, en que, en general, Mt y Lc coinciden en el orden y disposición de los materiales narrativos que tienen en común mientras siguen a Mc. Pero difieren entre sí­ cuando uno de los dos se aparta del orden marcano. Por otro lado, Mt y Lc coinciden entre sí­, frente a Mc en un conjunto de materiales no narrativos, que recogen enseñanzas de Jesús. La coincidencia en tantos materiales y la exactitud del vocabulario de ambos hace pensar en que los dos dependen de la misma fuente. Han fracasado los intentos de demostrar la dependencia de cualquiera de ellos respecto al otro en los materiales en que coinciden frente a Marcos.

Aunque la hipótesis de las dos fuentes es una teorí­a suficientemente sencilla, útil para el trabajo cientí­fico y que en general explica los hechos, no da cuenta de los datos en todos sus detalles. Multitud de ellos sugieren que ni Lc ni Mt dependen directamente de Mc. tal como hoy lo tenemos. Entre otras cosas la hipótesis de las dos fuentes no da explicación satisfactoria de la gran omisión lucana (Mc 6,45-8,26) ni de las frecuentes concordancias entre Lc y Mt contra Mc (estudiadas por F. Neirynck, The minor agreements of Matthew and Luke against Mark, Lovaina 1974). De ahí­ que con toda probabilidad haya que concluir que los materiales tomados de Mc por Lc y Mt lo fueron de un texto en un estado redaccional distinto del que hoy tenemos, es decir de un proto-Mc. La teorí­a de las dos fuentes puede representarse por medio del siguiente diagrama:

No puede olvidarse que la fuente Q tiene un carácter hipotético, ningún moderno la ha tenido entre sus manos, de modo que su entidad y su carácter es el resultado de una reconstrucción. Por eso puede discutirse si la fuente de palabras o enseñanzas del Señor (Q) es una fuente literaria, esto es, un documento, o tuvo carácter oral. La coincidencia literal frecuente entre Mt y Lc en los textos adjudicados a la fuente Q apoyan la hipótesis de su carácter literario o documental. Ahora bien, aun así­ muchos investigadores lo consideran un documento textualmente fluido, de modo que Mt y Lc, aun utilizando ambos Q no habrí­an tenido ante sí­ un texto idéntico. Y lo mismo podrí­a decirse del proto-Mc. ¿Tuvieron Mt y Lc exactamente el mismo proto-Mc? Combinando la teorí­a de las dos fuentes, con el carácter fluido de Q y con el hecho que parece probado que ni Mt ni Lc utilizaron el evangelio de Mc tal como hoy lo tenemos y que incluso pudieron utilizar formas distintas de un evangelio premarcano se podrí­a construir el siguiente diagrama, donde P significa un primer relato evangélico. El evangelio de Mc que hoy tenemos dependerí­a de ese primer relato al que habrí­a fusionado con otros materiales. De hecho minuciosos análisis creen encontrar dos fuentes distintas en el evangelio de Mc. del que dependerí­a Mc. En el diagrama se expresa bien la fluidez textual de la fuente de los dichos de Jesús.

En esta misma lí­nea, que parte de la idea de que la cuestión sinóptica no puede resolverse sólo con los textos que han llegado hasta nosotros, P. Rolland formuló una nueva propuesta. Da por cierto que nuestros tres evangelios no se conocieron entre sí­. Ahora bien, si Mt no depende del Mc actual y éste no depende de Mt, es preciso postular una fuente común, que sea su común denominador y de la que dependan ambos, a la que designa con la sigla H. Del mismo modo, si Lc no depende del Mc actual y éste no depende de Lc, ambos han de depender de una fuente común, que sea su común denominador, a la que denomina P. Por fin, si Mt no depende de Lc y Lc no depende de Mt hay que postular para ambos un origen doble: H + Q para Mt y P + Q para Lc. Pero dado que H y P tienen en parte el mismo contenido hay que considerarlos como dos adaptaciones independientes de un mismo documento primitivo D. Esto se podrí­a expresar en el siguiente diagrama:

Rolland intenta ubicar los distintos documentos postulados en la historia de la comunidad primitiva y de sus tendencias teológicas, tal como nos son conocidos. Llama a D «el evangelio de los Doce», al que considera un primitivo documento escrito en lengua semí­tica. Se habrí­a redactado en Jerusalén y corresponderí­a a lo que la tradición desde Papí­as ha considerado el evangelio hebreo de Mateo. Darí­a una imagen de Jesús como la de un hombre profundamente vinculado a la Ley judí­a. Este evangelio se traducirí­a al griego y se le añadirí­an materiales en los que se presentarí­a a Jesús como distanciándose de las tradiciones judí­as bajo el influjo de los siete. Serí­a un evangelio helenista (de ahí­ que le adjudique la sigla H). Rolland lo considera un Mt intermedio. Este mismo documento bajo el influjo de Pablo (por eso le adjudica la sigla P) serí­a de nuevo traducido al griego para servicio de las comunidades paulinas. Es preciso admitir la existencia de una segunda fuente (Q) utilizada por Mt y Lc que la habrí­an combinado respectivamente con H y con P.

Rolland pretende no sólo mejorar la hipótesis de las dos fuentes, dado que ésta no da cuenta de todos los datos, sino integrar en su explicación también los testimonios de antores antiguos como Papias, Ireneo y Orí­genes. El mismo Rolland reconoce que su propuesta ha tenido muy poca acogida entre la comunidad cientí­fica.

Otro problema es la relación entre Q y Mc o O y P o O y D. Ninguna de estas últimas hipótesis da cuenta de ello…

Mi opinión personal es que si el evangelista Lucas tiene razón cuando dice que «muchos se pusieron a compilar un relato de los sucesos…» hoy con sólo tres de esos relatos en su estadio final no es posible reconstruir con exactitud la historia de sus relaciones literarias. Ahora bien el multiplicar los hipotéticos estadios intermedios o los documentos nos aleja de los senderos de la ciencia que para serlo ha de vérselas siempre con datos constatables. La multitud de documentos hipotéticos conduce a hipótesis inmanejables. De ahí­ que la hipótesis más fecunda sea la hipótesis de las dos fuentes que al ser manejada por los estudiosos han de ser conscientes de su carácter hipotético. ->evangelios; géneros.

BIBL. -A. WIKENHAUSER – J. SCMIO, Introducción al Nuevo Testamento, Barcelona 1978, 414-439; X. LEON-DUFOUR, El hecho sinóptico en A. GEORGE y P. GRELOT (dirs). Introducción crí­tica al Nuevo Testamento, I, Barcelona 1983, 362-401; P. VIELHAUER, Historia de la Literatura cristiana primitiva, Salamanca 1991, 283-300; P. ROLLAND, Les premiers Evangiles, Paris 1984.

José Ramón Busto Saiz

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret