SIETE PALABRAS

las pronunciadas por Jesús en la cruz y a las que la tradición les da este orden: 1. †œPadre, perdónalos, porque no saben lo que hacen†, Lc 23, 34. 2. †œTe aseguro que hoy estarás conmigo en el paraí­so†, Lc 23, 43; en respuesta al buen ladrón, que le habí­a dicho: †œJesús, acuérdate de mí­ cuando vengas con tu Reino†, Lc 23, 42.. 3. †œMujer, ahí­ tienes a tu hijo†; †œAhí­ tienes a tu madre†, Jn 19, 26-7; palabra de Jesús a su madre Marí­a y a Juan, respectivamente, quienes estaban al pie de la cruz. 4. †œÂ¡Elí­, Elí­! ¿lemá sabactaní­?†, esto es, †œÂ¡Dios mí­o, Dios mí­o! ¿Por qué me has abandonado?†, Mt 27, 46; Mc 15, 34. 5. †œTengo sed†, Jn 19, 28. 6. †œTodo está cumplido†, Jn 19, 30. 7. †œPadre, en tus manos pongo mi espí­ritu†, Lc 23, 46.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

DJN
 
El proceso de Jesús tiene una importancia capital a la hora de la redacción de las cuatro versiones del Evangelio, así­ como de los distintos escritos neotestamentarios. El misterio salví­fico de Jesús de Nazaret, llamado Cristo y Señor ilumina todo el acontecer cristiano desde sus orí­genes.

La predicación primigenia comenzaba con la proclamación del misterio de la Muerte, Sepultura, Resurrección y Ascensión de Jesús a la derecha del Padre. Esta predicación se encuentra a la base de la redacción de los libros sagrados que configuran el canon del Nuevo Testamento.

Antes del hecho de la muerte, el profeta de Galilea pronunció una serie de afirmaciones, recogidas por los evangelistas y por tanto correspondientes a tradiciones y fuentes diversas. Es lo que tradicionalmente se conocen por las «Siete Palabras» de Jesús que ha dado lugar hasta la actualidad, con el sobrenombre del «Sermón de las Siete Palabras», conservado en muchos lugares cristianos de la geografí­a universal y realizado fundamentalmente en la tarde del Viernes Santo.

Los evangelistas han recogido estas afirmaciones solemnes de Jesús en la Cruz. San Lucas describe tres palabras del Maestro de Nazaret, las dos primeras y también la última. La intención del tercer evangelista consiste en mostrar que Jesús es el Camino de la misericordia (Lc 23, 34. 43. 46).

San Mateo y San Marcos describen la cuarta afirmación o palabra de Jesús en la cruz, realizando una relectura del Salmo 22. Se trata de una oración de confianza expresada por Jesús al Padre (Mt 27, 46; Mc 15, 33).

San Juan culmina la relación sinóptica, sobre este hecho de las palabras de Jesús en la Cruz, con la quinta y la sexta palabra (Jn 19, 28; 19, 30).

Enseguida explicamos cada una de las siete palabras de Cristo. Nuestro propósito consiste en aproximarnos en la medida de lo posible al significado de cada una de ellas, para ver cuál fue la intención del evangelista, recogida en su tradición, de cara a cada comunidad cristiana. Al mismo tiempo observamos la impronta y el alcance que estas palabras tienen para una comprensión del misterio de Jesús de Nazaret, como Dios y Señor.

La tarea de los cristianos hoy es hacer memoria de la tradición evangélica para encontrar el rostro de Cristo, presente fundamentalmente en la Nueva Alianza, para abrirnos a la acción del Espí­ritu que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez al testimonio de los Apóstoles, que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de la vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oí­dos y lo tocaron con sus manos (1 Jn 1, 1).

1.a «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).

La primera palabra de Jesús en la Cruz es una invocación al Padre. Se trata de una oración desgarradora, con una fuerza sublime. San Lucas ha querido alentar a su comunidad a la misericordia, más aún al perdón, presentando a Jesús desde el suplicio de los malditos, como el auténtico Camino de la misericordia. Para el autor del tercer evangelio, «los patrones literarios se contemplan en el sentido tipológico, porque creemos con D. L. Block que el evangelista pudo presentar el misterio de Cristo, desde la profecí­a y el patrón del Antiguo Testamento. Según este autor, son patrones cristológicos para San Lucas: las tradiciones del mesianismo real; el Siervo de YHWH (Deuterolsaí­as), la tradición del heraldo escatológico, el Hijo del Hombre; el profeta como Moisés (Dt 18), así­ como los patrones de la tradición profética: la presentación de Jesús como»profeta poderoso en obras y en palabras» (Lc 24, 19)». cf. A. del Agua Pérez «La interpretación del relato lucano»: EE (1996) 201-202. La misericordia es una de las claves de lectura de San Lucas, a lo largo de su doble obra, tanto en el evangelio como en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Ese Camino de la misericordia que es Cristo, es el que ahora grita proclamando a Dios, con el apelativo Padre, es decir, el que enví­a Jesús para la misión, al que Cristo invoca. El Dios de Jesucristo es para San Lucas, Padre (Lc 10, 21; 11, 2; 22, 42, 23, 46) y le pide que los perdone (posiblemente a los verdugos y a todos los que están implicados en su crucifixión). Las razones de su ignorancia, su pecado inconsciente son un motivo familiar en Lucas (Hech 3, 17; 13, 27). El lenguaje del dicho es lucano, sobre todo si atendemos a la forma redaccional del evangelista y al mismo tiempo es original, porque está en unión con el retrato lucano de Jesús y sirvió al evangelista para mostrar en el libro de los Hechos al primer «testigo» de Cristo que muere perdonando a sus enemigos y suplicando a Dios, con el apelativo Señor. Algunos autores han querido ver aquí­ una glosa inspirada por la oración de Esteban y toman del libro de los Hechos la excusa de la ignorancia (Hech 3, 17; 13, 27; 17, 30), otros piensan que la ablación puede explicarse por una reacción antijudí­a (la invocación del perdón apunta a los judí­os, no a los romanos, según el contexto, donde los soldados no aparecen más que en el verso 36). Pero el verso aparece en la tradición llamada «occidental» y es la misma que en el libro de los Hechos acentúa el antijudaí­smo, en detrimento de la excusa de la ignorancia. ¿Cómo se explica esto? Lo cierto es que esta oración de Jesús, desde la cruz tiene un verdadero alcance y está dentro de la manera de expresarse del evangelista, quien durante su obra no ha cesado de presentar la figura de Jesús, como un auténtico Camino de misericordia.

De lo que estamos convencidos es que San Lucas ha releí­do en la Biblia de los LXX, el Cuarto Canto del Servidor del Señor (Is 53, 12), donde el Siervo intercede por sus enemigos. San Lucas pone en boca de Cristo, orante al Padre, el perdón por sus agresores, es decir, todos los que han intervenido en el hecho de la crucifixión. La misericordia se impone a todo, pues siendo hija del amor, el profeta de Nazaret la ha ejercitado hasta el final.

La razón del ejercicio sublime de la misericordia es que los enemigos de Cristo, «no saben lo que hacen». Esto se aplica a los gobernantes (Hech 3, 17), al pueblo y sobre todo a Pilato.

2. a «En verdad te digo hoy estarás conmigo en el paraí­so» (Lc 23, 43)
La segunda palabra de Jesús en la Cruz, compuesta por el evangelista San Lucas, es una respuesta a uno de los que estaban crucificados junto a él que le habí­a suplicado: «Jesús, acuérdate de mí­, cuando estés en tu Reino» (Lc 23, 42). Se trata de una oración de un hombre que contempla el futuro y pide a Jesús, compañero en el suplicio, algo como: «cuando tu vengas como rey». El matiz escatológico de Cristo en su segunda venida parece un hecho innegable. Así­ el mismo Jesús es el portador de recompensa o castigos.

De otra parte, pedir a Dios que «se acuerde de» es un modo de oración que se encuentra bien representado en el Antiguo Testamento (Sal 74, 2. 18. 22). Pero esta petición no está dirigida a Dios, sino a Jesús que el ladrón reconoce, al menos por la inscripción que tiene sobre la cruz que El es el Rey Mesí­as. El buen ladrón podrí­a creer que Cristo deberí­a resucitar de su muerte. De algún modo su fe en uno que estaba crucificado con él es muy notable. El ladrón cree que Jesús es el Mesí­as, al hacerle esa petición: «acuérdate de mí­, cuando estés en tu Reino». El Mesí­as tiene un reino y consciente de su petición le ruega estar con él. Esto no parece normal en un judí­o que no tiene necesidad de obtener misericordia de el Mesí­as, porque para un judí­o la muerte es una expiación del pecado.

Nuestro parecer es que San Lucas ha introducido esta súplica del buen ladrón para hacerle ver a la comunidad que Jesús, incluso en el suplicio de los malditos es capaz de ejercitar la misericordia y realizar un cambio para el Reino en aquellos que, a pesar de todo, piden ese menester.

La respuesta de Jesús está introducida con un «amén» (en verdad), es la única palabra semita que se encuentra en el evangelio lucano y sirve para introducir una expresión solemne de Jesús (Lc 4, 24; 12, 37; 18, 17. 29; 21, 32). El evangelista acentúa la salvación con el adverbio «hoy» (sémeron) empleado en el evangelio para realzar la salvación que porta Cristo (Lc 1, 11; 4, 21; 12, 28; 13, 32. 33; 19, 5. 11; 22, 34. 61). El buen ladrón habí­a suplicado a Jesús con otro adverbio «cuando» (hotan), Jesús responde con la actualidad de su salvación, subrayado con el adverbio «hoy». La salvación consiste en estar con Jesús en el paraí­so. Esta palabra en la lengua griega tiene un sentido de «jardí­n». La Biblia griega de los LXX habla del «jardí­n del Edén» (Gn 2, 8-16) o «jardí­n de Dios» (Gn 13, 10; Ez 28, 13; 31, 8), mientras que el profeta Isaí­as habla del «jardí­n del Señor» (Is 51, 3). El paraí­so llega a ser la mansión de los justos después de la muerte. Así­ se expresan algunos apócrifos veterotestamentarios donde el lugar en que residen los «padres y los santos» es el «jardí­n de vida» o «jardí­n de la verdad» (1 Hen 70, 3-4; 72, 12; 4 Q Henoc etiópico 1, XXVI, 21).

La intención del evangelista es comunicar a la comunicad cristiana que la suerte del hombre queda fijada en el momento de su muerte, como quedó fijada la de Lázaro y la del rico Epulón en la parábola (Lc 16, 26). Y también subraya algo más. El camino de Jesús iniciado en el hecho de su Nacimiento, comunicaba a los pastores, proscritos en su tiempo por todos, la actualidad de la salvación: «hoy en la ciudad de David, os ha nacido el Mesí­as, el Señor» (Lc 2, 11). Esa salvación se proclama como Buena Noticia del Reino en la sinagoga de Nazaret, donde también la palabra «hoy» forma parte de los diez empleos que le son propios en el evangelio y al que San Lucas atribuye un significado soteriológico que le es propio (Lc 2, 11; 4, 21; 5, 26; 12, 28; 13, 32-33; 19, 5. 9; 22, 34; 23, 43).

El camino de la Misericordia es Jesús. El mismo ha interpretado su «éxodo», lleno de compasión por los pecadores, no espera sino una simple llamada, un pequeño gesto, de alguien, en este caso del ladrón crucificado con El, para hacerle partí­cipe de lo que es la verdadera felicidad, el Reino como paraí­so, es decir, como encuentro con el Señor para compartir con El lo que él mismo da.

3.a «Mujer, he ahí­ a tu Hijo, luego dice al discí­pulo: he ahí­ a tu madre» (Jn 19, 26-27).

La tercera palabra de Jesús en la Cruz está descrita en el evangelio según San Juan. El autor del cuarto evangelio se ha servido de algunos patrones literarios, presentes en la primera Alianza, para contemplar a Marí­a, como el nuevo rostro del amor de Dios, prefigurado en la Iglesia. Estos patrones son la «madre» y el tratamiento de «mujer», es decir, nos recuerda la imagen preferida en el Antiguo Testamento, de Israel o Sión como mujer y madre (Is 49, 20-22; 54, 1, 66, 7-11).

El evangelista San Juan refiere que tanto en las bodas de Caná (Jn 2, 1-11), como al pie de la Cruz, Jesús se dirige a ella, llamándola «mujer», porque la virgen simboliza la figura de la sinagoga y es la madre del traspasado (Jn 19, 37). El tema teológico de fondo es el encargo de maternidad que Marí­a recibe en las relaciones de los discí­pulos de Jesús. Es en este sentido y con este trasfondo teológico, como debemos entender la escena donde se describe esta tercera palabra de Jesús.

Jesús al final de su existencia terrena se dirige a dos personas de su cí­rculo, dos personas que están muy próximas a El, más aún, son dos personas de su propia intimidad. Extraña que el evangelista nunca menciona con su nombre a estasdos personas, porque el autor del cuarto evangelio trata de especificar la unión de ambos con Jesús.

En cuanto a Marí­a, la relación es de madre a hijo. Se trata de la unión fundamental y radical que es dada por la naturaleza y que debe ser recuperada personalmente. El evangelista pone en boca de Jesús, la palabra «mujer» (gyné) en la hora de Jesús, es decir, en su Pasión, Muerte y Resurrección que en el momento de las bodas de Caná todaví­a no se habí­a cumplido, porque «aún no ha llegado mi hora» (Jn 2, 4). Pero analicemos de cerca este pasaje, esta palabra que Jesús dirige tanto a la madre como al discí­pulo.

Las palabras de Jesús deben entenderse del siguiente modo: en primer lugar la escena de Marí­a y del discí­pulo amado junto a la cruz de Jesús (Jn 19, 25-27) se comprenden unidas a los versos anteriores (vv. 23-24), como los versos que siguen (vv. 28-30) y también ha de tenerse en cuenta el estrecho paralelismo con las bodas mesiánicas (Jn 1, 1-12), como ya anticipamos antes y con la escena de la túnica no dividida (Jn 19, 24), así­ como con la exclamación de Jesús: «tengo sed» (Jn 19, 28). Allí­ en estas dos personas estaba todo el pueblo mesiánico, es decir, el Nuevo pueblo de Dios, la Iglesia que Cristo querí­a configurar como cumplimiento de su misión mesiánica.

«Jesús viendo a la madre y al discí­pulo que tanto amaba, dice a la madre: mujer, he ahí­ a tu hijo» (Jn 19, 26).

Jesús antes de su muerte manifiesta y revela de manera clara que su madre, en cuanto que es «mujer», será de ahora en adelante «madre» del discí­pulo y que éste, como representante de todos los discí­pulos, será desde ahora el «hijo» de su propia madre. Por ello la primera tarea de los discí­pulos será ser hijos de Marí­a.

La madre debe reconocer al discí­pulo de Jesús como hijo propio y donarle su amor materno. El discí­pulo representa a los discí­pulos que son acogidos en la comunión con Cristo. Es decir, Marí­a ha de recibir al discí­pulo al que Jesús amaba, en lugar del hijo y permanecer junto a él. El a su vez le transmitirá lo que ella deseaba, le dará a conocer lo que Jesús deja tras él. Marí­a representa la salvación mesiánica y así­ se convierte en la Madre del discí­pulo o lo que es lo mismo, madre de la comunidad cristiana.

4.a «Dios mí­o, Dios mí­o, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46).

Los narradores de la pasión y entre ellos San Mateo usaron el Salmo 22 para componer sus relatos. Este salmo es utilizado para realzar el valor tí­pico y teológico porque recrea la figura del inocente que es masacrado en la cruz por los hombres, aunque liberado por Dios mismo.

El valor teológico se acentúa porque el salmo manifiesta claramente el sufrimiento del inocente y su libertad atendiendo a la fe, sobre todo, porque escudriña en el dolor y en el sufrimiento y encuentra sentido en Dios.

Es obvio que San Mateo encuentra en la Antigua Alianza, motivos para contemplar el plan de Dios con respecto al Mesí­as y observa la preparación y la prefiguración del abandono de Cristo. En este sentido el Salmo 22 tiene dos partes fundamentales. La primera el orante invoca a Dios porque se encuentra abocado en la desesperación, sus enemigos le acosan, pero el Señor es el único que puede salvarlo (Sal 22, 2-22). La segunda describe una acción de gracias ante el favor del Señor que le escuchó (Sal 22, 23-32). San Mateo realiza una referencia de í­ndole derásica, es decir, actualiza en la persona de Jesús, el sufrimiento del orante, dándole un sentido profundo, de manera que el mismo Jesús pone su confianza en Dios que le ha salvado de sus enemigos.

El evangelista introduce el grito de Jesús: «Dios mí­o, Dios mí­o» representa la lengua hebrea, mientras que San Marcos en el lugar paralelo, usa la forma aramea. Ahora bien, tanto la forma mateana, como la marcana significan lo mismo, pero San Mateo tiene el propósito de conformar eltexto hebreo del Salmo 22 y así­ prefigura en Jesús el sufrimiento del justo inocente del orante.

5.a «Tengo sed» (Jn 19, 28)
Uno de los gritos más espeluznantes de Cristo en la cruz es su angustia para calmar la sed que producí­a el suplicio cruento, del martirio que estaba soportando. La sed provoca un ansia insospechable en el ajusticiado, máxime cuando las fuerzas comienzan a flaquear, el aire parece que está ausente, las extremidades están exhaustas y la vista se nubla. Por si fuera poco, la respiración se hace cada vez más lenta y el reo no soporta la sequedad que tiene en su garganta y en su boca.

San Juan conoce el libro de los Salmos, donde encuentra la sed del justo paciente al que dan vinagre para calmar su ansia (Sal 69, 22) y a otro pasaje donde observa la sequedad del paladar del justo y la lengua pegada a la garganta (Sal 22, 16). Aunque este pasaje menciona la sed, no tiene contacto de vocabulario con el pasaje joánico (Jn 19, 28-29).

Es cierto que los evangelistas sinópticos también describen cómo los soldados le ofrecí­an a Jesús, beber vinagre en una esponja sujetada a una caña (Mt 27, 48; Mc 15, 36; Lc 23, 36), pero no mencionan la palabra de Jesús: «tengo sed», sino solamente San Juan es el que especifica y llama la atención sobre los demás. Sobre todo, porque San Juan fundamenta el recurso al Antiguo Testamento para proclamar que en Cristo se han cumplido las antiguas promesas mesiánicas, con lo que acentuaba el sentido interpretativo de la Antigua Alianza, que es Cristo, para hacer comprensible su misterio como palabra divina.

El evangelista realiza un péser, es decir, una interpretación reelaborada de lugares presentes en el Antiguo Testamento (a los que más arriba hemos aludido), sobre todo, con la fórmula «para que se terminara de cumplir la Escritura dijo: `Tengo sed’ «.

San Juan realza explí­citamente el fin, el cumplimiento, gracias al doble uso que él mismo hace del verbo «cumplir» (Jn 19, 28. 30). La Escritura cumplida se reduce a una frase: «Tengo sed». Pero lo que sigue completa y nos descubre la verdadera intención del evangelista. San Juan querí­a que los lectores comprendieran que Jesús no muere hasta que se cumpliera la misión encomendada por Aquel que le envió al mundo. Por lo tanto esta palabra de Jesús no hace sino subrayar el cumplimiento de la Antigua Alianza, sustituida por la Nueva, en virtud de la muerte redentora de Jesús.

6.a «Se ha cumplido» (Jn 19, 30)
La misión llevada a cabo por Jesucristo ha llegado a su culmen. Cristo, Enviado del Padre, Sacerdote, Profeta y Rey, es el realizador de la Nueva Alianza en su sangre. En El han tenido su cumplimiento todas las promesas veterotestamentarias.

De otra parte, el Antiguo Testamento, no se entiende sin el Nuevo y ambos testamentos forman una unidad, pero el culmen de la Antigua Alianza encuentra su plenitud en el Nuevo, con Cristo. Todos los autores neotestamentarios explicaron a través de fórmulas el cumplimiento de la Escritura en Cristo. San Juan no es una excepción y en esta sexta afirmación de Cristo en el proceso de su Pasión queda netamente demostrada.

El verbo del cumplimiento lo describe el evangelista en perfecto, «se ha cumplido», con lo que se cierra en él, toda la impronta que para los cristianos primitivos tení­a la muerte de Cristo, como culmen y plenitud de lo acontecido en la persona y la obra llevada a cabo por el profeta de Nazaret. La obra de Cristo no debe quedar en el olvido, sino que está consumada y plenificada a través de una vida que se dona en el Calvario y que opera la salvación para todos los hombres.

Jesús, para San Juan es Aquel que ha coronado la obra encomendada por el Padre (Jn 14, 31; 17, 4). Cristo es el que actúa hasta el último momento. Por eso, conel cumplimiento se unen las afirmaciones sobre la muerte de Jesús, es decir, la inclinación de la cabeza y la entrega de su espí­ritu. La inclinación de la cabeza es el fiel reflejo de una muerte serena y confiada en el Padre, en quien tení­a toda su confianza.

San Juan ha expresado el cumplimiento y describe la muerte de Jesús, como el culmen de su divinidad, sobre todo, porque su humanidad ha sido completada, de manera manifiesta con la misión que el Padre le habí­a confiado y que El hací­a con sumo agrado (Jn 8, 29; 16, 32).

La muerte de Jesús vista así­ es la manifestación de la consumación de su misión en la existencia de los hombres. Cristo asume también la condición humana y, dando la vida, adquiere para todos la vida en plenitud. Por tanto, el evangelista en esta palabra de Cristo: «Se ha cumplido», declara una intención no solamente cristológica, es decir, Jesús, el profeta colgado del madero es el Cristo, Ungido, Dios, sino que al mismo tiempo realza el carácter de la salvación, llevada a cabo por El mismo.

La plenitud de la obra de la salvación se declara como fuente inagotable de riqueza para todos los hombres, los de ayer, los de hoy y los de siempre, en cuanto que la muerte de Cristo, es la realización y la novedad que ha acontecido en la propia historia de la humanidad. El mundo necesitaba al Salvador, para sentirse redimido, con la esperanza de una vida que brota del mismo Dios que se ha personificado en el Hijo, en virtud de la fuerza inexorable del Espí­ritu. Ese Hijo, Cristo, en quien «todas las promesas hechas por Dios, son sí­ en El» (2 Cor 1, 20), es el Salvador de los hombres.

7.a «Padre, en tus manos encomiendo mi espí­ritu» (Lc 23, 46)
San Lucas narra la muerte de Jesús de la forma más breve en la narración del proceso de Jesús. El evangelista indica al principio algunas señales extraordinarias (Lc 23, 44-45), refiere después el último grito de Jesús con el que se une la muerte
(Lc 23, 46), para indicar enseguida la reacción del centurión y de la gente (Lc 23, 47-48) y menciona también la presencia de los conocidos de Jesús y de las mujeres (Lc 23, 49).

El autor del tercer evangelio une la ruptura del velo del templo con la oscuridad de las tres de la tarde. El evangelista lo contempla como el signo que precede a la muerte de Jesús, pero no como consecuencia de ella, ni como unión de dos motivos importantes, es decir, el poder sobre el templo y la identidad de Jesús.

La muerte de Jesús sucede con un fuerte grito en el que está unida la última plegaria de Jesús. Jesús no retoma el Salmo (Sal 22, 2). En el evangelio de San Lucas falta el intermedio en el que algunos de los presentes interpretan la oración de Jesús, como la petición de ayuda a Elí­as. También en Lucas Jesús con «gran voz» se dirige a Dios. También en su muerte, todaví­a Jesús llama a Dios Padre.

La Pasión según San Lucas se caracteriza por las oraciones que Jesús dirige al Padre (Lc 22, 42; 23, 34. 46), del que hablaba Jesús cuando tení­a doce años, afirmando de que debí­a «estar en las cosas de su Padre» (Lc 2, 49). Jesús toma el Salmo de manera literal (Sal 30, 6) y deposita su total confianza en el Padre, porque a El se encomienda (Hech 14, 23; 20, 32; 1 Ped 4, 19). Jesús termina su vida en un acto de confianza ilimitada hacia el Padre, confiándole su espí­ritu como un bien muy precioso.

La expresión «en las manos» se repite en San Lucas en dos contextos: «ser entregado en manos de los hombres» (Lc 9, 44; 24, 7). Las manos humanas han causado todos los sufrimientos a Jesús, hasta su muerte. Mientras que las manos de Dios procuran la Resurrección de Jesús, la entrada en la vida divina.

El evangelista ha querido así­ mostrar a los cristianos a los que les enví­a su evangelio, el poder de Dios, manifestado en Jesús, como el Ungido por el Espí­ritu. Jesús es Dios. También Esteban pide a Dios que reciba su espí­ritu. San Lucas haomitido en este pasaje de Hechos «las manos», pero mantiene el mismo tono de confianza en el Padre, ante la muerte de alguien que ha seguido los pasos confiados de Cristo en su andadura terrena (Hech 7, 59).

BIBL. – DEL AGUA PEREZ, El método midrásico y la exégesis del Nuevo Testamento, 134 y ss.; LLAMAS, Las miradas de Marí­a, Madrid 1999; S. LEGASSE, El proceso de Jesús, Bilbao 1996.

Antonio Llamas

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret