Se entiende mejor la p. h. si recordamos siempre que fue escrita, no tanto para ser leída como para ser escuchada. Sus orígenes se entrelazan con los de la †¢música, pues las palabras se cantaban acompañadas de instrumentos musicales. En la canción, pues, está el origen más remoto de la p. h. (†œPor qué te escondiste para huir, y me engañaste, y no me lo hiciste saber para que yo te despidiera con alegría y con cantares, con tamborín y arpa?† [Gen 31:27]; †œVosotros tendréis cántico como de noche en que se celebra pascua, y alegría de corazón, como el que va con flauta para venir al monte de Jehovᆠ[Isa 30:29]). La canción israelita era probablemente cantada antifonalmente en grupos familiares, lo cual puede haber influido en el paralelismo que se evidencia en sus formas poéticas. La música siempre ha estado ligada a la religión. Cuando Josué bajaba del monte Sinaí y escuchó la algazara en el pueblo, dijo a Moisés que aparentemente había una pelea, pero éste le contestó: †œNo es voz de alaridos de fuertes, ni voz de alaridos de débiles; voz de cantar oigo yo† (Exo 32:17-18). Así, varios poemas que encontramos en el AT deben ser considerados como canciones, aunque hoy no dispongamos de las notas musicales y sólo podamos gozar de las palabras. Entre ellas pueden mencionarse el cántico de Moisés tras el cruce del mar Rojo (Exo 15:1-18), la canción de Débora (Jue 5:1-31) y, por supuesto, los Salmos.
La lengua hebrea reúne características que la hacen muy adecuada para la poesía. El poema casi siempre se presenta en versos cortos, sin mucha prolijidad pero con gran expresividad poética; y cuando se desea enfatizar una idea se acude a menudo a la repetición. La p. h. se caracteriza por la acción, la simplicidad, la capacidad imaginativa, el vigor y el sentido de lo concreto. En la antigüedad se cometía el error de tratar de apreciar la p. h. aplicándole conceptos de métrica y rima que no le correspondían, pues tenían un origen griego. Por ejemplo, el ritmo siempre se medía por la cantidad de sílabas. Pero a partir del año 1573, después de un estudio de un erudito judío llamado Azarías dei Rossi, se comenzó a apreciar que en la p. h. el ritmo lo daban la cantidad de ideas sustanciales que se presentaban en el verso y la estrofa. En 1753, un profesor de Oxford, R. Lowth, enseñó que la p. h. tiene técnicas, cadencias y ritmos que le son propios. Es él quien hace la observación de los tres tipos de paralelismos que se dan en la p. h.: el sinónimo, el antitético y el sintético.
El paralelismo sinónimo aparece cuando la segunda línea repite la idea que se presenta en la primera, a veces expandiéndola o enriqueciéndola. A continuación dos ejemplos de paralelismo sinónimo:
†œJehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo?
¿Quién morará en tu monte santo?†
(Sal 15:1).
†œOye, oh Jehová, una causa justa; está atento a mi clamor.
Escucha mi oración hecha de labios sin engaño»
(Sal 17:1).
En el paralelismo antitético, la segunda línea o cola del verso se contrasta con lo dicho en la primera. Este método es el que más se utiliza en el libro de Proverbios.
†œEl hijo sabio alegra al padre,
pero el hijo necio es tristeza de su madre†
(Pro 10:1).
†œEl peso falso es abominación a Jehová;
mas la pesa cabal le agrada†
(Pro 11:1).
Se ha discutido el concepto de paralelismo sintético que presentó Lowth, pues algunos eruditos niegan la existencia de paralelismo alguno en los ejemplos que él usa, aunque haya cierta correspondencia entre los conceptos emitidos en la primera línea. Se pone como ejemplo:
†œComo el siervo brama por las corrientes de las aguas,
así clama por ti, oh Dios, el alma mía†
(Sal 42:1).
Como se ha dicho, en la p. h. es frecuente el uso de la repetición. Un ejemplo clásico es el Sal. 29, donde la palabra †œvoz† se repite siete veces:
†œVoz de Jehová sobre las aguas….
Voz de Jehová con potencia;
Voz de Jehová con gloria.
Voz de Jehová que quebranta los cedros….
Voz de Jehová que derrama llamas de fuego;
Voz de Jehová que hace temblar el desierto….
Voz de Jehová que desgaja las encinas…»
Los profetas, que a veces emitían sus oráculos en un ambiente musical, produjeron también muchos poemas, algunos de ellos enquistados en el texto general de sus escritos. Véase, por ejemplo, las siguientes palabras de Jeremías:
†œMiré a la tierra, y he aquí que estaba asolada y vacía;
y a los cielos, y no había en ellos luz.
Miré a los montes, y he aquí que temblaban,
y todos los collados fueron destruidos.
Miré, y no había hombre,
y todas las aves del cielo se habían ido.
Miré, y he aquí el campo fértil era un desierto,
y todas sus ciudades eran asoladas delante de Jehová, delante del ardor de su ira»
(Jer 4:23-26).
En la p. h. se da también el fenómeno de las estrofas, en el cual cierta cantidad de versos se agrupan, pero no hay rigidez en cuanto a la métrica de éstas, que puede variar de acuerdo con el propósito del poeta. Lo que hace la estrofa es la unidad de pensamiento de los versos que se incluyen en ella. A veces, el poema utiliza ciertos refranes que marcan la división estrófica. Como en el Sal. 80:
†œOh Pastor de Israel, escucha…. (vv. 1-2)
Oh Dios, restáuranos…. (v. 3)
Oh Dios de los ejércitos, restáuranos…. (v. 7)
Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora…. (v. 14)
¡Oh Jehová, Dios de los ejércitos, restáuranos!» (v. 19).
En el caso de poemas en forma de acrósticos se hace fácil distinguir las divisiones de las estrofas, porque cada una de ellas comienza con una letra del alfabeto hebreo. Tal es el caso de los Sal. 9, 10 y 119 y de Lam. 1 al 3. La métrica hebrea no es silábica ni cuantitativa, sino básicamente acentual. Como leemos los poemas traducidos a nuestra lengua, no nos es posible apreciarla. En cuanto al género, es posible catalogar los poemas hebreos utilizando las categorías aplicables a cualquier otra poesía. Hay composiciones realizadas para conmemorar hechos históricos, así como también para eventos corrientes de la vida como nacimientos, bodas, guerras, hambres, etcétera. Los poemas amorosos no abundan, con la excepción del Cantar de los Cantares.
cambio, el tema religioso es frecuentísimo, destacándose los himnos. Estos, por lo general, comienzan con una exhortación a la alabanza a Dios. Luego se ofrecen los motivos para esa alabanza y se termina volviendo a la exhortación del principio. Ejemplos de estos himnos son los Sal. 19, 29, 33, 96, 98, 100, 103, 105 y 145 al 150. Cuando la figura central de la composición es el rey, estos himnos son llamados †œreales†, como los Sal. 2, 20, 45, 101, 110, 132, etcétera. Muchos himnos también puede agruparse por la característica de hacer énfasis en la acción de gracias, como los Sal. 30, 32, 34, 41, 66 y el 92, así como también Isa 38:10-20. Otro género es la lamentación, que puede tener carácter personal o comunal. Es la expresión humana frente a la adversidad, la enfermedad, la persecución, la desgracia, etcétera. De este tipo son los Sal. 3, 5, 13, 22, 42-43, 54, 55, etcétera. También en los profetas se encuentran muchos poemas con estas características (Jer 14:2-9; Jer 15:10-21; Jer 17:14-18; Ose 6:1-3; Miq 7:7-17).
Debe observarse que los poetas hebreos ponían mucha atención a los sonidos y hacían buen uso de la onomatopeya. Cuantas veces les era posible escogían palabras cuya forma de sonar, por sí misma, se relacionara con su significado. En el Sal. 29 (†œVoz de Jehová…†), el vocablo †œvoz†, en hebreo, es kol. La forma en que se pronuncia le daba a los versos un brillo especial. El recurso de la aliteración se utiliza ampliamente, pero no lo apreciamos al leer en traducciones. Por ejemplo, la frase †œgozo y alegría†, que aparece en muchas escrituras (Isa 22:13; Isa 35:10; Jer 7:34, etcétera) no tiene aliteración en castellano, pero en hebreo se pronunciaría sason we-simhah, donde sí la hay. Otro recurso al cual se acude es la paranomasia, según el cual se emplean palabras muy parecidas pero de significado distinto que sirven para realizar contrastes. En esos casos también nos quedamos sin apreciar los giros del verso cuando leemos una traducción. Por ejemplo, en Isa 5:7 leemos:
†œEsperaba juicio [mishpat]
y he aquí vileza [mispah]
justicia [zedakah]
y he aquí clamor [ze†™akah]».
Aparte de todos estos y otros recursos, lo que hace a la p. h. especialmente bella es la altura de su lirismo, la hermosura de las figuras e imágenes que se emplean para expresar los sentimientos y lo que se piensa de las experiencias humanas, la naturaleza, la grandeza de Dios, la esperanza, el dolor, la frus1tración y el amor.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano