Ver «Protestantismo» y «Cristianismo».
Diccionario Bíblico Cristiano
Dr. J. Dominguez
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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano
La r. p. fue un hecho complejo, no únicamente religioso. Si bien Martin Lutero se halla en el centro como homo religiosus, no obstante, en el origen de la reforma, en su forma concreta y en su propagación intervinieron de muchas maneras factores no exclusivamente teológicos: factores económicos, culturales (humanismo) y políticos. La r. p. forma parte del gran proceso de transformación en el pensar y en la experiencia de la humanidad europea, que se había iniciado ya en el s. xiv.
Sin embargo, en el fondo es un acontecimiento religioso, y en los grandes movimientos de Lutero, Calvino, e incluso de Zuinglio, es además un acontecimiento teológico. Por consiguiente, la r. p. no es sólo un capítulo de la historia universal, sino en medida considerable igualmente un capítulo de la teología, por lo cual debe también enjuiciarse con criterios teológicos.
Entre las confesiones no se ha logrado en modo alguno unanimidad en los puntos controvertidos que entonces surgieron a partir del núcleo compartido; sin embargo, las preocupaciones y formulaciones centrales se pueden hoy presentar con validez científica y como base para un diálogo científico, teológico y religioso. En las páginas que siguen no se disimula el punto de vista católico; sin embargo, tenemos la convicción de haber comprendido y asumido en gran parte las apreciaciones evangélicas.
Para los autores y exponentes de la r. p., ésta debía ser la recuperación de la pura revelación cristiana primigenia (la «pura palabra»), mientras que la Iglesia católica de entonces veía en la mayor parte de la r. p. una negación de la verdad cristiana. Para la Iglesia católica la r. p. era, tras el reto lanzado por la gnosis del s. ii, el acontecimiento más decisivo en la historia de la Iglesia, un proceso radicalmente amenazador. No obstante, podemos hoy decir: Si hubo culpa, fue una felix culpa, puesto que los reformadores querían el puro evangelio, y de hecho lo ofrecieron a la cristiandad frente a graves deformaciones. En muchos puntos hicieron valer de nuevo la antigua verdad católica.
Cierto que los reformadores no supieron conservar la unidad con humildad heroica; sin embargo, histórica y teológicamente importa más hacerse también cargo de la culpa católica. La parte de culpa en los orígenes está reconocida universalmente, pero aun después de 1517 la jerarquía y la teología no tuvieron fuerza para aceptar lo que se ofrecía, tras un examen crítico del asunto. Hoy, una vez que se ha conocido más a fondo y con más fruto la verdad católica (así, en lo tocante a la esencia de la -> Iglesia y de su ministerio, a la teología de los -> sacramentos, a la relación entre -> Escritura y tradición), se ve más claramente lo católico en la oferta de los reformadores. En el s. xvi eso pasó desapercibido, debido en parte a falsas interpretaciones y a los ataques masivos.
I. Concepto y causas de la reforma
La palabra reformatio se usa en los siglos xv y xvi en todos los sectores de la cultura política, intelectual y eclesiástica; en el s. xv es nada menos que una «palabra clave» (Peuckert); en la historia de la Iglesia reformatio significa también renovatio: una renovatio en el sentido de «vuelta a la forma primitiva» y al mismo tiempo como nueva estructuración (cf. Jer 1, 10; Rom 12, 2; Gál 6, 15; Ap 21, 5), conforme al doble sentido de renovación. La historia de las órdenes monásticas apartadas del primer amor presenta con especial claridad este concepto de reforma.
En el s. xv el ansia de reforma viene a agudizarse por motivos escatológico-apocalipticos (miedo a una catástrofe final, esperanza de una nueva creación; anticristo). Lutero no usa con frecuencia la palabra Reformation, aunque la emplee ya desde su primera entrada en escena (WA 1 627, 26ss).
Con ella compendia su programa: la metanoia, la restauración de la antigua verdad cristiana, volviendo a tomarse en serio la palabra viva de la Biblia. Si la descomposición había penetrado hasta la esencia misma de la Iglesia, como presuponían todos los reformadores, sin embargo, con la consigna de «reforma», se perseguía una mejora religiosa, no una ruptura y mucho menos una revolución política.
El influjo de la r. p. en la historia universal se explica por presupuestos de la Iglesia misma. En Alemania, en Francia y Suiza, tres reformadores de índole muy diferente alcanzan, con casi la misma intensidad de propósito religioso, un éxito radical duradero e influyen mucho más allá de sus países de origen. Los objetos de ataque eran: 1º., la insuficiente vida religiosa cristiana del clero de todos los grados (secularización, sed de placeres, inmoralidad, falta de celo sacerdotal y pastoral, abuso simoníaco de los ministerios eclesiásticos); 2°, la teología de la época: el tomismo todavía estaba vivo en casos aislados, pero en general se hallaba en decadencia. Predominaba el -> nominalismo, es decir, un deshilachamiento del patrimonio de la fe mediante una pura lógica formal, con un pensar absolutamente ajeno a la Biblia (el punto de partida es: la potestas Dei absoluta; y frente a esto se produce como polo dialécticamente opuesto un encarecimiento de las fuerzas humanas en el proceso de la salvación, es decir, una concepción pelagiana de la justificación en medida amenazadora [cf. el afán de «obras meritorias», reprochada por Lutero] ).
Se pierde la substancia de la teología, es decir, se abandonan las cuestiones centrales: redención, fe y justificación (está casi completamente ausente la cuestión de la Iglesia como institución espiritual y sacramental; los sacramentos se conciben a manera de cosas). La misa se mira como «buena obra» humana de infinito valor, cuyos efectos se reparten cuantitativamente a los oyentes de la misa (consecuencia: la mayor multiplicación posible de las misas). La doctrina de las indulgencias ha caído en una ambigüedad lamentable: el papa dispone del tesoro de gracia de la Iglesia. También en la piedad mística ha desaparecido peligrosamente la convicción de vivir de la realidad sacramental de la Iglesia. La valiosa devotio moderna (la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis) ahonda, sí, la piedad eucarística, pero cifra su devoción principalmente en el diálogo privado del alma con Dios (esta devoción configuró en parte a Adriano vi, a Erasmo y también a Lutero, que habla con gran entusiasmo de la Theologia deutsch que él está editando).
En la curia pontificia como en las episcopales reina en la teoría y en la práctica el «curialismo»: la potestad de las llaves se entiende preferentemente en forma jurídica (derechos, tasas, provisiones: tráfico de prebendas).
La falta de claridad teológica, lamentada todavía en Trento, alcanzaba un grado casi imposible de imaginar. La desorientación fue acentuada todavía por influjo de un humanismo polifacético; cuando éste era de tendencia neoplatónica quedaban verdaderamente desfiguradas las doctrinas de la redención y de los sacramentos (Pico della Mirandola, ¡ 1494). Inicios sanos, como los del gran Nicolás de Cusa (+ 1464), no lograron imponerse. El -> humanismo estaba acuñado ciertamente por un entusiasmo a veces exagerado por la cultura de la antigüedad precristiana, pero en sustancia no era pagano; en no pocos de sus representantes acometió la reforma interior del catolicismo (Quirini, Giustiniani). También tenía importancia el sentimiento vital del -> renacimiento, caracterizado por una tendencia al disfrute de la vida, actitud que influyó considerablemente en el cristianismo.
En el campo filosófico y teológico se manifestaba en círculos radicales (Erfurt: Eoban Hessus) una cierta propensión a un escepticismo dogmático y eclesiástico.
La figura central es Erasmo de Rotterdam (+ 1536). Entre sus destacadas realizaciones están su edición del NT (1516) en griego, su introducción al mismo, y numerosas ediciones de padres de la Iglesia. Hay que reconocerle corrección dogmática, pero no precisamente plenitud dogmática, que incluso adolece de un cierto adogmatismo (práctico y teorético). Los recientes intentos de rehabilitar su religiosidad se quiebran ante la simple comparación con la fuerza de los Evangelios y de Pablo, fuerza que actuaba también en Lutero. Su crítica maligna de los monjes y de la jerarquía – como también, p. ej., las Cartas de hombres oscuros- contribuyeron en vastos círculos al distanciamiento de la Iglesia y prepararon el terreno a la apostasía de la reforma. Su principio escriturístico afirma teoréticamente la autoridad del magisterio de la Iglesia, pero prácticamente allana el camino para el magisterio de los eruditos.
Un especial debilitamiento de la Iglesia que creó una situación peligrosa fue debido al papado. Alejandro vi: amoralidad, juntamente con la lucha contra los justificados empeños de reforma de Savonarola (ahorcado y quemado en 1498). León x: «Disfrutemos del papado»; falta la correspondiente convicción de la naturaleza sacerdotal y pastoral del ministerio papal, como también todo asomo de voluntad de reforma. Hacía tiempo que la exigencia de reforma, como crítica general del papado, había venido a ser cosa de todos los días (preparada sobre todo por Marsilio de Padua [+ 1342-1343] y Guillermo de Ockham [+ 1347]) y, debido a las consecuencias del -> cisma de occidente, sentidas con profunda inquietud en toda la cristiandad, causaba hasta en los últimos rincones de la Iglesia una inseguridad disolvente.
Al curialismo papal se enfrentaba el -> conciliarismo, que en el s. xv se había superado sólo superficialmente. La apelación, constantemente reivindicada, a un concilio frente al papa, vino a ser un arma de los reformadores. La respuesta de la curia era típicamente reaccionaria; tras ello latía la excesiva persuasión del propio poder. Bajo el aspecto positivo su actitud era completamente insuficiente.
No obstante el celo de algunos obispos y la buena voluntad de algunos párrocos, en general se aspira más a la prebenda que al ministerio. El clero en conjunto es más o menos inepto: los cabildos catedralicios están ocupados en su gran mayoría por hijos de nobles, sin vocación para el estado sacerdotal; abunda el concubinato. El bajo clero se caracteriza por falta de formación. Se confieren órdenes sin examen previo. A eso se añade la insuficiente remuneración del clero llano, al mismo tiempo que crece su número (proletariado eclesiástico: los monjes y sacerdotes suponen a veces hasta el diez por ciento de la población total, sin incluir a las monjas). El bajo clero era en gran manera objeto del desprecio general y, debido a su exención de impuestos, estaba en lucha comercial con la burguesía.
Sin embargo, el ansia religiosa y la preocupación por la salvación del alma eran rasgos característicos de la época; de ello dan prueba las ofrendas para el culto, para equipar y decorar las iglesias, etc. Pero la vida de la Iglesia era con frecuencia una práctica casi exclusivamente reglamentada por prescripciones, con méritos que podían calcularse en su cuantía (las cofradías garantizaban la participación en incontables obras meritorias, misas, indulgencias, etc.). Los grandes reformadores no debieron precisamente su éxito a los abusos, pero aquellas «miserables condiciones» (Zuinglio) facilitaron el asentimiento a su severa crítica. La credibilidad de la Iglesia se había resentido. Las tesis de los reformadores repetían, sobre todo al principio, reproches o reclamaciones que hacía tiempo eran ya habituales. Muchos, y no en último término entre los monjes cultos, se solidarizaban con la reforma porque deseaban vivir religiosamente. Una reforma en el sentido de una crítica radical había venido a ser históricamente ineludible.
En la propagación de movimientos antirromanos influyeron factores teológicos, sociales y políticos. Las Iglesias nacionales, promovidas por los papas en la época anterior a la reforma por razones de política económica y eclesiástica (anticonciliarista; el «duque de Cleve es papa en su territorio»), facilitaron las intervenciones de príncipes en asuntos internos de la Iglesia, como más tarde favorecieron a la reforma (y a la contrarreforma). En forma parecida, el consejo de las ciudades, todavía en época católica, había alcanzado cada vez mayor autoridad en la Iglesia, lo cual facilitó intervenciones reformatorias en los bienes de iglesias y conventos, así como la supresión de conventos (p. ej., con fenómenos tumultuarios accesorios: el convento de clarisas de Nuremberg, de la erudita Charitas Pirkheimer [t 1532], el cual, como otros muchos, fue condenado a desaparecer contra su voluntad, aunque el mismo Melanchton reconocía el espíritu evangélico de las monjas).
También las tensiones sociales influyeron en favor de la reforma.
II. Martín Lutero y el comienzo de la reforma
La reforma alemana está notablemente acuñada por la persona y obra de Martin Lutero. Desde los años veinte del siglo xvi, su imagen ha sido discutida de manera casi implacable incluso por los protestantes. Razones: muchos testimonios de Lutero sobre sí mismo no son unitarios; él no dejó ninguna exposición de conjunto de su teología, y menos todavía una exposición sistemática. Casi todos los escritos de su imponente obra son escritos ocasionales. En ellos, su temperamento irascible se ve en gran manera prisionero de la excitación interna y de la situación polémica externa. Su manera de expresarse es por lo general paradójica (condensada en una serie grandiosa de parejas de contrarios, en cuyo empleo cedía desmedidamente a un superlativismo, sin dar con frecuencia gran importancia a la precisión terminológica). Por esto Lutero aparece vacilante y contradictorio (Lutherus septiceps: Cochlaeus; «tantos Luteros como libros de Lutero»: H. Boehmer). En la investigación sobre Lutero se destaca en cada caso una línea determinada (justificación forense, supuesto representante de la conciencia autónoma, revolucionario, teología de la palabra…).
Martín Lutero nació el 10-11-1483. Era hijo de un minero. Su dura juventud contribuyó a formar su imagen de Dios («…palidecía y temblaba … de sólo oír el nombre de Cristo… al que tenia por un juez severo e iracundo»: WA 40, I, 298). En este sentido se comprende su ingreso repentino (por nadie sospechado) en el claustro (por voto al derribarle un rayo junto a Stotterheim en julio de 1505: ansiedad de la salvación). En el convento, Lutero se ve envuelto en impresionantes luchas interiores por el Dios clemente, en las que tienen su parte escrúpulos de alto valor religioso. Adquirió un exacto conocimiento de la Biblia, con la que pronto estableció una relación personal nada común (la epístola a los Gálatas como su «esposa»). En el nuevo contacto creador con el texto de la Biblia y en la vivificante manera de pensar sacada de ella está la esencia de la reforma luterana.
Pero ¿era Lutero «oyente de la palabra»? No se puede negar la manera subjetiva de su descubrimiento y empleo de la Escritura. Descubre pasajes en forma completamente nueva, mientras está «ciego» para otros, que ciertamente «conoce», pero no los evalúa en su debida importancia. Hace una selección; su propia vivencia de Cristo («lo que mueve hacia Cristo») es para él la pauta de lo que se ha de aceptar de la Escritura. A los sinópticos y a Juan no concedió ni con mucho la importancia que dio a «su» Pablo.
Otros datos importantes de su vida: primera misa con escrúpulos; encuentro con el nominalismo (arbitrariedad de Dios) en la universidad de Erfurt (facultad de filosofía); la manera nada religiosa de esta teología le hace «perder a Cristo» (WA u 414); incomprensión para con los sacramentos; temor por la salvación ante la ira de Dios, temor que lo pone en un estado de «desesperación», que todavía más tarde evocará una y otra vez, y que lo conduce a la «vivencia» liberadora «de la torre» por medio de Rom 1, 17. Este pasaje designa para él la justicia, no vindicativa sino sanante de Dios. Entonces no halló Lutero, como afirma en su gran mirada retrospectiva de 1545, una nueva interpretación, sino que, a través de malentendidos pelagianizantes, volvió a descubrir para sí la vieja concepción católica (comprobantes en Denifle, 1903). No se puede fijar con exactitud la fecha de la vivencia reformatoria. El comienzo tardío (1518-1520) que recientemente se ha sostenido, se basa en un presupuesto – respecto al contenido – que difiere de lo que Lutero indica expresamente en 1545. Pero en todo caso lo nuevamente descubierto por Lutero no era en sí algo que debiese separar necesariamente de la Iglesia.
También Tomás de Aquino y Bernardo usan la misma fórmula de Lutero (sola gratia), y muchas oraciones del misal católico están basadas en esta misma convicción. Pero Lutero se mantuvo toda su vida en la idea de que el papa enseña que el perdón de los pecados y la justificación se deben a la acción de las propias obras. Esto quiere decir que Lutero no combatía en esta «pieza maestra» la doctrina de la Iglesia, sino una opinión unilateral de escuela, muy propagada, y una práctica eclesiástica de su época. Durante toda su vida proclamó Lutero grandiosamente, con inagotable exuberancia, la convicción de la justicia misericordiosa de Dios. Al mismo tiempo, al lado de la ya mencionada «desesperación» y de un trabajo infatigable sobre el texto de la Biblia, en el reformador se manifiesta en forma beatificante la gozosa convicción de la filiación divina (libertad del cristiano), tanto en sus palabras como en su vida.
Ahora bien, la justificación se produce mediante la «justicia ajena» de Cristo, como dice Lutero. Esta se nos promete e imputa, pero además ha de llegar a ser nuestra, y por cierto no sólo de manera forense y externa, sino mediante la palabra creadora de Dios, que hace lo que promete. Aquí hay oscilaciones en la terminología: la justificación es un proceso de curación en el hospital de la Iglesia, comenzado, pero nunca terminado antes de la muerte; hay diferencia entre perdón del pecado y su plena eliminación. La fórmula simul iustus et peccator se puede sostener católicamente; Lutero crea dificultades al formular como totus peccator la condición de pecador. La tesis de Lutero, de una doble justicia, es de escasa importancia si se tiene bien presente que él mismo enseña una gracia que nos transforma realmente, y exige que cooperemos con la justicia que nos viene otorgada de fuera, pero que se va haciendo nuestra. Lutero se apropia un dicho favorito de Bernardo: Pararse significa retroceder. No se trata tanto de los pecados concretos de cada día, cuanto de la actitud fundamental pecadora y, por consiguiente, de amortiguar esta actitud mediante la gracia de Cristo.
La disputa de las indulgencias: una indulgencia de jubileo anunciada por el papa para contribuir a la terminación de la iglesia de San Pedro en Roma fue asociada escandalosamente por la curia romana con un negocio pecuniario en favor del recién elegido arzobispo de Maguncia, Alberto de Brandeburgo.
La doctrina sobre las indulgencias, que Alberto formuló en su Instructio summaria para los predicadores de la indulgencia, era correcta dentro del marco de la concepción corriente. Pero la posibilidad de comprar una cédula de confesión, según la cual podía uno en fecha posterior confesar a cualquier sacerdote todos los pecados «reservados», inducía a diferir la penitencia; la «compra» de una indulgencia plenaria por los difuntos (desde luego sólo en forma de intercesión, pero «sumamente eficaz y segura») y la exagerada exaltación de la «mayor gracia de todas», debían necesariamente extraviar al pueblo, induciéndolo a formarse una idea nada bíblica del pecado y de su reato.
Lutero tuvo ocasión de sentir en el confesonario los efectos de la predicación de la indulgencia por Tetzel. Acto seguido, el 31-10-1517, se dirigió al obispo local y a Alberto de Maguncia. Sólo cuando resultó claro que los obispos no respondían, Lutero quiso transmitir sus tesis como materia de discusión a eruditos dentro y fuera de Wittenberg. No se trató pues de una proclama o anuncio de las tesis. Aquí vemos en un caso particular cómo Lutero no pretendía romper con la Iglesia, sino que sin intención se vio convertido en reformador por gravísimas razones cristianas.
El contenido de las tesis no está en contradicción con las enseñanzas proclamadas entonces como obligatorias por la Iglesia, aunque no se puede menos de percibir una peligrosa tendencia contra el ministerio eclesiástico. Su valor reside en su rica religiosidad, que se manifiesta con desacostumbrada fuerza pastoral contra las expresiones acristianas y anticristianas generalizadas entonces en la Iglesia. Todo está compendiado en la primera tesis, que representa algo así como un lema de la entera concepción cristiana de Lutero: «Cuando nuestro Señor Jesucristo dijo: «Haced penitencia… «, quería que nuestra vida entera fuese penitencia.» El secreto de la rápida propagación de las tesis estuvo en la circunstancia de haber aparecido con gran fuerza de palabra exactamente en un momento histórico oportuno, en que estaban ampliamente propagadas la inquietud y el descontento en parte radicales, dando en el blanco de la problemática del tiempo desde el centro mismo de la conciencia. Lutero no había previsto la resonancia que iba a tener. En las Resolutiones disputationum de indulgentiarum virtute puso empeño en dar una prolija fundamentación teológica (WA i 528-628, 1518). En la carta que acompaña a ese escrito, da fe de su ortodoxia y de su voluntad de estar de acuerdo con la Iglesia romana.
Tampoco la disputa de las indulgencias hubiera debido necesariamente originar la separación de la Iglesia, si por una parte la llamada a la reforma hubiese sido acogida por la Iglesia, y si Lutero, por otra, hubiese mostrado una paciencia heroica y buena disposición para una gran obediencia. En diciembre de 1517, el arzobispo Alberto denunció a Lutero en Roma como propagador de nuevas doctrinas. León x (amigo de placeres, nepotista, a caza de dinero, ocupado en la defensa contra los turcos), considera la cosa como altercado de monjes. Gabriel della Volta, designado general de los agustinos, debía «apaciguar al hombre». Pero Lutero
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tenía en su apoyo a la orden. En la disputa de Heidelberg Lutero defiende una serie de tesis «paradójicas» radicales de su «teología de la cruz», y gana a varios de sus futuros adeptos, tales como Martin Bucero, Juan Brenz y Erhard Schnepf. En agosto de 1518, el cardenal Cayetano, a la sazón en Alemania, invita a Lutero a comparecer en Roma. El príncipe elector Federico se encargó, por petición de Lutero, de que el caso se tratase en Alemania. La entrevista de Lutero con Cayetano, que entretanto se había procurado buen conocimiento de sus escritos, no dio resultado alguno. Cayetano declaró que la certeza subjetiva de la salvación exigida por Lutero «equivalía a fundar una nueva Iglesia»; el cardenal había comprendido exactamente que en Lutero faltaba la fe que se ha de recibir de la Iglesia, pero seguramente se había excedido en la interpretación del reformador, basándose en la terminología de éste, extremada polémicamente.
Lutero apela a un concilio general, aunque en la «disputa de Leipzig (verano de 1519), acosado por Juan Eck, había puesto radicalmente en tela de juicio el carácter obligatorio de tal concilio. En 1519-1520 aparecen los escritos de reforma: Sobre el papado de Roma (WA vr 285-324, 1519); A la nobleza cristiana (1520); De la cautividad babilónica de la Iglesia (en latín, 1520). Combate inflexiblemente la doctrina de la misa como sacrificio, aunque retiene la presencia real de Cristo en el sacramento; sólo reconoce ya el bautismo, el sacramento del altar y la penitencia, y rechaza especialmente el Orden como sacramento y, por consiguiente, el ministerio sacerdotal sacramental. Más bien: «Todo el que ha nacido por el bautismo puede gloriarse de ser papa, obispo y cura.» En vista de estas afirmaciones, resulta entonces claro a muchos cristianos no sólo que Lutero trae la reforma, que hubiera debido realizarse desde mucho tiempo atrás, sino que además sostiene fundamentales divergencias dogmáticas, es decir, herejías. En el mismo año 1520 apareció además el escrito especialmente valioso De la libertad de un hombre cristiano, en el que Lutero resalta una idea central en la Biblia y normativa también de su propia teología.
Todavía en 1520 (después de la elección del emperador y, por tanto, una vez perdidos los miramientos de la curia respecto del señor temporal de Lutero) tiene lugar la reanudación del proceso de herejía, la intimación a la retractación y la conminación de excomunión (en una formulación demasiado global y con una apreciación poco clara de las inexactitudes reprochadas a Lutero), Lutero reacciona quemando la bula conminatoria de excomunión en diciembre de 1520. El 1 de enero de enero de 1521 se fulmina la excomunión contra él.
III. Irrupción de la reforma y nuevo orden eclesiástico
Hasta tal punto había venido a ser Lutero el portavoz de la nación alemana, que no se podía aplicar sin más el derecho canónico y la legislación eclesiástica vigentes para ejecutar la excomunión mediante declaración de proscripción, sino que era necesario negociar con él. En abril de 1521 Lutero, invitado a comparecer en Worms ante la primera dieta del recién elegido emperador Carlos v, sostiene sus escritos y se niega a retractarse. A su regreso se produce el (simulado) «rapto» para ser llevado a la Wartburg. El edicto imperial contra Lutero fue leído el 25-5-1521, cuando la mayoría de los estamentos se habían marchado ya de la dieta; pero tenía vigor de ley en el imperio alemán. Carlos, que, no obstante su juventud, con una declaración propia todavía hoy impresionante demostró en Worms ser el único que estaba a la altura de Lutero para enfrentarse con él, tuvo que regresar a España ante el peligro de guerra con Francia. En el período decisivo de afianzamiento de la r. p., el emperador hubo de hallarse 9 años ausente de Alemania, y además necesitaba el apoyo de los estamentos partidarios de Lutero en sus guerras contra los turcos y contra los franceses.
En la Wartburg desarrolla Lutero – quizá debido a escrúpulos de conciencia reforzados por la soledad – una actividad literaria sorprendente por su volumen y su profundidad religiosa: explicación del Magni ficat, devocionario eclesiástico, De la confesión (contra la obligación de la confesión, aunque en favor de la confesión privada), un escrito contra Latomus (Lovaina) sobre la cuestión central de su teología («pecado permanente»: los pecados se perdonan totalmente, pero no quedan totalmente aniquilados). El producto más importante del período de la Wartburg fue la traducción alemana del NT, hecho de incalculable trascendencia religiosa. Esta traducción hizo que cayeran casi en olvido las 14 ediciones publicadas anteriormente a Lutero en alemán literario y en alemán vulgar.
Entretanto se producen desórdenes en Wittenberg, se rechazan públicamente los votos religiosos, la misa, etc. Para esclarecer el caso compone Lutero De votis monasticis (WA viii 573-669): un voto contra la libertad es nulo; ni es necesario el estado religioso, pues el estado matrimonial facilita el cumplimiento del precepto de la castidad. Se produce un abandono en masa de los conventos. También en Wittenberg se comenzó – sin la aprobación del príncipe elector – a transformar el culto: abolición de la misa privada, cena bajo las dos especies, supresión de ornamentos religiosos, imágenes y altares laterales. Melanchton y el consejo de Wittenberg, que ya no es dueño de la situación, piden a Lutero que regrese. Sin el consentimiento del príncipe elector, el reformador abandona la Wartburg y, con hábito de fraile y recién hecha la tonsura, predica en la semana de cuaresma del 9 al 16 de marzo de 1522 contra los «exaltados». A continuación vuelven a introducirse algunos usos antiguos, aunque no la misa privada. Esto da lugar a la ruptura con Karlstadt, cuya expulsión como «espíritu de cuadrilla» obtiene Lutero del príncipe elector.
Entre los colaboradores de Lutero (Nicolás de Amsdorf, + 1565; Justus Jonas, +1550; Juan Bugenhagen, + 1558; Jorge Spalatin, + 1545), el más importante era Felipe Melanchton (+ 1560), sobrino segundo de Reuchlin. Sus Loci communes lo constituyen en «teólogo de la reforma». Su tentativa de unir humanismo y reforma se enjuicia diversamente todavía hoy. Mucho tuvo que sufrir por el temperamento de Lutero; se expresa amargamente sobre esto, aunque sin vacilar en su fidelidad.
Gentes de las bajas clases sociales habían sacado de los escritos de Lutero la impresión de que se iban a colmar sus esperanzas sociales. Pero no se daban cuenta de que la libertad de un hombre cristiano proclamada por Lutero no tenía nada que ver con la libertad política o social. Sin embargo el reformador no sólo se había alzado de muchas maneras radicalmente contra la autoridad eclesiástica, sino que además lo había dado al público, excitándolo en forma demagógica. Así se remitían a él también ciertos «revolucionarios», como los caballeros del imperio (1522), Hutten y Sickingen (1523), y los campesinos (1524-1525).
La insurrección de los campesinos tenía en gran parte carácter social, pero estaba acentuada religiosamente por la exaltación idealista. Su enjuiciamiento (Karlstadt, Tomás Münzer) es vacilante todavía hoy. Lutero fue sin duda alguna injusto con ellos, sobre todo con Karlstadt. Sin embargo, el que no reconociera a los «exaltados» la libre exposición de la Escritura que ellos practicaban, una exposición espiritual desvinculada de la tradición y arbitrariamente autónoma (fuera del ámbito lógico-formal), no puede achacársele como una inconsecuencia. El genial y culto T. Münzer (nacido en 1488 ó 1489, ejecutado en 1525) era un predicador religioso profético, pero también una fuerza cada vez más radicalmente destructiva. Tomó parte activa en la insurrección de los campesinos. Estos tenían puestos los ojos en Lutero, que primeramente escribió una Exhortación a la paz dirigida a los campesinos y a los señores. Pero ya en mayo de 1525, bajo la impresión del abuso del evangelio por T. Münzer, incitó a los príncipes a proceder sin piedad contra los campesinos, con su terrible escrito Contra las bandas depredatorias y asesinas de los campesinos (WA xviii 357-361). Los príncipes siguieron su consejo, y los campesinos fueron abatidos con la mayor crueldad. Con frecuencia se hizo responsable de ello en parte a Lutero. A este propósito dice él: «…en la revuelta he abatido a todos los campesinos…, pero sobre esto me remito a Dios nuestro Señor, que me ordenó decir tales cosas» (WA, Tischreden 3, 75, n.° 2911a).
La r. p. fue desde entonces asunto de los príncipes y concejos de las ciudades, ya no un movimiento del pueblo en el mismo sentido de antes. En medio de los infortunados meses de la guerra de los campesinos celebró Lutero su boda, con gran pesar de Melanchton, tomando en 1525 por esposa a la excisterciense Catalina de Bora. El mismo año tuvo lugar la gran polémica con el humanismo; Erasmo había procurado durante largo tiempo, con su típica cautela, mantenerse al margen de la disputa. Lutero estimaba a Erasmo por sus méritos tocante al texto griego de la Biblia y en general por su extraordinaria cultura, pero no tardó en notar cuán poco congeniaba con el erudito. El «príncipe de los humanistas» publicó finalmente en 1524 su escrito sobre el libre albedrío. Lutero respondió en 1525 con el escrito Del esclavo albedrio (De servo arbitrio: WA 18, 600-787). Durante toda su vida Lutero tuvo este escrito por el mejor de sus libros, porque en él se trata «realmente del núcleo de la cuestión», a saber, que en la obra de la salvación todo depende sencillamente de Dios. Sin embargo, no se puede menos de notar que Lutero va en esta obra más allá del esquema fundamental de su doctrina de fe, introduciendo un nuevo concepto de Dios (deus ipse, non revelatus), ausente en otros lugares, y así se pone en contradicción con su obra teológica en general. Tampoco es plenamente justo con Erasmo. Incluso muchos partidarios de la r. p. no han aceptado la radical concepción de Lutero sobre la predestinación.
K. Rahner (ed.), Sacramentum Mundi. Enciclopedia Teolσgica, Herder, Barcelona 1972
Fuente: Sacramentum Mundi Enciclopedia Teológica
El término usual para el movimiento religioso que hizo su aparición en la Europa Occidental en el siglo XVI, y el cual, mientras clamaba ostensiblemente por una renovación interna de la Iglesia, condujo realmente a una gran revuelta contra ella y a un abandono de las principales creencias religiosas. Debemos rever las características generales de este movimiento desde las siguientes perspectivas:
Causas de la Reforma;
Ideas y Propósitos Originales de los Reformistas;
Métodos de difusión de la Reforma;
Difusión de la Reforma en los Varios Países;
Diferentes Formas de la Reforma;
Resultados y consecuencias de la Reforma
I. CAUSAS DE LA REFORMA
Las causas de la gran revuelta religiosa del siglo XVI, deben ser buscadas desde tan atrás como el siglo XIV. La doctrina de la Iglesia, es verdad, había permanecido pura; vidas santas eran todavía frecuentes en todas partes de Europa, y las numerosas instituciones medievales de beneficio de la Iglesia continuaron su curso ininterrumpidamente. Cualesquiera condiciones desafortunadas que existieran fueron en gran parte debido a influencias civiles y profanas o al ejercicio de la autoridad por eclesiásticos en esferas civiles; estas no tuvieron la misma intensidad en todos lugares, tampoco ocurrieron siempre de manera simultánea en el mismo país. La vida eclesiástica y religiosa mostró en varios lugares vigor y variedad; abundaron obras de educación y caridad; el arte religioso en todas sus formas tenía una fuerza viva; misioneros domésticos eran muchos e influyentes; la literatura piadosa y edificante era común y apreciada. Sin embargo, gradualmente y en gran parte debido al espíritu variadamente hostil de los poderes civiles, nutridos e intensificados por muchos elementos del nuevo orden, crecieron en muchas partes de Europa condiciones políticas y sociales que pusieron trabas a las sinceras actividades de reformación en la Iglesia, y que favorecieron a los arrojados e inescrupulosos, que encontraron una oportunidad única para liberar todas las fuerzas de la herejía y del cisma por tanto tiempo refrenadas por la armoniosa acción de las autoridades eclesiásticas y civiles.
A. Desde las invasiones bárbaras la Iglesia había efectuado una completa transformación y revitalización de las razas de la Europa Occidental y un glorioso desarrollo de la vida intelectual y religiosa. El papado había llegado a ser el poderoso centro de la familia Cristiana de las naciones, y como lo había hecho por los siglos, en unión con el episcopado y el clero, realizó una actividad de las más benéficas. Con la organización eclesiástica completamente desarrollada, llego a darse el que las actividades de gobierno de los cuerpos eclesiásticos no estuvieran más confinadas al ámbito eclesiástico, sino que afectaban casi toda esfera de la vida popular. Gradualmente, una lamentable actitud mundana fue manifestándose en muchos altos eclesiásticos. Su objeto principal -conducir a los hombres a su meta eterna- tomaba muy poco de su atención, y las actividades mundanas se volvieron en muchos casos su principal interés. Poder político, posesiones materiales, privilegiada posición en la vida pública, la defensa de derechos históricos antiguos, intereses terrenales de diversos tipos eran muy frecuentemente el principal propósito de muchos del alto clero. La solicitud pastoral, el propósito específicamente religioso y eclesiástico, fue bastante relegada a un segundo plano, sin dejar de considerar diversos intentos vivos y exitosos de rectificar los males existentes.
B. Conectados de cerca con lo anterior, existían diversos abusos en la vida del clero y del pueblo. En la Curia Papal los intereses políticos y una vida mundana eran con frecuencia prominentes. Muchos obispos y abades (especialmente en los países en los cuales también eran príncipes del territorio) se mostraban a sí mismos más como soberanos seculares que como siervos de la Iglesia. Muchos miembros de los capítulos de la catedral y otros eclesiásticos beneficiados estaban principalmente preocupados con su renta y en cómo hacer para aumentarla, especialmente a través de la unión de prebendas (incluso sedes episcopales) en las manos de una persona, que luego gozaba de una gran renta y mayor poder. La lujuria prevaleció abiertamente entre el alto clero, mientras el bajo clero era frecuentemente oprimido. La formación científica y ascética del clero dejaba mucho que desear, siendo el estándar de muchos muy bajo y la práctica del celibato no observada en todos lados. No menos seria era la condición de muchos monasterios masculinos e, incluso, femeninos (que eran frecuentemente hogares para las hijas solteras de la nobleza). El prestigio formal del clero había sufrido así enormemente, y sus miembros eran en muchos lugares considerados con desprecio. Para el pueblo Cristiano, en muchos distritos la ignorancia, la superstición, la indiferencia religiosa y la inmoralidad eran corrientes. Sin embargo, esfuerzos vigorosos para restaurar la vida fueron hechos en la mayoría de las tierras, y lado por lado con este decaimiento moral aparecen numerosos ejemplos de sincera y recta vida cristiana. Tales esfuerzos, no obstante, eran muy frecuentemente confinados a círculos limitados. Desde el siglo catorce, la demanda por una «reforma de la cabeza y de los miembros» (reformatio in capite et in membris) había sido voceada con una cada vez mayor energía por hombres serios y sensatos, pero el mismo reclamo fue sostenido también por hombres que no tenían un deseo sincero de una renovación religiosa, aspirando meramente a reformas para los demás pero no para sí mismos y buscando solamente sus propios intereses. Este llamado por la reforma de la cabeza y de los miembros, discutido en muchos escritos y en conversaciones con insistencia acerca de los abusos existentes y con frecuencia exagerados, tendía necesariamente a rebajar aún más al clero a los ojos de las personas, especialmente porque los concilios del siglo XV, aunque bastante ocupados en tentativas de reforma, no tuvieron éxito en cumplirlas extensiva o permanentemente.
C. La autoridad de la Santa Sede también había sido seriamente dañada, en parte por culpa de algunos de sus ocupantes y en parte por acción de los príncipes seculares. La transferencia del Papa a Aviñón, en el siglo XIV, fue un grave error. Desde entonces el carácter universal del Papado quedó obscurecido en las mentes de los Cristianos. Ciertas fases del pleito con Luis el Bavaro y con los Espirituales Franciscanos claramente indicaban un declinar del poder papal. La explosión más severa ocurrió con el desastroso cisma papal (1378-1418) que familiarizó a los Cristianos de Occidente con la idea de que la guerra debía ser hecha, con todas las armas materiales y espirituales, contra uno a quien que muchos otros Cristianos consideraban como único Papa legítimo. Después de la restauración de la unidad, los intentos de reforma de la Curia Papal no fueron consistentes. El Humanismo y los Ideales del Renacimiento fueron celosamente cultivados en Roma y, desafortunadamente, las tendencias paganas de ese movimiento, tan opuestas a la ley moral Cristiana, afectaron muy profundamente la vida de muchos altos eclesiásticos, hasta el punto que esas ideas mundanas, la lujuria, y la inmoralidad rápidamente ganaron terreno en el centro de la vida eclesiástica. Cuando la autoridad eclesiástica se debilitó en la cabeza-fontal, necesariamente decayó en todos los demás lugares. También había serios abusos administrativos en la Curia Papal. La cada vez mayor centralización de la administración eclesiástica había originado que muchos beneficios eclesiásticos en todas las partes de la Cristiandad fuesen conferidos a Roma, mientras que en la concesión de los mismos los intereses personales del peticionario, eran con mucha frecuencia considerados antes que las necesidades espirituales de los fieles. Los diversos tipos de restricción también se habían convertido en un grave abuso. La insatisfacción se sintió ampliamente entre el clero con las muchas tazas impuestas por la Curia en referencia a los beneficios eclesiásticos. En el siglo XIV esas tazas provocaron grandes quejas. Proporcionalmente a la pérdida de respecto de muchos por la autoridad papal, el resentimiento creció tanto contra la Curia como contra el Papado. Los concilios de reforma del siglo XV, envés de mejorar la situación, debilitaron más todavía a las más altas autoridades eclesiásticas por razón de sus tendencias y medidas anti-papales.
D. Mientras tanto, se había desarrollado en los príncipes y gobernadores una conciencia nacional, puramente temporal y en gran parte hostil a la Iglesia; las fuerzas del mal interfirieron más frecuentemente en cuestiones eclesiásticas y la influencia directa ejercida por laicos en la administración doméstica de la Iglesia aumentó rápidamente. En el transcurso de los siglos XIV y XV, surgió el moderno concepto de Estado. Durante el periodo precedente muchas cuestiones de una naturaleza secular o mixta habían sido reguladas o gobernadas por la Iglesia, en contacto con el desarrollo histórico de la sociedad Europea. Con la creciente auto-conciencia del Estado, los gobiernos seculares buscaron controlar todo lo que cabía dentro de su competencia, lo cual, aunque en gran parte justificable, era nuevo y ofensivo, y condujo luego a frecuentes colisiones entre Iglesia y Estado. El Estado, además, debido a la cercana conexión histórica entre los órdenes secular y eclesiástico, invadió el ámbito eclesial. Durante el curso del Cisma de Occidente (1378-1418) los papas adversarios buscaban el apoyo de los poderes seculares, y entonces dieron a los últimos ocasión abundante para interferir en asuntos puramente eclesiásticos. Nuevamente, para fortalecer su autoridad en la de cara a tendencias anti-papales, los papas del siglo XV hicieron en varias ocasiones ciertas concesiones a las autoridades civiles, tanto que éstas vinieron a considerar los asuntos eclesiásticos como dentro de su dominio. En lo futuro, la Iglesia habría de estar no sobre, sino subordinada al poder civil, y crecientemente amenazada con una total sujeción. De acuerdo a la autoconciencia nacional desarrollada en los varios países de Europa, el sentido de la unidad e interdependencia de la familia Cristiana de naciones se hizo más débil. La envidia entre las naciones aumentó, el egoísmo ganó terreno, se hizo más ancha la brecha entre la política y la moral y religión Cristianas, y peligrosas y descontentas tendencias revolucionarias se esparcieron rápidamente entre la gente. Mientras tanto, el amor por la riqueza recibió un gran incentivo con el descubrimiento del Nuevo Mundo, el rápido desarrollo del comercio y la nueva prosperidad de las ciudades. En la vida pública, se manifestó una polifacética e intensa actividad, presagiando una nueva era e inclinando la mentalidad popular a cambios en la hasta ahora indivisa provincia de la religión.
E. El Renacimiento y el Humanismo introdujeron parcialmente y nutrieron grandemente esas condiciones. El amor al lujo fue pronto asociado con el renacimiento del arte y de la literatura del paganismo Greco-Romano. El ideal religioso del Cristianismo estaba perdido de vista para una gran extensión de gente; la más alta cultura intelectual, anteriormente confinada en gran medida al clero, pero ahora común entre el laicado, asumió un carácter secular y fue en muchos casos nutrida activa y prácticamente por un espíritu, moralidad y perspectivas paganas. Un crudo materialismo apareció entre las clases más altas de la sociedad y en el mundo educado, caracterizado por un gran amor al placer, un deseo de adquisición, y una voluptuosidad de vida diametralmente opuesta a la moralidad Cristiana. Apenas un tímido interés en la vida sobrenatural sobrevivió. El nuevo arte de imprimir hizo que fuera posible diseminar abiertamente las obras de autores paganos y de sus imitadores humanistas. Poemas y romances inmorales, picantes sátiras sobre personalidades e instituciones eclesiásticas, trabajos y canciones revolucionarias, circularon en todas las direcciones y causaron inmenso daño. A medida que creció el humanismo, trabó una violenta guerra contra el Escolasticismo de aquel tiempo. El método teológico tradicional se había degenerado bastante debido al meticuloso, quisquilloso modo de tratar las cuestiones teológicas, y un sólido y fuerte tratamiento de la teología había infelizmente desaparecido de muchas escuelas y escritos. Los Humanistas cultivaron nuevos métodos y basaron la Teología en la Biblia y en el estudio de los Padres de la Iglesia, un movimiento esencialmente bueno que correctamente desarrollado debería haber renovado el estudio de la Teología. Pero la violencia de los Humanistas, su exagerado ataque al Escolasticismo y la frecuente obscuridad de su enseñanza suscitaron una fuerte oposición de parte de los Escolásticos más representativos. El nuevo movimiento, sin embargo, había ganado la simpatía del mundo laico y de la sección del clero devota al Humanismo. Se hizo demasiado inminente el peligro de que la Reforma no se quedara confinada a los métodos teológicos sino que se extendiera al contenido del dogma, y de que encontrara apoyo de difusión en los círculos humanistas.
El suelo estaba entonces listo para el crecimiento de movimientos revolucionarios en la esfera religiosa. Muchas graves advertencias fueron de hecho proclamadas, indicando el inminente peligro y urgiendo una fundamental reforma de las malas condiciones de entonces. Mucho había sido hecho en esa dirección por el movimiento de reforma en varias órdenes religiosas y por los esfuerzos apostólicos de individuos celosos. Pero una renovación general de la vida eclesiástica y un mejoramiento uniforme de las malas condiciones, empezando por Roma misma, el centro de la Iglesia, no fue prontamente asumido, y pronto fue necesario tan sólo un impulso externo para precipitar una revolución, que habría separar de la unidad de la Iglesia grandes territorios de Europa Central y a casi todo el Norte de Europa.
II. PROPÓSITOS E IDEAS ORIGINALES DE LOS REFORMISTAS
El primer impulso para la secesión fue proporcionado por la oposición de Lutero en Alemania y de Zuinglio en la Suiza Alemana a la promulgación por parte de León X de una indulgencia por contribuciones para la construcción de la nueva Basílica de San Pedro en Roma. Desde tiempo atrás había sido costumbre que los Papas confiriesen indulgencias por construcciones de servicio público (p. ej. Puentes). En tales casos, la verdadera doctrina de las indulgencias como una remisión de las penas del pecado (no de la culpa del pecado) había sido siempre sostenida, y las condiciones necesarias (especialmente la obligación de una contrita confesión para obtener la absolución del pecado) eran siempre inculcadas. Pero el donativo para un buen fin, prescrito apenas como una buena obra suplementaria a las condiciones principales para el lucro de la indulgencia, era con frecuencia prominentemente enfatizado. Los comisarios de la indulgencia buscaron colectar la mayor cantidad de dinero posible en conexión con la indulgencia. De hecho, muchas veces desde el Cisma de Occidente, las necesidades espirituales de las personas no recibieron tanta consideración como motivo para la promulgación de una indulgencia, como la necesidad de un buen fin por la promoción del cual podía ser lucrada la indulgencia, y la consecuente necesidad de obtener limosnas para ese fin. La guerra contra los Turcos y otras crisis, la erección de iglesias y monasterios y numerosas otras causas llevaron a la concesión de indulgencias en el siglo XV. Los consecuentes abusos eran intensificados por el hecho de que los mandatarios seculares frecuentemente prohibían la promulgación de las indulgencias dentro de sus territorios, consintiendo apenas con la condición de que una porción de los recibimientos les fuese dada a ellos. Sin embargo, en la práctica y, por consiguiente, en la mente del público la promulgación de indulgencias tomó un cariz económico y, como era frecuente, muchos vinieran a considerarlas como un impuesto opresivo. Vanamente levantaron sus voces hombres rectos contra ese abuso, lo que suscitó no poca amargura contra el orden eclesiástico y, particularmente, contra la Curia Papal. La promulgación de indulgencias para la nueva Basílica de San Pedro proporcionó a Lutero una oportunidad para atacar a las indulgencias en general, y ese ataque fue la causa inmediata de la Reforma en Alemania. Poco después, la misma razón condujo a Zuinglio a aplicar sus equivocadas enseñanzas, inaugurando con eso la Reforma en la Suiza Germana. Ambos declararon que estaban atacando tan solo a los abusos de las indulgencias; sin embargo, pronto enseñaron una doctrina en muchas formas contraria a la enseñanza de la Iglesia.
La gran aceptación que recibió Lutero en su primera aparición, tanto en círculos humanísticos como entre algunos teólogos y algunos de los laicos de buena línea, fue debida a una insatisfacción con los abusos existentes. Sus propias visiones erradas y la influencia de una porción de sus seguidores lo condujeron bien pronto a rebelarse contra la autoridad eclesiástica como tal, y consecuentemente a la abierta apostasía y al cisma. Sus principales partidarios en el origen estaban entre los Humanistas, el clero inmoral, y los más bajos grados de la nobleza terrateniente imbuida de tendencias revolucionarias. Pronto fue evidente que planeaba subvertir todas las instituciones fundamentales de la Iglesia. Empezando por proclamar la falsa doctrina de la «justificación por la sola fe», rechazo después todas las medicinas sobrenaturales (especialmente los sacramentos y la Misa), negó el mérito de las buenas obras (condenando así los votos monásticos y al ascetismo cristiano en general), y finalmente rechazó la institución de un genuino sacerdocio jerárquico (especialmente el papado) en la Iglesia. Su doctrina de la Biblia como la única regla de la fe, con el rechazo de toda autoridad eclesiástica, estableció el subjetivismo en cuestiones de fe. Por este asalto revolucionario, Lutero perdió el apoyo de muchas personas serias indispuestas a romper con la Iglesia, pero, por otro lado, conquistó a todos los elementos anti-eclesiásticos, incluyendo a numerosos monjes y monjas que dejaron los monasterios para romper sus votos y muchos sacerdotes que abrazaron su causa con la intención de casarse. El apoyo de su soberano, Federico de Sajonia, fue de gran importancia. Pronto después, príncipes seculares y magistrados municipales hicieron de la Reforma un pretexto para interferencias arbitrarias en asuntos puramente religiosos y eclesiásticos, para apropiarse de la propiedad eclesiástica y disponer de la misma a su voluntad, y para decidir qué fe deberían aceptar sus súbditos. Algunos seguidores de Lutero llegaron incluso a mayores extremos. Los Anabaptistas y los «Iconoclastas» revelaron las más extremas posibilidades de los principios defendidos por Lutero, mientras en la Guerra de los Campesinos, los elementos más oprimidos de la sociedad alemana pusieron en práctica la doctrina del reformista. Los asuntos eclesiásticos eran ahora reorganizados sobre la base de las nuevas enseñanzas; de aquí en adelante el poder secular es aún más claramente el juez supremo en cuestiones puramente religiosas y desconoce completamente cualquier autoridad eclesiástica independiente.
Un segundo centro de la Reforma fue establecido por Zuinglio en Zurich. Aunque se distinguió en muchos detalles de Lutero, y era mucho más radical que el último en su transformación del ceremonial de la Misa, los propósitos de sus seguidores eran idénticos a los de los luteranos. Consideraciones políticas jugaron un gran papel en el desarrollo del Zuinglianismo, y la magistratura de Zurich, después que una mayoría de sus miembros se hubo declarado a favor de Zuinglio, se convirtió en una celosa protectora de la Reforma. Decretos arbitrarios fueron promulgados por los magistrados con relación a la organización eclesiástica; los consejeros que permanecieron fieles a la Fe Católica fueron expulsados del consejo, y los servicios católicos fueron prohibidos en la ciudad. La ciudad y el cantón de Zurich fueron reformados por las autoridades civiles de acuerdo a las ideas de Zuinglio. Otras partes de la Suiza Alemana experimentaron un destino similar. La Suiza Francesa desarrolló más tarde su propia Reforma peculiar; esta fue organizada en Ginebra por Calvino. El Calvinismo es distinto del Luteranismo y del Zuinglianismo por una forma más rígida y consistente de doctrina y por el rigor de sus preceptos morales, que regulan la entera vida doméstica y pública de los ciudadanos. La organización eclesiástica de Calvino fue declarada ley fundamental de la República de Ginebra y las autoridades dieron su total apoyo al reformista en el establecimiento de su nuevo tribunal de ética. La palabra de Calvino era la autoridad suprema y él no toleró contradicción alguna a sus visiones y normas. El Calvinismo fue introducido en Ginebra y en el campo circundante a través de la violencia. Los sacerdotes Católicos fueron desterrados y las personas oprimidas y compelidas a asistir a los sermones Calvinistas.
El origen de la Reforma en Inglaterra fue completamente distinto. Aquí, el sensual y tiránico Enrique VIII, con el apoyo de Tomás Cranmer, a quien el rey nombró Arzobispo de Canterbury, apartó a su país de la unidad eclesial porque el papa, como el verdadero guardián de la ley Divina, se negó a reconocer el inválido matrimonio del rey con Ana Bolena estando viva su legítima esposa. Dejando la obediencia al papa, el despótico monarca se constituyó a sí mismo como el juez supremo incluso en asuntos eclesiásticos; la oposición de algunos hombres buenos como Tomás Moro y Juan Fisher termino en sangre. El rey, no obstante, deseaba mantener intocadas tanto las doctrinas de la Iglesia como la jerarquía eclesiástica, y originó una serie de doctrinas e instituciones rechazadas por Lutero y sus seguidores para que fuesen estrictamente prescritas por un Acta del Parlamento (Seis Artículos) bajo pena de muerte. En Inglaterra, el poder civil también se constituyó a sí mismo como el juez supremo en cuestiones de fe, y puso la base para ulteriores innovaciones religiosas arbitrarias. Bajo el siguiente soberano, Eduardo VI (1547-1553), el partido Protestante conquistó la supremacía y, de aquí en adelante, empezó a promover la Reforma en Inglaterra de acuerdo a los principios de Lutero, Zuinglio y Calvino. Aquí también la fuerza fue empleada para difundir las nuevas doctrinas. Este último esfuerzo del movimiento de Reforma fue prácticamente confinado a Inglaterra (ver ANGLICANISMO).
III. EL MÉTODO DE DIFUSIÓN DE LA REFORMA
Los fundadores y colaboradores de la Reforma no fueron escrupulosos al elegir los medios para la extensión de la misma, valiéndose de cualquier factor que pudiese contribuir con su movimiento.
A. La denuncia de abusos reales y supuestos en la vida eclesial fue -especialmente al comienzo- uno de los principales métodos empleados por los reformistas para promocionar sus designios. Por esos medios ellos conquistaron a muchos que estaban insatisfechos con las condiciones existentes y estaban listos a apoyar a cualquier movimiento que prometía un cambio. Pero fue especialmente el explícito odio a Roma y a los miembros de la jerarquía, nutrido por las incesantemente repetidas y apenas pocas veces justificables quejas sobre los abusos, que más eficientemente apoyaron a los reformistas, quienes muy pronto atacaron violentamente la autoridad papal, reconociendo en ella la suprema defensora de la Fe Católica. De aquí, multitud de pasquines, muchas veces de lo más vulgares, contra el papa, los obispos y, en general, en contra de todos los representantes de la autoridad eclesiástica. Esos panfletos eran circulados por todos sitios entre el pueblo y, con eso, el respecto por la autoridad fue todavía más violentamente debilitado. Pintores prepararon caricaturas insolentes y degradantes del papa, del clero y de los monjes para ilustrar el texto de los hostiles panfletos. Trabada con todas las armas posibles -incluso las más reprensibles-, esa guerra contra los representantes de la Iglesia, como los supuestos causantes de todos los abusos eclesiales, preparó el camino para la recepción de la Reforma. No se mantuvo ya la distinción entre los abusos temporales y enmendables y las verdades cristianas sobrenaturales fundamentales; junto con los abusos, importantes instituciones eclesiásticas, que se descansaban sobre una fundación Divina fueron simultáneamente abolidas.
B. También se tomo ventaja de las divisiones existentes en muchos lugares entre las autoridades civiles y eclesiásticas. El desarrollo del Estado -en su forma moderna- entre los pueblos Cristianos de Occidente, dio cabida a muchas disputas entre el clero y el laicado, entre los obispos y las ciudades, entre los monasterios y los señores territoriales. Cuando los reformistas le quitaron al clero toda autoridad, especialmente toda influencia en asuntos públicos, permitieron a los príncipes y a las autoridades municipales finalizar esa larga contienda pendiente para su propia ventaja, atribuyéndose arbitrariamente todos los derechos en disputa, aboliendo la jerarquía cuyos derechos ellos usurparon, y estableciendo después por su propia autoridad una organización eclesial completamente nueva. El clero Reformado poseyó entonces, desde el comienzo, apenas aquellos derechos que las autoridades civiles estuviesen complacidas en asignarle. Consecuentemente, las Iglesias nacionales Reformadas fueron completamente subordinadas a la autoridad civil y los Reformistas, que habían encargado al poder civil la actual ejecución de sus principios, no tenían ahora medio alguno para librarse de esa servidumbre.
C. En el transcurso de los siglos un inmenso número de fundaciones habían sido hechas con fines religiosos, caritativos y educacionales, y habían sido provistas con ricos recursos materiales. Iglesias, monasterios, hospitales y escuelas tenían con frecuencia grandes rentas y extensivas posesiones, que suscitaban la envidia de los gobernadores seculares. La Reforma permitió a estos secularizar esa vasta riqueza eclesial, dado que los líderes de la Reforma constantemente vituperaron la centralización de tales riquezas en las manos del clero. Los príncipes y autoridades municipales fueron entonces invitadas a dividir la propiedad eclesiástica, y a emplearla para sus propios propósitos. Los principados eclesiásticos, que eran encargados a los inquilinos solamente como personas eclesiásticas para la administración y usufructo, fueron, a despecho de la ley en vigencia, por la exclusión de los inquilinos, transformados en principados seculares. De esa manera los Reformistas tuvieron éxito en privar a la Iglesia de la riqueza temporal provista para sus muchas necesidades y desviando la misma para su propio beneficio.
D. Las emociones humanas, a las cuales los Reformistas apelaron de las más diversas maneras, fueron otro medio de expansión de la Reforma. Las mismas ideas que estos innovadores defendían –libertad Cristiana, licencia de pensamiento, el derecho y capacidad de cada individuo de encontrar su propia fe en la Biblia y otros principios similares– eran muy seductores para muchos. La abolición de instituciones religiosas que actuaron como un freno a la pecadora naturaleza (confesión, penitencia, ayuno, abstinencia, promesas) atrajo a los lujuriosos y frívolos. La guerra contra las órdenes religiosas, contra la virginidad y el celibato, contra las prácticas de una vida Cristiana más elevada, conquistó para la Reforma a un gran número de aquellos que, sin una vocación real, habían asumido la vida religiosa por motivos puramente humanos y mundanos, y que deseaban verse libres de obligaciones con relación a Dios, que se habían vuelto costosas, y para ser libres para satisfacer sus apetitos sensuales. Podían hacerlo de la manera más fácil, una vez que la confiscación de la propiedad de las Iglesias y monasterios posibilitó proveer el avance material de aquellos que antes eran monjes y monjas y de los sacerdotes que apostataron. En los innumerables escritos y panfletos dirigidos al pueblo, los Reformistas hicieron de eso su frecuente empeño para excitar los instintos humanos más bajos. Contra el papa, la Curia Romana y los obispos, sacerdotes, monjes y monjas que habían permanecido fieles a sus convicciones Católicas, los más increíbles pasquines y escritos difamatorios eran diseminados. En lenguaje de suma vulgaridad, doctrinas Católicas e instituciones eran deformadas y ridiculizadas. Entre los más pobres, la mayoría analfabeta, y los elementos abandonados de la población, las pasiones e instintos más bajos fueron estimulados y presionados para el servicio de la Reforma.
E. Al principio, muchos obispos demostraron gran apatía con relación a los Reformistas, no dando ninguna importancia al nuevo movimiento; les fue dado así un tiempo más largo a las cabezas del movimiento para expandir sus doctrinas. Incluso más tarde, muchos obispos inclinados-mundanamente, aunque permaneciendo fieles a la Iglesia, eran muy laxos en el combate contra la herejía y en el empleo de medios adecuados para prevenir su posterior avance. Lo mismo debe decirse del clero parroquial, que era en gran parte ignorante e indiferente, y contemplaba inútilmente el abandono de las personas. Los Reformistas, por otro lado, demostraron un mayor celo por su causa. No dejando medio alguno sin utilizar, por palabra o la pluma, por la constante interacción con personas de mentalidad similar, por la elocuencia popular, en el empleo de la cual los líderes de la Reforma eran especialmente hábiles, a través de sermones y escritos populares que apelaban a las debilidades del carácter popular, a través de la incitación del fanatismo de las masas, en suma, a través de una inteligente y celosa utilización de toda oportunidad y apertura que se les presento, ellos probaron su ardor por la expansión de sus doctrinas. Mientras tanto, procedieron con gran astucia, aparentando adherirse estrictamente a las verdades esenciales de la Fe Católica, retuvieron al principio muchas de las ceremonias externas del culto Católico, y declararon su intención de abolir sólo las cosas respaldadas por invención humana, buscando así engañar al pueblo con relación a los verdaderos fines de su actividad. Hallaron de hecho muchos opositores piadosos y celosos entre lo mejor del clero regular y secular, pero la gran necesidad, especialmente al comienzo, era una resistencia universalmente organizada y conducida sistemáticamente contra esta falsa reforma.
F. Muchas nuevas instituciones introducidas por los Reformistas favorecieron a la muchedumbre –p. ej. la recepción del cáliz por todas las personas, el uso de la lengua vernácula en el servicio divino, los himnos religiosos populares usados durante los servicios, la lectura de la Biblia, la negación de las diferencias esenciales entre el clero y el laicado–. En esa categoría deben ser incluidas doctrinas que tenían gran atracción para muchos –por ejemplo, la justificación por la sola fe sin referencia a las buenas obras; el rechazo de la libertad de voluntad, que ofreció una excusa para lapsos morales; la certeza personal de la salvación en la fe (confianza subjetiva en los méritos de Cristo), el sacerdocio universal, que parecía dar a todos una parte directa en las funciones sacerdotales y en la administración eclesiástica.
G. Finalmente, uno de los principales medios empleados para promover la expansión de la Reforma fue el uso de la violencia por parte de los príncipes y de las autoridades municipales. Los príncipes que permanecían Católicos eran expulsados y reemplazados por adherentes de la nueva doctrina, y las personas eran compelidas a asistir a los nuevos servicios. Los fieles adheridos a la Iglesia eran perseguidos de diversas maneras y las autoridades civiles se encargaron de que la fe de los descendientes de aquellos que se habían opuesto fuertemente a la Reforma fuese gradualmente destruida. En muchos lugares las personas eran apartadas de la Iglesia con una violencia brutal; en cualquier lugar, para engañar a las personas, el artificio empleado era el de retener el rito Católico fuera de circulación por un largo tiempo, prescribiendo para el clero reformado las vestimentas eclesiásticas del culto Católico. La Historia de la Reforma muestra incontestablemente que el poder civil fue el principal factor de su expansión en todas las tierras y, que en última instancia, no fueron intereses religiosos sino dinásticos, políticos y sociales los que resultaron decisivos. Añádase a esto el hecho de que los príncipes y los magistrados municipales que se habían unido a los Reformistas tiranizaron groseramente las conciencias de sus súbditos y ciudadanos. Todos deben aceptar la religión prescrita por el regulador civil. El principio «Cuius regio, illius et religio» (Los súbditos deben someterse a la elección de religión del jefe del territorio) es un fruto de la Reforma y fue puesto en práctica por ella y por sus adherentes en cualquier lugar en donde poseyeron la fuerza necesaria.
IV. LA DIFUSIÓN DE LA REFORMA EN LOS DIVERSOS PAÍSES
Alemania y la Suiza Alemana
La Reforma fue inaugurada en Alemania cuando Lutero fijó sus celebradas tesis en la puerta de la iglesia en Wittemberg, el 31 de Octubre de 1517. Lutero fue protegido de las consecuencias de la excomunión papal y de la proscripción imperial por el Elector Federico de Sajonia, su soberano territorial. Mientras adoptaba exteriormente una actitud neutral, fomentó posteriormente la formación de comunidades luteranas dentro de sus dominios, después de que Lutero hubo retornado a Wittemberg y reasumió allí el liderazgo del movimiento de reforma, en oposición a los Anabaptistas. Fue Lutero quien introdujo las regulaciones arbitrarias para el culto Divino y las funciones religiosas; de acuerdo a estas, fueron establecidas comunidades luteranas, en donde un organizado cuerpo herético se opuso a la Iglesia Católica. Entre los otros príncipes Alemanes que prontamente se asociaron a Lutero y secundaron sus esfuerzos estuvieron:
Juan de Sajonia (el hermano de Federico);
El Gran-Maestro Albet de Prusia, que convirtió las tierras de su orden en un ducado secular, tornándose su señor hereditario al aceptar el Luteranismo;
Los Duques Enrique y Alberto de Mecklenburg;
El Conde Alberto de Mansfield;
El Conde Edzard, de Friesland del este;
Landgrave Felipe de Hesse, quien se declaró definitivamente a favor de la Reforma después de 1524.
Mientras tanto en varias ciudades imperiales de Alemania el movimiento de reforma fue iniciado por seguidores de Lutero -especialmente en Ulm, Augsburgo, Nuremberg, Nördlingen, Estrasburgo, Constanza, Mainz, Erfurt, Zwickau, Magdeburg, Frankfort-on-the-Main y Bremen. Los príncipes Luteranos formaron la Alianza de Torgau el 4 de mayo de 1526, para su defensa común. A través de su aparición en la Dieta de Séller en 1526, aseguraron la adopción de la resolución de que, con relación al Edicto de Worms, contra Lutero y sus doctrinas erradas, cada uno debería adoptar una actitud tal que pudiese responder ante Dios y el emperador. La libertad para introducir la Reforma en sus territorios fue conferida entonces a los mandatarios territoriales. Los estados Católicos eran desalentados, mientras los príncipes Luteranos, se volvieron más extravagantes aún con sus demandas. Incluso los decretos enteramente moderados de la Dieta de Speyer (1529) delinearon una protesta de los Luteranos y de los estados Reformados.
Las negociaciones en la Dieta de Augsburgo (1530), en la cual los estados que rechazaban la fe Católica elaboraron su credo (la Confesión de Augsburgo), mostraron que la restauración de la unidad religiosa no sería efectuada. La Reforma se difundió más y más, siendo tanto el Luteranismo como el Zuinglianismo introducidos en otros territorios alemanes. Junto con los principados y ciudades mencionados arriba, para 1530 había hecho su camino hasta los principados de Bayreuth, Ansbach, Anhalt y Brunswick-Lunenburg y en los pocos años siguientes hasta Pomerania, Jülich-Cleve y Wurtemberg. En Silesia y en el ducado de Liegnitz la Reforma también hizo grandes avances. En 1531, la Liga de Esmalcalda, una alianza ofensiva y defensiva fue consolidada entre los príncipes Protestantes y las ciudades. Especialmente después de su renovación (1535), a esta Liga se sumaron otras ciudades y príncipes que se habían unido a la Reforma, por ejemplo, el Conde Palatino Ruperto de Zweibrücken, el Conde Guillermo de Nassau, las ciudades de Augsburgo, Kempten, Hamburgo y otras. Nuevas negociaciones y discusiones entre los partidos religiosos fueron instituidas en vistas al término del cisma, pero sin éxito. Entre los métodos adoptados por los Protestantes en la expansión de la Reforma, la fuerza era cada vez más libremente empleada. Habiendo quedado vacante la Diócesis de Namburg-Zeitz, el Elector Federico de Sajonia instaló por la fuerza en la sede al predicador Luterano Nicolás Amsdorf (envés del preboste de la catedral, Julius von Pflug, escogido por el capítulo) y él mismo asumió el gobierno secular. El Duque Enrique de Brunswick-Wolfenbuttel fue exilado en 1542, y la Reforma se introdujo en sus dominios por la fuerza. En Colonia incluso, la Reforma fue casi establecida por la fuerza. Algunos príncipes eclesiásticos fueron probados como delincuentes, sin tomar medidas contra las innovaciones que se esparcían diariamente en los círculos en ampliación. En Pfalz-Neuburg y en los estados de Halberstadt, Halle, etc., la Reforma halló entrada. El colapso de la Liga de Esmalcalda (1547) estancó de alguna manera el progreso de la Reforma: Julius von Pflug se instalo en la diócesis de Naumburg, el Duque Enrique de Brunswick-Wolfenbuttel recobró sus tierras y Hermann von Wied tuvo que abdicar de la Diócesis de Colonia, en donde la fe Católica fue entonces mantenida.
La fórmula de unión establecida por la Dieta de Augsburgo en 1547-48 (el Interim de Augsburgo) no tuvo éxito en sus propósitos, a pesar de haber sido introducida en muchos territorios protestantes. Mientras tanto, la traición del Príncipe Mauricio de Sajonia, quien hizo un tratado secreto con Enrique II de Francia, enemigo de Alemania, y formó una Confederación con los príncipes Protestantes Guillermo de Hesse, Juan Alberto de Mecklenburg y Alberto de Brandeburgo, para hacer guerra al emperador y a su imperio, quebró el poder del emperador. Por sugerencia de Carlos, el Rey Fernando convocó la Dieta de Augsburgo en 1555, en la cual, después de largas negociaciones, fue concluido el pacto conocido como la Paz Religiosa de Augsburgo. Este pacto contenía las siguientes provisiones en sus veintidós párrafos:
entre los estados imperiales Católicos y aquellos de la Confesión de Augsburgo (los Zuinglianos no estaban considerados en el tratado) deberían ser observadas la paz y la armonía;
ningún estado del imperio debería compeler a otro estado de sus dominios a cambiar de religión, tampoco debería hacer guerra contra los mismos en nombre de la religión;
si un dignatario eclesiástico asume la Confesión de Augsburgo, perdería toda su dignidad eclesial con todos oficios y emolumentos ligados a ella, sin pérdida, sin embargo, de su honor y posesiones privadas. Los estados Luteranos protestaron contra esta provisión eclesiástica;
a los que sostenían la Confesión de Augsburgo debería dejarse en posesión de toda propiedad eclesiástica que hubieran tenido desde el comienzo de la Reforma; después de 1555 ningún partido debería tomar cosa alguna de los demás;
hasta la conclusión de la paz entre los cuerpos religiosos en contienda -a ser efectuada en la próxima Dieta de Ratisbona- la jurisdicción eclesiástica de la jerarquía Católica estaba suspendida en los territorios de la Confesión de Augsburgo;
si se levanta cualquier conflicto entre los partidos con relación a derechos o tierras, debe hacerse primero un intento de solucionar las disputas por arbitración;
ningún estado imperial podía proteger a los súbditos de otro estado de las autoridades;
todo ciudadano del Imperio tenía el derecho de elegir cualquiera de las dos religiones reconocidas y de practicarla en otro territorio sin la pérdida de derechos, honor y propiedad (sin perjuicio, sin embargo, de los derechos del señor territorial sobre su campesinado);
esta paz debería incluir a los caballeros libres y a las ciudades libres del Imperio y las cortes imperiales tenían que guiarse exactamente por sus provisiones;
los votos podían ser administrados tanto en el nombre de Dios o de Su Santo Evangelio.
Por medio de esta paz, el cisma religioso en el Imperio Alemán fue definitivamente establecido; de aquí en adelante los estados Católicos y Protestantes son campos opuestos. Casi toda la Alemania, desde la frontera con Holanda en el Oeste hasta la frontera con Polonia en el Este, el territorio de la Orden Teutónica en Prusia, Alemania Central con excepción de la mayor parte de la porción occidental, y (en Alemania del Sur) Wurtemburg, Ansbach, Pfalz-Zwebrucken, y otros pequeños dominios, con numerosas ciudades libres, habían abrazado la Reforma Luterana. Por otra parte, en el sur y sureste, que permanecieron predominantemente Católicos, encontró seguidores más o menos numerosos. El Calvinismo también se expandió bastante ampliamente.
Pero la Paz de Augsburgo, falló en asegurar la armonía que se esperaba. Contrariamente a sus provisiones expresas, una serie de principados eclesiásticos (2 arzobispados, 12 obispados y numerosas abadías) fueron reformados y secularizados antes del comienzo del siglo XVII. La Liga Católica fue formada para la protección de los intereses Católicos y para contrabalancear la Unión Protestante. Pronto sobrevino la Guerra de las Treinta Años, una lucha de las más nefastas para Alemania, dado que dejo el país a sus enemigos del oeste y del norte, y destruyo el poder, la riqueza e influencia del Imperio Alemán. La Paz de Westfalia, concluida en 1648 con Francia en Munster y con Suecia en Osnabruck, confirmó definitivamente el status del cisma religioso en Alemania, ubicó a los Calvinistas y a los Reformados en la misma condición de los Luteranos y concedió inmediatamente a los estados subordinados al emperador, el derecho de introducir la Reforma. De aquí en adelante, los soberanos territoriales podían compeler a sus súbditos a adoptar una religión determinada, sometidos al reconocimiento de la independencia de aquellos quienes, en 1624, gozaron el derecho de sostener sus propios servicios religiosos. El Absolutismo del Estado en cuestiones religiosas había alcanzado ahora su más grande desarrollo en Alemania.
En la Suiza Alemana, fue trazado un curso similar. Después que Zurich había aceptado y de manera forzada introdujo la Reforma, Basilea siguió su ejemplo. En Basilea, Juan Ecolampadio y Wolfgand Capito se asociaron a Zuinglio, difundieron sus enseñanzas y obtuvieron una victoria para la nueva fe. Los miembros Católicos del Gran Concilio fueron expulsados. Siguieron resultados similares en Appenzell, cerca de Rhodes, Schaffhausen y Glarus. Después de una larga hesitación, la Reforma fue aceptada también en Berna, en donde un apóstata Cartujo, Frank Kolb, con Johann y Berthold Haller, predicaron el Zuinglianismo; todos los monasterios fueron suprimidos, y una gran violencia fue ejercida para forzar la penetración del Zuinglianismo en la gente del territorio. St. Gall, en donde Joachim Valdianus predicó, y una gran porción de Graubunden también adoptaron las innovaciones. En todo el imperio, el Zuinglianismo era un gran rival del Luteranismo, hasta el punto de que se inició un violento conflicto entre las dos confesiones, no obstante las constantes negociaciones por la unión. Los intentos no tendían a querer terminar la desafortunada división religiosa en Suiza. En Mayo de 1526, una gran disputa religiosa fue sostenida en Baden, estando los Católicos representados por Eck, Johann Faber y Murner y los Reformados por Ecolampadio y Berthold Haller. El resultado fue favorable a los Católicos; la mayoría de los representantes de los estados presentes se declararon en contra de la Reforma, y los escritos de Lutero y Zuinglio fueron prohibidos. Eso despertó la oposición de los estados Reformados. En 1527, Zurich formó una alianza con Constanza; Basilea, Berna; y otros estados Reformados se unieron a la Confederación en 1528. En defensa propia, los estados Católicos formaron una alianza en 1529, para la protección de la verdadera fe dentro de sus territorios. En la guerra resultante, los estados Católicos obtuvieron una victoria en Kappel, siendo Zuinglio herido mortalmente en el campo de batalla. Les fue concedida la paz a Zurich y a Berna, con la condición de que ningún lugar debería molestar a otro en nombre de la religión y de que los servicios Católicos deberían ser libremente mantenidos en los territorios comunes. La Fe Católica fue restablecida en ciertos distritos de Glarus y Appenzell; la Abadía de St. Gall fue restaurada para el abad, a pesar de que la ciudad permanecía Reformada. Sin embargo, en Zurich, Basilea, Berna y Schaffhausen, los Católicos fueron incapaces de asegurar sus derechos. Los Reformistas Suizos pronto compusieron afirmaciones formales de sus creencias; especialmente vale la pena mencionar la Primera Confesión Helvética (Confessio Helvetica I), compuesta por Bullinger, Myconius, Grynaeus y otros (1536), y la Segunda confesión compuesta por Bullinger en 1564 (Confessio Helvetica II): la última fue adoptada en la mayoría de los territorios Reformados de modelo Zuingliano.
Los Reinos del Norte: Dinamarca, Noruega y Suecia
La Reforma Luterana halló pronto una entrada a Dinamarca, Noruega (entonces unida a Dinamarca) y Suecia. Su introducción fue debida primeramente a la influencia real. El Rey Cristian II de Dinamarca (1513-1514) dio las bienvenidas a la Reforma como un medio para debilitar a la nobleza y especialmente al clero (que poseía extensas propiedades) extendiendo, consiguientemente, el poder del trono. Su primer intento para difundir las enseñanzas del Maestro Martín Lutero en 1520 tuvo poco éxito: los barones y prelados lo depusieron pronto por tiranía y eligieron en su lugar a su tío, el Duque Federico de Schleswig y Holstein. Éste, que era un seguidor secreto del Luteranismo, engañó a los obispos y a la nobleza y en su coronación, juró mantener la Religión Católica. Sentado en el trono, sin embargo, favoreció a los Reformistas, especialmente al predicador Hans Tausen. En la Dieta de Odensée, en 1527, concedió libertad religiosa a los Reformistas, permitió que el clero se casase y reservó para el rey la confirmación de todas los nombramientos episcopales. El Luteranismo se expandió por medios violentos y los fieles adherentes a la Iglesia Católica fueron oprimidos. Su hijo, Cristian III a quien ya había «reformado» Holstein, envió a prisión a los obispos daneses que protestaron contra su sucesión y cortó el apoyo a los barones. A excepción del obispo Ronow de Roskilde, que murió en la prisión (1544), todos los obispos aceptaron renunciar y refrenarse de hacer oposición a la nueva doctrina, después de lo cual fueron puestos en libertad y su propiedad restaurada. Todos los sacerdotes que se oponían a la Reforma fueron expulsados, los monasterios suprimidos y la Reforma introducida en todos lados por la fuerza. En 1537, el compañero de Lutero, Johann Bugenhagen (Pomeranus) fue llamado de Wittemberg a Dinamarca para establecer la Reforma de acuerdo a las ideas de Lutero. En la Dieta de Copenhague en 1546, fueron eliminados los últimos derechos de los Católicos; les fue negado el derecho de herencia y elegibilidad a cualquier oficio, y a los sacerdotes Católicos se les prohibió residir en el país bajo pena de muerte.
En Noruega, el obispo Olaus de Trondhjem apostató al Luteranismo pero fue compelido a dejar el país, como colaborador del rey depuesto, Cristian II. Con la protección de la nobleza danesa, Cristian III introdujo a la fuerza la Reforma en Noruega. Islandia resistió más al absolutismo real y a las innovaciones religiosas. El intrépido obispo de Holum, Jon Arason, fue decapitado y la Reforma se expandió rápidamente después de 1551. Algunos aspectos externos del periodo católico fueron mantenidos -el título del obispo y para algunos lugares las vestimentas litúrgicas y las formas de culto.
También en Suecia la Reforma fue introducida por motivos políticos por el gobernador secular. Gustavo Vasa, quien había sido dado a Cristiano III de Dinamarca en 1520 como rehén y que había escapado a Lubeck, allí se familiarizó con la enseñanza Luterana y reconoció los servicios que podría rendirle. Retornando a Suecia, se convirtió en el primer canciller imperial y, tras haber sido elegido Rey en la deposición de Cristiano II de Dinamarca, intentó convertir a Suecia en una monarquía hereditaria, pero tuvo que rendirse ante la oposición del clero y de la nobleza. La Reforma lo ayudó a llevar a cabo su deseo, a pesar de que la introducción de la misma fue difícil debido a la gran fidelidad del pueblo a la Fe Católica. Nombró a dos suecos para altos puestos, los hermanos Olaf y Lorenzo Peterson, que habían estudiado en Wittemberg y habían aceptado la enseñanza de Lutero; uno fue nombrado capellán de la corte en Estocolmo y el otro profesor en Upsala. Ambos trabajaron en secreto por la expansión del Luteranismo y conquistaron a muchos adherentes, incluyendo al archidiácono Lorenzo Anderson, quien luego fue nombrado canciller por el rey. En sus relaciones con el Papa Adriano VI y sus legados, el rey simuló la más grande fidelidad a la Iglesia, mientras daba un apoyo cada vez mayor a las innovaciones religiosas. Los dominicos, que ofrecieron una gran oposición a sus designios, fueron desterrados del reino, y los obispos que ofrecieron resistencia fueron sometidos a todo tipo de opresión. Después de una disputa religiosa en la Universidad de Upsala, el rey otorgó la victoria a Olaf Peterson y procedió a Luteranizar la Universidad, a confiscar la propiedad eclesiástica y a emplear todos los medios para compeler al clero a aceptar la nueva doctrina. Una rebelión popular le dio la oportunidad de acusar a los obispos Católicos de alta traición y, en 1527, el Arzobispo de Upsala y el Obispo de Westraes fueron ejecutados. Muchos eclesiásticos cedieron a los deseos del rey; otros resistieron y tuvieron que aguantar una violenta persecución, siendo ofrecida una heroica resistencia por las monjas de Wadstena. Después de la Dieta de Westraes, en 1527, grandes concesiones fueron hechas al rey ante el miedo de un posible sometimiento a Dinamarca, especialmente el derecho de confiscación de la propiedad eclesiástica, de los nombramientos y deposiciones eclesiásticos, etc. Algunos de los nobles fueron luego conquistados para el lado del rey, cuando fue establecido que era opcional retomar todos los bienes donados a la Iglesia por algún ancestral desde 1453. El celibato clerical fue abolido y el idioma vernáculo introducido en el servicio Divino. El rey se constituyó a sí mismo como la suprema autoridad en asuntos religiosos y apartó al país de la unidad Católica. El Sínodo de Orebro (1529) completó la Reforma, aunque la mayoría de los ritos externos, las imágenes en las Iglesias, las vestimentas litúrgicas y los títulos de arzobispo y obispo fueron mantenidos. Más tarde (1544), Gustavo Vasa convirtió el título del trono hereditario para su familia. Los numerosos levantamientos dirigidos contra él y sus innovaciones fueron aplacados con sangrienta violencia. En un periodo posterior, surgieron otras grandes contiendas religiosas, de igual carácter político.
El Calvinismo también se expandió a algunos lugares y Eric XIV (1560-68) se esforzó en promover esa expansión. Sin embargo, fue destronado por la nobleza debido a su tiranía y su hermano Juan III (1568-1592) fue nombrado rey. Juan III restauró la Fe Católica e intentó restaurar la tierra a la unidad de la Iglesia. Pero con la muerte de su primera esposa, la celosa Princesa Católica Catalina, su ardor declinó de cara a las numerosas dificultades, y su segunda esposa favoreció al Luteranismo. Con la muerte de Juan, su hijo Segismundo, entonces rey de Polonia y fuertemente Católico de sentimiento, se convirtió en rey de Suecia. Sin embargo, su tío, el Duque Carlos, el canciller del reino, dio un enérgico apoyo a la Reforma, y la Confesión de Augsburgo fue introducida en el Sínodo Nacional de Upsala, en 1593. Segismundo se descubrió impotente contra el canciller y la nobleza sueca; finalmente (1600) fue depuesto por la «verdadera doctrina» como un apóstata y Carlos fue nombrado rey. Gustavo Adolfo (1611-1632), hijo de Carlos, se valió de la Reforma para aumentar el poder de Suecia en sus campañas. La Reforma fue entonces exitosamente fortalecida en toda Suecia.
Francia y la Suiza Francesa
En ciertos círculos humanistas de Francia se originó en una temprana fecha un movimiento favorable a la Reforma. El centro de ese movimiento era Meaux, en donde el obispo Guillaume Briconnet favoreció las ideas humanistas y místicas, y donde enseñaban el Profesor Lefèvre de Etaples, G. Farel y J. de Clerc, que eran humanistas con tendencias Luteranas. No obstante, la Corte, la universidad y el Parlamento se opusieron a las innovaciones religiosas y la comunidad Luterana de Meaux fue disuelta. Centros más importantes de la Reforma fueron encontrados al Sur, en donde los Valdenses habían preparado el terreno. Aquí se dieron alborotos públicos en los cuales fueron destruidas imágenes de Cristo y de los santos. Los parlamentos en la mayoría de los casos tomaron medidas enérgicas contra los innovadores, aunque en ciertos lugares estos últimos hallaron protectores –especialmente Margarita de Valois, hermana del Rey Francisco I y esposa de Enrique de Albret, Rey de Navarra–. Los líderes de la Reforma en Alemania buscaron triunfar sobre el rey Francisco I, que por razones políticas era un aliado de los Príncipes Protestantes Alemanes; el rey, sin embargo, permaneció fiel a la Iglesia y suprimió a los movimientos de reforma en todas sus tierras. En los distritos del sudeste, especialmente en Provence y Dauphine, aumentaron los colaboradores de las nuevas doctrinas a través de los esfuerzos de Reformistas de Suecia y Estrasburgo, hasta que finalmente la profanación y el pillaje de iglesias llevaron al rey a tomar medidas enérgicas contra ellos. Después de que el Calvinismo se había establecido en Ginebra, su influencia creció rápidamente en los círculos franceses reformados. Calvino apareció en París como defensor del nuevo movimiento religioso en 1533, dedicó al rey francés en 1536 sus «Institutiones Christianae Religionis» y se fue a Ginebra en el mismo año. Expulsado de Ginebra, retornó en 1541 y comenzó allí el establecimiento final de su organización religiosa. Ginebra, con su academia inaugurada por Calvino fue un centro líder de la Reforma y afectó principalmente a Francia. Pierre le Clerc estableció la primera comunidad Calvinista en París; otras comunidades fueron establecidas en Lyón, Orléans, Angers y Rousen, las medidas represivas mostraron tener poco apoyo. El Obispo Jacques Spifamius de Nevers se convirtió al Calvinismo y, en 1559, París fue testigo de la asamblea de un sínodo general de Reformistas Franceses, los cuales adoptaron un credo Calvinista e introdujeron la constitución presbiteriana Suiza para las comunidades Reformadas. Debido al apoyo de los Valdenses, a la diseminación de literatura de la reforma desde Ginebra, Basilea y Estrasburgo, y al constante influjo de predicadores desde esas ciudades, los adherentes a la Reforma aumentaron en Francia. Con la muerte del rey Enrique II (1559), los Hugonotes Calvinistas aspiraron a tomar ventaja de la debilidad del gobierno para aumentar su poder. La Reina-Viuda, Catalina de Médicis, era una ambiciosa estratega, y siguió una política de servicio temporal. Las aspiraciones políticas pronto llegaron a estar entrelazadas con el movimiento religioso, que con eso asumió mayores proporciones y una mayor importancia. En oposición a la línea gobernante y a los poderosos y celosos duques Católicos de Guisa, los príncipes de la dinastía de los Borbones se convirtieron en los protectores de los Calvinistas; estos eran Antonio de Vendôme, Rey de Navarra, y sus hermanos, especialmente Luis de Condé. A ellos se unieron el Condestable Montmorency, el Almirante Coligny y su hermano Andelot, y el Cardenal Odet de Châtillon, obispo de Beauvais.
No obstante las leyes anti-clericales, el Calvinismo estaba logrando un constante progreso en el Sur de Francia, cuando en el 7 de enero de 1562, la reina-viuda, regente en nombre del pequeño Carlos IX, promulgó un edicto de tolerancia, permitiendo a los hugonotes la libre práctica de su religión fuera de los estados y sin armas, pero prohibiendo toda interferencia y actos de violencia contra instituciones Católicas, y ordenando la restitución de todas las Iglesias y de toda propiedad eclesiástica tomada de los Católicos. Volviéndose con eso sólo más audaces, los Calvinistas cometieron, especialmente en el Sur, revueltas y actos de violencia contra los Católicos, llevando a la muerte a sacerdotes católicos incluso en los suburbios de París. El incidente de Vassy, en Champagne, el 1 de Marzo de 1562, en el que el séquito del Duque de Guisa entró en conflicto con los Hugonotes, inauguró la primera guerra civil y religiosa en Francia. A pesar de que esta terminó con la derrota de los Hugonotes, ocasionó grandes pérdidas para los Católicos en Francia. Reliquias de santos fueron quemadas y saqueadas, magníficas iglesias reducidas a escombros, y numerosos sacerdotes asesinados. El Edicto de Amboise concedió nuevos favores a los nobles Calvinistas, aunque el anterior edicto de tolerancia fue retirado. Siguieron otras cinco guerras civiles, durante las cuales ocurrió la masacre del Día San Bartolomé (24 de agosto de 1572). No fue hasta la extinción de la dinastía de los Valois con Enrique III (1589) y con la accesión al trono de Enrique de Navarra (que abrazó el Catolicismo en 1593) de la dinastía de los Borbón, que las guerras religiosas alcanzaron su final con el Edicto de Nantes (13 de Abril de 1598); este confirió a los Calvinistas no solamente total libertad religiosa y admisión a todos oficios públicos, sino incluso una posición privilegiada en el Estado. Crecientes dificultades de naturaleza política surgieron y el Cardenal Richelieu proyecto a acabar con la influyente posición de los Hugonotes. La captura de su principal fortaleza, La Rochelle (28 de Octubre de 1628), finalmente quebró el poder de los Calvinistas Franceses como una entidad política. Más tarde, muchos de sus miembros regresaron al Catolicismo, quedando aún, sin embargo, numerosos adherentes al Calvinismo en Francia.
Italia y España
Aunque en ambas tierras aparecieron seguidores aislados de la Reforma, ninguna organización sólida o extensiva apareció. Aquí y allí en Italia individuos influyentes (p. ej. Vitoria Colonna y su círculo) favorecieron el movimiento de la Reforma, pero deseaban que el mismo ocurriera dentro de la Iglesia y no como una rebelión a la misma. Pocos italianos abrazaron el Luteranismo o el Calvinismo (por ejemplo, Juan Valdez, secretario del Virrey de Nápoles). En las ciudades de Turín, Pavía, Venecia, Ferrara (en donde la Duquesa Renata favoreció a la Reforma) y Florencia podían encontrarse adherentes a los Reformistas Alemanes y Suizos, aunque no tan extremados como sus prototipos. El más prominente tuvo que dejar el país –Pietro Paolo Vergerio, que luego huyó a Suecia y luego a Wittemberg; Bernardino Ochino, quien huyó a Ginebra y fue más tarde profesor en Oxford; Petrus Martyr Vermigli, quien huyó a Zurich y estuvo subsecuentemente activo en Oxford, Estrasburgo y nuevamente en Zurich. Por la vigorosa inauguración de la verdadera reforma eclesiástica en el espíritu del Concilio de Trento, a través de la actividad de numerosos hombres santos (tales como San Carlos Borromeo y Felipe Neri), a través de la vigilancia de los obispos y de la diligencia de la Inquisición, la Reforma fue excluida de Italia. En algunos círculos fueron reveladas tendencias racionalistas y anti-trinitarias e Italia fue el lugar de nacimiento de 2 herejes: Lelio Sozzini y su sobrino Fausto Sozzini, los fundadores del Socinianismo.
El curso de los eventos fue en España el mismo que en Italia. A pesar de algunas tentativas de diseminar escritos anti-eclesiales en el país, la Reforma no obtuvo éxito alguno, gracias al celo tenido por las autoridades públicas y eclesiásticas en contraatacar sus esfuerzos. Los pocos Españoles que aceptaron las nuevas doctrinas eran incapaces de desarrollar cualquier actividad reformadora en su tierra, y vivieron en el extranjero –p. ej. Francisco Enzinas (Dryander), que hizo una traducción de la Biblia para Españoles; Juan Diaz, Gonsalvo Montano, Miguel Servet, quien fue condenado por Calvino en Ginebra por su doctrina contra la Trinidad y quemado en la estaca.
Hungría y Transilvania
La Reforma fue difundida en Hungría por Húngaros que habían estudiado en Wittemberg y que habían abrazado el Luteranismo allí. En 1525, fueron decretadas rígidas leyes contra los adherentes de doctrinas heréticas, pero sus miembros continuaron creciendo, especialmente entre la nobleza, que deseaba confiscar la propiedad eclesial, y en las ciudades libres del reino. Las conquistas y victorias Turcas y la guerra entre Fernando de Austria y Juan Zapolya favorecieron a los Reformistas. Sumándose a los Luteranos estaban luego los seguidores de Zuinglio y Calvino en el país. Cinco estados Luteranos en la Alta Hungría aceptaron la Confesión de Augsburgo. Sin embargo, el Calvinismo gradualmente ganó el predominio, aunque las disputas domésticas entre las sectas reformadoras no cesaron de manera alguna. En Transilvania, comerciantes de Hermannstadt, que se habían familiarizado con la herejía de Lutero en Peipzig, expandieron la Reforma después de 1521. No obstante la persecución a los Reformistas, una escuela Luterana fue iniciada en Hermannstadt y la nobleza se empeñó en utilizar la Reforma como un medio de confiscación de las propiedades del clero. En 1529, las órdenes regulares y los más vigorosos luchadores de la Iglesia fueron sacados del estado. En Kronstadt, el predicador Luterano Johann Honter obtuvo el dominio en 1534, siendo abolida la Misa y el servicio Divino organizado según el modelo Luterano. En un sínodo ocurrido en 1544, la nación Sajona en Transilvania se decidió en favor de la Confesión de Augsburgo, mientras los rurales Magyars aceptaron el Calvinismo. En la dieta de Klausenburg, en 1556, la libertad religiosa general fue conferida y la propiedad eclesiástica confiscada para la defensa del país y para la erección de escuelas Luteranas. Entre los colaboradores de la Reforma prevalecieron divisiones de largo alcance. Además de los Luteranos, había Unitaristas (Socinianos) y Anabaptistas, y cada una de esas sectas trabó guerra contra las otras. Una minoría Católica sobrevivió entre los Walaquianos Griegos.
Polonia, Livonia y Courland
Los Polacos supieron de la Reforma a través de algunos estudiantes de Wittemberg y a través de la Fraternidad Bohemia y Moravia. El Arzobispo Laski de Gnesen y el Rey Segismundo I (1501-1548), enérgicamente se opusieron a la expansión de las doctrinas heréticas. Con todo, los colaboradores de la Reforma tuvieron éxito en ganar reclutas en la Universidad de Cracovia, en Posen y en Dantzig. De Dantzig la Reforma se expandió a Thorn y Elbing y ciertos nobles apoyaron las nuevas doctrinas. Bajo el gobierno del débil Segismundo II (1548-1572) había en Polonia, además de Luteranos y de Fraternidades Bohemias, Zuinglianos, Calvinistas y Socinianos. El Príncipe Radziwill y Juan Laski apoyaron el Calvinismo y la Biblia fue traducida al Polaco de acuerdo a la visión de ese partido en 1563. A pesar de los esfuerzos del Nuncio Papal, Aloisio Lipomano (1556-1568) la libre práctica de la religión fue secretamente conferida en las mencionadas tres ciudades y le era permitido a la nobleza tener servicios religiosos secretos en sus casas. Las diferentes sectas de la Reforma lucharon unas contra otras, la fórmula de fe introducida en el Sínodo General de Sandomir en 1570 por los Reformados, los Luteranos, y la Fraternidad Bohemia no produjeron unidad alguna. En 1573, los partidos heréticos aseguraron la paz religiosa de Varsovia, que confirió iguales derechos a los Católicos y a los «Disidentes», y estableció una paz permanente entre las dos partes. Por la celosa inauguración de la verdadera reforma eclesiástica, la diligente actividad de los legados papales y obispos capaces, y la labor de los jesuitas, fue evitado cualquier progreso de la reforma.
En Livonia y Courland, territorios de la Orden Teutónica, el curso de la Reforma fue el mismo que en el otro territorio de la Orden, Prusia. El Comandante Gothard Kettler de Courland se adhirió a la Confesión de Augsburgo y convirtió su tierra en un ducado secular hereditario, tributario de Polonia. En Livonia, el Comandante Walter de Plettenberg se esforzó en fortalecer el Luteranismo, que había sido aceptado en Riga, Dorpat y Reval desde 1523, esperando así hacerse independiente del Arzobispo de Riga. Cuando el Margrave Guillermo de Brandeburgo llego a ser el Arzobispo de Riga en 1539, el Luteranismo rápidamente alcanzó una posición exclusiva en Livonia.
Holanda
Durante el reinado de Carlos V, las diecisiete provincias de Holanda permanecieron totalmente inmunes a la contaminación de la nueva doctrina. Varios seguidores de Lutero habían de hecho aparecido allí, y se empeñaron en diseminar los escritos y doctrinas Luteranas. Sin embargo, Carlos V promulgó edictos estrictos contra los Luteranos y contra la impresión y divulgación de los escritos del Reformador. Los excesos de los Anabaptistas evocaron la supresión de su movimiento por la fuerza y, hasta 1555, la Reforma encontró pocas raíces en el país. En ese año, Carlos V concedió Holanda a su hijo, Felipe II, quien residió en el país hasta 1559. Durante ese periodo el Calvinismo hizo rápidos avances, especialmente en las provincias del norte. Muchos de los grandes nobles y la muy empobrecida baja nobleza, utilizaron la Reforma para incitar al pueblo amante de libertad contra la administración del rey, los oficiales y tropas españolas y la severidad del gobierno. El descontento continuó creciendo, debido principalmente a las severas órdenes del Duque de Alva y a la sangrienta persecución conducida por él. Guillermo de Orange-Nassau, gobernador de la Provincia de Holanda, tenía como propósito, por razones políticas, asegurar la victoria para el Calvinismo, y triunfó en muchos de los distritos del Norte. Luego se puso a sí mismo a la cabeza de la rebelión contra el dominio Español. En la resultante guerra, las provincias del norte (Niederlande) consiguieron su independencia, después de lo cual el Calvinismo gano el predominio en ellas. En 1581, todo ejercicio público de la Fe Católica fue prohibido. La «Confesión Belga» de 1562, tenía ya una fundación Calvinista; por los sínodos de Dodrecht en 1574 y 1618, el Calvinismo recibió una forma fija. Los Católicos del país (alrededor de dos quintos de la población) fueron sometidos a una violenta supresión. Entre los Calvinistas de Holanda surgieron violentos conflictos concernientes a la doctrina de la predestinación.
Inglaterra y Escocia
La Reforma recibió su forma final en Inglaterra durante el reinado de la Reina Isabel (1558-1603). Teniendo como base la liturgia establecida por el «Libro de la Oración Común» bajo Eduardo VI (1547-1543) y la confesión de los Cuarenta y dos Artículos compuestos por el Arzobispo Cranmer y por el Obispo Ridley en 1552, y después de que la Reina María (1553-1558) había fallado en restaurar a su país a la unión con Roma y a la Fe Católica, el predominio del Anglicanismo fue establecido en Inglaterra por Isabel. Los Cuarenta y dos Artículos fueron revisados y, como los Treinta y nueve Artículos de la Iglesia Anglicana, se convirtieron en 1562 en la norma de su credo religioso. La supremacía eclesiástica de la reina fue reconocida, un juramento para ese efecto (Juramento de Supremacía) era requerido bajo la pena de la pérdida de oficio y de la propiedad. Varios prelados y las universidades ofrecieron resistencia, la cual fue suprimida por la fuerza. La mayoría del bajo clero tomó el juramento, que era requerido con una severidad cada vez mayor a todos los miembros de la Cámara de los Comunes, a todos los eclesiásticos, abogados y profesores. En el aspecto externo, mucho de la antigua forma del culto católico fue mantenido. Después del fracaso del movimiento en favor de María Estuardo de Escocia, que se había escapado a Inglaterra en 1568, la opresión de los católicos ingleses continuo con una creciente violencia. Además de la Establecida Iglesia Anglicana estaban en Inglaterra los calvinistas noconformistas, quienes opusieron una organización presbiteriana popular a la jerarquía episcopal; al igual que los Católicos, ellos fueron muy oprimidos por los mandatarios de Inglaterra.
En Escocia la situación social y política dio un gran ímpetu a la Reforma, ayudada por la ignorancia y rudeza del clero (en gran medida resultado de los constantes feudos). La nobleza utilizó la Reforma como un arma en su guerra contra la casa real, la cual era apoyada por el alto clero. Ya bajo Jacobo V (1524-1542) los colaboradores de las doctrinas Luteranas (por ejemplo, Patricio Hamilton, Enrique Forest y Alejandro Seton, el confesor del rey, se volvieron Reformistas. Los dos primeros fueron ejecutados, mientras el último huyó al Continente). Sin embargo, las doctrinas heréticas continuaron encontrando nuevos adherentes. Con la muerte de Jacobo V, su hija y heredera tenía apenas 8 años. El oficio de regente cayó sobre Jacobo Hamilton, quien, a pesar de tener previamente sentimientos Protestantes, retornó a la Iglesia Católica y apoyó al Arzobispo David Beaton en sus enérgicas medidas contra los innovadores. Después de la ejecución del Reformista Jorge Wishart, los Protestantes formaron una conspiración contra el arzobispo, lo atacaron en su castillo en 1545 y lo llevaron a la muerte. Los rebeldes (entre ellos Juan Knox), acompañados por 140 nobles, entonces fortalecidos en el castillo. Knox se fue a Ginebra en 1546, abrazando allá el Calvinismo, y desde 1555 era el líder de la reforma en Escocia, en donde conquistó el dominio en la forma del Calvinismo. La confusión política prevaleciente en Escocia con la muerte de Jacobo V facilitó la introducción de la Reforma.
V. DIFERENTES FORMAS DE LA REFORMA
Las formas fundamentales de la Reforma fueron el Luteranismo, el Zuinglianismo, el Calvinismo y el Anglicanismo. Dentro de cada una de esas ramas, sin embargo, surgieron conflictos como consecuencia de los diversos puntos de vista de representantes individuales. Por negociaciones, compromisos y fórmulas de unión, fue buscado el establecimiento de la unidad, pero casi siempre sin un éxito duradero. Toda la Reforma, respaldada en la autoridad humana, presentó desde el comienzo, de cara a la unión Católica de fe, un aspecto de infeliz disensión. Además de esas principales ramas aparecieron otras numerosas formas que se desviaron de los puntos esenciales y gradualmente condujeron a las incontables divisiones del Protestantismo. Las principales de esas formas serán brevemente revisadas (para cualquier tratamiento ver los artículos separados).
Los Anabaptistas, que aparecieron en Alemania y en la Suiza Alemana pronto después del aparecimiento de Lutero y Zuinglio, aspiraban a volver a su concepción de la Iglesia de los tiempos Apostólicos. Ellos negaban la validez del Bautismo de los chiquillos, veían en la Sagrada Eucaristía meramente a una ceremonia recordativa y deseaban restaurar el Reino de Dios de acuerdo a sus propias perspectivas heréticas y místicas. Aunque atacados por los otros Reformistas, ellos ganaron colaboradores en muchas tierras. De ellos también salieron los Menonitas, fundados por Menno Simonis (+ 1561).
Los Schwenkfeldians fueron fundados por Kaspar de Schwenkfeld, canciller cortesano del Duque Federico de Liegnitz. Primeramente se asoció a Lutero, pero en 1525 se opuso al último en su Cristología, así como en su concepción de la Eucaristía y en su doctrina de la justificación. Atacado por los reformistas Alemanes, sus seguidores no estaban aptos a formar sino pocas comunidades. Los Schwenkfeldians todavía existen en la América del Norte.
Sebastián Franck (1499-1542), un espiritualista puro, rechazó toda forma externa de la organización eclesiástica y favoreció a una Iglesia espiritual e invisible. Se abstuvo de fundar una comunidad separada y buscó apenas la difusión de sus ideas.
Los Socinianos y otros Anti-Trinitarios. Algunos miembros individuales de los Reformistas iniciales atacaron la doctrina fundamental de la Santísima Trinidad, especialmente el Español Miguel Servet, cuyo escrito: «De Trinitatis erroribus», impreso en 1531, fue quemado por Calvino en Ginebra en 1553. Los principales fundadores de anti-Trinitarianismo fueron Lelio Sozzini, profesor de Jurisprudencia en Siena y su sobrino, Fausto Sozzini. Compelido a abandonar su tierra, ellos se mantuvieron en diversas partes y fundaron comunidades especiales Socinianas. Fausto diseminó su doctrina especialmente en Polonia y Transilvania.
Valentine Weigel (1533-1588) y Jacob Böhme (+ 1624), un zapatero de Gorlitz, representaban un panteísmo místico, enseñando que la revelación externa de Dios en la Biblia podría ser reconocida apenas a través de una luz interna. Ambos encontraron numerosos discípulos. Los seguidores de Böhme recibieron más tarde su nombre de Rosenkreuzer, porque era abiertamente supuesto que ellos estuvieran bajo la dirección de un guía escondido llamado Rozenkreuz.
Los Pietistas en Alemania tenían como su líder a Felipe Jacob Spener (1635-1705). El Pietismo fue primariamente una reacción contra la infructuosa ortodoxia Luterana y consideró a la religión principalmente como una cosa del corazón.
Las Comunidades de Inspiración originadas en Alemania durante los siglos diecisiete y dieciocho por diversos visionarios apocalípticos. Ellos consideraban que el Reino del Espíritu Santo ya había llegado, y creían en un don universal de profecía y en el millenium. Entre los fundadores de tales sociedades visionarias estaban Johann Wilhelm Petersen (+ 1727), superintendente en Luneberg, y Johann Konrad Duppel (n. 1734), un físico en Leiden.
Las Herrnhuter fueron fundadas por el Conde Nicolás de Zinzendorf (n. 1700; + 1760). En el Hutberg, como era conocido, él estableció la comunidad de Herrnhut, que consistía en una Hermandad bohemia y Protestantes, con una especial constitución. La atención estuvo sobre la doctrina de la Redención y una estricta moral fue inculcada. Esa comunidad de los Hermanos se difundió en muchas tierras.
Los cuáqueros fueron fundados por Juan Jorge Fox de Drayton en Leicestershire (1624-1691). Él apoyó a un espiritualismo visionario, y encontró en el alma de cada hombre una porción de la inteligencia Divina. Todos eran aptos a predicar, de acuerdo a lo que les era incitado por el espíritu. Los preceptos morales de esa secta eran muy estrictos.
Los Metodistas fueron fundados por Juan Wesley. En 1729, Wesley instituyó, con su hermano Carlos y sus amigos Morgan y Kirkham, una asociación en Oxford de cultivo de la vida ascética y religiosa, y de esa sociedad se desarrolló el Metodismo.
Los Bautistas se originaron en Inglaterra en 1608. Ellos sostuvieron que el Bautismo era necesario sólo para adultos, asumieron el Calvinismo en sus puntos esenciales y aplicaron el Sabbath a los sábados y no a los Domingos.
Los Swedenborgians son llamados así por su fundador Emmanuel Swedenborg (+ 1772), hijo de un obispo Protestante Sueco. Creyendo en su poder de comunicarse con el mundo de los espíritus y que tenía revelaciones Divinas, él procedió fundado en el último a fundar una comunidad con una especial liturgia, la «Nueva Jerusalén». Conquistó a numerosos seguidores y su comunidad se expandió a muchas tierras.
Los Irvingitas son llamados así por su fundador, Eduardo Irving, un nativo de Escocia y desde 1822 predicador en una capilla Protestante el Londres.
Los Mormones fueron fundados por José Smith, quien hizo su aparición con supuestas revelaciones en 1822.
Además de esas ramas secundarias más conocidas del movimiento de la Reforma, hay muchas diferentes denominaciones; la evolución de nuevas formas desde la Reforma siempre prosiguió, y deberá proseguir siempre, desde que la subjetiva arbitrariedad fue hecha principio por la enseñanza herética del siglo dieciséis.
VI. RESULTADOS Y CONSECUENCIAS DE LA REFORMA
La Reforma destruyó la unidad de la fe y de la organización eclesiástica de los pueblos Cristianos de Europa, separó a muchos millones de la verdadera Iglesia Católica y los sacó de la más grande porción de los medios saludables de cultivo y mantenimiento de la vida sobrenatural. Incalculable daño fue forjado así desde el punto de vista religioso. La falsa doctrina fundamental de la justificación por la sola fe enseñada por los Reformistas, produjo una lamentable superficialidad en la vida religiosa. El celo por las buenas obras desapareció, el ascetismo que la Iglesia había practicado desde su fundación fue eliminado, los fines caritativos y eclesiásticos ya no fueron propiamente cultivados, los intereses sobrenaturales fueron relegados a un segundo plano, y aspiraciones naturalistas a lo puramente mundano, se difundieron por todas partes. La negación de la institución Divina de la autoridad de la Iglesia, en lo que se refiere tanto a la doctrina como al gobierno eclesial, abrió bastante la puerta a toda excentricidad, dio aparición a la división sin fin en sectas y a las nunca terminadas disputas características del Protestantismo, y no pudo sino conducir a la completa falta de fe que necesariamente se desprende de los principios Protestantes; de la real libertad de creencia entre los Reformistas del siglo dieciséis no había siquiera un rasgo, todo lo contrario, la mayor tiranía en asuntos de consciencia fue mostrada por los representantes de la Reforma. El Cesaropapismo más fatal era entonces alimentado, desde que la Reforma reconoció a las autoridades seculares como suprema también en cuestiones religiosas. Así surgieron desde el comienzo mismo diversas «Iglesias nacionales» Protestantes, que son enteramente discordantes del universalismo Cristiano de la Iglesia Católica y dependen -su fe lo mismo que su organización- de la voluntad del mandatario secular. De esa manera, la Reforma fue un factor principal en la evolución del absolutismo real. En todas las tierras que encontraba ingreso, la Reforma fue la causa de sufrimientos indescriptibles entre el pueblo; ocasionó guerras civiles que duraron décadas con todos sus horrores y devastaciones; las personas fueron oprimidas y esclavizadas; incontables tesoros de arte y inestimables manuscritos fueron destruidos; entre los miembros de la misma tierra y raza fue sembrada la semilla de la discordia. Alemania en particular, la casa original de la Reforma, fue reducida a un estado de patética calamidad por la Guerra de los Treinta Años, y el Imperio Germánico fue con eso desalojado de la posición de liderazgo que había ocupado por años en Europa. Sólo gradualmente y debido a fuerzas que no se derivaron esencialmente de la Reforma, sino que fueron condicionadas por otros factores históricos, se fueron sanando las heridas sociales, pero la corrosión religiosa aun continúa a pesar de los sinceros sentimientos religiosos que caracterizaron en todos los tiempos a muchos individuos seguidores de la Reforma.
J.P.KIRSHC
Transcrito por Marie Jutras
Traducido por Bartolomé Santos
Fuente: Enciclopedia Católica