El amor y el cuidado de los pobres por parte de Dios son factores centrales de su providencia (Psa 34:6; Psa 68:10; Ecc 5:8). Y nos anima a nosotros a hacer lo mismo (Exo 22:22-23). La ley mosaica tiene reglas específicas para beneficio de los pobres (Exo 22:25-27; Exo 23:11; Lev 19:9-10, Lev 19:13, Lev 19:15; Lev 25:6, Lev 25:25-30; Deu 14:28-29; Deu 15:12-13; Deu 16:11-14; Rth 2:1-7; Neh 8:10). Israel, como nación, surgió de la más profunda pobreza (Exo 1:8-14; Exo 2:7-10) y jamás se le permitió olvidarlo (p. ej., 1Ki 8:50-53). Si Israel cumplía las condiciones del pacto hecho por Dios, no habría pobres entre ellos; pero Dios sabía que esto nunca se cumpliría (Deu 15:4-11; RVA, necesitados). No se aceptaba la dejadez voluntaria que llevaba a la pobreza (Pro 13:4-18). Los desastres nacionales hicieron que pobreza se volviera sinónimo de piedad (p. ej., Psa 68:10; Isa 41:17). Los malos tratos que sufrían los pobres preocupaban a los profetas (p. ej., Isa 1:23; Isa 10:1-2; Ezequiel 34; Amo 2:6; Amo 5:7; Amo 8:6; Mic 2:1-2; Hab 3:14; Mal 3:5).
Al comienzo de su ministerio, Jesús, tomando como texto Isa 61:1-2, presenta como su primer objetivo el predicar las buenas nuevas a los pobres.
En este caso habla de la pobreza material (Luk 6:20-26). En Mat 5:3, Jesús destaca a los pobres en espíritu, los humildes. Jesús anduvo entre los pobres y los humildes. El se identificó con ellos en su forma de vivir y en su independencia de las preocupaciones que trae el tener posesiones (Luk 8:20). El comprendió y apreció la ofrenda sacrificial de la viuda pobre (Mar 12:41-44). La iglesia de los pri-meros tiempos se movió entre los pobres, los cuales no eran demasiado pobres como para preocuparse por el bienestar de los demás (2Co 8:2-5, 2Co 8:9-15), inspirándose en Cristo que dejó la riqueza celestial para cambiarla por la pobreza terrenal. El origen del diaconado se relaciona con una necesidad especial (Act 6:1-6).
Los que tenían posesiones contribuían al fondo común (Act 2:45; Act 4:32-37). El concilio de Jerusalén pidió a Pablo y Bernabé que recordaran a los pobres (Gal 2:10). Santiago tiene palabras duras sobre las relaciones entre ricos y pobres (Jam 1:9-11; Jam 2:1-13; Jam 5:1-6).
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
tip, LEYE
ver, JUBILEO (año del)
vet, La desigual distribución de los bienes materiales no se corresponde con el ideal deseado por Dios. Al otorgar la tierra de Canaán a Su pueblo (Ex. 6:4, 8), asegura de principio una distribución equitativa de las tierras. La Ley de Moisés permitía a los israelitas vender sus bienes, pero con respecto a las tierras, exige que al cabo de cada período de 50 años, cada familia pudiera retornar libremente a la propiedad que tenía como herencia. Así, la tierra no podía ser vendida, sino sólo su usufructo hasta el final del período jubilar (véase JUBILEO; cfr. Lv. 23:13, 23). Esta ordenanza, que tenía la intención de impedir el acaparamiento de las tierras, no suprimió enteramente la pobreza, debida bien a la culpa del individuo o de sus antecesores, bien a circunstancias de las que sólo Dios sabe la razón. En la teocracia israelita queda teóricamente excluida la indigencia resultante de la pereza o de un crimen; los pobres son considerados como personas desventuradas y sufriendo pruebas, pero amadas por Dios. Todos los indigentes, especialmente las viudas, los huérfanos y los extraños, son objeto de la especial atención del Señor y de los israelitas piadosos, según las instrucciones precisas de la Ley. Toda persona que tuviera hambre tenía derecho a satisfacerla con las uvas o espigas recogidas en la propiedad de otros, pero se le prohíbe que se las lleve (Dt. 23:24, 25). Los pobres son autorizados a espigar detrás de los segadores, a recoger las espigas dejadas en las lindes del campo y los rincones, que el propietario tenía que dejar para ellos (Lv. 19:9). Igualmente con la recolección de la vid (Lv. 19:11; cfr. 23:22; Dt. 24:19-21). La tierra no debía ser cultivada ni segada durante el año séptimo ni en el de jubileo. Lo que produjera de suyo durante aquel reposo pertenecía de derecho a la colectividad, que se alimentaba gratuitamente (Lv. 25:4-7, 11, 12). El israelita caído en la miseria puede vender su trabajo a un patrón durante un cierto número de años, pero en el año del jubileo recobraba su libertad (Lv. 25:38-42). El préstamo solicitado por una pobre le tenía que ser concedido, incluso al acercarse el año sabático que permitía al deudor cancelar su deuda (Dt. 15:7-10). Cuando se efectuaba un censo, cada israelita de veinte o más años, varón rico o pobre, tenía que pagar un rescate de su persona de medio siclo de plata destinado, al principio al Tabernáculo (Ex. 30:11-16) y posteriormente para el mantenimiento del Templo (2 R. 12:4-5). En cuanto a las ofrendas presentadas en el santuario por los pobres, podían ser en algunas ocasiones inferiores a las de los ricos (Lv. 12:8; 14:21; 27:8). La Ley exhorta a los israelitas a invitar a sus mesas a los menos privilegiados, durante las solemnidades religiosas y en las ocasiones de regocijo (Dt. 16:11, 14). La Biblia muestra numerosos gestos de compasión para el pobre (Jb. 31:16-22). La Ley prohibe la opresión de los débiles (Ex. 22:21-27), sin embargo, en caso de que haya de ser juzgado, se exhorta a que se haga caso omiso a su condición de pobre, debiéndose examinar objetivamente la acusación en contra de él. La exigencia de la justicia debe prevalecer (Ex. 23:3; Lv. 19:15) Los períodos de decadencia religiosa coincidieron frecuentemente con la violación de los preceptos caritativos de la Ley, lo que constituyó motivo para las proclamaciones de los profetas en contra de la dureza y de la injusticia (Is. 1:23; 10:2; Ez. 22:7, 29; Mal. 3:5). Los que se aferran a la letra de la Ley, pero descuidan su espíritu, dan la limosna por orgullo, para ser vistos por los hombres (Mt. 6:1-2). Hay numerosas promesas de gracia y de protección a los israelitas piadosos pero pobres (1 S. 2:8; Jb. 5:15; 34:28; 36:15; Sal. 9:18; 10:14; 12:5; 34:6; 35:10). El que tiene piedad del indigente es objeto de bendiciones divinas (Sal. 41:1; Pr. 14:21, 31; 29:7). Durante Su ministerio, el Señor Jesús dio testimonio de amor hacia los pobres (Mt. 19:21; Lc. 18:22; Jn. 13:29; etc.); es a ellos, de una manera especial, que se dirige la Buena Nueva (Mt. 11:5; Lc. 14:21-23). La Iglesia primitiva considera como uno de sus deberes más sagrados el de socorrer a sus miembros sin recursos, y de ayudar asimismo, en la medida de lo posible, a los pobres que no pertenecieran a la comunidad cristiana (Hch. 2:45; 4:32; 6:1-6; 11:27-30; 24:17; 1 Co .16:1-3; Gá. 2:10; 1 Ts. 3:6). El espíritu de pobreza, de humildad, tiene que caracterizar a los ricos así como a los pobres (Mt. 5:3). Se exhorta de una manera expresa a no hacer acepción de personas y a no menospreciar a los pobres, que Dios ha elegido para que sean ricos en fe y herederos del reino (cfr. Stg. 2:1-5). Aunque se ha de recalcar que no es la pobreza lo que lleve a nadie a la salvación, sí que es más fácil a un pobre aceptar la gracia de Dios que a los que están aferrados a abundantes riquezas (Lc. 18:24-27). El cristiano debe ser siempre consciente de que cualquier bien que tenga en su propiedad no le pertenece de una manera absoluta, sino que le ha sido dado para su fiel administración en conformidad a la voluntad de Dios (cfr. Mt. 25:15-28; Lc. 19:13-25; 1 Co. 4:7 y Ef. 4:28).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
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Todos los que no son ricos pueden ser llamados pobres. La gama o abanico de formas y niveles de ellos van desde los mendigos absolutos hasta los hombres que, en contraste con los potentados, viven de su trabajo o sienten limitaciones en sus aficiones, deseos o ansias de posesión.
El término griego «ptojos», que aparece 38 veces en el Nuevo Testamento, el de «penes» (1 vez) o el de «ptapeinos» (33 veces) con el que se traduce el hebreo de «anawin», no tienen tanta variedad de matices como el término castellano (o latino) de «pobre». Este se aplica de forma diferente a pobres de espíritu, de bienes, de afectos, de sabiduría, de salud, de seguridad, de fe. (Ver Evangélicos. Grupos 13 y ver Pobreza)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
(v. opción preferencial por los pobres)
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
(Jesús, profeta, Evangelio, huérfanos, viudas). Jesús centró su mensaje en la llegada del reino de Dios, de un Reino que es buena nueva para los pobres y expulsados del sistema social y sanitario, religioso y político de su tiempo. De una forma lógica, sus discípulos, sobre todo los de tendencia helenista, interpretaron su vida y mensaje como evangelio, tal como indican, de un modo especial, Pablo* (cf. Gal 1,6-11; Rom 1,15-17) y Marcos (cf. Mc 1,14-15; 13,10; 14,9). Jesús no teorizó sobre el sentido del Reino, sino que hizo algo mucho más importante: asumió y actualizó con su vida y con sus obras la promesa de evangelio, que se expresaba, sobre todo, en el libro de Isaías, ofreciendo a los pobres de su entorno la buena noticia práctica de la llegada de Dios, es decir, de la curación y plenitud de los más pobres.
(1) Se ha cumplido el tiempo, es tiempo de buena noticia para los pobres. Esta certeza de que el tiempo se ha cumplido y de que irrumpe el reino de Dios como victoria de la vida y de la gracia de Dios sobre la muerte llena toda la historia de Jesús y fundamenta, de manera radical, sus gestos y palabras. Esta certeza es la razón de su mensaje, su ipsissima vox, el signo básico de su proyecto. A partir de aquí han de interpretarse sus restantes palabras de promesa y esperanza: el perdón, las curaciones y, sobre todo, el anuncio de la bienaventuranza para los pobres, que ahora destacamos: «Felices vosotros, los pobres, porque es vuestro el reino de Dios. Felices vosotros, los que ahora tenéis hambre, porque os saciaréis. Felices los que ahora lloráis, porque reiréis» (Lc 6,20-21). Como enviado escatológico de Dios, al final del curso de los tiempos, Jesús proclama el reino de Dios y lo presenta como buena noticia para los pobres (del pueblo que fueren) y no como triunfo político, social o religioso del propio pueblo. Ese evangelio de los pobres no habla de aquello que siempre existía sobre el mundo; no es una enseñanza misteriosa o esotérica que sirve para desvelar los valores ocultos o profundos de la pequeñez mística, sino la voz definitiva de Dios, que irrumpe sobre el mundo y crea lo que dice, ofreciendo bienaventuranza a los pobres reales. En este contexto se sitúa la escena en la que Jesús responde a los mensajeros de Juan Bautista. Parece una escena creada para mostrar las semejanzas y las diferencias entre los dos mensajeros de Dios: Juan, profeta del juicio; Jesús, evangelizador de los pobres. Los discípulos del Bautista le preguntan: «¿Eres tú el que ha de venir?». Jesús responde: «Anunciad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados ¡Y feliz aquel que no se escandalice de mí!» (Mt 11,4-6; Lc 7,22-23).
(2) Los pobres del Evangelio. Las palabras del texto anterior, formuladas probablemente por la Iglesia, definen el sentido y tarea del Evangelio de Jesús, tal como lo han vivido y expandido las comunidades más antiguas, presen tando a los enfermos, a los pobres y a los muertos como destinatarios de las «obras* del Mesías», (a) Curara los enfermos (cf. Is 35,5-6; 41,7). Ellos son, sin duda, los primeros pobres. Es indudable que Jesús ha curado a cojos y ciegos, sordos y leprosos; pues bien, esa curación aparece aquí enmarcada en un contexto de evangelio, es decir, de buena noticia salvadora, (b) Evangelizar a los pobres (cf. Is 61,1). Esta palabra asume el mensaje de la palabra anterior (curar al los enfermos) y la amplía, pues el concepto de pobre asume e incluye el signo anterior de los enfermos: pobres son todos los que sufren por diversas carencias materiales y sociales, como los hambrientos y llorosos de Lc 6,20-21. (c) Resurrección de los muertos. Los muertos son los pobres de los pobres, aquellos que no tienen ni salud, ni medios económicos, ni vida; son los derrotados por la dura condición humana que destruye a todos los vivientes. Pues bien, el evangelio de Jesús que se inicia como curación de los enfermos y bienaventuranza de los desposeídos culmina en la esperanza de resurrección de los muertos. Al anunciar la resurrección de los muertos, la Iglesia ha vinculado el evangelio de los pobres con la esperanza pascual de Jesús, que se expresa como triunfo de la vida sobre la muerte. De esa manera, la resurrección final, que será luego el centro del mensaje de la Iglesia, sólo puede entenderse y proclamarse allí donde se asume el camino de Jesús, con su evangelio o buena noticia para los enfermos y los pobres. Así lo ha interpretado Lc 4,18ss, cuando presenta la misión de Jesús en Nazaret, su pueblo. Entra en la sinagoga, toma el rollo de Isaías y proclama: «El Espíritu del Señor está sobre mí; por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres, me ha enviado para anunciar la libertad a los cautivos, para dar la vista a los ciegos, para liberar a los contribulados, para anunciar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19). La buena noticia para los pobres se vincula aquí con la curación de los enfermos, la liberación de los cautivos y el anuncio del año del Jubileo, es decir, el perdón universal de Dios, abierto a todos, sin venganza contra los enemigos de Israel, como suponía el texto base de Is 61,2. Eso significa que los pobres no se identifican con los israelitas, sino con todos los necesi tados del mundo, superando las fronteras entre Israel y las naciones. El Evangelio no ratifica la distinción entre judíos y gentiles, sino que se abre, desde los pobres, a todos los hombres y mujeres. Por eso suscita escándalo, de forma que los nazarenos quieren matar a Jesús, pues rechazan su forma de anunciar la salvación a los pobres (cf. Lc 4,22-30). Los nazarenos de todos los tiempos han querido silenciar el Evangelio; pero el mensaje y camino de Jesús ha seguido resonando en el mundo.
(3) Profundización. Una primera terminología de la pobreza. Según la Biblia, hay una riqueza que es don de Dios, muy positiva, tal como suponen Gn 1 y Gn 2-3, cuando afirman que Dios ha concedido a los hombres todos los bienes de la tierra. Pero la riqueza puede convertirse en contraria a Dios, haciéndose principio de idolatría* (mamona), allí donde domina y enfrenta a los hombres, dirigiendo y definiendo su existencia individual y social. En ese sentido, la salvación de Dios se expresa y realiza a través de una pobreza que se entiende no como negación ascética de bienes, sino como gratuidad, es decir, como experiencia de vida compartida. De manera consecuente, la pobreza evangélica forma parte de una experiencia de amor y sólo tiene sentido allí donde se vincula con un gesto de servicio a los demás, a favor de la vida. Bíblicamente, los pobres tienen un sentido y una esperanza porque Dios se pone al servicio de ellos, iniciando un camino de liberación, que se expresa a través de la Iglesia. Desde aquí podemos empezar evocando algunos términos más significativos para hablar de la pobreza en el Nuevo Testamento y especialmente en Mateo, (a) Penes es el pobre en sentido básicamente material, como hombre necesitado, pero que puede vivir de su trabajo, sin mendigar, (b) Piojos es aquel que carece de todo, de manera que sólo puede vivir como pordiosero. Esa palabra puede recibir, además, un sentido espiritual, de manera que puede hablarse de los pobres de espíritu, es decir, por opción propia (cf. Mt 5,3; 11,5; 19,21; 26,9.11; cf. viuda pobre de Mc 12,42). De todas formas, en tiempo de Jesús, ambos tipos de pobres (el necesitado y el pordiosero) se vinculan e identifican de algún modo, (c) Paidion es el niño en sentido físico y social; aparece en sentido básico como ser necesitado que ha de hallarse en el centro del cuidado de la Iglesia (cf. Mt 18,2-4; 19,13-14). (d) Mikros es el pequeño, en un sentido más social; significadamente el Evangelio ha vinculado a los niños con los pequeños, es decir, con los poco importantes, dentro de la comunidad; ellos han de ser objeto especial del cuidado de la Iglesia, (e) Nepios es también el pequeño, pero en sentido más social y espiritual. Junto a estos tipos de pobreza, el Evangelio ha presentado otras muchas, vinculadas a la impureza y al pecado, a la exclusión social y a la enfermedad. Pues bien, todas las pobrezas de la humanidad aparecen condensadas de manera clásica en Mt 25,31-46 (hambre-sed, exilio-desnudez, enfermedad-cárcel). Ellas son las que definen al hombre como ser necesitado. Ellas deciden el sentido del juicio final, donde se descubrirá que el mismo juez divino se ha identificado con ellos, es decir, con los elakhistoi, los más pequeños. Sobre esa base, partiendo de Mt 25,3146 (juicio* 2), queremos identificar la pobreza con la pequeñez, ampliando y precisando el vocabulario anterior, especialmente en el evangelio de Mateo. De un modo especial, queremos destacar el hecho de que los pobres mesiánicos de Cristo son valiosos en cuanto pobres, no en cuanto cristianos. En este contexto debemos indicar que los pobres de Jesús no son los trabajadores sobrios y escasos (los penes), sino los piojo;, los expulsados y mendigos, los que no tienen nada. Con ellos comienza Jesús su camino.
(4) El pobre como el más pequeño (elakhistos). Ese término, que se empleaba originalmente como superlativo de mikros (pequeño), ha pasado a tener fuerza elativa y significa lo más pequeño, lo insignificante y sin importancia. Mt ha conservado este sentido, convirtiéndolo en punto de partida de un proceso de profundización paradójica. (a) La pequeñez de Belén (Mt 2,6; elakhisté) aparece como lugar de surgimiento mesiánico. (b) Los mandamientos más pequeños de la ley (Mt 5,19: elakhistón) son campo donde se juega y define la grandeza del hombre, (c) Algo semejante sucede en Mt 25,40.45: los elakhistoi, pequeños, forman el espacio de presencia del gran juez, son mediadores de Reino o de condena. Mt 5,19 llama grande a quien observa los mandatos más pequeños de la ley, que se pudieran entender en un contexto legalista, en fondo fariseo. Pues bien, en contra de eso, Mt 20,25s y 23,9s quiebra el modelo legalista y supone que grande es el que sirve a los demás y ayuda a los que están necesitados. En esta segunda perspectiva se sitúa Mt 25,31-46: la grandeza o salvación del hombre está relacionada con las obras de asistencia que se hacen a los más pequeños; por eso, la pequeñez como lugar de referencia salvadora no se relaciona con el cumplimiento de los mandatos de la ley (Mt 5,19) ni con la grandeza de las ciudades de Israel (Mt 2,6), sino con el comportamiento humano: la pequeñez salvadora es propia del hambriento y el sediento, del necesitado. En el principio no están los hombres que se hacen pequeños, sino los que son pequeños-pequeños, a quienes los otros han de ayudar, haciéndose pequeños con ellos.
(5) El pobre como carente económico (ptokhos). A la luz de la gran proclamación mesiánica de Lc 4,18, ptokhoi, pobres, son originalmente los necesitados: su pertenencia eclesial o condición creyente es secundaria; lo que importa y lo que tiene sentido de transformación evangélica es, paradójicamente, su miseria. Mateo asume esa certeza cuando afirma que los ptokhoi son evangelizados (Mt 11,5): sobre el mundo de ceguera, impotencia, enfermedad y muerte humana emerge la gracia del Evangelio como poder universal de acogimiento y esperanza (cf. Lc 7,22). Antes de toda referencia eclesial, la pobreza por sí misma es fundamento de salvación, ámbito del Reino. Esto es lo que Mt 25,31-46 asume cuando afirma en solemne revelación escatológica que los necesitados (los seis tipos de pobres: hambrientos, sedientos, desnudos…) son lugar de reino, hermanos del juez resucitado. Esta referencia al valor preeclesial, o mejor supraeclesial, de la pobreza aparece de manera clara en Mt 19,21: «Si quieres ser perfecto vete, vende lo que tienes, dáselo a los pobres… y luego sígueme» (cf. Mc 10,21; Lc 18,22). Los ptokhoi o pobres a los que se alude aquí no son miembros de la comunidad, cristianos o judíos. Son sencillamente los necesitados, sea cual fuere su actitud social o religiosa. Frente a los iniciados de Qumrán, que interpretan el valor de la pobreza de manera básicamente comunitaria (cada uno tiene que dar sus bienes al grupo), Jesús abre una exigencia universal: los bienes han de ser para los pobres, sin exclusivismos ni limitaciones. Situado en esta perspectiva, Mt 25,31-46 habla muy claro: el encuentro mesiánico del hombre con Jesús se realiza en el servicio universal de ayuda a los necesitados, dentro o fuera de la Iglesia. Lo que importa es el hombre en cuanto necesitado, no en cuanto cristiano o miembro de la propia comunidad. Sólo desde aquí, en un segundo momento, se entiende aquello que podría llamarse la eclesialización mateana de la pobreza, tanto en perspectiva de opción personal como en línea de apertura comunitaria. Por lo que respecta a la opción personal por la pobreza, el tema es claro: frente al macarismo abierto de Lc 6,20 (bienaventurados los pobres), Mt 5,3 ha concretado la palabra y dice «pobres en espíritu» (ptoklioi tó pnetíniati)’, de esa forma alude a los que asumen personalmente la pobreza como ámbito de salvación, esto es, la eligen, aceptan o cultivan como signo y expresión de gracia (de un modo especial en un contexto de Iglesia). El mismo proceso de eclesialización semántica ha sufrido el término de niño (pa.id.ion) en Mt 18,2-3. En un primer momento, el texto habla de un niño-niño (cristiano o no cristiano), como símbolo y lugar de reino (Mt 18,2); pero, en un segundo momento, el texto habla de aquellos que se hacen como niños en plano de elección y compromiso voluntarios (Mt 18,3), lo cual nos sitúa en ámbito de Iglesia (Mt 18,4s), de tal forma que podemos suponer que los cristianos se hacen niños en la Iglesia en la medida en que sirven a los niños, pertenezcan o no a la Iglesia. (a) Hay un punto de partida universal: fundado en el mensaje de Jesús, Mateo sabe, igual que Lucas, que los pobres deben entenderse en sentido universal (cf. Mt 11,5; 19,21); lo que en ellos cuenta no es la fe, ni la apertura eclesial, sino la misma condición de desamparo. (b) En un segundo momento, Mt eclesializa el tema: la Iglesia asume el valor de la pobreza y la exigencia de la ayuda mutua entre los hombres; ella es precisamente aquel lugar donde los hombres pueden cultivar, en vocación personal y apertura comunitaria, el sentido radical de la pobreza y pequeñez humana, (c) Mt 25,31-46, asumiendo como evidente la condensación eclesial, vuelve a proyectar el tema en campo universal: so bre la pobreza del mundo, como lugar de manifestación del Reino, emerge la exigencia de una ayuda interhumana abierta; aquello que la Iglesia ha buscado en su experiencia se vendrá a mostrar al fin como principio y base de la humanidad en cuanto tal.
(6) El pobre como niño. Paidion. Cercanos a los pobres (ptokhoi) están los paidia, niños, tanto por su impotencia como por su valor en ámbito de reino. De ellos habla un pasaje clave de la tradición sinóptica (Mc 10,13-16 y Lc 18,15-17) que Mt reproduce en parte en 19,13-15 y que explicita en 18,1-6. Si unimos ambos textos obtenemos una visión de conjunto que consta de tres momentos, (a) En el punto de partida está el valor del niño como niño, antes de toda pertenencia eclesial, antes de todo esfuerzo propio o de toda fe objetivada de forma confesional. Lo que cuenta es la impotencia, es la necesidad de un niño cualquiera que se acerca a Jesús y recibe su bendición, porque «de éstos es el reino de los cielos» (Mt 19,14-15). Por eso, cuando en ámbito eclesial preguntan: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?», Jesús quiebra con fuerza el círculo cerrado de la Iglesia, esto es, de sus discípulos: toma un niño cualquiera y lo pone en el centro (Mt 18,1; cf. Mc 9,36; Lc 9,47). Ese gesto vale más que todas las sentencias: importa el niño, esto es, el hombre como necesitado, pequeño e impotente. Frente a las palabras de autojustificación del legalismo judío o cristiano, frente al orgullo clasista del que mide al hombre por sus obras, Jesús asume al niño como ámbito de reino, como signo de presencia trascendente. Sólo a partir de aquí se entiende todo el Evangelio, (b) El niño como signo de evangelio. Rompiendo el deseo de justificación por las obras, el Evangelio invierte el sentido de la acción: frente al hombre que se quiere hacer mayor, Jesús sitúa la exigencia de volverse como niños. Sólo así puede acogerse el Reino en gesto de apertura y gracia (cf. Mc 10,15; Lc 18,17): «En verdad os digo, si no cambiáis y os volvéis como niños no entraréis en el reino de los cielos» (Mt 18,3). Lo mismo que se hablaba antes de «pobres en espíritu» ha de hablarse ahora de «niños en espíritu»: son los hombres que, viviendo en este mundo y superando todo gesto de conquista impositiva, saben recibir en gratuidad el don del Reino. Hay una especie de niñez espiritual que es propia del discípulo de Cristo y se precisa en actitud de aceptación y cultivo de la gracia, (c) Acoger al niño. Esa infancia de espíritu ha de abrirse a la exigencia de «ayudar al niño» (Mt 18,5; cf. Mc 9,37; Lc 9,48). No basta con hacerse como niño, hay que acoger al niño porque es signo y expresión del Cristo. En un primer momento se corría el riesgo de entender al niño como expresión sentimental de plenitud; el seguimiento de Jesús podría acabar tomándose como puro infantilismo. Pues bien, con esta nueva perspectiva cambia el orden del conjunto: sólo ha descubierto el valor del niño -y del necesitadoaquel que lo acoge como signo de Jesús, realizando en su favor un gesto de familia, de ayuda, de servicio. Del valor básico del niño derivan dos grandes consecuencias: una personal: exigencia de acoger al niño, en gratuidad, en apertura, en esperanza no impositiva; otra social: urgencia de ayudar gratuitamente a los necesitados, esto es, a los pequeñosniños. Nos hallamos todavía en un nivel que podemos llamar supraeclesial: antes de crear su propia comunidad, Jesús ofrece un campo de evangelio y reino a todos los hombres marginados, pequeños, incapaces de vivir por sí mismos. Ellos son el gran destinatario del amor de Dios, lugar de su actuación privilegiada sobre el mundo. Esto significa que la urgencia de volverse como niños y acogerles (ayudarles; Mt 18,35) se encuentra antes del mismo surgimiento de la Iglesia, es una especie de cimiento de Evangelio en el que debe sustentarse la existencia de todos los creyentes. Dicho de otra forma: no son los niños para la Iglesia, sino la Iglesia para extender el Evangelio de los niños (cristianos o no) que Jesús ha pregonado. Sólo en un segundo momento puede y debe aplicarse el tema en la Iglesia, entendida como espacio donde, partiendo del mensaje y presencia de Jesús, se vive en toda intensidad la gracia de la propia pequeñez como lugar de Dios y la exigencia de ayudar a los pequeños del entorno. Este es el tema que subyace en el cuerpo del discurso de Mt 18, precisado a través de la conversión delpaidion (niño en general) en mikros (pequeño; cf. Mt 18,5-6). En ese contexto avanza Mt25,31-46: los seis tipos de pobres (en los que se incluyen evidentemente los niños) no valen por ser cristianos, sino por ser necesitados, viniendo a presentarse de esa forma como signo del Dios de Jesús.
(7) El pobre como sencillo, pequeño (nepioi). Jesús entra en el templo y expulsa a los mercaderes, enfrentándose con los sacerdotes y escribas, que responden como si fueran dueños del lugar, hombres importantes. Pues bien, Jesús les responde diciendo que la alabanza de Dios brota de los nepioi, de los sencillos, de los niños de pecho (cf. Mt 21,16, con cita de Sal 8,3 LXX). Para Jesús, la casa de Dios no es lugar de sabios y grandes, sino de cojos, mancos, ciegos, de niños y sencillos. Ellos son los verdaderos señores y beneficiados de la santidad de Dios, el nuevo templo de Jesús, su Iglesia (Mt 21,1416). En este contexto se sitúan los pequeños y los niños. En un primer momento se les llama paidas (21,15): son los de pequeña edad, aquellos que no tienen años para conocer la ley, ni para cumplirla. Pues bien, estos ignorantes descubren con júbilo mesiánico el misterio de Jesús y le aclaman diciendo «hosanna al hijo de David». En este contexto, los mismos niños que antes aparecían como necesitados vienen a presentarse como los verdaderos creyentes: son aquellos que están libres de prejuicios y así pueden abrirse a la gracia de Jesús y confiar en él; éstos son los verdaderos nepioi, son pequeños y sencillos. En ese contexto recibe su sentido la palabra clave de Mt 11,25 (cf. Lc 10,21): «gracias te doy, Padre… porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has revelado a los sencillos o pequeños (nepioi)». Precisamente aquellos que son como niños (paidia) aparecen aquí como nepioi, sencillos-pequeños; son aquellos que pueden aclamar a Jesús en su templo (cf. Mt 21,15), porque han recibido un conocimiento más alto del don de la vida. Frente al sabio Israel, representado en las ciudades de Cafarnaún, Corozaím y Betsaida, que en su afán de elevarse hasta el cielo, negando a Jesús, se pierden a sí mismas (cf. Mt 11,23), frente a la seguridad y prudencia de aquellos que buscan su propia justificación, se elevan ahora los pequeños, los pobres verdaderos, los que nada tienen. Estos son los kopióntes (fatigados) y pephortisménoi (cargados). No son niños en la edad; pero lo siguen siendo en apertura y confianza ante el misterio. Jesús mismo, como pratis y tapeinos (manso y humilde), es uno de ellos: forma parte del grupo de los que no quieren destacar, sobresalir violentamente. Por eso, su comunidad no está formada por sabios y entendidos, como pasa en Qumrán, sino por aquellos que son por necesidad pequeños (niños, necesitados) y por aquellos que saben hacerse pequeños en actitud de acogimiento, esto es, los praeis y por los nepioi (cf. Mt 5,5; 11,25.29). Desde esta base se entienden los elakhistoi, los más pobres y pequeños de Mt 25,40.45: ellos son ante todo los necesitados, esto es, los hambrientos y sedientos, y, a su lado, con ellos, los sencillos (nepioi), es decir, aquellos que no se dan importancia a sí mismos y acogen en amor a los otros, a los necesitados. Sólo porque el Reino (Jesús) está presente en los pequeños (hambrientos, sedientos, exiliados…) tiene sentido la actitud de pequeñez acogedora, agradecida, de los nepioi, es decir, de aquellos que viven en sencillez y acogen a los pobres.
(8) Los pobres como menores (mikroi). Las observaciones anteriores se explicitan y culminan en la palabra mikros-mikroi (pequeño, pequeños), que expresa y concreta el sentido de los niños (paidia) y de los pobres dentro de la Iglesia (cf. Mt 18,6.10.14). Este es el signo de los seguidores de Jesús, su nota distintiva frente a Juan Bautista (Mt 11,11), su auténtica grandeza (Mt 10,42). En un sentido, los mikroi son pequeños sin más, de manera que no se pueden identificar con los discípulos de Jesús (lo mismo que pasa en Mt 25,40.45 con los elekliistoi). Pero, en otro sentido, la forma de ser del mikros o pequeño define a los creyentes en la Iglesia. En ese contexto se entiende el pasaje ya citado de Mt 11,11 (cf. Lc 7,28), originario de Q, donde se muestra que la superioridad de los cristianos frente a Juan Bautista no se funda en algún tipo de méritos o acciones más excelsas, sino en su misma pequeñez de discípulos mesiánicos del Cristo que ha querido asumir la condición de siervo y pequeño sobre el mundo. Por eso, mikroteros (el más pequeño en el Reino) es aquel que está más necesitado e indefenso: precisamente allí donde, en ámbito de reino, falta la grandeza personal y el valor conquistado por uno mismo, allí donde el hombre se limita a vivir del don de Jesucristo emerge la auténtica grandeza. De esa forma, el más pequeño viene a presentarse como el más grande, como sabe el texto programático de Mt 18,6-14. Jesús ha comenzado hablando de los niños (paidia: cf. Mt 18,2.5). Pero muy pronto pasa de los niños en general a los pequeños dentro de la Iglesia (cf. Mt 18,6) y así lo supone todo lo que sigue (cf. 18,10.14). Estos pequeños no son un tipo de discípulos especiales, con méritos propios, sino aquellos que por una razón especial se encuentran en condiciones de inferioridad frente al resto de los creyentes: son mikroi, los simples, los que carecen de firmeza y vagan en las mismas fronteras de la Iglesia, oprimidos por la tentación, el desaliento o el deseo de encontrar otros caminos en la vida. Pues bien, el Evangelio, dirigiéndose a los grandes, los seguros, «bien fundados en la fe», les recuerda la exigencia de no escandalizar ni despreciar a los otros, más pequeños, pues Dios mismo cuida de ellos. En esta misma línea se sitúan las palabras fundamentales de Mt 10,42, donde se habla de los misioneros-apóstoles y niños en la Iglesia. Ciertamente, representan a Jesús sus enviados-apóstoles (cf. Mt 10,40), es decir, los profetas y justos, aquellos que realizan una tarea activa al servicio del evangelio (cf. Mt 10,41). Pero, dicho eso, Mateo ha juzgado absolutamente necesario introducir un correctivo, pues no quiere dar la impresión de que el valor y la importancia de la Iglesia depende de sus grandes personajes. Por eso añade: «Y el que diere de beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeños [mikroii], en razón de que es discípulo, en verdad os digo que recibirá su recompensa» (Mt 10,42). Estos pequeños o mikroi de la Iglesia no son los creyentes sin más, ni mucho menos aquellos que destacan dentro de ella (profetas-justos), sino la parte despreciada de la Iglesia, aquellos que parece que no aportan nada y sólo tienen nombre de discípulos. Pues bien, en contra de los que piensan que son superiores porque pueden o realizan algo mayor que los otros, el Jesús de Mateo responde que los más grandes en la Iglesia son los más pequeños, pues no tienen riqueza material o sabiduría. La Iglesia viene a presentarse así como hogar para pobres y excluidos, para menores y sencillos.
(9) Una Iglesia de pobres. La iglesia de Jesús no puede postular una verdad exclusivista, no se puede arrogar ninguna especie de ventaja o primacía que la venga a convertir en un objeto de servicio para el resto de los hombres, sino que asume y cumple, de manera condensada, una verdad que le desborda, el don y la exigencia del Mesías de los pobres. Sobre esta base pueden ponerse de relieve tres rasgos, (a) Fundarnentación rnesiánica. Lo que Jesús dice de los pobres vale para todos los necesitados, sean o no cristianos, y así lo pone de relieve Mt 25,31-46, donde los pobres-pobres, por hecho de serlo (por ser hambrientos, sedientos, exiliados, enfermos o encarcelados), son presencia rnesiánica de Dios sobre la tierra, (b) Experiencia eclesial. La Iglesia no tiene ventajas sobre los pobres, ni sobre los restantes hombres y mujeres, pero ella sabe de hecho que el Mesías de Dios son los pobres, (c) Acción misionera. Desde el momento en que ella sabe que el Mesías se identifica con los pobres, la Iglesia puede y debe comportarse de manera correspondiente. Los cristianos saben que Jesús está en los más necesitados (cf. Mt 18,6.10.14; 10,42); por eso, ellos deben presentar y desplegar la Iglesia como hogar donde los pobres son evangelizados, es decir, donde ellos vivan la buena nueva del Reino (cf. Mt 11,5). Desde aquí debe entenderse el mensaje de Mt 25,31-46. En un primer momento, los cristianos no tienen ninguna ventaja respecto a los restantes hombres y mujeres de la tierra, pues a todos se les dice y se les pide lo mismo: se les dice que Dios está en los pobres y se les pide que les ayuden. Pero en un segundo momento ellos tienen una ventaja, que se puede convertir en desventaja, si es que no actúan en consecuencia: los cristianos saben lo que otros quizá no saben: ellos saben que todos los hombres y mujeres de la tierra se vinculan y pueden dialogar entre sí a partir de los pobres. En este contexto ha dicho Mt 25,31-46 su palabra: pánta ta ethné, vinculando así a todos los pueblos, por encima de razas y credos religiosos, iniciando así el único verdadero ecumenismo humano: todos los hombres y mujeres de la tierra pueden encontrarse y se encuentran en el servicio a los pobres. Ciertamente, el evangelio de Mateo sabe que es preciso abrir el discipulado y ofrecer la Iglesia a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 29,18), para que todos puedan vivir el Evangelio. Pero esa apertura del mensaje a todos los pueblos sólo es posible allí donde los pobres aparecen como privilegiados (cf. Mt 10,42; 18,6.10.14) y como destinatarios del Evangelio, que es buena nueva de salvación y plenitud para ellos (cf. Mt 11,5). En base a esto, la humanidad se divide en dos grupos que son: por un lado los pobres (hambrientos, sedientos) y por otro lado aquellos que sirven a los pobres, conforme a la palabra clave de Mt 25,44: «¿Cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, extranjero, enfermo o encarcelado y no te servimos (kai lio cliékonésamen soi)?». Servir al Mesías de Dios en los pobres: ésa es la verdad del Evangelio, ésta es la verdad de toda la Biblia.
Cf. I. Ellacuría y J. Sobrino, Mysterium liberationis. Conceptos fundamentales de la teología de la liberación, Trotta, Madrid 1990; X. Pikaza, Hermanos de Jesils y servidores de los más pequeños. Mt 25,31-45, Sígueme, Salamanca 1984.
PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007
Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra
Personas que tienen poco dinero o pocos bienes de cualquier clase. El adjetivo †œpobre† a veces se aplica a algo humilde o a la persona o cosa que tiene carencia o escasez de algo, sea material o espiritual, y con frecuencia expresa compasión por el que se halla en tal situación.
El problema de la pobreza ha existido desde la antigüedad. A través de los siglos, la proporción de personas necesitadas por lo general ha sido mayor que la de personas solventes. Después de aceptar un acto de generosidad, Jesús reconoció la dura realidad de que la pobreza seguía existiendo entre los humanos imperfectos, cuando dijo a sus discípulos: †œPorque siempre tienen a los pobres con ustedes, y cuando quieran pueden hacerles bien, pero a mí no siempre me tienen†. (Mr 14:7.) La Biblia presenta un punto de vista equilibrado sobre ese problema: expresa compasión por los que sufren en condiciones opresivas, al mismo tiempo que reprende a los que en realidad †˜comen su propia carne†™ debido a su indolencia. (Ec 4:1, 5; Pr 6:6-11.) Concede mayor importancia a la prosperidad espiritual que a la material (1Ti 6:17-19); por eso el apóstol escribió: †œPorque nada hemos traído al mundo, y tampoco podemos llevarnos cosa alguna. Teniendo, pues, sustento y con qué cubrirnos, estaremos contentos con estas cosas†. (1Ti 6:7, 8.) No obstante, las Escrituras no dicen que la pobreza material sea una virtud en sí misma, y previenen de la tentación de robar a la que podría conducir un grado extremo de pobreza. (Pr 6:30, 31; 30:8, 9; contrástese con Ef 4:28.)
Los pobres en Israel. Jehová no quería que ningún israelita se sumiera en la pobreza. El dio a la nación una herencia de tierra. (Nú 34:2-12.) A excepción de los levitas, que recibían un diezmo del producto de la tierra por su servicio en el santuario, todas las familias israelitas tenían una parte en esa herencia, de modo que disponían de un medio de mantenerse a sí mismas. (Nú 18:20, 21.) La posesión de la tierra era segura y las leyes de la herencia garantizaban que la tierra seguiría como propiedad de la familia a la que pertenecía. (Nú 27:7-11; 36:6-9; Dt 21:15-17; véase HERENCIA.) No podía venderse a perpetuidad (Le 25:23), de ahí que en el año de Jubileo todas las tierras hereditarias que se habían vendido se devolvían a sus legítimos propietarios. (Le 25:13.) Así pues, hasta en el caso de que un hombre hubiera derrochado sus bienes, sus descendientes no perderían su herencia de manera definitiva.
La adherencia fiel a la ley de Dios habría evitado de modo considerable la pobreza entre los israelitas. (Dt 15:4, 5.) Sin embargo, en caso de desobedecer, no recibirían la bendición de Jehová, y eso los llevaría a caer en la pobreza debido a calamidades, como invasiones de ejércitos armados o extrema sequía. (Dt 28:22-25; compárese con Jue 6:1-6; 1Re 17:1; 18:17, 18; Snt 5:17, 18.) Debido a ser perezosos (Pr 6:10, 11; 10:4; 19:15; 20:13; 24:30-34), borrachos, glotones (Pr 23:21) o ir tras los placeres (Pr 21:17), algunas personas se conducirían a sí mismas y a sus familias a la pobreza. Además, también podrían surgir circunstancias imprevistas que sumieran a alguien en la pobreza. La muerte podía hacer que algunas personas quedaran huérfanas o viudas. Los accidentes y la enfermedad podrían impedir que alguien efectuase el trabajo necesario, temporal o permanentemente. Por esas razones, Jehová pudo decir a Israel: †œPorque nunca dejará de haber alguien pobre en medio de la tierra†. (Dt 15:11.)
No obstante, la Ley ayudaba de manera notable a los pobres a enfrentarse con su situación. Durante la cosecha, tenían el derecho de espigar en los campos ya segados y de rebuscar en los huertos y en las viñas, de modo que no tuvieran que mendigar pan o recurrir al robo. (Le 19:9, 10; 23:22; Dt 24:19-21.) Un israelita necesitado podía pedir dinero prestado sin tener que pagar interés, y debía tratársele con generosidad. (Ex 22:25; Le 25:35-37; Dt 15:7-10; véase DEUDA, DEUDOR.) Un israelita podía vender su tierra o venderse a sí mismo como esclavo por un tiempo, para incrementar sus recursos económicos. (Le 25:25-28, 39-54.) Con el fin de no poner una carga sobre los pobres, la Ley les permitía presentar una ofrenda de menos valor en el santuario. (Le 12:8; 14:21, 22; 27:8.)
La ley de Dios exigía igual justicia para los ricos que para los pobres, y por lo tanto, no favorecía a ninguno de los dos debido a su posición. (Ex 23:3, 6; Le 19:15.) Pero como la nación de Israel se volvió infiel, los pobres fueron muy oprimidos. (Isa 10:1, 2; Jer 2:34.)
En el siglo I E.C. Parece ser que entre los judíos del siglo I E.C. imperaba una considerable pobreza. La dominación extranjera desde el tiempo del exilio en Babilonia impidió la plena aplicación de la ley mosaica, que protegía las posesiones hereditarias. (Compárese con Ne 9:36, 37.) Los líderes religiosos, en especial los fariseos, estaban más preocupados por la tradición que por inculcar el verdadero amor al prójimo y la debida consideración a los padres necesitados y de edad avanzada. (Mt 15:5, 6; 23:23; compárese con Lu 10:29-32.) Los fariseos amaban el dinero y tenían poco interés en los pobres. (Lu 16:14.)
Sin embargo, Cristo Jesús †˜se compadeció de las muchedumbres, porque estaban desolladas y desparramadas como ovejas sin pastor†™. (Mt 9:36.) Declaró las buenas nuevas a los pobres y los oprimidos, lo que supuso un contraste tan marcado con la actitud de los líderes religiosos del judaísmo, que constituyó una de las pruebas de que efectivamente era el Mesías. (Mt 11:5; Lu 4:18; 7:22.) La obra de Jesús abrió el glorioso privilegio de heredar el Reino celestial a los que respondieron favorablemente. (Mt 5:3; Lu 6:20.)
Como los judíos estaban en una relación de pacto con Dios, tenían la obligación de ayudar a sus compañeros israelitas necesitados. (Pr 14:21; 28:27; Isa 58:6, 7; Eze 18:7-9.) Dándose cuenta de este hecho, después de aceptar a Jesús como el Mesías, Zaqueo exclamó: †œÂ¡Mira! La mitad de mis bienes, Señor, la doy a los pobres†. (Lu 19:8.) Por la misma razón, Cristo Jesús pudo decir: †œCuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás feliz, porque ellos no tienen con qué pagártelo†. (Lu 14:13, 14.) En otra ocasión, Jesús animó a un joven gobernante rico a hacer lo siguiente: †œVende todas las cosas que tienes y distribuye entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sé mi seguidor†. (Lu 18:22.) El hecho de que este hombre no quisiera deshacerse de sus posesiones para ayudar a otros mostraba que no tenía verdadero interés en los oprimidos, y, por consiguiente, no reunía las cualidades necesarias para ser discípulo de Jesús. (Lu 18:23.)
El que Jesús promoviese la ayuda a los pobres concordaba con lo que él mismo había hecho. En los cielos, como Hijo de Dios, lo había tenido todo, pero †œaunque era rico, se hizo pobre†. Debido a que vivió en la Tierra como hombre pobre, pudo redimir a la raza humana, haciendo disponible la mayor de las riquezas: la posibilidad de que sus seguidores llegaran a ser hijos de Dios. (2Co 8:9.) Además, también se les hicieron disponibles otras grandes riquezas espirituales. (Compárese con 2Co 6:10; Rev 2:9; 3:17, 18.)
Cuando Jesús estuvo en la Tierra, se interesó personalmente en los que eran pobres en sentido económico. El y sus apóstoles tenían un fondo común del que daban a los israelitas necesitados. (Mt 26:9-11; Mr 14:5-7; Jn 12:5-8; 13:29.) Los cristianos siguieron manifestando ese mismo interés amoroso por los pobres años después, pues daban ayuda material a sus hermanos pobres. (Ro 15:26; Gál 2:10.) Pero algunos lo olvidaron; por esa razón, al discípulo Santiago se le hizo necesario reprenderlos por mostrar favoritismo a los ricos y despreciar a los pobres. (Snt 2:2-9.)
Por supuesto, solo recibían ayuda material los que la merecían. Nunca se fomentaba la pereza, como indicó el apóstol Pablo al escribir a los Tesalonicenses: †œSi alguien no quiere trabajar, que tampoco coma†. (2Te 3:10; véanse DíDIVAS DE MISERICORDIA; MENDIGO, MENDICIDAD.)
Fuente: Diccionario de la Biblia
Los pobres, a menudo olvidados en nuestras literaturas clásicas, ocupan en la Biblia un puesto considerable. El vocabulario concreto del hebreo permite ya evocar su lastimoso cortejo: al lado de ras, «el indigente», tenemos dal, el «flaco» o el «raquítico», ebyón, el «mendigo» insaciado, ‘ani y ‘anav (en plural ‘anavim), el hombre «abajado» y afligido. Pero la «pobreza» de que habla la Biblia no es solamente una condición económica y social, sino que puede también ser una disposición interior, una actitud del alma; el AT nos revela así las riquezas espirituales de la pobreza, y el NT reconoce en los verdaderos pobres a los herederos privilegiados del reino de Dios.
AT. I. EL ESCíNDALO DE LA POBREZA. Israel, lejos de considerar espontáneamente la pobreza como un ideal espiritual, veía más bien en ella un mal menor que había que so-portar, y hasta un estado despreciable, en la medida en que tina concepción durante largo tiempo imperfecta de la *retribución divina miraba las *riquezas materiales como recompensa cierta de la fidelidad a Dios (cf. Sal 1,3; 112,1.3).
Existen, sin embargo – los sabios lo saben -, pobres virtuosos (Prov 19,1.22; 28,6; Ecl 4,13), pero la experiencia enseña que la miseria es a menudo consecuencia de la pereza (Prov 6,6-11; 10,4s) o del desorden (13,18; 21,17), o también que la misma se convierte en ocasión de peca-do. El ideal parece ser un justo me-dio, «ni pobreza ni riqueza» (Prev 30,8s; cf. Tob 5,18ss).
II. LAS CONSIDERACIONES DEBIDAS A LOS POBRES. Otro hecho se impone también con no menos evidencia: muchos pobres son sobre todo víctimas de la suerte o de la injusticia de los hombres, como el proletario rural cuya terrible aflicción describe Job 24,2-12. Estos desheredados hallaron en los profetas a sus defensores natos. Después de Amós, que «ruge» contra los crímenes de Israel (Am 2,6ss; 4,1; 5,11), los portavoces de Yahveh denuncian sin tregua «la violencia y el bandidaje» (Ez 22, 29) que inficionan el país: fraudes desvergonzados en el comercio (Am 8,5s; Os 12,8), acaparamiento de las tierras (Miq 2,2; Is 5,8), esclaviza-miento de los pequeños (Jer 34,8-22; cf. Neh 5,1-13), abuso del poder y perversión de la justicia misma (Am 5,7; Is 10,1s; Jer 22,13-17). Una de las misiones del Mesías será la de defender los derechos de los míseros y de los pobres (Is 11,4; Sal 72,2ss.12ss).
Por lo demás, en este punto coincidían los profetas con la ley (cf. Ex 20.15ss; 22,21-26; 23,6); en particular el Deuteronomio prescribe todo un conjunto de actitudes caritativas y de medidas sociales para atenuar el sufrimiento de los indigentes (Dt 15,1-15; 24,10-15; 26,12). Tampoco los sabios dejan de recordar los sagrados derechos del pobre (Prov 14,21; 17,5; 19,17), cuyo defensor poderoso es el Señor (Prov 22,22s; 23, 10s). Y es sabido que la *limosna es un elemento esencial de la verdadera piedad bíblica (Tob 4,7-11; Eclo 3,30-4, 6).
III. LA ORACIí“N Y EL ALMA DE LOS «POBRES DE YAHVEH». «El grito de los pobres» que se eleva hasta los oídos de Dios (cf. Job 34,28) resuena con frecuencia en los salmos. Es cierto que en ellos no oímos sólo los lamentos de los indigentes, sino también la oración de los perseguidos, de los desgraciados, de los afligidos; todos éstos no dejan de formar partes de la familia de los pobres, cuya alma común nos revelan los salmos (Sal 9-10; 22; 25; 69). Se da el caso de que expresen violentamente sus aspiraciones, sus ansias de un mañana mejor, en el que se inviertan las situaciones (54,7ss; 69,23-30), pe-ro esperan su salvación de Yahveh, del que se reconocen solidarios, como el «pobre» Jeremías, que le con-fiaba su causa (Jer 20,12s). Sus *enemigos son los de Dios, los *soberbios (cf. Sal 18,28) y los *impíos (9,14-19). Y su aflicción es un título a su amor (cf. 10,14).
El pobre de los salmos aparece así como el amigo y el *servidor de Yahveh (cf. 86,Is), en quien se refugia con *confianza, al que *teme y *busca (cf. 34,5-11). Los traductores griegos del salterio comprendieronbien que no se trata aquí de la sola miseria material: para traducir ‘anav no pensaron en utilizar ptókhos, ((indigente», o penes, pobre «menesteroso», sino que prefirieron praus, que evoca la idea de un hombre «manso», «sosegado» aun en la prueba. Con toda razón podemos nosotros también con frecuencia traducir ‘atavint por «humildes» (Sal 10,17; 18, 28; 37,11; cf. Is 26,5s). En efecto, su disposieión fundamental es la *humildad, esa anavah que ciertos textos del AT relacionan con la justicia (Sof 2,3), con el «temor de Dios» (Prov 15,33; 22,4) y con la fe o la fidelidad (Eclo 45,4 heb.; cf. 1, 27; Núm 12,3).
Los que sufren y oran con tales sentimientos merecen, sí, el nombre de «pobres de Yahveh» (cf. Sal 74, 19; 149,4s): son objeto de su amor benévolo (cf. Is 49,13; 66,2) y constituyen las primicias del «pueblo humilde y modesto» (Sof 3,12s), de «la Iglesia de los pobres» que reunirá el Mesías.
NT. I. EL MESíAS DE LOS POBRES. Al comenzar Jesús su sermón inaugural con la *bienaventuranza de los pobres (Mt 5,3; Le 6,20), quiere hacer que se reconozca en ellos a los privilegiados del reino que anuncia (cf. Sant 2,5). Como lo cantaba María, la humilde sierva del Señor (Lc 1,46-55), ha llegado ya la hora en que se van a realizar las promesas de otros tiempos: «los pobres comerán y quedarán saciados» (Sal 22,27), son convidados a la mesa de Dios (cf. Lc 14,21). Jesús aparece así como el Mesías de los pobres, consagrados por la unción para ]levarte la buena nueva (Is 61,1 Lc 4,18; cf. Mt 11,5).
Por lo demás, el mismo Mesías de los pobres es también un pobre. Belén (Le 2,7), Nazaret (Mt 13,55), la vida pública (8,20), la cruz (27,35) son otras tantas formas diversas de la pobreza, abrazadas y consagradas por Jesús hasta el desamparo total. Y a todos los que penan puede invitarlos a acudir a él, pues es «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29: praus y tapeinos, cf. ‘anav y ‘ani en los salmos). Incluso en su triunfo del domingo de Ramos es el rey «modesto» anunciado por Zac 9,9 (= Mt 21,5). Y sobre todo en su pasión asume el sufrimiento y repite la oración de todos los pobres de Yahveh (Sal 22; cf. Mt 27,35.43.46).
II. LA POBREZA ESPIRITUAL. Si ya bajo el AT una minoría religiosa selecta consideraba la pobreza como una actitud espiritual, es normal que se diga lo mismo de los discípulos de Jesús, y tal es sin duda el aspecto subrayado por san Mateo: «Bienaventurados los pobres de espíritu» (5,3), es decir, «los que tienen un alma de pobre». Jesús pide a los suyos el desasimiento interior respecto a los bienes temporales (ya los posean o ya estén desprovistos de ellos) a fin de ser capaces de desear y de recibir las verdaderas riquezas (cf. Mt 6,24.33; 13,22; Ap 2,9; 3,17). Por lo demás, las posesiones materiales no son sino uno de los objetos de la renuncia total que hay que aceptar, por lo menos interiormente, para ser discípulo de Jesús (cf. Mt 10,37ss). Pero para esbozar la fisonomía completa de los «pobres de espíritu», herederos de los ‘anavim, hay que notar también la conciencia que tienen de su miseria personal en el plano religioso, de su necesidad del auxilio divino. Lejos de manifestar la suficiencia ilusoria del *fariseo confiado en su propia *justicia, comparten la *humildad del publicano de la parábola (Lc 18,9-14). Por el sentimiento de su indigencia y de su debilidad se asemejan así a los *niños y, como a éstos, les pertenece el reino de Dios (cf. Lc 18,15ss; Mt 19, 13-24).
III. LA POBREZA EFECTIVA. El acento que pone el Evangelio en el aspecto espiritual de la pobreza no debe hacer olvidar el valor religioso de la pobreza efectiva, en la medida en que ésta es signo y medio de des-asimiento interior. Esta pobreza material es buena cuando ‘es inspirada por la confianza filial en Dios, por el deseo de seguir a Jesús, por la generosidad para con nuestros hermanos; puede servir para acoger con más libertad el don de Dios y consagrarse más completamente al servicio de su reino: otros tantos motivos que sobre todo san Lucas, entre los escritores del NT, se complace en recordar (p.c. Lc 12,32ss).
1. La pobreza voluntaria. Si Jesús pone en guardia a todos sus discípulos contra el peligro de las *riquezas (Mt 6,19ss; Lc 8,14), a los que quieren seguirle más de cerca, y en primer lugar a sus apóstoles, les pide que abracen la pobreza efectiva (Le 12,33; Mt 19,21.27 p), y así los misioneros de «la casa de Israel» no deben llevar consigo «oro, plata ni cobre» (Mt 10,9; cf. Act 3,6). Es cierto que la aplicación literal de semejante consigna no será siempre posible, y así san Pablo tendrá un presupuesto misionero y caritativo (cf. 2Cor 8,20; 11,8s; Act 21,24; 28,30); con todo, el Apóstol sigue anunciando gratuitamente el Evangelio (lCor 9,18; cf. Mt 10,8), y sabe vivir en la carencia de todo (Flp 4,lls). La comunidad de los primeros cristianos agrupados en Jerusalén en torno a los apóstoles se esforzaba también por imitar su pobreza, y la Iglesia conservó siempre la nostalgia y la práctica de esta vita apostolica, en la que «ninguno tenía por propia cosa alguna» (Act 4,32; cf. 2,44s).
2. «La eminente dignidad de los pobres». Al igual que los pobres «voluntarios», aquellos cuya pobreza efectiva es debida a las circunstancias o a la persecución son también bienaventurados en el reino de Dios, si por lo menos son generosos en su indigencia (cf. Mc 12,41-44) y si aceptan de buena gana su suerte «con miras a una riqueza mejor y estable» (Heb 10,34).
Lucas puso en claro las maravillosas compensaciones que Dios les reserva en la vida futura (Lc 6,20s); como el pobre Lázaro hallarán cerca de Dios una eterna consolación (16,19-25).
Pero no por eso deja de ser la miseria una condición inhumana, y así el Evangelio tiene las mismas exigencias de justicia social que los profetas (cf. Mt 23,23; Sant 5,4). Los ricos tienen acá en la tierra imperiosos deberes para con los pobres y serán asociados a su felicidad eterna si saben acogerlos a ejemplo de Dios (Le 14,13.21) y hacerse de ellos amigos con el «dinero de mala ley» (16,9). Más aún, ahora ya el servicio de los pobres es expresión de nuestro amor a Jesús: en ellos le socorremos verdaderamente a él mientras se aguarda su retorno glorioso (Mt 25,34-46; 26,11). «Si alguien.. ve a su hermano en necesidad y le cierra las entrañas ¿cómo morará en él el amor de Dios?» (1Jn 3,17).
Desde los profetas hasta Jesús se interesó la Biblia por el sufrimiento de los pobres, y sobre todo nos re-veló su sentido. Hay una pobreza espiritual y bienaventurada, que está abierta al don de Dios en la fe confiada y en la *humildad paciente. La pobreza real es ciertamente un camino privilegiado para esta pobreza de alma. Pero su principio y su fin es la comunión en el misterio de la «liberalidad de nuestro Señor Jesucristo»: «siendo rico, se hizo pobre por vosotros a fin de enriqueceros con su pobreza» (2Cor 8,9).
-> Limosna – Niño – Humildad – Misericordia – Piedad – Riquezas.
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas