PNEUMA

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Literalmente significa espí­ritu, aire, soplo, aliento. Pero ya en el Antiguo Testamento se empleó para definir el Espí­ritu de Dios, con la forma equivalente hebrea «ruhah», que los LXX tradujeron por «pneuma».

El concepto de «inspiración», que se le atribuye, parece también tener un origen griego, en cuanto la pitonisa de Delos, mensajera de Apolo, recibí­a la inspiración por la emanación o espí­ritu que salí­a de una grieta terrestre que la hací­a entrar en trance y emitir sonidos que se interpretaban como oráculos de la divinidad, y que los intérpretes o los sacerdotes convertí­an en hábiles mensajes para su propio beneficio.

En el Nuevo Testamento es asombrosa la abundancia de veces que se usa este término. Son casi 500 los textos en que aparece en los libros que forman la Biblia.

– La mayor parte de las veces se alude con este término al concepto helení­stico de espí­ritu, de alma, de impulso, de misteriosa influencia de lo divino en lo humano y en lo terreno.

– En 90 textos se hace referencia a Espí­ritu Santo (Pneuma agion). Pero son otras 110 veces las que se emplea el termino solo (Pneuma), en alusión al Espí­ritu divino en forma personal y activa, clara y explí­cita.

– Y también hay multitud de otras referencias con el mismo término, detrás de cuya interpretación están ideas de vida, fuerza, energí­a, inspiración, idea, inteligencia, estilo, habilidad. En este sentido se traduce la idea de espí­ritu como forma interior que provoca la acción exterior.

Es fácil entender pues, que es término polivalente y prolí­fico en referencias espirituales, no solamente divina, sino también humana. Ello demuestra el valor que el misterio suprasesonrial circula en las páginas de la Escritura, más allá del concepto griego de «psije», que hace referencia más concreta a mente, inteligencia, razón o pensamiento.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> espí­ritu, ruah, carismas). Palabra griega que significa lo mismo que espí­ritu* y ruah. La introducimos para evocar la relación entre el espí­ritu griego y el bí­blico. El pneuma forma el elemento más alto de la antropologí­a bí­blica, condensada en 1 Tes 5,23, donde el hombre aparece como trí­ada de cuerpo, alma y espí­ritu (soma, psyché, pneuma), en lugar de mostrarse como dualidad de alma y cuerpo (que es más propia de la filosofí­a griega). Significativamente, los griegos no han desarrollado su visión del ser humano a partir del pneuma, sino a partir de la nous o pensamiento, de manera que para ellos el hombre es alma (= pensamiento) y cuerpo (materia). A su juicio, lo más al to del hombre no es la respiración o aliento, que le vincula con Dios, sino el razonamiento. La Biblia, en cambio, concibe al hombre como ser de pneuma (ruah). Por el pneuma, el hombre se vincula con la vida más profunda del mundo que «respira», pues el aliento divino lo llena todo y nos llena también a los hombres: divino es el aire que inspiramos y espiramos, el aire en que existimos. Desde ahí­ podemos afirmar que el pneuma es el aliento de Dios, aliento que Dios ha insuflado en nuestra vida al crearnos como humanos desde el barro de la tierra (cf. Gn 2,7). Pero ese Espí­ritu de Dios en nuestra vida no es puro aliento irracional o suprarracional, sino que se vuelve palabra, como sabe Gn 1, cuando dice que el Aliento de Dios se cerní­a sobre las aguas, para añadir después que Dios dijo, fue diciendo, convirtiendo así­ su mismo aliento en palabra (cf. Gn 1,23). Esta imagen del aliento hecho palabra está en el fondo de toda la Biblia y nos permite distinguir su mensaje de la filosofí­a griega, que es la otra gran creación del pensamiento de Occidente.

(1) Nolis divina. Ciertamente, los griegos han conocido y, en algún sentido, han destacado la fuerza del alientopneuma, pero en su visión filosófica más honda han partido de otros presupuestos, básicamente de la luz (no del barro de la tierra), de la razón (no de la respiración) y de la mente (no de la emoción). De esa forma han puesto de relieve el valor de las ideas eternas, inmateriales, siempre idénticas a sí­ mismas. El hombre griego y después el occidental es un contemplativo y un creador. Es contemplativo porque sabe mirar la realidad. Es creador porque a través de la razón penetra en el sentido de las cosas para de esa forma utilizarlas. Lógicamente, según Platón, la nota suprema del ser humano es el pensamiento puro o nolis, que le permite subir al plano superior de las ideas, integrándose en la misma realidad divina. Sin duda, hay elementos suprarracionales en la vida humana, hay rasgos de pasión y misterio que no pueden resolverse por la mente. Pero en principio, su centro y clave es la razón. El mismo Aristóteles piensa que la nolis original del hombre (lo que se llamará el entendimiento agente) es independiente del cuerpo, como una esencia inmaterial, divina, que llena al ser hu mano desde arriba, algo que no nace ni muere, no cambia ni decrece. En esa lí­nea, algunos aristotélicos posteriores han podido interpretar la nolis como principio divino que unifica a todos los humanos, entendimiento universal que planea por encima de la humanidad concreta y de la historia. Por su misma naturaleza, el hombre queda así­ integrado en lo eterno; por su misma nous, forma parte del ser divino y supera así­ la muerte.

(2) El pneuma extático. Como hemos dicho, el hombre se introduce por su nous en el mundo superior de las ideas divinas, que siempre permanecen. Sin embargo, los griegos no han podido silenciar del todo al pneuma y así­ lo han interpretado como soplo inspirador: un aliento más alto, una fuerza que anima a los elegidos, poetas, sacerdotes y adivinos. El pneuma está en la lí­nea de la emoción y del sobrecogimiento; es como respiración divina que llena al humano desde arriba, desde el fondo divino de sí­ mismo, poniéndole en contacto con algo sobrehumano; es la energí­a divina que llena a los elegidos: es inspiración entusiasta que arrebata al poeta más allá de su simple contingencia, es poder que transforma al adivino y le hace descubrir los misterios ocultos. Por eso, saca al hombre de sí­ mismo, le llena internamente y le conduce al éxtasis donde puede escuchar palabras que no entiende, pero que tienen un sentido sagrado. En el plano racional (de nous) la mente sigue siendo dueña de sí­ misma; se eleva de algún modo a lo divino, pero lo hace por caminos y formas que ella puede controlar. Por el contrario, en el nivel del éxtasis pneumático, la mente queda en manos del espí­ritu que actúa a través de ella. Así­ lo vio el mismo Platón, buen racionalista, cuando se siente obligado a confesar que, en ciertos casos de entusiasmo sagrado, el hombre queda transformado por lo divino: pierde su conciencia y ya no actúa como independiente; es el Espí­ritu quien habla y actúa por su medio. Siguiendo en esta lí­nea, los griegos han vinculado al pneuma con lo anormal, con lo que forma parte de los fenómenos que no pueden racionalizarse: existen pero han de ser tomados como marginales. El conjunto de los hombres, en plano de conciencia y conocimiento de la esencia, han de seguir el camino de la nous normativa que implica claridad, discernimiento inte lectual y visión del alma como pensamiento. Por eso, el mismo Platón que expulsó a los poetas de la República, ha debido separar al pneuma del campo de la verdad donde se extiende la filosofí­a: a su juicio, el verdadero pensamiento culmina y se expresa en el plano del conocimiento intelectual.

(3) Experiencia bí­blica. El hombre bí­blico no ha separado de esa forma el Pneuma y la Mente, ni ha desligado el alma del cuerpo, sino que ha concebido al hombre como un ser que vive en varias dimensiones: dimensión de cuerpo, dimensión de mente, dimensión de Espí­ritu. Ciertamente, Pablo ha sabido descubrir el riesgo de un espí­ritu separado de la mente y, sobre todo, del amor (de la vida de la comunidad), y así­ lo ha mostrado en su diálogo con la comunidad de Corinto, influenciada por el entusiasmo griego (cf. 1 Cor 12-14). Por eso ha rechazado, o ha puesto en un segundo plano, un tipo de pneuma entendido como potencia irracional o suprarracional, vinculada a los fenómenos extraordinarios, vinculando el verdadero pneuma de Dios con el amor (1 Cor 13) y con la experiencia de Jesús resucitado (cf. 2 Cor 3,17-18).

Cf. J. D. G. DUNN, Jesús y el Espí­ritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1975; J. FERNíNDEZ LAGO, El Espí­ritu Santo en el mundo y en la Biblia, Inst. Teo. Compostelano, Santiago 1998; Y. M. CONGAR, El Espí­ritu Santo, Herder, Barcelona 1983; D. LYS, Rí­iacli: le Souffle dans l’Ancien Testament, PUF, Parí­s 1962.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra