PSICOLOGIA Y CATEQUESIS

SUMARIO: I. Las ciencias humanas y la catequesis. II. ¿Quién es el destinatario del «mensaje»? III. Aproximaciones psicológicas al ser humano: 1. Algunos modelos más significativos; 2. Una aportación decisiva: el inconsciente. IV. La persona a la que nos dirigimos. V. Algunas clarificaciones: 1. Patologí­as y deformaciones del «mensaje»; 2. Saberes y sabidurí­a; 3. El grupo humano; 4. Experiencia humana y palabra.

En la historia de la patrí­stica se nos narra un diálogo entre un santo padre y un pagano en el que el pagano le pide al cristiano «muéstrame a tu dios». La respuesta del santo padre es «muéstrame a tu hombre». Preguntándonos el sentido que tiene para la catequética la aportación de las ciencias humanas, y concretamente de la psicologí­a, nos ilumina este diálogo que nos permite expresar adecuadamente al hombre destinatario del mensaje cristiano; la persona que va a acoger el proceso de crecimiento personal y creyente a través de una dinámica catequética.

I. Las ciencias humanas y la catequesis
a) En una cultura cientí­fica no podemos prescindir del estudio del hombre y de los datos que este estudio nos aporta para que las ciencias del espí­ritu encuentren un interlocutor real y válido al que comunicar un mensaje de salvación.

Ignacio Ellacurí­a, el rector mártir de la UCA de El Salvador, nos recordaba la triple tarea del hombre: 1) hacerse cargo de la realidad; 2) cargar con la realidad; 3) encargarse de la realidad. Si esta es la tarea urgente en los tiempos actuales, las ciencias humanas nos aproximan a la realidad del hombre, de la mujer, haciéndonos capaces de ser conscientes de esa realidad para, en definitiva, encargarnos de transformarla, humanizarla, ofrecerle un camino de salvación que será al mismo tiempo un camino de humanización. Las ciencias humanas con su aproximación a la realidad nos darán datos, suministrarán información, nos acercarán al organismo vivo y sus conductas y nos permitirán explorar el interior del hombre en sus dimensiones cognitivas, afectivas, conativas: existenciales.

¿Qué antropologí­a subyace a nuestra metodologí­a catequética? ¿Es esa antropologí­a fiel a lo que la ciencia nos dice hoy de la realidad humana? Nosotros pensamos en una mujer, en un hombre, con memoria y deseo. Nos aproximamos al misterio humano del hombre con vocación de unificar cuerpo, mente, corazón y espí­ritu. ¿Esta perspectiva humana es aceptada o criticada por las ciencias humanas? ¿Podemos presentar esta antropologí­a para un diálogo con los datos empí­ricos que si no agotan la realidad humana, sí­ la describen fielmente?
b) Desde la psicologí­a racional, aristotélica, tomista, a la psicologí­a empí­rica, hay un largo camino que cristaliza cientí­ficamente, tal vez con demasiada carga del modelo fí­sico, a fines del siglo XIX y principios del XX. Es verdad que, además de la psicologí­a racional y del paso a la psicologí­a cientí­fica, empí­rica (pioneros de este paso serí­an Wundt y William James), existe la psicologí­a intuitiva, que no es menos útil en la experiencia de lo humano por carecer del andamiaje cientí­fico que la avale, sustente y demuestre. Hombres como Ignacio de Loyola, que no hicieron psicologí­a cientí­fica, dejaron metodologí­as espirituales riquí­simas, donde aparecen intuiciones sobre el hombre y lo humano, sobre conductas y refuerzos, sobre crecimiento y búsqueda personal.

Desde la neurologí­a a la psicologí­a, hay un camino que tiene como hitos a Pavlov y Freud que nos van adentrando no sólo en el misterio del organismo vivo, sino, por llamarlo así­, en el misterio del alma humana.

De la visión atomí­stica del hombre -estudiando cada parte de su compleja realidad llegaremos a comprenderlo- a la visión holí­stica -en la que el todo es más que la suma de sus partes- hay también un camino psicológico que, con distintas metodologí­as, nos aproxima cientí­ficamente a la realidad humana.

II. ¿Quién es el destinatario del «mensaje»?
Nos acercamos a través del mensaje cristiano a la mujer, al hombre y al grupo humano. Describiré en primer lugar al sujeto, que es a la vez objeto de nuestro estudio, y posteriormente «al grupo humano como resultante de la comunicación e interacción».

La psicologí­a como estudio cientí­fico de la conducta tiene sus grandes posibilidades y también sus claras limitaciones. Esa conducta interna o externa es descrita en términos empí­ricos, evaluables, mesurables, sin dejarnos por ello la sensación de que el hombre supera infinitamente al hombre.

Los puntos de partida que en psicologí­a podemos tener para aproximarnos a la conducta humana son los siguientes: 1) El hombre se hace de fuera a dentro. Según esta perspectiva, el hombre serí­a como una tabla rasa en la cual el entorno familiar primero, y el socializado después, va escribiendo a base de aprendizajes la tarea, el perfil, el estilo de ser persona. En esta visión, el sujeto recibe las influencias del medio y va adquiriendo un estilo psicológico, dependiendo de la huella que el entorno deje en él. 2) El hombre se hace de dentro a fuera. Aparte de la consideración de lo innato y aprendido, esta concepción del hombre sabe y trata de actuar coherentemente con esa intuición de que el hombre tiene un mundo interior que va asomando conductualmente en diálogo con su realidad. Ese mundo interior del hombre está hecho de dinamismos que explicarán muchas de sus reacciones no sólo como respuesta a estí­mulos, sino como elaboraciones originales, personales, fruto de muchas variables que, de una manera psicofisiológica y existencial, han ido configurando su ser y su actuar.

En realidad existe una interrelación que nos permite afirmar que el hombre se hace de fuera a dentro y de dentro a fuera. Una psicologí­a cientí­fica debe aportar un cierto eclecticismo en su estudio del hombre, no descartando, por dificultoso que sea, ningún método que nos dé datos y nos permita rastrear la realidad de lo humano.

El hombre es un organismo vivo, es una dinámica de necesidades que motivan mientras están insatisfechas e impulsan en dirección a su satisfacción finalí­stica. Pero el hombre también es deseo, elaboración de deseos, que emergen del fondo psicobiológico de sus necesidades; y estos deseos configuran de una manera clara el rostro de lo humano. La catequética necesita conocer al hombre como animal simbólico, como sujeto de deseos, para diseñar una psicopedagogí­a del deseo que albergue y posibilite la adhesión al acontecimiento salvador, integral, de Jesús en la humanidad.

Tres visiones de lo humano arrancan de esta perspectiva del hombre sujeto a necesidades y elaborador de deseos: una visión circular, otra lineal, y otra, finalmente, espiral. 1) En la visión circular limitarí­amos y reducirí­amos al hombre a un ciclo de necesidades instintuales, tal vez compulsivas, que tienen sus leyes propias dentro del organismo psicosomático. 2) En la visión lineal tendrí­amos a un hombre guiado por el deseo, sin tener en cuenta los datos de su realidad biológica, psicofisiológica, que nos sitúan y emparentan con los animales. 3) La visión espiral nos permite considerar que el crecimiento humano pasa por la necesidad y crece en el deseo en una espiral constante, que es a la vez realismo con la realidad orgánica y con la dimensión personal de lo humano.

La aportación de la psicologí­a modifica planteamientos catequéticos, invitándonos a considerar al hombre no como una racionalidad que entiende el mensaje, sino que siente y se motiva, desde lo afectivo, en la experiencia y conducta derivada de ese mensaje asumido. Para una catequética antigua lo importante del destinatario era saber su capacidad cognitiva, la dimensión conceptual de la fe; hoy, más recientemente, la psicologí­a considera la QE, la inteligencia emocional, enriqueciendo el cociente intelectual con una nueva perspectiva que matiza las mediaciones del mensaje ante un hombre que es razón y emoción; que es, como dirí­a Zubiri, inteligencia sentiente.

III. Aproximaciones psicológicas al ser humano
1. ALGUNOS MODELOS MíS SIGNIFICATIVOS. a) Modelo conductista. Desde Pavlov pasando por Watson hasta Skinner y otros, el modelo conductista ha tenido y tiene una enorme vigencia académica y una práctica terapéutica de gran importancia para la visión de lo cognitivo conductual que constituye la trayectoria del ser humano. El subrayar en la conducta modificable lo cognitivo y lo afectivo (al estilo del RET de Albert Ellis y otros autores) nos lleva a enriquecernos con una visión realista y evaluable del hombre, que permite estrategias de modificación de conducta, apuntando hacia estilos más saludables de vivir la propia existencia.

b) Modelo dinámico profundo. El psicoanálisis tiene aquí­ una palabra decisiva al considerar una perspectiva muy distinta de lo humano. Freud, Adler, Jung y otras generaciones de psicoanalistas como M. Klein, E. Fromm, E. Erikson, y todas las subescuelas, dan a la psicologí­a una hondura insospechada conduciéndonos en la exploración del sujeto hacia realidades desconocidas y a la vez decisivas en los comportamientos humanos.

c) Modelo humanista o tercera ví­a. Este modelo, que pasa por Maslow, C. Rogers, R. Cardhuff, E. Perls, Lowen, E. Berne, etc., aporta a la visión del hombre un dinamismo más consciente y una integración de dimensiones como el amor, la aceptación incondicional, la libertad, la capacidad de elegir, la consciencia, etc., que enriquecen considerablemente las herramientas con las que podemos trabajar en lo humano.

2. UNA APORTACIí“N DECISIVA: EL INCONSCIENTE. Aunque la palabra ciencia aplicada al psicoanálisis tenga sus serias dificultades e invite a hablar de una ciencia psicoanalí­tica, no cabe duda de que el descubrimiento del inconsciente y su exploración han interrogado seriamente nuestros métodos tradicionales de explicitar y hacer llegar al hombre el mensaje que constituye la razón de nuestra tarea evangelizadora. El inconsciente, como realidad actuante, nos exige matizar y preguntarnos sobre la conciencia, auténtica o falsa, que genera motivaciones de adhesión a una dimensión religiosa. Olvidarnos del inconsciente serí­a cerrar los ojos a una realidad que las ciencias del espí­ritu deben tener presente a la hora de dialogar con lo verdadero del ser humano. Una psicopedagogí­a que ignore el inconsciente está metiéndose por caminos de falsas religiosidades, bajo capa de auténticas adhesiones libres.

IV. La persona a la que nos dirigimos
Nos detenemos a considerar ahora la persona del destinatario: quién es y cómo escucha el «mensaje».

a) Evolutivamente. La persona a quien nos dirigimos pasa evolutivamente en su pensamiento por etapas animistas, mágicas y antropomórficas. Esta aportación antropológica y psicológica en la que tanto tuvieron que ver los trabajos de Piaget nos ilustra sobre la manera de entender un mensaje, dependiendo del momento psicológico evolutivo o de los residuos que etapas anteriores han dejado en el procesamiento de la información. Mensajes cristianos entendidos en clave animista deformarán la religiosidad, convirtiéndola en un mundo de hadas y duendes punitivos o protectores que nada tienen que ver con el Dios de Jesús. Una catequesis de los sacramentos, cuando es aceptada desde una estructura mágica del pensamiento, deformará el signo de salvación, convirtiéndolo en una causalidad material-espiritual que nos impedirá vivenciar la realidad sacramental. La psicologí­a tiene, pues, mucho que ofrecer al catequista en la elaboración de un mensaje que va a ser recibido por personas de muy diferente cultura y estructura mental. La psicologí­a evolutiva nos enseñará, obviamente, las distintas etapas de crecimiento del ser humano (desde la infancia a la tercera edad, con sus caracterí­sticas peculiares), que no estará exento de regresiones y fijaciones que dificultarán la acogida del mensaje, en términos de madurez adulta.
b) Experiencias básicas. El subrayar la importancia de los cero a los seis años en la elaboración de contenidos religiosos se la debemos a S. Freud, que ilumina las distintas etapas recorridas por el niño en estos primeros y fundantes años de su infraestructura psicológica, determinante también para una catequética. Con profunda sabidurí­a y humor decí­a el célebre catequista belga Ron Wez que la catequesis del niño deberí­a comenzar veinte años antes de su nacimiento.

c) Imágenes parentales. La catequesis transmite imágenes de Dios que quieren ser, sin duda, coherentes con el Dios de Jesús, pero que verán procesada su elaboración, por la experiencia inaugural de las imágenes parentales. La vivencia que el niño tiene de su padre y de su madre configurará, en un primer momento, la aproximación al misterio del Dios omnipotente. Religiones más maternas, uterinas, envolventes, que llevan a la fusión y confluencia mí­sticas, o religiones más paternas, estructuradas en forma de normas y de leyes, serán decisivas en el crecimiento y maduración cristiana del sujeto de la catequesis.
d) Del egocentrismo al eterocentrismo. Este proceso de maduración subrayado por la psicologí­a nos permitirá entender más adecuadamente la evolución de lo esencial del cristianismo, la dimensión amorosa, que irá desde un egocentrismo hacia un eterocentrismo, capacitándose con la edad y la formación, para una posibilidad de amar, de altruismo, de experiencia del yo-tú que configura la esencia del mensaje cristiano.
e) Fantasí­as de omnipotencia. Ese mundo infantil, explorado psicológicamente, va a darnos la clave para entender muchas concepciones religiosas, frustraciones o impotencias perfeccioní­sticas a la hora de acoger una vocación humana cristiana. La omnipotencia infantil debe, maduramente, ceder ante el realismo que nos permite una estatura humana amada y querida por Dios.
f) Sentimientos edí­picos de culpabilidad. Aunque no sea -como quiere Freud- la culpabilidad el sentimiento inconsciente fundante de la religión, no cabe duda de que los sentimientos de culpa van a marcar muy decisivaménte la relación del hombre con Dios. Ayudada por la psicologí­a, la catequesis tendrá un inmenso trabajo en purificar y hacer madurar, liberándolos, sentimientos donde Dios no sea el Padre ofendido sino el Creador que libera. La tarea que tiene que realizar una catequesis cristiana ante los sentimientos de culpabilidad es el reto que permite fundar la religiosidad sobre bases sanas en lugar de neurosis insanas.
g) Desvalimiento. La experiencia de desvalimiento, que para muchos psicólogos constituye la base de nuestro acercamiento a Dios, aunque tenga que ver con nuestra realidad infantil, debe ser contemplada por una catequesis cristiana para, sin olvidar este dato psicológico, elaborar, o permitir integrar un mensaje adulto de autonomí­a, libertad y respeto a la historia del hombre maduro.
h) Tipologí­as y catequesis. No sólo las antiguas tipologí­as, que hoy se han renovado en su interés con modelos estilo eneagrama, sino también las instancias clásicas que el psicoanálisis ha puesto de relieve, pueden ofrecernos distintas maneras -contempladas por la psicologí­a- de ofrecer y matizar el mensaje vehiculado por la catequesis: desde las catequesis superyoicas, que subrayan la relación con la ley, la norma, la censura, todo lo que en un judeocristianismo se acarreaba de relación con la Torá, hasta las catequesis eyoicas, que consideran lo espontáneo, natural, instintivo, como el terreno que hay que evangelizar en una cultura posmoderna, pasando por las catequesis yoicas de contacto con el principio de realidad, de compromiso transformante de la historia, de realismo amorosamente comprometido en el seguimiento de Jesús.

La psicologí­a, al hablar de madurez, habla de capacidad de trabajar y de amar, además de tener en cuenta los numerosos rasgos que Maslow subrayó en sus estudios sobre la motivación y la autorrealización. Armonizar el mensaje con las lí­neas fundamentales del crecimiento humano requiere un diálogo, adecuado y comprensivo, entre catequesis, psicologí­a y otras ciencias humanas, en el seno de una interdisciplinariedad que enriquezca y unifique la respuesta al mensaje.

i) El aprendizaje y sus refuerzos. Las experiencias del dolor y del gozo que hacen humana a una persona, deben evangelizarse desde una catequesis fiel al Dios que se revela y fiel a los datos del hombre protagonista de la historia de salvación.

V. Algunas clarificaciones
1. PATOLOGíAS Y DEFORMACIONES DEL «MENSAJE». El dato del hombre enfermo, aunque no sea tan universal como subraya el psicoanálisis, tiene que hacernos sospechar de muchas respuestas religiosas que puedan estar dictadas por dimensiones patológicas o neurotizadas del sujeto de la catequesis. Los mecanismos de defensa, la inmadurez o la desproporción en la respuesta a los estí­mulos, interpelan las mediaciones de la catequesis, que deben afrontar un proceso de clarificación, realismo, purificación y verificación, para comprobar si el mensaje es realmente transformante en la lí­nea de la salud humana y de la apertura trascendente, o se ve manipulado por patologí­as que deforman, desde la enfermedad, los contenidos y las respuestas a este mensaje.

2. SABERES Y SABIDURíA. La psicologí­a nos proporciona saberes cientí­ficamente contrastados, y en diálogo con la catequética debe producirse el acceso a la sabidurí­a de vivir. El espí­ritu humano verificado en conductas, en actitudes, en emociones, en procesos cognitivos, debe cultivarse desde la psicologí­a y otras ciencias humanas para poderse abrir con más madurez y veracidad al Espí­ritu que nos provea de recursos para la andadura histórica y para la apertura trascendente. Un psicólogo contemporáneo, Viktor Frankl, nos habla de las neurosis noógenas, producidas en nuestra cultura moderna y posmoderna por las ciencias de espí­ritu y de espiritualidad. Frankl, creador de la logoterapia, ha explorado desde la psicologí­a la estructura humana haciendo, como en otra perspectiva distinta lo hizo Jung, un puente entre la espiritualidad y la realización humana. Una vez más el diálogo psicologí­a-catequesis enriquecerá tanto la solidez de la persona como la acogida del acontecimiento salví­fico de Jesús. La psicologí­a como ciencia empí­rica tiene sus lí­mites; en muchas escuelas y modelos académicos puede tener la tentación de cerrarse sobre sí­ misma, negando lo que está más allá de sus fronteras evaluables. Además de transmitir saberes, la psicologí­a puede favorecer espacios de conocimiento donde acontezca la sabidurí­a, el arte de amar, de vivir. Los conocimientos significativos de los que habla Carl Rogers se producen en un ámbito humano cuando se dan las condiciones para un aprendizaje integral y transformante. Conocer, por parte de la catequética, esas condiciones, es asegurar que el mensaje va a ser realmente significativo y va a generar sabidurí­a profunda, auténtica, en el ser humano.

3. EL GRUPO HUMANO. Hemos hablado del ser humano y de la exploración de sus conductas internas o externas, sanas o insanas; pero el aprendizaje y el destinatario del mensaje no sólo es el individuo, sino también y sobre todo el grupo humano. La psicologí­a social nos aporta, con gran fecundidad en estos últimos treinta años, datos e información sobre las leyes que rigen la interacción de los grupos humanos y las previsiones de conductas grupales que se pueden hacer desde la observación y diagnóstico de estos grupos. Comunicación, interacción, repartición de roles, liderazgo, etc. han sido muy estudiados por la psicologí­a social, dándonos pistas sobre la infraestructura psicosocial en la que se va a albergar el mensaje, convirtiendo a un grupo de personas en una comunidad cristiana.

Las dimensiones de todo grupo (pertenencia, poder, afecto), así­ como el itinerario de estos grupos desde el poder hasta el amor, nos dan las bases antropológicas sobre las que se construye una comunidad en el Espí­ritu. Olvidarse de los fenómenos grupales y de sus leyes es sembrar en el vací­o. Todo mensaje es recibido en una red de comunicación interactuante condicionada por los roles, la situación real del grupo y la resolución de problemas que pueden obstaculizar el crecimiento grupal hacia la vivencia de comunidad. Ignorar la psicologí­a social es incapacitarse para la orientación de un grupo que crece como relación interpersonal hacia una respuesta a la fe. Querer predicar el amor sin tener en cuenta previamente, a nivel psicológico, los conflictos de pertenencia, identidad grupal, repartición de roles, poder personal y grupal y posibilidad de la cercaní­a afectuosa, es emprender una tarea estéril que no dará ningún fruto por no haber tomado en serio la realidad del grupo destinatario del mensaje.

4. EXPERIENCIA HUMANA Y PALABRA. La labor del catequista será la de escuchar la experiencia del hombre o de la mujer y, ayudado por la psicologí­a y otras ciencias humanas, ayudar a nombrarla. Cuando esa palabra sea auténtica, veraz, expresiva de la realidad, podrá, entonces, confrontarse con la Palabra. Esta confrontación permitirá realizar el acontecimiento salví­fico y favorecerá un crecimiento abierto, una maduración en el amor a la luz de la fe. Las ciencias humanas, y en concreto la psicologí­a, proveen de herramientas para acompañar hasta el umbral de la trascendencia a la persona o al grupo en el itinerario que va de la oscuridad a la luz. Este acompañamiento ha de ser respetuoso con la realidad humana, provocativo de un crecimiento esperanzado en el que el Dios del niño, como escribe acertadamente Carlos Domí­nguez, tiene que ser evangelizado por el Dios de Jesús. La tarea de las ciencias humanas es hacer que el hombre sea posible; entonces, la catequesis anunciará a un Dios creí­ble.

BIBL.: DOMíNGUEZ C., El psicoanálisis freudiano de la Religión, San Pablo, Madrid 1991; Creer después de Freud, San Pablo, Madrid 19952; FERNíNDEZ VILLAMARZO P., Psicoanálisis de la experiencia ético-religiosa, Marova, Madrid 1979; FLORES D.ARCAIS G.-ZuLOAGA 1. G. (dirs.), Diccionario de ciencias de la educación, San Pablo. Madrid 1990; GARCíA DE LA HAZA C., Tótem y tabú: culpabilidad y religión, en Miscelánea de Comillas 53, Madrid (1995); GARCíA-MONGE J. A., Los sentimientos de culpabilidad, SM, Madrid 1991; GODíN A., Adulto y niño ante Dios, Sí­gueme, Salamanca 1968; GROM B., Psicologí­a de la religión, Herder, Barcelona 1994; JAMES W., Las variedades de la experiencia religiosa, Pení­nsula, Barcelona 1986; TORNOS A., Psicoanálisis y Dios, Mensajero, Bilbao 1996; VERGOTE A., Psicologí­a religiosa, Taurus, Madrid 1969.

José A. Garcí­a-Monge Redondo

M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999

Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética