Estos términos, que en °vrv2 se traducen generalmente “(los) ancianos”, “anciano”, etc., se derivan de las voces gr. presbyterion, presbyteros. El equivalente heb. de presbyteros es zāqēn, mientras que el equivalente
En toda la Biblia, las canas hacen a la persona acreedora al respeto (Lv. 19.32; 1 Ti. 5.1), y se entiende que la *edad da experiencia y, por lo tanto, sabiduría (1 R. 12.6–15; Pr. 4.1; 5.1). En consecuencia, los dirigentes de Israel, en toda la historia veterotestamentaria, son los ancianos de la nación (Ex. 3.16, 18; Lv. 4.15; Jue. 21.16; 1 S. 4.3; 2 S. 3.17; 1 R. 8.1, 3; 2 R. 23.1; 1 Cr. 11.3; Esd. 5.5, 9; Jer. 26.17; Ez. 8.1, etc.). Setenta ancianos fueron elegidos para compartir con Moisés la carga de dirigir la nación (Nm. 11.16–30), y posteriormente los ancianos desempeñan un papel similar ante el rey. Junto con los sacerdotes están encargados de la ley escrita, y de leerla al pueblo (Dt. 31.9–13). Cuando el pueblo se estableció en la tierra prometida y se dispersó por las ciudades, los ancianos de las mismas actuaron como jueces (Dt. 19.12; 21.19s; 22.15–18; Jos. 20.4; Rt. 4.2, 4, 9, 11; 1 R. 21.8, 11; 2 R. 10.1, 5), lo que continuó la práctica iniciada en el desierto de contar con jueces legos para las cuestiones de menor importancia (Ex. 18.13–26; Dt. 1.9–18). Los jueces de apelación en Jerusalén, sin embargo, eran en parte legos y en parte sacerdotes (Dt. 17.8–13; 2 Cr. 19.8–11).
Los jueces legos de Ex. 18 y Dt. 1 son seleccionados por su sabiduría, su piedad, y su integridad. Igualmente, la elección entre los ancianos de Nm. 11 probablemente refleja el conocimiento de que la edad no trae aparejada invariablemente la sabiduría. Por cierto que un joven sabio es preferible a un rey anciano y necio (Ec. 4.13). Este reconocimiento continúa en la literatura intertestamentaria. La sabiduría cuadra a los de mayor edad, y los ancianos deberían ser sabios (Ecl. 6.34; 8.8s; 25.3s), pero aun los jóvenes son honrados si tienen sabiduría (Sabiduría 8.10), y son tratados como ancianos (Susana 45, 50). Los jueces son hombres específicamente seleccionados entre los ancianos (Susana 5s, 41). Los ancianos que, según parece, fueron elegidos de cada tribu para traducir el Pentateuco al griego no son tan prominentes por su edad (Carta de Aristeas 122, 318) como por su vida virtuosa, y por su conocimiento y comprensión de la ley mosaica (32, 121s, 321). Según Dt. 31 los había legos y sacerdotes (184, 310), pero en este caso con una gran mayoría de legos.
En Jerusalén también continúa la antigua relación entre ancianos y sacerdotes (Lm. 1.19; 4.16; 1 Mac. 7.33; 11.23), y ocupa un lugar prominente en el NT (Mt. 21.23; 26.3, 47; 27.1, 3, 12, 20; 28.11s; Hch. 4.23; 23.14; 25.15). De allí surgió luego el sanedrín, el consejo que gobernaba la nación y hacía las veces de corte suprema de justicia, presidido por el sumo sacerdote. Entre sus 71 miembros vemos ancianos y jefes de los sacerdotes (Mt. 27.1; Mr. 8.31; 14.53; 15.1; Lc. 22.66; Hch. 4.5, 8, 23; 22.5), junto con “escribas” y “gobernantes”, términos que probablemente tienen significado similar a los dos anteriores. Los ancianos también aparecen como gobernantes en la literatura intertestamentaria en Jerusalén y otras partes (Judit 8.10s; 1 Mac. 12.35).
Para la tarea de juzgar al pueblo de acuerdo con la ley de Dios, era necesario que los ancianos y los sacerdotes la conocieran, por lo que recaía sobre los sacerdotes la responsabilidad adicional de enseñarla (Lv. 10.10s; Dt. 33.10; Mal. 2.6s). En el ss. I encontramos que, en Alejandría, todavía hay sacerdotes y ancianos que llevan a cabo esta tarea, enseñando las Escrituras al pueblo en la sinagoga en el día de reposo (Filón, Hypothetica, 7.13); pero en Palestina parecería que la obligación de enseñar había recaído casi completamente en los ancianos, llamados así en Lc. 7.3, según una inscripción hallada en una sinagoga de Jerusalén, anterior al año 70
Esto sirve de fondo al establecimiento del sistema de ancianos en la iglesia cristiana, y la institución judeocristiana de un cuerpo de ancianos contribuye a unificar las diversas facetas del ministerio neotestamentario más que lo que a menudo se percibe. Cristo es el gran maestro o rabino (Mt. 23.8), y a su vez sus discípulos se denominan a sí mismo ancianos (1 P. 5.1; 2 Jn. 1; 3 Jn. 1) y transmiten a otros las enseñanzas que han recibido, a quienes encargan hacer lo mismo, y estos, a su vez, a otros (1 Co. 11.23; 15.1, 3; 2 Ts. 2.15; 3.6; 2 Ti. 2.2). Los que reciben esta comisión a su vez son llamados ancianos (Hch. 14.23; Tit. 1.5). Aparentemente son designados mediante la imposición de manos (Hch. 6.6; cf. 11.30; 1 Ti. 4.14; 5.22; 2 Ti. 1.6). Debían estar dispuestos a ganarse la vida si fuera necesario (Hch. 20.17, 33–35). Les fue encomendada la tarea de enseñar (1 Ti. 5.17; Tit. 1.5, 9), y de hacer las veces de jueces (Hch. 15.2, 6, 22–29; 16.4). Es debatible que se deba ver un paralelo entre el concilio o la corte de apelación de Jerusalén, compuesto por apóstoles y ancianos y presidida por Jacobo, el hermano del Señor, y el sanedrín, que estaba formado por jefes de los sacerdotes y ancianos y era presidido por el sumo sacerdote. Además de las tareas de enseñar y juzgar que tenían los ancianos, en su condición de ancianos de la iglesia de Cristo se vuelve a destacar la tarea de gobernar, y se le da a sus tareas carácter más pastoral que político (Hch. 20.17, 28; 1 Ti. 5.17; Stg. 5.14; 1 P. 5.1–4; cf. Mt. 9.36–38; Ef. 4.11); de esto surge el otro título del anciano, el de *obispo, y de allí la desaparición del oficio independiente de “principal de la sinagoga” en el cristianismo, tarea parcialmente absorbida por el anciano, y parcialmente, sin duda alguna, por el propietario de la casa donde funcionaba la iglesia. Por otra parte, el “ministro” perdura como el diácono cristiano, aunque su oficio seguía siendo local, hasta el punto de que sólo ocasionalmente aparece el diácono en el NT.
En consecuencia, el anciano cristiano tiene primariamente la función de enseñar, de determinar lo bueno y lo malo, y de supervisar pastoralmente. Aunque se ordena a los ancianos para sus funciones en forma específica, su oficio no es ni sacerdotal ni ceremonial. Los sacramentos se encuentran bajo la supervisión del ministerio ordenado, pero no como prerrogativa personal. Cuando se separa la función del obispo de la del anciano en el ss. II, las tareas de enseñanza, supervisión pastoral, y supervisión de los sacramentos son compartidas por ambos oficios; la tarea de juzgar asuntos relativos a la excomunión y la reconciliación recae en primer lugar sobre el obispo. Durante un tiempo ocurre así también con la colaboración del diácono, con la responsabilidad de la ordenación, con la práctica de que otras dos personas cooperen en la ordenación del obispo mismo, y con el concepto de una sucesión de maestros, cada uno de los cuales encarga a su sucesor, por medio de la instrucción y la ordenación, el mensaje que oportunamente se le había confiado a él. No obstante, los ancianos continúan desempeñando ciertos deberes judiciales, cuidando de que ciertos transgresores impenitentes no participasen de la Cena del Señor, y ciertos deberes de ordenación, como así también ayudando en la ordenación de otros ancianos. (* Iglesia, Gobierno de la; * Ministerio )
Bibliografía. H. E. Dana, Manual de eclesiología, 1987; R. Caballero Yoccou, Eclesiología, 1973; J. Delorme, El ministerio y los ministerios según el Nuevo Testamento, 1975, pp. 106–109, 140–148; L. Rubio, R. Chamoso, D. Barobid, Los ministerios en la iglesia, 1985.
J. Newman, Semikhah (Ordination), 1950; E. Ferguson,
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico