SALMOS (LIBRO)

tip, LIBR CRIT LIAT

fot, dib00064, dib00071

ver, SALTERIO, DAVID, MARDIKH, UGARIT, PASCUA, ASAF, MONOTEíSMO, RESTO (de Israel), CANON, GRACIA, LEY, ESCATOLOGíA, ISRAEL, MILENIO, TRIBULACIí“N

vet, Colección de poemas religiosos, de los que una gran cantidad se cantaba en el Templo. Los israelitas los llamaban «Himnos de Alabanza». La expresión «libro de los Salmos» (cfr. Lc. 20:42) proviene de la traducción griega. Hay setenta y tres salmos cuyos tí­tulos heb. los atribuyen formalmente a David. De ahí­ proviene la designación general de «Salmos de David» (cfr. He. 4:7). Hay 150 salmos repartidos en cinco libros, siguiendo, según se cree, el modelo del Pentateuco. El texto heb. marca con rúbricas esta antiquí­sima división, señalada en la LXX. La comparación de 1 Cr. 16:34-36 con Sal. 106:47, 48 no permite llegar a la conclusión de Delitzsch de que la división en cinco libros existí­a ya durante la redacción de Crónicas, porque este pasaje de Sal. 106 podrí­a proceder de 1 Cr. 16:34-36. Las cinco divisiones comienzan en los Sal. 1, 42, 73, 90 y 107. Cada división finaliza con una doxologí­a. (a) Primer Libro. Con excepción de los Sal. 1, 2, 10 y 33, llamados anónimos, los salmos de este libro pueden ser atribuidos a David. En la LXX se considera que el Sal. 1 es una contribución anónima, y no se atribuye el Sal. 2 a David, a quien se considera como autor del resto. En la LXX se unen los Salmos 9 y 10 en uno solo, y el Sal. 33 recibe la rúbrica de «para David». Este libro emplea por lo general el nombre divino de Yahweh para Dios. (b) Segundo Libro. Los ocho primeros de los treinta y un salmos son una serie de cánticos de los hijos de Coré; siete de los ocho primeros son expresamente atribuidos a estos autores. Con respecto al Sal. 43, que posiblemente sea de ellos, constituye la conclusión del Sal. 42, con el que primitivamente formaba un todo. El Sal. 50, de Asaf, forma una transición con un grupo de veinte salmos atribuidos a David, excepto los Sal. 66 y 67. Sin embargo, en la LXX el Sal. 77 sí­ es atribuido a David. El Segundo Libro finaliza con un salmo anónimo y un cántico de Salomón (Sal. 71 y 72). En esta colección, Dios recibe frecuentemente el nombre de Elohim. El Sal. 53 es una reproducción casi idéntica del Sal. 14 del Libro Primero, y el Sal. 70 es una repetición del Sal. 40:14-18. Pero estas repeticiones presentan unas diferencias significativas, que alteran su carácter y oportunidad, así­ como la relación que se tiene con Dios, expresada en el uso de los nombres. (c) Tercer Libro. Este contiene diecisiete salmos. Los once primeros son atribuidos a Asaf; cuatro a los hijos de Coré, uno a David y uno a Etán. Estos salmos fueron recogidos después de la destrucción de Jerusalén y del incendio del Templo en el año 587 a.C. (Sal. 74:3-8; 79:1). (d) Cuarto Libro. También tiene diecisiete salmos. El primero de ellos es atribuido a Moisés, los 101 a 103 a David; los catorce restantes son anónimos. En la LXX se atribuyen a David once de estos salmos, y se dan sólo cinco como anónimos: los Sal. 92; 100; 102; 105; 106. (e) Quinto Libro. Contiene veintiocho salmos anónimos, quince de David y uno de Salomón. Esta quinta colección fue reunida tardí­amente, ya que algunos de estos salmos se refieren al cautiverio: Sal. 126; 137. Los salmos más antiguos son muy anteriores a David (p. ej., la oración de Moisés, Sal. 90), en tanto que otros son posteriores al exilio. Así­, la composición de este libro abarca un prolongado perí­odo. (f) Parte de David en la redacción del libro de los Salmos. Son numerosos los testimonios, directos e indirectos, acerca de que David redactó salmos (véase DAVID). Los mismos tí­tulos de los salmos, que son de gran antigüedad; los traductores de la LXX los tomaron del original heb., junto con expresiones musicales y otros términos que no siempre pudieron comprender. En ocasiones, los tí­tulos son ambiguos: el Sal. 88 tiene dos; en total, se atribuyen setenta y tres salmos a David. Los crí­ticos extremistas (p. ej., Duhm) pretenden que David no escribió nada, y que toda la colección de salmos procede del perí­odo post-exí­lico. Sin embargo, hay multitud de argumentos en favor de la antigüedad de la mayorí­a de los salmos: (A) La poesí­a religiosa existí­a ya mucho tiempo antes de David. En Ebla (véase MARDIKH [TELL]) se han descubierto tabletas con composiciones hí­mnicas, entre otros escritos de estilos diversos, anteriores a la época de los patriarcas. Hay, además, himnos en la literatura de civilizaciones circundantes, aproximadamente contemporáneas a la israelita, habiéndose descubierto semejanzas en la forma de expresión entre ciertos salmos y la poesí­a épica de Ras-Samra (véase UGARIT). Además, la Biblia misma contiene cánticos de gran antigüedad, como: «el cántico del pozo» (Nm. 21:17-18), el cántico de Moisés (Ex. 15), el de Débora (Jue. 5), los oráculos de Balaam (Nm. 24), aparte del notable «cántico de la espada» de Gn. 4:23-24. No hay ninguna base racional, histórica ni arqueológica para mantener, como lo mantienen algunos crí­ticos, que «la mayor parte de los salmos habrí­a sido compuesta sobre el Aí‘O 400 y 100 a.C.». (B) David estaba excepcionalmente dotado para la poesí­a y la música, y su nombre va unido a todo lo que se hizo en su época en este campo (cfr. 1 S. 16:15-23; 2 S. 1:17-27; 3:33, 34; 6:5-15; 22:1-23:7; 1 Cr. 16:4-37; 2 Cr. 7:6; 29:30; cfr. Am. 6:5; Mr. 12:36; Hch. 2:25-31; 4:25-26). David fue llamado muy justamente «el dulce cantor de Israel» (2 S. 23:1). (C) El establecimiento de la monarquí­a tuvo lugar en una época de renovación nacional caracterizada por la victoria sobre los enemigos exteriores, la paz y la estabilidad polí­tica, la prosperidad, y los preparativos para la construcción del Templo. ¿Por qué razones se puede pretender que la actividad literaria fuera a ser descuidada? (D) Muchas pruebas internas señalan a David como el autor de numerosos salmos. La mayor parte de los que le son atribuidos reflejan uno u otro de los perí­odos de su vida (cfr. Sal. 13:18; 23; 32; 34; 51; 52; 57, etc.). (E) La expresión «de David» puede significar, en heb., no sólo que él fuera el autor de aquel salmo (lo que sin embargo es su sentido más natural), sino también «tratando de» o «dedicado a» David. (F) Cristo y los apóstoles atribuyen a David diversos salmos (Hch. 4:25-26; Sal. 2; Hch. 2:25-28; Sal. 16; Ro. 4:6- 8; Sal. 32; Hch. 1:16-20; Ro. 11:8-10; Sal. 69; Hch. 1:20; Sal. 109; Mt. 24:44; Mr. 12:36-37; Lc. 20:42-44; Hch. 2:34; Sal. 110). (g) El salterio. El Salterio. bajo su forma actual, era la colección de himnos para el culto del Templo restaurado después del cautiverio. Su riqueza espiritual lo hací­a adecuado asimismo para las celebraciones religiosas particulares (Mt. 26:30; véase PASCUA). La colección se compone, como sucede con nuestros modernos himnarios, de obras datando de diversas épocas. El tí­tulo de los salmos indica con frecuencia su origen. De ello se desprende que hubo Salterios anteriores a los del Templo de Zorobabel. Se pueden distinguir: (A) La colección de David. En base a los tí­tulos del texto heb., son setenta y tres los salmos que pertenecí­an primitivamente a esta primera colección de alabanzas: 3 a 9; 11 a 32; 34 a 41; 51a 65; 68 a 70; 86; 101; 103, 108 a 110; 122, 124; 131; 133; 138 a 145. En la versión griega no hay encabezamiento para los Sal. 122 y 124; en cambio, los Sal. 33; 43; 67; 71; 91; 93 a 99; 104 y 137 sí­ llevan encabezamiento, además de los salmos que lo llevan en el texto heb., siendo atribuidos a David. Además, en esta «colección de David», trece salmos tienen una introducción en prosa: Sal. 3; 7; 18; 34; 51; 52; 54; 56; 57; 59; 60; 63; 142 (solamente los salmos titulados «de David» presentan esta introducción). Por otra parte, no se puede descartar que algunos salmos «anónimos» sean de David. Concretamente, el Sal. 2, formalmente anónimo en el actual texto heb., es atribuido de manera clara a David en el NT (Hch. 4:25-26). Más tarde, se irí­an añadiendo himnos al Salterio, y serí­an empleados por numerosas generaciones en los servicios, tanto públicos como privados. No hay nada implausible en este desarrollo. Sin embargo, el Salterio mantuvo su titulo primitivo: «Las oraciones de David, hijo de Isaí­» (Sal. 72:20), aunque contuviera incluso poemas compuestos después de la destrucción de Jerusalén por los babilonios. Cuando la colección de David se unió a las otras colecciones, cada uno de los salmos recibió una anotación que indicara su origen. Hubo escritos de profetas, sacerdotes y poetas anteriores al exilio que sobrevivieron a la catástrofe nacional; no es sorprendente que una importante serie de himnos también fuera preservada, y que fuera incorporada a la nueva colección. (B) La colección empleada por los hijos de Coré, familia de la que algunos miembros tení­an el puesto oficial de cantores. Son once los salmos que llevan un encabezamiento indicando este origen: 42; 44 a 49; 84; 85; 87; 88. (C) La colección de Asaf o de miembros de su familia, que eran músicos y cantores del Templo (véase ASAF). Doce salmos, 50 y 73 a 83, constituí­an esta colección. Además de estas tres colecciones, numerosos poemas, sencillos y breves, fueron también admitidos para el culto público. Pero las tres colecciones primitivas constituyen las dos terceras partes de todo el Salterio. Posteriormente, después de unir estas tres colecciones, aparecieron grupos secundarios. (A) Se reunió una serie de salmos elegidos de entre las tres colecciones primitivas. La idea esencial en estos himnos es Dios en la plenitud de Sus atributos, Sal. 42 a 83. Este grupo incluí­a: la colección de Asaf, posiblemente el conjunto de los doce salmos; siete salmos de los coreí­tas; unos veinte himnos adicionales del Salterio de David; un salmo sacado de los libros de Salomón. Esta colección, que tení­a por objeto suplir las necesidades del culto, comprendí­a salmos que expresaban adoración y contemplación. (B) Un grupo de quince salmos que provení­an de diversas fuentes, especialmente poemas cortos y sencillos. Tí­tulo: «Cánticos graduales» (Sal. 120-134). Este grupo figura í­ntegramente en el Salterio definitivo. (C) Elección de los salmos, extraí­dos especialmente de las tres colecciones primitivas por parte del músico principal. Este grupo contiene cincuenta y cinco salmos que figuran en el Salterio definitivo: 39 de la colección de David, 9 de la de los hijos de Coré, 5 de la de Asaf, y una o dos composiciones que no llevan nombre: 66 y 67 (a menos que este último sea de David, conforme lo indica la LXX). La LXX añade a estos 55 otro de la colección de David: el Sal. 30. Incorporan también la Oración de Habacuc (Hab. 3:1-19). En nuestro Salterio actual, todos los salmos que llevan indicaciones musicales son los que habí­an figurado en este grupo; insertado en el Salterio definitivo no se compone, sin embargo, sólo de salmos con anotaciones musicales. Esta última constatación confirma asimismo que se trata de una colección. Las anotaciones podrí­an referirse sólo al músico principal, lo que explicarí­a que se le mencione. Los salmos que formaban parte de la colección del músico principal quedan indicados como tales en el Salterio definitivo. (h) Fecha de redacción de un salmo en base a las diversas pruebas internas. (A) Estilo y sintaxis. El empleo de estos criterios exige una gran prudencia, por las siguientes razones: la poca cantidad y brevedad de las obras literarias para permitir su comparación; el hecho de que el compositor se viera obligado a recurrir a vocablos de otros dialectos semí­ticos, por cuanto el paralelismo de la poesí­a heb. demanda el uso de sinónimos (cfr. Sal. 19:3-5); utilización de un vocabulario poético, caracterizado por términos y construcciones inhabituales; diferencias de vocabulario y de formas exhibidas por los diversos dialectos heb. de la nación israelita (cfr. Jue. 5; 1 R. 17 a 2 R. 8; Oseas, Jonás). (B) Acontecimientos históricos y de otro tipo mencionados en los Salmos. A menos que no se cite una fecha conocida de manera expresa (Sal. 137), estas alusiones no permiten muchas precisiones. Las circunstancias que evoca el salmo en el espí­ritu de un lector moderno (p. ej., el Sal. 46 hace pensar en la victoria sobre Senaquerib, cfr. Is. 36-37), pueden no ser en absoluto aquellas a las que se refiere el salmista. Efectivamente, la cuestión que se plantea es si los acontecimientos descritos lo son de tal manera que se excluye todo otro hecho análogo. (C) El estadio religioso que revela el salmo. Este argumento suscita hipótesis acerca de la espiritualidad del salmista y sobre el valor y profundidad de la experiencia religiosa de los fieles que vivieron al inicio del perí­odo monárquico. Las evidencias arqueológicas concuerdan plenamente con la expresión dada por los salmistas primitivos. (Véanse MONOTEíSMO, etc.). (D) El empleo de la primera persona del singular o del plural revela que el redactor representa con frecuencia a la comunidad, no expresando únicamente sus propios sentimientos. Israel es personificado de comienzo a fin de su historia. Ello se advierte, p. ej., en el Decálogo y en su prefacio. Los profetas se sirven constantemente de este proceder; su empleo en un salmo no permite la determinación de la fecha de redacción (cfr. la primera persona del sing.: Dt. 7:17; 8:17; 9:4; Is. 12:1, 2; Jer. 3:4; 10:19, 20; 31:18, 19; Os. 8:2; 12:9; 13:10; Mi. 2:4). El examen atento de numerosos casos lleva al siguiente resultado: no existe razón alguna que conduzca a rechazar la autenticidad de ninguno de los encabezamientos. En otras palabras: el contenido de los salmos se corresponde con lo indicado en el encabezamiento. (i) Expresiones técnicas. «Neguinah» y su forma pl. «Neguinot»: instrumentos de cuerdas. «Nehilot» instrumentos de viento (Sal. 4; 5; 61). Términos que probablemente tengan relación con la música: «Alamot» (voz de): muchachas, o sopranos (Sal. 46; 1 Cr. 15:20). «Guitit»: prob. cántico de vendimias; quizás: arpa de Gat, o marcha de la guardia de Gat (Sal. 8; 81; 84). «Selah»: intermedio musical, o paso de piano a fuerte (Sal. 3:3). «Seminit»: instrumento de ocho cuerdas; otra trad.: octava de bajo (Sal. 6; 12; 1 Cr. 15:21). Términos que caracterizan el salmo: «Masquil»: Poema didáctico o contemplativo (Sal. 32 y otros doce salmos). «Mictam»: posiblemente sea un epigrama o himno (Sal. 16; 56 a 60). «Mizmor»: poema lí­rico; término traducido como «salmo» (Sal. 3 y muchos otros salmos). «Sigaion»: prob. poema lí­rico para alabanza de Dios (Sal. 7; Hab. 3:1). Expresiones que indudablemente indican melodí­as conocidas: «Ajelet-sahar»: cierva de la aurora (Sal. 22). «Jonat-Elem-Rekhokim»: la paloma silenciosa en paraje muy distante o, cambiando la pronunciación del segundo término: paloma de los lejanos terebintos (Sal. 56). «Mahalat»: flauta; o con un modo triste (Sal. 53; 88). «Mut-labén»: pos.: muerte del hijo (Sal. 9). «Shoshannim» (Sal. 45). «Shoshannim Eduth» y «Shushan Eduth»: lirios (Sal. 45; 60; 80). Los cánticos graduales (Sal. 120-134) fueron probablemente escritos para los peregrinos que subí­an a Jerusalén. (j) Contenido espiritual Este libro ha sido muy justamente llamado el corazón de la Biblia. Expresa sentimientos producidos por el Espí­ritu de Cristo, sea en oración, confesión o alabanza, en los corazones del pueblo de Dios, en los que se desarrollan los caminos de Dios, y vienen a ser conocidos, con sus consecuencias de bendición, por los fieles. Se trata de un libro de un carácter distintivamente profético. El perí­odo que cubre el lenguaje de los Salmos se extiende desde el rechazamiento del Mesí­as (Sal. 2; Hch. 4:25-28) hasta los Aleluyas consiguientes al establecimiento del Reino. Los escritores no relatan meramente lo que otros hicieron y sintieron, sino que expresan lo que sucedí­a en sus propias almas. Sin embargo, su lenguaje no expresa lo que ellos sentí­an, sino el lenguaje del Espí­ritu de Cristo que habló en ellos, como tomando parte en las aflicciones, el dolor y los gozos del pueblo de Dios en cada fase de su experiencia. Esto explica el hecho de que la figura de Cristo se halle a través de los Salmos: algunos se refieren a El de una manera exclusiva, como el Sal. 22; en otros (aunque el lenguaje sea el del remanente de Su pueblo), Cristo toma Su lugar con ellos, haciendo de los sufrimientos de ellos Sus propios sufrimientos, y de sus aflicciones Sus propias aflicciones (cfr. Is. 63:9; véase RESTO [DE ISRAEL]). En ningún otro lugar de las Escrituras se revela la vida interna del Señor Jesús como en el libro de los Salmos. El libro de los Salmos puede ser llamado «el manual del coro terreno». Abre con las palabras «Bienaventurado el varón», y cierra con «Aleluya» (o: «Alabad a Jehová»). El hombre recibe bendición en la tierra, y Jehová es alabado desde la tierra. En 1 Cr. 16 y 2 S. 22 tenemos ejemplos de ocasiones que llevaron a la composición de salmos; en los encabezamientos se mencionan otros casos; sin embargo, por el Espí­ritu de Dios el redactor fue más allá de las circunstancias inmediatas, y fue conducido a proclamar cosas que serí­an cumplidas sólo por Cristo. Así­, David puede decir: «El Espí­ritu de Jehová ha hablado por mí­, y su palabra ha estado en mi lengua» (2 S. 23:1, 2). Con respecto al orden en que se hallan los salmos, se ha intentado por parte de algunos autores disponerlos en un supuesto orden cronológico. Sin embargo, su ordenación sigue un criterio fijado con un propósito concreto (véase más adelante), y evidentemente la fijación de este orden, para el culto del Templo de Zorobabel, fue guiada por Dios y goza de la sanción profética, además de la del mismo Señor Jesucristo (véase CANON). No se debe olvidar que los profetas del AT no llegaron a alcanzar qué «indicaba el Espí­ritu de Cristo que estaba en ellos» (1 P. 1:11). La experiencia propia de David no le hubiera llevado a poner por escrito el contenido del Sal. 22. Pero, siendo profeta, es evidentemente el Espí­ritu de Cristo en él que le dio las palabras que serí­an pronunciadas por Cristo desde la cruz. Tenemos aquí­ un claro ejemplo de un salmo profético. Es indudable que el espí­ritu profético se hace presente en todos ellos. Siendo que la principal caracterí­stica de los Salmos es la profética, presentan por ello un aspecto enteramente diferente del que muchos le atribuyen como libro de experiencia cristiana. La piedad que se respira en los Salmos es siempre edificante, y la profunda confianza en Dios que en ellos se expresa bajo pruebas y dolores ha alentado el corazón de los santos de Dios en todo tiempo. Estas experiencias santas han de ser preservadas y abrigadas. Sin embargo, un hecho que ha provocado no pocas perplejidades y problemas para muchos es la presencia de los salmos o pasajes imprecatorios, en los que se pide a Dios la destrucción de los propios enemigos. La presencia de frases como «dichoso el que tomare y estrellare tus niños contra la peña» (Sal. 137:9), imprecación dirigida contra Babilonia, la destructora de Jerusalén, no concuerda con el carácter del cristianismo. El cristiano es embajador de Dios en «gracia». La solución no reside tampoco en «espiritualizar» este tipo de expresiones, porque queda en pie que el espí­ritu en que fueron proclamadas era el de venganza. Sin embargo, estas imprecaciones sí­ son inteligibles con respecto al futuro, cuando el Dí­a de la Gracia habrá llegado a su fin, y cuando el Señor, en medio de juicios, frente a una apostasí­a universal y ante una oposición total, obrará mediante la destrucción de Sus enemigos la liberación de Su pueblo terrenal (véanse ESCATOLOGíA, ISRAEL [EL PUEBLO DE], MILENIO, TRIBULACIí“N [LA GRAN]). A no ser que se reconozca la diferencia de carácter entre los Salmos, con su perspectiva de retribución, y el cristianismo, que se enmarca en la presente era de gracia y que debe reflejar este mismo carácter de gracia, no se podrá apreciar la luz plena de la redención y del puesto del cristiano en Cristo; el lector de los Salmos puede, en tal caso, ser presa de un espí­ritu legalista. Con ello, el progreso del cristiano en el camino y actitud de la gracia puede quedar frenado, y se puede dejar de comprender el verdadero mensaje de los Salmos, con los sentimientos de Cristo en su verdadera aplicación. Cuando se tienen en cuenta la actitud de los judí­os contra el Señor, y su tenaz oposición al Mesí­as de ellos, que persiste hasta el dí­a de hoy, los Salmos dan una relación de los sentimientos de ellos cuando, bajo tribulación, sus ojos serán abiertos para ver que fue ciertamente su propio Mesí­as a quien ellos crucificaron (cfr. Zac. 12:10; 13:5-6; Dn. 9:26). Grande será también la persecución que sufrirán desde fuera, pero Dios preservará un remanente y lo introducirá a la bendición. Cristo entra en todas sus angustias, y sufre en simpatí­a con ellos. Todas estas cosas, y las experiencias por las que pasarán, son expuestas en los Salmos. Pero estas experiencias no son, propiamente hablando, del mismo carácter que las de los cristianos, aunque los cristianos sí­ pueden sacar grandes enseñanzas y aplicaciones prácticas de los Salmos (cfr. Ro. 15:4). Los Salmos constituyen parte integral de las Sagradas Escrituras, y se tiene que dilucidar su verdadero puesto y pertinencia antes de que puedan ser interpretados de una manera correcta. Los escritores no eran cristianos, y no podí­an expresar la experiencia cristiana, centrada en la gracia, no en la Ley (véanse GRACIA, LEY). Sin embargo, su confianza en Dios y el espí­ritu de alabanza allí­ expresado pueden frecuentemente ser los de un cristiano, e incluso avergonzar a muchos cristianos. Cristo se halla por todas partes, ya en aquello por lo que El pasó personalmente, ya en Sus simpatí­as hacia Su pueblo Israel, que tendrá su culminación en el acto por el cual El los introducirá a una bendición plena en la tierra, en aquel dí­a en que será abiertamente reconocido como «Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Prí­ncipe de paz». (k) Distribución. Ya se ha visto anteriormente que el libro de los Salmos está distribuido en cinco libros. Cada uno de ellos tiene sus propias caracterí­sticas proféticas. Cuanto mejor se adviertan, tanto mejor se verá cómo el orden en que se hallan ha sido dirigido divinamente. (A) Primer libro. El Primer Libro finaliza con el Sal. 41; trata del estado del remanente judí­o del futuro (Judá) antes de que sea expulsado de Jerusalén (cfr. Mt. 24:16). Cristo se halla muy identificado con ello. El libro preanuncia mucha de la historia personal del Señor en Su andar en la tierra, aunque su aplicación sea futura. La luz de la resurrección resplandece en este libro para los fieles, habiendo pasado Cristo a través de la muerte a una plenitud de gozo a la diestra de Dios (Sal. 16; cfr. Ap. 6:11). En el Sal. 2 (el 1 y el 2 pueden ser considerados como introductorios a la totalidad del libro) tenemos a Cristo rechazado por judí­os y gentiles, pero establecido como Rey en Sion, y declarado Hijo de Dios, teniendo la tierra como Su posesión, y juzgando a Sus enemigos, las naciones. En un sentido más amplio, los Sal. 1 a 8 exponen Su exaltación como Hijo del hombre, finalizando con «Â¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!» (Sal. 8:9). El Sal. 16 expone la excelencia personal de Cristo y Su asociación con «los santos que están en la tierra, y… los í­ntegros» (Sal. 16:3). Hay lugares en que lo apropiado de la secuencia de los salmos, que ya se ha mencionado, es muy evidente, como p. ej., los Sal. 22, 23, 24. En el Sal. 22 representa los sufrimientos de Cristo en la consecución de la redención. En el Sal. 23, como consecuencia de la redención efectuada, el Señor asume Su papel de Pastor, y toma cuidado de las ovejas. En el Sal. 24 se celebra la entrada del Rey de la gloria a través de las puertas eternas. En el Sal. 40 viene de Dios Uno que es divinamente perfecto, la verdadera arca del pacto, que podí­a llevar a cabo la voluntad de Dios en todo punto, y al mismo tiempo capaz (mediante la ofrenda de Sí­ mismo), de quitar todo el sistema sacrificial, en el que Dios no habí­a hallado verdadera complacencia (cfr. esp. Sal. 40:6-8). (B) Segundo libro. El Segundo Libro abarca del Sal. 42 hasta el final del 72. El remanente es aquí­ contemplado fuera de Jerusalén, y la ciudad entregada en maldad. En el Primer Libro se usa el nombre Yahweh (o Jehová) constantemente, pero en éste Dios es invocado como tal: los fieles se apoyan más enteramente en lo que Dios es en Su propia naturaleza y carácter, cuando ya no pueden dirigirse al lugar en el que Jehová ha puesto Su nombre: el Anticristo prevalece allí­. En el Sal. 45 se introduce al Mesí­as, y el remanente celebra alegremente lo que Dios es para Su pueblo. Aunque la resurrección sólo pueda ser vista oscuramente por los fieles a través de las circunstancias de este libro, se halla ante ellos la restauración de Sion (Sal. 45-48 y 69:35). Dios resplandece desde Sion (Sal. 50:2). Los Sal. 69, 70 y 71 exponen la humillación del remanente, y de Cristo con ellos: algunos de los pasajes señalan directamente a Cristo, como en la referencia a la hiel y al vinagre (Sal. 69:21). Al final de este libro, el salmista proclama, en la doxologí­a: «Toda la tierra sea llena de su gloria. Amén y Amén.» A ello se añade: «Aquí­ terminan las oraciones de David, hijo de Isaí­.» El Sal. 68 muestra que el poder y la magnificencia de Dios sobre Israel estaban de antiguo en los cielos. Los cielos son el asiento de bendición (Sal. 68:9, 18) y de gobierno (Sal. 68:4, 32-35). Así­, Cristo es presentado ascendido en las alturas. (C) Tercer libro. El Tercer Libro contiene los Sal. 73 a 89. La perspectiva llega hasta la restauración de Israel como nación, y están a la vista sus intereses generales. El santuario es un tema destacado. El pensamiento no queda tan limitado, como en los libros anteriores, al remanente judí­o, aunque se mencionan los fieles. En este libro sólo aparece un salmo con la autorí­a de David. La mayor parte son «para, o de» Asaf y los hijos de Coré: levitas. En el Sal. 88 se oye el amargo clamor de un alma que sufre la ira de Dios debido a la Ley quebrantada; en el Sal. 89 se da alabanza por el inmutable pacto de Jehová con David, extendida al Santo de Israel, Rey de ellos. Celebra las misericordias fieles a David, aunque la casa de David hubiera fracasado totalmente y estaba caí­da. (D) Cuarto libro. El Cuarto Libro abarca desde el Sal. 90 hasta el 106. Comienza con un salmo de Moisés. En esta sección se contempla la eternidad de Elohim, el Adonai de Israel, como habiendo constituido siempre el refugio de ellos, como se afirma en el v. 1. Es una respuesta al final del Sal. 89; cfr. también Sal. 102:23-28 con 89:44, 45. En el Sal. 91 el Mesí­as toma Su lugar con Israel; y en Sal. 94-100 es Jehová quien viene a este mundo para establecer Su reino en gloria y orden divino. Es la introducción del Primogénito en la tierra, anunciada por el clamor del remanente. (E) Quinto libro. El Quinto Libro incluye Sal. 107 hasta el final del 150. Este libro da los resultados generales del gobierno de Dios. Se alude a la restauración de Israel en medio de peligros y dificultades; la exaltación del Mesí­as a la diestra de Dios hasta que Sus enemigos sean puestos por estrado de Sus pies; los caminos de Dios con Israel; toda la condición de la nación, y los principios sobre los cuales están en relación con Dios, estando Su ley escrita en Sus corazones; el libro finaliza con alabanza plena y continua después de la destrucción de sus enemigos, en lo que toman parte juntamente con Dios. Bibliografí­a: Darby, J. N.: «Psalms», en Synopsis of the Books of the Bible (Bibles and Publications, Montreal, reimpr. 1970); Darby, J. N.:»The Psalms» en Notes and Comments on Scripture vol. 3 (Kingston Bible Trust Lancing Sussex reimpr. s/f) Darby, J. N.:»Practical Reflections on the Psalms» en The Collected Writings of J. N. Darby (Kingston Bible Trust, reimpr. 1963) Keil, C. F. y Delitzsch, F.; «Commentary on the Old Testament», vol. 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Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado