hebreo rabbí, mi maestro. Título honorario de los maestros y los escribas judíos. Sólo los varones podían convertirse en rabinos.
Diccionario Bíblico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003
Fuente: Diccionario Bíblico Digital
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Maestro en hebreo y arameo: Rab. Y en la forma personalizada con el sufijo «i», Rabbi, significa «Mi maestro» o bien de forma más reiterativa y solemne «Rabbuni». Son 7 las veces que aparece en el Nuevo Testamento como Rabbi: una vez dirigida a Juan Bautista (Jn. 3.26) y el resto aludiendo a Jesús como denominación de respeto.
Dos veces se dice «Rabbuni», expresión probablemente más emotiva (en Mc. 10. 51 por el ciego; en Jn. 20.16, por la Magdalena).
La idea común es la referencia a ser «experto en la Ley», encargado de explicarla y enseñarla al pueblo. El término es traducido al griego en más ocasiones con la expresión «didascalos» (59 veces), vertida al latín como magister; además de haber latido en las formas verbales afines a didasko (161 veces)
Quiere decir ello que era un término muy usual en el entorno de Jesús, pues hasta el mismo Señor declaró su aceptación: «Me llamáis maestro y decís bien, pues lo soy» (Jn. 13.13). (Ver Evangélicos. Grupos 4)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
«Rabino» es un término derivado de la raíz hebrea rbb (forma alternativa rbn), que significa «ser grande»: indica por tanto una persona eminente, sobre todo por estar instruida en la ley mosaica, por ser un maestro.
Historia.- Una característica especial del judaísmo es el trabajo de exposición y de interpretación de la Torá escrita, es decir de la revelación divina hecha a Moises en el Sinaí y transcrita en el Pentateuco (y en sentido más amplio, presente en toda la Biblia hebrea). Este trabajo de investigación (en hebreo midras, del verbo daraS «buscar») comenzó de forma sistemática durante el destierro en Babilonia (586536 a.C.), cuando el pueblo judío había perdido la Tierra y el Templo, y sólo una amorosa fidelidad a la Torá podía garantizar su identidad y su continuidad. Los que prosiguieron esta obra -a ejemplo del escriba Esdras, que leía la Torá de Moisés al pueblo que habría regresado del destierro, explicándole su sentido (Neh 8,8)- fueron primero los escribas, y luego los fariseos y los rabinos.
El continuo cambio de situaciones en que llegaban a encontrarse los judíos planteaba de forma muy problemática la tensión entre la inmutabilidad sagrada de la Torá escrita y la necesidad de continuas adaptaciones en la praxis a los diversos ambientes y circunstancias. A diferencia de los sacerdotes y de los saduceos, más ligados al culto del templo y al carácter literal de la Torá escrita, los fariseos se emplearon en una laboriosa obra dirigida a acercar la Torá al pueblo, haciendo posible en concreto vivir de la misma.
Sus comentarios interpretativos (midrasim) se movían en dos direcciones: una narrativa (haggadá), la otra moral-jurídica (halaká); a finales del siglo 11 d.C., estos comentarios se recogieron y transcribieron en la Misná («repetición», «enseñanza»), que fue considerada como el corpus de las tradiciones orales de la Torá. En efecto, también ellas fueron atribuidas a Moisés -lo mismo que la Torá escrita- dado que eran su desarrollo y su explicitación, capaces de ofrecer las indicaciones útiles para los siglos venideros. También la Misná fue estudiada y comentada sistemáticamente en Palestina y en Babilonia, hasta finales del siglo y d.C.; así es como se originó el Talmud («estudio,,), cuyo equivalente arameo, en Babilonia, era la Gemará.
Cuando las tensiones sociales, económicas, políticas y religiosas condujeron a las crisis dél 70 y del 135 d.C., la represión de las sublevaciones por parte de los romanos llevó al ocaso y a la desaparición de los saduceos, que eran considerados -cual autoridad- como los responsables de las rebeliones, y de la clase sacerdotal, ligada funcional y económicamente al templo, destrido el año 70 d.C. Fueron entonces los fariseos -y ante todo los maestros fariseos, los rabinos- quienes asumieron la función de reorganizar la vida del judaísmo, que no podía contar va con el templo ni con la autonomía territorial; el eje de la religión fue entonces la oración, el estudio y la práctica de la Torá (escrita y oral), junto con las obras de misericordia.
La línea farisaico-rabínica impregnó y organizó el judaísmo en Israel y en la diáspora de estos dos milenios. La única desviación se produjo en el siglo VIll en Mesopotamia, con los karaítas (del verbo kará, nleern), que rechazaban la Torá oral y todas las tradiciones exegéticas; conSideraban normativa sólo la Torá escrita, sosteniendo su estudio filológico y la libre interpretación personal. El karaísmo fue refutado en su mismo terreno racionalista por el filósofo judío Saadiah Gaón (842-882), que debilitó mucho su influencia.
Durante el siglo 1 d.C. y comienzos del 11, los rabinos eran «ordenados» mediante la imposición de manos, después de un largo período de formación junto a un maestro reconocido (la edad canónica para la ordenación eran los 40 años). Después de que, en el 135 d.C., los romanos prohibieron las ordenaciones bajo pena de muerte, los candidatos eran simplemente «proclamados» rabinos: de esta manera se les confería la autoridad de juzgar en el terreno civil y en el religioso.
En el judaísmo de la diáspora, el rabino es el responsable de la vida religiosa de una comunidad judía, que tiene su punto de referencia en la sinagoga: cuida del culto y de la instrucción religiosa, organiza la enseñanza escolar y juzga, según los lugares, en materia -matrimonial. A partir del siglo XIX se instituyeron seminarios rabínicos, en los que los candidatos se forman en la Escritura, en la Misná, en el Talmud, en la codificación y en las respuestas; una vez completado el ciclo de estudios (que actualmente dura de ocho a diez años), reciben el título de rabino.
P. Papone
Bibl.: H. KUng, El judaísmo, Pasado, presente, futuro, Trotta, Madrid 1993; C, Tassin, El judaísmo, Verbo Divino, Estella , 1991 .
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico