SABIDURIA

v. Ciencia, Conocimiento, Entendimiento, Prudencia
Gen 3:6 era .. árbol codiciable para alcanzar la s
Deu 4:6 es vuestra s y vuestra inteligencia ante los
Deu 34:9 Josué .. fue lleno del espíritu de s
1Ki 3:28 vieron que había en él s de Dios para
1Ki 4:29 Dios dio a Salomón s y prudencia muy
1Ki 10:4; 2Ch 9:3 reina de Sabá vio toda la s
1Ki 10:7 es mayor tu s y bien, que la fama que yo
1Ki 10:23; 2Ch 9:22 excedía .. en riquezas y en s
2Ch 1:10 dame ahora s y ciencia .. gobernar a
Job 12:2 el pueblo, y con vosotros morirá la s
Job 12:13 con Dios está la s y el poder; suyo es
Job 13:5 ojalá callarais .. porque esto os fuera s
Job 15:8 ¿oiste tú el .. y está limitada a ti la s?
Job 21:22 ¿enseñará alguien a Dios s, juzgando él
Job 28:12 ¿dónde se hallará la s? ¿Dónde está
Job 28:28; Psa 111:10; Pro 1:7; 9:10


Sabidurí­a (heb. y aram. generalmente jokmâh, «pericia», «sabidurí­a»; gr. generalmente sofí­a, «sabidurí­a»). Cualidad de buen juicio desarrollada a partir de la experiencia, la observación y la reflexión. La sabidurí­a es una función de la mente educada, que los escritores bí­blicos afirman que proviene del Señor (Job 28:20, 23, 27; Psa 111:10) y la relacionan con la obediencia a los mandamientos de Dios (Psa 37:30, 31; Pro 2:1, 2). Entre los libros canónicos, Job, Pr. y Ec. pertenecen al grupo de los llamados «sapienciales». «La sabidurí­a es mejor que las piedras preciosas», dice Job (28:18). «El temor del Señor es la sabidurí­a, y el apartarse del mal, la inteligencia» (v 28). Como con Job, la verdadera sabidurí­a capacita al hombre para enfrentar con ecuanimidad las vicisitudes de la vida; sólo al contemplar a Dios y confiar en él puede relacionarse sabiamente con las frustraciones, y las dificultades de la existencia. David también buscó a Dios para recibir sabidurí­a (Psa 51:6). Un salmo atribuido a Moisés pide a Dios que enseñe a los hombres a contar de tal manera sus dí­as, que logren alcanzar la sabidurí­a (Psa 90:12). Aquí­, como en Job 12:12, se considera que la sabidurí­a se desarrolla con la experiencia por la que Dios permite pasar a los que le temen. El propósito de Salomón al escribir Pr. era que la gente pudiera «entender sabidurí­a y doctrina» (Pro 1:2). En los primeros capí­tulos del libro personifica a la sabidurí­a (3:16-18; etc.). «Sabidurí­a ante todo -dice-; adquiere sabidurí­a; y sobre todas tus posesiones, adquiere inteligencia» (4:7). El libro de Ec. resume la sabidurí­a que adquirió Salomón después de muchos años de disipación, durante los cuales se embotó su sensibilidad moral, adormeció su conciencia y pervirtió su juicio. Al final de su vida su conciencia se despertó de nuevo, y Salomón comenzó a ver en toda su magnitud la insensatez de su conducta, al punto de darse cuenta de que habí­a llegado a ser un «rey viejo y necio, que no admite consejos» (Ecc 4:13). Se acercaba ya al momento de su muerte, y no encontraba satisfacción alguna cuando reflexionaba en su vida disipada (12:1). Sinceramente arrepentido, trató de retomar la buena senda, y abrumado de espí­ritu se apartó, cansado y sediento, de las cisternas rotas de este mundo para beber una vez más de la fuente de la vida. Llegó a darse cuenta de lo insensato de su conducta anterior, y mediante el Ec. procuró dar una voz de advertencia para salvar a otros de las amargas experiencias por las cuales él mismo habí­a pasado, con la esperanza de contrarrestar de la mejor manera posible la influencia negativa de su ejemplo anterior. En el NT la palabra sofí­a tiene un significado muy parecido ajokmâh. Contrasta la sabidurí­a del mundo (1Co 1:22; 3:19) con la sabidurí­a de Dios (Rom 11:33;1Co. 2:7; 1:21; Jam 3:13-17). Se dice que Cristo es la «sabidurí­a de Dios» (1Co 1:24), por el hecho de que su vida y sus palabras manifestaron la sabidurí­a divina, y porque la salvación lograda por medio de él demuestra la sabidurí­a de Dios al establecer la forma cómo se podí­a redimir a los seres humanos. Pablo predicaba la «sabidurí­a de Dios en misterio» (vs 6,7), refiriéndose al maravilloso y profundo plan de salvación, que ni siquiera los ángeles podí­an sondear plenamente (cf 1Pe :12). Los que necesitan sabidurí­a para hacer frente a circunstancias que están más allá de su capacidad o su dominio, pueden pedirla a Dios con fe, y se les proporcionará (Jam 1:5, 6). Sabio. Véanse Mago 2; Sabidurí­a.

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

Las palabras más comunes para sabidurí­a en el AT son en hebreo hakham y formas afines, y en gr. sophia. La sabidurí­a es, en Dios, la comprensión infinita y perfecta de todo lo que es o pudiera ser (Rom 11:33-36). Dios es la fuente de la sabidurí­a tanto como del poder y por el temor del Señor la sabidurí­a es dada a las personas (Job 28:28; Psa 111:10). La sabidurí­a es un atributo eminentemente práctico en el hombre, incluyendo habilidad técnica (Exo 28:3), proeza militar (Isa 10:13) y astucia para fines cuestionables (1Ki 2:6). La sabidurí­a se muestra al obtener los fines deseados por medios efectivos. Las gentes del mundo son a menudo más sabias en su generación que los hijos de luz (Luk 16:8). La sabidurí­a de Salomón era de vastos alcances en su habilidad de estadista (1Ki 10:23-24); en entendimiento de la naturaleza humana (1Ki 3:16-25); y en historia natural, literatura y proverbios populares (1Ki 4:29-34). La sabidurí­a es personificada (Proverbios 8) en términos relacionados con el concepto del Verbo en Joh 1:1-18, y llegó a ser uno de los nombres de Dios el Padre y el Hijo, el Espí­ritu Santo siendo el Espí­ritu de Sabidurí­a.

La sabidurí­a está ligada con el hacer la voluntad del Señor (Deu 4:6): rechazar su Palabra es perder la sabidurí­a propia (Jer 8:8-9).

Aunque la literatura de la sabidurí­a (Proverbios; Eclesiastés; Job; Salmo 19, 37, 104, 107, 147, 148) a menudo parece equiparar la rectitud con conveniencia (ganancia, Ecc 1:5), hay una clara evidencia del control de la mano de Dios y su interés moral en los asuntos humanos. Los dichos de Jesús en gran parte proverbiales y parabólicos, constituyen la corona de la sabidurí­a bí­blica (1Co 1:24, 1Co 1:30; Col 2:3). Cuando Pablo compara la sabidurí­a humana con la sabidurí­a de Dios (1 Corintios 2), está pensando en aquélla como la de los filósofos griegos, antes que en la sabidurí­a bí­blica del AT. La carta de Santiago es literatura de la sabidurí­a de lo mejor, un claro espejo de las enseñanzas de Jesús. Ver PERSONAS SABIAS.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

Atributo de Dios, que es omnisciente, Pro 3:19, Sal 139.

– Primer «don del espí­ritu», Is.ll:l, 1 Cor.12.8.

– Se brinda a los que tienen temor de Dios y a los humildes, Job 28:28, Sal 11:10, Mat 11:25.

– Jesús es la sabidurí­a, 1Co 1:30, Col 2:2-3, Mat 11:19, Pro 8:1.

– La sabidurí­a del creyente, distinta de la mundana, 1Co 1:19-26.

Libro de la Sabidurí­a de Salomón: Es el libro sapiencial más bello del A.T., con un contenido doctrinal tan rico, que Juan y Pablo usan sus términos al hablar del Verbo y del Espí­ritu. Escrito hacia el año 100 a.C., el último del A.T.

Pone en guardia contra los atractivos de una cultura brillante, y exhorta a la búsqueda de la sabidurí­a de Dios, fuente de todos los verdaderos bienes. Esta «sabidurí­a» es, nada menos, que hálito del poder de Dios, efusión pura de la gloria del todopoderoso, resplandor de la luz eterna: (1Co 7:25-26).

Tres partes.

1- De carácter profético y hebraizante, contrapone la suerte de los justos y los impí­os: (caps.l-5).

2- Origen, naturaleza y medios de conseguir la sabidurí­a, ¡que es Cristo!,: (caps. 6-9).

3- Las obras de la sabidurí­a en el desarrollo histórico del pueblo elegido. Una preciosa interpretación religiosa de la historia de Israel, centrada, especialmente, en el Génesis y Exodo: (caps. 10-19).

No está aceptado en el Canon de los Protestantes. Ver «Biblia».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

Usualmente se consideraba hombre sabio a aquel que poseí­a una combinación de astucia, experiencia, discernimiento moral, conocimientos enciclopédicos, cierta habilidad literaria y capacidad para juzgar o gobernar. Esto conformaba una manera de pensar, una actitud frente a la vida que se muestra especialmente en lo que se llama la †œliteratura sapiencial†. Esto no es privativo de los hebreos, sino que aparece en otras culturas. Pero el término s. adquiere una connotación especial en la historia de Israel por el desarrollo de un pensamiento que uní­a todas esas cosas con un elemento religioso: el temor a Dios. Una caracterí­stica de este tipo de pensamiento en la literatura hebrea es que considera el hombre como tal, frente a la vida y las relaciones sociales, haciendo abstracción de su nacionalidad.

Hubo una condensación de la s. popular en refranes y relatos folclóricos que se acumularon en el transcurrir del tiempo (Gen 10:9; 1Sa 24:14; 2Sa 20:18; 1Re 20:11). Existieron personas que se hicieron famosas por su s., como Etán, Hemán, Calcol y Darda (1Re 4:31). También hombres sabios que fungieron como consejeros, especialmente con el advenimiento de la monarquí­a, como †¢Ahitofel (2Sa 16:20, 2Sa 16:23). Es posible que la formación de grupos de escribas profesionales, como †¢Baruc, que trabajaban en la corte, fueran acumulando o coleccionando pensamientos, refranes y anécdotas consideradas como de s. que luego aparecen como atribuidas a Salomón o a otros. Así­ pasó en tiempos de Ezequí­as (Pro 25:1).
principales obras literarias consideradas sapienciales son Job, Proverbios y Eclesiastés, así­ como los libros apócrifos Sabidurí­a, Eclesiástico y Tobí­as. Pero hay trozos de otros libros canónicos y deuterocanónicos que son considerados también como ejemplo de este tipo de literatura. En ellos incluso llega a veces a personalizarse la s., que habla al lector y razona con él al darle sus consejos (Pro 8:1-12), que incluyen el fundamental: †œEl temor de Jehová es el principio de la s.† (Pro 9:10).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT

ver, APí“CRIFOS, PROVERBIOS La Ley expone los mandamientos y exigencias del Señor. La profecí­a juzga el comportamiento de los hombres a la luz de la voluntad de Dios, y revela el desarrollo de Su plan eterno. Por lo que respecta a la sabidurí­a, ella se esfuerza, mediante la observación, experiencia y reflexión, en llegar a conocer a los hombres y a Dios. La Ley y la profecí­a, que provienen directamente de Jehová, expresan Su misma Palabra. La sabidurí­a, expresión del buen sentido humano, es asimismo un don de Dios. Implica la reverencia hacia el Señor y la obediencia a Sus mandamientos (Sal. 111:10; Pr. 9:10; Ec. 12:13). La sabidurí­a es personificada en los primeros capí­tulos de Proverbios y en el libro de Job (véase PROVERBIOS [LIBRO DE LOS]). A lo largo de toda la historia de Israel se dieron sabios consejeros (Jer. 18:18); entre otros, la astuta mujer de Tecoa (2 S. 14:2); la mujer sabia de Abel-bet-maaca (2 S. 20:18); los cuatro renombrados sabios: Etán, Hemán, Calcol y Darda (1 R. 4:31). Se serví­an de parábolas (2 S. 14:4-11); preceptos (Pr. 24:27-29); proverbios (Pr. 24:23-26); enigmas (Pr. 1:6); lecciones de la vida (Pr. 24:30-34). Muestras de este género: La parábola de Jotam (Jue. 9:7-20); la adivinanza de Sansón (Jue. 14:14); las parábolas de Natán (2 S. 12:1-7), de la mujer de Tecoa (2 S. 14:4-17), y por un profeta desconocido (1 R. 20:35-43); la fábula del rey Joás (2 R. 14:9, 10). Los máximos exponentes de la sabidurí­a hebrea son Job, Proverbios y Eclesiastés. Entre los libros apócrifos se pueden señalar Eclesiástico, y Sabidurí­a de Salomón.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[014]
En el Antiguo Oriente se entiende por tal la experiencia de la vida que proporciona especial capacidad para juzgar los hechos y las personas y para desenvolverse a lo largo de la existencia. En este sentido hay que entenderla cuando se habla de Sabidurí­a en la Biblia.

Con todo, cuando en el mundo cristiano se vaya desarrollando esa sabidurí­a humana mitificada, se convertirá en sabidurí­a divina participada. Por eso se elevaron diversos templos a la Santa Sofí­a, como el bello edificio de Constantinopla venerado con este nombre durante siglos.

Los tiempos posteriores hicieron de la sabidurí­a algo equivalente a conocimiento, ciencia, desarrollo y progreso social.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. ciencia y fe, dones del Espí­ritu Santo, teologí­a)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

DJN
 
SUMARIO: 1. Sabios y Sabidurí­a de Dios en Israel. Antiguo Testamento. – 2. Jesús, hombre sabio, mensajero de la Sabidurí­a.

Jesús aparece en los evangelios como sabio, siendo, al mismo tiempo un profeta y carismático (hacedor de milagros). Por su parte, la Iglesia tras la Pascua le ha descubierto presentado como encarnación de la Sabidurí­a de Dios, Señor del cielo y tierra. En ese fondo se sitúan las reflexiones que ahora siguen, divididas en dos partes: la primera evoca el contexto israelita del tema; la segunda
trata de Jesús como sabio y Sabidurí­a encarnada.

1. Sabios y Sabidurí­a de Dios en Israel. Antiguo Testamento
Israel ha compartido con los pueblos de oriente una larga y profunda experiencia de sabidurí­a cuyos elementos esenciales son: proponer y resolver enigmas, aconsejar a los gobernantes en el arte de la administración polí­tica e intervenir en asuntos legales. Los sabios han cumplido también otras funciones más cercanas al espacio de la magia: han interpretado sueños (como muestran las historias de Gén 37-50 o Dan 1-6) y han profundizado en la experiencia religiosa, en función que les acerca a los levitas y sacerdotes. La Biblia Hebrea los presenta como autores de los Ketubim (Escritos o Libros Sapienciales), que vienen después de las obras de los sacerdotes (Toráh o Ley: Pentateuco) y de los profetas (Nebiim: libros históricos y proféticos propiamente dicho). La sabidurí­a de Israel no se expresa en forma de especulación filosófica (como en los griegos), ni estudia de manera ordenada los fenómenos del cosmos para dominarlos y dirigirlos por medio de la técnica (como la ciencia moderna), sino que nos permite comprender la vida y sufrimiento de los hombres. Es evidente que ella ha surgido de las raí­ces comunes de la historia del oriente (en relación con egipcios y cananeos, sirios y babilonios) y ha mantenido un contacto fuerte con el helenismo, sobre todo a partir de las conquistas de Alejandro Magno (332 a. de C.).

Este aspecto sapiencial resulta importante para entender el judaí­smo y cristianismo: ni los sacerdotes de Israel se impusieron de manera irracional, ni los profetas eran simples visionarios, ni los apóstoles de Jesús serán unos ilusos. Todos ellos comparten, de algún modo, la experiencia de la sabidurí­a que se empieza expresándose en algunos textos básicos de la tradición bí­blica del Antiguo Testamento. Así­ empezaremos evocando lavisión del Eclesiástico (Eclo. o Ben Sira), libro escrito por un judí­o importante de Jerusalén, entre el 200 y el 180 a. de C.

La sabidurí­a del escriba exige mucho tiempo y sólo el poco ocupado llega a sabio… El que se dedica de lleno a meditar sobre la ley del Altí­simo indaga la sabidurí­a de todos sus predecesores… Examina las explicaciones de autores famosos y penetra en las parábolas intrincadas. Busca el sentido oculto de los proverbios y da vueltas a los enigmas de las parábolas… Decide madrugar por el Señor, su creador y reza delante del Altí­simo; abre su boca para la oración, y pide perdón por sus pecados. Si el Señor grande lo quiere, le llenará de espí­ritu de comprensión: él vendrá a derramar palabras de sabidurí­a y confesará al Señor en su oración (cf. Eclo. 38, 24; 39, 1-8).

Frente al agricultor/artesano, que actúa con sus manos, sabio es quien trabaja con la mente, centrándose en la cultura o cultivo de la palabra humana. Más que del mundo exterior se ocupa de la marcha de la sociedad, dentro de un contexto donde ella aparece como expresión inmediata de la voluntad creadora de Dios. Así­ descubre la presencia de Dios a través de una sabidurí­a, reflejada básicamente por la Escritura. El sabio es hombre de frontera. Vive, por un lado, abierto a todos los posibles caminos y las formas de creatividad histórica: mantiene contacto con la tradición, viaja para aprender, experimenta de manera personal las cosas, piensa con intensidad y ejerce lo que sabe, procurando así­ ofrecer su ayuda en la polí­tica y la vida de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, reconoce que todo lo que tiene (y lo que puede conocer) es don de Dios; por eso pide su ayuda y le confiesa reverente. Una sabidurí­a humana que se absolutiza, cerrándose en sí­ misma y destruyendo su raí­z de gratuidad divina, se vuelve expresión de idolatrí­a: colocándose en el puesto de Dios, queriendo ser divino sin serlo, el ser humano se destruye. En contra de eso, la verdadera sabidurí­a, recibida por gracia del Espí­ritu, aparece en nuestro texto como don de Dios y fruto de su presencia salvadora. En esta perspectiva podemos hablar de una teologí­a y misión sapiencial: sabio es el hombre que en su propio trabajo (todo lo que tiene es resultado de su esfuerzo) viene a descubrir las huellas de una gracia superior; sabio es el hombre que, penetrando en los misterios que parecen prohibidos (conocimiento del bien/mal), guarda respeto ante Dios y descubre que todo lo que tiene es gracia. En ese preciso lugar donde el ser humano, siendo totalmente humano, se desborda a sí­ mismo en clave de conocimiento gratuito… viene a desvelarse el don de Dios conforme a nuestro texto.

A partir de aquí­ podemos evocar los grandes textos teológicos donde la Sabidurí­a aparece no sólo como un don que Dios ofrece a los hombres, sino como un elemento esencial del mismo Dios, en su contacto con la humanidad. Algunos han llegado a hablar de una personalización (=hipostasización) de la Sabidurí­a, que se eleva como nota fundamental de Dios, como uno de los signos básicos de su acción y presencia en el mundo, a través de Israel. Pues bien, de un modo muy profundo, ella recibe desde la primera parte del libro de los Proverbios (siglo IV-111 a. de C.) una nota femenina: en el momento culminante de la historia el mismo Dios viene a mostrarse en su Sabidurí­a, amiga/esposa de los sabios. Frente a la mala mujer o ramera que destruye el corazón incauto, dejándolo en manos de su propia pequeñez y su violencia, viene a revelarse la mujer divina, amiga/esposa de los hombres. De esa forma, lo que en otros contextos aparece como resultado de un discurso racional viene a mostrarse como Revelación del mismo Dios: el discí­pulo se vuelve iniciado religioso. Así­ vemos a la Sabidurí­a como mujer amiga, a la vera del camino, en las entradas de la ciudad (Prov 8, 1-2), hablando desde Dios a sus amigos, invirtiendo la acción de la prostituta:

A vosotros, oh hombres, os llamo, a los hijos de Adam (=ser humano) me dirijo: aprended sagacidad los inexpertos, aprended cordura los necios… Yo, Sabidurí­a, soy vecina de la sagacidad y busco la compañí­a del conocimiento… Por mí­ reinan los reyes y los prí­ncipes dan leyes justas… Yo amo a los que me aman, y los que madrugan por mí­ me encuentran. Yo traigo riqueza y gloria, fortuna copiosa y bien ganada; mi fruto es mejor que el oro puro y mi renta vale más que la plata…

Yahvé me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquí­simas. En un tiempo remotí­simo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas… Cuando poní­a un lí­mite al mar, y las aguas no traspasaban sus mandatos, cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto; jugaba con la bola de la tierra, disfrutaba con los hijos de Adán (Cf. Prov 8,4-31).

Este es uno de los pasajes que más han influido en la cristologí­a clásica, que ha identificado al mismo Jesús con la Sabidurí­a creadora de Dios, que le acompaña desde el principio como amiga-compañera. Ella es la figura femenina de Dios, una especie de encarnación de su amor. No somos nosotros los que hemos inventado la búsqueda de Dios, la tensión fuerte del amor, como a veces se supone. Al contrario, con rostro y palabra de amor, nos invita esta Mujer-Sabidurí­a: ella misma ofrece su enseñanza personal de vida. Estos son sus rasgos más profundos (cf. Prov 8, 22.31):

Yahvé me estableció. La palabra aquí­ empleada (=qanani) es enigmática: puede aludir a la generación (como si Yahvé fuera su padre/madre) o a un tipo de adquisición (como si Dios en el principio hubiera comprado/poseí­do a su Sabidurí­a). He traducido de modo genérico: me estableció… Revelación y presencia original de Dios con rostro de mujer: eso es la Sabidurí­a.

Fui engendrada. Estamos ante un pasivo divino (=holaltti): Dios mismo ha «engendrado», en claro simbolismo maternal, a la mujer-sabidurí­a, en el principio de los tiempos. Todo el mundo es derivado: sólo más tarde han surgido los océanos y montes, los abismos de la tierra y los poderes de la bóveda celeste… En el origen, como expresión fundante de Dios, ha emergido su Sabidurí­a.

Jugaba en su presencia. La misma Sabidurí­a establecida y engendrada en el principio (como obra fundante, Hijo querido de Dios) se presenta ahora como aprendiz y encanto de su vida. Más allá de la razón demostrativa que busca el orden lógico y acaba cansando a los humanos, se desvela aquí­ un Dios superior, que es fuente y misterio de gozo: no ha suscitado el mundo por deber, por cálculo económico, por motivos lucrativos, sino por alegrí­a. Siente placer, goza ante el encanto de su Sabidurí­a; con ella disfruta: como gran maestro se recrea con el aprendiz que le acompaña, como un amante se emociona con la mujer querida en cuyo nombre y bajo cuya inspiración hace todas las cosas.

Estos son los motivos fundamentales del canto de la Mujer/Sabidurí­a. Sin duda ella ofrece rasgos de diosa, en la lí­nea de las grandes figuras femeninas de Egipto, Siria y Mesopotamia; pero no tiene entidad independiente: no se puede separar del Dios Yahvé, como otro Dios, a su lado. Tampoco es una simple personificación, un modo de hablar, un motivo estético/literario sin ningún apoyo en la realidad. Ella ha desbordado los esquemas racionales precedentes: es una Revelación originaria de Dios. La Sabidurí­a aparece así­ como realidad creada e increada: es signo de Dios siendo, a su vez, un elemento de este mundo; es principio y consistencia del cosmos, modelo y compañera de los hombres. Significativamente, ella ofrece rasgos de mujer: se suele afirmar que lo femenino es receptivo: es pasividad, escucha silenciosa; pues bien, en contra de eso, esta mujer/sabidurí­a actúa, invita y pone en movimiento la existencia de lo humano. En ese contexto culmina el aspecto estético: allí­ donde la Sabidurí­a resulta más intensa, allí­ donde parece quetriunfa la razón hallamos algo más que racional: el gozo de Dios haciendo gozar a los humanos, el juego de belleza que se expresa como fuente de todo lo que existe.

Quizá pudiéramos decir que esta mujer/sabidurí­a es la verdad del paraí­so (cf. Gen 2-3). El tesoro de Dios es la humanidad representada en esta mujer: ella es Dios hecho Edén para los humanos. Difí­cilmente podrí­a haberse hallado imagen más bella: Dios se define como mujer/sabidurí­a/esposa que llama a los humanos, invitándoles a compartir gozo y belleza; al mismo tiempo, es madre buena que les dirige la palabra educadora (cf Prov 8,32). Las dos imágenes (madre y esposa) se implican y completan sin dificultad en plano simbólico. Dos amores (Dama Sabidurí­a, Locura de muerte) llaman al pobre, inexperto, ser humano. Pequeños nos ha hecho Dios: capaces de ser engañados por una voz de muerte. Pero también nos hace inmensamente grandes: capaces de acoger la sabidurí­a del misterio de su vida revelada como gracia femenina creadora. Desde este fondo volvemos al Eclesiástico (=Eclo. o Ben Sira), donde la grandeza del Dios/Sabidurí­a se revela en la estructura nacional israelita, de tal forma que podemos hablar de una cuasi-encarnación de Dios en su ciudad o/y pueblo:

Sabidurí­a creadora. La Sabidurí­a (Sophia) se alaba a sí­ misma, se glorí­a en medio de su pueblo, abre su boca en la asamblea del Altí­simo y se gloria delante de su Postestad (dynameos autou). Yo salí­ de la boca del Altí­simo y como niebla cubrí­ la tierra, yo habité en el cielo poniendo mi trono sobre columna de nubes, (yo) sola rodeé el arco del cielo y paseé por la hondura del abismo, regí­ las olas del mar y los continentes y todos los pueblos y naciones (Eclo. 24, 1-6).

Sabidurí­a que habita en Israel. Por todas partes busqué descanso y una heredad donde reposar. Entonces el Creador (=Ktistés) del universo me ordenó, mi Creador (ho Ktisas me) hizo reposar mi tienda y dijo: habita en Jacob, sea Israel tu heredad. En el principio, antes de los siglos, me creó, y por los siglos, nunca cesaré. En la Santa Morada, en su presencia, ofrecí­ culto, y así­ fui establecida en Sión, en la ciudad amada (escogida) me hizo descansar, y en Jerusalén reside mi poder. Eché raí­ces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad (Eclo. 24, 8-12).

Sabidurí­a presente en la Ley. Venid a mí­ los que me amáis y saciaos de mis frutos; mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia mejor que los panales. El que me come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no se avergonzará y el que me pone en práctica no pecará. Todo esto es el Libro de la Alianza del Dios Altí­simo, la ley que no mandó Moisés, como heredad para las comunidades (synagógais) de Jacob (Eclo. 24, 19-24).

La Sabidurí­a no se pone ya como buena mujer ante las puertas de aquellos que van a la ciudad (cf. Prov 8,1-3), sino que tiene una cátedra más alta e influyente: habla ante todos los seres incluido el mismo Dios. Su palabra es revelación del misterio. Así­, el principio del texto (Eclo. 24,1-6) asume los temas de Prov 8,22,31, aunque el texto procura evitar los términos ambiguos o menos conformes con la teologí­a oficial israelita: el riesgo de una Sabidurí­a «engendrada» por Dios (en forma fí­sica, materna), los tonos lúdicos de juego y gozo que despliega ante el misterio divino. Ben Sira, el autor del Eclo, es un hombre que sabe medir sus palabras, situándolas en lí­nea de tradición bí­blica previa. Por eso se limita a decir que la Sabidurí­a brota de la boca del Altí­simo, apareciendo como Palabra y Espí­ritu de Dios, (cf. Gen 1,2), siendo, al mismo tiempo, niebla o nube sagrada, conforme a un motivo clásico de la tradición israelita: es la nube de Dios que guí­a al pueblo por el desierto y que llena el templo (cf 1 Rey 8,10-11). La Sabidurí­a habita en el cielo (Eclo. 24,4) y fundamenta (da sentido y consistencia) a todo lo que existe. Pero, en contra de Prov 8,22-31, nuestro texto no resalta la presencia cósmica de Dios, sino su acción en la historia de Israel.

Pueblo (Eclo 24,8b). La Sabidurí­a de Dios halla descanso en Jacob/Israel, utilizando una terminologí­a que evoca la experiencia fundante del Deuteronomio: Israel es pueblo «teóforo», portador de Dios.

Israel eterno (Eclo 24,9). Así­ se revela el eterno de Dios y así­ debe durar por siempre: la presencia de la Sabidurí­a de Dios en el pueblo de Dios será el motivo central de la teologí­a del judaí­smo posterior.

Ciudad y templo (Eclo 24,10-11). Los valores del pueblo (24,4) se concentran ahora en el templo o Santa Morada que se simboliza por Sión y la ciudad escogida amada (égapemené). Estas son ahora las señales del descanso de Dios: santuario, culto religioso.

Lo que Prov 8 habí­a presentado como identidad femenina (Dios/amada), que sostiene y pacifica al ser humano, se convierte en experiencia de identidad nacional. La Sabidurí­a se revela como principio de elección y amor nacional: Dios se expresa en Sión, su muy Amada; allí­ encuentra su placer y su descanso. De esta forma se reinterpreta en clave israelita la experiencia más honda del gozo de Dios de Prov 8,31-31. Lo que era erotismo/juego cósmico aparece ahora como sábado de intensa liturgia nacional. El último verso de esta parte (Eclo 24,12) culmina y ratifica todo lo anterior: la Sabidurí­a de Dios es como un árbol de vida bien plantado en medio de su pueblo, en su propia heredad: las naciones buscan otro tipo de valores (militares, polí­ticos, raciales…); los israelitas cultivan el árbol de la Sabidurí­a de Dios y así­ aparecen como viviente paraí­so (cf Gén 2-3).

Desde ese fondo se entiende el último tema: Sabidurí­a como Ley (Eclo. 24,23-29). El himno propiamente dicho (24,3-22) ha terminado. Las palabras de revelación, posiblemente elaboradas sobre un modelo cercano a Prov 8, han concluido. Ahora empieza otro lenguaje, de tipo explicativo, propio de un narrador que añade: todo esto es el libro… (Eclo. 24,23). Antes (Eclo. 24,8-12) la Sabidurí­a de Dios se vinculaba a las instituciones del pueblo (ciudad, templo…). Ahora se condensa y precisa en una Ley de vida social y religiosa. El templo y la ciudad pueden destruirse (como sucederá en el 70 d. de C.); mientras el Libro/Ley exista y mantenga su valor habrá pueblo israelita.

Esta visión de la Sabidurí­a constituye una especie de justificación de Dios o teodicea. Un pueblo necesita principios de identificación e Israel los ha encontrado: tiene un Libro sagrado y una Ley que regula su vida. Libro y Ley son señal y presencia de Dios sobre la tierra. Esto es la Sabidurí­a: palabra de gozo, plenitud de la existencia. Ben Sira, el buen escriba, ha dicho esa Palabra: ha descubierto la verdad de Dios en el libro de la Ley/Sabidurí­a. Este es el tesoro de Israel, su riqueza y distinción entre los pueblos. Estamos al comienzo de lo que será la esencia del futuro y eterno judaí­smo: son judí­os aquellos que, sabiéndose elegidos por Dios con pueblo y templo (cf. Eclo. 24, 8-12), descubren la presencia de ese Dios en su Libro/Ley; en ella meditan, de ella viven, en ella esperan, descubriéndose felices para siempre. Este es signo de Dios: su Libro eterno (encarnado para los cristianos en Jesús).

En esa lí­nea avanza el libro de Sabidurí­a (=Sab), escrito originalmente en griego en los años del nacimiento de Jesús. Su trama es paradójica. Por un lado afirma que la sabidurí­a no aparece ni triunfa externamente sobre el mundo: por eso los justos mueren a manos de los impí­os: la sanción de Dios es sólo escatológica y viene a realizarse por la inmortalidad de los justos (Sab 1-5). Por otro, desarrolla una intensa sabidurí­a polí­tica, como manual para gobernantes, con su modelo de rey justo y sabio (Salomón). Así­ la define, como expresión del gran misterio:

Ella (Sophia, la Sabidurí­a) es un espí­ritu inteligente, santo, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado… benéfico, amigodel hombre… Es efluvio del poder divino, emanación muy pura de la Gloria (doxa) del Omnipotente; por eso, nada inmundo hay en ella. Es reflejo de la luz eterna, espejo muy puro de la energí­a divina e imagen de su bondad. Siendo una sola cosa todo lo puede; sin cambiar en nada renueva el universo; y entrando en las almas buenas de cada generación va haciendo amigos de Dios y profetas, pues Dios no ama a nadie si no habita en él la Sabidurí­a (Sab 7, 22-28).

Siendo expresión del poder divino, la Sabidurí­a es sentido de la creación, espí­ritu y hondura de las cosas; finalmente, dirigiendo, al mismo tiempo, la historia humana. El esquema de fondo puede ser helenista: hay rasgos y expresiones que se encuentran en la filosofí­a del ambiente, especialmente en lí­nea platónica: la Sabidurí­a es una especie de expansión y presencia bondadosa de Dios. Pero el contenido profundo del texto es israelita y así­ pone de relieve la historia de los hombres. Al servicio de esa historia, como presencia divina y hondura de lo humano, como sentido original del cosmos, aparece centrado en la Sabidurí­a, que aparece como amigo/amiga de los hombres, representados por Salomón que dice:

A ella la quise y la busqué desde muchacho, intentando hacerla mi esposa, convirtiéndome en enamorado de su hermosura. Al estar unida (symbiósis) con Dios, ella muestra su nobleza, porque el dueño de todo la ama…. Por eso decidí­ unirme con ella, seguro de que serí­a mi compañera en los bienes, mi alivio en la pesadumbre y la tristeza (Sab 8, 1-2, 9).

La vida entera se define, según esto, como proceso afectivo, como un amor a la Sabidurí­a de Dios. Está al fondo el simbolismo del Banquete de Platón, con el ascenso amoroso hacia las fuentes de toda realidad (el Bien Supremo). Pero hay una diferencia: el entusiasmo divino parece que lleva a los platónicos más allá del mundo; Salomón, en cambio, se introduce con más fuerza en este mundo. Pero no se debe exagerar la diferencia. El sabio de la República platónica, transformado por la suma de amor, puede gobernar con justicia a los humanos. El Rey Israelita, enamorado desde joven de la sabidurí­a superior, descubre en ella su gozo (disfruta) y gobierna con su ayuda. No es perfecto aquel que se clausura en contemplación intimista, aislado del mundo, sino el que escucha el misterio de Dios (Sabidurí­a), desde el mismo mundo, dejando que ella le emocione, fortalezca y transforme. Desde ese fondo podemos decir (con Sab 7, 22-28) que ella es efluvio del poder divino, emanación de la gloria de Dios… Descubrimos así­ que ella es el mismo Dios en cuanto amable; hay en nuestro corazón un gran vací­o: estamos hechos para Dios, a él le buscamos en camino amoroso.

2. Jesús, hombre sabio, mensajero de la Sabidurí­a
Las reflexiones anteriores nos permiten situar el tema de Jesús, como sabio y como enviado de la Sabidurí­a de Dios. Ciertamente, Jesús ha sido un profeta escatológico, esto es, alguien que habla en nombre de Dios, denunciando la injusticia del pueblo y anunciando la intervención futura y transformante del mismo Dios. Los profetas de Israel aceptan la Ley, pero sitúan por encima de ella o en su meta la acción de Dios que interviene en la historia para culminarla. En esa lí­nea encontramos a Juan Bautista, que fue mensajero de conversión, para perdón de los pecados, profeta del juicio (anuncia la llegada de Dios, el más fuerte, para pedir cuentas a su pueblo; cf. Mc 1, 1-15; 6, 14-29; 11, 30-33 par; Lc 1, 80; 16, 16; Hech 1, 15; 18, 24-28; 19, 1-17; F. Josefo, AJ 18, 116-119). En un primer momento, Jesús aparece en calidad de discí­pulo de Juan, dejándose bautizar por él (cf. Mc 1, 9-11), como la tradición de los cristianos ha debido confesar, a pesar de los problemas que ello implicaba: él ha sido, sin duda, un profeta. Pero, el profetismo de Jesús, tiene un rasgo distinto, que está vinculado a su experiencia de la Sabidurí­a de Dios, como iremos mostrando en lo que sigue:

Jesús ha dejado la orilla no israelita del Jordán para ofrecer su mensaje en Galilea (cf. Mc 1, 14 par): no espera una intervención especial y externa de Dios para atravesar la lí­nea divisoria del rí­o y entrar en la tierra prometida, como habí­a hecho Jesús/Josué (Jos 1-4) y hará después Teudas (cf. Josefo, Antigüedades judí­as 20, 167-172). A su juicio, Dios ha empezado ya a actuar y por eso él viene a Galilea, anunciando allí­ el reino. No bautiza para conversión y esperanza de juicio (paso del Jordán), como el Bautista, sino que ofrece los signos del Reino dentro de la misma tierra: no en Judea/Jerusalén (lugar de sacerdotes), sino en Galilea, entre las gentes normales de su pueblo. Así­ aparece como portador de una Sabidurí­a de Dios, que actúa ya en el mundo.

Este nuevo profetismo de Jesús vincula de manera paradójica, hasta ahora insospechada, el presente del reino (curaciones, comida compartida) y el futuro de la irrupción salvadora de Dios. Todos los intentos de los exegetas por introducir una lógica reductiva y exclusivista en el proyecto y vida de Jesús (serí­a sólo un mensajero del Reino escatológico o sólo un testigo de la salvación actual de Dios, puro profeta apocalí­ptico o sabio que expresa la presencia de Dios en este mundo) han resultado vanos. La presencia de Dios y su reino (el «ya» de las curaciones y la vida compartida) resulta inseparable de la esperanza de transformación reflejada de manera extrema en textos como Mc 9, 1 par. Jesús es, al mismo tiempo, un profeta como Jonás y un sabio como Salomón.

La tradición le ha recordado como poderoso en obras y palabras (Hech 2, 22; cf. F. Josefo, Antigüedades judí­as, 18, 3, 3). El mismo evangelio le compara a Salomón, sabio por excelencia, vinculándole, al mismo tiempo, a Jonás, el profeta (Lc 11,31). En contra de lo que ha podido suceder más tarde, el judaí­smo de aquel tiempo vinculaba profetismo (y apocalí­ptica) con sabidurí­a, como indican los libros y figuras de Daniel y Henoc, ambos profetas apocalí­pticos sabios, ambos sabios, expertos en conocimientos superiores. Se ha pensado a veces que la tensión apocalí­ptica hace inútil o destruye la sabidurí­a, como si la llegada de Dios o la cercaní­a del final privara al ser humano de su capacidad de equilibrio y/o pensamiento. Pues bien, es todo lo contrario: la cercaní­a de Dios y de su reino libera precisamente al ser humano de las tensiones mundanas y sociales que le tienen sometido, capacitándole para descubrir y expresar con claridad el sentido más hondo de la vida.

Pues bien, la novedad de Jesús está en la forma de unir pro fetismo (anuncio de la llegada del Reino) y sabidurí­a de Dios (que se expresa en el amor a los pequeños y la superación del juicio y la venganza). Otros personajes, como Daniel y Henoc, aparecí­an como sabios en secretos celestiales: así­ pudieron revelar los grandes misterios de los astros, el orden y camino de las edades del futuro. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha sido sabio de las cosas cotidianas: ha iluminado la vida de los pobres y los niños, ha ofrecido una palabra y luz de Dios a los marginados de la sociedad y de la historia. Es como si al antiguo ser humano le cegara el miedo de las cosas, la dureza de la historia; es como si tuviera que andar con trampas para seguir sobreviviendo; por eso, los sabios acabaron siendo apocalí­pticos estrictos (portadores de secretos angélicos) o hermeneutas elevados (casi metafí­sicos) del misterio de Dios, en la lí­nea de los textos anteriores de Prov, Eclo o Sab. Pues bien, en contra de eso, para el Jesús sabio, la presencia de Dios viene a mostrarse como claridad y justicia humana: el ser humano puede mirar cara a cara hacia las cosas, descubriendo la mentira de las instituciones de violencia, las esclavitudes del miedo. Desde ese fondo debe interpretarse el gesto de Jesús:

Jesús es portador de la Sabidurí­a de Dios porque supera e invierte el orden más común de la sabidurí­a de este mundo. De manera normal, la sabidurí­a sirve para justificar aquello que existe, es decir, el orden económico y social, el poder delos jerarcas religiosos del entorno. De esa manera, Eclo 24 sacralizada el orden de Israel (su ciudad, ley y templo), y Sab ratificaba en nombre de Dios la historia israelita. Pues bien, en contra de esa tendencia sacralizadora del orden actual, Jesús invierte el sistema sacral de Israel y desenmascara la violencia organizada de sacerdotes y jerarcas polí­ticos, que convierten al mismo Dios en signo y garante de su fuerza. Desde la certeza de que el poder de violencia (el mundo viejo) ha terminado, Jesús puede presentarse y se presenta como portador de una Sabidurí­a no violenta que proviene de Dios, haciendo que hombres y mujeres puedan entenderse y acogerse, sin imposición de unos sobre otros. Así­ aparece como Sabio al servicio del Reino, como portador y garante de una paz universal.

Siendo portador de la Sabidurí­a de Dios, Jesús supera el patriarcalismo ambiental. Ciertamente, como hemos venido indicando, la tradición sapiencial ha puesto de relieve el aspecto femenino de Dios, tanto en Prov como en Sab: la Sabidurí­a es como amante-esposa que invita a los humanos al amor más hondo. Pero luego, ese mismo judaí­smo ha tendido presentarse como patriarcalista, es decir, como defensor del poder de los varones (como hará la Iglesia cristiana instituida de tiempos posteriores). Pues bien, el retorno al origen de la creación (motivado por la plenitud del tiempo) y el despliegue de la gratuidad, permiten a Jesús interpretar la vida humana en claves de igualdad de sexos: supera el estilo patriarcal del matrimonio (cf. Mc 12, 16-27 par), lo mismo que el poder masculino del divorcio (Mc 10, 2-9 par) o la estructura jerárquica y cerrada de la familia (cf. Lc 12, 51-53 par; 14, 26; Mc 3, 31-35). La misma apelación a la Sabidurí­a de Dios «revelada en el principio» (Gen 1-3), le permite destacar la unidad e igualdad de varones y mujeres, como un camino de comunión no violenta entre los humanos.

Esta visión sapiencial de Jesús nos permite entender de manera más profunda las parábolas. Ciertamente, al fondo de ellas está la certeza de que ha llegado el fin: nos hallamos ante (en) el Reino de Dios, más allá de las seguridades legales y las opresiones (distinciones) que establece el judaí­smo instituido. Ya no se oponen letrados contra analfabetos, ni sacerdotes frente a laicos, ni judí­os frente a gentiles, ni varones frente a mujeres, sino que se desvela, para todos por igual, la verdad del ser humano. Después de haber pensado que sabemos las cosas, las parábolas muestran que ignoramos lo más hondo: así­ nos hablan desde el otro lado, desde el fondo de la gratuidad divina y la extrañeza de la vida, con sus figuras «ejemplares»: samaritano, publicano, pródigo, mendigo… Ellas no ofrecen ni siquiera una inversión, pues la inversión sigue buscando seguridad, aunque de otra forma, en lí­nea de protesta. Por encima de versión e inversión, las parábolas nos llevan al lugar de la verdad original donde habita lo divino, más allá de imposiciones y certezas de la historia establecida.

Al destacar este plano sapiencial de su mensaje, fundándose en el Evangelio de Tomás y un pretendido Documento Q (que estarí­a en la base de Mt y Lc), algunos exegetas, especialmente norteamericanos, han tendido a rechazar el aspecto apocalí­ptico y profético de Jesús, presentándole básicamente como un puro sabio, en la lí­nea de los filósofos cí­nicos del entorno griego de aquel tiempo. Jesús habrí­a sido un sabio contracultural, experto en parábolas, un hombre paradójico, capaz de ver las cosas desde el otro lado, es decir, desde una perspectiva contraria a las verdades del sistema polí­tico y social del entorno. Ese aspecto contra-cultural de Jesús nos parece evidente, como venimos indicando. El no ha sido un sabio al servicio del sistema: del templo o la polí­tica, de los ricos o los ilustrados de su pueblo, sino un sabio independiente, al servicio de los expulsados del sistema, es decir, de los enfermos y marginados, de los impuros y niños, de las mujeres y leprosos.

Hay una sabidurí­a del sistema, elaborada para defender los poderes establecidos, es decir, el orden del Todo, que tanto los filósofos griegos como los polí­ticos romanos interpretaron como realidad divina o sagrada. Esta es la sabidurí­a del poder, legalizada por los «pensadores legales», sacralizada por los «sacerdotes sagrados», como de forma impresionante ha destacado el Apocalipsis de Jn. Pues bien, Jesús no se ha dejado convencer por esa sabidurí­a del sistema. Admite en un plano el orden económico del imperio (dad al César lo del Cesar: Mc 12, 17), pero sitúa en otro plano la Sabidurí­a de Dios. Por otra parte, los escribas y sabios judí­os siguen también vinculados al orden del sistema sacra!, del templo y de la Ley.

Por el contrario, Jesús viene a presentarse como sabio, pero desde el margen del poder establecido, es decir, desde los excluidos del sistema. Son ellos, los pobres y perdidos, los marginados e impuros, los que reflejan el misterio de Dios, su amor creador (aparece muestra Mt 25, 31-46). Esto significa que debe superarse, no sólo en forma teórica, sino sobre todo en forma práctica, la sabidurí­a de un mundo que defiende a los poderosos y grandes. Todo el proyecto de reino de Jesús es un proyecto y camino de Sabidurí­a: es una iluminación o, mejor dicho, una revelación de Dios, que se muestra como portador de gratuidad y creador de vida en la misma realidad e historia de este mundo.

Al decir que Jesús es portador de una Sabidurí­a de Dios no estamos planteando una verdad metafí­sica, ni estamos defendiendo una teorí­a más alta, sino mostrando y descubriendo el sentido de su mensaje y de su acción liberadora. Una tradición aristotélica bastante extendida en la teologí­a católica, afirma que la verdad es anterior a la bondad: que primero se conoce y luego se actúa. Por otra parte, esa misma tradición identifica la verdad con un conocimiento de «verdades», en la lí­nea de la teorí­a. Pues bien, en contra de eso, el evangelio de Jesús nos muestra que en el principio de toda verdad está la acción de amor o, mejor dicho, el encuentro personal. No hay una verdad independiente de la vida, no hay una sabidurí­a desligada del amor y de la comunión entre personas. Para Jesús, la Sabidurí­a de Dios se identifica con su mensaje y vida al servicio del Reino, es decir, al servicio de los pequeños y expulsados de este mundo. Todas las teorí­as acaban siendo secundarias. Todas las ideas pueden volverse ideologí­a, es decir, defensa de los propios privilegios. En contra de eso, la verdad y Sabidurí­a de Jesús se identifica con su amor liberador al servicio de los más pequeños, de los expulsados del sistema. En este contexto podemos entender unos pasajes centrales de la tradición de Mateo, que comienzan con la embajada del Bautista. Desde la cárcel donde está encerrado, el profeta de los tiempos finales y del juicio de Dios enví­a a sus discí­pulos para que pregunten a Jesús ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? (Mt 11, 3). Jesús responde: Id y contad a Juan lo que oí­s y veis: los ciegos recobran la vista y los cojos caminan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, y los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado quien no se escandaliza de mí­ (11, 4-6).

Jesús vincula la vista (aquello que los discí­pulos de Juan contemplan) y el oí­do (aquello que escuchan). Esta es su verdad y Sabidurí­a: las obras que él realiza en favor de los expulsados del sistema, es decir, de aquellos que no pueden ver ni andar, de los impuros y carentes de esperanza. La Sabidurí­a de Jesús se identifica con su acción liberadora, en la lí­nea de las «profecí­as» de Is 35, 5-6; 42, 1; 61, 1: no es una teorí­a que nos hace comprender en abstracto, ni un tipo de obra exterior impositiva (como quieren los griegds y judí­os, según Pablo: 1 Cor 1), sino la misma acción liberadora en favor de los expulsados y marginados del sistema de sabidurí­a y poder de este mundo. El mensaje y obra de Cristo se expresa en la utopí­a de una transformación de la realidad social, pero desde el otro lado, al servicio de los pobres. De manera significativa, sus curaciones (de ciegos, cojos y sordos) se vinculan a sus gestos de superación del sistema sacral anterior (purificación de los leprosos); todo esto le permite ofrecer una sabidurí­a creadora, al servicio de los oprimidos de tipo económico y social (pobres); sólo en este contexto puede hablar de una culminación y escatológica (resurrección de los muertos).

Jesús es sabio por ser liberador: conoce penetrando en el dolor del mundo; conocer curando a los enfermos e impuros. A su juicio pobreza y muerte están relacionadas con la situación de caí­da y de injusticia: los hombres y mujeres no conocen (no ven), no pueden andar. El mesí­as verdadero es aquel que ofrece una Sabidurí­a sanadora, es decir, una enseñanza que expulsa a los enfermos y permite vivir en libertad a los hombres y mujeres que estaban oprimidos dentro del sistema, como sabe Mc 1, 27. Jesús es sabio porque es creador de nueva humanidad, en lenguaje que Lc 4, 18 ss vincula a la presencia y obra (bautismo) del Espí­ritu Santo. Esta Sabidurí­a se expresa en el escándalo mesiánico (suscitado precisamente por la acción del Cristo), paralelo al pecado contra el Espí­ritu Santo (de Mt 12, 31-32): «Ay de ti Corozaí­n, ay de ti Betsaida, porque si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los signos que se han hecho en vosotras…» (Mt 11, 20-24). Los gestos poderosos de Jesús en favor de los marginados definen su Sabidurí­a y expresan su misterio. Pues bien, las grandes ciudades sabias galileas (Corozaí­n, Betsaida, Cafarnaum) no han aceptado la Sabidurí­a de Jesús, no han acogido sus signos salvadores en favor de los expulsados y rechazados del sistema.

Una sabidurí­a sin posible rechazo no serí­a salvadora; un conocimiento que se impone no es conocimiento liberador. Un Cristo que pudiera elevarse por la fuerza, obligando al seguimiento a los humanos, no serí­a Cristo. Por eso, en el centro del evangelio ha conservado Mt el pasaje de experiencia sapiencia) que ahora veremos (versión convergente en. Lc 10, 13-15). Esta es la revelación suprema de la Sabidurí­a mesiánica de Jesús: él viene a revelarse como enviado de la Sabidurí­a de Dios, como aquel que llama a todos los humanos, en la lí­nea de la Dama Sabidurí­a, que hemos visto en Prov 8. Llegamos así­ al centro de Mt, en el lugar de su revelación cristológica definitiva (Mt 11, 25-29). El que se revela y llama, el que emerge y convoca a los humanos es el mismo Cristo pascual (a quien luego se presenta fundando la misión universal en Mt 28, 16-20), como portador de la Sabidurí­a, Sabidurí­a encarnada. Esa Sabidurí­a no es ya una figura imprecisa de tipo poético, como la Dama de Prov 8, Eclo 24 o Sab, sino el mismo Jesús histórico-pascual, hecho Sabidurí­a de Dios para los hombres (como sabe 1 Cor 1, 30). Así­ lo presentamos, dividiendo el texto en tres partes. La primera trata de la Revelación de la Sabidurí­a del Padre a los pequeños: En aquel tiempo, Jesús exclamó (respondió) y dijo: Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, pues has ocultado esto a sabios y entendidos, y lo has revelado a los pequeños. Sí­, Padre, pues que ésta ha sido tu voluntad (Mt 11, 25-26)
Frente a los sabios y entendidos, representados por los orgullosos galileos del pasaje precedente (Mt 11, 20-24), se elevan ahora los «pequeños» que han acogido la palabra de Jesús. La revelación salvadora de la Sabidurí­a bondadosa del Padre (su Apocalipsis) se expresa en esta confesión de Jesús que da gracias al Padre, en gesto de admiración religiosa. Nos hallamos ante un verdadero misterio: la manifestación de Dios rompe la dinámica religiosa de una sabidurí­a de grandeza (vinculada al sistema de poderes del mundo) que se encarna en las ciudades galileas (presumiblemente orgullosas porque piensan conocer las Escrituras). Frente a esas ciudades eleva Jesús, por gracia de Dios, a los pequeños que escuchan su Palabra y que reciben así­ la verdadera Sabidurí­a de Dios. En este contexto, al presentar a Dios como Padre «señor del cielo y de la tierra», Mt ha enraizado la cristologí­a en el más radical monoteí­smo israelita: su Sabidurí­a salvadora es culmen de la revelación israelita. Pues bien, la verdad más honda de esa Sabidurí­a (que los sabios de este mundo no han logrado conocer) se identifica con el amor y comunión entre Jesús y el Padre: Todo me ha sido entregado por mi Padre: y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar (11, 27).

La revelación de la Sabidurí­a de Dios a los pobres y pequeños se encuentra vinculada a la vida y obra de Jesús, que ahora aparece como Hijo, internamente unido al Padre, que le conoce y comparte con él su ser entero: Jesús mismo aparece así­ como revelación salvadora para los humanos. No es maestro o transmisor de una Ley que permanece fuera de él, sino Revelador de su propia vida, de su encuentro de amor con el Padre. La Sabidurí­a de Jesús no es un tipo de teorí­a que puede abstraerse de su vida, sino su misma unión de amor con el Padre, su acción liberadora en favor de los excluidos del viejo sistema del mundo. Su amor con el Padre: esta es su Sabidurí­a. Jesús no revela cosas o verdades, se revela a sí­ mismo, al desplegar ante los hombres el camino de su conocimiento de amor con el Padre, en intimidad profunda, en donación total. Esta es la Sabidurí­a (el amor mutuo), este es el conocimiento verdadero, la comunión personal de vida con el Padre, y de los hombres entre sí­.

La Sabidurí­a de Jesús tiene un carácter dialogal: ambos, Padre e Hijo (Dios y Jesús) existen dándose uno al otro, conociéndose (en ambos casos se repite la palabra conocer en el sentido bí­blico de comunicarse de manera personal, como esposo con esposa, como padre con hijo). Esta es la Sabidurí­a de Cristo: el amor mutuo, la entrega de la vida, en comunión gratuita, gozosa, creadora. Por eso, Dios aparece ahora plenamente Padre y Jesús del todo como Hijo. Como principio de toda realidad hallamos ahora este amor de comunión: la unidad dialogal en que comparten plenamente la existencia, esta es la Sabidurí­a de Dios en Cristo. En el principio se halla el Padre que se entrega a Jesús (le da todo su ser, su vida y alma) no sólo aquello que tiene sino su mismo ser y entraña. Pues bien, de manera correspondiente, expandiendo su Sabidurí­a en forma misionera, Jesús ofrece o revela lo que él tiene (su conocimiento de Dios) a quienes el desea, es decir, a quienes aceptan el mensaje de su evangelio (cf. Mt 28, 16-20). La Sabidurí­a de Jesús se identifica con su amor al Padre, expresado en gesto de amor hacia los hombres (en la Cruz) y expandido de manera universal, en el centro y culmen de la historia. Por eso decimos que Jesús es la Sabidurí­a encarnada de Dios. Desde este fondo se entiende su llamada:

a. Venid a mí­ todos los agotados y cargados, pues yo os aliviaré.

b. Cargad con mi yugo, y aprended de mí­, que soy manso y humilde de corazón, pues hallaréis descanso para vuestras almas.

c. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera (Mt 11, 28-29).

Jesús ocupa aquí­ el lugar de la Dama-Sabidurí­a que hemos descubierto en los grandes textos del Antiguo Testamento. Allí­ era una figura celeste en forma de mujer la que llamaba, queriendo atraer a su amor a los humanos. Aquí­ es Jesús quien llama, mostrándose como mensajero y portador de esa Sabidurí­a de Dios. Así­ aparece como revelador de un amor personal, de un encuentro de gracia compartida, que viene de Dios y transforma a los humanos. En la lí­nea de Eclo 24, Jesús aparece también como «encarnación bondadosa» de la Ley, llamando de manera especial a los judí­os que se sienten agobiados y aplastados por el peso de esa misma Ley, como sabe la tradición rabí­nica. El, Jesús, es la Ley verdadera, no como exegeta, que la interpreta desde fuera (en la lí­nea de Eclo 24), sino como revelación personal de Dios, principio de humanización y descanso para todos los humanos.

Desde este fondo, podemos afirmar que, en un determinado nivel, el Jesús de Mt puede aceptar y acepta la Ley judí­a (cf. 5, 17-19), interpretada en claves de Sabidurí­a, pues es Ella (la Sophia de Dios, simbólicamente presentada como mujer) la que aparece en el fondo del pasaje, llamando a los humanos (cf. Eclo 6, 24ss; 24, 19; 51, 23ss). Mt combate la Ley judí­a: no la niega, pero la interpreta desde un plano más hondo de Sabidurí­a, que acaba identificándose con el mismo Jesús. Por eso, no hace falta discutir la Ley en un nivel teórico, no hace falta rechazar la experiencia judí­a en plano externo, sino recrearla desde Jesús. Algunos textos judí­os habí­an identificado Revelación apocalí­ptica, Ley y Sabidurí­a de Dios. Pero sólo aquí­, desde la persona y experiencia de Jesús, puede llevarse hasta el final esa identificación, de tal manera que Jesús, profeta sabio, viene a presentarse como encarnación personal de la Ley y Sabidurí­a de Dios.

En este fondo, Jesús viene a presentarse, al mismo tiempo, como culminación de la profecí­a israelita (en la lí­nea de Jonás) y de la sabidurí­a de su pueblo (en la lí­nea de Salomón: cf. Mt 12, 41-42). Llegando hasta el final, sabidurí­a y profecí­a, conocimiento profundo de la realidad y culminación del tiempo se identifican en el Cristo. Más aún, la misma Sabidurí­a de Dios puede actuar y actuar, de formas distintas pero complementarias, a través de Juan Bautista (profeta) y de Jesús (mesí­as), rechazados por sus conciudadanos, diciendo que uno está loco, pues no come ni bebe (Juan) y que el otro es comilón y bebedor, amigo de publicanos y pecadoras/prostitutas (Jesús). Por eso dice el texto que Ella, la Sabidurí­a de Dios, fue justificada por sus hijos o ante sus hijos. Ambos, Juan y Jesús, cada uno a su manera, son Hijos/Enviados de la Sabidurí­a, es decir, de un Dios Sabio (Dios de amor, de encuentro personal y vida) que ofrece su salvación a todos los humanos. Lógicamente, Jesús resucitado aparece como Sabidurí­a de Dios, que enví­a a sus profetas a la tierra: He aquí­ que Yo os enví­o profetas, sabios y escribas y de ellos mataréis, crucificaréis y azotaréis a algunos en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Para que caiga sobre vosotros toda la sangre de los justos, derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarí­as… (Mt 25, 34-35).

Este es uno de los textos más misteriosos de la tradición bí­blica. El que habla es el mismo Jesús, sabidurí­a personificada y pascual, que sigue guiando desde su gloria la historia de los hombres. No lo hace como poder de imposición, sino enviando a sus mensajeros (profetas, sabios, escribas cristianos) indefensos sobre el mundo. Están dispuestos a perder, a dejarse matar como el Maestro (Jesús sabí­a). En eso se descubre que son emisarios de su Sabidurí­a pascual, que es Sabidurí­a de Cruz, como dice Pablo en 1 Cor 1. Pero Dios sigue teniendo la última palabra. Estos sabios asesinados, con Jesús Sabio, abren la historia humana hacia la culminación definitiva de todo conocimiento y todo amor: a la Verdad y Gozo de la pascua. Y con esto acabamos el tema. Podrí­amos seguir, exponiendo el sentido de Cristo como Sabidurí­a de Dios en Pablo y Juan, pero con ello desbordarí­amos el campo de nuestro estudio. -> hijo; revelación del Hijo; literatura apocalí­ptica e intertestamental; profeta; parábolas.

BIBL. — He desarrollado el tema de la Sabidurí­a de Dios y de Cristo en dos obras más extensas: Dios judí­o, Dios Cristiano, EVD, Estella 1996; Este es el Hombre. Manual de Cristologí­a, Sec. Trinitario 1997. Allí­ podrá encontrarse amplia bibliografí­a sobre los temas y textos aquí­ evocados.

Xabier Pikaza

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

1. Principios

Israel ha compartido con los pueblos del cercano Oriente (Egipto, Fenicia, Siria, Mesopotamia) una larga y profunda experiencia de sabidurí­a que se expresa sobre todo en la solución de los enigmas de la vida, en la tarea organizada de los gobernantes y en la administración de la justicia. Los sabios han cumplido también otras funciones más cercanas al espacio de la magia: han interpretado sueños (cf. Gn 37-50; Dn 1—6) y han sido expertos en cuestiones religiosas, en función que les acerca a los levitas. Finalmente, la Biblia hebrea les presenta como autores de los Libros sapienciales (Ketubim), después de los sacerdotes autores de la Ley (Torah) y de los profetas (Nebiim). Esta sabidurí­a bí­blica no se abre a la especulación filosófica (como en los griegos), ni estudia de manera ordenada los fenómenos del cosmos para dominarlos/dirigirlos por medio de la técnica (como la ciencia moderna), pero ella nos permite comprender mejor la vida y sufrimiento de los hombres. Por eso está cerca de una antropologí­a afectiva, ética y polí­tica. Es evidente que ella ha surgido de las raí­ces culturales del entorno de Israel y se ha mantenido en contacto con el helenismo, sobre todo a partir de las conquistas de Alejandro (332 a.C.). Ella aporta un rasgo esencial para comprender el judaismo (y cristianismo): ni los sacerdotes impusieron su Ley de manera irracional, ni los profetas fueron simples visionarios; unos y otros se mantuvieron en contacto con los sabios, situando la experiencia religiosa en un espacio de racionalidad fundante, de pensamiento creador.

(1) Identidad. Los sabios de Israel. En cierto sentido, tanto sacerdotes como mí­sticos y profetas pueden presentarse como sabios, pues conocen la realidad a través del sacrificio, la experiencia interior o la palabra que proclaman. Sin embargo, los sabios por excelencia son del tipo de aquellos que en Israel han elaborado los Ketubim o Escritos, que contienen oraciones (Sal), versos de amor (Cant) y reflexiones sobre el sentido de la vida humana (Prov, Eclo, Job). La Biblia ha conservado los escritos de algunos grandes sabios y los ha tomado como normativos para la vida del pueblo. La sabidurí­a de Israel no se abre a la especulación filosófica para diluirse al fin en ella (como podrá suceder entre los griegos), ni analiza de manera formal los fenómenos del cosmos para dominarlos/dirigirlos por la técnica (como hará la ciencia moderna). Pero, en la lí­nea de lo que sucede en India y China, ella nos permite entender y asumir con fuerte humanidad el dolor (Job) y/o el gran gozo de la vida (Cant). Ella hace posible que el judaismo (con el cristianismo e islam) dialogue con las grandes experiencias de sabidurí­a de la humanidad. La Hokhtnah, Sophia o Logos (sabidurí­a, palabra) de los judí­os alejandrinos o de los cristianos más antiguos nos capacita para dialogar, por ejemplo, con el Dhanna de hindúes y budistas o con el Tao de China. Una religión donde no exista el sabio, la búsqueda racional, la confianza en la palabra, el diálogo con todas las culturas acaba destruyéndose a sí­ misma y destruyendo a los humanos. La tradición cristiana presenta a Jesús como sabio; sabios han sido Confucio y Sócrates. Ellos se encuentran en el mismo centro de la experiencia religiosa de la humanidad.

(2) Riesgo. Sabidurí­a diabólica. La literatura sapiencial israelita (Prov, Eclo, Sab…) dirá que el origen de la sabidurí­a es Dios. Pero hay otros textos, especialmente en los apócrifos*, en los que se supone que hay una sabidurí­a pervertida, que proviene de los ángeles* violadores y de sus hijos perversos, los gibborim (Gebí­ra*), profesionales de la guerra y del engaño que parecen haber dominado nuestra historia. Ellos enseñaron a los hombres las diversas técnicas de seducción y violencia que dominan sobre el mundo, (a) Mala religión, hecha de ensalmos, conjuros, encantamientos, astrologí­a… (cf. 1 Hen 7,1; 8,23). En el lugar del Dios con quien se puede dialogar en libertad han surgido por doquier seres perversos, a quienes sólo se puede controlar por magia, (b) Guerra sin fin. El ángel perverso, Azazel «enseñó a los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, los metales y sus técnicas…» (1 Hen 8,1). Según Gn 4,17-24, el control de los metales era un conocimiento peligroso, pero de origen humano. Aquí­ aparece ya como diabólico: la ciencia entera se halla al servicio de la guerra, (c) Seducción sexual: el mismo Azazel* instruyó a los hombres en el campo de los adornos (brazaletes), el embellecimiento corporal (pintarse las cejas), el uso de las piedras preciosas, etc. (1 Hen 8,1), introduciendo así­ un tipo de atracción y envidia que convierte a los hombres y mujeres en esclavos de sus propios deseos. Surge así­ la guerra infinita, propia de unos hombres que no son ya dueños de sí­ mismos, como hijos de Dios, llamados a la vida, sino que se han vuelto esclavos de sus propios deseos de violencia: guerra y violación de hombres, astucia seductora de mujeres. No viven ya para amarse, sino para engañarse y dominarse. El mundo que, según Gn 1, Dios habí­a creado como bueno (espacio de hermosura y alabanza) aparece como campo de batalla. De esa manera, la Biblia nos pone en guardia contra un tipo de conocimiento moderno que ignora los riesgos de manipulación de la ciencia, puesta al servicio de la guerra (construcción de armas atómicas) y de la opresión, es decir, del dominio de unos hombres contra otros.

(3) La figura y tarea del sabio. Pero volvamos al especto positivo de la sabidurí­a, que resulta esencial para entender el judaismo y cristianismo: ni los sacerdotes de Israel se impusieron de manera irracional sobre el pueblo, ni los profetas fueron simples visionarios, ni los apóstoles de Jesús serán unos ilusos. Todos ellos, a pesar de sus rasgos distintivos, aceptaron, de algún modo, la experiencia de la sabidurí­a que habí­a venido a expresarse en algunos textos básicos de la tradición bí­blica del Antiguo Testamento. Teniendo esto en cuenta, empezaremos evocando la visión del Eclesiástico (Eclo o Ben Sira), libro escrito por un judí­o importante de Jerusalén, entre el 200 y el 180 a.C.: «La sabidurí­a del escriba exige mucho tiempo y sólo el poco ocupado llega a sabio… El que se dedica de lleno a meditar sobre la ley de Altí­simo indaga la sabidurí­a de todos sus predecesores… Examina las explicaciones de autores famosos y penetra en las parábolas intrincadas. Busca el sentido oculto de los proverbios y da vueltas a los enigmas de las parábolas… Decide madrugar por el Señor, su creador, y reza delante del Altí­simo; abre su boca para la oración, y pide perdón por sus pecados. Si el Señor grande lo quiere, le llenará de espí­ritu de comprensión: él vendrá a derramar palabras de sabidurí­a y confesará al Señor en su oración» (cf. Eclo 38,24; 39,1-8). Frente al agricultor-artesano, que actúa con sus manos, sabio es quien trabaja con la mente, centrándose en la cultura o cultivo de la palabra humana. Más que del mundo exterior se ocupa de la marcha de la sociedad, dentro de un contexto donde ella aparece como expresión inmediata de la voluntad creadora de Dios. Así­ descubre la presencia de Dios a través de una sabidurí­a, reflejada básicamente por la Escritura. El sabio es hombre de frontera. Vive, por un lado, abierto a todos los posibles caminos y formas de creatividad histórica: mantiene contacto con la tradición, viaja para aprender, experimenta de manera personal las cosas, piensa con intensidad y practica lo que sabe, procurando así­ ofrecer su ayuda en la polí­tica y la vida de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, reconoce que todo lo que tiene (y lo que puede conocer) es don de Dios; por eso pide su ayuda y le confiesa reverente. Una sabidurí­a humana que se absolutiza, cerrándose en sí­ misma y destruyendo su raí­z divina, se vuelve expresión de idolatrí­a: colocándose en el puesto de Dios, queriendo ser divino sin serlo, el ser humano se destruye. En contra de eso, la verdadera sabidurí­a, recibida por gracia del Espí­ritu, aparece en nuestro texto como don de Dios y fruto de su presencia salvadora. En esta perspectiva podemos hablar de una teologí­a y misión sapiencial: sabio es el hombre que en su propio trabajo (todo lo que tiene es resultado de su esfuerzo) viene a descubrir las huellas de una gracia superior; sabio es el hombre que, penetrando en los misterios que parecen prohibidos (conocimiento del bien/mal), guarda respeto ante Dios y descubre que todo lo que tiene es gracia. En ese preciso lugar donde el hombre, siendo totalmente humano, se desborda a sí­ mismo en clave de conocimiento gratuito… viene a desvelarse el don de Dios conforme a nuestro texto.

(A) Actualidad. La lectura de la Biblia ha sido y sigue siendo fuente de sabidurí­a para algunos de los pensadores más representativos de nuestro tiempo, tanto judí­os (H. Cohén, F. Rosenzweig, M. Buber o E. Levinas), como cristianos (E. Mounier, M. Nedoncelle, P. Ricoeur o R. Girard). Entre los rasgos que ellos han destacado están los siguientes, (a) La Sabidurí­a es un conocimiento amoroso. Frente al racionalismo separado de la vida, debemos recordar que los hombres pensamos también y sobre todo con el corazón (Pascal). No olvidemos que en el Biblia el modelo de conocimiento supremo es aquel que vincula en amor al varón y a la mujer. Ellos, al amarse, son los sabios, como sabe el Cantar de los Cantares, (b) La Sabidurí­a es conocimiento social. Frente al individualismo de los que suponen que pensar es aislarse de los otros, la Sabidurí­a bí­blica aparece como una forma de pensamiento encamado: conocemos con el pueblo, en referencia a los más pobres, en compromiso de encamación social (como ha destacado E. Levinas desde los profetas), (c) La Sabidurí­a es 1111 conocimiento religioso. Sólo se puede hablar de Sabidurí­a allí­ donde el ser humano, penetrando con profundidad dentro de sí­ mismo, se descubre desbordado y fundado en Dios. La razón autosuficiente, que se diviniza a sí­ misma, es lo contrario a la Sabidurí­a. Por el contrario, la razón en diálogo con Dios, eso es la Sabidurí­a. Hasta aquí­ son comunes las experiencias de judí­os y cristianos (y musulmanes). A partir de aquí­ se destacan algunas diferencias, (d) La Sabidurí­a es conocimiento encarnado. Este es un tema que el Antiguo Testamento ha dejado abierto y que el cristianismo ha desarrollado desde la afirmación fundamental de Jn 1,14: la Palabra se hizo carne. Carne se ha hecho la Palabra de Dios en Jesús: carne de encuentro mutuo, de comunicación cercana, visibilizada en gestos concretos de servicio mutuo, ha de hacerse la palabra de los hombres, (e) La Sabidurí­a de Dios y de los hombres se identifica en el fondo con el Espí­ritu de Cristo. Esta es ya una afirmación expresamente confesional, que sólo los cristianos pueden asumir. Ellos siguen aceptando con los judí­os el camino de la Sabidurí­a expresado en los libros ya evocados (Prov, Eclo, Sab…), pero dan un paso más al interpretar la Sabidurí­a de Dios en clave de encamación* estricta (sabidurí­a en el mundo) y de trinidad* (sabidurí­a como diálogo intradivino).

Cf. A. M. DUBARLE, Los Sabios de Israel, Escerlicer, Madrid 1958; R. MICHAUD, La literatura sapiencial, Verbo Divino, Estella 1985; V. MORLA ASENSIO, Libros sapienciales y otros escritos, Verbo Divino, Estella 1994; J. VíLCHEZ, Sabidurí­a y Sabios en Israel. El mundo de la Biblia, Verbo Divino, Estella 1996; G. VON RAD, La Sabidurí­a en Israel: Proverbios-Job-Eclesiastés-EclesiásticoSabidurí­a, Cristiandad, Madrid 1985.

SABIDURíA
2.Israel y judaismo

La Sabidurí­a (Hokhmah, Sophia) ha venido a presentarse desde antiguo como un tipo de personalización (= hipostasización) de Dios, como uno de los signos básicos de su acción y presencia en el mundo, a través de Israel. Pues bien, en esa lí­nea, de un modo muy profundo, ella ha recibido desde la primera parte del libro de los Proverbios una nota femenina: en el momento culminante de la historia, el mismo Dios viene a mostrarse en su Sabidurí­a como amiga/esposa de los sabios. Ella aparece, también, en el libro del Eclesiástico (siglo III a.C.), como signo y propiedad especial del pueblo de Israel. El libro de la Sabidurí­a presenta, por fin, sus notas básicas.

(1) Proverbios. Revelación femenina de Dios. Frente a la mala mujer o ramera que destmye el corazón incauto, dejándolo en manos de su propia pequeñez y su violencia, el libro de los Proverbios (siglo IV-III a.C.) ha presentado a la mujer divina, amiga/esposa de los hombres. De esa forma, el mismo conocimiento del hombre, que en otros contextos aparece como resultado de un discurso racional, viene a mostrarse como revelación del mismo Dios: el discí­pulo se vuelve iniciado religioso. Así­ vemos a la Sabidurí­a como mujer amiga, a la vera del camino, en las entradas de la ciudad (Prov 8,1-2), hablando como Dios (desde Dios) a sus amigos, invirtiendo la acción de la prostituta: «A vosotros, oh hombres, os llamo, a los hijos de Adam [= ser humano] me dirijo: aprended sagacidad los inexpertos, aprended cordura los necios… Yo, Sabidurí­a, soy vecina de la sagacidad y busco la compañí­a del conocimiento… Por mí­ reinan los reyes y los prí­ncipes dan leyes justas… Yo amo a los que me aman, y los que madrugan por mí­ me encuentran. Yo traigo riqueza y gloria, fortuna copiosa y bien ganada; mi fruto es mejor que el oro puro y mi renta vale más que la plata… Yahvé me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquí­simas. En un tiempo remotí­simo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los océanos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas… Cuando poní­a un lí­mite al mar, y las aguas no traspasaban sus mandatos, cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como aprendiz, yo era su encanto; jugaba con la bola de la tierra, disfrutaba con los hijos de Adán» (cf. Prov 8,4-31). Este es uno de los pasajes que más han influido en la cristologí­a antigua (elaborada por los cristianos helenistas), que han identificado a Jesús con la Sabidurí­a creadora de Dios, que le acompaña desde el principio como amiga-compañera. Esta Sabidurí­a es la expresión femenina de Dios, una especie de encarnación de su amor. No somos nosotros los que hemos inventado la búsqueda de Dios, la tensión fuerte del amor, como a veces se supone. Al contrario, con rostro y palabra de amor, nos invita esta Mujer-Sabidurí­a: ella misma ofrece su enseñanza personal de vida. Estos son sus rasgos más profundos (cf. Prov 8,22.31): (a) Yahvé me estableció. La palabra aquí­ empleada (= qanani) es enigmática: puede aludir a la generación (como si Yahvé fuera su padre/madre) o a un tipo de adquisición (como si Dios en el principio hubiera comprado/poseí­do a su Sabidurí­a). He traducido de modo genérico: me estableció… Revelación y presencia original de Dios con rostro de mujer: eso es la Sabidurí­a, (b) Fui engendrada. Estamos ante un pasivo divino (= holaltti): Dios mismo ha engendrado, en claro simbolismo maternal, a la mujer-sabidurí­a, en el principio de los tiempos. Todo el mundo es derivado: sólo más tarde han surgido los océanos y montes, los abismos de la tierra y los poderes de la bóveda celeste… En el origen, como expresión fundante de Dios, ha emergido su Sabidurí­a. (c) Jugaba en su presencia. La misma Sabidurí­a, establecida y engendrada en el principio (como revelación primera, Hija querida de Dios), se presenta ahora como aprendiz y encanto de su vida. Más allá de la razón demostrativa que busca el orden lógico y acaba cansando a los humanos, se desvela aquí­ un Dios superior, que es fuente y misterio de gozo: no ha suscitado el mundo por deber, por cálculo económico, por motivos lucrativos, sino por alegrí­a. Dios siente placer, goza ante el encanto de su Sabidurí­a; con ella disfruta: como gran maestro se recrea con el aprendiz que le acompaña, como un amante se emociona con la mujer querida en cuyo nombre y bajo cuya inspiración hace todas las cosas.

(2) Proverbios. Experiencia amorosa, experiencia estética. Hemos visto los motivos fundamentales del canto de la Mujer/Sabidurí­a en Prov 8. Sin duda ella ofrece rasgos de diosa, en la lí­nea de las grandes figuras femeninas de Egipto, Siria y Mesopotamia; pero no tiene entidad independiente: no se puede separar del Dios Yahvé, como otro Dios, a su lado. Tampoco es una simple personificación, un modo de hablar, un motivo estético-literario sin ningún apoyo en la realidad. Ella ha desbordado los esquemas racionales precedentes: es una Revelación originaria de Dios. La Sabidurí­a aparece así­ como realidad creada e increada: es signo de Dios siendo, a su vez, un elemento de este mundo; es principio y consistencia del cosmos, modelo y compañera de los hombres. Significativamente, ella ofrece rasgos de mujer. Se suele afirmar que lo femenino es receptivo: es pasividad, escucha silenciosa; pues bien, en contra de eso, esta Mujer/Sabidurí­a actúa, invita y pone en movimiento la existencia de lo humano. En ese contexto culmina el aspecto estético: allí­ donde la Sabidurí­a resulta más intensa, allí­ donde parece que triunfa la razón hallamos algo que es más que racional: el gozo de Dios haciendo gozar a los humanos, el juego de belleza que se expresa como fuente de todo lo que existe. Un artista como Miguel Angel ha podido interpretar con gran belleza estas palabras en el fresco de la creación de la Sixtina, en el Vaticano: del hueco abierto por el brazo izquierdo del Dios/varón emerge la Mujer/Sabidurí­a. Ella es un elemento del misterio divino: Dios la mira y al mirarla, mirándose a sí­ mismo, puede expandir el otro brazo para suscitar el mundo humano, el Adán en quien se encuentran condensados/culminados los cielos y la tierra, las montañas y las aguas de este cosmos. La tradición teológica cristiana ha reelaborado nuestro texto, aplicándolo a Jesús, Hijo de Dios, en su condición de ser divino y principio de lo humano. Para los judí­os esta Dama/Sabidurí­a es signo del cuidado amoroso del Dios que llama a los humanos y les ama (acoge) como hace una mujer amante. Quizá pudiéramos terminar diciendo que esta Mujer/Sabidurí­a es la verdad del paraí­so (cf. Gn 2-3). El tesoro de Dios es la humanidad representada en esta mujer: ella es el mismo Dios que aparece como Edén para los hombres. Difí­cilmente podrí­a haberse hallado imagen más bella: Dios se define como mujer/sabidurí­a/esposa que llama a los hombres y mujeres, invitándoles a com partir gozo y belleza; al mismo tiempo, es madre buena que les ofrece la palabra educadora (cf. Prov 8,32). Las dos imágenes (madre y esposa) se implican y completan sin dificultad en plano simbólico. Dos amores (Dama Sabidurí­a, Locura de muerte) llaman al pobre, inexperto, ser humano. Pequeños nos ha hecho Dios: capaces de ser engañados por una voz de muerte. Pero también nos hace inmensamente grandes: capaces de acoger la Sabidurí­a del misterio de su vida revelada como gracia femenina creadora.

(3) Eclesiástico. Israel, pueblo de la Sabidurí­a. Asumiendo los rasgos fundamentales de la visión anterior, en la que Dios mismo aparece como Sabidurí­a, el libro del Eclesiástico o Ben Sira (siglo III a.C.) habla del Dios/Sabidurí­a que se revela en la estructura nacional israelita, de tal forma que podemos hablar de una cuasi-encarnación del mismo Dios en su ciudad o/y pueblo. El texto que comentamos se divide en tres partes: la primera presenta a la Sabidurí­a en Dios, la segunda la descubre en el pueblo; la tercera en el Libro de Ley: [1. Sabidurí­a creadora]. «La Sabidurí­a (Sophia) se alaba a sí­ misma, se glorí­a en medio de su pueblo, abre su boca en la asamblea del Altí­simo y se glorí­a delante de su Postestad (dynarneos autou). Yo salí­ de la boca del Altí­simo y como niebla cubrí­ la tierra, yo habité en el cielo poniendo mi trono sobre columna de nubes, (yo) sola rodeé el arco del cielo y paseé por la hondura del abismo y regí­ las olas del mar y los continentes y todos los pueblos y naciones» (cf. Eclo 24,1-6). [2. Sabidurí­a que habita en Israel]. «Por todas partes busqué descanso y una heredad donde reposar. Entonces el Creador [= Ktistés] del universo me ordenó, mi Creador (ho Ktisas me) hizo reposar mi tienda y dijo: habita en Jacob, sea Israel tu heredad. En el principio, antes de los siglos, me creó, y por los siglos, nunca cesaré. En la Santa Morada, en su presencia, ofrecí­ culto, y así­ fui establecida en Sión, en la ciudad amada (escogida) me hizo descansar, y en Jerusalén reside mi poder. Eché raí­ces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad» (Eclo 24,8-12). [3. Sabidurí­a presente en la Ley], «Venid a mí­ los que me amáis y saciaos de mis frutos; mi recuerdo es más dulce que la miel y mi herencia mejor que los panales. El que me come tendrá más hambre, y el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no se avergonzará y el que me pone en práctica no pecará… Todo esto es el Libro de la Alianza del Dios Altí­simo, la ley que nos mandó Moisés, como heredad para las comunidades (synagógais) de Jacob» (Eclo 24,19-24). Esta Sabidurí­a no aparece ya como buena mujer ante las puertas de aquellos que van a la ciudad (cf. Prov 8,1-3), sino que tiene una cátedra más alta e influyente: habla desde Dios; más aún, ella habla ante todos los seres, incluido el mismo Dios. Su palabra es revelación del misterio. Así­, el principio del texto (Eclo 24,1-6) asume los temas de Prov 8,2231, aunque procura evitar los términos ambiguos o menos conformes con la teologí­a oficial israelita: el hecho de que la Sabidurí­a haya sido engendrada por Dios (de forma fí­sica, materna), los tonos lúdicos de juego y gozo que ella despliega ante el misterio divino… Ben Sira, el autor del Eclo, es un hombre que sabe medir sus formulaciones, situándolas en lí­nea de tradición bí­blica previa. Por eso se limita a decir que la Sabidurí­a brota de la boca del Altí­simo, apareciendo como Palabra y Espí­ritu de Dios (cf. Gn 1,2), siendo, al mismo tiempo, niebla o nube sagrada, conforme a un motivo clásico de la tradición israelita: ella es la nube de Dios que guí­a al pueblo por el desierto y que llena el templo (cf. 1 Re 8,10-11).

(4) Sabidurí­a del pueblo, Sabidurí­a de la Ley (Eclo 24,8-12). La Sabidurí­a habita en el cielo (Eclo 24,4) y fundamenta (da sentido y consistencia) a todo lo que existe; pero, en contra de Prov 8,22-31, nuestro texto no resalta la presencia cósmica de Dios, sino su acción en la historia de Israel, (a) En el pueblo (Eclo 24,8-9). La Sabidurí­a de Dios halla descanso en Jacob/Israel, utilizando una terminologí­a que evoca la experiencia fundante del Deuteronomio: Israel es pueblo teóforo, portador de Dios. El eterno Dios se revela en Israel para siempre y por eso Israel debe durar por siempre: la presencia de la Sabidurí­a de Dios en el pueblo de Dios será el motivo central de la teologí­a del judaismo posterior, (b) En ciudad y templo (Eclo 24,10-11). Los valores del pueblo (24,4) se concentran ahora en el templo o Santa Morada que se simboliza por Sión, la ciudad escogida, amada (égapemené). Estas son ahora las señales del descanso de Dios: santuario, culto religioso. Lo que Prov 8 habí­a presentado como identidad femenina (Dios/amada), que sostiene y pacifica al ser humano, se convierte en experiencia de identidad del pueblo. La Sabidurí­a se revela como principio de elección y amor nacional: Dios se expresa en Sión, su muy Amada; allí­ encuentra su placer y su descanso. De esta forma se reinterpreta en clave israelita la experiencia más honda del gozo de Dios de Prov 8,31-31. Lo que era erotismo/juego cósmico aparece ahora como sábado de intensa liturgia nacional. El último verso de esta parte (Eclo 24,12) culmina y ratifica todo lo anterior: la Sabidurí­a de Dios es como un árbol de vida bien plantado en medio de su pueblo, en su propia heredad: las naciones buscan otro tipo de valores (militares, polí­ticos, raciales…); los israelitas cultivan el árbol de la Sabidurí­a de Dios y así­ aparecen como vivientes paraí­sos (cf. Gn 2-3). (c) En la Ley (Eclo 24,23-29). El himno propiamente dicho (cf. Eclo 24,3-22) ha terminado. Las palabras de revelación, posiblemente elaboradas sobre un modelo cercano a Prov 8, han concluido. Ahora empieza otro lenguaje, de tipo explicativo, propio de un narrador que añade: todo esto es el libro… (Eclo 24,23). Antes (Eclo 24,812) la Sabidurí­a de Dios se vinculaba a las instituciones del pueblo (ciudad, templo…). Ahora se condensa y precisa en una Ley de vida social y religiosa. El templo y la ciudad pueden destruirse (como sucederá en el 70 d.C.); mientras el Libro/Ley exista y mantenga su valor habrá pueblo israelita. Esta visión de la Sabidurí­a constituye una especie de justificación de Dios o teodicea. Un pueblo necesita principios de identificación e Israel los ha encontrado: tiene un Libro sagrado y una Ley que regula su vida. Libro y Ley son señal y presencia de Dios sobre la tierra. Esto es la Sabidurí­a: palabra de gozo, plenitud de la existencia. Ben Sira, el buen escriba, ha dicho esa palabra: ha descubierto la verdad de Dios en el libro de la Ley/Sabidurí­a. Este es el tesoro de Israel, su riqueza y distinción entre los pueblos. Estamos al comienzo de lo que será la esencia del futuro y eterno judaismo: son judí­os aquellos que, sabiéndose elegidos por Dios como pueblo con templo (cf. Eclo 24,812), descubren la presencia de ese Dios en su Libro/Ley; en ella meditan, de ella viven, en ella esperan, descubriéndose felices para siempre. Este es signo de Dios: su Libro eterno (encarnado para los cristianos en Jesús).

(5) Libro de la Sabidurí­a. Un intento de definición. El libro de la Sabidurí­a, escrito en los años que preceden o siguen al nacimiento de Jesús, ofrece la definición más extensa y precisa de la Sabidurí­a de Dios, en una lí­nea esencialista: «Ella [Sophia] es un espí­ritu inteligente (pneuma noeron), santo, múltiple, sutil, móvil, penetrante, inmaculado… incoercible, benéfico, amigo del hombre… Es efluvio del poder divino [= atmis tés ton Theou Dynameós], emanación purí­sima de la Gloria (doxa) del Omnipotente; por eso, nada inmundo se le pega. Es reflejo de la luz eterna, espejo muy puro de la energí­a divina e imagen de su bondad. Siendo una sola cosa todo lo puede; sin cambiar en nada renueva el universo; y entrando en las almas buenas de cada generación va haciendo amigos de Dios y profetas, pues Dios no ama a nadie si no habita en él la Sabidurí­a» (Sab 7,22-28). Tres son los rasgos que definen la Sabidurí­a: (a) es expresión del poder divino, revelación/presencia de Dios hecha cercaní­a y realidad fundante de todo lo que existe; (b) es sentido de la creación, espí­ritu y hondura de las cosas; (c) dirige la historia y así­ actúa y se explí­cita a lo largo del camino israelita, para bien de los humanos. El esquema de fondo puede ser helenista: hay rasgos y expresiones que se encuentran en la filosofí­a del ambiente, pero el contenido profundo del texto es israelita, porque pone de relieve la historia de los hombres. Al servicio de esa historia, como presencia divina y hondura de la vida humana, como sentido original del cosmos, aparece ella, la Sabidurí­a, que actúa y se expresa a lo largo de la historia israelita.

(6) Sabidurí­a, historia de amor e inmortalidad. Al servicio de esa historia, como presencia divina y hondura de la vida humana, aparece la Sabidurí­a como amigo/amiga de los hombres, representados por Salomón, que dice: «A ella la quise y la busqué desde muchacho, intentando hacerla mi esposa, convirtiéndome en enamorado de su hermosura. Al estar unida (symbiósis) con Dios, ella muestra su nobleza, por que el Dueño de todo la ama… Por eso decidí­ unirme con ella, seguro de que serí­a mi compañera en los bienes, mi alivio en la pesadumbre y la tristeza» (Sab 8,1-2; 9). La vida entera se define, según esto, como proceso afectivo, como un amor a la Sabidurí­a de Dios. Está en el fondo el simbolismo del Banquete de Platón, con el ascenso amoroso hacia las fuentes de toda realidad (el Bien Supremo). Pero hay una diferencia: el entusiasmo divino parece que lleva a los platónicos más allá del mundo; Salomón, en cambio, se introduce con más fuerza en este mundo. Pero no se debe exagerar la diferencia. El sabio de la República platónica, transformado por la suma de amor, puede gobernar con justicia a los humanos. El Rey israelita, enamorado desde joven de la sabidurí­a superior, descubre en ella su gozo (disfruta) y gobierna con su ayuda. No es perfecto aquel que se clausura en contemplación intimista, aislado del mundo, sino el que escucha el misterio de Dios (Sabidurí­a), desde el mismo mundo, dejando que ella le emocione, fortalezca y transforme. Desde esa base podemos decir (con Sab 7,22-28) que ella es efluvio del poder divino, emanación de la gloria de Dios… Descubrimos así­ que ella es el mismo Dios en cuanto amable; hay en nuestro corazón un gran vací­o: estamos hechos para Dios, a él le buscamos en camino amoroso. Conforme a esta visión de la Sabidurí­a, la vida del hombre es un regalo de Dios que sobrepasa las fronteras de la muerte y nos sitúa ante la vida como gracia: «Esto pensaba en mi interior, reflexionando en mi corazón: la inmortalidad consiste en emparentar con la Sabidurí­a: en su amistad hay un doble deleite y en el trabajo de sus manos hay riqueza inagotable; su trato asiduo es prudencia; conversar con ella es celebridad…» (Sab 8,17-18). El ser humano es mortal en sí­ (no es Dios), pero alcanza la inmortalidad al relacionarse con la Sabidurí­a: ella le eleva de nivel, le cambia y pone sobre un plano de vida/amor donde la muerte se encuentra ya vencida (superada).

Cf. AA.W., La Sagesse de VAnden Testament, BETL 51, Lovaina 1979; L. ALONSO SCHí“KEL y J. VíLCHEZ, Proverbios, Cristiandad, Madrid 1984; P. E. BONNARD, La Sagesse en Personne annoncé et venue, Jesi’is-Christ, Cerf, Parí­s 1966; B. LANG, Frau Weisheit. Deutung einer biblischen Gestalt, Düsseldort 1975; B. L. MACK, Logos und Sophia, Vandenhoeck, Gotinga 1973; G. SCHIMANOWSKI, Weisheit, WÜNT 17, Tubinga 1985; X. PIKAZA, Dios judí­o, Dios cristiano, Verbo Divino, Estella 1997; E. SCHÜSSLER FIORENZA, La senda de Sofí­a. Hermenéutica feminista crí­tica para la liberación, Sal Terrae, Santander 2005; J. VíLCHEZ, Sabidurí­a, Verbo Divino, Estella 1990.

SABIDURíA
3. Jesús

(-> Jesús). Jesús ha sido profeta escatológico y carismático. Pero al mismo tiempo ha venido a presentarse como portador de la Sabidurí­a de Dios. Otros personajes de la tradición bí­blica y parabí­blica, como Daniel* y Henoc*, aparecí­an como sabios en secretos celestiales: así­ pudieron revelar los grandes misterios de los astros, el orden y camino de las edades del futuro. Pues bien, en contra de eso, Jesús ha sido sabio de las cosas cotidianas: ha iluminado la vida de los pobres y los niños, ha ofrecido una palabra y luz de Dios a los marginados de la sociedad.

(1) Jesús, inversión de la Sabidurí­a. En general, los sabios antiguos acabaron siendo apocalí­pticos estrictos (portadores de secretos angélicos) o hermeneutas elevados (casi metafí­sicos) del misterio de Dios, en la lí­nea de los textos sapienciales de Israel (sabidurí­a* 2). Pues bien, en contra de eso, para Jesús, profeta sabio de la vida cotidiana, la Sabidurí­a de Dios se identifica con la libertad y despliegue amoroso de la vida de los hombres. De manera normal, la Sabidurí­a sirve para justificar aquello que existe, es decir, el orden económico y social, el poder de los jerarcas religiosos del entorno. De esa manera, Eclo 24 sacralizada el orden de Israel (su ciudad, ley y templo), y Sab ratificaba en nombre de Dios la historia israelita. Pues bien, en contra de esa tendencia sacralizadora del orden actual, Jesús invierte el sistema sacral de Israel y desenmascara la violencia organizada de sacerdotes y jerarcas polí­ticos, que convierten al mismo Dios en signo y garante de su fuerza. Sabiendo que el tiempo de la violencia del poder (el mundo viejo) ha terminado, Jesús puede presentarse y se presenta como portador de una Sabidurí­a no violenta que proviene de Dios, haciendo que hombres y mujeres puedan entenderse y acogerse mutuamente, en amor gratuito. (2) Jesús ha sido un sabio radical, porque ha invertido la visión patriarcalista de Dios. La tradición sapiencial ha puesto de relieve el aspecto femenino de Dios, tanto en Prov como en Sab: la Sabidurí­a es como madre-amiga y amante-esposa que invita a los hombres al amor más hondo. Pero luego, ese mismo judaismo ha tendido a presentarse como patriarcalista, es decir, como defensor del poder de los varones. Pues bien, en contra de eso, al actuar como portavoz del Dios de la Sabidurí­a, Jesús ha podido superar el estilo patriarcal del matrimonio (cf. Mc 12,16-27 par), lo mismo que el poder masculino del divorcio (Mc 10,29 par) o la estructura jerárquica y cerrada de la familia (cf. Lc 12,51-53 par; 14,26; Mc 3,31-35). Sobre esa base se entienden sus parábolas, que superan el esquema clasista de los sabios que quieren situarse en un plano superior, para dominar y dirigir desde arriba a los restantes hombres y mujeres. Para Jesús no hay sabios por encima de los ignorantes, ni hombres por encima de las mujeres, ni ricos por encima de los pobres, sino hombres y mujeres concretos, que comparten la vida y pueden abrirse de un modo directo a la gracia de Dios, superando así­ las instituciones clasistas de la sociedad establecida. Al destacar este plano sapiencial de su mensaje, recuperando elementos del Evangelio de Tomás*, del documento Q* y de los mismos sinópticos, podemos afirmar que Jesús ha sido un sabio contracultural, experto en parábolas, un hombre paradójico, capaz de ver las cosas desde el otro lado, es decir, desde una perspectiva contraria a los dogmas del sistema polí­tico y social del entorno. No ha sido un sabio al servicio del sistema, del templo o la polí­tica, de los ricos o ilustrados de su pueblo, sino un sabio independiente, al servicio de los expulsados del sistema, es decir, de los enfermos y marginados, de los impuros y niños, de las mujeres y leprosos.

(3) Sabidurí­a del sistema, Sabidurí­a de los pobres. Hay una sabidurí­a del sistema, elaborada para defender los poderes establecidos, es decir, el orden del Todo, que tanto los filósofos griegos como los polí­ticos romanos interpretaron como realidad divina o sagrada. Esta es la sabidurí­a del poder, legalizada por los pensadores legales, sacralizada por los sacerdotes sagrados. Pues bien, en contra de eso, sin rechazar de un modo frontal las estructuras del imperio (dad al césar lo del césar: Mc 12,17), Jesús ha venido a presentarse como sabio, pero desde el margen del poder establecido, es decir, desde los excluidos del sistema. Son ellos, los pobres y perdidos, los marginados e impuros, los que reflejan el misterio de Dios, su amor creador. Todo su proyecto de Reino ha sido un proyecto y camino de Sabidurí­a. Al presentar a Jesús como portador de la Sabidurí­a de Dios no estamos planteando una verdad metafí­sica, sino mostrando y descubriendo el sentido de su mensaje y de su acción liberadora. Jesús nos ha mostrado, con su Sabidurí­a práctica, que en el principio de toda verdad está la acción del amor o, mejor dicho, el encuentro personal. No hay una verdad independiente de la vida, no hay una sabidurí­a desligada del amor y de la comunión entre personas. Por eso debemos añadir que Jesús no habla de la Sabidurí­a de Dios, sino que se presenta como Sabidurí­a de Dios, viniendo a mostrarse como portador de un amor liberador al servicio de los más pequeños, de los expulsados del sistema.

(4) Sabidurí­a liberadora. Cuando le preguntan «¿eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?», Jesús responde: «Id y contad a Juan lo que oí­s y veis: los ciegos recobran la vista y los cojos caminan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, y los muertos resucitan y los pobres son evangelizados; y bienaventurado quien no se escandaliza de mí­» (Mt 11,3-6). La Sabidurí­a de Jesús se identifica con su acción liberadora, en la lí­nea de las profecí­as de Is 35,5-6; 42,1; 61,1: no es una teorí­a que nos hace comprender cosas en abstracto, ni un tipo de obra exterior impositiva (como quieren los griegos y judí­os, según Pablo: 1 Cor 1), sino la misma acción liberadora en favor de los expulsados y marginados del sistema. Jesús es sabio porque es liberador: porque conoce penetrando en el dolor del mundo; conoce curando a los enfermos e impuros. Lógicamente, esta Sabidurí­a de Jesús suscita un escándalo mesiánico, que ha venido a reflejarse en su lamento: «Â¡Ay de ti Corozaí­m!, ¡ay de ti Betsaida!, porque si en Tiro y Sión se hubieran hecho los signos que se han hecho en vosotras…» (Mt 11,2024). Las ciudades galileas no han querido aceptar el poder liberador de la Sabidurí­a de Jesús, que viene a reve larse precisamente ahora, cuando él llama a los hombres, como portador de un mensaje de Dios. La Sabidurí­a no es ya una figura imprecisa de tipo poético, como la Dama de Prov 8, Eclo 24 o Sab, sino el mismo Jesús históricopascual (como sabe 1 Cor 1,30). Desde esa perspectiva queremos comentar sus palabras principales.

(5) Revelación de la Sabidurí­a del Padre a los pequeños: «En aquel tiempo, Jesús exclamó (respondió) y dijo: Yo te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, pues has ocultado esto a sabios y entendidos y lo has revelado a los pequeños. Sí­, Padre, pues que ésta ha sido tu voluntad» (Mt 11,25-26). Frente a los sabios y entendidos, representados por los orgullosos galileos del pasaje precedente (Mt 11,20-24), se elevan ahora los «pequeños» que han acogido la palabra de Jesús. La revelación salvadora de la Sabidurí­a bondadosa del Padre (su apocalipsis) se expresa en esta confesión de Jesús que da gracias al Padre, en gesto de admiración religiosa. Nos hallamos ante un verdadero misterio: la manifestación de Dios rompe la dinámica religiosa de una sabidurí­a de grandeza (vinculada al sistema de poderes del mundo) que se encarna en las ciudades galileas (presumiblemente orgullosas porque piensan conocer las Escrituras). Frente a ellas eleva Jesús, por gracia de Dios, a los pequeños que escuchan su Palabra y que reciben así­ la verdadera Sabidurí­a de Dios. En este contexto, al presentar a Dios como Padre, señor del cielo y de la tierra, Mt ha enraizado la teologí­a en el más radical monoteí­smo israelita: su Sabidurí­a salvadora es culmen de la revelación bí­blica.

(6) La Sabidurí­a es comunión. Pues bien, la verdad más honda de esa Sabidurí­a (que los sabios de este mundo no han logrado conocer) se identifica con el amor y comunión entre Jesús y el Padre: «Todo me ha sido entregado por mi Padre: y nadie conoce al Hijo, sino el Padre; y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar» (Mt 11,27). La revelación de la Sabidurí­a de Dios a los pobres y pequeños se encuentra vinculada a la vida y obra de Jesús, que ahora actúa como Hijo, internamente unido al Padre, que le conoce y comparte con él su ser entero: Jesús aparece así­ como revelación salvadora. No es maestro o transmisor de una Ley que permanece fuera de él, sino Revelador de su propia vida, de su encuentro de amor con el Padre. La Sabidurí­a de Jesús no es una teorí­a separada de su vida, sino su misma unión de amor con el Padre, su acción liberadora en favor de los excluidos del viejo sistema del mundo. Jesús no revela cosas o verdades, se revela a sí­ mismo, al desplegar ante los hombres el camino de su conocimiento de amor con el Padre, en intimidad profunda, en donación total. Esta es la Sabidurí­a (el amor mutuo), éste es el conocimiento verdadero, la comunión personal de vida con el Padre, y de los hombres entre sí­. La Sabidurí­a de Jesús tiene un carácter dialogal: ambos, Padre e Hijo (Dios y Jesús), existen dándose uno al otro, conociéndose (en ambos casos se repite la palabra conocer en el sentido bí­blico de comunicarse de manera personal, como esposo con esposa, como padre con hijo). Esta es la Sabidurí­a de Cristo: el amor mutuo, la entrega de la vida, en comunión gratuita, gozosa, creadora, entre Padre e Hijo (o entre amigo y amigo). Como principio de toda realidad hallamos ahora este amor de comunión que se identifica con la Sabidurí­a de Dios en Cristo. En el principio se halla el Padre que se entrega a Jesús (le da todo su ser, su vida y alma) no sólo aquello que tiene, sino su mismo ser y entraña. Pues bien, de manera correspondiente, expandiendo su Sabidurí­a de forma misionera, Jesús ofrece o revela lo que él tiene (su conocimiento de Dios) a quienes él desea, es decir, a quienes aceptan el mensaje de su Evangelio (cf. Mt 28,16-20).

(7) La llamada de la Sabidurí­a. «Venid a mí­ todos los agotados y cargados, pues yo os aliviaré. Cargad con mi yugo, y aprended de mí­, que soy manso y humilde de corazón, pues hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga es ligera» (Mt 11,28-29). Jesús ocupa aquí­ el lugar de la Dama-Sabidurí­a de Prov o Sab. Allí­ era una figura celeste en forma de mujer la que llamaba, queriendo atraer a su amor a los hombres. Aquí­ es Jesús quien llama, como mensajero y portador de esa Sabidurí­a de Dios, revelador de un amor personal, de un encuentro de gracia compartida, que viene de Dios y transforma a los hombres. En ese sentido, en la lí­nea de Eclo 24, podemos decir que Jesús es la Ley verdadera, pero no como exegeta, que la interpreta desde fuera, sino como Sabidurí­a personal del mismo Dios. Desde este contexto, podemos afirmar que el Jesús de Mt puede aceptar y acepta la Ley judí­a (cf. Mt 5,17-19), pero la interpreta desde la perspectiva de la Sabidurí­a, viniendo a presentarse como encarnación personal de esa Ley y Sabidurí­a de Dios.

(8) Jesús resucitado, Sabidurí­a de Dios. Así­ puede hablar y habla a los pretendidos sabios que le han rechazado: «He aquí­ que Yo os enví­o profetas, sabios y escribas, y de ellos mataréis, crucificaréis y azotaréis a algunos en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad. Para que caiga sobre vosotros toda la sangre de los justos, derramada sobre la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarí­as…» (Mt 23,34-35). Este es uno de los textos más misteriosos de la tradición bí­blica. El que habla es el mismo Jesús, Sabidurí­a personificada y pascual, que sigue guiando desde su gloria la historia de los hombres (en el paralelo de Lc 11,51 es la misma Sabidurí­a de Dios la que dice estas palabras). Jesús, Sabidurí­a de Dios, habla a través de sus mensajeros (profetas, sabios, escribas) a los que enví­a indefensos sobre un mundo violento. También ellos, sus enviados, están dispuestos a morir, a dejarse matar como el Maestro (Jesús Sabidurí­a), mostrando así­ que son emisarios de su Sabidurí­a pascual, Sabidurí­a de Cruz y de Resurrección, como sabe Pablo en 1 Cor 1,30, donde presenta a Jesús como «sabidurí­a, justicia, santidad y redención de Dios». Sólo estos mensajeros asesinados por razón del Evangelio pueden ser y son los verdaderos sabios de Jesús, portadores de una Sabidurí­a de la vida.

Cf. P. E. BONNARD, La Sagesse en Personne annoncé et venue, Jesús-Christ, Cerf, Parí­s 1966; J. D. CROSSAN, Jesús. Vida de un campesino ¡lidio, Crí­tica, Barcelona 1994; El nacimiento del cristianismo, Sal Terrae, Santander 2002; B. MACK, El Evangelio perdido. El documento Q, Martí­nez Roca, Barcelona 1994; E. SCHÜSSLER FIORENZA, Cristologí­a feminista crí­tica: Jesi’is, hijo de Miriam, profeta de la sabidurí­a, Trotta, Madrid 2000; M. J. SUGGS, Wisdom, Christology and Law in Mattliew†™s Cospel, Harvard University Press 1970; B. WITHERINGTON, The Jesús Quest. The Third search for the jew of Nazaret, Paternóster, Carlisle 1995; Jesús the Sage. The Pilgrimage of Wisdom, Fortress, Mineápolis 1994.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: Introducción. I. Terminologí­a. II. Las formas de expresión. III. Sabidurí­a del medio Oriente no bí­blico: 1. Las listas; 2. Las antiguas colecciones de sentencias; 3. Otros textos: a) Textos anteriores a la Biblia, b) Textos contemporáneos del AT, c) Textos de principios de la era cristiana; 4. ¿Qué es la sabidurí­a?; 5. La Biblia y las sabidurí­as paganas. IV. La sabidurí­a bí­blica: 1. Los libros sapienciales; 2. En los otros libros bí­blicos: a) En el AT, b) En el NT: Jesús maestro de sabidurí­a. V. Origen de la sabidurí­a en Israel: 1. Salomón, modelo de los sabios; 2. Escribas y escuelas; 3. Origen popular de la sabidurí­a. VI. El fin de la sabidurí­a. VII. La actitud de los sabios: 1. El consejo; 2. Los lí­mites de la sabidurí­a; 3. La sabidurí­a de Dios; 4. El problema de la retribución; 5. Una reflexión sobre la historia de la salvación. VIII. La personificación de la sabidurí­a en el AT.: 1. Los textos: a) Job 28, b) Prov 8-9, c) Si, d) ,4, e) Sab 6-9; 2. Interpretación. IX. Jesús y la Sabidurí­a en el NT. 1. En los evangelios sinópticos; 2. En san Pablo; 3. En san Juan; 4. Interpretación.

INTRODUCCIí“N. La sabidurí­a es un fenómeno que encontramos en todos los pueblos y en todos los tiempos. Sin embargo, hasta hace algunos decenios, la sabidurí­a bí­blica habí­a sido poco tomada en consideración. Los padres de la Iglesia hablaron poco de ella, lo mismo que los grandes teólogos del medievo, mientras que los grandes comentaristas de los siglos xvi y XVII se interesaron más por ella, seguidos, en el siglo xix, por los fundadores de la exégesis histórico-crí­tica moderna, aunque sin conseguir suscitar el interés que hay en nuestra época. La razón de esta escasa consideración por la corriente sapiencial bí­blica se explica en parte por el hecho de que la cultura occidental, en la cual se ha desarrollado sobre todo el cristianismo, concedió mayor atención a la filosofí­a y a las ciencias, mientras que la sabidurí­a popular, que también en Occidente se expresa en proverbios y otras formas, ha permanecido en el estadio de transmisión puramente oral, con lo cual en Occidente los proverbios no tienen otra función que adornar el estilo. La situación ha cambiado con el descubrimiento, a partir del siglo xlx, de las literaturas sapienciales de Mesopotamia y sobre todo de Egipto, hasta entonces desconocidas. Su afinidad con la sabidurí­a bí­blica fue una auténtica revelación. Además, el descubrimiento, sobre todo en el siglo xx, de las sabidurí­as orales africanas, cuya puesta por escrito es cada vez más urgente, ha servido para aumentar el interés actual por la sabidurí­a bí­blica, de la cual pudieran iluminar algunos aspectos, en particular su origen, función y significado. También la figura de la Sabidurí­a personificada (siempre con S mayúscula), que la Iglesia no ha olvidado nunca del todo en virtud de su nexo con la cristologí­a, se ha beneficiado, a partir de investigaciones renovadas de los recientes descubrimientos, de explicaciones cada vez más precisas, cuyo alcance teológico y espiritual no se puede ciertamente descuidar.

I. TERMINOLOGíA. Los términos sabidurí­a, sabio, se derivan, de un modo o de otro, de las voces latinas sapiencia, sapiens, que a su vez proceden del verbo sapere: gustar, percibir, comprender, saborear.

En la Vulgata, sapientia y sapiens traducen habitualmente los términos griegos de la versión de los Setenta y del NT sophí­a y sophós, cuya raí­z es de etimologí­a desconocida.

En los Setenta estos términos griegos traducen generalmente las palabras hebreas derivadas de la raí­z hkm, presente en la mayor parte de las lenguas semí­ticas: hokmah, sabidurí­a, y hakam, sabio.

En la Biblia hebrea, la raí­z hkm se usa 318 veces, a las cuales es preciso añadir otros 50 casos en los fragmentos hebreos de Si. En realidad, los vocablos hebreos hakam y hokmah se utilizan sobre todo en los libros sapienciales: Job, Prov, Qo, Si. En los Setenta, comprendiendo el libro de la Sabidurí­a, ocurre lo mismo para las voces griegas sophós y sophí­a.

En el NT sophí­a se usa 50 veces, y 20 sophós, con una concentración particular en iCor 1-3.

Junto a estos términos fundamentales, el hebreo y el griego utilizan también otras voces, que se aproximan por el significado. Así­, por ejemplo, encontramos los siguientes binomios: sabidurí­a y saber (da’at, gnósis: Pro 2:6; Pro 30:3; Qo 1,16-17; 2,21-26; 9,10; Col 2:3), sabidurí­a e inteligencia (binah o tebúnah, synesis: Deu 4:6; Pro 24:3; Sir 14:20; Isa 29:14; Jer 51:15; Col 1:9), sabidurí­a y educación (músar, paideí­a: Pro 1:2.7; Pro 15:33). El hecho de que la traducción no vierta siempre del mismo modo los términos hebreos denota una cierta fluidez en el vocabulario. Esta observación se ve corroborada por algunos textos, que acumulan términos de los cuales no es fácil establecer con precisión su sentido especí­fico. Por ejemplo: «Para conocer sabidurí­a y disciplina (músar)…, para adquirir destreza y agudeza (músar hasekel)…, para dar a los jóvenes la prudencia (‘ormah), al joven ciencia (da’at) y prudencia (mezimmah)…» (Pro 1:2-4); «Yo, la sabidurí­a, habito con la prudencia (‘ormah), he encontrado la ciencia de los consejos (da’at mezimmót), … a mí­ me pertenece el consejo (‘esah) y la habilidad (tusijah), mí­a es la inteligencia (binah), mí­a la fuerza (gebúrah)» (Pro 8:12.14); «Pero en él (Dios) sabidurí­a y fuerza (gebúrah), suyas son la perspicacia (‘esah) y la prudencia (tebúnah)» (Job 12:13); «Espí­ritu de sabidurí­a y de inteligencia (binah), espí­ritu de consejo (‘esah) y de fortaleza (gegúrah), espí­ritu de conocimiento (da’at) y de temor del Señor» (Isa 11:2).

De manera muy general se puede decir a la luz de esta terminologí­a que la sabidurí­a se adquiere a través de una educación progresiva, mira a una comprensión profunda y penetrante de lo real, y lleva a un «saber hacer», a un «saber vivir», cuyos valores morales, como, por ejemplo, el coraje, y religiosos, como el temor de Dios, no son exclusivos. En esto la sabidurí­a bí­blica no se distingue para nada de la sabidurí­a de cualquier pueblo de cualquier tiempo.

La sabidurí­a se dirige a los ingenuos, a gente infantil (peta’í­m: Pro 1:4.22.32). Se trata de personas sencillas, que manifiestan ligereza, y que por tanto son susceptibles de verse influidas por el bien y por el mal (Pro 9:4.16). El que tiene poca sabidurí­a es un necio, un obtuso (kesil; Pro 26:1-12); habla con atolondramiento; no es posible fiarse de él ni se consigue nada del mismo. Es un ser lleno de mezquindad, vil, innoble (nabal: Pro 17:7.21; Sir 4:2); obra sin pensar, desconsideradamente; sus modos son inconvenientes (Pro 30:32); es un insensato, un loco (ewí­l: Pro 10:8.14.21) y se le conoce por su hablar. Sir 21:11-22, 18 traza un cuadro delicioso del necio.

II. LAS FORMAS DE EXPRESIí“N. También las formas a través de las cuales se expresa la sabidurí­a son las mismas en todas partes. En la Biblia encontramos la forma del refrán: «Cual la madre, tal la hija» (Eze 16:44); «Piel por piel» (Job 2:44); «Médico, cúrate a ti mismo» (Luc 4:23); encontramos proverbios: «De los malos sale la malicia» (1Sa 24:14); «No se engrí­a quien se está ciñendo las armas como el que se despoja de ellas» (1Re 20:11 : cuatro palabras en hebreo); o también: «Los padres comieron agraces, y los dientes de los hijos sufren la dentera»(Jer 31:29; Eze 18:2). Junto a estas formas simples está luego el enigma, como el propuesto por Sansón: «Del que come salió comida, y del fuerte salió dulzura» (Jue 14:14); o también la fábula, como la de Jotán (Jue 9:7-15) ola de Joás: «El cardo del Lí­bano mandó a decir al cedro del Lí­bano: `Da tu hija por esposa a mi hijo’. Pero pasaron las fieras del Lí­bano y pisotearon el cardo» (2Re 14:9). Encontramos también el proverbio numérico, sobre todo en Pro 30:15-33; o la parábola, como la narrada por Natán a David (2Sa 12:1-4). A veces el texto se desarrolla en forma de relato, como la narración en prosa que abre y cierra Job [t Job II, 1]; el desarrollo puede aparecer también en forma de discurso muy elaborado, como, por ejemplo, en Prov 2; o incluso en forma de diálogo, como el poema de Job. Todas estas expresiones sapienciales, breves o largas, son llamadas por la Biblia hebrea maga/.
III. SABIDURíAS DEL MEDIO ORIENTE NO BíBLICO. Contrariamente a lo que se pensaba a principios del siglo pasado, la sabidurí­a bí­blica no es la más antigua. Se inserta dentro de una corriente que tiene sus raí­ces en Mesopotamia y en Egipto, donde los sabios, como por lo demás los de la Biblia, consignaron por escrito sus enseñanzas. Este consignar por escrito constituye una de las caracterí­sticas fundamentales de la sabidurí­a del medio Oriente.

1. LAS LISTAS. La primera etapa de esta sabidurí­a escrita fue probablemente la composición de listas llamadas onomásticas: a fin de hacer un inventario de su mundo, los autores de estas listas enumeraban, por categorí­as, los seres y las cosas que los rodeaban y que podí­an serles de utilidad. Así­ hicieron los sumerios y los egipcios. La Biblia atribuye a Salomón esta misma actividad, que marca el comienzo de la investigación cientí­fica: «Trató acerca de los árboles, desde el cedro del Lí­bano hasta el hisopo que brota en la pared; disertó acerca de los animales, de las aves, de los reptiles y de los peces» (1Re 5:13).
2. LAS ANTIGUAS COLECCIONES DE SENTENCIAS. La sabidurí­a mesopotámica y la egipcia son conocidas sobre todo por las colecciones que la arqueologí­a moderna ha permitido descubrir. Encontramos en ellas ante todo instrucciones transmitidas habitualmente por un rey a su heredero o por un escriba a su hijo. Estas instrucciones se componen ordinariamente de proverbios, que indican el comportamiento a seguir para triunfar en la vida o en el trabajo. El texto más antiguo proviene de los sumerios, y son las Instrucciones de Shuruppak. Este texto se remonta probablemente a mediados del tercer milenio; y se puede seguir su transmisión, a pesar de los muchos cambios, hasta finales del año 1000 a.C. En Egipto encontramos las Instrucciones del visir Ptah-Hotep a su hijo, que remontan igualmente a mediados del tercer milenio; del siglo xxii a.C. son las Instrucciones del rey al hijo Merikare; las del escriba Ani a su hijo remontarí­an a mediados del segundo milenio. Las Instrucciones del escriba Amenemope a su hijo, cuya fecha oscila entre el 1000 y el 600 a.C., podrí­an haber influido en el autor de la colección bí­blica de Pro 22:17-24, 22; finalmente, la enseñanza de Onkh-Sheshonq-qy podrí­a datar del siglo v a.C. Las colecciones de proverbios bí­blicos (Prov 10-31) se inscriben en esta corriente sumeria y egipcia, cuyos principales testimonios hemos recordado ya anteriormente.

3. OTROS TEXTOS. a) Textos anteriores a la Biblia. Mesopotamia y Egipto han transmitido también textos sapienciales en los cuales el discurso es de más amplios vuelos y está estructurado, y que contienen reflexiones sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre el sufrimiento y otros problemas humanos. En Egipto, la Disputa sobre el suicidio entre un hombre desesperado y su alma se remontarí­a a finales del tercer milenio; en cambio serí­a de principios del segundo milenio la Novela del campesino locuaz que reclama justicia y la Sátira de los oficios, donde Khety, por contraste, hace a su hijo Pepy el elogio del oficio de escriba. Este contraste se encuentra mucho más tarde en Sir 38:24-39, 11. También en Mesopotamia encontramos fábulas, entre ellas, en acádico, la del tamarisco y la palma, que se remonta al 1700-1600 a.C. El monólogo acádico conocido, por las primeras palabras del texto, como Ludlul bel nemeqi: «Quiero celebrar al señor de la sabidurí­a», presenta a un justo que sufre, comparable a Job, y provendrí­a de los años 1500-1200 a.C. También el Diálogo pesimista entre un amo y su siervo, que aprueba siempre los proyectos más contradictorios del primero, está escrito en acádico y no debe de ser muy anterior al año 1000.

b) Textos contemporáneos del A T. En el primer milenio tendrán gran resonancia dos obras. La primera viene de Grecia: Las obras y los dí­as, de Hesí­odo (siglo vul a.C.), es un poema didáctico, en el que se exaltan los valores del trabajo. Son posibles muchas aproximaciones entre esta obra y la literatura sapiencial del medio Oriente antiguo. La segunda es la Sabidurí­a de Ajicar, obra probablemente aramea (siglos vl-v a.C.), de la que se han encontrado grandes fragmentos en la comunidad judí­a de Elefantina, en Egipto. En ella se unen el griego Esopo y Tob (Sir 1:21-22; Sir 14:10). Ministro de Senaquerib y de Asaradón, Ajicar narra cómo, a causa de las intrigas del sobrino al que él habí­a formado en la sabidurí­a de los escribas, habrí­a él muerto de no ser porque el oficial que le habí­a arrestado consintió en ocultarlo. Vuelto a la gracia del rey, se le concedió castigar él mismo a su sobrino. La enseñanza que transmite Ajicar a este último es similar la de todas las colecciones antiguas del género: severa educación de los hijos, obediencia al rey, dificultades en las relaciones humanas, prudencia en las palabras y también alguna fábula.
c) Textos de principios de la era cristiana. Fuera de la Biblia, a principios de la era cristiana, vieron la luz también otros textos sapienciales. En el judaí­smo helení­stico encontramos las Sentencias de Focí­lides (finales del siglo I a.C. o principios del siglo I d.C.) y 3Esd 3:1-5, 6 (relato posterior a Dan y anterior a Flavio José); en el judaí­smo palestinense los Pirqé ‘Abót, «Sentencias de los padres» (en la Misná, y por tanto anteriores a finales del siglo 11 d.C.); en el cristianismo, los Dos caminos (esta colección, de origen judí­o, se encuentra en la Didajé 2,2-6,1, en la Carta a Bernabé 18-20 y en la Doctrina de los doce apóstoles). Las Sentencias de Sexto (de origen pagano y cuya redacción cristiana se remonta al siglo u d.C.) y las Enseñanzas de Silvano (a caballo entre los siglos n y ni d.C.). También en Egipto, en el siglo I d.C., encontramos una sabidurí­a en demótico, conservada en el Papiro Insinger.

4. ¿QUE ES LA SABIDURíA? Para iluminar el concepto bí­blico de sabidurí­a pueden ser útiles dos confrontaciones. En el panteón egipcio clásico, la diosa Ma’at, hija del dios Ra, es representada como una muchachita encogida, cubierta con un largo vestido, que tení­a en la cabeza un velo encima del cual habí­a una larga pluma, y en la mano una cruz con aspas en S, sí­mbolo de la vida (ankh, en egipcio). Algunos marfiles del palacio real de Samaria prueban que en el siglo IX la diosa era conocida también allí­. Ma’at asegura el orden cósmico y la armoní­a en las relaciones humanas a través de la justicia y de la bondad para con los pobres. Amada por Ra, lleva a la vida al que la venera: su cometido entre los responsables de la sociedad es abrirles a la verdad y a la justicia, sobre todo para con los desprovistos. La figura de la Sabidurí­a en Prov 8 puede que esté parcialmente inspirada en la Ma’at, pero no sin que se haya producido una purificación radical: la Sabidurí­a no es una diosa. En los últimos siglos antes de la era cristiana la diosa Isis adoptó la mayor parte de las prerrogativas de Ma’at, difundiéndose su culto por el mundo helení­stico. Es posible que Si 24 y Sab 7-9, al hablar nuevamente de la Sabidurí­a, se inspiren algo en la figura de Isis, pero sin hacer de la Sabidurí­a una diosa.

En la Grecia antigua, a los ojos de los siete Sabios, la sabidurí­a es un arte de vivir lleno de equilibrio, la capacidad de pronunciarse con sagacidad sobre los problemas tanto de la vida cotidiana como de la polí­tica. Contra los sofistas afirmó Sócrates más tarde la nobleza de la sabidurí­a, que a sus ojos es divina; con la práctica de la virtud, el hombre debe hacerse amigo suyo. Pero Platón redujo la sabidurí­a al ámbito intelectual: a través de la contemplación permite el conocimiento intuitivo de las ideas divinas, en particular el bien y lo bello. En cambio, Aristóteles distinguió la sabidurí­a, sophí­a, que es conocimiento de las causas primeras y de los principios -que, por tanto, ha de identificarse con la filosofí­a- de la prudencia, phrónesis, sabidurí­a práctica en la lí­nea de los siete Sabios. Más tarde el estoicismo hizo de la sabidurí­a «la ciencia de las cosas divinas y humanas» (cf también 4 Mac 1,16): realidad divina, se identifica con la razón universal y es el ideal que el hombre puede alcanzar a través de la filosofí­a y la práctica de la virtud. El sabio realiza esta sabidurí­a ideal, virtud única. Mas a causa de la dificultad de conseguir esta sabidurí­a perfecta, los estoicos se aplicaron siempre más a la phrónesis, sabidurí­a práctica, fruto de la virtud. Por hablar de phrónesis e insistir en su aspecto virtuoso, Sab 3:15; Sab 4:9; Sab 6:15.24; Sab 7:7; Sab 8:6-7 se mueve en el ámbito del pensamiento griego.

5. LA BIBLIA Y LAS SABIDURíAS PAGANAS. Esta serie de contactos en el ámbito sapiencial entre la Biblia y las culturas circundantes no hace sino continuar una larga tradición. A menudo una referencia a la sabidurí­a pagana sirve para demostrar la superioridad de la sabidurí­a bí­blica. Tal es el caso de José (Gén 41), de Moisés (Exo 7:8-9, 12), de Salomón (1 Re 5,10-I1; 10,1-13), de Daniel (Dan 2; 4), que destacan por encima de los sabios paganos. A su vez, los profetas subrayan los lí­mites de la sabidurí­a de los pueblos paganos (Isa 19:3.11-12; Isa 44:25; Isa 47:8-15; Jer 49:7 = Abd 1:8; Jer 50:35-36; Jer 51:57; Eze 28:1-19): su blanco son casi siempre Egipto, Babilonia y Edón. En Egipto y en Babilonia los sabios son considerados a menudo magos, mientras que la sabidurí­a de Tiro, según Ez 28, está en su habilidad para enriquecerse con el comercio marí­timo. Pero la Biblia no nutre sólo desprecio hacia la sabidurí­a de los paganos. En lRe 5,9-14 se intuye cuánto debe la sabidurí­a salomónica a la de las grandes culturas circundantes. Más aún: Pro 30:1-14 ha conservado los proverbios de Agur, y Pro 31:1-9 los que Lemuel aprendió de su madre; pues bien, estos dos sabios no son de origen israelita. El caso de Job es aún más sutil, puesto que ni siquiera Job es israelita; es del paí­s de Hus (Job 1:1), que probablemente hay que localizar en Trasjordania. Esta ficción sirve para demostrar el carácter universal de la respuesta bí­blica al problema planteado del sufrimiento del justo. En un caso al menos, la sabidurí­a bí­blica se anexionará la sabidurí­a pagana: Ajicar es considerado en Tob 1:21 sobrino del viejo Tobit, como prueba del gran respeto que en el judaí­smo se profesaba a la sabidurí­a de Ajicar. Un respeto análogo explica por qué Pro 22:17-24, 22 depende de las Instrucciones de Amenemope. Todo esto llevó a pensar que la Biblia era consciente tanto de la influencia que la sabidurí­a pagana ejercí­a en la propia como de la diferencia que separaba su sabidurí­a de la de los paganos, y también de la universalidad tí­pica de toda auténtica sabidurí­a.

IV. LA SABIDURíA BíBLICA. 1. LOS LIBROS SAPIENCIALES. En la Biblia hebrea los libros propiamente sapienciales se encuentran entre los Hagiógrafos o Escritos (Ketubim): se trata de Prov, Job, Qo; este último forma parte de la subsección de los cinco rollos (Megillót). En los Setenta encontramos además la obra de Ben Sirá o Sirácida o Eclesiástico (de la cual se ha encontrado hace cerca de un siglo una parte importante del texto hebreo) y, finalmente, Sab. En el NT podemos considerar libro sapiencial la carta de / Santiago.

2. EN LOS OTROS LIBROS BíBLICOS. a) En el AT. La corriente sapiencial bí­blica se manifiesta también en otros textos. Tomemos ante todo aquellos en los cuales el hecho es más explí­cito. Algunos / salmos [IV, 5] se denominan sapienciales o didácticos; sin embargo, los comentaristas no están de acuerdo en su elección, sobre todo a causa de la dificultad de determinar el género literario o la relación con el culto. Son considerados tales, por ejemplo, los salmos que cantan la belleza de la tórah (Sal 1; 19b; 119), los que simplemente formulan una enseñanza (Sal 37; 91; 112; 127), los que reflexionan sobre la suerte del ser humano (Sal 49; 73, que es relacionado con Job; 90). De manera más explí­cita ,4 es una exhortación a ser fieles a la Sabidurí­a, identificada con la tórah [/ infra, VIII, ld]. Algunos relatos, cuyas apariencias históricas pueden engañar, son didácticos o podrí­an relacionarse con los que leemos en Job 1-2 y 42 o en Ajicar: son sobre todo Rut, Jon, Tob, Jdt, Est y Susana (Dan 13). Estos textos tienen también lazos con los midrasim. En otros textos o en otras corrientes el influjo sapiencial es reconocido o controvertido. El relato J del jardí­n del Edén (Gén 2-3) tiene rasgos sapienciales. Las opiniones están dividas en cuanto a la influencia sapiencial en Dt y Am. G. von Rad ha pensado que podí­a enlazar la / apocalí­ptica no ya con el profetismo, sino con las corrientes sapienciales; sin embargo, sólo Sab integra bien, aunque tardí­amente, sabidurí­a y apocalí­ptica. Algunos textos breves denotan una fuerte tendencia espiritual; por ejemplo, Cnt 8:6-11; 1Sam 25, donde Abigaí­l pone remedio a la estupidez de su marido; 2Sam14, donde vemos a la sabia mujer de Técoa defender la rehabilitación de Absalón. Podemos añadir los pocos textos citados [/supra, II]. La importancia de los sabios aparece también en las crí­ticas que formularon los profetas contra algunos de ellos; entonces es la sabidurí­a de corte, los consejeros reales quienes son tomados por blanco (Isa 3:1-3; Isa 5:21; Isa 29:14; Isa 30:1; Jer 8:8-9; Jer 9:11.22-23). Estas crí­ticas repiten a menudo las que dirigí­a Prov a los que confí­an sólo en su sabidurí­a (Pro 26:12; Pro 28:11) o en sus propias fuerzas (Pro 21:31). Por otra parte, textos como Isa 9:1-6; Isa 11:1-5 sobre el rey mesí­as recuerdan en ciertos aspectos la enseñanza de los sabios de Prov sobre el ejercicio de la función real (Pro 20:28; Pro 29:14).

b) En el NT: Jesús, maestro de sabidurí­a. En el NT, junto a Sant, encontramos cierto número de textos que hablan de la sabidurí­a de Dios, o que, a propósito de Jesús, recurren a expresiones que utiliza el AT para hablar de la Sabidurí­a; volveremos sobre estos textos luego [/ IX]. Detengámonos por ahora en lo que en la enseñanza de Jesús adquiere una forma sapiencial. Pues no se puede negar que muchos discursos de Jesús eran semejantes a los de los sabios. Por lo demás, los habitantes de Nazaret se percataron de ello, llegando incluso a considerar a Jesús superior a los escribas (cf Mat 7:2829): «¿De dónde le viene a éste esta sabidurí­a?» (Mat 13:54).

Esto se advierte en las parábolas. También los maestros de la época de Jesús, que por lo demás se llamaban sabios, utilizaban la parábola sobre todo para explicar a los discí­pulos el sentido de un texto de la Escritura. Así­, para explicar el banquete de la sabidurí­a, en Pro 9:1-6 se decí­a: «Es como un rey que se construyó un palacio y que, para inaugurarlo, dio un banquete…» (Tosefta, Sanhedrí­n 8,9). 0 bien, para explicar por qué en el desierto los hebreos no recibieron sólo una vez al año su ración de maná, se decí­a: «Un rey dio a su hijo lo necesario para todo el año, y el hijo se contentó con presentarse ante el padre una vez al año. Entonces el padre decidió darle lo necesario dí­a a dí­a, y así­ el hijo se vio obligado a visitar al padre todos los dí­as» (Talmud Babli, Joma 17a). A veces la parábola rabí­nica aclara un punto doctrinal: «A la pregunta de si los muertos resucitan desnudos o vestidos, R. Meir respondió: `Si el grano de trigo colocado desnudo en el suelo reaparece con una multitud de vestidos, ¿no deberán los justos que han sido sepultados con su ropa resurgir vestidos?»‘ (Talmud Bablí­, Sanhedrí­n 50b).

Fácilmente se intuye el alcance pedagógico de las parábolas, que parten de la vida cotidiana de Palestina: tanto los maestros de Israel como Jesús hablan de pastor y de ovejas, de vid, de compra y venta, de moneda perdida, de casa que construir, de tesoro entregado en depósito o en préstamo, etc., y los personajes habituales son un rey, un padre y un hijo, un amo y un siervo, una ama de casa, etcétera. Cuando Jesús habla en parábolas se dirige a la gente (Mat 13:34), toma pie de la vida rural y del campo, y sus temas se refieren al reino de Dios o a su misma persona, a su misión, o bien a la actitud del que escucha la llamada de Dios.

Además de las parábolas, también muchos discursos de Jesús presentan un perfil sapiencial. Tal es el caso, en particular, del sermón de la montaña (Mt 5-7) o del discurso del pan de vida (Jn 6). Junto a estas composiciones amplias encontramos también atribuidas a Jesús formulaciones sapienciales de varios tipos. Son máximas como: «Todos los que manejan espada, a espada morirán» ( Mat 26:52); «El que quiera salvar su vida la perderá» (Mat 16:25); «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Heb 20:35). Pueden revestir una connotación personal: «El que no está en contra de nosotros está a nuestro favor» (Mar 9:40), o convertirse en exhortaciones: «Deja que los muertos entierren a sus muertos» (Mat 8:22), o también: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (Mat 22:21).

V. ORIGEN DE LA SABIDURíA EN ISRAEL. 1. SALOMí“N, MODELO DE LOS SABIOS. La Biblia relaciona el florecimiento de la sabidurí­a en Israel con la persona del rey Salomón (972-932). A la muerte de David, que fue el creador de un auténtico imperio, el reunificador de las doce tribus, el conquistador, su joven heredero Salomón pidió a Dios desde el principio de su reinado «un corazón sabio y perspicaz» para gobernar (lRe 3,4-15; 2Cr 1:3-12). La sabidurí­a de Salomón se manifestó en sus cualidades de juez (1Re 3:15-28 : el famoso juicio de Salomón), en su capacidad de administrador (lRe 4,1-5,8), de constructor del templo (lRe 5,15-8,66). Organizó el trabajo público (lRe 9,15-24) y el comercio con el exterior (lRe 9,26-10,13: la visita de la reina de Sabá), acumulando una enorme fortuna (1Re 10:14-25). Pero el reinado de Salomón no careció de sombras: la opresión del pueblo en función de sus proyectos, el fausto de la corte, y sobre todo su infidelidad religiosa le procuraron enemigos, hasta el punto de que el reino se dividió a su muerte. Podemos suponer que semejante actividad por parte de Salomón exigió del Estado la organización de una especie de escuela superior de administración, en la cual todos los miembros de los organismos estatales recibí­an una formación adecuada, en particular en el plano cultural. La aceptación de las culturas extranjeras fue probablemente uno de los motivos del éxito de la polí­tica del rey. Se habí­a casado en primeras nupcias con la hija del faraón (lRe 3,1; 9,16; 11,1), y se puede suponer que la cultura egipcia hizo su entrada en Jerusalén con el bagaje de la joven reina. Se puede pensar también que la lengua acádica, y puede que también el sumerio, fuesen conocidos en las altas esferas del Estado por necesidades diplomáticas y formación cultural. La actividad literaria se vio verosí­milmente favorecida en los mismos ambientes. El autor llamado corrientemente J escribió probablemente bajo Salomón su historia de los orí­genes [/ Pentateuco]; el relato tan profundamente humano de la sucesión de David (2Sam 13ss) parece haber sido redactado por un testigo familiar en la corte. Los proverbios de Pro 10:1-22, 16 son atribuidos a Salomón; en realidad podrí­a tratarse más bien de colecciones compiladas por los escribas y por los sabios por encargo del rey. Por lo demás, lRe 5,12-13 atribuye a Salomón «tres mil proverbios, y sus poemas llegaron a cinco mil; trató acerca de los árboles, desde el cedro del Lí­bano hasta el hisopo que brota en la pared; disertó acerca de los animales, de las aves, de los reptiles y de los peces». Probablemente debemos ver en estas últimas referencias de la onomástica, especie de léxicos realizados también por indicación del rey. El patrocinio de Salomón habí­a de proseguir mucho tiempo después de él si se le atribuyó el Cant, si Qo se revistió de su autoridad, si los Sal 72 y 127 (en relación con lRe 3,14-15) llevan su nombre y todaví­a Sab lo sacó a escena. Salomón se convirtió, pues, en una figura ideal (cf también Mat 6:29; Lev 12:27; Mat 12:42). Por otra parte, se puede preguntar si ya lRe 3-11 y 2Crón 1-9 no se resintieron de esta tendencia a la idealización. De todos modos, la Biblia atribuye a la corte real una función determinante en el desarrollo de la corriente sapiencial en Israel. Esta función se renovará bajo el reinado de Ezequí­as (Pro 25:1).

2. ESCRIBAS Y ESCUELAS. LOS escribas del rey, recordados en Pro 25:1 o que I Apo 5:13 (citado aquí­ arriba) deja suponer, no se han de identificar pura y simplemente con sus consejeros polí­ticos. Al leer los proverbios de las colecciones salomónicas se intuye que ciertos escribas tení­an otra función de importancia capital para el futuro del Estado: la de preparar a la juventud masculina mejor dotada para hacerse cargo el dí­a de mañana de la responsabilidad en la administración, la diplomacia y el gobierno. Habí­a que enseñar a estos jóvenes lo que hace al hombre equilibrado y cabal, y ante todo el comportamiento correcto en la corte (Pro 16:10-15; Pro 25:2-7). Que esta formación se daba sólo a jóvenes puede deducirse del hecho de que encontramos en los proverbios (como en Pro 27:11) el vocativo «hijo mí­o».

3. ORIGEN POPULAR DE LA SABIDURíA. La mayor parte de los proverbios antiguos no tiene nada que ver con la vida de la corte. Un gran número de proverbios reunidos en las colecciones salomónicas proviene seguramente del campo o de las aldeas, y su contenido lo testimonia; por ejemplo: «Donde no hay bueyes el granero está vací­o, cosecha abundante con toros robustos» (Pro 14:4). En este origen de la sabidurí­a no difiere Israel de los demás pueblos. Los testimonios antiguos, anteriores a Salomón [/ supra, II], confirman este dato. En Israel, como en todas partes, la sabidurí­a proverbial es de origen popular y se transmite en familia, como ocurrirá todaví­a mucho más tarde con Tobí­as (Tob 4:3-21). Salomón y sus escribas no hicieron otra cosa que recoger esta sabidurí­a popular antigua, organizarla y consignarla por escrito; se propusieron además modificar acá y allá la formulación original para hacerla entrar mejor en los cuadros previstos para la colección. La sabidurí­a proverbial no es sólo obra de artesanos hábiles en su oficio (el Exo 31:31; 2Cr 2:12); es más que eso. Pues un proverbio es una expresión armoniosa -que da gusto escuchar y decir, concisa en sumo grado y que requiere reflexión para comprenderla bien- de una verdad comprensible por todos y que sintetiza una larga experiencia de observación de los hombres y de las cosas. Un proverbio es fruto de una larga maduración, siendo su base la observación. La repetición de un mismo fenómeno fue observada por espí­ritus pacientes y perspicaces, que permanecieron casi siempre anónimos, quizá por haber salido del pueblo, y ello les permitió descubrir el principio general que rige esta multiplicidad. Además, esta gente observadora consiguió condensar su descubrimiento en una fórmula breve y concisa, transmitida primero oralmente, como ocurre todaví­a hoy en el Africa negra. Sólo en este momento intervino la acción de los escribas de corte o de los cí­rculos intelectuales. Y esta consignación por escrito desde la más remota antigüedad es caracterí­stica de las culturas del Oriente medio antiguo, como lo hemos dicho ya [/ supra, III]. En Israel esta redacción de los proverbios en colecciones organizadas, como se hací­a también en Mesopotamia y en Egipto, tuvo un porvenir aún mejor, ya que estas colecciones fueron aceptadas como tales y transmitidas fielmente a lo largo de los siglos hasta hoy. Así­ se conservaba la tradición, que al final adquirió un carácter religioso por entrar Prov a formar parte de la Biblia y ser palabra de Dios.

VI. EL FIN DE LA SABIDURíA. El fin primero de la sabidurí­a es comprender, es el saber. El mundo en el que viví­an los antiguos lo ignoraba mucho más que nosotros, que nos beneficiamos de siglos de observación y análisis que llegan hasta las ciencias contemporáneas en todos los campos. El primer fin de los sabios era obviamente el de conocer este mundo en toda su complejidad: el mundo fí­sico, el mundo de los animales, y sobre todo el del hombre con su comportamiento, sus tendencias y su capacidad. Estaban convencidos, como nosotros, de que el hombre, ante la multiplicidad de los fenómenos y su variedad, es capaz de poner el dedo en lo que es permanente, en lo que se verifica siempre; en definitiva, en una ley que gobierna lo real hasta en los detalles. Por tanto, estaban implí­citamente convencidos, como nosotros, de que lo real está gobernado por leyes precisas y estables. Pretendí­an conocer el sentido de lo real, en lo cual admití­an la existencia de un orden. Ese esfuerzo no carecí­a ciertamente de vacilaciones, de fracasos, de contradicciones; pero poco a poco las cosas se iban aclarando.

Aparentemente, la obra de los sabios era esencialmente profana. Pero el hombre antiguo no pensaba, como nosotros, que hubiese que distinguir o incluso separar netamente el mundo profano del religioso; para ellos lo real constituí­a un todo único; lo profano se mezclaba con lo religioso, y viceversa. Por eso en su indagación se interesaban también por el comportamiento moral del hombre y por los valores religiosos admitidos en su sociedad. Pero lo hací­an como sabios, como observadores atentos e imparciales de esta parte de lo real, más que como defensores de tradiciones éticas y teológicas, cuya responsabilidad incumbí­a a los sacerdotes y a los profetas, con el rey.

Sin embargo, el descubrimiento y la formulación de las leyes que rigen lo real no era para ellos un fin en sí­. Los sabios buscaban lo que podí­a ayudar al ser humano a orientarse en este mundo, a vivir y a obrar mejor. El objetivo de su sabidurí­a era el «saber vivir», el «saber hacer». Un mejor conocimiento de lo real podí­a ciertamente ayudar a triunfar en la vida, a equilibrarla y a darle armoní­a y felicidad. Y buscar esto no era ni hedonismo ni egoí­smo, porque los sabios habí­an comprendido que la felicidad del hombre pasaba a través de la acción virtuosa y la renuncia a sí­ mismo. También el obrar moral y religioso tení­a leyes y consecuencias.

Transmitida oralmente o por escrito, pero sobre todo de este último modo, la sabidurí­a antigua gobernaba la actividad de la sociedad y regulaba los comportamientos y las controversias que surgí­an entre las personas y los grupos. En el Africa negra los proverbios tienen todaví­a esta función, mientras que en el mundo occidental se reducen habitualmente a simples ornatos estilí­sticos que engalanan el discurso o el escrito. Justamente porque tení­a esta función reguladora de la sociedad, la sabidurí­a antigua habí­a que transmitirla a la juventud, en cuya formación ocupaba una parte importante. A través de ella los jóvenes aprendí­an los principios del comportamiento y cuanto podí­a dar plenitud y equilibrio a su vida. Y todo esto era sumamente importante para aquella parte de la juventud que debí­a prepararse a asumir en la sociedad los puestos de responsabilidad. La de los sabios era, pues, una obra de formación y de educación, lo cual llevó muy pronto consigo el nacimiento de una escuela o academia bajo la dirección de un maestro de sabidurí­a.

VII. LA ACTITUD DE LOS SABIOS. 1. EL CONSEJO. El sabio no es jefe, ni sacerdote, ni profeta. No manda ni en nombre del Estado ni en nombre de Dios. Propone lo que le parece que ha descubierto, expone lo que sabe, indica el camino que según él conduce a la plenitud de la vida y desaconseja lo que, basado en su propia experiencia, lleva al fracaso. Su discurso describe, indica, aconseja, sugiere, pero no manda.

2. Los LíMITES DE LA SABIDURíA. Por otra parte, el sabio percibe los lí­mites de su saber y de su experiencia, ya que sabe que no es dueño de la realidad y de los corazones a los cuales se dirige. Además, quiere también recordar los lí­mites de todo saber humano, porque forman parte de su conocimiento. No hay nada peor que un hombre convencido de que lo sabe todo: «¿Ves a un hombre que se tiene por sabio? Más se puede esperar de un necio que de él» (Pro 26:12). Muchas cosas se nos escapan, pero están en manos del que lo gobierna todo: el hombre propone y Dios dispone, dice nuestro proverbio: «Propio es del hombre hacer planes, pero la última palabra es de Dios» (Pro 16:1). He aquí­ otros dos ejemplos más concretos: «Casa y hacienda son la herencia de los padres, pero una mujer inteligente es un don de Dios» (Pro 19:14); «Se apareja el caballo para el dí­a del combate, pero del Señor depende la victoria» (Pro 21:31). El hombre ni siquiera está seguro de que su obrar sea justo: «A los ojos del hombre todos sus caminos son puros, pero el Señor juzga sus intenciones» (Pro 16:2; Pro 21:2). Pues el sabio sabe que, en definitiva, estamos en las manos de Dios: «El Señor dirige los pasos del hombre; ¿cómo puede comprender el hombre su camino?» (Pro 20:24). Nuestra sabidurí­a, en definitiva, está en negarse a sí­ misma: «Ni sabidurí­a, ni inteligencia, ni consejo existen ante el Señor» (Pro 21:20).

3. LA SABIDURíA DE DIOS. De aquí­ a afirmar la sabidurí­a misma de Dios habí­a sólo un paso. Sin embargo, al contrario que en Mesopotamia o en Egipto, Israel vaciló mucho tiempo antes de atribuir a Yhwh la sabidurí­a. La razón hay que buscarla probablemente en el hecho de que la sabidurí­a aparecí­a como una cualidad profundamente humana. Sin embargo, la mujer de Técoa, que fue a defender ante David la causa de Absalón, reconoció que el rey tení­a la sabidurí­a del ángel de Dios (2Sa 14:20). De Dios recibió Salomón la sabidurí­a (1Re 3:12), como antaño los artí­fices del éxodo (Exo 31:3) toda su habilidad; y la misma sabidurí­a de Salomón es vista como una sabidurí­a divina (l Apo 3:28; Apo 10:24). Mas probablemente los textos que exaltan al heredero de David son menos antiguos que una frase de Isaí­as a propósito de Yhwh, cuando el profeta criticaba a los consejeros reales: «También él (el Señor) es sabio en atraer desdichas, y no retira su palabra» (Isa 31:2). Ya antes del destierro se afirmaba que el rey mesí­as serí­a revestido del espí­ritu de Yhwh, «espí­ritu de sabidurí­a y de inteligencia…» (Isa 11:2). Pero probablemente sólo después de la destrucción de Jerusalén (586), durante y después del destierro (586-539), algunos textos raros afirmarán explí­citamente la sabidurí­a de Dios: «El con su poder hizo la tierra, con su sabidurí­a el orbe estableció, con su inteligencia desplegó los cielos» (Jer 10:12; Jer 51:15; cf Pro 3:19); «Â¡Qué numerosas son, Señor, tus obras; todas las has hecho con sabidurí­a» (Sal 104:24); y sobre todo: «Pero en él residen la sabidurí­a y el poder; suyos son la inteligencia y el consejo» (Job 12:13). Esta corriente irá desarrollándose poco a poco, como veremos algo más adelante [/ VIII-IX].

4. EL PROBLEMA DE LA / RETRIBUCIí“N. En definitiva, los sabios afrontarán en relación con Dios los grandes enigmas de la existencia humana. Sin lugar a dudas, algunos proverbios antiguos presentan alusiones a una vida religiosa y moral en relación con Yhwh: «El que obra con rectitud teme al Señor, el que sigue caminos torcidos le desprecia» (Pro 14:2); «El que oprime al pobre ultraja a su Creador, pero le honra el que tiene piedad del indigente» (Pro 14:31); «Muchos buscan el favor del prí­ncipe, pero el derecho de cada uno viene del Señor» (Pro 29:26). La introducción al libro de los Proverbios (Prov 1-9), que se remonta probablemente a la vuelta del destierro, se hace más religiosa, y encontramos allí­ puesto de manifiesto el principio bien conocido: «El principio de la sabidurí­a es el temor de Dios» (Pro 9:10; cf Pro 1:7; Sal 111:10; Sir 1:14). Pero esta introducción, como por lo demás los proverbios antiguos, no pone en duda la idea de que Dios favorece al hombre justo: «El Señor no deja al justo sufrir hambre, pero rechaza la codicia del malvado» (Pro 10:3), y: «La maldición del Señor está en la casa del malvado, pero bendice la morada del justo» (Pro 3:33). La evidencia†¢de lo que ocurre en la tierra habí­a de hacer que t Job y t Qo se alzaran contra esta doctrina clásica. Fue la gran crisis de la sabidurí­a bí­blica: no es cierto, dicen Job y Qo, que acá abajo la felicidad recompense la virtud y que el vicio produzca desventuras durante esta vida. Este problema de la retribución individual no encuentra solución ni siquiera en Si, para el cual todo termina con la muerte. Sin embargo, escribe: «Al que teme al Señor le irá bien al fin, y en el dí­a último será bendecido» (Sir 1:11). Mas no podemos deducir de este texto, conocido sólo en su versión griega, que Ben Sirá esperase una retribución después de la muerte. En los libros sapienciales de la Biblia esta solución aparece sólo en Sab: «Las almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento los alcanzará» (Sab 3:1; cf también 3,13.15; 5,15), su sufrimiento durante esta vida es una prueba (Sab 3:5-6), su esterilidad aceptada virtuosamente tendrá su fruto en el más allá (Sab 3:13-15). Sólo esta fe en una retribución después de la muerte devuelve la serenidad a la sabidurí­a bí­blica.

5. UNA REFLEXIí“N SOBRE LA HISTORIA DE LA SALVACIí“N. Para llegar a esta doctrina, el autor de Sab integra en su reflexión la experiencia histórica de Israel. Ya la reflexión de Prov 1-9 se hací­a eco de la enseñanza de Dt y Jer. Qohélet se identificaba con Salomón, juzgando su obra al fin de una vida fastuosa. Más explí­citamente, ,14, y sobre todo Si 44-49, releí­an toda la historia de la salvación al modo de un sabio. Sab 7-9 proponí­a a los jóvenes el ejemplo de Salomón; Sab 10-19 releí­a los acontecimientos centrales de Israel comenzando por los héroes de Gén y deteniéndose ampliamente en los acontecimientos del éxodo. En todos los casos, el patrimonio espiritual de Israel era fuente de enseñanza para el sabio. Para Sab en particular, el éxodo atestiguaba cómo Dios protege al justo contra los impí­os sirviéndose de las fuerzas del cosmos. Lo que Dios hizo en otro tiempo, volverá a hacerlo en el futuro. Releyendo de este modo la historia santa, los sabios inauguraban modestamente la que podrí­amos llamar ya una filosofí­a de la historia [/ Sabidurí­a (libro de la) II, 3].

VIII. LA PERSONIFICACIí“N DE LA SABIDURíA EN EL AT. 1. LOS TEXTOS. Algunos textos sapienciales del AT destacan de modo especial porque no hablan simplemente de la sabidurí­a humana, y ni siquiera de la sabidurí­a de Dios -en el sentido de que Dios serí­a un sabio-, sino porque dan a la sabidurí­a una configuración, una personificación cuyo significado es controvertido. Estos textos tienen tal importancia teológica que reclaman nuestra atención.

a) Job 28. Considerada por muchos exegetas una adición del siglo IV o III, esta página se inserta entre el diálogo de los tres amigos con Job (Job 4-27) y la apologí­a final de este último (Job 29-31). Poema sapiencial de inspiración evidente, Job 28 plantea la cuestión radical: «Mas la sabidurí­a, ¿de dónde viene?» (Job 28:12.20). Los esfuerzos del hombre para excavar la tierra y la roca en busca de los metales no permiten descubrir el camino. Y tampoco la riqueza puede servir de moneda de cambio para adquirirla. Es que la sabidurí­a «está oculta a los ojos de todos los vivientes» (Job 28:21). «Sólo Dios conoce su camino» (Job 28:23) cuando organizó el universo; entonces la vio, la escrutó (Job 28:27). Un último versí­culo, probablemente más tardí­o aún, añade: «… Y dijo al hombre: ‘Temer al Señor es la sabidurí­a'» (Job 28:28). Así­ pues, la actividad industrial o comercial no conduce de suyo a la sabidurí­a. De todo esto no habí­an dicho nada las conversaciones entre Job y sus amigos; sin embargo, todos sus esfuerzos iban encaminados a explicar el porqué de la diferencia de Job. Su búsqueda de sabidurí­a humana se asemejaba en cierto modo al esfuerzo industrial y comercial, Pero sin éxito, ya que el misterio permanecí­a intacto: el del sufrimiento del hombre y el de la justicia de Dios.

En su forma original, el poema intentaba recordar lo mismo al lector que a los participantes en los diálogos precedentes que el hombre es incapaz de resolver por sí­ solo el problema planteado. La solución no está a su alcance; es de dominio exclusivo de Dios. Mas aquí­ es donde la sabidurí­a adquiere relieve, porque aparece distinta de Dios y distinta del mundo, y Dios ha puesto orden en el mundo en función de ella. ¿Debemos entonces pensar que la sabidurí­a se entendió como una abstracción del orden cósmico, como el plan concebido por Dios y puesto por obra por él en la organización del universo? Es muy posible. Más tarde, sin embargo, el último versí­culo orientó hacia una actitud complementaria por parte del hombre: a este último no le queda más que venerar a Dios, sin conocer otra sabidurí­a, sin comprender nada más allá de esto. El misterio de Dios y de la sabidurí­a permanecí­a intacto; pero el hombre se somete a través de una sabidurí­a más humilde.

b) Prov 8-9. Prov 1-9 introduce, probablemente después del destierro, las colecciones de proverbios antiguos. Por tres veces entra en escena la sabidurí­a. Como Pro 1:20-33, pero de modo positivo, Prov 8 hace hablar a la sabidurí­a a las puertas de la ciudad, allí­ donde la gente se reúne para los negocios o simplemente para encontrarse (Pro 8:1-3). Su discurso está orientado a justificar la escucha que pide de todos. En primer lugar, lo que tiene que decir les dará la clave del discernimiento y del «saber hacer», porque ella es portadora de la verdad y de la justicia; exalta, pues, las cualidades de su mensaje, pero sin explicitarlo (Pro 8:4-11). Por otra parte, la sabidurí­a es la que asegura la armoní­a de las relaciones humanas, concediendo a los responsables que gobiernen sabiamente (Pro 8:12-21). También cuando Yhwh organiza el cosmos estaba ella a su lado como hija primogénita, engendrada antes que todas las demás obras (Pro 8:22-31). Por eso la sabidurí­a renueva la invitación a prestarle oí­do para poder conocer la bienaventuranza y la vida (Pro 8:32-36). Como la diosa egipcia Ma’at [/ supra, III, 4], la sabidurí­a asegura el orden en la sociedad; sin ella tampoco habrí­a orden en el cosmos; ella es verdad y justicia. Pero, a diferencia de Ma’at, la sabidurí­a no es diosa; viene de Yhwh, su felicidad es estar en presencia de él, encuentra sus delicias en estar con los hombres. Simboliza el orden social, el orden cósmico y el equilibrio personal de cada uno. Sin embargo, Prov 8 no hace más que explicar las razones fundamentales por las cuales la sabidurí­a pide que se la escuche. En realidad, Prov 8 forma parte de la introducción a Prov 10-31; allí­, en esas colecciones de proverbios, se encuentra el contenido de su mensaje. Por eso Prov 8 da a entender que los proverbios reunidos en las colecciones provienen de ella y que acogerlos es acogerla a ella misma; es el primer intento que hace la Biblia para explicar por qué Prov 10-31 son, como decí­amos, inspirados.

Pro 9:1-6 vuelve, con la imagen del banquete, sobre el mismo mensaje. Después de construir su palacio, la sabidurí­a como un rey que inaugura su reino, invita a todos, y en especial a los necesitados, a participar en la fiesta preparada en su palacio de siete columnas. También este final de la introducción a las siete colecciones de proverbios antiguos quiere decir que es la misma sabidurí­a la que en cierto modo ha construido la colección de Prov. Todos son invitados a tomar este alimento, esta sabidurí­a tradicional; a hacerla propia, para encontrar en ella la vida y la comprensión de lo real.

c) Si. Ya en la primera página de su obra Ben Sirá, hacia el 200 a.C., presenta a la sabidurí­a: «Toda la sabidurí­a viene del Señor y con él está eternamente» (Sir 1:1). La sabidurí­a humana viene de Dios, cuya existencia comparte la sabidurí­a. Esta sabidurí­a de Dios es su criatura (Sir 1:4); él, «el único sabio» (Sir 1:6-8; cf Rom 16:27), «la derramó sobre todas sus obras, sobre toda carne» (Sir 1:7-8.9-10, que completa a Job 28:27 a través de Joe 3:1). La sabidurí­a no está al alcance de los esfuerzos humanos (Sir 1:5-6); es don de Dios, que «proveyó de ella a todos los que le aman» (Sir 1:8-10). En 4,11-19, Ben Sirá subraya la función educadora de la sabidurí­a; ésta, según el texto hebreo, pronuncia incluso un discurso: hará pasar al discí­pulo a través de la prueba; pero, así­ dice, «quien la escucha vivirá dentro de mi pabellón» (Sir 4:15). Sir 6:24-31 recoge el tema de la educación: el discí­pulo ha de someterse al yugo de la sabidurí­a; o, mejor, debe perseguirla como se persigue la caza: «Una vez agarrada, no la dejes escapar. Porque al fin hallarás en ella tu descanso y se cambiará para ti en alegrí­a» (Sir 6:27-28). Ben Sirá habla, pues, de relaciones de amor entre la sabidurí­a y el discí­pulo. Pero Sir 15:1 da la clave de lectura que desarrollará Si 24: «El que abraza la tórah alcanza la sabidurí­a». En realidad Si 24, que falta en el texto hebreo, propone un gran discurso de la sabidurí­a, pronunciado probablemente durante una asamblea litúrgica. La sabidurí­a recuerda que, habiendo salido de la boca de Dios como palabra suya creadora y que reina sobre todo el universo, ha buscado dónde establecerse. El Señor le ha dicho que se establezca en Jacob. A partir del templo de Sión, se ha ido desarrollando progresivamente, como un árbol de vida, hasta cubrir toda la tierra santa; ha echado ramas, ha dado flores y perfume y, finalmente, invita a todos los que la escuchan a gustar sus frutos. Ben Sirá da inmediatamente la clave de este discurso: «Todo esto… es la ley» (Sir 24:23), es decir, la revelación, más que los códigos de leyes o el mismo Pentateuco. Esta revelación de Dios ha sido hecha a Israel, se ha desarrollado dentro de él, y todo hijo de Israel ha de nutrirse de ella, según la invitación de Deu 8:3 de alimentarse de la t palabra de Dios. En este caso, más que en Pro 9:1-6, es todo el patrimonio religioso y espiritual que Israel ha recibido de Dios el que es visto como sabidurí­a venida de Dios (cf Deu 4:6; Esd 7:14.25).

d) ,4. Una exhortación dirigida a la diáspora judí­a, poco posterior a Ben Sirá, recoge a la vez los temas de Job 28 y de Si 24: el camino de la sabidurí­a es desconocido para el hombre; sólo Dios puede revelarlo. La exhortación (Bar 3:9-14; Bar 4:2-4) encuadra una pregunta y su respuesta. La pregunta recoge la de Job 28: «¿Quién ha descubierto su lugar (de la sabidurí­a)?» (Bar 3:15). La respuesta es al principio negativa (Bar 3:16-31): ni los poderosos ni los artistas, ni sus descendientes, ni los sabios del Oriente medio pagano, ni tampoco los gigantes antediluvianos conocieron el camino que conduce a la sabidurí­a. Luego viene la respuesta positiva: sólo Dios, Señor supremo del cosmos, la ha conocido y se la ha indicado también a Israel (Bar 3:31-38). El autor cierra su respuesta, como Sir 24:23, dando la clave: la sabidurí­a es la tórah, revelada a Israel.
e) Sab 6-9. Releyendo 1Re 3:4-15, el relato de la oración de Salomón en Gabaón, el autor, en los umbrales de la era cristiana, encuadra su reflexión sobre la sabidurí­a (,1) con una evocación de la figura de Salomón idealizada hasta el punto de poderse identificar con todo joven lector en busca de la sabidurí­a: no se la puede obtener de Dios más que con la oración (Sab 7:7; Sab 8:21; 9). Esto implica que se la prefiera a todos los bienes (Sab 7:8-10) y se la ame como un hombre ama a su mujer (Sab 8:2-18), y ella colmará al sabio de todos los bienes de los cuales es madre (Sab 7:11-12.21; Sab 8:5-6). El autor aclara tres aspectos de la sabidurí­a: su naturaleza es de tal pureza que penetra todas las cosas hasta lo más hondo con vistas al bien (Sab 7:22-24); su origen está en Dios, del que es exaltación, efluvio, irradiación, espejo e imagen, lo cual indica hasta qué punto la sabidurí­a depende de Dios, del cual es inseparable (Sab 7:25-26); su actividad es tanto de orden cósmico como de orden moral y espiritual: ella gobierna el universo de manera benévola, animándolo con su presencia, y forma a los santos (,1). Un mensaje así­ va más allá de los textos precedentes, completando su sentido. La sabidurí­a no es ya inaccesible, puesto que la oración permite obtenerla; no es ya sólo la tórah, la revelación histórica, sino que es vista como una presencia interior en el corazón del que la acoge; no es una simple imagen del orden del mundo, puesto que el autor, refiriéndose a una doctrina de los estoicos, ve en ella la presencia misma de Dios en el mundo.

2. INTERPRETACIí“N. En estos textos, sobre todo Prov 8-9; Si 24; Sab 7-8, la sabidurí­a aparece personificada. ¿Cómo entender esta personificación? El problema fundamental es el de la relación de Dios con el mundo y con los hombres. ¿Puede la fe de Israel concebir seres intermediarios? Hablando del Lógos, lo pensaba Filón. ¿Podemos también nosotros hacer de la sabidurí­a un intermediario o incluso una persona? Actualmente son cada vez más raros los autores que propenden a esta solución. Tampoco convence la solución que hace de la sabidurí­a una hipóstasis, porque de un modo u otro una hipóstasis exige respecto a Dios una autonomí­a que nuestros textos no conceden a la sabidurí­a. Otros han preferido hablar de personificación poética de un atributo o de una virtud de Dios. Pero nuestros textos dicen más, porque la sabidurí­a es engendrada por Dios (Pro 8:22), es criatura suya (Sir 24:8-9); se distingue de él, pero no puede existir sin él ni separada de él (Sab 7:25-26). El problema de fondo es saber cómo expresar trascendencia e inmanencia divina. La sabidurí­a expresa, sobre todo en Sab 7-9, esta inmanencia o presencia de Dios en el mundo y en las almas de los justos, y, en este último caso, no estamos lejos del concepto cristiano de gracia. Pero esta presencia divina le da también al mundo su coherencia (Sab 1:7), su sentido, su significado. A esta idea podemos reducir el concepto de orden del mundo, utilizado a propósito de Pro 8:22-31, a menos de ver ahí­ el proyecto creador y también salvador de Dios, proyecto considerado anterior a su realización. Dios se hace presente en la historia, y particularmente en la historia de Israel; y esta presencia la llamamos nosotros revelación, según el designio original de Dios. Así­ hay que entender, en el sentido más pleno, el término tórah usado por Sir 24:23 y Bar 4:1.

IX. JESÚS Y LA SABIDURíA EN EL NT. 1. EN LOS EVANGELIOS SINí“PTICOS. Hemos visto [/ supra, IV, 2b], que, en su enseñanza, Jesús se expresaba a menudo como los sabios. Pero algunos textos del NT, comenzando por los evangelios sinópticos, van más allá, atribuyendo a Jesús lo que el AT atribuye a la sabidurí­a. Leemos en Mat 11:28-30 : «Venid a mí­ todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí­, que soy afable y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera». Jesús habla como el sabio de Sir 51:23-26 : «Acercaos a mí­ los que carecéis de instrucción y frecuentad mi escuela… Inclinad vuestro cuello a su yugo (de la sabidurí­a)»; pero en Sir 6:24-25.28 la misma imagen del yugo se aplica más explí­citamente a la enseñanza de la misma sabidurí­a: «Mete tus pies en sus cadenas y tu cuello en su argolla. Arrima tu hombro y llévala, no te molesten sus ataduras… Al fin hallarás en ella tu descanso y se cambiará para ti en alegrí­a». En Mat 12:42 (y Luc 11:31) leemos: «La reina del sur se levantará en el dí­a del juicio con esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabidurí­a de Salomón, y hay aquí­ algo que es más que Salomón». Ahora bien, Salomón expresaba una sabidurí­a recibida de Dios; luego podemos pensar que en Jesús se expresa una sabidurí­a más grande, la sabidurí­a misma de Dios. Previendo la persecución de los suyos, dice Jesús: «Yo os enví­o profetas, sabios y escribas…», mientras que Luc 11:49 escribe: «Dijo también la sabidurí­a de Dios: Les enviaré …» Para Mt, Jesús tiene autoridad sobre los sabios, mientras que en Lc la sabidurí­a de Dios parece ser Jesús mismo, el cual, en conclusión, hace suyas las palabras de la sabidurí­a de Dios: «Sí­, os lo repito…» (Luc 11:51). En Mat 11:19 leemos finalmente: «La sabidurí­a ha sido justificada con sus obras»; ahora bien, estas obras de la sabidurí­a son probablemente las «obras de Cristo» (Mat 11:2). Estos textos, que dependen probablemente de la misma fuente común a Mt y Lc (la fuente Q), son muy discutidos. No afirman de modo explí­cito que Jesús sea la sabidurí­a; solamente lo sugieren.

2. EN SAN PABLO. Hay que tomar en consideración sobre todo dos textos, que nuevamente asimilan a Jesús con la sabidurí­a del AT.

a) ICor 1-3. Ante las divisiones de una comunidad ávida de bellos discursos, Pablo proclama a Cristo crucificado, escándalo para unos y locura para otros, pero poder de Dios y sabidurí­a de Dios (ICor 1,23-24), pues Dios ha escogido lo que es locura en el mundo para confundir a los sabios (ICor 1,27). La sabidurí­a de Dios es ir al contrario de las pretensiones humanas; al salvarnos por medio de un mesí­as crucificado, Dios ha puesto de manifiesto la profundidad de su sabidurí­a. Pablo, pues, no identifica a Jesús con la sabidurí­a, pero ve en el misterio de la cruz la manifestación de la sabidurí­a de Dios; para los discí­pulos de Jesús, el crucificado se convierte en auténtica sabidurí­a de Dios; la cruz forma parte integrante de la sabidurí­a salví­fica de Dios (ICor 1,30; 2,7).
b) Col 1:15-20. La primera parte de este himno (Col 1:15-18a) recurre para hablar de Jesucristo -el Hijo predilecto del Padre, que nos salva (Col 1:13)- a algunas expresiones que en el AT se atribuyen a la sabidurí­a: «El es la imagen del Dios invisible» (cf Sab 7:26; Heb 1:3); «primogénito» (cf Pro 8:22); «en él han sido creados todos los seres» (cf Pro 3:19; Pro 8:30-31 [TM]; Sal 104:24; Jer 10:12; Sab 7:21; Sab 8:4-5; Sab 9:2); «él existe antes que todos» (cf Pro 8:22-25; Sir 1:4; Sir 24:9; Sab 9:9); «todos tienen en él consistencia» (cf Sab 1:7).

3. EN SAN JUAN. Jn 1 propone una doctrina similar: «El estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo de cuanto ha sido hecho. En él estaba la vida» (Jua 1:2-4). También los textos del AT (cf Pro 8:22ss; Sir 24:3.9; Sab 9:1-2) hablaban de la preexistencia de la sabidurí­a; pero, nuevamente, no se da explí­cita identificación entre Jesús y la sabidurí­a. Lo mismo el discurso sobre el pan de vida (Jua 6:26-58) se puede comprender correctamente sólo a la luz de los textos que comparan el discurso de la sabidurí­a con un banquete preparado (Pro 9:1-6; Sir 24:19-21); esto vale sobre todo para Jua 6:35-50 : el mensaje de Jesús viene de lo alto y alimenta como la sabidurí­a, como la palabra de Dios (Deu 8:3; Sab 16:26), y ello vale lo mismo para Jua 4:13-14 (cf Sir 24:21); Sir 7:37-38.

4. INTERPRETACIí“N. ¿Por qué esta discreción en el NT, que no identifica nunca de modo explí­cito a Jesús con la sabidurí­a, a pesar de atribuirle mucho de lo que los textos del AT atribuí­an a la misma? La razón es probablemente ésta: Jesús supera infinitamente a la sabidurí­a como podí­an conocerla los sabios del AT; la revelación del NT está al mismo tiempo en continuidad y en ruptura con la del AT; si el NT hubiese identificado simplemente a Jesús con la sabidurí­a, hubiera podido encubrir la ruptura.

Sólo en una época sucesiva al NT será Jesús proclamado explí­citamente sabidurí­a de Dios. Este tí­tulo cristológico ha permanecido a lo largo de todo el curso de la historia cristiana. Citamos algunos de los testimonios más significativos: en el siglo III Orí­genes, en su tratado Sobre los principios (I, 2: PG 11,130-145), desarrolla su discurso sobre Cristo fundándose principalmente en Sab 7:25-26. El beato Enrique Susón (1295-1366) compuso hacia el 1335 su Libro de la Sabidurí­a eterna, en el cual medita principalmente sobre la cruz de Cristo. Hacia el 1700, Luis Marí­a Grignion de Montfort escribió un breve tratado sobre La sabidurí­a eterna, en el cual, basándose en casi todos los textos escriturí­sticos que hemos recordado, «explica simplemente lo que es la Sabidurí­a, antes de su encarnación, durante la encarnación y después de la encarnación, y los medios para obtenerla y conservarla» (n. 7). La liturgia romana, ya desde la alta Edad Media, relee Pro 8:22ss y Sir 24:3-12 para las fiestas de la virgen Marí­a; pero es para ver en la madre de Dios, inseparable de su hijo, no la sabidurí­a, sino el lugar en el cual se estableció la Sabidurí­a en el momento de su encarnación.

Por otra parte, continuando el movimiento ya iniciado explí­citamente por Sir 24:23 y Bar 4:1, el judaí­smo reconoce en la tórah la sabidurí­a de Dios. El cristiano, por su parte, proclama en la fe que Dios se ha revelado plenamente en Jesús, presencia de Dios entre los hombres, y por eso Jesús es llamado sabidurí­a de Dios [/ Jesucristo III, ld].

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M. Gilbert

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

El sentido que la Biblia da al término sabidurí­a destaca el juicio sano basado en conocimiento y entendimiento; la aptitud de valerse con éxito del conocimiento y el entendimiento para resolver problemas, evitar o impedir peligros, alcanzar ciertas metas o aconsejar a otros a hacer lo mismo. Es lo opuesto a la tontedad, la estupidez y la locura, y a menudo se contrasta con estas. (Dt 32:6; Pr 11:29; Ec 6:8.)
El término hebreo jokj·máh (verbo, ja·kjám) y el griego so·fí­Â·a, así­ como sus afines, son los vocablos básicos que comunican el concepto de †œsabidurí­a†. También está la palabra hebrea tu·schi·yáh, que se puede traducir por †œtrabajo eficaz† o †œsabidurí­a práctica†, y las palabras griegas fró·ni·mos y fró·ne·sis (de fren, la †œmente†), que se refieren a la †œsensatez†, †œdiscreción† o †œsabidurí­a práctica†.
La sabidurí­a implica amplitud de conocimiento y profundidad de entendimiento, que son los que aportan la sensatez y claridad de juicio que la caracterizan. El hombre sabio †˜atesora conocimiento†™ y así­ tiene un fondo al que recurrir. (Pr 10:14.) Aunque la †œsabidurí­a es la cosa principal†, el consejo es: †œCon todo lo que adquieres, adquiere entendimiento†. (Pr 4:5-7.) El entendimiento (término amplio que con frecuencia abarca el discernimiento) añade fuerza a la sabidurí­a, contribuyendo en gran manera a la discreción y la previsión, cualidades que también son caracterí­sticas notables de la sabidurí­a. La discreción supone prudencia, y se puede expresar en forma de cautela, autodominio, moderación o comedimiento. El hombre †œdiscreto [una forma de fró·ni·mos]† edifica su casa sobre la masa rocosa, previendo la posibilidad de una tormenta; el insensato la edifica sobre la arena y experimenta desastre. (Mt 7:24-27.)
El entendimiento fortalece la sabidurí­a de otras maneras. Por ejemplo, una persona puede obedecer cierto mandato de Dios debido a que reconoce lo correcto de tal obediencia, y ese es un proceder sabio. Pero si verdaderamente entiende la razón de tal mandato, el buen fin que persigue y los beneficios que se derivan de él, su firme determinación de continuar en ese proceder sabio se verá fortalecida en gran manera. (Pr 14:33.) Proverbios 21:11 dice que †œpor dar uno perspicacia al sabio, este consigue conocimiento†. La persona sabia se siente contenta de conseguir cualquier información que le otorgue una visión más clara de las circunstancias, condiciones y causas subyacentes a los problemas. Así­ †œconsigue conocimiento† en cuanto a qué hacer respecto al asunto, sabe qué conclusiones sacar y lo que se necesita para resolver el problema existente. (Compárese con Pr 9:9; Ec 7:25; 8:1; Eze 28:3; véase PERSPICACIA.)

Sabidurí­a divina. La sabidurí­a en sentido absoluto solo se encuentra en Jehová Dios; El es †œsolo sabio†, es decir, el único que es sabio en este sentido. (Ro 16:27; Rev 7:12.) El conocimiento consiste en estar familiarizado con los hechos, y siendo que Jehová es el Creador y es †œde tiempo indefinido a tiempo indefinido† (Sl 90:1, 2), sabe todo cuanto hay que saber respecto al universo, su composición y contenido, así­ como su historia hasta ahora. Todos los ciclos, las leyes y las normas fí­sicas en las que los hombres confí­an cuando hacen sus investigaciones e inventos provienen de Dios, y sin ellos estarí­an impotentes y no tendrí­an nada estable en que basarse. (Job 38:34-38; Sl 104:24; Pr 3:19; Jer 10:12, 13.) Lógicamente, sus normas morales son todaví­a más fundamentales para la estabilidad, el juicio sano y el éxito de la vida humana. (Dt 32:4-6; véase JEHOVí [Un Dios de normas morales].) No hay nada que se escape de su entendimiento. (Isa 40:13, 14.) Aunque puede permitir que aparezcan ciertas cosas contrarias a sus normas justas y hasta que prosperen temporalmente, al final el futuro depende de El y se conformará exactamente a su voluntad; las cosas que El dice tendrán †œéxito seguro†. (Isa 55:8-11; 46:9-11.)
Todas estas razones hacen patente que †œel temor de Jehová es el comienzo de la sabidurí­a†. (Pr 9:10.) †œ¿Quién no deberí­a temerte, oh Rey de las naciones?, porque eso es propio respecto a ti; porque entre todos los sabios de las naciones y entre todas sus gobernaciones reales no hay absolutamente nadie semejante a ti.† (Jer 10:7.) †œEl es sabio de corazón y fuerte en poder. ¿Quién puede mostrarle terquedad y salir ileso?† (Job 9:4; Pr 14:16.) Como es Todopoderoso, puede intervenir a voluntad en los asuntos humanos, conducir según le plazca a los gobernantes o hasta eliminarlos, con el fin de conseguir que Sus revelaciones proféticas resulten infalibles. (Da 2:20-23.) La historia bí­blica narra numerosos casos en los que poderosos reyes y sus astutos consejeros pretendieron oponer su sabidurí­a a la de Dios, y en estos destaca cómo Dios vindicó triunfalmente a sus siervos, que con lealtad habí­an proclamado su mensaje. (Isa 31:2; 44:25-28; compárese con Job 12:12, 13.)

†œLa sabidurí­a de Dios en un secreto sagrado.† La rebelión que surgió en Edén presentó un desafí­o a la sabidurí­a de Dios. Sus sabios medios para poner fin a esa rebelión, borrando sus efectos y restableciendo la paz, armoní­a y buen orden en el seno de su familia universal, constituyeron †œun secreto sagrado, la sabidurí­a escondida, que Dios predeterminó antes de los sistemas de cosas†, es decir, aquellos sistemas que se han manifestado durante la historia del hombre fuera de Edén. (1Co 2:7.) Ese secreto sagrado estaba esbozado en la relación que Dios mantuvo con sus siervos fieles durante muchos siglos, así­ como en las promesas que les hizo; fue prefigurado y simbolizado en el pacto de la Ley con Israel, lo que incluí­a su sacerdocio y sacrificios, además de que en innumerables profecí­as y visiones se señalaba a dicho secreto sagrado.
Finalmente, después de más de cuatro mil años, la sabidurí­a de aquel secreto sagrado se reveló en Jesucristo (Col 1:26-28), por medio de quien Dios se propuso †œuna administración al lí­mite cabal de los tiempos señalados, a saber: reunir todas las cosas de nuevo en el Cristo, las cosas en los cielos y las cosas en la tierra†. (Ef 1:8-11.) Se puso de manifiesto la provisión que hizo Dios del rescate para la salvación de la humanidad obediente y su propósito de tener un Reino, un gobierno encabezado por su Hijo capaz de poner fin a toda la maldad. Como el magní­fico propósito de Dios se funda y se centra en su Hijo, Cristo Jesús †œha venido a ser para nosotros [los cristianos] sabidurí­a procedente de Dios†. (1Co 1:30.) †œCuidadosamente ocultados en él están todos los tesoros de la sabidurí­a y del conocimiento.† (Col 2:3.) Solo por medio del †œAgente Principal de la vida† de Dios y ejerciendo fe en él se puede obtener la salvación y la vida. (Hch 3:15; Jn 14:6; 2Ti 3:15.) Por consiguiente, no hay sabidurí­a verdadera que no tome en consideración a Jesucristo, que no base sólidamente su juicio y sus decisiones en el propósito de Dios revelado en él. (Véase JESUCRISTO [Su posición fundamental en el propósito de Dios].)

La sabidurí­a humana. En el libro de Proverbios aparece la sabidurí­a personificada en una mujer que invita a las personas a recibir lo que ella tiene para ofrecer. Estos relatos y otros textos relacionados muestran que la sabidurí­a es en realidad una combinación de muchas cosas: conocimiento, entendimiento (en el que se incluye el discernimiento), capacidad de pensar, experiencia, diligencia, sagacidad (lo opuesto a credulidad o ingenuidad; Pr 14:15, 18) y juicio recto. Pero como la verdadera sabidurí­a empieza con el temor de Jehová Dios (Sl 111:10; Pr 9:10), esta sabidurí­a superior va más allá de la sabidurí­a corriente, y supone atenerse a normas elevadas, manifiesta rectitud y justicia, así­ como adherencia a la verdad. (Pr 1:2, 3, 20-22; 2:2-11; 6:6; 8:1, 5-12.) No toda sabidurí­a alcanza el nivel de esta sabidurí­a superior.
La sabidurí­a humana es relativa, nunca absoluta. El hombre puede alcanzar un grado limitado de sabidurí­a por medio de sus propios esfuerzos, aunque en todo caso tiene que usar la inteligencia con la que Dios (quien hasta dio a los animales cierta sabidurí­a instintiva; Job 35:11; Pr 30:24-28) dotó inicialmente al hombre. El hombre aprende observando los elementos de la creación de Dios y trabajando con ellos. Tal sabidurí­a puede variar en tipo y alcance. La palabra griega so·fí­Â·a se aplica a menudo a la destreza en cierto oficio o arte, a la destreza y el buen juicio administrativo en el gobierno y los negocios o al extenso conocimiento en algún campo particular de la ciencia o la investigación humana. Las palabras hebreas jokj·máh y ja·kjám se utilizan de manera similar para designar la †˜destreza†™ de los navegantes y calafateadores de naves (Eze 27:8, 9; compárese con Sl 107:23, 27) y de los que trabajan la piedra y la madera (1Cr 22:15), así­ como la sabidurí­a y destreza de otros artesanos, algunos de los cuales tení­an gran talento en una amplia variedad de oficios. (1Re 7:14; 2Cr 2:7, 13, 14.) Esos términos se utilizan hasta para designar al que talla imágenes o hace í­dolos con destreza. (Isa 40:20; Jer 10:3-9.) Las prácticas sagaces del mundo de los negocios son una forma de sabidurí­a. (Eze 28:4, 5.)
Es posible tener toda esa sabidurí­a y carecer de la sabidurí­a espiritual que las Escrituras recomiendan de manera particular. Sin embargo, el espí­ritu de Dios puede realzar algunos de estos tipos de sabidurí­a en los casos en que puedan ser útiles para efectuar su propósito. Su espí­ritu activó a los que construí­an el tabernáculo y sus enseres y a los que tejí­an las prendas de vestir sacerdotales, llenando a aquellos hombres y mujeres tanto de †˜sabidurí­a como de entendimiento†™. De ese modo, no solo entendieron qué deseaba y cuáles eran los medios para realizar el trabajo, sino también desplegaron el talento, la habilidad artí­stica, la visión y el juicio necesarios para diseñar y producir obras magní­ficas. (Ex 28:3; 31:3-6; 35:10, 25, 26, 31, 35; 36:1, 2, 4, 8.)

Hombres sabios de la antigüedad. En la antigüedad, tanto los reyes como otras autoridades daban un gran valor a los hombres que destacaban por su sabidurí­a y buen consejo, un punto de vista que sigue vigente en nuestros tiempos. En Egipto, Persia, Caldea, Edom y otras naciones, tení­an †œsabios† en la corte o cercanos a ella (Ex 7:11; Est 1:13; Jer 10:7; 50:35; Abd 8), entre quienes se hallaban los sacerdotes y los funcionarios del gobierno, pero no solo ellos, pues es probable que se incluyese también a los †œancianos† de la nación que tení­an la reputación de ser hombres sabios y que por vivir cerca de la capital, se les podí­a pedir consejo. (Compárese con Gé 41:8; Sl 105:17-22; Isa 19:11, 12; Jer 51:57.) Los monarcas persas tení­an un consejo privado para consultas urgentes compuesto de siete sabios (Est 1:13-15), y es posible que funcionarios persas de menor rango también tuviesen su propio consejo de sabios. (Est 6:13.)
Gracias a la ayuda del espí­ritu de Dios, José demostró tal discreción y sabidurí­a que el Faraón que gobernaba en Egipto le hizo su primer ministro. (Gé 41:38-41; Hch 7:9, 10.) †œMoisés fue instruido en toda la sabidurí­a de los egipcios† y †œera poderoso en sus palabras y hechos† hasta antes de que Dios le convirtiese en su vocero. Pero esta sabidurí­a y aptitud humanas no fueron suficientes para que Moisés cumpliera el propósito de Dios. Después de que a los cuarenta años intentó por primera vez traer alivio a sus hermanos israelitas, tuvo que esperar otros cuarenta años antes de que Dios lo enviase, como hombre sabio espiritualmente, para sacar a Israel de Egipto. (Hch 7:22-36; compárese con Dt 34:9.)
Salomón ya era sabio antes de ser rey (1Re 2:1, 6, 9) y, sin embargo, en una oración a Jehová, reconoció humildemente que solo era †œun muchachito† y buscó su ayuda para juzgar al pueblo de Dios. Jehová lo recompensó con †œun corazón sabio y entendido† que no tuvo parangón entre los reyes de Judá. (1Re 3:7-12.) Su sabidurí­a sobrepasó la famosa sabidurí­a de los orientales y la de Egipto, y convirtió a Jerusalén en un lugar al que viajaban los monarcas o sus representantes para aprender de este rey israelita. (1Re 4:29-34; 10:1-9, 23-25.) Ciertas mujeres de tiempos antiguos también se destacaron por su sabidurí­a. (2Sa 14:1-20; 20:16-22; compárese con Jue 5:28, 29.)

No siempre se ha usado para bien. La sabidurí­a humana se puede utilizar para bien o para mal. Si se emplease para un mal fin, se delatarí­a a sí­ misma como sabidurí­a carnal, no espiritual o divina. Por ejemplo, Jehonadab era †œun hombre muy sabio†, pero el consejo que dio a Amnón, el hijo de David, estuvo basado en una artimaña de dudoso éxito, que implicó la manipulación de otras personas con engaño, y tuvo unas consecuencias desastrosas. (2Sa 13:1-31.) Absalón llevó a cabo una astuta campaña con el fin de destronar a David su padre (2Sa 14:28-33; 15:1-6), y cuando ocupó Jerusalén, pidió a dos de los consejeros de su padre, Ahitofel y Husai, que le dijesen qué otros ardides podrí­a poner en práctica. La sabidurí­a que solí­a respaldar el consejo de Ahitofel era tan coherente y exacta, que parecí­a provenir de Dios. No obstante, como habí­a traicionado al ungido de Jehová, Dios hizo que se rechazase su maquiavélico plan y se adoptase el del fiel Husai, que habilidosamente halagó la vanidad de Absalón y se aprovechó de su debilidad humana para conseguir su caí­da. (2Sa 16:15-23; 17:1-14.) Pablo dijo con respecto a Dios: †œ†˜Prende a los sabios en su propia astucia†™. Y otra vez: †˜Jehová sabe que los razonamientos de los sabios son vanos†™†. (1Co 3:19, 20; compárese con Ex 1:9, 10, 20, 21; Lu 20:19-26.)
Los sacerdotes, profetas y sabios apóstatas de Israel con el transcurso del tiempo condujeron al pueblo a oponerse al consejo y a los mandatos que Dios les transmití­a por medio de sus siervos leales. (Jer 18:18.) Como resultado, Jehová hizo que la †˜sabidurí­a de sus sabios pereciera y el entendimiento de los discretos se ocultara†™ (Isa 29:13, 14; Jer 8:8, 9), al permitir que el reino de quinientos años de Judá fuese destruido (como harí­a después con Babilonia, altivo verdugo de Jerusalén, y con la jactanciosa dinastí­a de Tiro). (Isa 47:10-15; Eze 28:2-17.) Prefirieron la sabidurí­a carnal en lugar de la espiritual.

La vanidad de gran parte de la sabidurí­a humana. Cuando el rey Salomón investigó †œla ocupación calamitosa† que el pecado y la imperfección han traí­do a la humanidad, sopesó el valor de la sabidurí­a que el hombre en general ha alcanzado y cultivado, y se encontró con que solo ha sido †œun esforzarse tras viento†. La capacidad del hombre para sobreponerse o tan siquiera compensar de algún modo el desorden, la perversión y las deficiencias propias de una sociedad humana imperfecta es tan limitada, que aquellos que se han †˜procurado una abundancia de sabidurí­a†™ han visto aumentar su frustración e irritación seguramente debido a que han tomado conciencia de lo poco que pueden hacer para mejorar la situación. (Ec 1:13-18; 7:29; compárese con Ro 8:19-22, donde el apóstol Pablo menciona cuál es la provisión de Dios para dar fin a la esclavitud de la humanidad a la corrupción y a la futilidad.)
Salomón también se dio cuenta de que si bien la sabidurí­a humana producí­a diversos placeres, así­ como la pericia necesaria para conseguir riqueza material, no podí­a traer verdadera felicidad o satisfacción duradera. El hombre sabio muere junto con el estúpido, sin saber lo que sucederá con sus posesiones, y su sabidurí­a deja de existir cuando va a la sepultura. (Ec 2:3-11, 16, 18-21; 4:4; 9:10; compárese con Sl 49:10.) Aun estando vivo, el †œtiempo y el suceso imprevisto† pueden causar calamidad repentina y dejar al sabio sin tan siquiera las necesidades básicas, como el alimento. (Ec 9:11, 12.) El hombre nunca podrí­a descubrir †œla obra del Dios verdadero† por su propia sabidurí­a, ni conseguir conocimiento que le permitiera resolver los mayores problemas del ser humano. (Ec 8:16, 17; compárese con Job 28.)
Salomón no dice que la sabidurí­a humana carezca en absoluto de valor. Cuando se compara con la simple tontedad, respecto a la que también investigó, la ventaja de la sabidurí­a sobre la tontedad es como la de la †˜luz sobre la oscuridad†™. Mientras que los ojos del sabio están †œen la cabeza†, al servicio de las facultades intelectuales, los ojos del estúpido no ven las cosas con discernimiento meditado. (Ec 2:12-14; compárese con Pr 17:24; Mt 6:22, 23.) La sabidurí­a es una protección de mayor valor que el dinero. (Ec 7:11, 12.) Pero Salomón mostró que su valor era muy relativo, pues dependí­a enteramente de que se conformara a la sabidurí­a y al propósito divinos. (Ec 2:24; 3:11-15, 17; 8:12, 13; 9:1.) Una persona puede excederse en su esfuerzo por manifestar sabidurí­a, obligándose a ir más allá de los lí­mites de su capacidad imperfecta en un proceder autodestructivo (Ec 7:16; compárese con 12:12), pero si sirve de manera obediente a su Creador y se contenta con el alimento, la bebida y el bien que le produce su duro trabajo, Dios le dará †œsabidurí­a y conocimiento y regocijo† según sus necesidades. (Ec 2:24-26; 12:13.)

Contrastada con el secreto sagrado de Dios. El hombre ha acumulado un gran caudal de sabidurí­a a través de los siglos. En su mayor parte, esta se transmite mediante los sistemas escolares y otros medios de enseñanza, si bien hay conocimientos que se adquieren gracias a la relación con otras personas o por la experiencia. Los cristianos deben determinar qué actitud adoptar hacia esa clase de sabidurí­a. En una ilustración sobre un mayordomo injusto que manejó los bienes de su amo de un modo que le permitiera ganarse las simpatí­as de los deudores del amo con el fin de asegurarse el futuro, Jesús afirmó que el mayordomo †œobró con sabidurí­a práctica [fro·ní­Â·mos, †œdiscretamente†]†. Sin embargo, dijo que esta sagacidad era la sabidurí­a práctica de †œlos hijos de este sistema de cosas†, no la de †œlos hijos de la luz†. (Lu 16:1-8.) Con anterioridad habí­a alabado a su Padre celestial por haber escondido ciertas verdades de los †œsabios e intelectuales† y haberlas revelado a sus discí­pulos, que, en comparación, eran como †œpequeñuelos†. (Lu 10:21-24.) Entre los sabios e intelectuales a los que se refirió Jesús se hallaban los escribas y fariseos educados en las escuelas rabí­nicas. (Compárese con Mt 13:54-57; Jn 7:15.)
En el primer siglo, los griegos eran especialmente famosos por su cultura y conocimiento acumulado, sus escuelas y sus grupos filosóficos. Probablemente por esa razón, Pablo parangonó a los †˜griegos y bárbaros†™ con los †˜sabios e insensatos†™. (Ro 1:14.) Pablo recalcó a los cristianos de Corinto (Grecia) que el cristianismo no dependí­a de †œla sabidurí­a [so·fí­Â·an] del mundo† ni se caracterizaba por esa sabidurí­a de la humanidad alejada de Dios. (1Co 1:20; véase MUNDO [El mundo alejado de Dios].) No querí­a decir que no hubiera nada útil o beneficioso entre las múltiples facetas de la sabidurí­a del mundo, pues Pablo a veces utilizó sus conocimientos del oficio de hacer tiendas de campaña y también citó de vez en cuando de las obras literarias de autores mundanos para ilustrar ciertas verdades. (Hch 18:2, 3; 17:28, 29; Tit 1:12.) Pero en su conjunto, el punto de vista, los métodos, las normas y las metas del mundo —su filosofí­a— no estaban en armoní­a con la verdad; eran contrarias a la †˜sabidurí­a de Dios reflejada en el secreto sagrado†™.
De modo que el mundo con su sabidurí­a rechazó la provisión de Dios por medio de Cristo como si fuera una tontedad; aunque es posible que sus gobernantes hayan sido administradores capaces y juiciosos, llegaron hasta el punto de †œ[fijar] en el madero al glorioso Señor†. (1Co 1:18; 2:7, 8.) Pero Dios, por su parte, demostró que la sabidurí­a del mundo era tontedad, pues avergonzó a sus hombres sabios utilizando para llevar a cabo su propósito invencible lo que ellos consideraban †œuna cosa necia de Dios† y a las personas que ellos veí­an como †˜necias, débiles e innobles†™. (1Co 1:19-28.) Pablo recordó a los cristianos corintios que †œla sabidurí­a de este sistema de cosas, [y] la de los gobernantes de este sistema de cosas† serí­a reducida a la nada; por consiguiente, tal sabidurí­a no era parte del mensaje espiritual del apóstol. (1Co 2:6, 13.) Advirtió a los cristianos de Colosas que no se dejaran entrampar por †œla filosofí­a [fi·lo·so·fí­Â·as, literalmente, †œamor a la sabidurí­a†] y el vano engaño según la tradición de los hombres†. (Col 2:8; compárese con los vss. 20-23.)
La sabidurí­a del mundo estaba abocada al fracaso pese a sus éxitos y beneficios de carácter temporal. En cambio, la congregación cristiana de ungidos de Dios tení­a en su haber la sabidurí­a espiritual que les conducí­a a †œlas riquezas insondables del Cristo†. Como esa congregación formaba parte del secreto sagrado de Dios, por sus tratos con ella y sus propósitos cumplidos en ella, El dio a conocer o reveló mediante dicha congregación su †œgrandemente diversificada sabidurí­a†, incluso a †œlos gobiernos y a las autoridades en los lugares celestiales†. (Ef 3:8-11; 1:17, 18; compárese con 1Pe 1:12.) Sus miembros tienen †œla mente de Cristo† (véase Flp 2:5-8), por lo que poseen un conocimiento y entendimiento considerablemente superior al del mundo, de modo que pueden hablar, †œno con palabras enseñadas por sabidurí­a humana, sino con las enseñadas por el espí­ritu†, con una †œboca y sabidurí­a† que los opositores no pueden refutar, aun cuando —según los criterios del mundo— tengan a los cristianos por †œiletrados y del vulgo†. (1Co 2:11-16; Lu 21:15; Hch 4:13; 6:9, 10.)

La batalla espiritual. El apóstol Pablo confió en la sabidurí­a divina para guerrear en sentido espiritual contra cualquiera que amenazase con pervertir las congregaciones cristianas, como la de Corinto. (1Co 5:6, 7, 13; 2Co 10:3-6; compárese con 2Co 6:7.) Sabí­a que †œla sabidurí­a es mejor que los útiles de pelear, y simplemente un solo pecador puede destruir mucho bien†. (Ec 9:18; 7:19.) Su referencia a †œderrumbar cosas fuertemente atrincheradas† (2Co 10:4) corresponde en esencia a la forma en que se traduce una parte de Proverbios 21:22 en la Septuaginta griega. Pablo conocí­a la tendencia humana a dejarse atraer por quienes tienen una educación destacada, un gran talento o una personalidad y manera de hablar enérgicas; sabí­a que las †˜palabras en tranquilidad de un hombre sabio pero necesitado†™ a menudo se pasan por alto para prestar atención a quienes dan una mayor apariencia de poderí­o. (Compárese con Ec 9:13-17.) Hasta a Jesús, que carecí­a de la riqueza y posición terrestre de Salomón pero sí­ tení­a mucha más sabidurí­a, tuvieron poco respeto y apenas prestaron atención los gobernantes y el pueblo. (Compárese con Mt 12:42; 13:54-58; Isa 52:13-15; 53:1-3.)
A aquellos que se jactaban de sus aptitudes personales (contrástese con Jer 9:23, 24), pero carecí­an de un buen corazón, la presencia de Pablo les parecí­a †œdébil, y su habla desdeñable†. (2Co 5:12; 10:10.) Sin embargo, Pablo siempre evitó el habla extravagante y el hacer gala de sabidurí­a y poder persuasivo humanos, con el fin de que la fe de sus oyentes se edificara con el poder del espí­ritu de Dios y se fundara en Cristo, no en la †œsabidurí­a de los hombres†. (1Co 1:17; 2:1-5; 2Co 5:12.) Demostró tener visión espiritual y ser un †œsabio director de obras†, no de edificaciones materiales, sino espirituales, trabajando como colaborador de Dios en la preparación de discí­pulos que reflejaran verdaderas cualidades cristianas. (1Co 3:9-16.)
Por consiguiente, sin importar cuánta sabidurí­a del mundo pudiera tener alguien en el sentido de destreza en ciertos oficios, sagacidad en el comercio, habilidad administrativa o conocimientos cientí­ficos o filosóficos, la regla era: †œSi alguno entre ustedes piensa que es sabio en este sistema de cosas, hágase necio, para que se haga sabio†. (1Co 3:18.) Solo deberí­a jactarse de †˜tener perspicacia y conocimiento de Jehová, Aquel que ejerce bondad amorosa, derecho y justicia en la tierra†™, pues es en esto en lo que Jehová se deleita. (Jer 9:23, 24; 1Co 1:31; 3:19-23.)

Una administración sabia. La sabidurí­a personificada dice de sí­ misma: †œYo tengo consejo y sabidurí­a práctica. Yo… entendimiento; yo tengo poderí­o. Por mí­ reyes mismos siguen reinando, y altos funcionarios mismos siguen decretando justicia. Por mí­ prí­ncipes mismos siguen gobernando como prí­ncipes, y todos los nobles están juzgando en justicia. A los que me aman, yo misma los amo, y los que me buscan son los que me hallan†. (Pr 8:12, 14-17.) El rey mesiánico manifiesta esa misma clase de sabidurí­a que procede de Dios. (Isa 11:1-5; compárese con Rev 5:12.) Esta clase de sabidurí­a es superior a las aptitudes que una persona pudiera tener o cultivar en circunstancias normales, y hace a la persona sabia en el manejo de los principios de la ley divina, lo que, con la ayuda del espí­ritu de Dios, la capacita para tomar decisiones judiciales rectas e imparciales. (Esd 7:25; 1Re 3:28; Pr 24:23; compárese con Dt 16:18, 19; Snt 2:1-9.) Tal clase de sabidurí­a no es indiferente a la maldad, más bien, lucha contra ella. (Pr 20:26.)
A los hombres en los que se delegan responsabilidades en la congregación cristiana, no se les escoge por ser personas influyentes en el mundo, inteligentes o por sus aptitudes naturales, sino por estar †˜llenos de espí­ritu y sabidurí­a [divina]†™. (Hch 6:1-5; compárese con 1Ti 3:1-13; Tit 1:5-9.) Jesús prometió que enviarí­a esta clase de hombres, †œprofetas y sabios e instructores públicos†, para que también sirvieran de jueces y consejeros de la congregación, como los del antiguo Israel. (Mt 23:34; 1Co 6:5.) Estos hombres reconocí­an la importancia de consultar los asuntos entre sí­. (Pr 13:10; 24:5, 6; compárese con Hch 15:1-22.)

Adquirir sabidurí­a verdadera. El proverbio aconseja: †œCompra la verdad misma y no la vendas… sabidurí­a y disciplina y entendimiento†. (Pr 23:23.) Jehová, la Fuente de la sabidurí­a verdadera, la concede generosamente a los que la buscan con sinceridad, la piden con fe y muestran un temor racional y reverente a El. (Pr 2:1-7; Snt 1:5-8.) Pero el que la busca debe invertir tiempo en el estudio de la Palabra de Dios, aprender sus mandamientos, leyes, recordatorios y consejo, examinar la historia de las acciones y las obras de Dios y luego aplicar todo ello a su vida. (Dt 4:5, 6; Sl 19:7; 107:43; 119:98-101; Pr 10:8; compárese con 2Ti 3:15-17.) Tal persona compra el tiempo oportuno, no actuando de manera irrazonable en un tiempo inicuo, sino †œpercibiendo cuál es la voluntad de Jehovᆝ. (Ef 5:15-20; Col 4:5, 6.) Tiene que cultivar una fe firme y una convicción inquebrantable en que el poder de Dios es invencible, en que su voluntad tendrá éxito seguro y en que verdaderamente tiene la capacidad de recompensar la fidelidad de sus siervos y cumplirá su promesa de hacerlo. (Heb 11:1, 6; 1Co 15:13, 14, 19.)
Solo de esta manera puede la persona tomar decisiones correctas en cuanto a su proceder en la vida y no desviarse por causa del temor, la avaricia, el deseo inmoral y otras emociones perjudiciales. (Pr 2:6-16; 3:21-26; Isa 33:2, 6.) Es tal como dice la sabidurí­a personificada: †œFeliz es el hombre que me está escuchando al mantenerse despierto a mis puertas dí­a a dí­a, vigilando a los postes de mis entradas. Porque el que me halla ciertamente halla la vida, y consigue buena voluntad de Jehová. Pero el que no me alcanza hace violencia a su alma; todos los que me odian con intensidad son los que de veras aman la muerte†. (Pr 8:34-36; 13:14; 24:13, 14.)

La relación entre la sabidurí­a y el corazón. La inteligencia es, obviamente, un factor muy importante en la sabidurí­a; sin embargo, el corazón, que no solo está relacionado con el pensamiento, sino también con los motivos y los afectos, es un factor aún más importante para conseguir la sabidurí­a verdadera. (Sl 49:3, 4; Pr 14:33; véase CORAZí“N.) El siervo de Dios quiere obtener †œsabidurí­a pura† en su †œyo secreto†, tener un motivo sabio al planear su proceder en la vida. (Compárese con Sl 51:6, 10; 90:12.) †œEl corazón del sabio está a su diestra [es decir, listo para ayudarle y protegerle en momentos crí­ticos (compárese con Sl 16:8; 109:31)], pero el corazón del estúpido a su siniestra [incapaz de incentivarle a un proceder sabio].† (Ec 10:2, 3; compárese con Pr 17:16; Ro 1:21, 22.) La persona verdaderamente sabia ha entrenado y disciplinado su corazón en el camino de la sabidurí­a (Pr 23:15, 16, 19; 28:26); es como si hubiese escrito mandamientos y leyes justos †˜sobre la tabla de su corazón†™. (Pr 7:1-3; 2:2, 10.)

La experiencia y las buenas compañí­as. La experiencia contribuye sensiblemente a la sabidurí­a. Hasta la sabidurí­a de Jesús aumentó según fueron transcurriendo los años de su niñez. (Lu 2:52.) Moisés designó como principales a hombres que eran †œsabios y discretos y experimentados†. (Dt 1:13-15.) Aunque se puede obtener cierto grado de sabidurí­a al sufrir castigo u observar a otros recibirlo (Pr 21:11), una mejor manera de adquirir sabidurí­a, y que además ahorra tiempo, es beneficiarse y aprender de la experiencia de los que ya son sabios, prefiriendo su compañí­a a la de †œlos inexpertos†. (Pr 9:1-6; 13:20; 22:17, 18; compárese con 2Cr 9:7.) Es más probable que tengan tal sabidurí­a las personas mayores, en particular aquellas que dan muestras de tener el espí­ritu de Dios. (Job 32:7-9.) Esto se ilustró de manera notable en el tiempo del reinado de Rehoboam. (1Re 12:5-16.) Sin embargo, †œmejor es un niño necesitado, pero sabio [hablando relativamente], que un rey viejo, pero estúpido, que no ha llegado a saber lo suficiente como para que se le advierta ya más†. (Ec 4:13-15.)
Las puertas de la ciudad (que solí­an dar a una plaza pública) eran lugares donde los ancianos daban consejo sabio y tomaban decisiones judiciales. (Compárese con Pr 1:20, 21; 8:1-3.) Las personas tontas no solí­an hablar en ese ambiente, ni solicitando sabidurí­a ni ofreciéndola, sino en otros lugares. (Pr 24:7.) Aunque la asociación con los sabios supone disciplina y alguna que otra reprensión, esto es mucho mejor que la canción y la risa del estúpido. (Ec 7:5, 6.) La persona que se aí­sla, y así­ busca su propio punto de vista estrecho y restringido de la vida, así­ como sus propios deseos egoí­stas, finalmente se desví­a en una dirección contraria a toda sabidurí­a práctica. (Pr 18:1.)

Se manifiesta en la conducta y el habla personal. Proverbios 11:2 dice que †œla sabidurí­a está con los modestos†; Santiago habla de la †œapacibilidad que pertenece a la sabidurí­a†. (Snt 3:13.) Los celos, la contienda, la jactancia y la terquedad ponen de manifiesto que falta sabidurí­a verdadera y que la persona que manifiesta esas actitudes se deja guiar más bien por la sabidurí­a que es †œterrenal, animal, demoní­aca†. La sabidurí­a verdadera es †œpací­fica, razonable, lista para obedecer†. (Snt 3:13-18.) †œLa vara de la altivez está en la boca del tonto, pero los mismí­simos labios de los sabios los guardarán.† Sabiamente se abstienen de hablar de manera presuntuosa, áspera o imprudente. (Pr 14:3; 17:27, 28; Ec 10:12-14.) De la lengua y de los labios del sabio sale habla bien pensada, curativa, agradable y beneficiosa (Pr 12:18; 16:21; Ec 12:9-11; Col 3:15, 16), y en lugar de promover problemas, intentan producir calma y †˜ganar almas†™ por medio de persuasión sabia. (Pr 11:30; 15:1-7; 16:21-23; 29:8.)
Aquellas personas que se hacen †˜sabias a sus propios ojos†™ y se elevan sobre los demás (incluso sobre Dios) son peores que el que es estúpido, pero que no intenta disimularlo. (Pr 26:5, 12; 12:15.) La persona engreí­da es demasiado orgullosa para aceptar que se la corrija. (Pr 3:7; 15:12; Isa 5:20, 21.) Paradójicamente, tanto el que es perezoso como el de vida acomodada son proclives a esta actitud. (Pr 26:16; 28:11; compárese con 1Ti 6:17.) No obstante, el censurador es para el oí­do receptivo como †˜un arete de oro y un adorno especial a su oí­do†™ (Pr 25:12); en efecto, †œda una censura a un sabio, y te amarᆝ. (Pr 9:8; 15:31-33.)

La sabidurí­a en la familia. La sabidurí­a edifica la casa, no solo el edificio, sino la familia, y le proporciona prosperidad. (Pr 24:3, 4; compárese con Pr 3:19, 20; Sl 104:5-24.) Los padres sabios no retienen la vara y la censura, sino que protegen a sus hijos contra la delincuencia por medio de la disciplina y el consejo. (Pr 29:15.) La esposa sabia contribuye en gran manera al éxito y la felicidad de la familia. (Pr 14:1; 31:26.) Los hijos que se someten sabiamente a la disciplina de los padres regocijan y honran a la familia, defendiendo su reputación contra la calumnia o acusación y dando prueba a otros de la sabidurí­a y la educación que han recibido de sus padres. (Pr 10:1; 13:1; 15:20; 23:24, 25; 27:11.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: Introducción. 1. Terminologí­a. II. Las formas de expresión. III. Sabidurí­a del medio Oriente no bí­blico: 1. Las listas; 2. Las antiguas colecciones de sentencias; 3. Otros textos: a) Textos anteriores a la Biblia, b) Textos contemporáneos del AT, c) Textos de principios de la era cristiana; 4. ¿Qué es la sabidurí­a?; 5. La Bibliay las sabidurí­as paganas. IV. Lasabidurí­a bí­blica:!. Los libros sapienciales; 2. En los otros libros bí­blicos: aj En el AT, b) En el NT: Jesús maestro de sabidurí­a. V. Origen de la sabidurí­a en Israel: 1. Salomón, modelo de los sabios; 2. Escribas y escuelas; 3. Origen popular de la sabidurí­a. VI. El fin de la sabidurí­a. VII. La actitud de los sabios: 1. El consejo; 2. Los lí­mites de la sabidurí­a; 3. La sabidurí­a de Dios; 4. El problema de la retribución; 5. Una reflexión sobre la historia de la salvación. VIII. La personificación de la sabidurí­a en el AT: 1. Los textos: a) Jb 28, b) Pr 8-9, c) Si, d) Bar 3,9-4,4, e) Sg 6-9; 2. Interpretación. IX. Jesús y la Sabidurí­a en el NT: 1. En los evangelios sinópticos; 2. En san Pablo; 3. En san Juan; 4. Interpretación.
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Introducción.
La sabidurí­a es un fenómeno que encontramos en todos los pueblos y en todos los tiempos. Sin embargo, hasta hace algunos decenios, la sabidurí­a bí­blica habí­a sido poco tomada en consideración. Los padres de la Iglesia hablaron poco de ella, lo mismo que los grandes teólogos del medievo, mientras que los grandes comentaristas de los siglos xvi y xvn se interesaron más por ella, seguidos, en el siglo xix, por los fundadores de la exégesis histórico-crí­tica moderna, aunque sin conseguir suscitar el interés que hay en nuestra época. La razón de esta escasa consideración por la corriente sapiencial bí­blica se explica en parte por el hecho de que la cultura occidental, en la cual se ha desarrollado sobre todo el cristianismo, concedió mayor atención a la filosofí­a y a las ciencias, mientras que la sabidurí­a popular, que también en Occidente se expresa en proverbios y otras formas, ha permanecido en el estadio de transmisión puramente oral, con lo cual en Occidente los proverbios no tienen otra función que adornar el estilo. La situación ha cambiado con el descubrimiento, a partir del siglo xix, de las literaturas sapienciales de Mesopotamia y sobre todo de Egipto, hasta entonces desconocidas. Su afinidad con la sabidurí­a bí­blica fue una auténtica revelación. Además, el descubrimiento, sobre todo en el siglo xx, de las sabidurí­as orales africanas, cuya puesta por escrito es cada vez más urgente, ha servido para aumentar el interés actual por la sabidurí­a bí­blica, de la cual pudieran iluminar algunos aspectos, en particular su origen, función y significado. También la figura de la Sabidurí­a personificada (siempre con 5 mayúscula), que la Iglesia no ha olvidado nunca del todo en virtud de su nexo con la cristologí­a, se ha beneficiado, a partir de investigaciones renovadas de los recientes descubrimientos, de explicaciones cada vez más precisas, cuyo alcance teológico y espiritual no se puede ciertamente descuidar.
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1. TERMINOLOGIA.
Los términos sabidurí­a, sabio, se derivan, de un modo o de otro, de las voces latinas sapientia, sapiens, que a su vez proceden del verbo sapere: gustar, percibir, comprender, saborear.
En la Vulgata, sapientia y sapiens traducen habitualmente los términos griegos de la versión de los Setenta y del NT sophí­a y sophós, cuya raí­z es de etimologí­a desconocida.
En los Setenta estos términos griegos traducen generalmente las palabras hebreas derivadas de la raí­z hkm, presente en la mayor parte de las lenguas semí­ticas: hokmah, sabidurí­a, y hakam, sabio.
En la Biblia hebrea, la raí­z hkm se usa 318 veces, a las cuales es preciso añadir otros 50 casos en los fragmentos hebreos de Si. En realidad, los vocablos hebreos hakam y hokmah se utilizan sobre todo en los libros sapienciales: Jb, Pr, Qo, Si. En los Setenta, comprendiendo el libro de la Sabidurí­a, ocurre lo mismo para las voces griegas sophós y sophí­a.
En el NT sophí­a se usa 50 veces, y 20 sophós, con una concentración particular en ico 1-3.
Junto a estos términos fundamentales, el hebreo y el griego utilizan también otras voces, que se aproximan por el significado. Así­, por ejemplo, encontramos los siguientes binomios: sabidurí­a y saber (da†™at, gnósis: Pr 2,6; Pr 30,3; Qo 1,16-17; Qo 2,21-26; Qo 9,10; Col 2,3), sabidurí­a e inteligencia (binaho tebünah, synesis: Dt 4,6; Pr 24,3; Si 14,20; Is 29,14; Jr 51,15; Col 1,9), sabidurí­a y educación (müsar, paideí­a: Pr 1,2; Pr 1,7; Pr 15,33). El hecho de que la traducción no vierta siempre del mismo modo los términos hebreos denota una cierta fluidez en el vocabulario. Esta observación se ve corroborada por algunos textos, que acumulan términos de los cuales no es fácil establecer con precisión su sentido especí­fico. Por ejemplo: †œPara conocer sabidurí­a y disciplina (müsar) para adquirir destreza y agudeza (müsar hasekel) para dar a los jóvenes la prudencia (Ormah), al joven ciencia (da†™at) y prudencia (mezimmah)…†(Pr 1,2-4); †œYo, la sabidurí­a, habito con la prudencia (Ormah), he encontrado la ciencia de los consejos (da†™at mezimmót), … a mí­ me pertenece el consejo (†˜esah) y la habilidad (tusijah), mí­a es la inteligencia (binah), mí­a la fuerza (gebürah)†(Pr 8,12; Pr 8,14); †œPero en él (Dios) sabidurí­a y fuerza (gebürah), suyas son la perspicacia (†˜esah)y la prudencia (tebünah)† (Jb 12,13); †œEspí­ritu de sabidurí­a y de inteligencia (binah), espí­ritu de consejo (†˜esah) y de fortaleza (gegúrah), espí­ritu de conocimiento (da†™at) y de temor del Señor† (Is 11,2).
De manera muy general se puede decir a la luz de esta terminologí­a que la sabidurí­a se adquiere a través de una educación progresiva, mira a una comprensión profunda y penetrante de lo real, y lleva a un †œsaber hacer†, a un †œsaber vivir†, cuyos valores morales, como, por ejemplo, el coraje, y religiosos, como el temor de Dios, no son exclusivos. En esto la sabidurí­a bí­blica no se distingue para nada de la sabidurí­a de cualquier pueblo de cualquier tiempo.
La sabidurí­a se dirige a los ingenuos, a gente infantil (peta†™im: Pr 1,4; Pr 1,22; Pr 1,32). Se trata de personas sencillas, que manifiestan ligereza, y que por tanto son susceptibles de verse influidas por el bien y por el mal (Pr 9,4; Pr 9,16). El que tiene poca sabidurí­a es un necio, un obtuso (kesil; Pr 26,1-12); habla con atolondramiento; no es posible fiarse de él ni se consigue nada del mismo. Es un ser lleno de mezquindad, vil, innoble (nabal: Pr 17,7; Pr 17,21; Si 4,2); obra sin pensar, desconsideradamente; sus modos son inconvenientes (Pr 30,32); es un insensato, un loco (†˜ewll: Pr 10,8; Pr 10,14; Pr 10,21) y se le conoce por su hablar. Si 21,11-22,18 traza un cuadro delicioso del necio.
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II. LAS FORMAS DE EXPRESION.
También las formas a través de las cuales se expresa la sabidurí­a son las mismas en todas partes. En la Biblia encontramos la forma del refrán: †œCual la madre, tal la hija† (Ez 16,44); †œPiel por piel† (Jb 2,44); †œMédico, cúrate a ti mismo† (Lc 4,23); encontramos proverbios: †œDe los malos sale la malicia† (IS 24,14 ); †œNo se engrí­a quien se está ciñendo las armas como el que se despoja de ellas† (IR 20,11, cuatro palabras en hebreo); o también: †œLos padres comieron agraces, y los dientes de los hijos sufren la dentera† (Jr 31,29; Ez 18,2). Junto a estas formas simples está luego el enigma, como el propuesto por Sansón:
†œDel que come salió comida, y del fuerte salió dulzura† (Jc 14,14); o también la fábula, como la de Jotán Jc 9,7-15) o la de Joás: †œEl cardo del Lí­bano mandó a decir al cedro del Lí­bano: †˜Da tu hija por esposa a mi hijo†™. Pero pasaron las fieras del Lí­bano y pisotearon el cardo† (2R 14,9). Encontramos también el proverbio numérico, sobretodo en Pr 30,15-33; o la parábola, como la narrada por Natán a David 2S 12,1-4). A veces el texto se desarrolla en forma de relato, como la narración en prosa que abre y cierra Jb [1 Jb II, 1]; el desarrollo puede aparecer también en forma de discurso muy elaborado, como, por ejemplo, en Pr 2; o incluso en forma de diálogo, como el poema de Jb. Todas estas expresiones sapienciales, breves o largas, son llamadas por la Biblia hebrea maSal.
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III. SABIDURIAS DEL MEDIO ORIENTE NO BIBLico.
Contrariamente a lo que se pensaba a principios del siglo pasado, la sabidurí­a bí­blica no es la más antigua. Se inserta dentro de una corriente que tiene sus raí­ces en Mesopotamia y en Egipto, donde los sabios, como por lo demás los de la Biblia, consignaron por escrito sus enseñanzas. Este consignar por escrito constituye una de las caracterí­sticas fundamentales de la sabidurí­a del medio Oriente.
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1. Las listas.
La primera etapa de esta sabidurí­a escrita fue probablemente la composición de listas llamadas onomásticas: a fin de hacer un inventario de su mundo, los autores de estas listas enumeraban, por categorí­as, los seres y las cosas que los rodeaban y que podí­an serles de utilidad. Así­ hicieron los sumerios y los egipcios. La Biblia atribuye a Salomón esta misma actividad, que marca el comienzo de la investigación cientí­fica: †œTrató acerca de los árboles, desde el cedro del Lí­bano hasta el hisopo que brota en la pared; disertó acerca de los animales, de las aves, de los reptiles y de los peces† (lRe5,13).
2922
2. Las antiguas colecciones de sentencias.
La sabidurí­a meso-potámica y la egipcia son conocidas sobre todo por las colecciones que la arqueologí­a moderna ha permitido descubrir. Encontramos en ellas ante todo instrucciones transmitidas ha-bitualmente por un rey a su heredero o por un escriba a su hijo. Estas instrucciones se componen ordinariamente de proverbios, que indican el comportamiento a seguir para triunfar en la vida o en el trabajo. El texto más antiguo proviene de los sumerios, y son las Instrucciones de Shu-ruppak. Este texto se remonta probablemente a mediados del tercer milenio; y se puede seguir su transmisión, a pesar de los muchos cambios, hasta finales del año 1000 a.C. En Egipto encontramos las Instrucciones del visir Ptah-Hotep a su hijo, que remontan igualmente a mediados del tercer milenio; del siglo xxn a.C. son las Instrucciones del rey al hijo Merikare; las del escriba Ani a su hijo remontarí­an a mediados del segundo milenio. Las Instrucciones del escriba Amenemope a su hijo, cuya fecha oscila entre el 1000 y el 600 a.C, podrí­an haber influido en el autor de la colección bí­blica de Pr 22,17-24,22; finalmente, la enseñanza de OnkhSheshonq-qy podrí­a datar del siglo ? a.C. Las colecciones de proverbios bí­blicos (Pr 10-31) se inscriben en esta corriente sumeria y egipcia, cuyos principales testimonios hemos recordado ya anteriormente.
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3. Otros textos,
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a) Textos anteriores a la Biblia.
Mesopotamia y Egipto han transmitido también textos sapienciales en los cuales el discurso es de más amplios vuelos y está estructurado, y que contienen reflexiones sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre el sufrimiento y otros problemas humanos. En Egipto, la Disputa sobre el suicidio entre un hombre desesperado y su alma se remontarí­a a finales del tercer milenio; en cambio serí­a de principios del segundo milenio la Novela del campesino locuaz que reclama justicia y la Sátira de los oficios, donde Khety, por contraste, hace a su hijo Pepy el elogio del oficio de escriba. Este contraste se encuentra mucho más tarde en Si 38,24-39,11. También en Mesopotamia encontramos fábulas, entre ellas, en acádico, la del tamarisco y la palma, que se remonta al 1700-1 600 a.C. El monólogo acádico conocido, por las primeras palabras del texto, como Ludiul bel nemeqi: †œQuiero celebrar al señor de la sabidurí­a†, presenta a un justo que sufre, comparable a Jb, y provendrí­a de los años 1500-1 200 a.C. También el Diálogo pesimista entre un amo y su siervo, que aprueba siempre los proyectos más contradictorios del primero, está escrito en acádico y no debe de ser muy anterior al año 1000.
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b) Textos contemporáneos del A T.
En el primer milenio tendrán gran resonancia dos obras. La primera viene de Grecia; Las obras ylos dí­as, de Hesí­odo (siglo vm a.C), es un poema didáctico, en el que se exaltan los valores del trabajo. Son posibles muchas aproximaciones entre esta obra y la literatura sapiencial del medio Oriente antiguo. La segunda es la Sabidurí­a de Ajicar, obra probablemente aramea (siglos vi-y a.C), de la que se han encontrado grandes fragmentos en la comunidad judí­a de Elefantina, en Egipto. En ella se unen el griego EsopoyTob (1,21-22; 14,10). Ministro de SenaqueribydeAsaradón,Ajicar narra cómo, a causa de las intrigas del sobrino al que él habí­a formado en la sabidurí­a de los escribas, habrí­a él muerto de no ser porque el oficial que le habí­a arrestado consintió en ocultarlo. Vuelto a la gracia del rey, se le concedió castigar él mismo a su sobrino. La enseñanza que transmite Ajicar a este último es similar la de todas las colecciones antiguas del género: severa educación de los hijos, obediencia al rey, dificultades en las relaciones humanas, prudencia en las palabras y también alguna fábula.
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c) Textos de principios de la era cristiana.
Fuera de la Biblia, a principios de la era cristiana, vieron la luz también otros textos sapienciales. En el judaismo helení­stico encontramos las Sentencias de Focí­lides (finales del siglo i a.C. o principios del siglo i d.C.) y 3Esd 3,1-5,6 (relato posterior a Dan y anterior a Flavio José); en el judaismo palestinense los Pirqé †˜Abót, †œSentencias de los padres† (en la Misná, y por tanto anteriores a finales del siglo ü d.C); en el cristianismo, los Dos caminos (esta colección, de origen judí­o, se encuentra en la Didajé 2,2-6,1, en la Carta a Bernabé 18-20 y en la Doctrina de los doce apóstoles). Las Sentencias de Sexto (de origen pagano y cuya redacción cristiana se remonta al siglo II d.C.) y las Enseñanzas de Silvano (a caballo entre los siglos II y ni d.C). También en Egipto, en el siglo i d.C, encontramos una sabidurí­a en demótico, conservada en el Papiro Insinger.
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4. ¿Qué es la sabidurí­a?
Para iluminar el concepto bí­blico de sabidurí­a pueden ser útiles dos confrontaciones. En el panteón egipcio clásico, la diosa Ma†™at, hija del dios Ra, es representada como una muchachi-ta encogida, cubierta con un largo vestido, que tení­a en la cabeza un velo encima del cual habí­a una larga pluma, y en la mano una cruz con aspas en 5, sí­mbolo de la vida (ankh, en egipcio). Algunos marfiles del palacio real de Samarí­a prueban que en el siglo ix la diosa era conocida también allí­. Ma†™at asegura el orden cósmico y la armoní­a en las relaciones humanas a través de la justicia y de la bondad para con los pobres. Amada por Ra, lleva a la vida al que la venera: su cometido entre los responsables de la sociedad es abrirles a la verdad y alajusticia, sobre todo para con los desprovistos. La figura de la Sabidurí­a en Pr 8 puede que esté parcialmente inspirada en la Ma†™at, pero no sin que se haya producido una purificación radical: la Sabidurí­a no es una diosa. En los últimos siglos antes de la era cristiana la diosa isis adoptó la mayor parte de las prerrogativas de Ma†™at, difundiéndose su culto por el mundo helení­stico. Es posible que Si 24 y Sg 7-9, al hablar nuevamente de la Sabidurí­a, se inspiren algo en la figura de isis, pero sin hacer de la Sabidurí­a una diosa.
En la Grecia antigua, a los ojos de los siete Sabios, la sabidurí­a es un arte de vivir lleno de equilibrio, la capacidad de pronunciarse con sagacidad sobre los problemas tanto de la vida cotidiana como de la polí­tica. Contra los sofistas afirmó Sócrates más tarde la nobleza de la sabidurí­a, que a sus ojos es divina; con la práctica de la virtud, el hombre debe hacerse amigo suyo. Pero Platón redujo la sabidurí­a al ámbito intelectual: a través de la contemplación permite el conocimiento intuitivo de las ideas divinas, en particular el bien y lo bello. En cambio, Aristóteles distinguió la sabidurí­a, sophí­a, que es conocimiento de las causas primeras y de los principios -que, por tanto, ha de identificarse con la filosofí­a- de la prudencia, phrónesis, sabidurí­a práctica en la lí­nea de los siete Sabios. Más tarde el estoicismo hizo de la sabidurí­a †œla ciencia de las cosas divinas y humanas† (cf también 4 Mac 1,16): realidad divina, se identifica con la razón universal y es el ideal que el hombre puede alcanzar a través de la filosofí­a y la práctica de la virtud. El sabio realiza esta sabidurí­a ideal, virtud única. Mas a causa de la dificultad de conseguir esta sabidurí­a perfecta, los estoicos se aplicaron siempre más a Xa.phrónesis, sabidurí­a práctica, fruto de la virtud. Por hablar de phrónesis e insistir en su aspecto virtuoso, Sg 3,15; 4,9; 6,15.24; 7,7; 8,6-7 se mueve en el ámbito del pensamiento griego.
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5. La Biblia y las sabidurí­as paganas.
Esta serie de contactos en el ámbito sapiencial entre la Biblia y las culturas circundantes no hace sino continuar una larga tradición. A menudo una referencia a la sabidurí­a pagana sirve para demostrar la superioridad de la sabidurí­a bí­blica. Tal es el caso de José (Gn 41), de Moisés (Ex 7,8-9,12), de Salomón IR 5, ??? 1; 10,1-1 3), de Daniel (Dn 2; Dn 4), que destacan por encima de los sabios paganos. A su vez, los profetas subrayan los lí­mites de la sabidurí­a de los pueblos paganos (Is 19,3; Is 19,11-12; 1s44,25; Is 47,8-15; Jr 49,7 = Ab 8; Jr 50,35-36; Jr 51,57; Ez 28,1-19): su blanco son casi siempre Egipto, Babilonia y Edón. En Egipto y en Babilonia los sabios son considerados a menudo magos, mientras que la sabidurí­a de Tiro, según Ez 28, está en su habilidad para enriquecerse con el comercio marí­timo. Pero la Biblia no nutre sólo desprecio hacia la sabidurí­a de los paganos. En 1 R 5,9-14 se intuye cuánto debe la sabidurí­a salomónica a la de las grandes culturas circundantes. Más aún: Pr 30,1-14 ha conservado los proverbios de Agur, y Pr 31,1-9 los que Le-muel aprendió de su madre; pues bien, estos dos sabios no son de origen israelita. El caso de Jb es aún más sutil, puesto que ni siquiera Jb es israelita; es del paí­s de Hus (Jb 1,1), que probablemente hay que localizar en Trasjordania. Esta ficción sirve para demostrar el carácter universal de la respuesta bí­blica al problema planteado del sufrimiento del justo. En un caso al menos, la sabidurí­a bí­blica se anexionará la sabidurí­a pagana: Ajicar es considerado en Tob 1,21 sobrino del viejo Tobit, como prueba del gran respeto que en el judaismo se profesaba a la sabidurí­a de Ajicar. Un respeto análogo explica por qué Pr 22,17-24,22 depende de las Instrucciones de Ame-nemope. Todo esto llevó a pensar que la Biblia era consciente tanto de la influencia que la sabidurí­a pagana ejercí­a en la propia como de la diferencia que separaba su sabidurí­a de la de los paganos, y también de la universalidad tí­pica de toda auténtica sabidurí­a.
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IV. LA SABIDURIA BIBLICA.
2930 1. LOS LIBROS SAPIENCIALES.
En la Biblia hebrea los libros propiamente sapienciales se encuentran entre los Hagiógrafos o Escritos (Ketubim): se trata de Pr, Jb, Qo; este último forma parte de la subsec-ción de los cinco rollos (Megilót). En los Setenta encontramos además la obra de Ben Sirá o Sirácida o Eclesiástico (de la cual se ha encontrado hace cerca de un siglo una parte importante del texto hebreo) y, finalmente, Sg. En el NT podemos considerar libro sapiencial la carta de / Santiago.
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2. En los otros libros bí­blicos.
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a) En el A T.
La corriente sapiencial bí­blica se manifiesta también en otros textos. Tomemos ante todo aquellos en los cuales el hecho es más explí­cito. Algunos / salmos [IV, 5] se denominan sapienciales o didácticos; sin embargo, los comentaristas no están de acuerdo en su elección, sobre todo a causa de la dificultad de determinar el género literario o la relación con el culto. Son considerados tales, por ejemplo, los salmos que cantan la belleza de la tórah (Sal 1; Sal 19; Sal 119), los que simplemente formulan
unaenseñanza(5a137;91; 112; 127), los que reflexionan sobre la suerte del ser humano (Sal 49; Sal 73, que es relacionado con Jb; Sal 90). De manera más explí­cita Bar 3,9-4,4 es una exhortación a ser fieles a la Sabidurí­a, identificada con la tórah [1 mfra, VIII, Id]. Algunos relatos, cuyas apariencias históricas pueden engañar, son didácticos o podrí­an relacionarse con los que leemos en Jb 1-2 y 42 o en Ajicar: son sobre todo Rt, Jon, Tob, Jdt, Est y Susana (Dn 13). Estos textos tienen también lazos con los midrasim. En otros textos o en otras corrientes el influjo sapiencial es reconocido o controvertido. El relato J del jardí­n del Edén (Gn 2-3) tiene rasgos sapienciales. Las opiniones están dividas en cuanto a la influencia sapiencial en Dt y Am. G. von Rad ha pensado que podí­a enlazar la / apocalí­ptica no ya con el profetismo, sino con las corrientes sapienciales; sin embargo, sólo Sg integra bien, aunque tardí­amente, sabidurí­a y apocalí­ptica. Algunos textos breves denotan una fuerte tendencia espiritual; por ejemplo, Cant 8,6-11; 1S 25, donde Abigaí­l pone remedio a la estupidez de su marido; 25am14, donde vemos a la sabia mujer de Técoa defender la rehabilitación de Absalón. Podemos añadir los pocos textos citados [1 supra, II]. La importancia de los sabios aparece también en las crí­ticas que formularon los profetas contra algunos de ellos; entonces es la sabidurí­a de corte, los consejeros reales quienes son tomados por blanco (Is 3,1-3; Is 5,21; Is 29,14; Is 30,1; Jr8,8-9; Jr9,11; Jr9,22-23). Estas crí­ticas repiten a menudo las que dirigí­a Pr a los que confí­an sólo en su sabidurí­a (Pr 26, 12; Pr 28, 11) o en sus propias fuerzas (Pr 21,31). Por otra parte, textos como Is 9,1-6; 11,1-5 sobre el rey mesí­as recuerdan en ciertos aspectos la enseñanza de los sabios de Pr sobre el ejercicio de la función real (Pr 20,28; Pr 29,14).
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b) En el NT: Jesús, maestro de sabidurí­a.
En el NT, junto a Jc, encontramos cierto número de textos que hablan de la sabidurí­a de Dios, o que, a propósito de Jesús, recurren a expresiones que utiliza el AT para hablar de la Sabidurí­a; volveremos sobre estos textos luego [1 IX]. Detengámonos por ahora en lo que en la enseñanza de Jesús adquiere una forma sapiencial. Pues no se puede negar que muchos discursos de Jesús eran semejantes a los de los sabios. Por lo demás, los habitantes de Na-zaret se percataron de ello, llegando incluso a considerar a Jesús superior a los escribas (Mt 7,28-29): ,De dónde le viene a éste esta sabidurí­a?† (Mt 13,54).
Esto se advierte en las parábolas. También los maestros de la época de Jesús, que por lo demás se llamaban sabios, utilizaban la parábola sobre todo para explicar a los discí­pulos el sentido de un texto de la Escritura. Así­, para explicar el banquete de la sabidurí­a, en Pr 9,1-6 se decí­a: †œEs como un rey que se construyó un palacio y que, para inaugurarlo, dio un banquete… (Tose fta, Sanhedrí­n 8,9). 0 bien, para explicar por qué en el desierto los hebreos no recibieron sólo una vez al año su ración de maná, se decí­a:
†œUn rey dio a su hijo lo necesario para todo el año, y el hijo se contentó con presentarse ante el padre una vez al año. Entonces el padre decidió darle lo necesario dí­a a dí­a, y así­ el hijo se vio obligado a visitar al padre todos los dí­as (Talmud Babli, Joma 17a). A veces la parábola rabí­nica aclara un punto doctrinal: †œA la pregunta de si los muertos resucitan desnudos o vestidos, R. Meir respondió: Si el grano de trigo colocado desnudo en el suelo reaparece con una multitud de vestidos, ¿no deberán los justos que han sido sepultados con su ropa resurgir vestidos?†™† (Talmud Bablí­, Sanhedrí­n 50b).
Fácilmente se intuye el alcance pedagógico de las parábolas, que parten de la vida cotidiana de Palestina: tanto los maestros de Israel como Jesús hablan de pastor y de ovejas, de vid, de compra y venta, de moneda perdida, de casa que construir, de tesoro entregado en depósito o en préstamo, etc., y los personajes habituales son un rey, un padre y un hijo, un amo y un siervo, una ama de casa, etcétera. Cuando Jesús habla en parábolas se dirige a la gente (Mt 13,34), toma pie de la vida rural y del campo, y sus temas se refieren al reino de Dios o a su misma persona, a su misión, o bien a la actitud del que escucha la llamada de Dios.
Además de las parábolas, también muchos discursos de Jesús presentan un perfil sapiencial. Tal es el caso, en particular, del sermón de la montaña (Mt 5-7) o del discurso del pan de vida (Jn 6). Junto a estas composiciones amplias encontramos también atribuidas a Jesús formulaciones sapienciales de varios tipos. Son máximas como: †œTodos los que manejan espada, a espada morirán†™ (Mt 26,52); †œEl que quiera salvar su vida la perderᆝ (Mt 16,25); †œHay más felicidad en dar que en recibir (Hch 20,35). Pueden revestir una connotación personal: †œEl que no está en contra de nosotros está a nuestro favor†™ (Mc 9,40), o convertirse en exhortaciones: †œDeja que los muertos entie-rren a sus muertos† (Mt 8,22), o también: †œDad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios† (Mt 22,21).
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V. ORIGEN DE LA SABIDURIA EN ISRAEL.
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1. Salomón, modelo de los sabios.
La Biblia relaciona el florecimiento de la sabidurí­a en Israel con la persona del rey Salomón (972-932). A la muerte de David, que fue el creador de un auténtico imperio, el reunificador de las doce tribus, el conquistador, su joven heredero Salomón pidió a Dios desde el principio de su reinado †œun corazón sabio y perspicaz† para gobernar (IR 3,4-15; 2Cr 1,3-12). La sabidurí­a de Salomón se manifestó en sus cualidades de juez (IR 3,15-28, el famoso juicio de Salomón), en su capacidad de administrador (1 R 4,1- 5,8), de constructor del templo (1R 5,15-8,66). Organizó í­l trabajo público (IR 9, 15-24) y el comercio con el exterior (1R 9,26-10,13: la visita de la reina de Sabá), acumulando una enorme fortuna (IR 10,14-25). Pero el reinado de Salomón no careció de sombras: la opresión del pueblo en función de sus proyectos, el fausto de la corte, y sobre todo su infidelidad religiosa le procuraron enemigos, hasta el punto de que el reino se dividió a su muerte.
Podemos suponer que semejante actividad por parte de Salomón exigió del Estado la organización de una especie de escuela superior de administración, en la cual todos los miembros de los organismos estatales recibí­an una formación adecuada, en particular en el plano cultural. La aceptación de las culturas extranjeras fue probablemente uno de los motivos del éxito de la polí­tica del rey. Se habí­a casado en primeras nupcias con la hija del faraón (IR 3,1; IR 9,16; IR 11,1), y se puede suponerque la cultura egipcia hizo su entrada en Jeru-salén con el bagaje de la joven reina. Se puede pensar también que la lengua acádica, y puede que también el sumerio, fuesen conocidos en las altas esferas del Estado por necesidades diplomáticas y formación cultural. La actividad literaria se vio verosí­milmente favorecida en los mismos ambientes. El autor llamado corrientemente J escribió probablemente bajo Salomón su historia de los orí­genes [1 Pentateuco]; el relato tan profundamente humano de la sucesión de David (2S l3ss) parece haber sido redactado por un testigo familiar en la corte. Los proverbios de Pr 10,1-22,16 son atribuidos a Salomón; en realidad podrí­a tratarse más bien de colecciones compiladas por los escribas y por los sabios por encargo del rey. Por lo demás, 1 R 5,12-13 atribuye a Salomón †œtres mil proverbios, y sus poemas llegaron a cinco mil; trató acerca de los árboles, desde el cedro del Lí­bano hasta el hisopo que brota en la pared; disertó acerca de los animales, de las aves, de los reptiles y de los peces†. Probablemente debemos ver en estas últimas referencias de la onomástica, especie de léxicos realizados también por indicación del rey. El patrocinio de Salomón habí­a de proseguir mucho tiempo después de él sise le atribuyó el Cant, si Qo se revistió de su autoridad, silos Ps72 y 127 (en relación con IR 3,14-15) llevan su nombre y todaví­a Sg lo sacó a escena. Salomón se convirtió, pues, en una figura ideal (cf también Mt 6,29; Lc 12,27; Mt 12,42). Por otra parte, se puede preguntar si ya 1 R 3-11 y 2Ch 1-9 no se resintieron de esta tendencia a la idealización. De todos modos, la Biblia atribuye a la corte real una función determinante en el desarrollo de la corriente sapiencial en Israel. Esta función se renovará bajo el reinado de Ezequí­as (Pr 25,1).
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2. Escribas y escuelas.
Los escribas del rey, recordados en Pr 25,1 o que 1 R 5,13 (citado aquí­ arriba) deja suponer, no se han de identificar pura y simplemente con sus consejeros polí­ticos. Al leer los proverbios de las colecciones salomónicas se intuye que ciertos escribas tení­an otra función de importancia capital para el futuro del Estado: la de preparar a la juventud masculina mejor dotada para hacerse cargo el dí­a de mañana de la responsabilidad en la administración, la diplomacia y el gobierno. Habí­a que enseñar a estos jóvenes lo que hace al hombre equilibrado y cabal, y ante todo el comportamiento correcto en la corte (Pr 16,10-15; Pr 25,2-7). Que esta formación se daba sólo a jóvenes puede deducirse del hecho de que encontramos en los proverbios (como en Pr27,11) el vocativo †œhijo mí­o†.
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3. Origen popular de la sabidurí­a.
La mayor parte de los proverbios antiguos no tiene nada que ver con la vida de la corte. Un gran número de proverbios reunidos en las colecciones salomónicas proviene seguramente del campo o de las aldeas, y su contenido lo testimonia; por ejemplo: †œDonde no hay bueyes el granero está vací­o, cosecha abundante con toros robustos† (Pr 14,4). En este origen de la sabidurí­a no difiere Israel de los demás pueblos. Los testimonios antiguos, anteriores a Salomón [1 supra, II], confirman este dato. En Israel, como en todas partes, la sabidurí­a proverbial es de origen popular y se transmite en familia, como ocurrirá todaví­a mucho más tarde con Tobí­as (Tb 4,3-21). Salomón y sus escribas no hicieron otra cosa que recoger esta sabidurí­a popular antigua, organizarí­a y consignarla por escrito; se propusieron además modificar acá y allá la formulación original para hacerla entrar mejor en los cuadros previstos para la colección. La sabidurí­a proverbial no es sólo obra de artesanos hábiles en su oficio (Ex 31,31; 2Cr 2,12); es más que eso. Pues un proverbio es una expresión armoniosa -que da gusto escuchar y decir, concisa en sumo grado y que requiere reflexión para comprenderla bien- de una verdad comprensible por todos y que sintetiza una larga experiencia de observación de los hombres y de las cosas. Un proverbio es fruto de una larga maduración, siendo su base la observación. La repetición de un mismo fenómeno fue observada por espí­ritus pacientes y perspicaces, que permanecieron casi siempre anónimos, quizá por haber salido del pueblo, y ello les permitió descubrir el principio general que rige esta multiplicidad. Además, esta gente observadora consiguió condensar su descubrimiento en una fórmula breve y concisa, transmitida primero oralmente, como ocurre todaví­a hoy en el Africa negra. Sólo en este momento intervino la acción de los escribas de corte o de los cí­rculos intelectuales. Y esta consignación por escrito desde la más remota antigüedad es caracterí­stica de las culturas del Oriente medio antiguo, como lo hemos dicho ya[/ supra, III]. En Israel esta redacción de los proverbios en colecciones organizadas, como se hací­a también en Mesopotamia y en Egipto, tuvo un porvenir aún mejor, ya que estas colecciones fueron aceptadas como tales y transmitidas fielmente a lo largo de los siglos hasta hoy. Así­ se conservaba la tradición, que al final adquirió un carácter religioso por entrar Pr a formar parte de la Biblia y ser palabra de Dios.
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VI. EL FIN DE LA SABIDURIA.
El fin primero de la sabidurí­a es comprender, es el saber. El mundo en el que viví­an los antiguos lo ignoraba mucho más que nosotros, que nos beneficiamos de siglos de observación y análisis que llegan hasta las ciencias contemporáneas en todos los campos. El primer fin de los sabios era obviamente el de conocer este mundo en toda su complejidad: el mundo fí­sico, el mundo de los animales, y sobre todo el del hombre con su comportamiento, sus tendencias y su capacidad. Estaban convencidos, como nosotros, de que el hombre, ante la multiplicidad de los fenómenos y su variedad, es capaz de poner el dedo en lo que es permanente, en lo que se verifica siempre; en definitiva, en una ley que gobierna lo real hasta en los detalles. Por tanto, estaban implí­citamente convencidos, como nosotros, de que lo real está gobernado por leyes precisas y estables. Pretendí­an conocer el sentido de lo real, en lo cual admití­an la existencia de un orden. Ese esfuerzo no carecí­a ciertamente de vacilaciones, de fracasos, de contradicciones; pero poco a poco las cosas se iban aclarando.
Aparentemente, la obra de los sabios era esencialmente profana. Pero el hombre antiguo no pensaba, como nosotros, que hubiese que distinguir o incluso separar netamente el mundo profano del religioso; para ellos lo real constituí­a un todo único; lo profano se mezclaba con lo religioso, y viceversa. Por eso en su indagación se interesaban también por el comportamiento moral del hombre y por los valores religiosos admitidos en su sociedad. Pero lo hací­an como sabios, como observadores atentos e imparciales de esta parte de lo real, más que como defensores de tradiciones éticas y teológicas, cuya responsabilidad incumbí­a a los sacerdotes y a los profetas, con el rey.
Sin embargo, el descubrimiento y la formulación de las leyes que rigen lo real no era para ellos un fin en sí­. Los sabios buscaban lo que podí­a ayudar al ser humano a orientarse en este mundo, a vivir y a obrar mejor. El objetivo de su sabidurí­a era el †œsaber vivir†™, el †œsaber hacer†™. Un mejor conocimiento de lo real podí­a ciertamente ayudar a triunfar en la vida, a equilibrarla y a darle armoní­a y felicidad. Y buscar esto no era ni hedonismo ni egoí­smo, porque los sabios habí­an comprendido que la felicidad del hombre pasaba a través de la acción virtuosa y la renuncia a sí­ mismo. También el obrar moral y religioso tení­a leyes y consecuencias.
Transmitida oralmente o por escrito, pero sobre todo de este último modo, la sabidurí­a antigua gobernaba la actividad de la sociedad y regulaba los comportamientos y las controversias que surgí­an entre las personas y los grupos. En el Africa negra los proverbios tienen todaví­a esta función, mientras que en el mundo occidental se reducen habitualmente a simples ornatos estilí­sticos que engalanan el discurso o el escrito. Justamente porque tení­a esta función reguladora de la sociedad, la sabidurí­a antigua habí­a que transmitirla a la juventud, en cuya formación ocupaba una parte importante. A través de ella los jóvenes aprendí­an los principios del comportamiento y cuanto podí­a dar plenitud y equilibrio a su vida. Y todo esto era sumamente importante para aquella parte de la juventud que debí­a prepararse a asumir en la sociedad los puestos de responsabilidad. La de los sabios era, pues, una obra de formación y de educación, lo cual llevó muy pronto consigo el nacimiento de una escuela o academia bajo la dirección de un maestro de sabidurí­a.
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VII. LA ACTITUD DE LOS SABIOS.
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1. El consejo.
El sabio no es jefe, ni sacerdote, ni profeta. No manda ni en nombre del Estado ni en nombre de Dios. Propone lo que le parece que ha descubierto, expone lo que sabe, indica el camino que según él conduce a la plenitud de la vida y desaconseja lo que, basado en su propia experiencia, lleva al fracaso. Su discurso describe, indica, aconseja, sugiere, pero no manda.
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2. LOS LIMITES DE LA SABIDURIA.
Por otra parte, el sabio percibe los lí­mites de su saber y de su experiencia, ya que sabe que no es dueño de la realidad y de los corazones a los cuales se dirige. Además, quiere también recordar los lí­mites de todo saber humano, porque forman parte de su conocimiento. No hay nada peor que un hombre convencido de que lo sabe todo: †˜,Ves a un hombre que se tiene por sabio? Más se puede esperar de un necio que de él† (Pr26,12). Muchas cosas se nos escapan, pero están en manos del que lo gobierna todo:
el hombre propone y Dios dispone, dice nuestro proverbio: †œPropio es del hombre hacer planes, pero la última palabra es de Dios† (Pr 16,1). Ac aquí­ otros dos ejemplos más concretos: †œCasa y hacienda son la herencia de los padres, pero una mujer inteligente es un don de Dios† (Pr 19,14); †œSe apareja el caballo para el dí­a del combate, pero del Señor depende la victoria† (Pr 21,31). El hombre ni siquiera está seguro de que su obrar sea justo: †œA los ojos del hombre todos sus caminos son puros, pero el Señor juzga sus intenciones† (Pr 16,2; Pr 21,2). Pues el sabio sabe que, en definitiva, estamos en las manos de Dios: †œEl Señor dirige los pasos del hombre; ¿cómo puede comprender el hombre su camino?† (Pr 20,24). Nuestra sabidurí­a, en definitiva, está en negarse a sí­ misma: †œNi sabidurí­a, ni inteligencia, ni consejo existen ante
el Señor† (Pr 21,20).
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3. La sabidurí­a de Dios.
De aquí­ a afirmar la sabidurí­a misma de Dios habí­a sólo un paso. Sin embargo, al contrario que en Mesopotamia o en Egipto, Israel vaciló mucho tiempo antes de atribuir a Yhwh la sabidurí­a. La razón hay que buscarla probablemente en el hecho de que la sabidurí­a aparecí­a como una cualidad profundamente humana. Sin embargo, la mujer de Técoa, que fue a defender ante David la causa de Absalón, reconoció que el rey tení­a la sabidurí­a del ángel de Dios (2S 14,20). De Dios recibió Salomón la sabidurí­a (IR 3,12), como antaño los artí­fices del éxodo (Ex 31,3) toda su habilidad; y la misma sabidurí­a de Salomón es vista como una sabidurí­a divina (IR 3,28; IR 10,24). Mas probablemente los textos que exaltan al heredero de David son menos antiguos que una frase de Isaí­as a propósito de Yhwh, cuando el profeta criticaba a los consejeros reales: †œTambién él (el Señor) es sabio en atraer desdichas, y no retira su palabra† (Is 31,2). Ya antes del destierro se afirmaba que el rey mesí­as serí­a revestido del espí­ritu de Yhwh, †œespí­ritu de sabidurí­a y de inteligencia…† (Is 11,2). Pero probablemente sólo después de la destrucción de Jerusalén (586), durante y después del destierro (586-539), algunos textos raros afirmarán explí­citamente la sabidurí­a de Dios: †œEl con su poder hizo la tierra, con su sabidurí­a el orbe estableció, con su inteligencia desplegó los cielos (Jr 10,12; Jr 51,15; Pr 3,19); †œjQué numerosas son, Señor, tus obras; todas las has hecho con sabidurí­a† (SaI 104,24); y sobre todo: †œPero en él residen la sabidurí­a y el poder; suyos son la inteligencia y el consejo† (Jb 12,13). Esta corriente irá desarrollándose poco a poco, como veremos algo más adelante [1 VlIl-IX].
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4. El problema de la ¡retribución.
En definitiva, los sabios afrontarán en relación con Dios los grandes enigmas de la existencia humana. Sin lugar a dudas, algunos proverbios antiguos presentan alusiones a una vida religiosa y moral en relación con Yhwh: †œEl que obra con rectitud teme al Señor, el que sigue caminos torcidos le desprecia† Pr 14,2); †œEl que oprime al pobre ultraja a su Creador, pero le honra el que tiene piedad del indigente† Pr 14,31); †œMuchos buscan el favor del prí­ncipe, pero el derecho de cada uno viene del Señor† (Pr 29,26). La introducción al libro de los Proverbios (Pr 1-9), que se remonta probablemente a la vuelta del destierro, se hace más religiosa, y encontramos allí­ puesto de manifiesto el principio bien conocido: †œEl principio de la sabidurí­a es el temor de Dios† (Pr 9,10; Pr 1,7; SaI 111,10; Si 1,14). Pero esta introducción, como por lo demás los proverbios antiguos, no pone en duda la idea de que Dios favorece al hombre justo: †œEl Señor no deja al justo sufrir hambre, pero rechaza la codicia del malvado† (Pr 10,3), y: †œLa maldición del Señor está en la casa del malvado, pero bendice la morada del justo† (Pr 3,33). La evidencia de lo que ocurre en la tierra habí­a de hacer que ¡ Jb y ¡ Qo se alzaran contra esta doctrina clásica. Fue la gran crisis de la sabidurí­a bí­blica: no es cierto, dicen Jb y Qo, que acá abajo la felicidad recompense la virtud y que el vicio produzca desventuras durante esta vida. Este problema de la retribución individual no encuentra solución ni siquiera en Si, para el cual todo termina con la muerte. Sin embargo, escribe: †œAl que teme al Señor le irá bien al fin, y en el dí­a último será bendecido† (Si 1,11). Mas no podemos deducir de este texto, conocido sólo en su versión griega, que Ben Sirá esperase una retribución después de la muerte. En los libros sapienciales de la Biblia esta solución aparece sólo en Sg: †œLas almas de los justos están en las manos de Dios y ningún tormento los alcanzarᆝ (Sb 3,1 cf también Sb 3,13; Sb 3,15; Sb 5,15), su sufrimiento durante esta vida es una prueba (Sb 3,5-6), su esterilidad aceptada virtuosamente tendrá su fruto en el más allá (Sb 3,13-15). Sólo esta fe en una retribución después de la muerte devuelve la serenidad a la sabidurí­a bí­blica.
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5. UNA REFLEXIí“N SOBRE LA HISTORIA de la salvación.
Para llegar a esta doctrina, el autor de Sg integra en su reflexión la experiencia histórica de Israel. Ya la reflexión de Pr 1-9 se hací­a eco de la enseñanza de Dt y Jer. Qohélet se identificaba con Salomón, juzgando su obra al fin de una vida fastuosa. Más explí­citamente, Si 16,24-17,14, y sobre todo Si 44-49, releí­an toda la historia de la salvación al modo de un sabio. Sg 7-9 proponí­a a los jóvenes el ejemplo de Salomón; Sg 10-19 releí­a los acontecimientos centrales de Israel comenzando por los héroes de Gen y deteniéndose ampliamente en los acontecimientos del éxodo. En todos los casos, el patrimonio espiritual de Israel era fuente de enseñanza para el sabio. Para Sg en particular, el éxodo atestiguaba cómo Dios protege al justo contra los impí­os sirviéndose de las fuerzas del cosmos. Lo que Dios hizo en otro tiempo, volverá a hacerlo en el futuro. Releyendo de este modo la historia santa, los sabios inauguraban modestamente la que podrí­amos llamar ya una filosofí­a de la historia [1 Sabidurí­a (libro de la) II, 3].
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VIII. LA PERSONIFICACION DE LA SABIDURIA EN EL AT.
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1. Los textos.
Algunos textos sapienciales del AT destacan de modo especial porque no hablan simplemente de la sabidurí­a humana, y ni siquiera de la sabidurí­a de Dios -en el sentido de que Dios serí­a un sabio-, sino porque dan a la sabidurí­a una configuración, una personificación cuyo significado es controvertido. Estos textos tienen tal importancia teológica que reclaman nuestra atención.
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a) Jb 28. Considerada por muchos exegetas una adición del siglo iv o ni, esta página se inserta entre el diálogo de los tres amigos con Jb (Jb 4-27) y la apologí­a final de este último (Jb 29-31). Poema sapiencial de inspiración evidente, Jb 28 plantea la cuestión radical: †œMas la sabidurí­a, ¿de dónde viene?† (Jb 28,12; Jb 28,20). Los esfuerzos del hombre para excavar la tierra y la roca en busca de los metales no permiten descubrir el camino. Y tampoco la riqueza puede servir de moneda de cambio para adquirirla. Es que la sabidurí­a †œestá oculta a los ojos de todos los vivientes †œ(Jb 28,21). †œSólo Dios conoce su camino†™ (Jb 28,23 cuando organizó el universo; entonces la vio, la escrutó (Jb 28,27). Un último versí­culo, probablemente más tardí­o aún, añade:†™… Y dijo al hombre: Temer al Señor es la sabidurí­a†™† (Jb 28,28). Así­ pues, la actividad industrial o comercial no conduce de suyo a la sabidurí­a. De todo esto no habí­an dicho nada las conversaciones entre Jb y sus amigos; sin embargo, todos sus esfuerzos iban encaminados a explicar el porqué de la diferencia de Jb. Su búsqueda de sabidurí­a humana se asemejaba en cierto modo al esfuerzo industrial y comercial, pero sin éxito, ya que el misterio permanecí­a intacto: el del sufrimiento del hombre y el de la justicia de Dios.
En su forma original, el poema intentaba recordar lo mismo al lector que a los participantes en los diálogos precedentes que el hombre es incapaz de resolver por sí­ solo el problema planteado. La solución no está a su alcance; es de dominio exclusivo de Dios. Mas aquí­ es donde la sabidurí­a adquiere relieve, porque aparece distinta de Dios y distinta del mundo, y Dios ha puesto orden en el mundo en función de ella. ¿Debemos entonces pensar que la sabidurí­a se entendió como una abstracción del orden cósmico, como el plan concebido por Dios y puesto por obra por él en la organización del universo? Es muy posible. Más tarde, sin embargo, el último versí­culo orientó hacia una actitud complementaria por parte del hombre: a este último no le queda más que venerar a Dios, sin conocer otra sabidurí­a, sin comprender nada más allá de esto. El misterio de Dios y de la sabidurí­a permanecí­a intacto; pero el hombre se somete a través de una sabidurí­a más humilde.
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b) Pr 8-9. Pr 1-9 introduce, probablemente después del destierro, las colecciones de proverbios antiguos. Por tres veces entra en escena la sabidurí­a. Como Pr 1,20-33, pero de modo positivo, Pr 8 hace hablar a la sabidurí­a a las puertas de la ciudad, allí­ donde la gente se reúne para los negocios o simplemente para encontrarse (Pr 8,1-3). Su discurso está orientado a justificar la escucha que pide de todos. En primer lugar, lo que tiene que decir les dará la clave del discernimiento y del †œsaber hacer, porque ella es portadora de la verdad y de la justicia; exalta, pues, las cualidades de su mensaje, pero sin explí­citarlo Pr 8,4-11). Por otra parte, la sabidurí­a es la que asegura la armoní­a de las relaciones humanas, concediendo a los responsables que gobiernen sabiamente (Pr 8,12-21). También cuando Yhwh organizó:el cosmos estaba ella a su lado como hija primogénita, engendrada antes que todas las demás obras (Pr 8,22-31). Por eso la sabidurí­a renueva la invitación a prestarle oí­do para poder conocer la bienaventuranza y la vida (Pr 8,32-36). Como la diosa egipcia Maat [1 supra, III, 4], la sabidurí­a asegura el orden en la sociedad; sin ella tampoco habrí­a orden en el cosmos; ella es verdad y justicia. Pero, a diferencia de Maat, la sabidurí­a no es diosa; viene de Yhwh, su felicidad es estar en presencia de él, encuentra sus delicias en estar con los hombres. Simboliza el orden social, el orden cósmico y el equilibrio personal de cada uno. Sin embargo, Pr 8 no hace más que explicar las razones fundamentales por las cuales la sabidurí­a pide que se la escuche. En realidad, Pr 8 forma parte de la introducción a Pr 10-31; allí­, en esas colecciones de proverbios, se encuentra el contenido de su mensaje. Por eso Pr 8 da a entender que los proverbios reunidos en las colecciones provienen de ella y que acogerlos es acogerla a ella misma; es el primer intento que hace la Biblia para explicar por qué Pr 10-31 son, como decí­amos, inspirados. Pr 9,1-6 vuelve, con la imagen del banquete, sobre el mismo mensaje. Después de construir su palacio, la sabidurí­a como un rey que inaugura su reino, invita a todos, y en especial a los necesitados, a participar en la fiesta preparada en su palacio de siete columnas. También este final de la introducción a las siete colecciones de proverbios antiguos quiere decir que es la misma sabidurí­a la que en cierto modo ha construido la colección de Pr. Todos son invitados a tomar este alimento, esta sabidurí­a tradicional; a hacerla propia, para encontrar en ella la vida y la comprensión de lo real.
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c) Si. Ya en la primera página de su obra Ben Sirá, hacia el 200 a.C, presenta a la sabidurí­a: †œToda la sabidurí­a viene del Señor y con él está eternamente† (Si 1,1). La sabidurí­a humana viene de Dios, cuya existencia comparte la sabidurí­a. Esta sabidurí­a de Dios es su criatura (Si 1,4); él, †œel único sabio† Si 1,6-8; Rm 16,27), †œla derramó sobre todas sus obras, sobre toda carne† (Si 1,7-8; Sil, que completa Jb Si 28,27 través Joel S13,1). La sabidurí­a no está al alcance de los esfuerzos humanos (Si 1,5-6); es don de Dios, que †œproveyó de ella a todos los que le aman† (Si 1,8-10). En 4,11-19, Ben Sirá subraya la función educadora de la sabidurí­a; ésta, según el texto hebreo, pronuncia incluso un discurso: hará pasar al discí­pulo a través de la prueba; pero, así­ dice, †œquien la escucha vivirá dentro de mi pabellón† (Si 4,15). Si 6,24-31 recoge el tema de la educación: el discí­pulo ha de someterse al yugo de la sabidurí­a; o, mejor, debe perseguirla como se persigue la caza: †œUna vez agarrada, no la dejes escapar. Porque al fin hallarás en ella tu descanso y se cambiará para ti en alegrí­a† (Si 6,27-28). Ben Sirá habla, pues, de relaciones de amor entre la sabidurí­a y el discí­pulo. Pero Si 15,1 da la clave de lectura que desarrollará Si 24: †œEl que abraza la tórah alcanza la sabidurí­a†. En realidad Si 24, que falta en el texto hebreo, propone un gran discurso de la sabidurí­a, pronunciado probablemente durante una asamblea litúrgica. La sabidurí­a recuerda que, habiendo salido de la boca de Dios como palabra suya creadora y que reina sobre todo el universo, ha buscado dónde establecerse. El Señor le ha dicho que se establezca en Jacob. A partir del templo de Sión, se ha ido desarrollando progresivamente, como un árbol de vida, hasta cubrir toda la tierra santa; ha echado ramas, ha dado flores y perfume y, finalmente, invita a todos los que la escuchan a gustar sus frutos. Ben Sirá da inmediatamente la clave de este discurso: †œTodo esto… es la ley† (Si 24,23), es decir, la revelación, más que los códigos de leyes o el mismo Pentateuco. Esta revelación de Dios ha sido hecha a Israel, se ha desarrollado dentro de él, y todo hijo de Israel ha de nutrirse de ella, según la invitación de Dt 8,3 de alimentarse de la / palabra de Dios. En este caso, más que en Pr 9,1-6, es todo el patrimonio religioso y espiritual que Israel ha recibido de Dios el que es visto como sabidurí­a venida de Dios (Dt 4,6; Esd 7,14; Esd 7,25).
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d) Bar 3,9-4,4. Una exhortación dirigida a la diásporajudí­a, poco posterior a Ben Sirá, recoge a la vez los temas de Jb 28 y de Si 24: el camino de la sabidurí­a es desconocido para el hombre; sólo Dios puede revelarlo. La exhortación (3,9-14; 4,2-4) encuadra una pregunta y su respuesta. La pregunta recoge la de Jb 28: †œ,Quién ha descubierto su lugar (de la sabidurí­a)?†(Ba 3,15). La respuesta es al principio negativa Ba 3,16-31): ni los poderosos ni los artistas, ni sus descendientes, ni los sabios del Oriente medio pagano, ni tampoco los gigantes antediluvianos conocieron el camino que conduce a la sabidurí­a. Luego viene la respuesta positiva: sólo Dios, Señor supremo del cosmos, la ha conocido y se la ha indicado también a Israel (Ba 3,31-38). El autor cierra su respuesta, como Si 24,23, dando la clave: la sabidurí­a es la tórah, revelada a Israel.
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e) Sg 6-9. Releyendo 1R 3,4-15, el relato de la oración de Salomón en Gabaón, el autor, en los umbrales de la era cristiana, encuadra su reflexión sobre la sabidurí­a (Sg 7,22-8,1) con una evocación de la figura de Salomón idealizada hasta el punto de poderse identificar con todo joven lector en busca de la sabidurí­a: no se la puede obtener de Dios más que con la oración (Sb 7,7; Sb 8,21; Sb 9). Esto implica que se la prefiera a todos los bienes (Sb 7,8-10) y se la ame como un hombre ama a su mujer (Sb 8,2-18 ), y ella colmará al sabio de todos los bienes de los cuales es madre (Sb 7,11-12; Sb 7,21; Sb 8,5-6). El autor aclara tres aspectos de la sabidurí­a: su naturaleza es de tal pureza que penetra todas las cosas hasta lo más hondo con vistas al bien (Sb 7,22-24); su origen está en Dios, del que es exaltación, efluvio, irradiación, espejo e imagen, lo cual indica hasta qué punto la sabidurí­a depende de Dios, del cual es inseparable (Sb 7,25-26); su actividad es tanto de orden cósmico como de orden moral y espiritual: ella gobierna el universo de manera benévola, animándolo con su presencia, y forma a los santos (Sg 7,27- 8,1). Un mensaje así­ va más allá de los textos precedentes, completando su sentido. La sabidurí­a no es ya inaccesible, puesto que la oración permite obtenerla; no es ya sólo la tórah, la revelación histórica, sino que es vista como una presencia interior en el corazón del que la acoge; no es una simple imagen del orden del mundo, puesto que el autor, refiriéndose a una doctrina de los estoicos, ve en ella la presencia misma de Dios en el mundo.
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2. Interpretación.
En estos textos, sobre todo Pr 8-9; Si 24; Sg 7-8, la sabidurí­a aparece personificada. ¿Cómo entender esta personificación? El problema fundamental es el de la relación de Dios con el mundo y con los hombres. ¿Puede la fe de Israel concebir seres intermediarios? Hablando del Lagos, lo pensaba Filón. ¿Podemos también nosotros hacer de la sabidurí­a un intermediario o incluso una persona? Actualmente son cada vez más raros los autores que propenden a esta solución. Tampoco convence la solución que hace de la sabidurí­a una hipóstasis, porque de un modo u otro una hipóstasis exige respecto a Dios una autonomí­a que nuestros textos no conceden a la sabidurí­a. Otros han preferido hablar de personificación poética de un atributo o de una virtud de Dios. Pero nuestros textos dicen más, porque la sabidurí­a es engendrada por Dios (Pr 8,22), es criatura suya (Si 24,8-9); se distingue de él, pero no puede existir sin él ni separada de él (Sb 7,25-26). El problema de fondo es saber cómo expresar trascendencia e inmanencia divina. La sabidurí­a expresa, sobre todo en Sg 7-9, esta inmanencia o presencia de Dios en el mundo y en las almas de los justos, y, en este último caso, no estamos lejos del concepto cristiano de gracia. Pero esta presencia divina le da también al mundo su coherencia (Sb 1,7), su sentido, su significado. A esta idea podemos reducir el concepto de orden del mundo, utilizado a propósito de Pr 8,22-31, a menos de ver ahí­ el proyecto creador y también salvador de Dios, proyecto considerado anterior a su realización. Dios se hace presente en la historia, y particularmente en la historia de Israel; y esta presencia la llamamos nosotros revelación, según el designio original de Dios. Así­ hay que entender, en el sentido más pleno, el término tórah usado por Si 24,23 y Bar 4,1.
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IX. JESUS Y LA SABIDURIA EN EL NT.
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1. En los evangelios sinópticos.
Hemos visto (/supra, IV, 2b], que, en su enseñanza, Jesús se expresaba a menudo como los sabios. Pero algunos textos del NT, comenzando por los evangelios sinópticos, van más allá, atribuyendo a Jesús lo que el AT atribuye a la sabidurí­a. Leemos en Mt 11,28-30: †œVenid a mí­ todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí­, que soy afable y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera†. Jesús habla como el sabio de Si 51,23-26: †œAcercaos a mí­ los que carecéis de instrucción y frecuentad mi escuela… Inclinad vuestro cuello a su yugo (de la sabidurí­a)†; pero en Si 6,24-25.28 la misma imagen del yugo se aplica más explí­citamente a la enseñanza de la misma sabidurí­a: †œMete tus pies en sus cadenas y tu cuello en su argolla. Arrima tu hombro y llévala, no te molesten sus ataduras… Al fin hallarás en ella tu descansoyse cambiará para ti en alegrí­a†™. En Mt 12,42 (y Lc 11,31)leemos: †˜La reina del sur se levantará en el dí­a del juicio con esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabidurí­a de Salomón, y hay aquí­ algo que es más que Salomón†. Ahora bien, Salomón expresaba una sabidurí­a recibida de Dios; luego podemos pensar que en Jesús se expresa una sabidurí­a más grande, la sabidurí­a misma de Dios. Previendo la persecución de los suyos, dice Jesús: †œYo os enví­o profetas, sabios y escribas…†™, mientras que Lc 11,49 escribe: †œDijo también la sabidurí­a de Dios:
Les enviaré. ..†˜ Para Mt, Jesús tiene autoridad sobre los sabios, mientras que en Lc la sabidurí­a de Dios parece ser Jesús mismo, el cual, en conclusión, hace suyas las palabras de la sabidurí­a de Dios: †œSí­, os lo repito…† (Lc 11,51). En Mt 11,19 leemos finalmente: †œLa sabidurí­a ha sido justificada con sus obras†; ahora bien, estas obras de la sabidurí­a son probablemente las †œobras de Cristo† (Mt 11,2). Estos textos, que dependen probablemente de la misma fuente común a Mt y Lc (la fuente Q), son muy discutidos. No afirman de modo explí­cito que Jesús sea la sabidurí­a; solamente lo sugieren.
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2. En san Pablo.
Hay que tomar en consideración sobre todo dos textos, que nuevamente asimilan a Jesús con la sabidurí­a del AT.
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a) ¡Cor 1-3. Ante las divisiones de una comunidad ávida de bellos discursos, Pablo proclama a Cristo crucificado, escándalo para unos y locura para otros, pero poder de Dios y sabidurí­a de Dios (1Co 1,23-24 ), pues Dios ha escogido lo que es locura en el mundo para confundir a los sabios (1Co 1,27). La sabidurí­a de Dios es ir al contrario de las pretensiones humanas; al salvarnos por medio de un mesí­as crucificado, Dios ha puesto de manifiesto la profundidad de su sabidurí­a. Pablo, pues, no identifica a Jesús con la sabidurí­a, pero ve en el misterio de la cruz la manifestación de la sabidurí­a de Dios; para los discí­pulos de Jesús, el crucificado se convierte en auténtica sabidurí­a de Dios; la cruz forma parte integrante de la sabidurí­a salví­fica de Dios (1Co 1,30; ico 2,7).
b) Col 1,15-20. La primera parte de este himno (1,15-18a) recurre para hablar de Jesucristo-el Hijo predilecto del Padre, que nos salva (Col 1,13)- a algunas expresiones que en el AT se atribuyen a la sabidurí­a: †œEl es la imagen del Dios invisible† (Sb 7,26; Hb 1,3); †œprimogénito† (Pr 8,22); †œen él han sido creados todos los seres†(cfProv3,19; 8,30-31 [TM]; Sal 104,24;Jr 10,12; Sb 7,21; Sb 8,4-5; Sb 9,2); †œél existe antes que todos† (Pr 8,22-25; Si 1,4; Si 24,9; Sb 9,9); †œtodos tienen en él consistencia† (Sb 1,7).
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3. En san Juan.
Jn 1 propone una doctrina similar: †œEl estaba en el principio con Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo de cuanto ha sido hecho. En él estaba la vida† (Jn 1,2-4). También los textos del AT (cf Pr 8,22ss; Si 24,3; Si 24,9; Sb 9,1-2) hablaban de la preexistencia de la sabidurí­a; pero, nuevamente, no se da explí­cita identificación entre Jesús y la sabidurí­a. Lo mismo el discurso sobre el pan de vida (Jn 6,26-58) se puede comprender correctamente sólo a la luz de los textos que comparan el discurso de la sabidurí­a con un banquete preparado (Pr 9,1-6; Si 24,19-21); esto vale sobre todo para Jn 6,35-50: el mensaje de Jesús viene de lo alto y alimenta como la sabidurí­a, como la palabra de Dios (Dt 8,3; Sb 16,26), y ello vale lo mismo para Jn 4,13-14 (Si 24,21); 7,37-38.
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4. Interpretación.
¿Por qué esta discreción en el NT, que no identifica nunca de modo explí­cito a Jesús con la sabidurí­a, a pesar de atribuirle mucho de lo que los textos del AT atribuí­an a la misma? La razón es probablemente ésta: Jesús supera infinitamente a la sabidurí­a como podí­an conocerla los sabios del AT; la revelación del NT está al mismo tiempo en continuidad y en ruptura con la del AT; si el NT hubiese identificado simplemente a Jesús con la sabidurí­a, hubiera podido encubrir la ruptura.
Sólo en una época sucesiva al NT será Jesús proclamado explí­citamente sabidurí­a de Dios. Este tí­tulo cris-tológico ha permanecido a lo largo de todo el curso de la historia cristiana. Citamos algunos de los testimonios más significativos: en el siglo m Orí­genes, en su tratado Sobre los principios (1, 2: PG 11,130- 145), desarrolla su discurso sobre Cristo fundándose principalmente en Sg 7,25-26. El beato Enrique Susón (1295-1 366) compuso hacia el 1335 su Libro de la Sabidurí­a eterna, en el cual medita principalmente sobre la cruz de Cristo. Hacia el 1700, Luis Marí­a Grignion de Montfort escribió un breve tratado sobre La sabidurí­a eterna, en el cual, basándose en casi todos los textos escriturí­sticos que hemos recordado, †œexplica simplemente lo que es la Sabidurí­a, antes de su encarnación, durante la encarnación y después de la encarnación, y los medios para obtenerla y conservarla† (n. 7). La liturgia romana, ya desde la alta Edad Media, relee Pr 8,22ss y Si 24,3-12 para las fiestas de la virgen Marí­a; pero es para ver en la madre de Dios, inseparable de su hijo, no la sabidurí­a, sino el lugar en el cual se estableció la Sabidurí­a en el momento de su encarnación.
Por otra parte, continuando el movimiento ya iniciado explí­citamente por Si 24,23 y Bar 4,1, el judaismo reconoce en la tórah la sabidurí­a de Dios. El cristiano, por su parte, proclama en la fe que Dios se ha revelado plenamente en Jesús, presencia de Dios entre los hombres, y por eso Jesús es llamado sabidurí­a de Dios [/Jesucristo III, Id].
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M. Gilbert

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

I. Determinación preliminar del sentido
Desde antiguo el afán de -> conocimiento se orienta hacia los conceptos correlativos -> verdad y s. Al primero va unida ante todo la idea de la espontaneidad y del rigor metódico en el acto cognoscitivo, y al segundo va ligada la representación contraria de la indisponible ley propia del deseado acontecer de la verdad. Sin embargo, cada concepto connota tantas cosas del otro, que ambos, en una inteligencia previa, pueden determinarse mutuamente: la s. como verdad que se apropia más allá del esfuerzo de pensar, pero no independientemente de él; y la verdad como s. que aparece en el aspecto de la apropiación; o más sencillamente: la s. como verdad concedida, y ésta como s. adquirida.

II. Explicación histórica del sentido
1. La concepción extrabí­blica de la sabidurí­a
El momento de indisponibilidad inherente al concepto de s. pudo acentuarse de múltiples maneras: teológicamente por la ordenación de la s. a la esfera de la -> trascendencia, antropológicamente por la idealización del sabio como hombre que se realiza de cara a la s., y epistemológicamente como la supraordenación de la -> filosofí­a (entendida desde Platón como amor a la s.) sobre las ciencias. La imagen de la s. en el espacio extrabí­blico está determinada esencialmente por esto.

a) Así­ a los dioses supremos de las antiguas religiones orientales pertenece siempre una figura divina destacada por su saber superior, cuya primera huella está en el gischchar sumerio (el plan divino de la creación). En el mito babilónico el lugar dela s. es el mar, y Ea es el señor de la misma (como en la antigua religión irania Ahura Mazda). En Egipto, donde surge una amplia literatura sapiencial (proverbios de Enei, de Amen-em-ope), el pensamiento de la s. adquiere forma principalmente en el mito de Isis y de Osiris. En el campo de tensión de estas formas superiores se afirma una representación de la s. de origen cananeo y arameo, que ha de considerarse como prototipo de la sofí­a inferior e influyó por algunos rasgos, ante todo por su hábito erótico y su unión con el motivo del descenso, en la concepción bí­blica y posbí­blica de la s. En el Olimpo griego, la que incorpora la s. con la máxima pureza es Atenea, que, a juzgar por la designación érgáne, implica originariamente la idea de la habilidad artesana, pero, teniendo en cuenta el mito de su nacimiento de la cabeza de Zeus, fue interpretada ya muy pronto como fr-ónesis. En cambio, la religión de los germanos sólo conoce la s. como conjunto del arte humano de planear, el cual, junto con la capacidad de esperar hasta el tiempo oportuno da la salvación al sabio.

b) Frente a esto, en la concepción filosófica de la s. domina el momento empí­rico. S. es aquí­ en primera lí­nea la penetración en la -> esencia y en la relación histórica de las cosas, penetración que se logra por una experiencia sometida a paciente reflexión, y que luego sirve como máxima de la propia realización. Así­ para Heráclito, que anticipa con ello pensamientos estoicos, la s. consiste en un obrar determinado por el logos, por la ley natural que lo penetra y lo gobierna todo (Fragm. 112). Para Platón consiste en la armoní­a, fundada en el conocimiento propio (Cármides, 164d), de razón y voluntad (Leyes, 689d). Pero esta s. experimental adquiere por primera vez su perfil pleno en la doctrina estoica de la vida. Según Crisipo el sabio está por encima de la ilusión y apariencia, de modo que no puede ser engañado (Sobre la dialéctica); obligado insobornablemente a la ley, el sabio encuentra en ella su libertad perfecta (Sobre la ética) En Séneca el sabio, como autarca verdadero, se sustrae, lo mismo que la divinidad, a las exigencias y los cambios de la existencia (Const. sap. 5, 1; 8, 2); y para Cicerón es precisamente la cima de la perfección humana: más regio que Tarquinio, más dominador que Sila, más rico que Creso, no está sometido ni a sí­ mismo ni a los otros, y así­ es feliz en la verdad (De fin. III 75).

c) A esto corresponde el aprecio teorético-cientí­fico de la filosofí­a, entendida como doctrina de la s. En cuanto la filosofí­a proporciona el conocimiento de las cosas divinas y humanas (POSIDONIO, Sen. ep. 89, 5) y produce el regreso del alma al ser (PLATí“N, República, 521c), es la ciencia suprema y más pura (Filebo, 58d), y como tal es digna de la máxima entrega (Parménides, 135d).

2. La concepción bí­blica de la sabidurí­a
a) En los escritos veterotestamentarios
En conjunto se repite aquí­ el sentido de la s. en la historia extracristiana, pero en orden invertido. Según lo prueba el uso originario de la palabra, en el término s. (hokmá) late la idea de la experiencia y destreza adquiridas mediante el trato real con las personas y las cosas. Según esto, la s. en los primeros escritos, ante todo en el libro de los Proverbios, tiene el carácter de una s. experimental adquirida en la realidad concreta de la vida. En correspondencia con este origen, dicha s. se articula en sentencias breves, con frecuencia agudizadas en forma paradójica, y apenas coordinables entre sí­ (von Rad). Así­ la s. puede enseñarse en el marco de una comunicación que sobrepasa los lí­mites sociales y nacionales (dependencia de la literatura sapiencial israelita respecto de la literatura sapiencial babilonia, edomita y egipcia). Pero donde más fácilmente puede verse es en figuras paradigmáticas como Salomón y José. Por eso el discurso sapiencial veterotestamentario se sirve en creciente medida de la imagen esclarecedora y actualizadora. Al mismo tiempo, ante todo en el pensamiento posterior al exilio, pasa a primer plano el momento de la revelación y de la concesión gratuita. Así­ la s. pasa a ser primero el medio de una inteligencia de sí­ mismo (Eclesiastés), del mundo (Sab 7, 15-21) y de la historia (Sab 10, 1-19, 22), lograda mediante una reflexión meditativa, luego un principio que determina espontáneamente el pensamiento la aspiración según Prov 1, 5 en forma de una kybernesis; cf. también Sab 7, 1-14), y finalmente una hipóstasis con visión divina y plenitud de poder (Prov 8, 22-31; Eclo 24, 1-29; Sab 7, 22-30). El judaí­smo tardí­o responde así­ a las incitaciones de la philosophia griega, preparando con ello el pensamiento neotestamentario sobre la sabidurí­a.

b) En el Nuevo Testamento
La s. aparece también en el NT como una cualidad o facultad humana, pero el centro de gravedad está en el aspecto especí­ficamente teológico. Quizá dio el impulso para ello la polaridad paulina entre la s. del mundo, ciega para Dios, y la sofí­a tou theou (1 Cor 1, 18-30), transmitida por la predicación de la cruz. Así­ el NT se centra en la relación de la s. con Cristo, que en los sinópticos habla repetidamente como representante de la s. (Mt 11, 19 par; 12, 42 par; Lc 11, 49) o con giros tomados de la literatura sapiencial (cf. Mt 11, 28 comparado con Eclo 24, 19ss), y que es identificado formalmente por Pablo con la s. de Dios (1 Cor 1, 30). Por eso la instrucción cristiana pasa a ser lenguaje de s. (1 Cor 2, 6), y la predicación viene a ser proclamación de la múltiple s. de Dios (Ef 3, 10), para la cual el «espí­ritu de la s. y de la revelación» abre los ojos del corazón (Ef 1, 17s).

3. La tradición posbí­blica de la sabidurí­a
a) En la patrí­stica y en la escolástica
Puesto que la especulación gnóstica habí­a escindido el pensamiento sobre la s., apoyándose de nuevo en antiguas concepciones orientales (dualismo de una sophia «superior» y otra «inferior» en Valentin) y, al mismo tiempo, lo habí­a remitizado en el sentido de un sistema emanantista (Sophia Jesu Christi, Pistis sophia, Libros de Jeü), la patrí­stica lo asumió sólo con reticencias (JusTINO, Apol. ( 6 13 60s: s. de Dios; IRENEO, Demonstr. 14-10: el Espí­ritu de Dios COMO S.; CLEMENTE DE ALEJANDRíA, Strom. v 1, 6, 3: el Logos como la s. manifiesta de Dios; ORíGENES, Contra Cels. III 41, In Mattb. xiv 2 7, In Rom. 11: Cristo como idea de Dios que todo lo abarca, la aúToaopEa; ATANASIO, Contra Arian. 116, II 37 81: Cristo como la verdadera s. llegada a los hombres); pero pronto hizo de él uno de sus pensamientos directivos (Cayré), sobre todo bajo la influencia neoplatónica (PLOTINO, Enn. v 8, 4s).

Para el curso del desarrollo ulterior es importante especialmente la concepción agustiniana, puesto que Agustí­n no sólo realiza la equiparación (ya iniciada por Orí­genes y los capadocios) de la s. con el mundus archetypus divino (De civ. Dei, xI 10, 3) y la acentúa cristológicamente (De doctr. christ. 111, 11), sino que resalta también su función noológica (en la interpretación de la visión de Ostia [Conf. Ix 10, 24s1 cf. en De lib. arb. II 27 41ss), sin perder de vista la unidad de ambos aspectos (Conf. xii 15, 20). En el mismo sentido Tomás de Aquino definió la s. como quaedam participatio divinae sapientiae (ST II-II q. 23 a.1 ad 1), que como principio de ordenación de todo conocimiento (I q. 52 a. 2 ad 1) introduce en una comprensión universal del ser por las causas supremas (I-II q. 57 a.2 ad 1) y en una manera ordenada de obrar (sapientis est ordinare). Según Buenaventura (Itin. 4, 8; 5, 3), la s. como principio mí­stico de conocimiento capacita para conocer a Dios en sí­ mismo allá de las analogí­as de las criaturas (III Seilt. d. 35 q. 3 ad 3). A través de la mí­stica del Logos del maestro Eckhart (s. como fundamento formal del conocimiento y del nacimiento de Dios) y de Enrique Suso (s. como manifestación dialogí­stica de la Unio mystica), el camino lleva desde aquí­ a Nicolás de Cusa, el más importante pensador acerca de la s. en la tardí­a edad media, que acentúa la unicidad de la s. (interpretada como simplicissima forma: De sap. I fol. 77″), y, en virtud de su doctrina dinámica de la participación (omnia in omnibus), la ve en obra en todos los grados del ser espiritual, y con ello la entiende como fundamento motor y final de todo lo espiritual (De ven. sap., c. 2 201″). El Cusano en este y otros muchos puntos anticipa el pensamiento de la edad siguiente.

b) En la edad moderna
La historia moderna de la significación de la s. está ampliamente marcada por rasgos mí­sticos y teosóficos, ante todo en Böhme (s. como misterio de Dios que se manifiesta en todas las criaturas), en Swedenborg (s. como sol del mundo espiritual) y en Oetinger (s. como autocomunicación de Dios a la creación y de ésta a Dios), y también en Schelling (s. como prototipo de las cosas e imagen que fundamenta el entendimiento), en Novalis (s. como la eterna «sacerdotisa del corazón») y en Soloviev (s. como la unidad de todas las cosas contemplada visionariamente; lo mismo en Claudel, Segunda oda). Es común a todos estos enfoques un universalismo lógico de la s., que si bien descubre amplias interrelaciones, ignora por otra parte (como en Frank-Duquesne y Teilhard de Chardin) diferencias y lí­mites insuprimibles. Un retorno a la antigua concepción empí­rica y epistemológica de la s. se produce en cambio en Kant, que defiene la s. como idea práctica orientada a la unidad necesaria de todas las finalidades posibles (Critica de la razón pura, Dial. trasc. 1.0 B., sección segunda), e interpreta la ciencia como ejercitación metódicamente asegurada en la doctrina de la s. (Critica de la razón práctica, Conclusión). Se da una reanudación y profundización del ideal estoico en la referencia de la s. a la situación de insecuritas de la existencia cristiana que aparece en Peter Wust.

III. Integración especulativa
El intento de una visión especulativa de conjunto debe partir de la relación recí­proca establecida al principio entre s. y verdad, la cual ahora ha de medirse por lo descubierto en el sentido histórico. Si queremos poner aquí­ como base un concepto de s. que está en el medio (unificante) entre la interpretación empí­rica y la teológica, entonces, a diferencia de la verdad amenazada siempre de confusión con la apariencia y la alusión, nos encontramos con que falta un concepto opuesto, pues «necedad» (en sentido bí­blico) designa el «todaví­a no de la sabidurí­a», y no su negación formal. Pero, comparada con la verdad, la s. ha traspasado con ello el lí­mite crí­tico en que podrí­a confundirse con su opuesto hacia una posición definitiva. A esto corresponde la función de un conservar consolidante dentro del horizonte circunscrito por ella, función que le atribuyen todas las variantes de su significación y a su vez tales variantes se pueden explicar por el esfuerzo de indicar el fundamento suficiente de esta consolidación experimentada como evidencia y seguridad, y en casos lí­mites incluso como un quedar afectado y aprehendido mí­sticamente. Para la concepción empirista dicho fundamento está en la suma de la experiencia – personal y transmitida – de vida, para la interpretación epistemológica en el grado cada vez más alto de certeza del conocimiento filosófico, dirigido a los fundamentos supremos del ser, para la teologí­a en la comunicación – medida por la s. – con el ser y el saber divinos. No en vano la interpretación teológica va siempre acompañada por el intento de concretar la idea de esta mediación; así­ Dionisio Pseudo-Areopagita interpreta la s. como una experiencia orientadora de lo divino (De div. nom. 1: patheí­n tá theïa), y Wust desarrolla el concepto – prefigurado en Tomás – de una «s. de fe» (Ungewissheit und Wagnis, xv), entendiendo la fe como «riesgo lleno de s.» que supera la insecuritas.

A este contexto pertenece la aparición visionaria de la s. personificada (desde la conducción de Ulises por Atenea, hasta las visiones de la sophia de Böhme y Soloviev), así­ como su identificación bí­blica con Cristo, sólo que ésta no se agota con la función aseguradora, sino que muestra la s. lo mismo como principio de certeza, que como principio de saber. Pero el principio noético es la s. identificada con Cristo y así­ fundada sobre una existencia histórica singular, por cuanto con ello la existencia individual de Cristo es elevada al rango de lo universal por antonomasia. Más allá de todas las universalizaciones ilí­citas, con ello se hace visible la totalidad del ser y del suceder en la figura de una vida individual, como resaltó ya la doctrina de Ireneo sobre la recapitulación, totalidad que resulta comprensible a partir de dicha figura singular e individual (K. Barth, R. Guardini, H.U. v. Balthasar). Por esto el problema de la propia iluminación de la s., oculto en el fundamento del sentido de la misma, sólo puede resolverse a partir de Cristo, «que se ha hecho s. para nosotros». Pero Cristo se acredita como s. en cuanto explica las oscuridades del ente por la «manera» de su existencia, y esto incluso allí­ donde fracasa la fuerza esclarecedora de la razón que mira a la verdad: en la cuestión del sentido de lo singular y de lo histórico. A eso se debe que la categorí­a de lo personal se formara en el campo de la especulación capadocia y alejandrina acerca de la s. y que los esbozos más importantes de la patrí­stica y de la escolástica sobre teologí­a de la historia procedieran de preclaros pensadores sobre la s., como Agustí­n, Joaquí­n de Fiore y Buenaventura. Vista así­, la s. es superior a la verdad tanto en certeza como en amplitud de significación, mientras que la verdad aparece orientada a ser absorbida en la plenitud de sentido siempre mayor de la sabidurí­a.

Ante la situación de las ciencias, que cada vez se especializan más fuertemente y se alejan más entre sí­, la restauración de la s. es uno de los cometidos más urgentes de la vida espiritual de la actualidad. Pero como al mismo tiempo se impone una creciente tendencia a la abstracción, ante todo en el ámbito de las ciencias de la naturaleza (que piensan cuantitativamente) y de la técnica (que opera esquemáticamente), precisamente el tiempo actual está amenazado por el «ocaso de la s.» (G. Marcel). Por eso urge tanto más enfrentarse con este peligro mediante una reflexión sobre aquella s. que establece y abarca al mismo tiempo la oposición entre abstracto y concreto, universal e individual, idea y realidad.

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Eugen Biser

K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972

Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica

La búsqueda de la sabidurí­a es común a todas las culturas del antiguo Oriente. Colecciones de literatura sapiencial nos fueron legadas tanto por Egipto como por Mesopotamia, y los siete sabios eran legendarios en la antigua Grecia. Esta sabidurí­a tiene un objetivo práctico: se trata de que el hombre se conduzca con prudencia y habilidad para prosperar en la vida. Esto implica cierta reflexión sobre el mundo; esto conduce también a la elaboración de una moral, de lo cual no está ausente la referencia religiosa (particularmente en Egipto). En la Grecia del siglo vii tomará la reflexión un sesgo más especulativo y la sabidurí­a se transformará en filosofí­a. Al lado de una ciencia embrional y de técnicas que se desarrollan, constituye la sabidurí­a un elemento importante de civilización. Es el humanismo de la antigüedad.

En la revelación bí­blica también la palabra de Dios reviste una forma de sabidurí­a. Hecho importante, pero que conviene interpretar correctamente. No quiere decir que la revelación, en cierto estadio de su desarrollo, se convierta en humanismo. La sabidurí­a inspirada, aun en los casos en que integra lo mejor de la sabidurí­a humana, es de distinta naturaleza que ésta. Este hecho, sensible ya en el AT, es palmario en el NT.

I. SABIDURíA HUMANA Y SABIDURíA SEGÚN DIOS. 1. Implantación de la sabidurí­a en Israel. Si se exceptúan los casos de José (Gén 41,39s) y de Moisés (Ex 2,10; cf. Act 7,21s), Israel no tuvo contacto con la sabidurí­a de Oriente sino después de su establecimiento en Canaán, y hay que aguardar a la época de la monarquí­a para verlo abrirse ampliamente al humanismo del tiempo: «La sabidurí­a de Salomón fue mayor que la de todos los orientales y que toda la de Egipto» (lRe 5,9-14; cf. 10, 6s.23s). El dicho se refiere a la vez a su cultura personal y a su arte del buen gobierno. Ahora bien, para los hombres de fe esta sabidurí­a regia no crea ningún problema: es un don de Dios, que Salomón obtuvo por su oración (lRe 3,6-14). Apreciación optimista, cuyos ecos se renuevan en otras partes; mientras que los escribas de la corte cultivan los géneros sapienciales (cf. los elementos antiguos de Prov 10-22 y 25-29), los historiadores sagrados hacen el elogio de José, el administrador avisado que tení­a su sabidurí­a de Dios (Gén 41; 47).

2. La sabidurí­a en cuestión. Pero hay sabidurí­a y sabidurí­a. La verdadera sabidurí­a viene de Dios; él es quien da al hombre «un *corazón capaz de discernir el bien y el mal» (IRe 3,9). Pero todos los hombres se ven tentados, como su primer padre, a usurpar este privilegio divino, a adquirir por sus propias fuerzas «el *conocimiento. del bien y del mal» (Gén 3,5s). Sabidurí­a engañosa, a la que los atrae la astucia de la serpiente (Gén 3,1). Es la de los escribas que juzgan de todo según modos de ver humanos y «cambian en mentira la ley de Yahveh» (Jer 8,8), la de los consejeros regios que hacen una polí­tica totalmente humana (cf. Is 29,15ss). Los profetas se alzan contra tal sabidurí­a : «Â¡Ay de los que son sabios a sus propios ojos, avisados según su propio sentido!» (Is 5,21). Dios hará que su sabidurí­a quede confundida (Is 29,14). Caerán en el lazo por haber despreciado la palabra de Yahveh (Jer 8, 9). Es que esta *palabra es la única fuente de la auténtica sabidurí­a. Aquélla la aprenderán después del castigo los espí­ritus extraviados (Is 29,24). El rey hijo de David que reinará «en los últimos tiempos» la poseerá con plenitud, pero la tendrá del *Espí­ritu de Yahveh (Is 11,2). Así­ la enseñanza profética rechaza la tentación de un humanismo que pretendiera bastarse a sí­ mismo: la salvación del hombre viene de solo Dios.

3. Hacia la verdadera sabidurí­a. La ruina de Jerusalén confirma las amenazas de los profetas: la falsa sabidurí­a de los consejeros regios es la que ha conducido el paí­s a la catástrofe. Una vez disipado así­ el equí­voco, la verdadera sabidurí­a podrá dilatarse libremente en Israel. Su fundamento será la *ley divina, que hace de Israel el único pueblo sabio e inteligente (Dt 4,6). El *temor de Dios será su principio y su coronamiento (Prov 9,10; Eclo 1,14-18; 19,20). Los escribas inspirados, sin abandonar nunca las perspectivas de esta sabidurí­a religiosa, van a integrar ahora en ella todo lo que puede ofrecerles de bueno la reflexión humana. La literatura sapiencial editada o compuesta después del exilio es el fruto de este esfuerzo. El humanismo, curado de estas pretensiones soberbias, se dilata aquí­ a la luz de la *fe.

II. ASPECTOS DE LA SABIDURíA. 1. Un arte de bien vivir. El sabio de la Biblia tiene curiosidad por las cosas de la naturaleza (1Re 5,13). Las admira, y su fe le enseña a ver en ellas la mano poderosa de Dios (Job 36,22-37,18; 38-41; Eclo 42,15-43, 33). Pero se preocupa ante todo por saber cómo conducir su vida para obtener la verdadera felicidad. Todo hombre experto en su oficio merece ya el nombre de sabio (Is 40,20; Jer 9,16; 1Par 22,15); el sabio por excelencia es el experto en el arte de bien vivir. Lanza al mundo que le rodea una mirada lúcida y sin ilusión; conoce sus taras, lo cual no quiere decir que las apruebe (p.e. Prov 13,7; Eclo 13,21ss). Como psicólogo que es, sabe lo que se oculta en el corazón humano, lo que es para él causa de gozo o de pena (p.e. Prov 13,12; 14,13; Eci 7,2-6). Pero no se confina en este papel de observador. *Educador nato, traza reglas para sus *discí­pulos: prudencia, moderación en los deseos, trabajo, humildad, ponderación, mesura, lealtad de lenguaje, etc. Toda la moral del Decálogo está contenida en estos consejos prácticos. El sentido social del Deuteronomio y de los profetas le inspira recomendaciones sobre la limosna (Eclo 7,32ss; Tob 4,7-11), el respeto de la justicia (Prov 11,1; 17,15), el amor de los pobres (Prov 14,31; 17,5; Eclo 4,1-10). Para apoyar sus pareceres recurre siempre que puede a la experiencia; pero su inspiración profunda le viene de algo más alto que la experiencia. Habiendo adquirido la sabidurí­a a costa de rudos esfuerzos, nada desea tanto como transmitirla a los otros (Eclo 51,13-20), e invita a sus discí­pulos a emprender con ánimo su difí­cil aprendizaje (Eclo 6,18-37).

2. Reflexión sobre la existencia. Del maestro israelita de sabidurí­a no hay que esperar una reflexión de carácter metafí­sico sobre el hombre, su naturaleza, sus facultades, etc. Por el contrario, tiene un sentido agudo de su situación en la existencia y escudriña con atención su destino. Los *profetas se interesaban sobre todo por la suerte del pueblo de Dios en cuanto tal; los textos de Ezequiel sobre la responsabilidad individual pueden considerarse como excepciones (Ez 14,12-20; 18; 33, 10-20). Los sabios, sin dejar de estar atentos al destino global del pueblo de la alianza (Eclo 44-50; 36,1-17; Sab 10-12; 15-19), se interesan sobre todo por la vida de los individuos. Son sensibles a la grandeza del hombre (Eclo 16,24-17,14) como a su miseria (Eclo 40,1-11), a su soledad (Job 6,11-30; 19,13-22), a su angustia ante el dolor (Job 7; 16) y la muerte (Ecl 3; Eclo 41,1-4), a la impresión de vaciedad que le deja su vida (Job 14,1-12; 17; Ecl 1,4-8; Eclo 18,8-14), a su inquietud delante de Dios que le parece incomprensible (Job 10) o ausente (23; 30,20-23). En esta perspectiva no podí­a menos de abordarse el problema de la *retribución, pues las concepciones tradicionales acaban por contradecir a la justicia (Job 9,22-24; 21,7-26; Ecl 7,15; 8-14; 9,2s). Pero serán necesarios largos esfuerzos para que más allá de la retribución terrenal, tan engañosa, se resuelva el problema en la fe en la *resurrección (Dan 12,2s) y en la *vida eterna (Sab 5,15).

3. Sabidurí­a y *revelación. La enseñanza de los sabios, que concede tanto lugar a la experiencia y a la reflexión humana, es evidentemente de otro tipo que la *palabra profética, procedente de una inspiración divina, de la que el profeta mismo es consciente. Esto no es obstáculo para que haga también progresar la doctrina proyectando sobre los problemas la luz de las *Escrituras largamente meditadas (cf. Eclo 39,1ss).

Ahora bien, en baja época profecí­a y sabidurí­a convergen en el género apocalí­ptico para revelar los secretos del futuro. Si Daniel «revela los *misterios divinos» (Dan 2,28ss.47), no es por sabidurí­a humana (2,30), sino porque el Espí­ritu divino, que reside en él, le da una sabidurí­a superior (5,11.14). La sabidurí­a religiosa del AT reviste aquí­ una forma caracterí­stica, de la que la antigua tradición israelita presentaba ya un ejemplo significativo (cf. Gén 41, 38s). El sabio aparece aquí­ como inspirado por Dios al igual que el profeta.

III. LA SABIDURíA DE DIos. 1. La sabidurí­a personificada. Los escribas de después del exilio tienen tal culto por la sabidurí­a que se complacen en personificarla para darle más relieve (ya Prov 14,1). Es una amada a la que se busca con avidez (Eclo 14,22ss), una madre protectora (14,26s) y una esposa nutricia (15, 2s), un ama de casa hospitalaria que invita a su festí­n (Prov 9,1-6), contrariamente a dama *locura, cuya casa es el vestí­bulo de la muerte (9, 13-18).

2. La sabidurí­a divina. Ahora bien, esta representación femenina no debe comprenderse como mera figura de lenguaje. La sabidurí­a del hombre tiene una fuente divina. Dios puede comunicarla a quien le place porque él mismo es el sabio por excelencia. Así­ pues, los autores sagrados contemplan en Dios esta sabidurí­a, de la que dimana la suya. Es una realidad divina que existe desde siempre y para siempre (Prov 8,22-26; Eclo 24,9). Habiendo brotado de la boca-del Altí­simo como su hálito o su *palabra (Eclo 24,3), es «un soplo del *poder divino, una efusión de la *gloria del todopoderoso, un reflejo de la *luz eterna, un espejo de la actividad de Dios, una *imagen de su excelencia» (Sab 7,25s). Habita en el cielo (Eclo 24,4), comparte el trono de Dios (Sab 9,4), vive en su intimidad (8,3).

3. La actividad de la sabidurí­a. Esta sabidurí­a no es un principio inerte. Está asociada a todo lo que hace Dios en el mundo. Presente en el momento de la creación, retozaba a sus lados (Prov 8, 27-31; cf. 3, 19s; Eclo 24,5) y todaví­a sigue rigiendo el universo (Sab 8,1). A todo lo largo de la historia de la salvación la ha enviado Dios en misión acá a la tierra. Se instaló en Israel, en Jerusalén, como un *árbol de vida (Eclo 24,7-19), manifestándose bajo la forma concreta de la *ley (Eclo 24,23-34). Desde entonces reside familiarmente entre los hombres (Prov 8,31; Bar 3,37s). Es la providencia que dirige la historia (Sab 10,1-I1, 4) y ella es la que proporciona a los hombres la salvación (9,18). Desempeña un papel análogo al de los profetas, dirigiendo reproches a los despreocupados cuyo *juicio anuncia (Prov 1,20-33), invitando a los que son dóciles a sacar provecho de todos sus bienes (Prov 8,1-21.32-36), a sentarse a su mesa (Prov 9,4ss; Eclo 24,19-22). Dios obra por ella como obra por su *Espí­ritu (cf. Sab 9,17); así­ pues, lo mismo es acogerla que ser dóciles al Espí­ritu. Si estos textos no hacen todaví­a de la Sabidurí­a una persona divina en el sentido del NT, por lo menos escudriñan en profundidad el misterio del Dios único y preparan una revelación más precisa del mismo.

4. Los dones de la sabidurí­a. No es sorprendente que esta sabidurí­a sea para los hombres un tesoro superior a todo (Sab 7,7-14). Siendo ella misma un don de Dios (8,21), es la distribuidora de todos ‘los bienes (Prov 8,21; Sab 7,11): vida y felicidad (Prov 3,13-18; 8,32-36; Eclo 14,25-27), seguridad (Prov 3,21-26), gracia y gloria (4,8s), riqueza y justicia (8,18ss), y todas las virtudes (Sab 8,7s)… ¿Cómo no se esforzará el hombre por tenerla por esposa (8, 2)? Ella es, en efecto, la que hace a los amigos de Dios (7,27s). La intimidad con ella no se distingue de la intimidad con Dios mismo. Cuando el NT identifique la sabidurí­a con Cristo, Hijo y palabra de Dios, hallará en esta doctrina la exacta preparación para una revelación plenaria : el hombre, unido a Cristo; participa en la Sabidurí­a divina y se ve introducido en la intimidad de Dios.

NT. 1. JESÚS Y LA SABIDURíA. 1. Jesús, maestro de sabidurí­a. Jesús se presentó a sus contemporáneos bajo complejos aspectos exteriores: *profeta de penitencia, pero más que profeta (Mt 12,41); *mesí­as, pero que debe pasar por el sufrimiento del *siervo de Yahveh antes de conocer la gloria del *Hijo del hombre (Mc 8,29ss); doctor, pero no a la manera de los escribas (Mc 1,21s). Lo que mejor recuerda su manera de *enseñar es la de los maestros de sabidurí­a del AT: adopta fácilmente sus géneros (proverbios, *parábolas), da como ellos reglas de vida (cf. Mt 5-7). Los espectadores no se engañan al maravillarse de esta sabidurí­a sin segunda, acreditada por obras milagrosas (Mc 6,2); Lucas la hace notar incluso en la infancia de Cristo (Le 2,40.52). Jesús mismo da a entender que tal sabidurí­a plantea un problema : la reina del Mediodí­a acudió a oí­r la sabidurí­a de Salomón: pues bien, aquí­ hay más que Salomón (Mt 12,42 p).

2. Jesús, Sabidurí­a de Dios. Efectivamente, en su propio nombre promete Jesús a los suyos el don de la sabidurí­a (Le 21,15). Desconocido por su *generación incrédula, pero acogido por los corazones dóciles a Dios, concluye misteriosamente: «La sabidurí­a ha sido justificada por sus hijos» (Le 7,35; o «por sus obras» Mt 11,19). Su secreto se trasluce más cuando modela su lenguaje conforme a lo que el AT atribuye a la sabidurí­a divina: «Venid a mí­…» (Mt 11,28ss; cf. Eclo 24,19); «Quien venga a mí­ no tendrá ya hambre, quien crea en mí­ no tendrá ya sed» (Jn 6,35; cf. 4,14; 7,37; Is 55,1ss; Prov 9,1-6; Eclo 24,19-22). Estos llamamientos rebasan lo que se espera de un sabio como otro cual-quiera; hacen entrever la misteriosa personalidad del *Hijo (cf. Mt 11, 25ss p). La lección fue recogida por los escritos apostólicos. Si en ellos se llama a Jesús «sabidurí­a de Dios» (ICor 1.24.30), no es sólo porque comunica la sabidurí­a a los hombres; es porque él mismo es la Sabidurí­a. Igualmente, para hablar de su preexistencia junto al Padre se usan los mismos términos que en otro tiempo definí­an la sabidurí­a divina : él es el primogénito anterior a toda criatura y el artí­fice de la *creación (Col 1,15ss; cf. Prov 8,22-31), cl resplandor de la *gloria de Dios y la efigie de su substancia (Heb 1,3; cf. Sab 7,25s). El Hijo es la sabidurí­a del Padre, como es también su *palabra (Jn 1,lss). Esta sabidurí­a personal estaba en otro tiempo oculta en Dios, aun cuando gobernaba el universo, dirigí­a la historia, se manifestaba indirectamente en la ley y en la enseñanza de los sabios. Ahora se ha revelado en Jesucristo. Así­ todos los textos sapienciales del AT adquieren en él su alcance definitivo.

II. SABIDURíA DEL MUNDO Y SABIDURíA CRISTIANA. 1. La sabidurí­a del mundo, condenada. A la hora de esta revelación suprema de la Sabidurí­a se habí­a entablado el drama que habí­an puesto ya en evidencia los profetas. La sabidurí­a de este mundo, que desvariaba desde que habí­a desconocido al Dios vivo (Rom 1,21s; lCor 1,21), dio remate a su *locura cuando los hombres «crucificaron al Señor de la gloria» (ICor 2,8). Por eso condenó Dios esta sabidurí­a de los sabios (1,19s; 3,19s), que es «terrenal, animal, demoní­aca» (Sant 3,15); para darle jaque decidió salvar al mundo por la locura de la *cruz (ICor 1,17-25). Así­ cuando se anuncia a los hombres el Evangelio de la salvación puede dejar a un la-do todo lo que depende de la sabidurí­a humana, la cultura y las bellas palabras (lCor 1,17; 2,1-5): no hay que trampear con la locura de la cruz.

2. La verdadera sabidurí­a. La revelación de la verdadera sabidurí­a se hace, pues, en forma paradójica. No se otorga a los sabios y a los prudentes, sino a los pequeños (Mt 11,25): para confundir a los sabios orgullosos escogió Dios a lo que habí­a de loco en este mundo (ICor 1,27).

Por consiguiente hay que volverse loco a los ojos del mundo para hacerse sabio según Dios (3,18). Porque la sabidurí­a cristiana no se adquiere en modo alguno por el esfuerzo humano, sino por revelación del Padre (Mt 11,25ss). Es en sí­ misma cosa divina, misteriosa y oculta, imposible de sondear por la inteligencia humana (ICor 2,7ss; Rom 11,33ss; Col 2,3). Manifestada por la realización histórica de la salvación (Ef 3,10), sólo puede ser comunicada por el *Espí­ritu de Dios a los hombres que le son dóciles (lCor 2,10-16; 12,8; Ef 1,17).

III. ASPECTOS DE LA SABIDURíA CRISTIANA. 1. Sabidurí­a y revelación. La sabidurí­a cristiana, tal como se acaba de describir, presenta claras afinidades con los apocalipsis judí­os: no es ante todo regla de vida, sino *revelación del *misterio de Dios (lCor 2,6ss), cumbre del *conocimiento religioso que pide Pablo a Dios para los fieles (Col 1,9) y en la que estos mismos pueden instruirse mutuamente (3,16), «en un lenguaje enseñado por el Espí­ritu» (ICor 2,13).

2. Sabidurí­a y vida moral. Con esto no se evacua el aspecto moral de la sabidurí­a. A la luz de la revelación de Cristo, sabidurí­a de Dios, todas las reglas de conducta que el AT atribuí­a a la †¢sabidurí­a según Dios, adquieren por el contrario su plenitud de sentido. No solamente lo que concierne a las funciones apostólicas (lCor 3,10; 2Pe 3,15), sino también lo relativo a la vida cristiana de cada dí­a (Ef 5,15; Col 4,5), donde hay que imitar la conducta de las ví­rgenes prudentes, no ya la de las ví­rgenes *locas (Mt 25,1-12). Los consejos de moral práctica que enuncia san Pablo eñ los finales de sus cartas suceden aquí­ ala enseñanza de los sabios antiguos. El hecho es más evidente todaví­a en cuanto a la epí­stola de Santiago, que opone en este punto concreto la falsa sabidurí­a y la «sabidurí­a de arriba» (Sant 3,13-17). Esta última implica una perfecta rectitud moral. Hay que esforzarse por conformar con ella los propios actos al mismo tiempo que se la pide a Dios como un don (Sant 1,5).

Tal es la única perspectiva en la que las adquisiciones del humanismo pueden integrarse en la vida y en el pensamiento cristianos. El hombre pecador debe dejarse crucificar con su sabidurí­a orgullosa si quiere renacer en Cristo. Si lo hace, todo su esfuerzo humano adquirirá nuevo sentido, pues se efectuará bajo la dirección del Espí­ritu.

-> Conocer – Temer – Designio de Dios – Educación – Enseñar – Fe – Locura – Gustar – Leche – Misterio – Parábola – Palabra – Revelación.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

En el AT, la palabra sabiduría representa la traducción de muchas palabras hebreas, pero con mucho la más común es ḥoḵmāh (150 veces). Más de la mitad de estas referencias se encuentran en la llamada literatura sapiencial (Job, Proverbios y Eclesiastés).

Fuera de esta literatura sapiencial, la palabra raras veces se refiere a Dios, o simplemente a la sabiduría «espiritual», sino que apunta a destrezas o habilidades humanas que pueden o no ser dadas por Dios. Tales habilidades se denotan en la preparación del tabernáculo (Ex. 28:3; 31:3, 6), en la guerra (Is. 10:13), en la navegación (Sal. 107:27), y en el gobernar (Dt. 34:9; Ez. 28:4; 1 R. 2:6 y muy frecuentemente en referencia a Salomón). La sabiduría (habilidad) puede ser mala y ser condenada por Dios (Ez. 28:17; Is. 29:14; Jer. 8:9; 2 S. 20:22; Is. 47:10).

En la literatura sapiencial, esta palabra a menudo se refiere a un mero conocimiento humanamente adquirido (Ec. 1:13; Job 4:21), que sólo trae pesar y frustración (Ec. 1:12; 2:9–11). Sin embargo, en contraste con esta sabiduría, existe una divina, dada por Dios, la cual permite que el hombre viva una vida satisfactoria, de bien y verdad. Tal sabiduría divina guarda los mandamientos de Dios (Pr. 4:11), se caracteriza por su prudencia (Pr. 8:12), discernimiento (Pr. 14:8), humildad (Pr. 10:8), se basa en el temor del Señor (Job 28:28; Pr. 9:10), y es de valor inestimable (Job 28:13ss.). Sólo Dios, por supuesto, posee esta sabiduría en sentido absoluto (Job 12:13). No puede proceder de la inteligencia humana (Job 28:12; Ec. 7:23; Job 2:21). El escarnecedor nunca la encontrará (Pr. 14:6); Pero Dios, de quien es atributo (1 R. 3:28; Dn. 2:20), la da libremente a aquellos que la buscan (Pr. 2:6; Ec. 2:26).

El pasaje controversial de Proverbios (8:22–31) a menudo se interpreta como una prueba de la Trinidad en el AT. Sin embargo, en su contexto, es mejor tomarlo como una personificación del atributo divino que Dios ejerció en la creación de todas las cosas, y que, además, espera impartir a los hombres para guiarlos a una vida de rectitud.

En el AT, el concepto de sabiduría divina no debe ser apartado de sus aplicaciones prácticas para los hombres. El verdadero hombre sabio es el hombre bueno, y el verdadero hombre bueno es aquel que, desde el principio, decide en forma sabia el dar a Dios el primer lugar en su vida.

En el AT, tres libros Apócrifos, la Sabiduría de Salomón, Eclesiástico, y Baruc, también deben ser incluidos en la literatura sapiencial. En los tiempos posteriores al período bíblico, los judíos desarrollaron este tipo de literatura aun más, la cual halló su apogeo en las obras del filósofo judío Filón (muerto 50 d.C.).

En el NT, la palabra griega sofia aparece frecuentemente y repite la mayoría de los usos complementados por la relación de Cristo con la sabiduría divina. La sabiduría es un atributo de Dios (Lc. 11:49), la revelación de la voluntad divina al hombre (1 Co. 2:4–7), una comprensión espiritual y religiosa de la voluntad de Dios con respecto al hombre (Mt. 13:54; Stg. 1:5; a menudo adscrita a Cristo en un absoluto sentido de humanidad perfecta), y la capacidad intelectual humana (Mt. 12:42 y 11:25). Hay además una sabiduría humana soberbia que desdeña la sabiduría divina y que sólo lleva a la destrucción (1 Co. 1:19–20).

El elemento distintivo en la sabiduría del NT es su identificación de Jesús como la sabiduría de Dios (1 Co. 1:24), quien se convierte en la única fuente de toda la sabiduría cristiana (1 Co. 1:30).

BIBLIOGRAFÍA

W.R. Harvey-Jellie, The Wisdom of God and the Word of God; H.A. Wolfson, Philo.

Kenneth S. Kantzer

Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (547). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.

Fuente: Diccionario de Teología

I. En el Antiguo Testamento

Como todas las virtudes intelectuales heb., la sabiduría (generalmente ḥoḵmâ, aun cuando se usan otros vocablos; pp. ej.: bı̂nâ, ‘entendimiento’, Job 39.26; Pr. 23.4; teḇûnâ, ‘discernimiento’, Sal. 136.5; ṣeḵel o śēḵel, ‘prudencia’, Pr. 12.8; 23.9) es intensamente práctica, no teórica. Básicamente, la sabiduría es el arte de tener éxito, de formar el plan correcto para obtener los resultados deseados. Su asiento es el corazón, centro de las decisiones morales e intelectuales (cf. 1 R. 3.9, 12).

Los que poseen habilidades técnicas son considerados sabios: Bezaleel, artesano principal del tabernáculo (Ex. 31.3; °bj “habilidad”); los fabricantes de ídolos (Is. 40.20; Jer. 10.9) ; las plañideras profesionales (Jer. 9.17); los navegantes o constructores de naves (Ez. 27.8–9). La sabiduría práctica puede adoptar un aspecto siniestro, como en el astuto consejo dado por Jonadab (2 S. 13.3).

Reyes y líderes necesitaban de la sabiduría en modo especial. Sobre ellos recaía la responsabilidad de tomar decisiones correctas en asuntos políticos y sociales. Josué (Dt. 34.9), David (2 S. 14.20), Salomón (1 R. 3.9, 12; 4.29ss) recibieron sabiduría para poder cumplir sus obligaciones oficiales. El rey mesiánico predicho por Isaías (11.2) había de ser dotado de sabiduría para juzgar imparcialmente. “Consejero maravilloso” (°ci, 9.5) indica que su consejo sería asombrosamente exitoso. Véase N. W. Porteous, “Royal Wisdom”, en Wisdom in Israel and in the Ancient Near East.

Una clase especial de sabios (hombres o mujeres, cf. 2 S. 14.2) parece haber surgido durante la monarquía. En la época de Jeremías ocupaban un lugar a la par de los profetas y sacerdotes, ejerciendo considerable influencia religiosa y social. Su función consistía en formular planes adecuados, ofrecer consejos para la vida exitosa (Jer. 18.18). Para el punto de vista de que “sabios” no se refiere a una clase profesional sino a personas de inteligencia poco común cuya sabiduría era buscada por sus conciudadanos, véase R. N. Whybray, The Intellectual Tradition in the Old Testament (1974). El sabio o consejero mantenía una relación de paternidad para con aquellos cuyo bienestar dependía de su consejo: José fue como “padre” para el faraón (Gn. 45.8); Débora, “madre” en Israel (Jue. 5.7). Véase P. A. H. de Boer, “The Counsellor” en Wisdom in Israel and in the Ancient Near East.

La sabiduría en su sentido más amplio pertenece sólo a Dios (Job 12.13ss; Is. 31.2; Dn. 2.20–23). Su sabiduría no es solamente la perfección del conocimiento que abarca todos los aspectos de la vida sin excepción (Job 10.4; 26.6; Pr. 5.21; 15.3), sino que también “consiste en el irresistible cumplimiento de lo que tiene pensado” (J. Pedersen, Israel: Its Life and Culture, 1–2, pp. 198). El universo (Pr. 3.19s; 8.22–31; Jer. 10.12) y el hombre (Job 10.8ss; Sal. 104.24; Pr. 14.31; 22.2) son productos de su sabiduría creadora. Los fenómenos naturales (Is. 28.23–29) e históricos (Is. 31.2) son gobernados por su sabiduría, la que incluye discriminación infalible entre el bien y el mal, y sirve de base para las recompensas y castigos justos que constituyen la porción de justos y malos (Sal. 1; 37; 73; Pr. 10.3; 11.4; 12.2, etc.). Dicha sabiduría es inescrutable (Job 28.12–21): Dios en su gracia tiene que revelarla para que el hombre pueda comprenderla en alguna medida (Job 28.23, 28). Incluso la sabiduría derivada de las habilidades naturales o destilada de la experiencia es un don de gracia, por cuanto es la actividad creadora de Dios la que hace posible dicha sabiduría.

La sabiduría bíblica es tanto religiosa como práctica. Partiendo del temor del Señor (Job 28.28; Sal. 111.10; Pr. 1.7; 9.10), se extiende hacia todos los aspectos de la vida, como lo indican los extensos comentarios sobre la sabiduría en Proverbios. La sabiduría aprovecha elementos que discierne en el modo de actuar de Dios y los aplica al andar diario. Esta combinación de discernimiento y obediencia (y todo discernimiento tiene que rematar en obediencia) relaciona la sabiduría con el énfasis profético en el conocimiento (e. d. el amor y la obediencia cordiales) de Dios (p. ej. Os. 2.20; 4.1, 6; 6.6; Jer. 4.22; 9.3, 6; y especialmente Pr. 9.10).

La sabiduría pagana, aunque también ella puede ser religiosa, no tiene su asidero en el Dios del pacto y, por consiguiente, está destinada al fracaso, como con frecuencia lo señalan los profetas (Is. 19.11ss; Ez. 28.2ss; Abd. 8). Cuando el secularismo, el materialismo, y el desdén de los ideales del pacto anulaban el temor de Dios en la sabiduría de Israel, esta se convertía en ateísmo práctico, tan insípido como su contrapartida pagana; lo cual hizo que Isaías exclamara con ardor: “¡Hay de los sabios en sus propios ojos!” (5.21; cf. 29.14; Jer. 18.18).

Un problema especial es la personificación de la sabiduría en Pr. 8.22ss. Job 28 anticipa dicha personificación cuando pinta a la sabiduría como un misterio inescrutable para los hombres pero evidente para Dios. En Pr. 1.20–33 la sabiduría se asemeja a una mujer que clama en las calles pidiendo a los hombres que se vuelvan de sus necios caminos y busquen en ella instrucción y seguridad (cf. tamb. Pr. 3.15–20). La personificación continúa en Pr. 8 y alcanza su culminación en los vv. 22ss, donde la sabiduría sostiene que es la primera creación de Dios y, quizá, colaboradora en la obra de creación (8.30; cf. 3.19; ˒āmôn, “ordenándolo todo”, °vrv2, es un vocablo de difícil interpretación que °vm traduce “como el arquitecto de todo”; véase W. F. Albright en Wisdom in Israel and in the Ancient Near East, pp. 8). El propósito de la sabiduría al recitar sus credenciales es atraer a los hombres a fin de que le presten la atención debida, como lo indica 8.32–36. Por lo tanto se debe tener precaución al interpretar este pasaje como un caso de hipostatización, e. d. de que la sabiduría está representada como si tuviese existencia independiente. La característica resistencia de los hebreos a la especulación y la abstracción con frecuencia llevaba a sus poetas a tratar los ideales u objetos inanimados como si tuviesen personalidad. Véase H. W. Robinson, Inspiration and Revelation in the Old Testament, 1946, pp. 260; H. Ringgren, Word and Wisdom, 1947. Para la influencia de la personificación de la sabiduría sobre la idea del Logos del cuarto evangelio, véase * Logos.

II. En el Nuevo Testamento

En general la sabiduría neotestamentaria (sofia) tiene el mismo carácter intensamente práctico que en el AT. Pocas veces es neutral (aunque cf. “la sabiduría de los egipcios”, Hch. 7.22), o la da Dios o se opone él. Si está divorciada de la revelación divina resulta empobrecida e improductiva cuando más (1 Co. 1.17; 2.4; 2 Co. 1.12) e insensata o hasta diabólica cuando menos (1 Co. 1.19ss; Stg. 3.15ss). La sabiduría mundana se basa en la intuición y la experiencia sin revelación, y por lo tanto tiene serias limitaciones. El no reconocer estas limitaciones hace recaer la condenación bíblica sobre todos (especialmente los griegos) los que arrogantemente intentan resolver cuestiones espirituales mediante la sabiduría humana.

Las personas realmente sabias son aquellas a las que Dios en su gracia ha impartido sabiduría: Salomón (Mt. 12.42; Lc. 11.31), Esteban (Hch. 6.10), Pablo (2 P. 3.15), José (Hch. 7.10). Uno de los legados de Cristo a sus discípulos fue la sabiduría de saber decir lo que correspondía en momentos de persecución o investigación (Lc. 21.15). Sabiduría similar es la que hace falta para entender los oráculos y enigmas apocalípticos (Ap. 13.18; 17.9). La sabiduría es esencial no sólo para los líderes de la iglesia (Hch. 6.3) sino para todos los creyentes, a fin de que puedan percibir los propósitos de Dios en la redención (Ef. 1.8–9), andar como es digno de él (Col. 1.9; Stg. 1.5; 3.13–17), y portarse discretamente ante los incrédulos (Col. 4.5). Así como Pablo ha enseñado a sus oyentes con toda sabiduría (Col. 1.28), los que son lo suficientemente maduros para comprender esta sabiduría espiritual (1 Co. 2.6–7) tienen que instruir a otros en ella (Col. 3.16).

La sabiduría de Dios se demuestra claramente con su provisión de la redención (Ro. 11.33), que se manifiesta en la iglesia (Ef. 3.10). Se revela en forma suprema “no en alguna doctrina esotérica … dirigida a … los iniciados de algún culto secreto, sino en acción, en la suprema acción de Dios en Cristo en la cruz” (N. W. Porteous, op. cit., pp. 258). Dicha sabiduría, anteriormente velada a la mente humana, no acepta rival filosófico o práctico alguno. Los mejores intentos humanos de desenmarañar los problemas de la existencia humana aparecen como necedad a la luz de la cruz.

El Cristo encarnado fue aumentando en sabiduría (Lc. 2.40, 52) siendo niño, y maravilló a sus oyentes por su sabiduría cuando fue hombre (Mt. 13.54; Mr. 6.2). Afirmó tener sabiduría (Mt. 12.42) y poseer un conocimiento sin igual de Dios (Mt. 11.25ss). Dos veces personifica a la sabiduría de un modo que recuerda a Proverbios: Mt. 11.19 (= Lc. 7.35) y Lc. 11.49 (Mt. 23.34ss). En ambos pasajes es posible que Cristo esté aludiendo a sí mismo como la “Sabiduría”, aunque no hay seguridad en cuanto a esto, especialmente en el segundo caso. (Véase Arndt para sugestiones en cuanto a interpretación.) Es probable que la cristología de la sabiduría de Pablo (1 Co. 1.24, 30) fuese influida tanto por las afirmaciones de Cristo como por el conocimiento apostólico (anclado en las enseñanzas de Cristo en Mateo) de que Cristo era la nueva Torá, la revelación completa de la voluntad de Dios, que reemplazaba a la ley antigua. Por cuanto los mandamientos y la sabiduría están ligados en Dt. 4.6, y especialmente en el pensamiento judío (p. ej. Ecl. 24.23; Apocalipsis de Baruc 3.37ss), no es de sorprender que Pablo viese a Jesús, la nueva Torá, como la sabiduría de Dios. Sobre la base de Col. 1.15ss parece evidente que Pablo veía en Cristo el cumplimiento de Pr. 8.22ss, por cuanto el citado pasaje de Col. refleja claramente la descripción veterotestamentaria de la sabiduría.

La cristología paulina de la sabiduría es un concepto dinámico, como lo demuestra el acento que se pone en la actividad de Cristo en la creación en Col. 1.15ss y en la redención en 1 Co. 1.24, 30. Estos últimos versículos afirman que en la crucifixión Dios hizo a Jesús nuestra sabiduría, sabiduría que, más todavía, y según se la define, abarca la justicia, la santificación, y la redención. Como Señor de la iglesia, herido y sin embargo exaltado, es alabado por su sabiduría (Ap. 5.12). “Tomar” en este versículo significa el reconocimiento de atributos que ya son de Cristo; por cuanto en él “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría” (Col. 2.3).

Bibliografía. °G. von Rad, Sabiduría en Israel, 1985; 7. B. Pritchard, Sabiduría en el antiguo oriente, 1966; K. Garibay, Sabiduría en Israel, 1966; M. Gilbert, J. N. Aletti, La sabiduría y Jesucristo, 1981; M. Saebo, “Ser sabio”, °DTMAT, t(t). I, cols. 776–789; J. Goetzmann, H. Weigelt, “Sabiduría, Amor a la sabiduría”, °DTNT, t(t). IV, pp. 122–130; G. von Rad, Teología del Antiguo Testamento, 1978, t(t). I, pp. 508–548.

W. D. Davies, Paul and Rabbinic Judaism, 1948, pp. 147–176; E. Jacob y R.Mehl en Vocabulary of the Bible, eds. J.-J. von Allmen, 1958; M. Noth y D. W. Thomas (eds.), Wisdom in Israel and in the Ancient Near East, 1955; H. Conzelmann, “Wisdom in the NT”, IDBS , 1976, pp. 956–960; J. L. Crenshaw (eds.), Studies in Ancient Israelite Wisdom, 1976; G. von Rad, Wisdom in Israel, trad. ing. 1972; R. L. Wilken (eds.), Aspects of Wisdom in Judaism and Early Christianity, 1975; J. Goetzmann et al., en NIDNTT 3, pp. 1023–1038.

D.A.H.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico

Uno de los escritos deutero-canónicos del Antiguo Testamento, colocado en la Vulgata entre el Cantar de los Cantares y Eclesiástico.

Contenido

  • 1 Título
  • 2 Contenido
  • 3 Unidad e Integridad
  • 4 Lenguaje y Autoría
  • 5 Lugar y Fecha de Composición
  • 6 Texto y Versiones
  • 7 Doctrina del Libro

Título

Los encabezados más antiguos atribuyen el libro a Salomón, el representante de la sabiduría Hebrea. En la traducción Siríaca, el título es: “el Libro de la Gran Sabiduría de Salomón”; y en la Antigua Versión Latina, el encabezado dice: “Sapientia Salomonis”. Los manuscritos griegos más tempranos –el Vaticanus, el Sianiticus, el Alexandrinus—contienen similar inscripción, y los Padres Orientales y Occidentales de los primeros tres siglos generalmente hablan de “la Sabiduría de Salomón” cuando citan esa inspirada obra, aunque algunos de ellos la utilizan en conexión con designaciones honoríficas como he theia Sophia(la Divina Sabiduría), Panaretos Sophia ( Toda Virtuosa Sabiduría). En la Vulgata, el título es: “Liber Sapientiae”, “El Libro de Sabiduría”. En versiones no-católicas, el encabezado común es: “la Sabiduría de Salomón”, en contradistinción de Eclesiástico, que usualmente se intitula: “la Sabiduría de Jesús, el hijo de Sirach”.

Contenido

El libro contiene dos partes generales, los primeros nueve capítulos tratan a la Sabiduría bajo su aspecto más especulativo, y los últimos diez capítulos la tratan desde un punto de vista histórico.
El siguiente es la cadena de ideas del autor de la parte especulativa (caps. i-ix). Dirigiéndose en forma directa a reyes, el autor enseña que lo profano es ajeno a la Sabiduría y corteja castigo y muerte(i), y establece y refuta los argumentos con que los impíos avanzan en contrario: de acuerdo con él, el esquema mental de lo profano es antagónico al destino inmortal del hombre; su vida presente es solo en apariencia más feliz que la de los piadosos; y su destino último es prueba incuestionable de lo torpe de su curso (ii-v). El, por tanto, exhorta a los reyes a la búsqueda de la Sabiduría, que es más necesaria para ellos que para mortales ordinarios (vi,1-21), y describe su propia feliz experiencia en la búsqueda y posesión de esa Sabiduría que consiste en el Esplendor de Dios y es otorgada por Él a sus atentos suplicantes (vi, 22-viii). Él autor realza la oración (ix) por la cual el mismo imploró que la Sabiduría y el Espíritu Santo de Dios le sean enviados desde el cielo, para lo que concluye con la reflexión de que los hombres de la antigüedad eran guiados por la Sabiduría—una reflexión que constituye una transición natural a partir de la antigua historia de Israel, que constituye la segunda parte de esta obra. La línea de pensamiento del autor en esta parte histórica (ix-xix) fácilmente puede ser señalada. El autor alaba la sabiduría de Dios (1) por su trato con los patriarcas desde Adán hasta Moisés (x-xi,4); (2) por su justo y también misericordioso, trato con los habitantes idólatras de Egipto y Canaan xi, 5-xii); (3) en su contraste con la flagrante torpeza y consecuente inmoralidad idólatra bajo sus diferentes formas (xiii,xiv); finalmente (4), por su discriminante protección otorgada a Israel durante las plagas de Egipto, y aquella brindada en el cruce del Mar Rojo, una protección que ha sido extendida a todos los tiempos y lugares.

Unidad e Integridad

La mayoría de los estudiosos contemporáneos admiten la unidad del Libro de Sabiduría. La totalidad de la obra está envuelta de un único y amplio propósito, ej., aquel de servir de solemne advertencia contra el error de lo profano. Sus dos partes principales están íntimamente ligadas por una transición natural (ix,18), que en ninguna forma tiene la apariencia de una inserción editorial. Las subdivisiones, que pudieran, a primera vista, ser tomadas como ajenas al primitivo plan del autor, son, cuando examinadas en detalle, vistas como parte y parcela de ese plan: siendo este el caso, por ejemplo, con la sección relativa al origen y consecuencias de la idolatría (xiii,xiv), tanto como esta sección es deliberadamente preparada por el autor acerca de la sabiduría de Dios en su trato con los habitantes idólatras de Egipto y Canaan, en la subdivisión precedente inmediata (xi,5-xii). No solamente no hay ruptura discernible en la ejecución del plan, sino que también se presentan en todas las secciones del libro, expresiones favoritas, figuras literarias y palabras sueltas; que suministran prueba adicional que el Libro de Sabiduría no es una mera compilación, sino toda una unidad literaria.

La integridad del libro no es menos cierta que su unidad. Cada examinador imparcial de la obra puede fácilmente reconocer que nada en ella sugiere que el libro llegase a nosotros en forma diferente a su forma primitiva. Tal como Eclesiástico, Sabiduría de hecho no contiene inscripción similar a aquellas que abren el Libro de Proverbios y Eclesiástes; pero claramente, en el caso de Sabiduría, como en el caso de Eclesiástico, esta ausencia no es necesariamente signo que de la obra es fragmentaria en el principio. Ni tampoco se le puede considerar al Libro de Sabiduría mutilado en el final, porque su último versículo forma un cierre adecuado de la obra tal como fue planeado por el autor. En relación con unos cuantos pasajes de Sabiduría a los que algunos críticos han tratado como interpolaciones cristianas posteriores (ii,24; iii, 13; iv,1; xiv,7), es claro que donde estos pasajes son señalados como tales, su presencia no viciaría la integridad substancial de la obra, y más aún, bajo detallado examen, brindan un sentido perfectamente consistente con la estructura de pensamiento Judío del autor.

Lenguaje y Autoría

En vista del antiguo encabezado: “la Sabiduría de Salomón”; algunos estudiosos han asumido que el Libro de Sabiduría fue compuesto en hebreo, como otras obras atribuidas a Salomón por su título (Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares). Para sustanciar esta posición ellos han apelado a los hebraísmos en la obra; a sus paralelismos, una distintiva característica de la poesía hebrea; a su uso constante de partículas conectivas (kai, de, gar, oti, etc.), las típicas articulaciones de las oraciones hebreas; las expresiones griegas detectables, como piensan, como adaptaciones equivocadas de un original en hebreo, etc. Ingeniosos como estos argumentos puedan lucir, estos no prueban otra cosa que el autor del Libro de Sabiduría fuese hebreo, escribiendo en griego con un distintivo esquema mental Judío. Desde tiempos de San Jerónimo (Praef. In libros Salomonis), se ha sentido que no fue hebreo sino griego el idioma original del Libro de Sabiduría, y este veredicto es tan poderosamente confirmado por las peculiaridades literarias de la totalidad del texto griego, que uno no deja de sorprenderse acerca de cómo la teoría de un antiguo original en hebreo, o de cualquier original otro que fuese el griego, haya podido ser sostenida con seriedad. Por tanto, el hecho de que la totalidad del Libro de Sabiduría fuese redactado en griego descarta la autoría Salomónica. De hecho es cierto que los escritores eclesiásticos de los primeros siglos comúnmente asumían esta autoría en base al título del libro, aparentemente confirmado por estos pasajes (ix, 7, 8, 12; cf. vii, 1, 5; viii, 13, 14, etc.) en donde el que habla es claramente el Rey Salomón. Sin embargo este punto de vista nunca fue unánime en la Iglesia Cristiana Primitiva, y con el paso del tiempo una postura media entre la total afirmación y su total rechazo fue sugerida. El Libro de Sabiduría, se dijo, es tan Salomónico en la medida que está basado en obras Salomónicas que se encuentran perdidas, pero que eran conocidas y utilizadas por un Judío helenizado siglos después de la muerte de Salomón. Esta visión intermedia no es sino un débil intento de salvar algo de la versión de autoría Salomónica, afirmado en épocas tempranas. “Es una suposición que no posee argumentos positivos a su favor, y que, por si misma, es improbable, dado que asume la existencia de escritos Salomónicos de los cuales no hay trazas, y que solo habrían sido del conocimiento del autor del Libro de Sabiduría” (Cornely-Hagen, «Introd. in Libros Sacros, Compendium,» Paris, 1909, p. 361). En la actualidad, se admite libremente que Salomón no es el autor del Libro de Sabiduría, “ que ha sido atribuido a él porque su autor, por medio de la ficción literaria, se expresa como si él fuera el Hijo de David” (Vigouroux, «Manuel Biblique», II, n. 868. Véase también la advertencia prefijada al Libro de Sabiduría en las actuales ediciones de la Versión Douay). Además de Salomón, el autor a quien con mayor frecuencia se le ha adscrito es Philo, en base principalmente a un acuerdo generalizado respecto a las doctrinas, entre el autor de Sabiduría y Philo, el célebre filósofo Judío de Alejandría ( aprox. 40 D.C.). Pero la verdad sea dicha, es que las diferencias doctrinales entre el Libro de Sabiduría y las obras de Philo son tales que previenen una común autoría. El tratamiento alegórico por Philo de narrativas Sagradas es totalmente ajeno al esquema mental del autor del Libro de Sabiduría. Su visión acerca del origen de la idolatría colisiona en varios puntos con el autor del Libro de Sabiduría. Sobre todo, su descripción de la Divina sabiduría delata conceptualización, estilo, y forma de presentación, una etapa posterior del pensamiento Alejandrino que aquel encontrado en Sabiduría. La autoría de la obra ha sido a veces atribuida a Zorobabel, como si este líder Judío pudiera haber escrito en griego; al alejandrino Aristóbolo (segundo siglo A.C.), como si este cortesano hubiera podido señalar reyes en la forma del Libro de Sabiduría (vi,1; etc); y finalmente, a Apolo ( ver Actos, xviii,24), como si este no fuera un mera suposición contraria a la presencia del libro en el Canon Alejandrino. Todas estas variantes de la autoría demuestran que el nombre del autor no es conocido en la realidad ( ej. la advertencia prefijada a Sabiduría en la versión Douay).

Lugar y Fecha de Composición

Quien sea que examine atentamente el Libro de Sabiduría puede fácilmente observar que su desconocido autor no era un Judío palestino, sino un Judío alejandrino. Con todo el monoteísmo con que se maneja a lo largo de la obra, el autor evidencía familiaridad con el pensamiento griego y términos filosóficos ( él nombra a Dios “Autor de la belleza”: xiii, 3; estiliza Providencia pronoia: xiv,3 ; xvii, 2; habla de oule amorphos, “ el material amorfo” del universo, en el estilo de Platón: xi, 17; enumera cuatro virtudes cardinales de acuerdo con la escuela Aristotélica: viii,7; etc.), que es superior a cualquier cosa encontrada en Palestina. Su notable redacción en griego, sus alusiones políticas, el coloreado local de detalles, su rechazo específico a la idolatría egipcia, etc., apuntan en dirección de Alejandría, como el gran centro de mezcla de poblaciones judías y paganas, en donde el autor se sintió llamado a emitir esta elocuente advertencia en contra de la espléndidas y subyugantes Politeísmo e indiferencia Epicúrea por las cuales muchos de sus compatriotas judíos habían sido gradual y profundamente influenciados. Esta inferencia a partir de datos internos es confirmada por el hecho de que el Libro de Sabiduría no se encuentra en el Palestino, sino en el Canon Alejandrino del Antiguo Testamento. De haberse originado en Palestina, su poderosa denuncia de la idolatría y sus exaltadas enseñanzas relativas a la vida futura le hubieran naturalmente asegurado un sitio dentro del Canon de los Judíos de Palestina. Pero, por ser compuesto en Alejandría, su valor fue apreciado y su carácter sagrado reconocidos solamente por los compatriotas del autor. Es más difícil establecer la fecha que el lugar de la composición del Libro de Sabiduría. Se admite universalmente que cuando el autor describe un período de degradación moral y persecución por injustos dirigentes que les amenazaban con pesados juicios, él tiene en vista los tiempos de alguno como Ptolomeo IV Philopator (221-204 A.C.), o Ptolomeo VII Physicon (145-117 A.C.), dado que solo bajo estos depravados príncipes es que los judíos egipcios hubieron de sufrir persecución. Pero hay que confesar lo dificultoso que es decidir, cual de estos dos monarcas estaba a la vista del autor del Libro de Sabiduría al momento de su redacción. Es incluso posible que la obra “fue publicada después de la caída de esos príncipes, dado que de otra forma solo hubiese incrementado su rabia tiránica” (Lesêtre, «Manuel d’Introduction», II, 445).

Texto y Versiones

El texto original del Libro de Sabiduría está preservado en cinco manuscritos unciales ( el Vaticanus, el Sinaiticus, el Alexandrinus, el Ephremiticus, y el Venetus) y en diez cursivos (dos de los cuales están incompletos). Su forma mas precisa se encuentra en el Vaticanus (siglo cuarto), el Venetus ( siglo octavo o noveno), y el cursivo 68. Las principales obras críticas sobre el texto griego son las de Reusch (Friburgo, 1861), Fritsche (Leipzig, 1871), Deane (Oxford, 1881), Sweete (Cambridge, 1897), y Cornely-Zorell (Paris, 1910). Destacando entre las versiones antiguas tenemos la Vulgata, quien presenta la Vieja Versión Latina algo revisada por San Jerónimo. Esta es en general una cercana y precisa adecuación del griego original, con adiciones ocasionales, unas cuantas que probablemente delatan lecturas primitivas no presentes en el griego. La Versión Siríaca es menos fiel, y la Armenia mas literal, que la Vulgata. Entre las versiones modernas, la traducción alemana por Sigfried aparecida en el “Apocryphen und Pseudoepigraphen des A.T.” de Kautzsch (Tübingen, 1900), y la versión francesa del Abad Crampon (Paris, 1905), merecen mención especial.

Doctrina del Libro

Como es de esperar, las enseñanzas doctrinarias de esta obra deutero-canónica son, en sustancia, aquellas de los otros libros inspirados del Antiguo Testamento. El Libro de Sabiduría solo conoce un solo Dios, el Dios del universo, y el Yahweh de los hebreos. Este único Dios es “El que es” (xiii, 1), y su Santidad está totalmente opuesta a la maldad moral (i, 1-3). El es el amo absoluto del mundo [xi, 22 (23)], que él a creado a partir de “materia amorfa” [xi, 18 (17)], una expresión platónica que no afirma en modo alguno la eternidad de la materia, pero que apunta a la caótica condición descrita en Génesis 1,2. Un Dios viviente, Él hizo al hombre en Su imagen, creándolo para la inmortalidad (ii,23), de tal modo que la muerte entró al mundo por medio de la envidia del Demonio (ii,24). Su Providencia (x ) se extiende a todas las cosas, grandes o pequeñas [vi, 8 (7); xi, 26 (25); etc.], ejerciendo un cuidado paternal de todas las cosas (xiv,3), y en particular, de Su pueblo elegido (xix,20, sqq.). Él se hace conocido a los hombres por medio de Sus maravillosas obras (xiii,1-5), y ejerce Su misericordia hacia todos ellos [xi, 24 (23), xii, 16; xv, 1], incluyendo a Sus enemigos (xii, 8 sqq.). La idea central del libro es la “Sabiduría”, que aparece bajo dos aspectos principales. En su relación con el hombre, la Sabiduría es aquí, como en otros Libros Sapiensales, la perfección del conocimiento mostrándose a sí misma en acción. Es particularmente descrita como residente solo en hombres justos (i, 4,5 ), como un principio que apela a la voluntad del hombre (vi, 14, sqq.), así como regalo de Dios (vii,15;viii,3,4), y que es dispensada por El en atentos suplicantes (viii, 21-ix). Por medio de su poder, el hombre triunfa sobre la malicia (vii,30), y a través de su posesión, uno puede asegurarse las promesas tanto de la actual, así la como de la vida futura (viii, 16,13). La Sabiduría debe de ser atesorada por encima de todas las cosas (vii,8-11; viii,6-9), y aquel que la desprecie estará condenado a la infelicidad (iii, 11). En relación directa con Dios, la Sabiduría es personificada, y su naturaleza, atributos, y operación no son otra cosa que Divinas. Ella está con Dios desde la eternidad, la socia de Su trono, y la convidada de Sus pensamientos (viii,3 ; ix,4,9). Ella es una emanación de Su gloria (vii,25), el resplandor de Su eternamente duradera luz y el espejo de Su poder y bondad (vii,26). La Sabiduría es una, y sin embargo puede realizar todo; aunque inmutable, ella renueva todas las cosas (vii,27), con una agilidad mayor que cualquier movimiento (vii,23). Cuando Dios formó el mundo, la Sabiduría estaba presente (ix, 9), y ella le otorga a los hombres todas las virtudes que necesitan en toda posición y condición de vida (vii, 27; viii, 21; x, 1, 21; xi). La Sabiduría es también identificada con el “ Verbo ” de Dios ( ix,1; etc.), y se le representa como inmanente con el “ Espíritu Santo ”, a quien también se le asocian una naturaleza y ejercicio Divinos (i,5-7; vii,22,23; ix,17). Doctrinas exaltadas como estas se ubican en vital conexión con la revelación novo-testamentaria del misterio de la Santísima Trinidad; mientras que otros pasajes del Libro de la Sabiduría (ii,13,16-18; xviii, 14-16) encuentran su realización en Cristo, el “Verbo” Encarnado, y “la Sabiduría de Dios”. En otros aspectos, es también notable con relación a sus enseñanzas escatológicas (iii,v), el Libro de Sabiduría presenta una maravillosa preparación para la Revelación del Nuevo Testamento. Los escritores del Nuevo Testamento aparecen perfectamente familiarizados con estos escritos deutero-canónicos ( ej. Mateo, xxvii,42, 43, con Sab., ii, 13, 18; Rom., xi, 34, con Sap., ix,13; Efe., vi,13,17, con Sap.,v, 18,19; Heb., i,3 con Sap., vii, 26; etc. Es verdad que para justificar su rechazo al Libro de Sabiduría del Canon, muchos protestantes han reclamado que en viii, 19-20, su autor admite el error de la pre-existencia del alma humana. Pero este pasaje mencionado, cuando se revisa a la luz de este contexto, brinda un sentido perfectamente ortodoxo.

Bibliografía: (Comentaristas católicos están marcados con asterisco *.) GRIMM (Leipzig, 1860); SCHMID (Vienna, 1865); * GUTBERLET (Munster, 1874); BISSELL (New York, 1880); DEAN (Oxford, 1881); *LESETRE (Paris, 1884); FARRAR (London, 1888); SIEGFRIED (Tubingen, 1890); ZUCKLER (Munich, 1891); *CRAMPON (Paris, 1902); ANDRE (Florence, 1904); *CORNELY-ZORRELL (Paris, 1910).

Fuente: Gigot, Francis. «Book of Wisdom.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 15. New York: Robert Appleton Company, 1912.
http://www.newadvent.org/cathen/15666a.htm

Traducido por Edmundo Bennett Durell

Fuente: Enciclopedia Católica