La derivación del hebreo kәrûḇ es incierta. Después de la expulsión del hombre del Edén, se colocaron querubines en su entrada (Gn. 3:24). Poéticamente, son vistos como el carruaje de Yahvé al descender del cielo (Sal. 18:10), ¡pero note el paralelismo! Dos querubines de oro adornaban el arca (Ex. 25:17–22) y para el templo de Salomón se fabricaron dos enormes réplicas (1 R. 6:23–28); así, la expresión yōšēb hakkәrûbîm «morar entre los querubines» (1 S. 4:4; Sal. 80:1). La descripción elaborada de Ezequiel está llena de simbolismo y basada en su experiencia de su visión (Ez. 1:10 con 9:3; 10:15–22). Esto arguye contra cualquier conexión mitológica. Los querubines usados en el arte decorativo del templo y el tabernáculo debieron ser de ayuda al adorador en lugar de un motivo para infundirle temor. Si hubiesen representado las figuras híbridas de la mitología, entonces habría sido dudosa su función dentro del culto. Los querubines son los espíritus ministradores que están en la inmediata presencia de Dios cuya presencia invisible manifiestan y cuya acción simbolizan. Predomina en ellos una apariencia humana (Ez. 1:5), pero se añaden matices simbólicos para hacer énfasis en su excelencia espiritual. Las tradiciones que vinieron del paraíso pueden explicar algunos rasgos paralelos del pensamiento asirio-babilónico.
BIBLIOGRAFÍA
- Van Imschoot, Theologie de l’Ancien Testament, pp. 127–129; W.F. Albright, BA 1, 1938; J. Pedersen, Israel, III–IV, pp. 691s.
Marten H. Woudstra
BA Biblical Archaeologist
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (505). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología