TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
I. La práctica sanitaria como lugar de reflexión antropológica:
1. Itinerarios antropológicos de la ética;
2. La eliminación del sujeto en medicina;
3. El recurso a las «ciencias humanas».
II. Enfermedad y significado:
1. «Explicar» y «comprender» la enfermedad;
2. El silencio del cuerpo;
3. La densidad antropológica de la enfermedad;
4. La inteligencia del sentido.
III. Muerte y autorrealización:
1. La enfermedad incurable como desafío a la medicina
2. El discernimiento de la voluntad de morir;
3. Significado ético de la medicina paliativa.
I. La práctica sanitaria como lugar de reflexión antropológica
1. ITINERARIOS ANTROPOLóGICOS DE LA ETICA. Entre las vicisitudes existenciales del cuerpo: nacer, crecer, enfermar, curar, envejecer, morir, y la ética se ha creado un fuerte lazo, que va robusteciéndose cada vez más paralelamente a la creciente medicalización de la vida humana. Con la denominación académica de «bioética», la filosofía práctica ha iniciado en los últimos años un reconocimiento sistemático del campo, con el objetivo de delimitar un ámbito de legitimidad dentro del cual han de estar contenidas las diversas modalidades de intervención en la vida a todo lo largo del espacio que va de la concepción a la muerte. Ese mismo intento normativo es aún más evidente en la teología moral, que también ha evolucionado desde la «moral (o ética) médica» de mediados de nuestro siglo a la más reciente «bioética».
Sin impugnar la función y la utilidad de la bioética así concebida, surge no obstante de modo creciente la necesidad de otro tipo de intercambio entre la ética, tanto racional como teológica, y la práctica sanitaria. Esta, en efecto, se ha convertido en el lugar en el que se va elaborando una original reflexión antropológica a partir de categorías existenciales fundamentales. Entre la ética y la antropología se establece una circularidad en la que el «ser» y el «deber ser» se relacionan recíprocamente. Salud, enfermedad y muerte son en esta óptica no argumentos de especulación abstracta, sino los puntos centrales de referencia de un diseño antropológico que adquiere forma a partir del debate cultural provocado por la experiencia de la corporeidad en régimen de sanidad moderna.
La reivindicación de una «medicina a medida del hombre» es el contenedor más vasto en el que se colocan estos itinerarios antropológicos. El programa de la humanización de la medicina se ha perseguido inicialmente como prescripción de actitudes filantrópicas a los profesionales -médicos, enfermeros, personal auxiliar-, que prestan servicios terapéuticos al enfermo. El trato «humano» del destinatario de la acción sanitaria, en forma de respeto a la persona que sufre y de participación emotiva en el dolor ajeno, es uno de los elementos que definen esencialmente la práctica de la medicina. Mas ni la actitud filantrópica del empleado sanitario ni la superior motivación caritativa del que ejerce la profesión con el espíritu del «buen samaritano» son de suyo suficientes para conferir a la práctica del arte terapéutico aquella densidad que permite definirla como «humana». El programa de una medicina humana sólo se realizará con un tipo de intervención integrativo que, con la fórmula preferida de Viktor von Weizsácker, puede llamarse «introducción del sujeto en la medicina».
El modelo operativo que caracteriza a la medicina corriente supone, en efecto, la eliminación del sujeto que atraviesa las crisis existenciales relacionadas con los acontecimientos patológicos.
2. LA ELIMINACIóN DEL SUJETO EN MEDICINA ha tenido lugar contextualmente al asumir la medicina misma el estatuto epistemológico de las ciencias naturales. La ciencia moderna se ha formado gracias a un proceso que transformó, entre el siglo xvi y el xvin, la mirada dirigida a la naturaleza; el científico comenzó a no ver en ella ya un «organismo», sino una «máquina». A la «muerte de la naturaleza» (Carolyn Merchant) siguió la ampliación de esta mirada al cuerpo humano. Este proceso se completó en el siglo xix, al adoptar la medicina a su vez el método de las ciencias naturales. La medicina se adaptó a aquella forma particular de conocimiento que se funda en la racionalidad y se adquiere con la observación y el experimento según una metodología crítica particular.
En cuanto ciencia natural, la medicina procede, pues, empíricamente. Su base la constituye la fisiología y la patología. Disfunciones y enfermedades son consideradas consecuencias de perturbaciones de procesos materiales y orgánicos. La enfermedad no se comprende como algo que le ocurre al hombre en su conjunto, sino como algo que sucede a sus órganos. El estudio de las causas de la enfermedad se restringe a buscar cambios locales en los tejidos. El pensamiento científico considera «explicada» la enfermedad cuando, adoptando la relación causa-efecto, puede reconducir la disfunción a sus causas: una agresión viral o una ruptura del equilibrio homeostático, un desorden a nivel de las reacciones bioquímicas o de la estructura genética. Adoptada la racionalización de tipo naturalista, la enfermedad es despojada de todo carácter histórico y personal. Para la medicina sólo es significativa en cuanto es un caso «típico».
A la adopción del método ya empleado en las ciencias naturales debe la medicina los éxitos asombrosos que ha obtenido en siglo y medio de desarrollo. No es posible dejar de reconocer que esta medicina nacida del tronco de las ciencias naturales constituye una de las fases más brillantes de la historia del arte terapéutico. Los progresos de la cirugía, de la bacteriología, de la farmacología no se hubieran logrado de no haberse alineado la medicina entre las ciencias de la naturaleza. La reducción en el plano de la antropología parece esencial para el éxito de la medicina científica. El hombre -su cuerpo, su enfermedad- ha sido anclado en la «naturaleza/ mecanismo», y es tratado como un elemento cualquiera de naturaleza, como un objeto entre los objetos. Buena parte de la medicina moderna se mueve dentro de este paradigma; está satisfecha de sus éxitos, sin inquietudes epistemológicas m nostalgias filosóficas o religiosas.
Sin ignorar los aspectos positivos del conocimiento científico-natural (en particular, el principio de la investigación empírica exacta y el significado fundamental del trabajo de indagación de tipo fisiológico y bioquímico), hoy se comienza también a tomar conciencia de que la mutilación antropológica en que descansa la medicina científico-natural está grávida de consecuencias negativas. En resumen, esta medicina, a pesar de todos sus brillantes resultados, no es humana.
3. EL RECURSO A LAS «CIENCIAS HUMANAS». La marcha que siguen hoy los programas más prometedores de humanización de la medicina es la que se propone trasladar a la práctica sanitaria aquel saber representado por las ciencias humanas (Humanwissenschaften, en la terminología alemana, que se usa ya desde el fin del siglo pasado), en cuanto específicamente diversas, por método y por contenidos, de las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaften). Las ciencias del hombre a que nos referimos son en concreto la historia, la lingüística, la sociología, la psicología, el psicoanálisis y la antropología cultural. Para estas ciencias, el objeto de estudio es el ser biológico viviente, considerado en su inalienable cualidad humana.
Lo que es específico del hombre -en cuanto ser histórico, o inserto en una red de relaciones sociales, o dotado de facultades psíquicas, de emociones, de dinamismos conscientes e inconscientes, o en cuanto producto de cultura y productor de ella- no lo ponen las ciencias humanas metodológicamente entre paréntesis, como hacen las ciencias de la naturaleza, sino que se estudia en cuanto expresión específica del «fenómeno humano». Es la integración orgánica de estas ciencias en el saber sobre el hombre enfermo, convaleciente o moribundo, lo que «humaniza» la medicina, más que la simple demanda de sentimientos humanitarios por parte de los empleados sanitarios.
La síntesis del saber naturalista y del humanista es un proceso operativo que se realiza concretamente en la cabecera del enfermo. Sin embargo también ella tiene un aspecto de reflexión teórica, realizada bajo el nombre de antropología médica (Pedro Laín Entralgo). Esta reflexión filosófico-deductiva desciende de la antropología posidealista, en particular de la atención que al problema del hombre como viviente han dirigido sobre todo los filósofos de orientación fenomenológico-existencial (F.J.J. Buytendijlc, L. Binswanger, M. Boss, H. Plessner, A. Gehlen, M. Merleau-Ponty, J.-P. Sartre). Su antropología se propone comprender al hombre como el ser que, en la unidad de su corporeidad animada, existe en el mundo históricamente.
A la antropología médica, entendida en esta acepción, le interesa la cuestión del hombre en su condición de ser marcado por la experiencia del cuerpo sometido a las vicisitudes de la salud, ya positivas (curación), ya negativas (pérdida temporal o definitiva). Se distancia así de la medicina científica, que conoce la estructura y las funciones del cuerpo, su modificación por las enfermedades, la cadena de causas y e€ex