SANTIAGO EL MENOR

hijo de Alfeo, uno de los doce apóstoles, Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 15; Hch 1, 13. Santidad, idea común a todas la religiones, aunque con diferentes matices. La s. implica la noción de una misteriosa potencia relacionada con el mundo de los dioses, así­ como a personas, objetos, instituciones.

De ahí­ que lo santo deba estar separado de lo profano para que mantenga su carácter de tal, y para que lo profano no se afecte por esa energí­a misteriosa y peligrosa de lo sagrado.

En el A. T. la s. sólo se le puede aplicar en forma absoluta a Yahvéh, con lo que se expresa su trascendencia con respecto a todo lo creado; todo lo demás, personas, lugares, objetos, derivan de él su s. En el profeta Oseas se encuentra claro este concepto: †œNo daré curso al furor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraí­m, porque soy Dios, no hombre; el Santo en medio de ti, y no vendré con ira†, Os 11, 9. El profeta expresa, además de la trascendencia de Dios, que la s. de Dios consiste principalmente en su mismo amor, que la s. se manifiesta en su misericordia que perdona. La s. de Dios es el tema dominante de la predicación del profeta Isaí­as, para quien el Señor es †œSanto, santo, santo†, Is 6, 3; con lo que significa que la s. es la dimensión í­ntima y absoluta de su ser, de su naturaleza; y acuñó la expresión †œel santo de Israel†, Is 1, 4; 5, 19 y 24; 10, 17. Esto significa que Dios se manifiesta, se comunica con el hombre, lo llama, para hacerlo partí­cipe de su propio ser, por esto el pueblo escogido es el pueblo santo, pueblo del Señor, Dt 7, 6; 14, 2 y 21; 26, 19; 28, 9; Lv 11, 44. Sin embargo, esta s. del pueblo, participación de la de Dios, comunicada por Dios por puro amor, gratuitamente, exige caminar por los caminos del Señor, implica el compromiso de la observancia de su Ley, Dt 26, 17-19; †œSed santos, porque yo, Yahvéh, vuestro Dios, soy santo†, Lv 19, 2.

Hay unos signos sensibles que llevan al ser humano hacia esa s. divina.

El primero es el sacerdote que santifica al pueblo a nombre de Dios; que lleva en la cabeza una laminilla de oro puro con la inscripción: †œConsagrado a Yahvéh†, Ex 28, 36; y podrá invocar el perdón de Yahvéh para su pueblo. Los objetos sagrados, a diferencia de los de las religiones paganas cargados de malas energí­a in controlables, son signos de la santidad divina que obran la salvación del pueblo. El Arca es santa, pues es el sí­mbolo de la presencia divina, es la Tienda del encuentro de Yahvéh con Moisés y con el pueblo, Ex 25, 10-22; 1 S 6, 20. El Templo, de igual manera es santo, también sí­mbolo de la presencia salví­fica de Yahvéh, Ex 25, 8; Sal 11 (10), 4; donde bendice a su pueblo, Sal 118 (117), 26; donde da su palabra, Sal 60 (59), 8; y su auxilio, Sal 20 (19), 3; donde escucha la palabra de su pueblo en la oración, 1 R 8, 30-34.

Lo objetos cultuales también son santos el altar, Ex 29, 36. Igualmente, algunas instituciones, como la de la guarda del sábado, Ex 20, 8-11; 31, 12-17; el año del jubileo es santo, Lv 25, 10.

En el N. T. el tí­tulo de santo se le da a Jesús, por ser el Hijo de Dios, así­ se lo dice el ángel a Marí­a en la anunciación, †œpor eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios†, Lc 1, 35. Jesús es el santo de Dios que vence los poderes del maligno, Mc 1, 24; Lc 4, 34; y lo es porque tiene los mismos atributos de Dios, enviado y elegido de Dios, consagrado y unido a él, el Mesí­as, Jn 6, 69; como lo llamó Pedro en su profesión de fe: †œTú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo†, Mt 16, 16.

Dios participó al pueblo escogido de Israel su s. según la antigua Alianza; en el N. T., la Iglesia es la comunidad, el nuevo pueblo santo, de la nueva Alianza, cuyos miembros, como los israelitas, están todos llamados a la s., Rm 1, 7; 1 Co 1, 2; Ef 1, 4; 2 Tm 1, 9. Esta s. la comunica Dios por la muerte de su hijo, Col 1, 22; por el bautismo, Ef 5, 26; por el cual participamos de la muerte y resurrección de Cristo, Rm 6, 4. Por esta razón, los fieles de las iglesias primitivas eran llamados santos, Hch 9, 13; Rm 8, 27; 12, 13; 15, 26; 16, 2 y 15; 1 Co 6, 1; 14, 33; 16, 1; y así­ saludaban los apóstoles a los fieles en sus cartas.

Esta s. comunicada a la Iglesia como al pueblo del A. T., también tiene una exigencia, como se expresa en Mt 5, 48: †œsed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial†; los cristianos deben ser imitadores de Dios, deben vivir en el amor, como Cristo que los amó y se entregó por ellos, Ef 5, 1-2.

La Iglesia sin embargo, sólo posee las primicias de la s., que se hará realidad en la vida futura, en la plena participación de la resurrección de Cristo, por lo que dice el Apóstol: †œTeniendo, pues, estas promesas, queridos mí­os, purifiquémonos de toda mancha de la carne y del espí­ritu, consumando la santificación en el temor de Dios†, 2 Co 7, 1; creciendo en la fe, Rm 1, 17; buscando la perfección, 2 Co 13, 11, hasta la realización del reino de la s., 2 P 3, 13. Santuario, lugar sagrado en que se venera alguna divinidad; las religiones paganas tení­an santuarios para sus dioses. En el A. T., es el lugar donde mora Yahvéh, es decir, el Arca, en la cual está el Testimonio de la Alianza, el Decálogo; el Arca, a su vez, está en la Tienda, que es también la morada de Yahvéh, †œHazme un Santuario para que yo habite en medio de ellos†, Ex 25, 8. Moisés hizo la Morada o s. del desierto y el Arca tal como Yahvéh lo mandó, †œy la plantó a cierta distancia fuera del campamento; la llamó Tienda del Encuentro†, Ex 33, 7; sitio de encuentro de Yahvéh con Moisés y con el pueblo, donde se le consulta su voluntad, Ex 29, 42-43; Lv 1, 1; Nm 11, 16; 12, 4-10.

La Tienda era portátil y este s. peregrinó con el pueblo de Israel por el desierto, hasta cuando el Templo de Salomón se convirtió en la Casa de Yahvéh, 1 R 8, 10. En sentido estricto, el s. era el Santo de los Santos, Sancta Sanctorum, Lugar Santí­simo, donde estaba el Arca del Testimonio, separado por un velo, Ex 40, 1, al cual estaba prohibido entrar y sólo penetraba en él el sacerdote, una vez al año, con motivo del gran dí­a de la Expiación, Lv 16; así­ se hizo en el Templo de Salomón, 1 R 6, 16; de igual forma en el de Herodes, Mt 27, 51.

En el N. T. se anuncia la destrucción del s. terreno, el Templo judí­o, como ocurrió en el año 70 de nuestra era, pues el nuevo s. es el propio cuerpo de Jesús resucitado, Mt 26, 61; Jn 2, 19; Ap 21, 22; de suerte que la morada de Jesús ya no es material, no es un edificio, es la Iglesia, de la cual él es su piedra angular, Ef 2, 21-22. Este nuevo s. ya no es construido por mano de hombre, y es el m. excelente, pues en él no oficia un sacerdote humano, como los leví­ticos, sino Jesús, mediador único de una alianza mejor, Hb 8, 6; 9, 15; de manera que el antiguo s. no es más que una sombra, una prefiguración del nuevo, al cual penetró Jesús resucitado, en su ascensión, para siempre, Hb 9, 11 ss.

El apóstol Pablo dice cada fiel de la Iglesia es s. de Dios el cuerpo es s. del Espí­ritu Santo, por lo tanto sagrado, de ahí­ que pida apartarse del pecado, porque quien destruye el cuerpo destruye el s. de Dios, 1 Co 3, 16; 6, 18-20.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Identidad de Santiago

Hay varias personas en el Nuevo Testamento que llevan este nombre:

  • 1. Santiago, el hijo de Zebedeo: apóstol, hermano de Juan Apóstol; también llamado Santiago el Mayor
  • 2. Santiago, el hijo de Alfeo, Apóstol: Mt. 10,3; Mc. 3,18; Lc. 6,15; Hch. 1,13.
  • 3. Santiago, el hermano del Señor: Mt. 13,55; Mc. 6,3; Gál. 1,19. Sin ninguna duda, se le puede identificar con el Santiago de Gál. 2,2 y 2,9; Hch. 12,17, 15,13 ss. y 21,18; y 1 Cor. 15,7.
  • 4. Santiago, el hijo de María, hermano de José (o Joses): Mc. 15,40 (donde se le llama “ò mikros” “el pequeño”, no el “menos”, como en la Biblia de Douay, ni el “menor”); Mt. 27,56. Probablemente el hijo de Cleofás o Clopás (Jn. 19.25) donde “Maria Cleophæ” se traduce a menudo como “María la esposa de Cleofás”, pues las mujeres casadas se distinguían comúnmente por la adición del nombre de su esposo.
  • 5. Santiago, el hermano de Judas: Judas 1,1. La mayoría de los comentadores católicos identifican a Judas con “Judas Jacobi”, el “hermano de Santiago” (Lc. 6,16; Hch. 1,13), llamado así porque su hermano Santiago era más conocido que él en la Iglesia primitiva.

La identidad del apóstol Santiago (2), el hijo de Alfeo, y Santiago (3), el hermano del Señor y obispo de la Iglesia de Jerusalén (Hch. 15,21), aunque disputada por muchos críticos y quizás no más allá de duda, es por lo menos altamente probable, y por mucho el mayor número de intérpretes católicos la consideran cierta (vea Hermanos del Señor, donde se halla el principal argumento, tomado de Gál. 1,19, a favor del apostolado de Santiago el hermano del Señor). La objeción promovida por Mader (Biblische Zeitschrift, 1908, p. 393 ss.) contra la declaración común de que “Apóstoles” en Gál. 1,19 se debe tomar en el sentido estricto de los “Doce” ha sido fuertemente impugnada por Steinmann (Der Katholik, 1909, p. 207 ss.). El Santiago (5) de Judas 1,1 ciertamente debe ser identificado con Santiago (3), el hermano del Señor y obispo de Jerusalén. Ofrece alguna dificultad la identificación de Santiago (3), el hermano del Señor, y Santiago (4), el hijo de María, y probablemente de Cleofás o Clopás. Esta identificación requiere la identidad de María, la madre de Santiago (Mt. 27,56; Mc. 15,40), con María la esposa de Cleofás (Jn. 19.25), y, en consecuencia, la identidad de Alfeo (2) y Cleofás (4). Como Cleofás y Alfeo probablemente no son dos diferentes transcripciones del mismo nombre arameo “Halpai” (vea Cleofás), se debe reconocer que un hombre tenía dos nombres diferentes. Ciertamente, hay muchos ejemplos del uso de dos nombres (un nombre hebreo y uno griego o latino) para designar a la misma persona (Simón-Pedro; Saulo-Pablo), de modo que la identidad de Alfeo y Cleofás no es nada improbable.

En general, aunque no hay evidencia completa para la identidad de Santiago (2), el hijo de Alfeo, y Santiago (3), el hermano del Señor, y Santiago (4), el hijo de María de Cleofás, es por mucho más probable la opinión de que en el Nuevo Testamento una y la misma persona se describe de tres modos diferentes. De todos modos, hay muy buena base (Gál. 1,19; 2,9; 2,12) para la creencia de que el apóstol Santiago, el hijo de Alfeo, es la misma persona que Santiago, el hermano del Señor, el muy conocido obispo de Jerusalén de los Hechos. En cuanto a la naturaleza de la relación que la expresión “hermano del Señor” está destinada a expresar vea Hermanos del Señor.

Santiago en la Escritura

Si no hubiésemos identificado a Santiago, el hijo de Alfeo, con el hermano del Señor, sólo conoceríamos su nombre y su apostolado. Pero una vez se acepta su identidad, debemos por consiguiente aplicarle todos los detalles que suplen los libros del Nuevo Testamento. Nos atreveremos a afirmar que la educación de Santiago (y su hermano Judas), había sido la prevaleciente en todos los hogares piadosos judíos y que, por lo tanto, estaba basada en el conocimiento de la Sagrada Escritura y en la rigurosa observancia de la Ley. Muchos datos apuntan a la difusión del lenguaje y cultura griegos a través de Judea y Galilea tan temprano como el siglo I a.C.; podemos suponer que al menos la mayoría de los Apóstoles desde su niñez leían y hablaban el griego tan bien como el arameo. Santiago fue llamado al apostolado con su hermano Judas; en todas las cuatro listas de los Apóstoles, él aparece a la cabeza del tercer grupo (Mt. 10,3; Mc. 3,18; Lc. 6,16; Hch. 1.13). No se sabe nada de Santiago individualmente hasta después de la Resurrección de Cristo. San Pablo (1 Cor. 15,5-7) menciona que el Señor se le apareció antes de la Ascensión.

Luego perdemos de vista a Santiago hasta que San Pablo fue a Jerusalén, tres años después de su conversión, (37 d.C.). De los Doce Apóstoles sólo vio a San Pedro y a Santiago, el hermano del Señor, (Gál. 1,19; Hch. 9,27). Cuando en el año 44 Pedro escapó de la prisión, deseaba que la noticia de su liberación fuese llevada a Santiago, quien ya desempeñaba un rol prominente en la Iglesia de Jerusalén (Hch. 12,17). En el Concilio de Jerusalén (51 d.C.) da su sentencia después de San Pedro, declarando como lo había hecho Pedro, que los cristianos gentiles no estaban obligados a circuncidarse, ni a la observancia del ceremonial de la ley mosaica, pero al mismo tiempo, urgió la conveniencia de conformarse a ciertas ceremonias y de respetar ciertos escrúpulos de sus hermanos cristianos judíos (Hch. 15,13 ss). En esa misma ocasión, los “pilares” de la Iglesia, Santiago, Pedro y Juan “nos dieron a mí (Pablo) y a Bernabé las manos derechas de comunión, nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos” (Gál. 2,9). Él recomendó públicamente el gran estatuto de la libertad de los gentiles respecto a la Ley, aunque continuó la observancia en su propia vida, no ya como un deber estricto, sino como una costumbre nacional, antigua y muy venerada, confiando en “ser salvado por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo”. (Hch. 15,11).

Cuando algunos vinieron luego de Santiago a Antioquía y llevaron a Pedro al disimulo (Gál. 2,12), su nombre fue utilizado por ellos, aunque él no les había dado tal mandamiento para hacer valer su interpretación del concordato que, en su propuesta, había sido aprobado en el Concilio de Jerusalén. Cuando San Pablo, después de su tercer viaje misionero, le hizo una visita a Santiago (58 d.C.) el obispo de Jerusalén y los “ancianos” “glorificaron al Señor” y le aconsejaron al Apóstol tomar parte en las ceremonias de un voto nazareno, para mostrar la falsedad del cargo de que él había dicho que la Ley ya no debía ser considerada. Pablo consintió al consejo de Santiago y los ancianos (Hch. 21,1 ss). La Epístola de Santiago revela una mente calmada, grave y dócil, nutrida con las Escrituras del Antiguo Testamento, dado a la oración, dedicado a los pobres, resignado a la persecución, el tipo de un hombre justo y apostólico.

Santiago Fuera de las Escrituras

Las tradiciones respecto a Santiago el Menor se hallan en muchos documentos extra-canónicos, especialmente Flavio Josefo (Antiq., XX, IX, 1), el “Evangelio según los hebreos” (San Jerónimo, Hombres Ilustres 2), San Hegesipo (Eusebio, Hist. Ecl. II.23), las homilías pseudo-clementinas (Ep. de Pedro) y Reconocimientos (I, 72, 73), Clemente de Alejandría (Hypot., VI, citada por Eusebio, Hist. Ecl. II.1). El testimonio universal de la antigüedad cristiana concuerda completamente con la información derivada de los libros canónicos sobre el hecho de que Santiago fue obispo de la iglesia de Jerusalén. Hegesipo, un cristiano judío que vivió a mediados del siglo II, relata (y su narración es altamente probable) que Santiago era llamado el “Justo”, que no tomaba vino ni bebidas espiritosas, que no comía carne, que ninguna navaja tocaba su cabeza, y que no se acicalaba ni se bañaba, y finalmente que los judíos lo ejecutaron. El relato de su muerte dado por Flavio Josefo es algo diferente. Las tradiciones posteriores merecen poca atención.

Fuente: Camerlynck, Achille. «St. James the Less.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910.
http://www.newadvent.org/cathen/08280a.htm

Traducido por L H M

Fuente: Enciclopedia Católica