PREDESTINADA

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El hecho de que Marí­a Santí­sima fuera elegida por Dios para ser la mujer que engendrara en su seno virginal al hombre Jesús, en el que el Verbo divino se encarnó, la mereció una veneración singular desde los primeros siglos.

Su dignidad de Madre de Dios suscitó una serie de consideraciones y de alabanzas sorprendentes y merecidas. Se la denominó «elegida», «amada», sobre todo «predestinada» para una misión singular. Se la miró como «Aurora de la salvación humana», como «mensajera del Redentor», como «puerta de entrada de Dios en el mundo». Y se pensó con razón que fue la elegida desde siempre para tan maravillosa labor.

Y esa visión profética de Marí­a, como elegida y predestinada, es imprescindible para una buena catequesis mariana, pues resalta el carácter singular y misterioso que sólo ella tiene entre los santos de todos los tiempos. Ella es el enlace con los antiguos Patriarcas y es el punto de partida de los anuncios apostólicos de los tiempos nuevos.

Por eso la piedad eclesial se ha detenido siempre en multitud de tí­tulos dedicados a Marí­a: puerta del cielo, camino de salvación, trono de David, Reina de los ángeles, etc.

1. Predestinada
Que Marí­a fue predestinada para ser la Madre de Jesús no se puede poner en duda ni reducir a la simple metáfora literaria. Si Dios habí­a decidido que el Salvador naciera de mujer y que fuera como los demás hombres, resultaba natural que, en su presciencia infinita y en sus planes eternos de redención humana, entrara en juego la previsión de Marí­a como Madre del Redentor. Dios la eligió como persona singular y señalo el tiempo, el lugar, el modo y las circunstancias de su presencia en el mundo.

1.1. Sentido de misterio
Por eso, la predestinación de Dios, Ser Supremo Creador, no es la de la simple presciencia infinita, sino la dinámica voluntad divina de que el mundo y sus criaturas discurran por los caminos que El ha dispuesto. Será siempre un misterio insoluble el cómo se armoniza su supremací­a infinita y la libertad que ha querido dar a los hombres para que acepten o rechacen sus planes.

Y, tratándose de Marí­a, es indudable que Dios la eligió desde siempre, primero como criatura predilecta y singular: pero también y sobre todo como Madre suya amada, por medio de la cual se harí­a hombre. La preparó desde el momento de su concepción virginal para su misión especial.

Cuando llegó el momento de la encarnación, «el Angel Gabriel fue enviado a una ciudad de Galilea llamada Nazareth, a una doncella desposada con un hombre llamado José, de la tribu de David. Y la virgen se llamaba Marí­a.»(Lc. 2. 1)

Aunque las palabras angélicas parecen, en su forma, impositivas: «has hallado gracia, no temas, concebirás un hijo, darás a luz, le pondrás por nombre, el Espí­ritu te cubrirá con su sombra, el fruto que nacerá, etc.» (Lc. 2. 2-6), no hay duda de que la respuesta de la Virgen interpelada es de aceptación libre y no coactiva.

La postura del ángel es de anuncio consultivo más que impositivo. Eso se desprende de la pregunta de ella: «¿Cómo va a ser eso, pues no conozco varón?» Y de la respuesta al anuncio celeste, antes de la retirada del mensajero: «He aquí­ la esclava del Señor, hágase en mi la palabra del Señor» (Lc. 2. 38)

La Iglesia siempre ha visto en estas palabras, a través de sus comentaristas y predicadores, el testimonio de la libertad de Marí­a. Y ha ensalzado el mérito infinito que ese acto de aceptación redentora tuvo en el espí­ritu de Marí­a.

Por eso, en el Vaticano II, recogiendo palabras de figuras como S. Bernardo, dijeron los Obispos reunidos: «El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación, para que, así­ como una mujer contribuyó a la muerte, así­ una mujer contribuyera a la vida.»

(Lumen Gent. 56)

1.2. Consecuencias de ello.

La predestinación divina de Marí­a supuso, por parte de Dios, una misteriosa y maravillosa preparación para su misión de Madre de Dios.

Preparó a su Madre amada con especiales gracias y grandezas sobrenaturales, como el privilegio «único y singular» de su inmaculada concepción, según el testimonio de todos siglos.

Por parte de Marí­a, a medida que se fue haciendo consciente de su elección divina, supuso, sin duda, un género de vida lleno de amor, santidad y justicia desde la infancia. Sólo por la tradición podemos intuirlo, dada la sobriedad y la intimidad con que la figura de Marí­a aparece en los textos evangélicos.

Así­ lo afirmó siempre la Iglesia y cultivó tradiciones tan piadosas como la estancia de Marí­a en el Templo o la vida silenciosa y humilde de Nazareth, hasta ser reclamada como esposa por el justo varón llamado José.

Aunque sólo tenemos al respecto «creencias» hermosas verosí­miles, la sensibilidad unánime de los cristianos a lo largo de los siglos ha presentado siempre a Marí­a como la privilegiada, la selecta, la elegida, la purí­sima doncella de Nazareth, que fue la «plena de gracia» (kejaritomente, en Lc. 2. 28). Esa predisposición, sin duda, abarcó, desde la belleza corporal y la inteligencia y sensibilidad femenina más excelsas, hasta la plenitud sobrenatural de la gracia santificante, de los dones del Espí­ritu Santo, de la complacencia del Padre eterno que la disponí­a para ser la Madre de su Hijo encarnado.
2. Marí­a profetizada
El problema teológico, más exegético que litúrgico, es el reflejo bí­blico de esa indudable predestinación y preparación de Marí­a. Las opiniones teológicas sobre la existencia de verdaderas profecí­as sobre Marí­a Santí­sima en la Sda. Escritura se han diversificado en las interpretaciones que se dan a los determinados textos que tradicionalmente se han relacionado con ella en la plegaria, en el arte o en las tradiciones.

Mientras unos la han atribuido de una u otra manera carácter de verdaderos anuncios proféticos, paralelos a los del Mesí­as, en diversos textos, otros sólo han visto sentido «acomodaticio y erudito» en los fragmentos recogidos con frecuencia y relacionados con ella.

Detrás de esos comentarios o usos bí­blicos, hay cierta vacilación sobre si se la puede asemejar a su Hijo divino, cuya silueta futura estuvo ní­tidamente en el corazón de los Patriarcas y de los Profetas. Mientras unos lo afirman con contundencia, otros tratan más bien de entender los textos como acomodaciones y similitudes metafóricas.

3. Anuncios bí­blicos
Pero en catequesis no interesan excesivamente las opiniones teológicas en cuanto conclusiones razonadas, sino los usos eclesiales que van desde las enseñanzas magisteriales hasta las piadosas formas del quehacer pastoral.

No interesa pues entrar en juego en las diversas escuelas, actitudes y posturas exegéticas que pueden darse en la actualidad o se dieron en el pasado.

Lo que interesa es descubrir cual es el mensaje de la Iglesia sobre la Madre del Señor y sacar enseñanzas de vida cristiana de las diversas consideraciones hechas en torno a la Madre del Señor.

Podemos hablar de la Madre de Jesús con los lenguajes bí­blicos tradicionales y aludir a su presencia en la Biblia de manera concreta y vital.

3.1. Anuncios implí­citos
La dignidad de la Madre del Salvador está latente en toda profecí­a que habla del Mesí­as. Si fue un Mesí­as humano, encarnado, real, serí­a concebido por una mujer que Dios seleccionó entre todas las mujeres de la tierra. Hablar del Salvador, es implí­citamente hablar de su pueblo, de sus estirpe, de su madre.

Evidentemente esa mujer gozó de dones especiales. Poseyó la gracia de la elección peculiar, en conformidad con los planes divinos. Fue un puente misterioso para que la divinidad se encerrara en una figura humana real, la cual fue engendrada corporalmente y nació en un lugar, en un momento y en un contexto social y cultural determinado.

Los diversos textos bí­blicos que se pueden interpretar en clave mesiánica en los Escritos del Antiguo Testamento, dan origen a comentarios genéricos al respecto: desde los recuerdos patriarcales del Pentateuco hasta los reclamos de los libros Sapienciales, desde los proféticos anuncios de Isaí­as hasta los mesiánicos sentimientos de los Salmos.

De una u otra forma en la Escritura late la figura del Salvador. Junto a ella, se averigua el resplandor «del vientre que le gestó y de los pechos que le amamantaron» (Lc. 11. 27)

3.2. Referencias explí­citas
Los problemas exegéticos surgen cuando queremos ver en algunos textos la directa referencia a Marí­a, la Madre del Salvador.

No son muchos los textos discutidos en los 46 libros del Antiguo Testamento. Pero las discrepancias son muy diversas. Dependerá de la corriente, escuela, exégeta o tendencia que predomine, para diversificar las opiniones sobre la explí­cita alusión mariana en la Escritura.

3.2.1. Génesis 3.15
Marí­a fue presentada como «la mujer que vencerí­a a la serpiente del paraí­so.»
Los comentaristas de todos los tiempos, sobre todo los medievales, vieron cierto sentido mariano en esa mujer victoriosa que se halla detrás de la mujer Eva, engañada y derrotada.

Se tratarí­a de una alusión profética a la victoria que al final obtendrí­a la mujer engañada, sobre el poder del mal, es decir sobre la serpiente victoriosa del momento. «Enemistades pondré entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Tú le pondrás asechanzas, pero él aplastará tu cabeza».

Nada obsta a que, aunque la victoria se atribuye materialmente al linaje de la mujer, sea ella la que inicie la victoria, de manera que haya en estas palabras una referencia velada a la mujer, la cual será causa de salvación por su concepción del Mesí­as Redentor, de la misma manera que Eva fue causa de la perdición por su participación en el pecado original.

3.2.2. Isaí­as. 7.14
Marí­a fue mirada con frecuencia como «la virgen que dará a luz un salvador» y su alumbramiento serí­a signo de salvación para los perseguidos o temerosos, según la intención de estas palabras proféticas.

Por eso se aceptó estas palabras de Isaí­as, proféticas en la forma, como indudablemente mesiánicas en el fondo. Su explicación irí­a en ese sentido. «He aquí­ que una virgen concibe a un hijo y le pone por nombre Emmanuel, que es «Dios con nosotros.»

Evidentemente esa Virgen no puede ser otra que la Madre del Salvador, máxime que el contexto del texto se halla en el libro del Emmanuel, el de los signos de salvación del pueblo ante el empuje de poderosos enemigos.

En el contexto de los tres niños que se proclaman como testigos y señales (el hijo del profeta, 7.2; el concebido de madre virgen, 7. 15; el engendrado en la profetisa, 8.4.), se presenta la figura del fruto virginal como anuncio de los que iba a ser la madre de Jesús.

3.2.3. Textos simbólicos.

Se multiplican otras alusiones bí­blicas o acomodaciones eclesiales, en las que se trata de hallar un eco latente de la mujer fuerte que iba a ser causa de salvación y algunas figuras femeninas que desfilan por las páginas de la Escritura.

– Débora, en el canto a su victoria contra un enemigo del Pueblo de dios: «No habí­a jefes en Israel, hasta que tú surgiste, Madre de Israel» (Jue. 5.12)
– Salomé, la madre de Salomón, que pide al rey un don y «es colocada en un trono junto a él» con promesas de complacencia. «Pide, madre, que no es justo que se te niegue nada, aunque al final resulta mal su deseo.» (1 Rey. 2- 19-20)
– Ana, la madre de Samuel, que inicia un cántico que proclama que» su corazón se regocija sólo en el Señor.» (1. Sam. 2. 1)
– La bella esposa del Cantar de los Cantares, que «sube del desierto llena de hermosura» (Cant. 6.10)
– Judit, que reconoce que es Dios mismo quien ha hecho por su medio las maravillas y «ha llenado de gozo a su pueblo.» (Jdt. 13. 18) 4. Las figuras
Además de textos como éstos, atribuidos en forma metafórica y parabólica a Marí­a, la Sagrada Escritura está llena de otras figuras femeninas que, de una u otra forma, han sido relacionadas con la Madre de Jesús.

4.1. La figura de Eva.

Ha sido la que más comentarios, y parangones o contrastes, mereció en la pluma de los Padres antiguos y de los escritores de todos los tiempos. S. Bernardo, como otros muchos, insistió en esa comparación: «Así­ como por una mujer entró el pecado en el mundo, por una mujer llegó la salvación» (Serm.

Eva es la madre de los vivientes en el mundo. Marí­a es la fuente de la gracia y del amor en la Iglesia.

Eva fue la compañera de Adán en la misión de «crecer y multiplicarse, llenar la tierra, siendo señores de ella.» (Gn. 1. 29)». Marí­a es la compañera del nuevo Adán, Jesucristo, que llenarí­a la tierra con los nuevos dones de la salvación.

4.2. Las madres fecundas
Especiales comentarios merecieron siempre las figuras bí­blicas maternales, las fuentes de fecundidad del pueblo elegido, sí­mbolo y cauce de las bendiciones de Dios.

– Sara, la esposa libre y fiel de Abraham, en la que concibe el hijo de la promesa. (Gn. 17.16)

– Rebeca, la señalada, esposa de Isaac, entregada como prenda de elección divina (Gn. 24. 51)

– Raquel, la más amada) por la que Jacob trabaja «otros siete años» y que muere al dar a luz al último de los doce Patriarcas, Benjamí­n. (Gn. 36. 16-21)

– Marí­a, primera profetisa en Israel y hermana de Moisés, que colabora en la liberación del pueblo de Israel. (Num. 12. 2 y Num. 26.59

– Ruth, la moabita, madre de la estirpe de David (libro de Ruth).

– Esther, la salvadora de los adversarios. (Libro de Esther)

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa