SECTAS JUDIAS

Los asideos o hasideos (forma griega del hebreo Hasidim – †œlos piadosos†), fueron un grupo religioso judí­o organizado durante el siglo IV o III a. de J.C. , para revivir o promover la observancia de los ritos judí­os, estudiar la ley y extirpar el paganismo de la tierra. Su fecha de origen no se conoce con precisión, pero se mencionan por primera vez con este nombre cuando algunos de sus miembros se unieron a la revuelta macabea contra los sirios en el siglo II a. de J.C. Ellos formaban el núcleo de la revuelta y se negaron a cualquier compromiso con las polí­ticas helenizantes de los sirios. Los hasideos fueron sometidos a tortura y muerte por rehusarse a dejar de observar el Shabat y otras prácticas judí­as. Las referencias explí­citas a los hasideos en el libro de los Macabeos los describen como hombres fuertes de Israel, devotos a la ley a quienes de buena gana aceptaron la paz con los sirios bajo promesa de seguridad de libertad religiosa. Cesaron de cooperar con los asmoneos, los sucesores de Judas Macabeo, en su lucha por la independencia polí­tica. Ciertos pasajes de los Salmos hablan de los †œpiadosos†; pero es de dudarse que eso se refiera a los hasideos. Las referencias similares de la Mishna y especialmente del Talmud —su observancia estricta de los mandamientos, adhesión rí­gida al Shabat y su ardiente devoción a las oraciones a las cuales no renunciaron aun a riesgo de sus vidas— pueden ser destinadas a los hasideos o a ciertos individuos piadosos de un perí­odo posterior. A causa de su meticulosa observancia, los hasideos han sido comparados con los esenios, pero el consenso de los eruditos los considera como los precursores espirituales de los fariseos.
Fariseos. Los fariseos fueron unpartido judí­o religioso y polí­tico del perí­odo del segundo templo el cual surgio como un grupo distinto poco después de la revuelta de los macabeos, alrededor del 165–160 a. de J.C. Sus orí­genes pueden ser trazados a los hasideos (o Hasidim), una secta judí­a anterior que promoví­a la observancia del ritual judí­o y el estudio de la Torah. Los fariseos se consideraban a sí­ mismos los sucesores tradicionales de Esdras, a quien ellos apreciaban, después de Moisés, el fundador el judaí­smo, y sostení­an la validez de la ley oral junto con el Pentateuco como la fuente de su religión. Ellos trataron de adaptar los códigos antiguos a nuevas condiciones, creí­an en una combinación del libre albedrí­o y la predestinación, y en la resurrección de los muertos y en la recompensa por esta vida en la venidera. Aunque al principio eran relativamente pocos en número, los fariseos llegaron a representar, en el tiempo del Nuevo Testamento, las creencias religiosas, las prácticas y las actitudes sociales de la vasta mayorí­a de la población judí­a. Ellos intentaron imbuir a las masas con un espí­ritu de santidad, basado en una observación escrupulosa de la Torah, por extender las enseñanzas religiosas tradicionales. Tanto prevalecieron los valores religiosos sobre los polí­ticos en el esquema farisaico que estuvieron dispuestos a someterse a la dominación extranjera —en tanto que no interfiriera con su manera interior de vida— antes que apoyar un gobierno impí­o de su propio pueblo.
Los fariseos hicieron la primera tentativa para el poder en un perí­odo aproximadamente dos siglos después del exilio babilónico, cuando hombres del pueblo empezaron a librar una batalla larga y amarga para quitar el manejo del templo y el gobierno religioso de los sacerdotes y de la aristocracia saducea. Las ceremonias, que eran originalmente parte del culto del templo fueron llevadas a cabo en los hogares y los hombres sabios de descendencia no sacerdotal empezaron a tener un papel importante en los asuntos religiosos nacionales. Mientras que el sacerdocio se agotaba a sí­ mismo con el trají­n del ritual del templo, los fariseos encontraron su función principal en enseñar y predicar la ley de Dios. El comienzo de la adoración en la sinagoga, que se remonta a esta época, puede haber sido un intento de los fariseos por minar la autoridad privilegiada que ejercí­an los saduceos. Para principios del segundo siglo a. de J.C. , un conflicto se estaba desarrollando entre los grupos de laicos y sacerdotes del supremo concilio y tribunal, llamado el Sanedrí­n, con respecto a la interpretación de la Torah en cuanto a las decisiones de los asuntos concernientes a la vida diaria. Los fariseos aprovecharon esta oportunidad para incorporar costumbres populares no bí­blicas al culto en el templo. En general, los fariseos admitieron la validez de un método evolucionario y no literal hacia las decisiones legales; ellos consideraron el punto de vista legal de la ley oral, como de tanto valor como la ley escrita. El antagonismo entre ellos y los saduceos se extendió a otras esferas además de la religiosa, y con el tiempo se convirtió en algo fundamental y distintivo. Bajo Juan Hircano, los fariseos fueron expulsados de la membresí­a del Sanedrí­n y marcados con el nombre Perushim, †œlos expulsados†, designado como una mofa, la cual ellos aceptaron, pero en su significado hebreo alternado, los †œexponentes† como Shammai y Hillel, Ismael y Akiba. Cuando el farisaí­smo expresaba las esperanzas de las masas judí­as oprimidas durante la revuelta macabea, se habí­a hecho evidente que sus doctrinas teológicas estaban afectando la vida total de los fariseos. Ellos afirmaban, en oposición a los saduceos, doctrinas que incluí­an la creencia en la resurrección de los muertos en el dí­a del juicio, galardones y retribuciones en la vida después de la muerte, la venida del Mesí­as, la existencia de ángeles, y también el preconocimiento divino junto con la libertad humana de escoger y por lo tanto la responsabilidad por sus obras. Estas creencias moldearon los fundamentos teológicos de la vida.
Basados en los dichos de los profetas, los fariseos concibieron a Dios como un Ser espiritual, todo sabio, todo conocedor, todo justo, todo misericordioso, que ama a todas sus criaturas y pide al hombre que camine en los caminos de Dios mismo, obre con justicia y ame la misericordia. Aunque omnisciente y omnipotente, Dios dotó al hombre con la capacidad de escoger entre el bien y el mal. El creó en el hombre dos impulsos: uno bueno y uno malo, le aconsejó que hiciera el bien y le dio la Torah como guí­a. Dios es trascendente, por lo tanto no puede ser comprendido, no se puede realmente hablar de él en términos antropomórficos ni puede la totalidad de su ser designarse con un nombre. Dos nombres se toman generalmente para describir algunos atributos de Dios incomprensibles al hombre, éstos fueron †œla presencia divina † y †œel Espí­ritu de santidad†.
Para los fariseos, la Torah que Dios dio a Moisés consistí­a de la Ley escrita y oral y ambas eran verdaderas. La revelación divina en los primeros cinco libros de Moisés debió ser suplementada y explicada por los profetas y la tradición no escrita, y fueron dadas con la intención de guiar al hombre en el camino recto de la vida. La Torah era el centro de las enseñanzas farisaicas y siendo que era divinamente inspirada, comprendí­a toda la ley y era suficiente para todos los hombres en todos los tiempos. Su punto de vista en cuanto a la Ley era que sus mandamientos debí­an ser interpretados en conformidad con las normas de los maestros de cada generación y hechos para armonizar con ideas avanzadas. Cuando un precepto estaba fuera de época, se le daba un significado más aceptable, de modo de armonizar con la verdad que resultaba de la razón dada por Dios. Cuando la letra de la Ley parecí­a oponerse a la conciencia, se tomaba, de acuerdo con la autoridad primaria de los maestros, en su espí­ritu. La Ley mosaica †œojo por ojo†, por ejemplo, fue interpretada para referirse a la compensación monetaria taria y no a la represalia. Al insistir en la naturaleza obligatoria de la Ley oral (una serie de tradiciones y prácticas que se desarrollaron en los siglos anteriores sin apoyo de la Escritura), los fariseos produjeron un sistema ramificado de hermenéutica. Ellos no encontraron gran dificultad en armonizar las enseñanzas de la Torah con sus ideas avanzadas, o de encontrar sus ideas implicadas o sugeridas en las palabras de la Torah. Fue debido a esta tendencia progresiva, sin embargo, que las interpretaciones farisaicas del judaí­smo continuaron desarrollándose y manteniéndose como una fuerza vital en el judaí­smo.
Los fariseos creí­an que, siendo que Dios estaba en todas partes, él podí­a ser adorado tanto en el templo como fuera de él y que no debí­a ser propiciado por medio de sacrificios de sangre. De este modo elevaron a la sinagoga como un lugar de adoración y le dieron un lugar de importancia central en la vida del pueblo en una forma que rivalizaba con el templo.
Los saduceos creí­an que Dios toma muy poco en cuenta y se interesa muy poco en los asuntos humanos, excepto para premiar o castigar a su pueblo como grupo. Los fariseos afirmaban que todas las cosas en el mundo estaban ordenadas por Dios, pero el hombre tiene el poder de escoger entre el bien y el mal. Aunque el †œdestino coopera en cada acto† y aunque Dios puede determinar la elección humana de la conducta, él deja la elección abierta al hombre mismo.
En la creencia de la responsabilidad del hombre por sus acciones se predica la creencia farisaica en la retribución divina. Para los fariseos, el hombre podí­a ser premiado o castigado en la vida futura, de acuerdo con sus merecimientos, y esto evitaba la necesidad de explicar el problema molesto de por qué sufre el justo y prospera el impí­o en este mundo. Esta creencia en la retribución divina descansa en una base más amplia que en el hecho de que la existencia del hombre no se limita a esta vida solamente. Aunque evidenciada en muchas de las fuentes persas y griegas, el concepto de la inmortalidad del hombre es propio de las Escrituras, y puede encontrarse en muchos de sus pasajes.
Así­ como hay un solo Dios, hay una sola humanidad y la única distinción entre judí­os y gentiles, en el sistema farisaico, es la creencia en la Torah. A Israel le fue dada la Torah cuando estaba en el desierto; su posición entre las naciones es ahora la de ser el hermano mayor; era su deber, por lo tanto, ayudar a los otros pueblos a reconocer la Torah como la Ley de Dios. Con esto en mente, los fariseos entraron en una propaganda muy activa y un amplio proselitismo.
Mientras que los fariseos, en general, tení­an altas normas éticas para sí­ mismos, no todos las cumplí­an. Las referencias del Nuevo Testamento a ellos como †œhipócritas† o †œgeneración de ví­boras† no debe aplicarse a todo el grupo. Sin embargo, los guiadores eran conscientes de la onerosa presencia de personas no sinceras entre ellos; pero no tení­an medios para disciplinarlas. El Talmud contiene denuncias de tales fariseos. San Pablo mismo habí­a sido fariseo, hijo de fariseo y fue enseñado por uno de los más eminentes eruditos de la secta, Gamaliel de Jerusalén. Las doctrinas farisaicas tienen más cosas en común con las cristianas que lo que se supone, habiendo preparado el terreno para el cristianismo con tales conceptos como el mesianismo, la pupularización del monoteí­smo, el apocalipticismo, y algunas creencias como la vida después de la muerte, la resurrección de los muertos, la inmortalidad y los ángeles y espí­ritus.
El perí­odo activo del farisaí­smo se extendí­o bien dentro del siglo II d. de J.C. y fue el más influyente en el desarrollo del judaí­smo ortodoxo. Los fariseos fueron los que estaban más profundamente interesados en la religión de sus antepasados, representaban los elementos más estables en su religión y fueron los mejores instrumentos en la preservación y transmisión del judaí­smo. A diferencia de los zelotes, ellos rechazaron la apelación al uso de la fuerza y la violencia, creyendo que Dios estaba controlando la historia y que cada verdadero judí­o debiera vivir de acuerdo con la Torah. No es de sorprenderse, por lo tanto, que los fariseos dedicaran mucho esfuerzo a la educación. Después de la destrucción del templo y de la caí­da de Jerusalén en el 70 d. de J.C. , la sinagoga y las escuelas de los fariseos fueron las que continuaron con la tarea de promover el judaí­smo. El farisaí­smo ha persistido en su curso como un movimiento religioso liberal, tanto dentro como fuera del judaí­smo, dando al hombre una apreciación más refinada de las ideas religiosas, una concepción espiritual más alta de Dios y un reconocimiento más grande de que Dios es su Padre y el hombre su hermano.
Los Saduceos fueron una secta judí­a religiosa de la última parte del perí­odo del segundo templo, formada ca. 200 años a. de J.C. , como el partido de sumos sacerdotes y familias aristócratas y era opuesto por los fariseos hasta el tiempo de la destrucción de Jerusalén en el 70 d. de J.C. Ellos representaban la posición conservadora en materias religiosas y así­ cuestionaban la validez de la tradición oral sostenida por los fariseos. Tanto en los escirtos de Josefo como en el Nuevo Testamento, el saduceí­smo está asociado con ciertos puntos de vista definidamente religiosos, como el rechazo de las doctrinas de la resurrección del cuerpo, la inmortalidad del alma y la existencia de ángeles y de espí­ritus ministradores. Los saduceos poní­an gran énfasis en la letra de la ley mosaica, la cual ellso creí­an que no daba bases para las creencias sobrenaturales de los fariseos. La iglesia cristiana primitiva, entonces, habiendo tenido más cosas en común doctrinalmente con los fariseos, tení­a más que temer de los saduceos (He. 4 y 5).
La palabra †œsaduceo † se deriva probablemente de Sadoc, el sumo sacerdote de los tiempos de David, a cuya familia posteriormente se le confió el control del templo. Sus descendientes, los sadoquitas, y sus simpatizantes llegaron a ser conocidos como saduceos. Compuesta mayormente de los elementos más ricos de la población —sacerdotes influyentes, comerciantes ricos y la aristocracia mundana— el partido fue uno de los más influyentes en la vida polí­tica y económica de Palestina. Los saduceos dominaban el templo y sus ritos y muchos fueron miembros del supremo concilio judí­o y tribunal llamado Sanedrí­n. Pero no todos los sacerdotes fueron saduceos y no todos los saduceos fueron sacerdotes.
La rivalidad entre los fariseos, que reclamaban la autoridad de la piedad y el conocimiento, y los saduceos, que reclamaban la autoridad del linaje y posición, era en un sentido la renovación del conflicto entre profetas y sacerdotes de los tiempos preexí­licos. Cuando el templo y su culto de sacrificios habí­an sido restaurados, los sacerdotes volvieron a recuperar su posición como lí­deres religiosos. Esto fue más tarde debilitado por la aparición de laicos y †œescribas† (personals instruidas de descendencia no sacerdotal y/o con la influencia de los griegos). Para el comienzo del segundo siglo d. de J.C. , el Sanedrí­n estaba compuesto de sacerdotes y de lí­deres laicos.
La diferencia básica entre los fariseos y los saduceos tení­a que ver con su actitud hacia la Torah. Ambos reconocí­n su supremací­a . Sin embargo, los fariseos asignaban a la ley oral un lugar de autoridad junto con los escritos, mientras que los saduceos se negaban a reconocer ningún precepto como obligatorio a menos que estuviera en la Torah. Esta diferencia llevó a una lucha entre dos conceptos de Dios, considerado como antropomórfico por los saduceos y como trascedente por los fariseos. Parece que los saduceos creyeron que Dios no estaba interesado en los asuntos humanos y, de acuerdo con Josefo, que todas las acciones están dentro del poder del hombre. Los saduceos tendieron a adherirse estrictamente a la letra de la Ley. Ellos actuaron severamente en casos que implicaban la pena de muerte. El principio mosaico de Lex Talionis fue interpretado literalmente y no definido como una compensación monetaria como lo era para los fariseos.
Josefo y el Talmud dicen poco acerca de la posición saducea sobre la oración, pero la secta naturalmente no favorecí­a un ritual de oración y estudio solamente, ya que esto disminuirí­a la importancial del culto de sacrificio y de esta manera amenazarí­a su propia posición sacerdotal. Era de esperarse que la institución farisaica de la sinagoga fuera vista por los saduceos como una amenaza tal. No sólo se oponí­an los saduceos a las innovaciones y alejamientos de la Ley escrita, sino que denunciaban cualquier reforma en las funciones del templo. Fueron, en efecto, un grupo sacerdotal conservador, que tení­a grande estima por el culto de sacrificio del templo.
En el Nuevo Testamento, Juan el Bautista condena igualmente a los fariseos y a los saduceos y Jesús denuncia a ambos (Mt. 16:6-12). De acuerdo con Hechos 4:1; 5:17 y 23:6-8, Pedro y Juan fueron puestos en prisión por ellos. Ha habido referencias controversiales en la literatura rabí­nica referente a los saduceos y su interpretación de la Ley. Los saduceos han sido representados como aristócratas, frí­volos, de mente mundana, primordialmente intersados enmantener sus propias posiciones privilegiadas y favorecer la cultura grecoromana. Desafortunadamente, no se tiene ninguna afirmación de parte de los saduceos mismos sobre sus creencias y principios.
Históricamente los saduceos cayeron bajo la influencia del helenismo y más tarde estuvieron en favor de los gobernadores romanos, aunque no fueron populares entre el pueblo común, del cual se mantení­an alejados. Siendo que todo el poder y razón para la existencia de los saduceos estaban ligados con el culto del templo, el grupo cesó de existir después de la destrucción del templo en el 70 d. de J.C. Para finales de la primera mitad del segundo siglo, los fariseos eran los únicos maestros y lí­deres del pueblo judí­o.
Los esenios fueron una secta judí­a religiosa comunal o fraternidad de Palestina en la última mitad del perí­odo del segundo templo ( ca. siglo II a. de J.C. — fin del siglo I d. de J.C. ). Susmiembros se oponí­an a la propiedad privada y practicaban el celibato; viví­an confinados en comunidades monásticas de las cuales las mujeres fueron, con pocas excepciones, excluidas; viví­an austeramente y tení­an todos susbienes en común. No tení­an esclavos y aborrecí­an la esclavitud. Las entradas de su propio trabajo, exclusivamente manual y generalmente agrí­cola, enriquecí­an el fondo común. Los esenios dedicaron sus vidas al estudio de la Torah y sus detalles minuciosos. Al igual que los fariseos, los esenios, al principio, se fariseos, los esenios, al principio, se apartaron de las impurezas de la vida diaria y practicaron una pureza riual; pero aún fueron más lejos al organizar sus propios centros de †œpureza† monástica, donde el énfasis fue puesto en la limpieza ceremonial meticulosa como también en el bautismo y comidas comunales. Con el curso del tiempo las comunidades se desarrollaron en unidades más estrechamente vinculadas, hasta que finalmente, a fin de dar completa atención a la Torah, se dividieron en grupos separados en varias localidades. Para el fin del siglo l a. de J.C. , su división principal estaba ubicada en la ribera noroccidental de la región del mar Muerto, organizados en una orden genuinamente monástica.
Los esenios nunca fueron numerosos, llegando a contar on no más de cuatro mil miembros en el dí­a de Filón. Ellos aumentaban sus números aceptando prosélitos que se habí­an sometido previamente a un perí­odo de prueba. Aunque los esenios como cuerpo preferí­an el campo a la ciudad, algunos tomaron parte en la vida urbana y polí­tica, y se sabe de algunos que participaron en las guerras contra los romanos, en las cuales sufrieron tortura y muerte antes que abandonar sus preceptos religiosos. El descubrimiento de los *Rollos del mar Muerto ha dado una nueva e interesante luz a la naturaleza de los esenios o a alguna otra secta í­ntimamente relacionada con ellos. El origen del nombre esenio no ha sido todaví­a determinado y el problema etimológico que presenta ha provocado una amplia variedad de teorí­as. Tanto Josefo como Filón asocian la palabra esenio con †œSantidad† pero ninguno da una razón etimológica para la conexión entre las dos. En el siglo XIX los eruditos generalmente estuvieron de acuerdo en que la palabra está asociada con una raí­z hebrea que significaba †œpiadoso†; pero ninguno de los puntos divergentes alrededor de esto parece suficientemente fuerte para adoptarla. Sin embargo, la designación popular de la secta del Qumrán, que ha sido identificada como una rama de los esenios, está relacionada con la raí­z †˜s†™ †œsanar†, la cual es apoyada por Filón en su aplicación metafórica de la sanidad de los esenios tanto de las enfermedades espirituales como fí­sicas. Además, la raí­z aramea †˜syym†™ †œsanadores† es usada con referencia tanto al cuerpo como al alma; la etimologí­a es tradicional y corresponde al pensamiento general judí­o del perí­odo como aparece en los escritos apócrifos, seudoepigráficos y el Nuevo Testamento, y está expresamente confirma da por Josefo. Más aán, el nombre mrp†™ †œsanidad† se encuentra en los escritos del Qumrán y parece tener un papel importante en su teologí­a.
En el énfasis que ellos dieron a la necesidad de la piedad personal y la separación de las impurezas de la vida diaria, los esenios parecen tener mucho más en común con los fariseos que con los saduceos, pero los dos difieren en detalles de doctrina y práctica. Mientras que los esenios creí­an en la inmortalidad, rechazaban la doctrina de la resurrección corporal, una doctrina curcial para los fariseos. Los fariseos tomaron parte en la vida activa de Israel entre las masas; los esenios, que se consideraban como el único Israel verdadero, consideraban las observaciones religiosas en la ciudad y en el templo corruptas y se retiraron de ellas comenzando a buscar a Dios en los desiertos de judea. No puede decirse, sin embargo, que los esenios se hubieran separado do en ningún momento del judaí­mo oficial.
Es indudable que la vida comunal de los esenios, siendo ellos hombres determinados a seguir las indicaciones estrictas de la Torah, el factor que les guió a su énfasis tan firme en la exactitud ritual. Ellos guardaban el sábado con un rigor particular. En ese dí­a ellos oí­an la lectura de la Escritura y las interpretaciones alegóricas al texto. Durante los dí­as de la semana las leyes leví­ticas de santidad eran observadas con similar rigidez. Los esenios se levantaban al amaecer, oraban, trabajaban hasta alrededor de las 11 de la mañana y luego se bañaban con agua frí­a. Comí­san su comida al mediodí­a juntos, así­ como su comida por la tarde, con una oración de gracias recitada antes y después de las comidas, Un silencio estricto se guardaba en las comidas. Los esenios viví­an una vida simple, dedicando la mayor parte de su tiempo al estudio y la oración; sin embargo, a cada miembro se le requerí­a hacer alguna clase de trabajo manual, principalmente en artesaní­as o en agricultura.
La disciplina de los esenios está descrita en detaltes por Josefo. La antigüedad y el aprendizaje eran las bases del rango en la comunidad esenia. Los lí­deres dirigí­an las actividades y a cada miembro se le asignaba vivir en constante sumisión para lo cual tení­an un sobreveedor. Los miembros actuaban sólo con el consentimiento y bajo el mandato del sobreveedor. La única oportunidad para la iniciativa personal era al realizar actos de misericordia. Siendo que los esenios declaraban que todos los juramentos eran absolutamente obligatorios y ya que cada miembro aparentemente entraba en la comunidad por medio de un juramento de adherirse a las leyes de la purezaritual, él podí­a, si era dí­scolo, ser fácilmente obligado por los miembros de la comunidad a obedecer por medio del hambre. La desobediencia, sin embargo, parece haber sido rara y la expulsión, desconocida.
Josefo, quien pasó el perí­odo de prueba antes de ser admitido a la secta, pero que no estuvo enterado de los secretos internos de la orden, puede ser considerado una autoridad en sus relatos de la vida externa y los dogmas de los esenios. Ellos no tomaban parte en el ritual del templo que incluí­a sacrificios de animales y traí­an al altar ofrendas solamente de harina y aceite. Estudiaban celosamente los libros de sus antepasados y tení­an cierto conocimiento de medicina. Despreciaban el lujo y el placer y ni siquiera untaban sus cuerpos con aceite. La blasfemia era castigada con la muerte. Un candidato a la admisión esperaba un año antes de recibir los emblemas —el hacha, el cinto y la vestidura blanca. Si demostraba ser digno era admitido, después de dos años más, a la sociedad, pero sólo bajo la exigencia de juramentos terribles, entre los cuales habí­a muchos mandamientos éticos, un voto de lealtad a la sociedad y una promesa †œde guardar los libros de la secta y los nombres de los ángeles†.
Los esenios atribuí­an todas las cosas al destino. Ellos creí­an en la inmortalidad del alma solamente, y que en su resurrección después de la muerte serí­a expuesta al premio o al castigo. La doctrina de la inmortalidad parece haber sido puramente afí­n al judaí­smo, siendo que ésta era igualmente sostenida por los fariseos; ésta y la doctrina de la resurrección, en realidad, pudieron haber sido tomadas de ellos, de los pitagóricos y de los estoicos. Aunque el Nuevo Testamento no contiene referencia a los esenios, es probable que Juan el Bautista, que vivió una vida ascética no lejos de la comunidad esenia en el Jordán, era uno de sus exponentes y que la iglesia apostólica fue influida por ellos. Para el estudiante del Nuevo Testamento la misma existencia de una comunidad fraternal precristiana es de importancia, ya que mientras que el ascetismo era practicado ampliamente en el mundo antiguo, el esenismo fue la primera forma de monasticismo organizado.
El término esenio se usó para caracterizar a grupos e individuos cuyos dogmas y prácticas variaban ampliamente. Josefo habla de una orden cuyos miembros practicaban restringidamente la unión sexual; para Plinio los esenios practicaban exclusivamente el celibato. Los terapeutas eran una orden esénica, como los hemerobautistas, conocidos por sus rituales de abluciones diarias. los eruditos también han notado que, como las descripciones de los esenios en Josefo, Filón y Plinio, los miembros de la secta del Qumrán tení­an reglas de disciplina, nombraban vigilantes sobre las vidas de los miembros, practicaban lavamientos rituales e imponí­an un perí­odo de prueba para los novicios. Por otra parte, la actitud en el Qumrán era de completa separación del sacerdocio de Jerusalén y los esenios no parecen hader tenido sacerdotes prominentes en sus comunidades ni ningún paralelo con el †œmaestro de justicia† de la secta del Qamrán. En general, puede decirse poco de los esenios que no sea igualmente aplicable a los fariseos. Se sabe que los fariseos viví­an individualmente la vida esénica dentro de la sociedad, como lo hizo Juan, un general en la guerra romana. Los esenios y los fariseos Probablemente surgieron de los hasideos premacabeos. Los esenios están representados en fuentes griegas principalmente como una secta. en los escritos rabí­nicos como individuos o como grupos informales; ambos conceptos finfor fueron aplicados a diferentes versiones de la vida esenia.
Los terapeutas fueron una secta antigua de judí­os ascéticos que se establecieron en las riberas del lago Mareotis cerca de Alejandrí­a, Egipto, durante el siglo I d. de J.C. Aunque muy parecidos a los esenios, fueron más contemplativos y permitieron a las mujeres en sus comunidades, El origen y destino de los terapeutas es desconocido; nuestra única fuente de información en cuanto a ellos es Filón. Sus miembros se dedicaban únicamente a la oración, a los ejercicios espirituales y a las lecturas de las Sagradas Escituras dos veces al dí­a. Ellos procuraban encontrar un significado alegórico en las Escrituras por detrás del significado literal. Al unirse a la secta, un hombre voluntariamente pasaba sus propiedades a sus herederos, porque él ya no se consideraba parte de este mundo. La secta era extremadamente severa en su estilo de vida. Sus miembros se ocupaban exclusivamente de la oración y la meditación.
Los terapeutas viví­an en viviendas separadas en la comunidad. Las mujeres generalmente guardaban su virginidad. Nunca usaron esclavos o siervos, ya que los miembros creí­an que cualquier forma de servidumbre era contraria a la naturaleza. En cada vivienda habí­a un cuarto dedicado al estudio y la oración, dentro del cual no se permití­a llevar ninguna cosa, excepto los libros sagrados. Los terapeutas tení­an los libros del Antiguo Testamento; pero ellos compusieron los suyos propios con interpretaciones alegóricas de la Escritura y salmos en diferentes medidas y melodí­as.
Cada miembro viví­a en soledad durante las horas del dí­a, en las que se dedicaba a la búsqueda de la sabidurí­a dentro de su santuario. Se comí­a solamente en la noche. Solamente los sábados, todos dejaban sus habitaciones para asistir a una reunión en el santuario común, en el cual los hombres estaban separados de las mujeres por una división de 1, 8 mts. de altura. Todos podian. de esta manera, oí­r la voz de un solo predicador; por lo regular el más anciano entre ellos y el más sabio en sus doctrinas. Después de tales servicios los miembros participaban de un pan ordinario, sazonado con sal o hisopo y agua mineral —nunca vino o carne— lo cual era la única vianda de la comunidad, aun en las fiestas.
Como el número más reverenciado de los terapeutas era el 50, en cada 50° dí­a los miembros se reuní­an con vestidos blancos y en actitud alegre, para un festejo de toda la noche. Primero, se poní­an en pie los hombres y mujeres y oraban, después se sentaban (separados por sexo) para un banquete en el orden de su admisión. Todos escuchaban devotamente cómo el presidente presentaba una cuestión filosófica encontrada ya sea en la Escritura o presentada por alguno de los miembros. Después él cantaba un himno y entonces cada uno tomaba su turno, la comunidad cantando los estribillos. Luego seguí­a la comida, después de la cual tanto hombres como mujeres participaban en el canto de himnos de acción de gracias, de manera antifonal y congregacional y en danza coral hasta el amanecer. Al amanecer cada uno se poní­a en pie mirando hacia el oriente con las manos extendidas hacia el cielo y orando por sabidurí­a y por la luz de la verdad en su pensamiento.
La mayorí­a de los eruditos cree que los terapeutas eran una ramificaión radical del Judaí­smo precristiano, probablemente el esenismo, aunque la disciplina y los reglamentos de los terapeutas eran notablemente más severos que los de los esenios. La importancia de ambos yace en la evidencia que ellos brindan a la existencia de un monasticismo precristiano, evidencia que ha sido confirmada por el descubrimiento de los rollos del mar Muerto. Aunque Filón, quien describe a los terapeutas en detalles llenos de afecto, no habla do su origen, ahora generalmente se acepta que fueron una ramificación de los esenios, porque el filósofo judí­o del primer siglo parece dar énfasis a su búsqueda disltintiva de la sabidurí­a y a su amor por la devoción contemplativa. Ellos comparten con los esenios dos caracterí­sticas cruciales: su punto de vista dualista de cuerpo y alma y su afecto por la doctrina secreta que yace escondida detrás de las palabras literales de las Escrituras. Como los esenios, los terapeutas no dejaron mucha impresión en la vida judí­a; pero fueron influyentes, a causa de su semimonasticismo, sobre el desarrollo del cristianismo primitivo. Su énfasis sobre la salvación individual fue una desviación voluntaria de la ley y de la vida nacional judí­as lo cual les guió a su absorción en el cuerpo cristiano antinacional.
Los zelotes fueron una secta judí­a cuyos miembros se consideraban a sí­ mismos como los defensores de la ley y la vida nacional del pueblo judí­o, y así­ inflexiblemente se opusieron al intento romano de someter a Judea bajo su dominio idólatra. Los zelotes fueron más influyentes en Galilea y más tarde en Jerusalén, espccialmente desde el tiempo de Herodes (37 a. de J.C. – 4 d. de J.C. ) hasta la caí­da de Jerusalén (70 d. de J.C. ). Ellos fueron los miembros de lo que Josefo llama la †œcuarta filosofí­a†, distinguiéndolos así­ de los fariseos, saduceos y esenios por su fuerte oposición a cualquier dominación foránea de Judea. Josefo habla de incidentes en las actividades de los zelotes del tiempo de Herodes, de acuerdo con uno de los cuales, cuarenta discí­pulos perdieron sus vidas antes de permitir que Herodes colocara una gran águila de oro sobre la puerta del templo.
Fue la introducción de las instituciones romanas totalmente antagonistas al espí­ritu del judaí­smo —el gimnasio, la arena y especialmente los trofeos— lo que provocó la indignación del pueblo y lo que despertó entre ellos una polí­tica comprometidamente agresiva hacia Roma. Los zelotes surgieron bajo el liderazgo de Ezequí­as, más tarde fueron martirizados por Herodes, y fueron particularmente activos en el año 6 d. de J.C. , durante la revuelta de Judas de Gamala, en Galilea, quien declaró que la obediencia a las demandas romanas de un censo constituirí­a un acto de esclavitud entre los palestinos. Josefo se refiere a los zelotes también como miembros de uno de los partidos que inició el reinado de terror en el 66 d. de J.C. , contra Roma. Los zelotes son también mencionados; pero no descritos en los Evangelios (Lc. 6:15). El término zelote es aplicado como una designación a Simón, un discí­pulo de Jesús, en Lucas 6:15 y Hechos 1:13. El mismo discí­pulo es llamado †œel cananeo† en Mateo 10:4.
Los zelotes (que se llamaron a sí­ mismos Kanna†™eem de la raí­z hebrea y aramea kanna†™ †œser celoso†), reclamaban el derecho de asesinar a cualquier romano que se atreviera a entrar en las partes consagradas del templo, un privilegio que fue reconocido oficialmente. Ellos se negaron a pagar impuestos, en contraste con los fariseos, y hostigaban la administración romana con todos los medios a su alcance. Fue durante el perí­odo que precedió inmediatamente a la gran rebelión contra Roma en 66 d. de J.C. , cuando los zelotes ganaron seguidores en todas las clases sociales. El gobierno judí­o, debilitado por los éxitos anteriores de los romanos, no fue capaz de impedirles que se establecieran en Jerusalén, y de fortalecer las defensas de la ciudad. Los zelotes aterrorizaron a sus oponentes polí­ticos que habí­an aceptado el gobierno extranjero, depusieron al sumo sacerdote y eligieron un sucesor echando suertes y aun se atrevieron a quemar los depósitos que contení­an la provisión para el caso de un sitio, a fin de predisponer a los habitantes a la acción en contra de los romanos. La población en general se levantó en contra de tal terrorismo y rechazó a los zelotes encabezados por Eleazar Ben Simón, confinándolos al patio interior del templo. Con el apoyo de los idumeos, los zelotes recuperaron el control de Jerusalén, bajo el liderazgo de Juan de Gischala y reanudaron sus actos de terror. De esta secta se engendró la de los sicarios, la secta de ultraextrema. Ellos fueron llamados sicarios por la costumbre de portar dagas (sicae), escondidas bajo sus ropas, dagas con las cuales podí­an herir a cualquier persona que se encontraba cometiendo un acto sacrí­lego o provocando cualquier sentimiento antijudí­o. Uno de los lí­deres principales de la revolución del 66 d. de J.C. , Menahem, hijo de Judá el galileo, pareció haber afirmado su carácter mesiánico. Rodeado de pompa real, fue al templo para ser coronado; pero fue ejecutado por rivales de su propio partido (Guerras, II, xvii, 8-9). Cuando empezó el sitio final de Jerusalén por los romanos, los zelotes defendieron y usaron las medidas más extremas, lo cual trajo como consecuencia el colapso y la destrucción de la ciudad en el 70 d. de J.C.
Los zelotes no fueron simplemente egoí­stas y motivados secularmente, como Josefo los presenta, sino que, como los anteriores Macabeos, fueron profundamente patrióticos y motivados por una teologí­a dinámica del celo por la Torah. Tradicionalmente la historia judí­a se ha declarado a sí­ misma, sin embargo, en favor de los fariseos, quienes consideraron la casa de estudio más importante para los judí­os que el estado y el templo; los historiadores dan a los zelotes reconocimiento por su tipo sublime de firmeza.

Fuente: Diccionario Bíblico Arqueológico