Este sustantivo y el verbo correspondiente, derivados del
El sentido básico de la raíz heb. qdš se indica diversamente como (1) “colocar aparte”, (2) “brillo”. El primero podría subyacer a referencias a la santidad o la santificación en función de posición, estado, relación, donde las palabras se traducen “cortado”, “separado”, “apartado para uso exclusivo”, “dedicado”, o “consagrado”, “considerado sagrado o santo en contraste con lo común, profano o secular”. El segundo podría subyacer a aquellos usos que se relacionan con la condición, el estado o el proceso, que en el NT lleva a la idea de una transformación interior que se efectúa gradualmente, dando como resultado la pureza, la rectitud moral, y los pensamientos santos y espirituales que se expresan en una vida externa de bondad y piedad.
I. En el Antiguo Testamento
Los dos conjuntos de significados bosquejados arriba pueden designarse aproximadamente como el sacerdotal y el profético, aunque no se excluyen mutuamente. La referencia principal de ambos es hacia Dios.
a. Se describe a Dios como santo en su majestad, misterioso en su numinosa otridad, majestuosamente alejado del hombre, el pecado y la tierra (cf. Ex. 3.5; Is. 63ss).
Se exhorta al pueblo a considerar al Señor de los ejércitos como santo (Is. 8.13), y Dios dice que se santificará a sí mismo y que será santificado en o por ellos, e. d. reconocido en sus soberanas pretensiones (de igual manera será glorificado, e. d. su sublimidad será reconocida a través de la actitud de su pueblo y de su relación con él).
Cualquier cosa o persona santificada se reconoce como apartada por Dios como también por el hombre (p. ej. el día de reposo, Gn. 2.3; el altar, Ex. 29.37; el tabernáculo, Ex. 29.44; las vestiduras, Lv. 8.30; el ayuno, Jl. 1. l4; la casa, Lv. 27.14; la tierra, Lv, 27.17; el pueblo, Ex. 19.14; la congregación, Jl. 2.16; los sacerdotes, Ex. 28.41). Esto no involucra necesariamente un cambio interior. El ritual ceremonial de la ley hacía provisión para las infracciones de las que el pueblo de Dios, que fue apartado por él para pertenecerle exclusivamente, a fin de que fuese usado como instrumento suyo, fuera culpable.
b. Si bien se trataba principalmente de instancias externas y rituales de santificación, a veces iban acompañados de una realidad interior más profunda. La exhortación de Dios, “sed santos, porque yo soy santo”, requería una respuesta moral y espiritual del pueblo, reflejo de las excelencias morales divinas de justicia, pureza, odio al mal moral, preocupación amorosa por el bienestar de otros en obediencia a su voluntad; porque el Santo de Israel estaba activamente dedicado a promover el bien de su pueblo (Ex. 19.4) a la vez que se mantenía separado del mal. Su santidad era tanto trascendente como inmanente (Dt. 4.7; Sal. 73.28), y la de ellos debía caracterizarse por lo mismo. Los profetas estaban alertas a los peligros de una santificación puramente externa, y por ello exhortaban al pueblo a reverenciar a Dios; incluso llegaban a menospreciar las observancias externas “santas” cuando no iban acompañadas de santidad práctica (Is. 1.4, 11; 8.13). Los hijos de Israel se estaban desviando de la santidad de Dios debido a su vida impía entre las naciones. Estaban dejando de observar la ley de la santidad (Lv. 17–26) que combinaba admirablemente tanto los aspectos morales como los rituales.
II. En el Nuevo Testamento
Hay ocho referencias a la “santificación” (hagiasmos) y otros dos casos en los que la misma palabra se traduce “santidad” en °vrv2. Tres términos gr. adicionales se traducen “santidad” (hagiotēs, hagiōsynē, hosiotēs). Como en el AT, encontramos un doble uso de la santificación, pero hay diferencias significativas. Los dos usos sinópticos del verbo “santificar” son ceremoniales o rituales. Nuestro Señor habla del templo que santifica el oro y el altar que santifica la ofrenda (Mt. 23.17, 19). Aquí el significado primario es consagración; el oro y la ofrenda se dedican, apartan, y consideran como especialmente sagrados y valiosos por su relación con el templo y el altar que ya son santos. En un uso paralelo de este concepto, pero más exaltado y más directamente espiritual ya que tiene que ver con la esfera personal, Cristo se santifica o consagra a sí mismo para su obra de sacrificio, el Padre lo santifica, y pide a sus seguidores que “santifiquen” (considerar con sagrada reverencia, asignar un lugar único) al Padre (Jn. 10.36; 17.19; Mt. 6.9). Una ampliación adicional del pensamiento aparece en la santificación del pueblo por Cristo mediante su propia sangre (He. 13.12) y posiblemente en Jn. 17.17 con la santificación de los creyentes por el Padre mediante la palabra de verdad.
Con respecto a este último versículo y otros semejantes la palabra “posiblemente” se usa intencionalmente porque la idea de la “santificación” parece aquí ampliar su significado en la dirección de un cambio moral y espiritual. La Epístola a los Hebreos establece un puente entre los significados externo e interno de la santificación. Mediante su sacrificio Cristo santifica a sus hermanos no sólo en el sentido de apartarlos sino también en el de dotarlos para el culto y el servicio a Dios. Esto lo logra haciendo propiciación por los pecados de los mismos (He. 2.17) y limpiando sus conciencias de obras muertas (He. 9.13ss). Esta santificación no se concibe, sin embargo, principalmente como un proceso sino como un hecho consumado, “porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He. 10.10, 14 . Al mismo tiempo la exhortación a crecer en a santificación no está ausente (cf. He. 12.14, donde la santidad es más un estado que una posición).
Si bien en Hebreos la “santificación” es semejante a la “justificación” en epístolas tales como Romanos y Gálatas, la distinción entre los usos del término “santificación” en estos escritos no debe extremarse. Pablo usa el término en dos sentidos también. En algunos casos lo considera como una posición conferida a los creyentes que están en Cristo tanto para la santificación como para la justificación. La palabra derivada “santo” se refiere principalmente a la posición en Cristo (“santificados en Cristo Jesús, 1 Co. 1.2; cf. 1 P. 1.2). Santificación vicaria es el privilegio del cónyuge creyente y sus hijos cuando una de las partes es creyente; aquí también se trata de santificación basada en la posición (1 Co. 7.14).
El segundo significado de la santificación en Pablo se relaciona con la transformación moral y espiritual del creyente justificado a quien Dios regenera y da nueva vida. La voluntad de Dios es nuestra santificación (1 Ts. 4.3), y ser enteramente santificados es ser conformados a la imagen de Cristo y de esta manera comprobar por experiencia lo que es tener la imagen de Dios. Cristo es el contenido y la norma de la vida santificada: es su vida de resurrección la que se reproduce en el creyente a medida que va creciendo en la gracia y refleja la gloria de su Señor. En esta experiencia progresiva de liberación de la letra de la fe y el espiritu del hombre es liberado por el Espíritu del Señor (2 Co. 3.17–18). El Espíritu Santo es el que opera la santificación del hombre, pero obra por medio de la palabra de verdad y la oración de fe, y mediante la comunión de los creyentes (Ef. 5.26) en la medida en que se prueban a si mismos a la luz del ideal del amor del Espíritu y del indispensable ingrediente de la santidad (He. 12.14). La fe, que es producida ella misma por el Espíritu, echa mano a los recursos santificantes.
Así como la justificación supone liberación de la pena impuesta como consecuencia del pecado, la santificación supone liberación de la contaminación del pecado y de las miserias a que lleva, como también de su poder. No obstante, por lo que hace a la intensidad y la amplitud de esta última liberación, como también a los pasos para llegar a ella, hay mucha discusión. La oración para que Dios santifique a los creyentes enteramente a fin de que todo su espíritu, alma y cuerpo sean preservados sin culpa hasta la venida de Cristo va seguida de la afirmación de que “fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Ts. 5.23–24). Esto plantea tres interrogantes de importancia.
a. ¿Se trata de algo que Dios lleva a cabo en forma instantánea?
¿Acaso la santificación por la fe significa que la santificación plena se recibe como un don en forma semejante a la justificación, de tal modo que el creyente se convierte en santo instantáneamente y entra de una vez para siempre en un estado de santidad efectiva y práctica? Algunos sostienen que al pasar por una experiencia de crisis, posterior a la conversión, el viejo hombre es crucificado de una vez por todas, y que en el curso de esa experiencia se extrae la raíz del pecado o se erradica el principio que lo sustenta. Algunos van más allá y recalcan la necesidad de la recepción y el ejercicio de los dones del Espíritu (principalmente el don de lenguas) como indicación de que se ha efectuado dicha obra del Espíritu. Otros consideran que la enseñanza neotestamentaria se opone claramente a esta interpretación y que la existencia misma de las epístolas con sus exposiciones doctrinales razonadas, sus argumentos, sus advertencias y exhortaciones, la contradice. Véase también
b. ¿Se trata de algo que Dios lleva a cabo en el curso de la vida terrena del creyente?
Tanto entre los que recalcan que la santificación es una experiencia de crisis como los que la ven más bien como un proceso se encuentran algunos que afirman haber alcanzado niveles sumamente elevados de vida santificada. Subrayando mandatos tales como “sed, pues, vosotros perfetos” (Mt. 5.48), y no interpretando “perfección” en este caso como “madurez”, sostienen que el amor perfecto es alcanzable en esta vida. Sin embargo, pretensiones exageradas de este tipo, que suponen “perfección inmaculada”, generalmente restan importancia tanto a la descripción del pecado como al nivel de vida moral que se exige. Se define al pecado como “la transgresión voluntaria de una ley conocida” (Wesley) y no como “cualquier falta de conformidad a la ley de Dios o transgresión de la misma” (Catecismo breve de Westminster); esta última es una definición que abarca tanto nuestro estado pecaminoso como los pecados de omisión y los pecados cometidos en forma abierta y deliberada. Otros, aceptando que la santidad invariable y la perfección intachable tal vez no sean posibles, afirman que, no obstante, es posible lograr la posesión perfecta del motivo perfecto del amor.
Hay una reducción del nivel moral en la afirmación de C. G. Finney de que la Biblia “limita expresamente la obligación a la capacidad”. “El lenguaje mismo de la ley”, escribe, “es tal que nivela sus exigencias a la capacidad del sujeto, por grande o pequeño que sea dicho sujeto. ‘Amarás a tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’ Por lo tanto, resulta claro aquí que todo lo que la ley demanda es el ejercicio de la fuerza que tengamos, puesta al servicio de Dios. Ahora bien, como la santificación completa consiste en la obediencia perfecta a la ley de Dios, y como la ley no exige ni más ni menos que el uso correcto de la medida de fuerza que tengamos, queda definitivamente resuelto, naturalmente, que el estado de entera santificación es alcanzable en esta vida sobre la base de la capacidad natural” (Systematic Theology, 1851, pp. 407). Lamentablemente este argumento está basado en una interpretación errónea de Dt. 6.5.
c. ¿Se lleva a cabo todo esto sin la participación del creyente?
Los que minimizan el pecado y el nivel de santidad que Dios exige corren el peligro de recalcar excesivamente la iniciativa humana en la santificación. Hay, empero, un extremo opuesto que deja toda la responsabilidad de la santificación a Dios. Se espera que Dios produzca al santo instantáneamente, o que gradualmente vaya llenando al cristiano de gracia o del Espíritu. Esto equivale a reducir al hombre a un simple robot sin fibra moral y por ende a producir virtualmente una santificación inmoral—lo cual resulta contradictorio—. Aquellos a quienes preocupa el carácter intrínseco del espíritu humano niegan esas operaciones impersonales del Espíritu Santo. Támbién dudan de la afirmación de que el Espíritu obra directamente sobre el inconsciente, más bien que mediante las funciones conscientes de la mente del hombre.
El creyente no debe hacerse ilusiones en cuanto a la intensidad de la lucha con el pecado (Ro. 7–8; Gá. 5), pero debe comprender también que la santificación no se obtiene en cuotas sencillamente en virtud de los propios esfuerzos de la persona por contrarrestar sus propias tendencias pecaminosas. Hay progresión en los logros morales pero también se efectúa una obra misteriosa de santificación dentro de él. Más aun, no se trata simplemente de un sinergismo mediante el cual tanto el Espíritu como el creyente proporcionan algo. La acción es atribuible tanto al Espiritu como al creyente en la paradoja de la gracia. Dios Espíritu obra mediante el fiel reconocimiento de la ley de la verdad y de la respuesta del creyente al amor, y el resultado neto es la madurez espiritual expresada en el cumplimiento de la ley del amor para con el prójimo. Para el creyente que por la fe en la obra de Cristo “se purifica a sí mismo” por el Espíritu (1 Jn. 3.3) la consumación de la santificación se indica mediante la seguridad de que “sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Jn. 3.2). (* Espíritu Santo; * Salvación )
Bibliografía. °J. Wesley, Perfección cristiana, s/f; S. C. Neill, Doctrina cristiana de la santidad, 1958; J. Auer, El evangelio de la gracia, 1975; H. Seebass, I. Brase, “Santo, Santificar”, °DTNT, t(t). IV, pp. 149–162; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1975, t(t). III, pp. 251–260; L. Berkhof, Teología sistemática, 1972, pp. 631–653; D. Bonhoeffer, El precio de la gracia, 1968, pp. 313ss.
W. Marshall, The Gospel Mystery of Sanctification, 1692, reimpreso en 1955; J. Wesley, A Plain Account of Christian Perfection, reimpreso en 1952; C. Hodge, Systematic Theology, 3, 1871–3; J. C. Ryle, Holiness, reimpreso en 1952; B. B. Warfield, Perfectionism, 2 t(t). 1931; R.E.D. Clark, Conscious and Unconscious Sin, 1934; N. H. Snaith, The Distinctive Ideas of the Old Testament, 1944; D. M. Lloyd-Jones, Christ our Sanctification, 1948; G. C. Berkouwer, Faith and Sanctification, 1952; W. E. Sangster, The Path to Perfection, 1957; J. Murray, “Definitive Sanctification”,
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico