SINODO DE OBISPOS

DicEc
 
En lenguaje eclesiástico la palabra «sí­nodo» (del griego synodos, «camino conjunto», y de ahí­ «congregación», «reunión») se usa para designar reuniones a distintos niveles para discutir asuntos relacionados con la Iglesia. Se trata de una noción antigua, que puede referirse tanto a reuniones a nivel diocesano (>Sí­nodos diocesanos y concilios particulares/ provinciales) como a >concilios ecuménicos, que no son sino sí­nodos de la Iglesia universal.

Durante el >Vaticano II hubo acaloradas discusiones sobre las relaciones entre el papa y el colegio de los obispos (>Colegialidad episcopal). Al inaugurarse el segundo perí­odo de sesiones del concilio, Pablo VI pidió a los obispos que le ayudaran a desempeñar su oficio. En este perí­odo de sesiones se lanzaron varias ideas acerca de cómo podí­a prolongarse el impulso y la experiencia del concilio después de su clausura. Se elaboraron borradores sobre la posibilidad de constituir un organismo permanente. Pero antes de que se pudieran debatir, Pablo VI publicó el motu proprio Apostolica sollicitudo, por el que se instituí­a el sí­nodo de los obispos. La iniciativa se interpretó entonces de diversos modos: algunos pensaron que aquello era pisarle al concilio; otros consideraron que era una manera de acceder a la voluntad de la mayorí­a aplacando al mismo tiempo a la minorí­a. El papa querí­a evitar un enfrentamiento traumático sobre el asunto en el aula conciliar. Los obispos introdujeron la idea del sí­nodo en el decreto sobre los obispos (CD).

Se plantea la cuestión de si el sí­nodo es expresión de la colegialidad o un organismo de asistencia a la función primacial del papa. La afirmación que se hace en el motu proprio de que sus miembros actúan en nombre del episcopado católico en su conjunto parece abonar la primera interpretación, aunque de la evolución de la institución parece desprenderse más bien lo segundo. El Código de Derecho canónico, aunque no apoya directamente ninguna de las dos interpretaciones, se inclina sutilmente hacia la segunda. Del Vaticano II se pueden extraer citas en apoyo de ambas posiciones (CD 5).

Corno en otras ocasiones, el Código de Derecho canónico no ofrece ninguna definición legal que disipe la ambigüedad. Más bien, en su presentación descriptiva, deja la cuestión abierta: «El sí­nodo de los obispos es una asamblea de obispos escogidos de las distintas regiones del mundo, que se reúnen en ocasiones determinadas para fomentar la unión estrecha entre el romano pontí­fice y los obispos, y ayudar al papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se refieren a la acción de la Iglesia en el mundo» (CIC 342). Pablo VI querí­a también que sirviera para recoger información e ideas sobre la vida interna de la Iglesia, pretensión que desgraciadamente no ha quedado recogida en el Código de Derecho canónico. Pero, en general, el Código no ha introducido ningún cambio importante respecto del documento de Pablo VI, salvo unas cuantas modificaciones a la luz de la experiencia de los primeros sí­nodos (CIC 342-348).

El papa tiene control absoluto de convocatoria y de establecimiento del programa del sí­nodo; puede concederle también poder deliberativo.

El hecho de que la Secretarí­a del sí­nodo (CIC 348) no forme parte de la >curia romana puede interpretarse de varios modos. Otorga al sí­nodo independencia respecto de los dicasterios interesados en los temas tratados por el mismo. En la práctica podrí­a dar lugar al desarrollo de cualquiera de las dos concepciones acerca de la naturaleza del sí­nodo: la de un organismo adjunto al primado o la de una manifestación de la colegialidad episcopal.

La discusión en torno a este punto es, en cierto modo, prueba de que se piensa en términos de poder más que de comunión (>Autoridad/Potestad sacramental); la pretensión de dar un estatuto superior al sí­nodo puede esconder el deseo de contrapesar de algún modo el poder del papa. Tanto la colegialidad como la comunión reciben un flaco servicio si se pretende hacer del sí­nodo un foro en el que enfrentar el poder episcopal al poder pontificio, o se considera un órgano manipulador o manipulable.

El procedimiento del sí­nodo de los obispos fue evolucionando poco a poco, apareciendo tres versiones (1967, 1969 y 1971) del Ordo synodi episcoporum celebrandae, que rige su funcionamiento.

Después de los primeros sí­nodos se estableció un procedimiento que, con algunas variantes, se ha seguido en todos los sí­nodos posteriores. A partir de las sugerencias presentadas por la secretarí­a, el papa decide el tema. Se enví­a en primer lugar un esbozo del tema (lineamenta) a los obispos para que lo discutan en las conferencias episcopales, con el fin de presentar sugerencias. Se consulta también a otros expertos y organismos. Una vez reunidos los resultados de la consulta, la secretarí­a del sí­nodo prepara un documento de trabajo (instrumentum laboris). Entre los obispos elegidos por las conferencias episcopales, los nombrados por el papa y los expertos invitados, todos los sí­nodos han contado, por lo general, con más de 200 participantes. Los primeros dí­as del sí­nodo se dedican a alocuciones dirigidas a todos los participantes por parte de distintos miembros y, a veces, de otros expertos invitados por la secretarí­a. Los obispos trabajan luego en pequeños grupos y elaboran conclusiones. A veces se aprueba una declaración final, pero la parte sustancial del trabajo en los sí­nodos más recientes suele aparecer en forma de exhortación apostólica publicada por el papa aproximadamente un año después. Algunas de estas exhortaciones apostólicas han sido documentos muy importantes e influyentes; otras, no tanto.

Hay cierta confusión en torno a la nomenclatura de los sí­nodos —ordinarios, extraordinarios, especiales—. La bibliografí­a sobre los sí­nodos es inmensa. Antes y después de cada uno de los sí­nodos la mayorí­a de las revistas teológicas y pastorales publican artí­culos sobre él, y para hacerse un juicio ecuánime sobre un determinado sí­nodo o sobre el proceso sinodal en su conjunto habrí­a que indagar en lo publicado en distintas lenguas, ya que cada paí­s y cada cultura ve los sí­nodos desde un punto de vista diferente. Una presentación de los sí­nodos atenida a los hechos es la escrita por G. Caprile y más recientemente G. Ferraro.

Lo que hacemos a continuación es una enumeración de los sí­nodos celebrados hasta el 2001, con sus temas principales: El primer sí­nodo ordinario (1967) se ocupó de asuntos derivados del Vaticano II, incluyendo trabajos sobre el nuevo código de derecho y la liturgia. Publicó una declaración sobre el ateí­smo y propuso el establecimiento de una Comisión teológica internacional.

El primer sí­nodo extraordinario (1969) estuvo dedicado a Principios doctrinales y sugerencias prácticas para una colaboración más estrecha entre las conferencias episcopales y la santa sede. Se publicó una declaración conclusiva. [En este sí­nodo ya emergió como punto de convergencia en la discusión la teologí­a de la comunión como eje vertebrador de la colegialidad, tal como muestra su secretario especial A. >Antón.]
El segundo sí­nodo ordinario (1971) elaboró dos documentos: sobre el ministerio sacerdotal y sobre la justicia en el mundo.

El tercer sí­nodo ordinario (1974) rechazó por votación un documento final. Los materiales fueron entregados al papa; a partir de entonces este fue el procedimiento usual. El resultado fue uno de los mejores documentos posconciliares (en realidad, uno de los mejores textos magisteriales pontificios del siglo), La evangelización en el mundo moderno [que ha tenido una influencia decisiva en la eclesiologí­a, puesto que promociona la palabra evangelización —sólo usada una vez en LG 35— como equivalente a la misión global de la Iglesia —y no solamente para la misión «ad gentes», como acontece en las 19 veces que aparece en AG—.]
El cuarto sí­nodo ordinario (1977) se ocupó de la catequesis. Aunque se preparó bajo Pablo VI, fue Juan Pablo II quien se encargó de publicar la exhortación apostólica La catequesis en nuestro tiempo.
El quinto sí­nodo ordinario (1980) tuvo como tema la familia. El sí­nodo dio tres frutos: la exhortación La familia cristiana en el mundo moderno; el establecimiento del Consejo Pontificio para la Familia, que era ya una comisión, instituida por Pablo VI en 1973 (>Curia romana), y el establecimiento del Instituto Internacional de Estudios sobre el Matrimonio y la Familia.

El sexto sí­nodo ordinario (1983) trató de la reconciliación. Su labor dio como resultado la exhortación La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia hoy.
El segundo sí­nodo extraordinario (1985) se convocó para evaluar la >recepción del Vaticano II. Estudió las cuatro constituciones [sintetizadas en el significativo tí­tulo del documento final aprobado por los obispos y confirmado por el papa: «La Iglesia (LG), bajo la palabra de Dios (DV), celebra los misterios de Cristo (SC), para la salvación del mundo (GS)»]. En él se piden tres cosas: un >catecismo universal, el fortalecimiento del estatuto teológico de las >conferencias episcopales y la publicación lo antes posible del código de derecho canónico para las Iglesias orientales. [Sin duda se trata del sí­nodo más influyente para la eclesiologí­a posterior, puesto que se dieron unos criterios para una «más profunda recepción del concilio» y, de forma relevante, afirmó que «la eclesiologí­a de comunión es la idea central y fundamental en los documentos del concilio» (II, c), frase que se convirtió en paradigma para tipificar la eclesiologí­a conciliar, y que fue retomada directamente por el Papa en 1988 en ChL 19″.]
El séptimo sí­nodo ordinario (1987) trató de los laicos y dio como resultado la exhortación La vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, en la que se anunciaba la constitución de una comisión para examinar todas las cuestiones referentes a los ministerios laicos (n 23) (>Laicos).

El octavo sí­nodo ordinario (1990) se ocupó de la formación de los sacerdotes. Sus trabajos se presentaron en la exhortación La formación de los sacerdotes en las circunstancias del tiempo actual.
El noveno sí­nodo ordinario (1994) tuvo como tema los religiosos en la Iglesia. Dio lugar a la exhortación possinodal La vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (Vita consecrata, 1996).

[El décimo sí­nodo ordinario (inicialmente en el 2000, pero trasladado al 2001), aborda el tema de los obispos en la Iglesia]
Ha habido también otros encuentros sinodales. Hubo un sí­nodo especial de los Paí­ses Bajos (enero de 1980), al que asistieron los siete obispos holandeses, dos sacerdotes y seis cardenales de la curia. Las conclusiones se entregaron al cardenal Willebrands, como metropolitano de los Paí­ses Bajos. En 1990 Juan Pablo II convocó un sí­nodo especial para Africa y Madagascar, que se celebró en abril de 1994; previamente tuvieron lugar a lo largo y ancho de Africa varios encuentros preparatorios. Durante su visita a Africa en 1995, Juan Pablo II presentó a la Iglesia de este continente un documento possinodal. En 1991 hubo una asamblea especial del sí­nodo de obispos para Europa. El papa pronunció una alocución inaugural y de clausura», y se aprobó una declaración final. Se dedicó gran atención a las nuevas situaciones que se estaban presentando en la Europa del Este. [También se ha celebrado un sí­nodo especial del Lí­bano en 1995.

Como preparación del gran Jubileo del año 2000 se han celebrado Sí­nodos especiales para los cuatro grandes continentes: Africa (1994), América (1997), Asia (1998) y Europa (1999), que han comportado las correspondientes exhortaciones possinodales del Papa con un tí­tulo nuevo dentro de la tradición de los documentos romanos, puesto que aparece con su contextualización continental: Ecclesia in Africa, … in América, … in Asia, …in Europa.]
Sigue publicándose mucho sobre los sí­nodos. Aunque sólo se reúna cuando es convocado, el sí­nodo habí­a de ser en la mente de Pablo VI una institución permanente de la Iglesia. Se trata a todas luces de una estructura eclesial en proceso de evolución, no tanto en la teorí­a cuanto en la práctica, como claramente reconoce su actual secretario general. [«El sí­nodo de los Obispos que afecta a toda la Iglesia católica aunque haya sido un instrumento positivo para el asesoramiento del papa, aún no ha logrado desplegar sus grandes posibilidades. Estas irí­an ciertamente en la lí­nea de una colegialidad más afectiva. En todo caso, el Sí­nodo es eco de una Iglesia viva en marcha por el mundo, como comunidad peregrina del reino de Dios».]

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología