PURIFICACION DE MARIA

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Fiesta litúrgica que recuerda la acción ritual de la Virgen marí­a que, como todas las mujeres que habí­an tenido un hijo, debí­a realizar en el templo a los cuarenta dí­as del parto.

Se ofrecí­a un tributo: los pobres una paloma, los ricos un cordero; y se recibí­a una bendición sacerdotal.

(Ver Mariana. Devoción 7)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> Marí­a, madre de Jesús). Conforme a la Ley de Israel y sometido a sus normas rituales (cf. Gal 4,4), Jesús ha sido circuncidado (Lc 2,21). Pero la Ley pide más, como ha indicado cuidadosamente Lucas: «cuando llegaron los dí­as de la purificación de ellos (katharismou autón) llevaron al niño a Jerusalén, para presentarlo ante el Señor» (Lc 2,22).

(1) Fiesta de la Purificación. Dos de febrero. Suele decirse que el pasaje citado resulta equivocado o ambiguo, pues la ley sólo habla de la purificación de la mujer tras el parto, mientras que aquí­ hallamos la purificación de los dos (madre e hijo). Pienso, sin embargo, que el lenguaje de Lucas es exacto, pues incluye bajo el mismo término (katharismos) dos gestos convergentes, que la Iglesia católica recuerda el 2 de febrero, a los cuarenta dí­as de la Navidad, (a) Hay una purificación de la madre que, conforme a Lv 12,1-8, habí­a quedado impura por la sangre del parto. Pasado el tiempo de peligro (cuarenta dí­as por el niño, ochenta por la niña), ella debí­a presentarse ante el Señor, ofreciendo un sacrificio (de cordero o de pichones). Sólo así­, en dolor de sangre, ratificaba ella su maternidad sangrienta y presentaba ante Dios el propio sacrificio de su vida. Esto era ser madre: habitar en la vecindad de un dolor fecundo, ser capaz de dar la propia sangre por (con) el hijo. La maternidad sitúa a la mujer en el espacio sagrado de la ofrenda y del riesgo de la vida. Por eso parecí­a lógico que hubiera una purificación especial de agradecimiento y miedo reverente por la madre. (b) Hay una purificación o, mejor dicho, una ofrenda del primogénito varón, quien, conforme a ley antigua (cf. Ex 13,1-2.11-16), pertenece en exclusiva a Dios, es santo. Por eso, para que pueda vivir de una manera normal sobre la tierra, los padres deben rescatarlo, ofreciendo en su lugar un sacrificio (cf. Gn 22). Como primogénito que abre la matriz de Marí­a (Lc 2,23; Ex 13,2), Jesús es santo, pertenece a Dios; por eso hay que ofrecerlo al mismo Dios, en gesto sacrificial.

(2) Cristianismo sacrificial. Un resto simbólico. La fiesta de la Purificación de Marí­a ha vinculado dos normas sacrales: la purificación de la madre Marí­a, que presenta a Dios su maternidad sangrante; y la ofenda y rescate del hijo Jesús a quien ofrecen ante Dios como primogénito varón que le pertene ce. Es evidente que estos ritos tení­an un sentido sacrificial que en tiempos de Lucas habí­a sido superado (nada nos permite suponer que las madres paganocristianas del tiempo de Lucas los siguieran realizando). Pero Lucas piensa que ambos se han cumplido de manera plena en Cristo y en Marí­a y de esa forma los recuerda y vincula, presentándolos como parte esencial del nacimiento israelita del Hijo de Dios. Nace Dios e iniciando su andadura humana cumple (ratifica y supera) los ritos israelitas de la sangre. Sus padres sacrifican en su honor (en su lugar) unas tórtolas que han sido preparadas (compradas) para ello, señalando de esa forma que su misma vida humana ha de entenderse como ofrenda que se eleva al Dios de vida. También su madre ofrece con Jesús (por Jesús) el signo de la sangre que ella ha derramado en su alumbramiento. En sí­ mismos, esos ritos nos sitúan en un mundo que para muchos resulta extraño, de signos extinguidos, muy lejanos a nuestra sensibilidad. Pero podemos recordar que las madres católicas se han seguido «purificando» hasta tiempos muy recientes, tras el nacimiento de sus hijos. Pero ellas básicamente han ido a la Iglesia para dar gracias a Dios por sus hijos y para encender una candela como signo de la luz* de la vida. En esa lí­nea, la fiesta de la Purificación de Marí­a se ha llamado y se sigue llamando dí­a de las Candelas.

Cf. M. Coleridge, Nueva lectura de la infancia de Jesús. La narrativa como cristologí­a en Lucas 1-2, El Almendro, Córdoba 2000; C. Escudero Freire, Devolver el evangelio a los pobres. A propósito de Lc 1-2, Sí­gueme, Salamanca 1978.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra