SINODALIDAD

DicEc
 
Sinodalidad es tan amplio como la misma Iglesia, puesto que esta es una koinónia (>Comunión-koinónia) y, por tanto, todas sus acciones deben estar marcadas por la sinodalidad. Para los primeros cristianos significaba originariamente «viajar en común», se utilizaba para designar la asamblea litúrgica y, sobre todo, la misma Iglesia con aquella fórmula paradigmática de san Juan Crisóstomo: «Ekklésia synodon estin onoma». Por eso la existencia y el desarrollo de la sinodalidad es el fruto normal de una Iglesia-comunión que es una «>fraternidad en Cristo» (según Ireneo, Tertuliano, etc).

Los orí­genes de la sinodalidad eclesial se remontan de alguna manera hasta el «concilio de Jerusalén» de He 15, capí­tulo claramente redaccional, pero que los estudios recientes (especialmente los de los exegetas J. Roloff y R. Pesch y el historiador H. J. Sieben) vuelven a retomar como base de la primera teologí­a de la sinodalidad. Será a partir de Eusebio de Cesarea cuando la palabra synodos se convierta en término técnico para describir las asambleas eclesiales.

Para san Juan Crisóstomo, como se ha observado, será sinónimo de Iglesia y progresivamente servirá para calificar las asambleas de obispos –synodos ton episkopón– (Dionisio de Alejandrí­a, >Constituciones apostólicas, Eusebio y san >León I Magno). En el mundo latino se traducirá por «synodus» y también por la raí­z claramente latina «concilium», siendo los dos sinónimos. Uso que se alargará hasta el Vaticano II en el que de las ciento treinta y seis veces que usa la palabra «synodus», sólo diez no se identifica con Concilio ecuménico. En cambio, tanto en el Código de Derecho canónico como en el Código de cánones de las Iglesias orientales se prescinde de tal sinonimidad.

Para una aproximación correcta al problema de la sinodalidad se debe tener presente que no se puede identificar tan sólo a la actividad colegial de los obispos, sino también a nivel más general en la Iglesia. Por esta razón, puede ser útil sustituir el término «colegialidad» por el de «sinodalidad», mucho más amplio, ya que implica las Iglesias concretas y no sólo los obispos. La dificultad en el vocabulario refleja una problemática más profunda: la comprensión de la «> communio ecclesiarum» de LG 23. De hecho, curiosamente el concilio no usa los sustantivos abstractos de «sinodalidad», «conciliaridad» y «colegialidad», aún más evita los adjetivos «sinodal» y «conciliar», restringiendo austeramente su léxico tan sólo al adjetivo «colegial» (ratio/unio collegialis: LG 22). Fue Y. Congar quien usó por primera vez esta expresión para traducir la palabra «>sobornost».

La sinodalidad, en definitiva, siendo la dimensión operativa de la >communio ecclesiarum, se realiza en su sentido más pleno en el ejercicio del ministerio episcopal. Se expresa de forma plena y suprema, válida para toda la Iglesia, en la actividad ordinaria o colegial del coetus episcoporum y se realiza con valor vinculante, limitado a una agrupación de Iglesias locales, en los concilios provinciales y en las >conferencias episcopales. En la Iglesia local, la sinodalidad se expresa con una participación cualitativa diferente de la sinodalidad episcopal, en la actividad de los presbí­teros dentro del presbiterio y, como experiencia análoga, en la actividad de los laicos dentro de las estructuras sinodales propias de la Iglesia local, especialmente en el consejo pastoral diocesano y, a partir de este, en los restantes (parroquial, arciprestal, sectorial, zonal…) (>Consejos diocesanos/ pastorales/presbiterales; >Sí­nodos diocesanos y concilios particulares/ provinciales; >Aconsejar en la Iglesia).

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología

SUMARIO: 0. Planteamiento: la Iglesia tiene nombre de sí­nodo. – 1. La sinodalidad, un kairós en la búsqueda pastoral: 1.1. La sinodalidad pastoral, desde las prácticas pastorales. 1.2. La sinodalidad en la reflexión teológica y magisterial. – 2. La sinodalidad desde sus criterios teológico-pastorales. – 3. El ejercicio de la sinodalidad pastoral: 3.1. El desarrollo sinodal entre los sujetos eclesiales. 3.2. La sinodalidad en los organismos diocesanos. 3.3. Las actitudes de una espiritualidad sinodal. 3.4. La recreación del talante sinodal entre los fieles. – Conclusión: proyectar sinodalmente la pastoral.

0. Planteamiento: la Iglesia tiene nombre de sí­nodo
Hace muchos años S. Juan Crisóstomo afirmaba que «la Iglesia tiene nombre de reunión o de sí­nodo». Con ello expresaba la urdimbre comunitaria y litúrgica que siempre ha de acompañar la actividad eclesial en su dimensión más profunda. Actualmente la categorí­a de sinodalidad está recobrando cada dí­a mayor fuerza en la búsqueda de una imagen adecuada que oriente las acciones eclesiales desde sus situaciones concretas.

Por ello, las praxis pastorales han de mostrar con evidencia este horizonte teológico. Por nuestra parte exponemos en primer lugar el kairós que se nos desvela hoy como búsqueda y anhelo de unos sujetos eclesiales; éstos requieren una verdadera conversión que ponga en evidencia de forma más significativa el Evangelio del Reino entre los hombres y mujeres. Dicho kairós nos conduce a profundizar en la criteriologí­a teológico-pastoral respecto a la sinodalidad. Finalmente, tanto el kairós como los criterios esbozados apuntan hacia unos principios de acción que puedan establecerse praxiológicamente en lo cotidiano de la acción pastoral de las iglesias locales (o diócesis) entre sus diversos y pluriformes sujetos evangelizadores.

1. La sinodalidad, un kairós en la búsqueda pastoral
La Iglesia, en cuanto acontecimiento pneumatológico que vive de la Pascua y de Pentecostés, en cada circunstancia histórica ha de plantearse con honradez cuál es la mejor figura que la desvela como continuadora de la misión trinitaria. Atendiendo a la evolución postconciliar, se puede apreciar cómo la sinodalidad está adquiriendo mayor importancia, aspecto que viene urgido, a nuestro juicio, desde un doble horizonte que necesita ser integrado: tanto desde el discernimiento concreto de las prácticas pastorales como desde la reflexión teológica y magisterial.

1.1. La sinodalidad pastoral, desde las prácticas pastorales
Resulta llamativo observar cómo el Vaticano II no habló expresamente de los sí­nodos diocesanos; algunos autores aluden a ChD 26, pero dicha referencia se sitúa a escala de diversas iglesias, no en la perspectiva de la iglesia local. Sin embargo, y aquí­ se halla su importancia, la realización de sí­nodos diocesanos está adquiriendo auténticos rasgos de novedad y universalidad.

Sus primeros pasos cabe situarlos en las experiencias eclesiales centroeuropeas, que si bien no encontraron un marco adecuado, sí­ supusieron el inicio de una tendencia imparable (así­ el Concilio Holandés, el Sí­nodo común de las diócesis de la República Federal Alemana, el de la República Democrática Alemana, el proceso sinodal austriaco, el Sí­nodo suizo…). En las mencionadas experiencias pastorales encontramos el germen; pero el decurso de los años ha conllevado una auténtica floración sinodal a escala católica. En nuestros contextos cercanos resulta significativo comprobar la naturalidad con que se ha introducido esta práctica eclesial: así­, al leer diversa literatura pastoral francesa e italiana se observa la continua referencia a estos institutos y a la necesidad intrí­nseca de realizar prácticas pastorales que vengan marcadas por la sinodalidad.

Si dirigimos hoy la mirada a nuestra realidad española cabe concluir que de las 68 diócesis que conforman el mapa eclesial, la nada desdeñable proporción de más de dos tercios de las iglesias locales han desarrollado algún tipo de experiencia sinodal prolongada. Han realizado (o están es proceso) sí­nodos diocesanos veintidós (32%), mientras que trece han celebrado asambleas sinodales (19%) y doce han participado en alguno de los dos concilios provinciales, gallego o tarraconense (18%).

Este dato evidencia que la manifiesta floración sinodal responde a un nuevo encuadre teológico-pastoral que busca una verdadera renovación eclesial de sus sujetos y protagonistas en vistas a la comunión y misión. Pero dicha renovación se convierte en una auténtica auto-realización diocesana en los sí­nodos, reclamando una permanente y eficaz edificación sinodal en, desde y para la pastoral cotidiana.

1.2. La sinodalidad en la reflexión teológica y magisterial
El mencionado proceso resulta imparable, no pudiéndole tildar de casual ni esporádico. A la par se va gestando una verdadera reflexión eclesiológica en la cual cada vez más va adquiriendo carta de ciudadaní­a esta dimensión de la sinodalidad, aspecto que cabe relacionarlo con la categorí­a de recepción eclesial; como muestra, baste comprobar varios manuales actuales de eclesiologí­a del área europea. Igualmente, el aludido proceso se puede observar también en el desarrollo magisterial. El propio Juan Pablo II ha manifestado su preferencia por un método sinodal en la responsabilidad eclesial y desearí­a que se le recordara como el «Papa de los sí­nodos». En Tertio Millennio Adveniente, se habla de un «tono nuevo, desconocido» hasta el Vaticano II que «constituye «un anuncio de tiempos nuevos». Desde este presupuesto se reconoce que en la preparación del jubileo, en cuanto recepción del concilio, «se inscribe la serie de sí­nodos iniciada tras el concilio Vaticano II: sí­nodos generales y sí­nodos continentales, regionales, nacionales y diocesanos. El tema fundamental es el de la evangelización y así­ mismo la nueva evangelización» (n° 20s.).

En el año 1997 la Congregación para los Obispos y la Congregación para la Evangelización de los Pueblos publicaron la Instrucción sobre los sí­nodos diocesanos. Su objetivo era establecer con claridad las pautas conforme a las cuales deben celebrarse los sí­nodos diocesanos. Resulta significativo el horizonte que se marca. Como apertura del documento quedan establecidos -a la luz de la Constitución Apostólica Sacrae discipline leges (1983), por la que quedaba promulgado el actual código de derecho canónico-«los principales elementos que, según el concilio Vaticano II, caracterizaban la verdadera y propia imagen de la Iglesia».

Esa figura de la iglesia que continuamente ha de buscarse en las realizaciones pastorales ha de mostrar estos rasgos: la Iglesia como Pueblo de Dios, la autoridad jerárquica como servicio, la Iglesia como comunión que articula las relaciones entre la iglesia particular y la universal, entre colegialidad y primado, la participación de todos los bautizados (cada uno a su modo) en el ministerio de Cristo. En definitiva, la sinodalidad, en su ejercicio pastoral concreto, condensa y expresa de modo concreto las nueva perspectivas propuestas por el Vaticano II y se manifiesta como un kairós que necesita unas praxis concretas y acordes.

2. La sinodalidad desde sus criterios teológico-pastorales
Junto a otros muchos motivos, resulta innegable el hecho de que cada dí­a se viene solicitando una mayor participación en la vida y misión de la Iglesia, también por influencia de las dinámicas democráticas de la sociedad. Para responder a esta demanda y buscando en el propio ser eclesial, se han ido fortaleciendo conceptos eclesiológicos como participación y corresponsabilidad. El primero de ellos puede tener connotaciones y equí­vocos asamblearios; el segundo quizás no deja suficientemente clara la diversidad ministerial y de funciones en el seno eclesial. Por el contrario, la sinodalidad comporta en sí­ misma un mayor grado de responsabilidad en el desarrollo concreto de su ejercicio, mientras que los términos anteriores pueden quedar reducidos al voluntarismo ideológico. Por ello, actualmente se tiende a situar la preferencia en la figura sinodalidad, que si bien es cierto que es un neologismo, inmediatamente hace referencia a una palabra de sentido eclesial profundo, la de sí­nodo.

Las mencionadas influencias de la sociedad civil han apoyado ciertas interpretaciones sociológicas de la Iglesia, de uno y de otro signo. Para algunos, la Iglesia deberí­a situarse en clave de democracia; otros, por el contrario, influenciados también por contextos polí­ticos, mantienen solapadamente la identidad eclesial con la monarquí­a. La Iglesia no puede anhelar la adecuación sociológica de la democracia en su funcionamiento, quedando al caprichoso arbitrio de mayorí­as o minorí­as, puesto que toda ella se sitúa ante su Señor: es Pueblo de Dios establecido en ministerialidad, con diversidad de funciones. Otro aspecto diverso es que ella misma deba promover la democracia como sistema polí­tico entre los hombres.

Pero tampoco es una monarquí­a, ya que sus miembros son iguales en la dignidad por el bautismo, según la condición y las competencias propias de cada uno. En otro plano se halla la forma según la cual se ha de ejercer la autoridad que se adquiere por el sacramento del orden: en todo momento ha de mirar al servicio y a la unidad de la comunidad, asumiendo con realismo que no siempre es fácil su ejercicio concreto.

La ví­a de salida se centra en la sinodalidad como modo peculiar que la Iglesia aporta al mundo desde su vivencia a escala interna, convirtiéndose en forma concreta de funcionamiento de las comunidades eclesiales determinadas. El ejercicio de corresponsabilidad y de participación auténticas, la integración de todos en una vida compartida, el respeto a los diversos carismas, la autoridad entendida como servicio, la complementariedad de las diferencias, la transparencia de las instituciones, el diálogo y la escucha en la toma de decisiones a través de un discernimiento asumido con seriedad por todos, la capacidad de integrar tensiones, etc., deben ser aspectos que reflejan la alegrí­a familiar de la comunidad convocada por Dios para el anuncio del Reino, los cuales entienden la sinodalidad como el tejido de la iglesia local en vistas a la creación de un sujeto eclesial consciente de su vocación y misión.

En consecuencia, se requiere ofrecer una definición de sinodalidad que sirva de paradigma. Esta, sin pretensiones de ultimidad, podrí­a enunciarse así­:

La sinodalidad es aquella dimensión teológico-eclesial que enraí­za pneumatológicamente con la koinoní­a de la Iglesia. Por tanto, su origen y meta, se hallan en la comunión trinitaria que nos precede, acompaña y a la que nos orienta. Su carácter existencial se basa en la igualdad radical de un pueblo de bautizados y confirmados que sellan la koinoní­a con la donación de sus carismas, ministerios y servicios al Cuerpo de Cristo, para la extensión del Reino desde el cumplimiento de la misión y desde la edificación de la Iglesia misma en unas circunstancias históricas propias, concretas y siempre cambiantes.

Su ámbito preciso -aunque no exclusivo, puesto que requiere conjugarse con la catolicidad- es la iglesia local en medio de una sociedad y una cultura determinadas, desde la cual, el carisma del ministerio apostólico, insertado como servicio relacional en medio del presbiterio y de su pueblo, es garante de unanimidad y fidelidad a la única profesión de fe, particularmente en la concelebración eucarí­stica y para el anuncio del Evangelio.

Desde aquí­ es posible distinguir un triple nivel sinodal en la iglesia local, que permite una mayor clarificación conceptual: por una parte está la dimensión sinodal, que brota de los elementos que constituyen la iglesia local. Por otra, se halla la estructura sinodal de la iglesia local, que designa los organismos que canalizan esa sinodalidad a través de los mecanismos propios de un colectivo social (dentro de ellos, destaca sobremanera el sí­nodo diocesano). Y finalmente se puede hablar de la praxis sinodal, que se refiere al funcionamiento efectivo en la vida pastoral cotidiana.

Así­ pues, los criterios fundamentales sobre los que ha de asentarse la pastoral sinodal deben ser al menos: la koinoní­a eclesial que permanentemente mira (por el Espí­ritu) hacia la Trinidad santa en su unidad diversa y que reclama acciones pastorales que tengan mucho más en cuenta la realidad de los fieles desde la iniciación cristiana. Todo ello, vivido «en y desde» las iglesias locales, como imprescindibles ámbitos de una pastoral sinodal, auto-comprendida y experimentada desde el ministerio apostólico en cuanto centro relaciona) de los diversos y plurales carismas, servicios y ministerios. Y orientándose hacia el bien de la catolicidad y desde la perspectiva concreta de la vida y misión eclesial cotidiana, entre las personas de carne y sangre enraizadas en su momento histórico-social.

3. El ejercicio de la sinodalidad pastoral
El sí­nodo diocesano es la estructura sinodal mayor, donde aparece condensada la identidad sinodal de la iglesia local. En la medida en que dicha acción pastoral prototí­pica sea realizada de forma pertinente y eficaz, en esa misma medida brotará con mayor urgencia la vivencia cotidiana de la sinodalidad. Y viceversa: si se vive pastoralmente la sinodalidad, ésta conducirá a la celebración (cada seis u ocho años) de sí­nodos diocesanos. De la memoria creativa de la Iglesia permanentemente debe florecer la sinodalidad; unas veces de modo solemne y extraordinario, pero la mayorí­a en su existencia pastoral diaria.

Ahora presentamos esta sinodalidad pastoral cotidiana entre sus estructuras y sus praxis. Se podrí­an dar las condiciones personales y comunitarias para una Iglesia sinodal; pero si fallaran las estructuras sinodales, la pastoral concreta serí­a demasiado fatigosa e, incluso, imposible. Y al contrario: podrí­an acontecer las condiciones de posibilidad desde los organismos; pero si no existieran las actitudes y la educación de los sujetos (fieles y comunidades), la sinodalidad se empobrecerí­a, quedando reducida a una mera burocracia asfixiante. Por ello, reflexionamos sobre el ejercicio de la sinodalidad pastoral a nivel de sujetos y organismos, desde la vivencia de unas actitudes y con el objeto de crear un talante determinado entre los fieles.

3.1. El desarrollo sinodal entre los sujetos eclesiales
La sinodalidad exige y requiere formas institucionalizadas que hagan de ella un criterio real en el decurso de la vida y misión eclesiales a través de las acciones pastorales. Actualmente es amplia y enriquecedora la gama de los sujetos eclesiales que edifican la iglesia local como sujeto. En esta ocasión nos fijamos en ellos desde un doble planteamiento: lo territorial y lo sectorial.

Puesto que la Iglesia acontece en lo concreto, encarnada en un espacio geográfico-humano, la sinodalidad debe experimentarse y propiciarse en los sujetos territoriales. Uno de ellos, la parroquia, es el que de hecho ofrece mayor cercaní­a y proximidad. Por eso mismo ha de procurar edificarse como familia sinodal: desde la radicalidad de la igualdad bautismal, ha de fomentar su autobiografí­a personal como comunión de comunidades carismático-ministeriales en torno a su raigambre eucarí­stica. Su proyección pastoral ha de apuntar hacia la implicación global de la entera comunidad parroquial, fomentando la pertenencia y el protagonismo en lo cotidiano, tanto a nivel interno como en relación con las otras parroquias. El organismo que mejor recoge, orienta y ejerce la sinodalidad práctica es el consejo pastoral parroquial. Otro ámbito para ejercer la sinodalidad desde lo territorial es el trabajo pastoral en el arciprestazgo.

Pero estos sujetos eclesiales, aun siendo necesarios, resultan insuficientes. Por eso urge favorecer el desarrollo sinodal en lo sectorial, entendido como ámbito que afecta a un «sector» particular de espiritualidad y de manera de vivir la Iglesia (asociaciones, grupos y movimientos) o en cuanto que se pretende llegar a sectores determinados para evangelizarse y evangelizar (desde el enfoque técnico de las delegaciones diocesanas). El reconocimiento efectivo de los primeros desde una integración real en la pastoral diocesana de los mismos y la racionalización comunional de las segundas son exigencias actuales imprescindibles.

3.2. La sinodalidad en los organismos diocesanos
Todo lo insinuado en el punto anterior quedarí­a como un simple elenco de buenas intenciones si junto a ello no se produjera un ejercicio continuado de sinodalidad entre los diversos organismos diocesanos. Una doble coordenada ha de estar presente: por un lado, el funcionamiento de las estructuras diocesanas deben ser elemento de influjo que empapa otras realidades pastorales; y, por otro, éstas últimas deben aparecer con su protagonismo fehaciente en los consejos. En la medida en que ambas se dejen insuflar por la sinodalidad y la propicien, del mismo modo ésta puede ir recreando el tejido comunional-misionero diocesano.

Los diversos consejos han de recoger la especificidad de las vocaciones que se despliegan desde el bautismo y que van adquiriendo desarrollos carismáticos-ministeriales. Así­, la pastoral ordinaria debe ser lí­nea transversal que apoya y refluye en el Consejo de Laicos, en la Confer y en el Consejo Presbiteral.

Sin embargo, el organismo que condensa y expresa la sinodalidad de modo permanente es el Consejo Pastoral Diocesano, perfilándose como ví­a imprescindible para mostrar y edificar una iglesia bautismal adulta. De un lado, es el órgano que mejor canaliza y enriquece la confluencia de lo territorial con lo ambiental en cuanto ámbito de encuentro, discernimiento y toma de posturas comunes para afrontar gozosamente la evangelización. De otro, ocurre lo mismo respecto a los consejos diocesanos, rescatándolos de su peculiaridad para ensanchar el horizonte hacia lo común. Este consejo queda convertido en el organismo prototí­pico diocesano, y por eso mismo, ámbito a potenciar permanentemente en la vida pastoral de las iglesias locales, en vistas a su protagonismo, eficacia y verificación en todo aquello que se desvela como importante y necesario en el decurso pastoral.

3.3. Las actitudes de una espiritualidad sinodal
Dado que la sinodalidad viene fuertemente arraigada en la dimensión pneumatológica, a fin de evitar ciertas manipulaciones y riesgos activistas, ésta ha de estar arraigada en un claro «vivir en el Espí­ritu» que favorezca un talante preciso desde la perspectiva pastoral. La configuración de las actitudes sinodales ha de generar, desde la laicidad de toda la Iglesia, una espiritualidad insertada en los contenidos más nucleares de la fe, abierta y enriquecida en la iglesia local y contrastada con los dinamismos existenciales concretos; aspecto que conducirá a experimentar gozosamente la propia vida inserta en el proyecto salvador del Dios trinitario que acontece aquí­ y ahora, con las perplejidades y crisis de todo tipo, pero radicado en la fuerza del Espí­ritu que enví­a a la misión. Como lí­neas fundamentales caben apuntarse:

– Caminar en el Espí­ritu, asumiendo con radicalidad la iniciativa gratuita y libre del Dios trinitario que interviene personalmente en la vida de los hombres. Ello hace que se experimente la filiación y la fraternidad, elevando en el «lujo de la alabanza» un canto eucarí­stico-existencial agradecido «al Padre, por el Hijo, en el Espí­ritu», que necesita ser compartido con los otros.

– Desde la dinámica de la encarnación. La encarnación del Hijo es la expresión más sublime de la iniciativa de Dios Padre que no sólo habla al hombre, sino que lo busca (cf. TMA 7). Encarnación llevada a cabo desde los mismos sentimientos de servicio de Cristo (cf. Fil 2,7s) y adentrada en las condiciones reales de la vida de los hombres, ví­a ineludible de la acción de la Iglesia (RH 14). Por ello, el diálogo resulta fundamental: acercamiento, acogida, escucha, preocupación, simpatí­a… para hacer de todo ello narración salví­fica y trasformación evangélica.

– Discernimiento evangélico-profético desde el carisma diocesano. A partir de una espiritualidad profética desde la iglesia local, pero arraigada en el corazón del mundo, urge adquirir un talante de discernimiento que, a través de la lectura de los signos de los tiempos, permita desvelar el kairós trinitario en las praxis pastorales. Todo ello ha de ser vivido desde el cultivo de una eclesialidad diocesana que quiere narrar a la Iglesia católica y al mundo su carisma peculiar, aspecto que la devolverá la dignidad en la sinfoní­a de las católicas iglesias locales.

– El servicio samaritano y solidario. La labor pastoral consiste en comunicar y anunciar lo recibido en gratuidad desde el placer de compartir el don que, más allá de ofrecer el mensaje, ha de entregarse a los demás desde sus necesidades y anhelos, frustraciones y lacras. Con un corazón de madre que desborda ternura y misericordia entrañable ha de esforzarse por encontrar a los otros como sacramento de Dios y ofrecerles una pastoral curativa-salví­fica, fomentando la solidaridad. Así­, la sinodalidad es comprendida más ampliamente, porque vive de la dinámica del servicio a través del proyecto de las Bienaventuranzas, se valora el testimonio y se asume el martirio en favor de los rostros conocidos que sufren y padecen.

3.4. La recreación del talante sinodal entre los fieles
Si tan sólo se pretendiera la configuración de unas actitudes sinodales en los fieles y en las comunidades cristianas, ello podrí­a degenerar en un espiritualismo etéreo y desencarnado. Por eso mismo, la edificación pastoral de una Iglesia sinodal solicita la (auto)educación de este talante, tanto a nivel individual como comunitario, favoreciendo de este modo su recreación ordinaria. Sin entrar a detallar procesos pedagógicos concretos, no nos resistimos a proponer algunas lí­neas o principios de actuación que deben empapar la praxiologí­a; éstos -a fin de cuentas- quizá sean muy similares a aquellos que deben asumirse si en realidad se quiere proyectar una Iglesia evangelizadora y significativa en los momentos actuales.

– La narración trinitaria. Aunque parezca una afirmación excesivamente fuerte, sin embargo, puede que en la experiencia cotidiana la novedad cristiana sea, en realidad, el gran desconocido. Además, este aspecto viene agudizado por la situación generalizada de florecimiento de un paganismo larvado -que otros describen suavemente como indiferencia religiosa o confusionismo latente-, y que sigue mostrando con claridad el exilio de la Trinidad. Desde esta constatación, tanto la proclamación como las celebraciones cristianas están urgidas a resaltar la novedad y la paradoja cristiana a través de lenguajes «performativos». A partir de este planteamiento, ha de realizarse un sincero y valiente discernimiento para comprobar cómo son los cauces ordinarios de la educación de la fe, de qué manera se aprecian las celebraciones, qué imágenes de Dios se transmiten, qué valores o contravalores propician, qué grado de implicación antropológica y pedagógica suscitan, etc. No es indiferente todo ello, pues en el fondo está en juego la educación-experiencia de Dios para personas concretas. También reclama el cuidado comunitario de las celebraciones -particularmente la eucaristí­a dominical- desde la creatividad, la sencillez, la significatividad y el sentido festivo; a la vez que se propician ámbitos de comunicación y de experiencia orante.

– Acogida e iniciación cristiana. Las iglesias locales -en cuanto comunidades bautismales- viven de la iniciativa divina en medio del mundo, van engendrando continuamente hijos, a la vez que se sienten de forma permanente comunidad iniciada, pues acogen, comparten y potencian las aportaciones de los nuevos miembros como realización del Cuerpo de Cristo. Así­ la iniciación cristiana es una tarea fundamental que ha de revisarse profundamente si se anhela que las iglesias se sientan rejuvenecidas y coherentes desde la sinodalidad en la misión encomendada.

– El sentido de pertenencia. La iniciación y la acogida, aunque muy importantes, no son fin en sí­ mismas, sino que apuntan a la pertenencia eclesial. En primer lugar ha de ofrecerse un rostro mayor de cercaní­a -perdiendo fuerza en su excesiva institucionalización- que tienda a la creación de lazos de naturalidad, encuentro, sencillez, que la hacen mostrarse como comunidad que acoge desde la gratuidad a todos, sin preferencias por personas ni carismas ni ideologí­as; desde ahí­ se ha de dar una efectiva integración (y potenciación) de carismas, ministerios y servicios, en la igualdad bautismal y por el servicio de la comunión a través del ministerio de la unidad-reconciliación-presidencia. Pero a la vez, puesto que no basta con que los fieles se sientan acogidos, propiciará procesos eficaces para el desarrollo de prácticas que permitan vivir de modo normalizado y cotidiano en cuanto familia donde todos participan y son corresponsables; a fin de cuentas, la vivencia concreta del don y de la tarea de la sinodalidad.

– Una educación dadora de sentido para vivir en medio del mundo. De cara a la educación sinodal de los cristianos, resulta urgente la elaboración de proyectos de orientación catecumenal. Por una parte se plantea el gran reto de los cristianos bautizados no iniciados de forma eficaz, aspecto que cada dí­a irá a más; y, por otra, está la formación de los cristianos que -habiendo recibido una instrucción elemental en su infancia y manteniendo una vida cristiana sencilla- requieren una formación actualizada y dadora de sentido creyente. Estos procesos han de basarse en las claves que apunta la renovación catequética, promoviendo la integración fe-vida. Un aspecto importante se halla en la potenciación a todos los niveles de una educación dadora de sentido. Quizá éste sea uno de los mejores servicios que puede ofrecer la Iglesia a los creyentes en las coordenadas socioculturales presentes: la pregunta por el sentido sigue siendo clave en la existencia humana; una respuesta razonable y novedosa desde la antropologí­a cristiana es una de las aportaciones más cualificadas de la fe.

La sinodalidad tiene un componente ineludible en su referencia concreta a la historia que se vive y al mundo en el que se sienten ciudadanos extranjeros. Por ello, resulta urgente una educación adecuada sobre las relación Iglesia-mundo y unas determinadas actuaciones pastorales. Desde una valoración lúcida de la historia, deben encontrarse en medio de la circunstancia histórica las convicciones y los criterios fundamentales que la animan y la peculiar dialéctica que la relaciona con el mundo. La sacramentalidad de la acción pastoral, en cuanto epifaní­a del proyecto de Dios, no puede afirmarse contra, ni al margen de los demás; pero al ser manifestación de la gracia, sabe que su fuerza está en el Señor, distinguiéndose del mundo en cuanto que busca comunicar un don recibido gratuitamente, como oferta y propuesta; y siempre en calidad de regalo y de generosidad.

Conclusión: proyectar sinodalmente la pastoral
Tras el recorrido presentado sólo cabe mantener que el futuro de la pastoral (y por tanto, de la figura de las iglesias locales en sus acciones cotidianas) necesariamente está emplazado por un proyecto urgente y posible, desde la vivencia diaria de la sinodalidad en todas sus dimensiones y perspectivas.

Aunque existan modelos pastorales lí­citos, de cara al proyecto pastoral de las iglesias locales la actuación desde la perspectiva de la sinodalidad cada vez se descubre como más necesaria de cara a que las mismas iglesias locales experimenten la dignidad de la vocación y de la misión a la que han sido convocadas. El horizonte de posibilidad es amplio. Ellas precisan narrar pastoralmente su nombre especí­fico; y con urgencia. Ahí­ radica su emplazamiento.

BIBL.-AA.W., La synodalité. La participation au gouvernement dans I’Eglise. Actes du VII’ Congrés International de Droit Canonique. Paris-Unesco, 21-28 septembre 1990, L’Année Canonique, Paris 1992; E. BUENO DE LA FUENTE, «La búsqueda de la figura de la Iglesia como lógica interna de la eclesiologí­a posconciliar’, Revista Española de Teologí­a 57 (1997) 243-261; ID. – R. CALVO PEREZ, Una Iglesia sinodal: memoria y profecí­a, BAC, Madrid 2000; R. CALVO PEREZ, La sinodalidad, aurora de esperanza para la iglesia local. Las experiencias sinodales postconciliares de las iglesias en Castilla y León. Tesis doctoral [inédita], Facultad de Teologí­a, Burgos 2000 [en particular, cap. 18°: Edificar pastoralmente la Iglesia sinodal]; ID., «Hacia una pastoral diocesana sinodal», Lumen 46 (1997) 37-59; ID., «Pneumatologí­a y sinodalidad. Caminar sinodalmente en el Espí­ritu», Lumen 47 (1998) 223-238; E. CoRE000, Sinodalidad, en G. BARBAGLIO – S. DIANICH, Nuevo diccionario de teologí­a, II, Ediciones Cristiandad, Madrid 1982, 1644-1673; G. CHANTRAINE, «Synodalité, expression du sacerdoce comun et du sacerdoce ministériel?», Nouvelle Revue Théologique 113 (1991) 340-362; J. FONTBONA 1 MIssE, Comunión y sinodalidad. La eclesiologí­a eucarí­stica después de N. Afanasiev en 1. Zizioulas y ). M. R. Tillard, Tesis de doctorado, Facultat de Teologia de Catalunya, Barcelona 1994; A. MARTíNEZ BLANCO, «Significado y función de la sinodalidad en la Iglesia desde el sacramento del bautismo», Carthaginensia 10 (1994) 93-111; A. MASTANTUONO, «Chiesa locale e sinodalitá. Spunti di riflessione a partire dall’esperienza dei sinodi diocesani», Rivista di Teologia 38 (1997) 363-388; R. ROUTHIER, «La synodalité de l’Eglise loca/e», Studia Canonica 26 (1992) 111-161.

Roberto Calvo Pérez

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización