(-> Ananías y Safira). «Mago» de Samaría que intenta comprar la gracia cristiana (autoridad carismática) con dinero (Hch 8,9-24). En principio parece un «hombre divino», alguien que, conforme a las costumbres de su tiempo, se hace pasar por revelación del mismo Poder Supremo: «Hacía tiempo había en la ciudad cierto hombre llamado Simón, que practicaba la magia y engañaba a la gente de Samaría, diciendo ser alguien grande. Todos estaban atentos a él, desde el más pequeño hasta el más grande, diciendo: ¡Este es el Poder de Dios, llamado Grande! Y le seguían, porque con sus artes mágicas les había asombrado por mucho tiempo» (Hch 8,9-11). Puede haber en su fondo una fi gura real, un representante de la religiosidad tradicional de Samaría donde, según la perspectiva judía, se habían mezclado elementos israelitas con cultos mágicos y prácticas de divinización pagana, que desembocarán más tarde en la gnosis. El título que asume, la Gran Fuerza de Dios (Dynamis Theou he kaloumené Megalé), nos sitúa en la línea de un sincretismo de poderes y presencias divinas que en ese momento está llenando todo el oriente del Imperio romano. Pero más que la magia y la posible gnosis de fondo, al texto de Lucas le interesa el riesgo económico de Simón, que no utiliza el poder eclesial para hacerse rico (como ha pasado a veces), sino, al contrario: ofrece su riqueza para conseguir un poder eclesial, es decir, un ministerio vinculado al don del Espíritu, como también ha pasado en tiempos posteriores, de tal forma que su figura ha dado nombre y ejemplo a las prácticas «simoníacas» de ciertos eclesiásticos. Este Simón Mago quiere controlar con dinero el mensaje y programa de la iglesia: intenta comprar los bienes cristianos (la experiencia carismática, la dirección comunitaria). La respuesta de Pedro es dura, pero, en contra de lo que sucede con Ananías* y Safira, no provoca la muerte de Simón, sino que pide y consigue clemencia de parte de Dios. El mensaje del texto es claro: allí donde la comunidad se introduce en el mercado de equilibrios económicos, dentro de un sistema donde el dinero es mediación universal y sirve para comprar o gestionar ministerios eclesiales, se destruye el Evangelio. Es evidente que una simonía directa o indirecta ha sido y sigue siendo un riesgo muy grande de la Iglesia. La tradición gnóstica posterior ha elaborado o recreado esta figura de Simón, hasta convertirla en uno de los signos supremos de presencia oculta de la divinidad.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra