PLEGARIA EUCARISTICA

SUMARIO: Premisa: Un problema actual – I. Desde el desarrollo histórico: 1. Relaciones con la tradición judí­a; 2. Las diversas tradiciones litúrgicas – II. La reforma del Vat. II: 1. Los criterios de trabajo; 2. Los tres nuevos textos; 3. Los desarrollos posteriores – III. Orientaciones teológico-pastorales: 1. El fenómeno de las plegarias eucarí­sticas «libres»: significado y perspectivas; 2. La aportación de carácter teológico; 3. Para una celebración auténtica.

Premisa: Un problema actual
Quien sigue la literatura litúrgica de estos años nota que al tema de la plegaria eucarí­stica se le dedica un espacio mucho mayor que a otros capí­tulos de la liturgia. Las razones de este hecho no parece que se deban buscar sólo en la importancia del tema (es incontestable la centralidad de la eucaristí­a, y no hay por qué maravillarse de que, dentro de ella, adquiera un amplio espacio el estudio de la plegaria eucarí­stica). Nuestro tema ha conocido una gran variedad de investigaciones, porque se ha revelado como un punto de alguna forma nuclear en el estudio teológico y en la problemática pastoral en campo litúrgico. En particular: para un historiador, el análisis del género literario de los textos más antiguos de plegarias eucarí­sticas y de sus contenidos obliga a valorar desde cerca la importancia de las relaciones de la liturgia cristiana con el judaí­smo y la peculiaridad de las diversas tradiciones litúrgicas de Oriente y Occidente. Un teólogo, por su parte, encuentra ahí­ mismo referencias de primera importancia en orden a la reconstrucción del significado que la iglesia ha atribuido y atribuye a la celebración eucarí­stica, momento central y normativo de su camino a lo largo de la historia. Quien, en cambio, esté atento, en particular, a interpretar el momento de la reforma litúrgica del Vat. II, encontrará atribuidos a la plegaria eucarí­stica un singular interés y una gran atención, hasta el punto de configurar de hecho el capí­tulo de la plegaria eucarí­stica como un ámbito de reforma que ha conocido desarrollos y etapas del todo originales. También aquellos que en el análisis de la liturgia del posconcilio hubieren privilegiado los aspectos propiamente pastorales, no tendrán dificultad en reconocer que algunos fenómenos de carácter general -piénsese, por ejemplo, en el problema del lenguaje, de la creatividad, de la celebración- han tenido una manifestación particularmente espectacular precisamente a propósito de la plegaria eucarí­stica. También por razón de estas constataciones nuestro estudio tratará de explorar -siquiera en una sí­ntesis panorámica y con un intento prevalentemente introductorio- todos los sectores de investigación y de debate en los que el tema de la plegaria eucarí­stica ha resultado notablemente enriquecido.

I. Desde el desarrollo histórico
Al intentar reconstruir las lí­neas esenciales de una apreciable serie de recientes estudios de carácter histórico sobre la plegaria eucarí­stica, resulta indispensable recoger los aspectos sobresalientes en torno a dos grandes momentos: el más antiguo, caracterizado sobre todo por las relaciones con la tradición judí­a; el sucesivo, en el que predomina el fenómeno del desarrollo de los textos de las plegarias eucarí­sticas y de su articulación dentro de áreas eclesiales diferenciadas. De uno y otro momento recibimos no sólo una riquí­sima antologí­a de plegarias eucarí­sticas, sino también la posibilidad de captar en vivo el plantearse de un problema general de sentido/ significado de la plegaria eucarí­stica.

1. RELACIONES CON LA TRADICIí“N JUDíA. Es común entre los estudiosos la convicción de que, en el origen de una comprensión totalmente renovada del tema de la plegaria eucarí­stica, está la tesis que identifica en la tradición judí­a el contexto en el que situar la búsqueda de la génesis de la anáfora cristiana. Si en un primer momento la indagación tiende a precisar esta relación prevalentemente en términos de dependencia literaria de la plegaria eucarí­stica respecto de la Oración de bendición que caracteriza de un modo totalmente singular la entera tradición hebrea’, las aportaciones sucesivas nos dirigen a un lugar muy diverso: el acento se pone sobre todo en la continuidad de Inspiración y de temas de las dos tradiciones, continuidad que se hace posible en particular por la constante referencia de ambas a la palabra; además, el remitir a la liturgia judí­a no se queda en algo genérico, sino que se precisa hasta el punto de individuar más en concreto cuales de las plegarias hebreas se configuran como probable fuente de la plegaria eucarí­stica.

No pudiéndonos parar en el análisis de los textos en cuestión, nos limitaremos a resumir cómo se precisa el nexo de la plegaria eucarí­stica con la tradición judí­a. La insistencia en la continuidad de inspiración religiosa entre las dos tradiciones conduce a poner en primer plano la naturaleza eucarí­stica de la anáfora cristiana. La plegaria eucarí­stica se configura primariamente como expresión particularmente autorizada de ese singular coloquio que nace entre el pueblo salvado y el Dios de la alianza: como oración de alabanza y de acción de gracias enraizada en la historia del amor de Dios que se nos ha revelado en la palabra. También dentro de la comunidad cristiana -en particular en ese momento del todo singular de la fractio panisperdura la voz que «hace memoria» a Dios de su amor para que continúe «acordándose» de su pueblo. Dentro de esta perspectiva, que aparece totalmente dominada por la referencia a la alianza, resulta natural que los contenidos de la oración se vayan recogiendo en torno a los grandes acontecimientos en los que progresivamente se ha realizado la manifestación de Dios a su pueblo: en particular, el trinomio, clásico para Israel, de creación-ley-elección es declinado por las comunidades cristianas en términos de Cristo-Espí­ritu-iglesia. En consecuencia, no sorprende que, también a nivel de estructura, la tradición cristiana relativa a la plegaria eucarí­stica mantenga la fundamental articulación del doble movimiento hecho de acción de gracias/intercesión fraterna: el primer elemento evidencia la fundamental inspiración eucarí­stica y la connotación doxológica de la oración cristiana; el otro evidencia la tensión de comunión que la recorre por dentro, en espera de que el reino se manifieste en plenitud. Desde este punto de vista, el análisis de alguno de los textos de entre los más antiguos -la Didajé en particular’podrí­a resultar de gran interés «. [-> Eucaristí­a, 1, 4].

2. LAS DIVERSAS TRADICIONES LITÚRGICAS. Los textos de plegarias eucarí­sticas atestiguados por las diversas tradiciones litúrgicas de Oriente y Occidente constituyen un campo de investigación tan vasto, que nos vemos obligados a limitar los acentos a algunas lí­neas esenciales.

Por lo que se refiere a Oriente, el análisis de los textos sugiere a los estudiosos el agrupar los textos en torno a algunos ámbitos que resultan capaces de tipificar la riquí­sima producción al respecto: el tipo alejandrino, el antioqueno, el sirio-oriental; para Occidente se imponen las referencias a las cuatro grandes tradiciones: romana, ambrosiana, galicana e hispánica. Hay que notar que esta clasificación de carácter general no surge sólo de las consideraciones que ponen de relieve, dentro de las tradiciones de Oriente y de Occidente, una diversidad de estructura en el modo de componer entre sí­ los elementos de la anáfora; resultan todaví­a más decisivos los aspectos relevantes que connotan la especificidad de la inspiración temática propia de cada una de las tradiciones arriba indicadas. Bajo esta perspectiva debe decirse que la pluralidad de plegarias eucarí­sticas presentes en la tradición litúrgica revela las peculiaridades teológicas y espirituales de las «familias litúrgicas» a través de las cuales ella se ha ido expresando. Aunque no podemos aquí­ pretender ser completos, puede ser útil aludir a la riqueza y variedad de conclusiones a que conducirí­a un análisis comparado de plegarias eucarí­sticas de la misma época, pero provenientes de tradiciones litúrgicas diversas. Ayudados también por estudios especializados, examinamos aquí­ el canon romano, la anáfora de la iglesia de Jerusalén y la de san Basilio.

El canon romano, como es sabido, está ya atestiguado en sus partes más antiguas por san Ambrosio en el De sacramentis (ca. 380), y ha sufrido en los siglos sucesivos una serie de integraciones y de modificaciones que deformaron la estructura original. En su lenguaje solemne y hierático se ilumina una rica teologí­a del ofrecimiento, y la temática del sacrificio encuentra en algunas referencias bí­blicas acentos de un gran valor doctrinal; el esquema es articulado y complejo, muy diverso de las caracterí­sticas totalmente peculiares de la tradición oriental. En cuanto al texto de la iglesia de Jerusalén, aparecen inmediatamente el esquema trinitario, dentro del cual se desarrolla una rica reflexión teológica, y la constante referencia a la Escritura; el tema epiclético encuentra un notable desarrollo, hasta el punto de aparecer capaz de interpretar en profundidad el significado de conjunto del memorial eucarí­stico; la oración de acción de gracias parte desde el tema mismo de la creación. De la magní­fica anáfora de san Basilio impresiona sobre todo la armónica fusión de las dos partes en las cuales se articula netamente: en la primera confluyen simultáneamente, dentro de una continua referencia a la biblia, una profunda contemplación del misterio y de los datos de un debate sobre los temas trinitarios y pneumatológicos, alcanzadas ya precisiones conclusivas y clarificadoras; en la segunda, en cambio, la oración se abre a una súplica de intercesión, en la cual encuentran espacio simultáneamente todas las personas, grupos, experiencias que animan aquella concreta comunidad, y se da al misterio de la iglesia-comunión una consideración de gran amplitud.

Si nos hemos parado un poco, a modo de ejemplo, sobre estos aspectos, del todo insuficientes y esporádicos, es sobre todo porque creemos en el valor del método utilizado en este estudio monográfico y comparado; a parte de la ventaja de entrar a comprender la riqueza de muchas plegarias eucarí­sticas -las tres a las que hemos aludido constituyen sin duda ejemplos de entre los más significativos y merecedores de profundización-, una metodologí­a como ésta permitirí­a captar, más allá de las muchas diversidades entre las tradiciones particulares, la presencia de constantes estructurales y temáticas de la anáfora cristiana.

También por esta razón nos parece necesario concluir esta rápida sí­ntesis histórica con algunas consideraciones de orden general. Debe tenerse en cuenta ante todo que el progresivo proceso de separación y de superación de la matriz judí­a tiene lugar en virtud de una conciencia cada vez más lúcida de la novedad y de la definitividad de Cristo. Es su pascua, la alianza nueva ritualizada en la memoria litúrgica; en ella se hace a los creyentes el don del Espí­ritu de unidad y de reconciliación. Aparece, por tanto, evidente que antes todaví­a de los debates teológicos, particularmente vivos por la insidia constante de las numerosas corrientes heréticas, la tradición anafórica cristiana se construye y se desarrolla a partir de la exigencia de confesar la fe en aquello que Dios ha hecho por nosotros en Jesucristo. En esta perspectiva, no maravilla, de hecho, la presencia de un segundo dato complexivo proveniente de la tradición antigua: el de la pluralidad de los textos de plegarias eucarí­sticas. El Oriente, en particular, representa el testimonio al respecto más significativo, a causa de la riqueza y variedad de las tradiciones que lo constituyen. Las múltiples vicisitudes que Dios ha vivido con su pueblo en el intento de conducirlo a la acogida de la realidad profunda de la alianza culminada en Cristo, hacen ya plausible, o incluso necesaria, una variedad de expresiones que revelen más adecuadamente su riqueza; a ello hay que añadir la progresiva experiencia de la palabra, que es propia del camino histórico de las iglesias particulares, y la intermitente amenaza de herejí­as. El conjunto de estos elementos puede dar razón del hecho de que la oración, que está en el corazón de la celebración eucarí­stica, se vaya articulando en su formulación concreta también en referencia y como respuesta a esas realidades. Por su parte, la tradición litúrgica de Occidente -mucho menos rica y variada- presenta un dato singular: la tendencia a crear una relación más explí­cita entre el texto de la plegaria eucarí­stica y los diversos misterios de Cristo celebrados a lo largo del curso del año litúrgico. Serí­an sobre todo el cuerpo prefacial de la liturgia romana y ambrosiana y diversos elementos de la tradición hispánica y ambrosiana quienes lo documentan; en todo caso, un dato de este tipo simplemente confirma, con un acento propio, la caracterí­stica de fondo con que la antigüedad nos entrega el sentido de la anáfora: la de considerarla lugar autorizado de la confesión de fe del pueblo de Dios en la totalidad del misterio único e indiviso de Cristo.

II. La reforma del Vat. II
Si a lo largo de los trabajos del concilio no se registran hechos particularmente relevantes a propósito de la plegaria eucarí­stica (la orientación prevalente ha sido la de no considerar el canon entre «las partes de la misa» para las que se pueda prever el uso de la lengua vernácula: cf SC 54), los años inmediatamente siguientes ven abrirse un debate muy vivo y el comienzo de una serie de opciones de reforma de notable amplitud. Precisamente para poder captar todas las dimensiones del problema, nos mantenemos atentos al sucederse de las diversas etapas con las que la intervención de los organismos oficiales encargados de la reforma se ha ido poco a poco manifestando.

1. LOS CRITERIOS DE TRABAJO. Era inevitable que la progresiva actuación de la reforma de la misa -el uso cada vez más amplio de la lengua nacional, en particular- planteara también de modo explí­cito el problema pastoral del canon. Se reconocí­an ciertamente en el texto antiguo y solemne de la anáfora romana riquezas doctrinales y lí­neas de pensamiento de muy fecunda espiritualidad; por otra parte, se manifestaba de modo cada vez más evidente que el canon romano no tení­a las caracterí­sticas lineales y de claridad que facilitaran una participación activa y consciente por parte de la asamblea. Cuando el problema se planteó públicamente, prevaleció la opinión de quien desaconsejaba un retoque, bastante consistente, en un texto tan venerable, y sugerí­a más bien abrirse a la posibilidad de tener nuevas plegarias eucarí­sticas junto al canon romano.

Pero el análisis de las intervenciones oficiales que acompañaron a la publicación de tres nuevas plegarias eucarí­sticas en 1968 muestra que tal elección no está dictada primariamente por el intento de obviar los lí­mites del canon romano. La preocupación prioritaria era de signo positivo: optando por una pluralidad de plegarias eucarí­sticas, se da mejor razón de un dato significativo de la tradición antigua y se nos abre a la posibilidad de un comentario más rico y articulado del significado del memorial pascual. Una precisión ulterior la tenemos cuando las nuevas plegarias eucarí­sticas se publican como parte integrante del Missale Romanum. En la OGMR se precisa, de hecho, con autoridad, cuál debe ser la fisonomí­a fundamental de la plegaria eucarí­stica y con qué estructura se debe articular (cf nn. 54-55): la anáfora es esencialmente oración presidencial de acción de gracias y de santificación, a la que el pueblo entero se asocia para proclamar las obras de Dios y para ofrecer el sacrificio: los elementos principales que la constituyen son la acción de gracias introductoria; la aclamación del sanctus; la epí­clesis de consagración y de comunión; la narración de la institución; la anamnesis; el ofrecimiento; las intercesiones; la doxologí­a final.

De este modo se codifican los elementos más importantes que las tradiciones de Oriente y Occidente proponí­an. Por lo demás, la voluntad de abrirse a todo el dato de la tradición litúrgica queda manifiesta perfectamente -como se documentará en los estudios a que haremos alusión dentro de poco- en el hecho de que, como verdaderas fuentes de las tres nuevas plegarias eucarí­sticas, se asumen primariamente la tradición romana (plegaria 11), la gálica y la hispánica (plegaria 111), y la oriental (plegaria IV).

2. Los TRES NUEVOS TEXTOS. Debiéndonos limitar a aspectos de carácter sintético, preferimos caracterizar bajo la perspectiva temática la aportación realizada por los tres nuevos textos, que entraron en el uso litúrgico a partir de 1968.
El primero de ellos (plegaria II) asume como su fuente directa la anáfora de la Traditio apostolica de Hipólito. El texto antiguo ha sido modificado y repensado de tal modo que ahora la plegaria aparece como una creación nueva. Entre las integraciones, la más notable es la de la epí­clesis de consagración («… santifica estos dones con la efusión de tu Espí­ritu»). Es inmediatamente evidente la connotación cristológica de la plegaria: la celebración eucarí­stica no es memoria de uno de tantos acontecimientos de la historia de la salvación ni de uno de los múltiples misterios de Cristo, sino de la pascua, que es el centro recapitulador de tal historia/ acontecimiento. Encontramos en la plegaria un doble nivel de referencia a Cristo: el primero va en el sentido de que la entera historia salutis se compendia en él; el segundo ve en el acontecimiento pascual de Cristo la sí­ntesis de toda su vida (prefacio). Bajo esta perspectiva, resulta bien evidenciada la relación entre la pascua y el memorial, que el Maestro ha querido que fuera repetido en su memoria (consagración). El evento definitivo de la pascua constituye a la iglesia, pueblo que vive en el tiempo de la nueva alianza: la eucaristí­a, en cuanto actualiza la eficacia salví­fica del sacrificio con el que Cristo ha vuelto a adquirir para el Padre el «pueblo santo», edifica también hoy en el Espí­ritu a la iglesia (después de la consagración).

Resulta más difí­cil caracterizar el segundo texto (plegaria III), que deriva inmediatamente de la refundición del proyecto Vagaggini, pero que Jounel juzga, en su redacción final, como «enteramente nutrido de cultura bí­blica y patrí­stica, además de reminiscencias de diversas liturgias, pero al mismo tiempo abierto a las preocupaciones y al lenguaje de la iglesia de nuestro tiempo»». En la sucesión de los diversos elementos que lo componen podemos notar en particular: la estructura trinitaria del «Santo eres en verdad, Señor», que se abre al final a la consideración del tema de la iglesia; la oración de anamnesis (después de la consagración), que comenta con gran variedad de acentos el significado salví­fico de la pascua e introduce el tema del ofrecimiento del sacrificio «vivo y santo», realizado en «acción de gracias»; la intercesión («que esta ví­ctima de reconciliación…»), en la que se pasa sucesivamente de la oración por el mundo entero (Col 1:19-20) a la oración por la iglesia «todo el pueblo redimido por ti» (1Pe 2:9), por la asamblea reunida, por los hermanos difuntos, hasta abrirse a «todos tus hijos dispersos por el mundo» (Jua 11:52). En particular, merece ser puesta de manifiesto la acentuación del significado soteriológico del memorial del sacrificio de Cristo: la alusión inicial a la bondad de las cosas vivificadas en Cristo («das vida y santificas todo»), el hecho de que la extensión de la oración de anamnesis se prolongue hasta incluir la parusí­a («mientras esperamos su venida»), el relieve -inspirado en Pablo- de la «hostia nostrae reconciliationis» («esta ví­ctima de reconciliación»), el universalismo de las intercesiones, son todos ellos elementos que ponen de manifiesto cómo la eucaristí­a constituye el sacramento del único sacrificio que ha redimido el mundo y la historia de los hombres, reconciliándolos con Dios.

En la determinación de las fuentes utilizadas para la redacción del tercer texto (plegaria IV) son necesarias varias referencias. La primera pone de manifiesto la analogí­a con las anáforas orientales, a las que, por lo demás (piénsese, en particular, en la de san Basilio), el proyecto «C» de Vagaggini se referí­a explí­citamente; Jounel verí­a ahí­ también los signos de una notable presencia del pensamiento de O. Casel’9. En la sucesión de las diversas partes van emergiendo las particularidades más evidentes del texto: la amplia y sugestiva memoria de la historia de la salvación pensada sobre el fondo del esquema trinitario y cuyos inicios están ya en el acontecimiento de la creación (antes de la consagración); la epí­clesis de comunión («congregados en un solo cuerpo por el Espí­ritu Santo»), que se abre al tema del culto espiritual («seamos… ví­ctima viva»: Rom 12:1); la intercesión final («Padre de bondad…»), claramente inspirada en una perspectiva universalista y abierta a la espera del «reino… junto con toda la creación libre ya de pecado y de muerte, te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro» (Rom 8:21; 1Co 15:26-28; 1Pe 3:13). En una perspectiva sintética, hay que poner de relieve el hecho de que la eucaristí­a sea leí­da, en su significado más profundo, a la luz de la historia de las alianzas (antes de la consagración), es decir, en cuanto cumplimiento de aquel proyecto de Dios que desde el principio aparece manifiesto. A esta luz la eucaristí­a aparece en el centro de la «plenitud de los tiempos», memorial del evento culminante de la pascua, nuevo y definitivo pacto entre Dios y el hombre («… el gran misterio que nos dejó como alianza eterna»). Por la acción de la eucaristí­a-alianza se crea continuamente una comunidad -la iglesia- capaz de culto espiritual.

Las tres nuevas plegarias eucarí­sticas tienen como caracterí­sticas comunes: una estructura más unitaria, un lenguaje más claro, la doble epí­clesis o invocación del Espí­ritu Santo (antes y después de la consagración), la aclamación de los fieles después de la consagración, las intercesiones antes de la doxologí­a final, la disposición ordenada de los diversos elementos constitutivos, en armoní­a con el esquema propuesto por OGMR 55.

3. Los DESARROLLOS POSTERIORES. Con la publicación de las tres nuevas anáforas no se agota el camino de la reforma posconciliar a este respecto: a nivel de debate y de textos hay que registrar ulteriores pasos.

La autorizada carta circular Eucharistiae participationem, de 1973, tiene ciertamente una intención de carácter disciplinar: después del atento estudio del fenómeno de la proliferación de las plegarias eucarí­sticas [-> infra, II1, 1], la sede Apostólica considera oportuno reservarse el derecho de decidir en lo que se refiere a un capí­tulo tan importante de la praxis litúrgica. En realidad, el documento añade a esta precisión, expresada de un modo muy neto, la invitación a valorar los espacios ya consentidos para un trabajo creativo, y manifiesta la propia disponibilidad a tomar en consideración ocasionales peticiones formuladas por las conferencias episcopales «para la eventual composición e introducción en el uso litúrgico, en circunstancias particulares, de una nueva oración eucarí­stica…» (n. 6). No parecerí­a, por tanto, ausente del texto la preocupación de crear las condiciones para un ulterior paso de reforma, prevista ya como probable. Como confirmación de esto mismo está la intervención del 1 de noviembre de 1974, en la que la Congregación para el culto divino presenta los esquemas de plegarias eucarí­sticas en lengua latina para la composición de tres anáforas para ser usadas en las misas con niños, y de dos anáforas sobre el tema de la reconciliación para utilizarlas con ocasión del año santo de 1975 y en otras circunstancias (cf Not 11 [1975] 4-12) [-> Nuevas plegarias eucarí­sticas, II, 2,3].

De este desarrollo posterior, con el que se introducen de hecho en las iglesias particulares nuevas plegarias eucarí­sticas, nos parece importante señalar sobre todo su significado global. Se ponen de relieve dos criterios de fondo: la más estricta relación que debe existir entre el texto de la anáfora y la especificidad de una asamblea reunida para la eucaristí­a (éste es el caso de las plegarias eucarí­sticas para las misas con -> niños); la oportunidad de la conexión entre el texto de la anáfora y algunos acontecimientos eclesiales especialmente significativos (el año santo, en este caso) o, más en general, la posibilidad de introducir nuevos puntos de vista para releer la historia de la salvación, de la que la eucaristí­a es memorial. Respecto de la aportación realizada por cada uno de los textos, nos limitaremos a algunos aspectos relevantes y sintéticos. Los textos para las misas con niños confirman, por una parte, el esquema tradicional de plegaria eucarí­stica; pero encuentra espacio en ellos -y con frecuencia con formas creativas y no carentes de interés- una atención más marcada al problema celebrativo que haga posible una participación más plena y activa de la asamblea; tampoco desde un punto de vista temático faltan acentuaciones de un cierto interés, sobre todo por la importancia conferida al tema de la acción de gracias y por las frecuentes y concretas referencias a Cristo y al amor que lo ha conducido a la pascua. En las dos plegarias eucarí­sticas de la reconciliación se confirman las opciones de estructura y de inspiración de la reforma conciliar: se puede notar ahí­, como algo positivo, la relevante presencia de referencias a textos bí­blicos y del Vat. II. Sin embargo, es todaví­a más significativo el hecho de que el valor salví­fico de la eucaristí­a se reinterpreta en términos de reconciliación. Esta se revela como una categorí­a central de la historia de la salvación y excelente clave hermenéutica de la obra y de la persona de Cristo; en este sentido y por esta razón la reconciliación puede ser asumida como referencia temática capaz de inspirar también los textos de plegarias eucarí­sticas.

Un último capí­tulo de desarrollo, que merece ser considerado, es el conjunto de plegarias eucarí­sticas que han recibido autorización oficial para su uso litúrgico en situaciones y contextos especí­ficos. No importa aquí­ hacer un elenco completo de ellas ni iniciar un comentario detallado; baste señalar que tal conjunto de plegarias eucarí­sticas parecen una confirmación posterior de algunos criterios de reforma ya aparecidos en precedencia, o, incluso, pueden entreverse otros nuevos. En particular: algunos momentos significativos de la vida de las comunidades eclesiales se convierten en ocasión para tematizar la eucaristí­a de un modo más amplio y articulado, de tal modo que.se da espacio a contenidos percibidos hoy como prioritarios y se favorece una más intensa participación: éste es el caso, por ejemplo, de los textos para el sí­nodo de los católicos suizos, para el convenio pastoral de la iglesia holandesa, para el congreso eucarí­stico de Manaus, en Brasil. Se va abriendo también camino la exigencia de tener plegarias eucarí­sticas mejor sintonizadas con el contexto cultural dentro del que se sitúa la liturgia: es el caso, por ejemplo, de la iglesia australiana, que prepara un «ensayo para expresar la eucaristí­a en las tradiciones culturales y en los esquemas de pensamiento de los pueblos aborí­genes de Australia». De este modo la realización progresiva de la reforma va evidenciando desarrollos interesantes.

III. Orientaciones teológico-pastorales
Por todo lo hasta ahora dicho se comprende la multiplicidad de niveles sobre los que deberí­a plantearse una reflexión conclusiva de carácter teológico-pastoral a propósito de las plegarias eucarí­sticas. Al no poder desarrollar aquí­ una reflexión amplia, nos limitamos a indicar las referencias que nos parecen prioritarias.

1. EL FENí“MENO DE LAS PLEGARIAS EUCARíSTICAS «LIBRES»: SIGNIFICADO Y PERSPECTIVAS. Una consideración especí­fica del fenómeno de la proliferación de plegarias eucarí­sticas, incluso sin pretensiones de ser completos, sino con la intención de captar los más significativos indicios de tendencia que en tal fenómeno se van manifestando, no se justifica en una lógica de simple documentación; al afrontar el tema, ni siquiera queremos atribuir demasiada importancia a un capí­tulo que la valoración más serena no puede calificar ni de central ni de prioritario. Si juzgamos tal fenómeno merecedor de profundización, es porque en él se han ido manifestando consideraciones de carácter fundamental que tocan de cerca algunas de las componentes más discutidas a nivel de estudio.

La inflexión registrada por la literatura que ha examinado crí­ticamente el problema es un primer dato significativo. De un juicio inicial, que tiende a considerar el fenómeno del continuo multiplicarse de textos de plegarias eucarí­sticas como un capí­tulo transitorio debido a la moda de un momento, se pasa a fases sucesivas, en las que la lectura del problema se pone en relación con los criterios de fondo de la reforma misma. Más en particular, podemos notar el surgir de diversos aspectos relevantes. Uno es de orden celebrativo: ¿cómo hacer más intensa y verdadera la participación de toda la asamblea en la celebración y también en el momento culminante de la plegaria eucarí­stica? ¿Es posible que, en la perspectiva de la consecución de un valor como éste, tal plegaria asuma una estructura más dialógica?» Mucho más amplio es el debate en el plano propiamente teológico. Se confirma, ante todo, la plena legitimidad del fenómeno, que, en último término, puede ponerse en relación con la historicidad misma de la celebración cultual realizada por la iglesia». Con idéntico rigor, sin embargo, se subraya la exigencia de la fidelidad a contenidos considerados imprescindibles, en profunda continuidad con el significado que Cristo ha conferido a la cena eucarí­stica; ello surge, por lo demás, de una lectura teológica del dato de la tradición que sepa captar los valores de fondo, más allá de la multiplicidad de las formas según las cuales la plegaria eucarí­stica se encarna. Esta tarea se debe llevar hasta alcanzar una precisión sustancialmente definitiva respecto del tema de la estructura que la plegaria eucarí­stica habrá de tener; bajo esta perspectiva, si es unánime la orientación de atribuir una autoridad real al esquema propuesto por la reforma (cf OGMR 54-55), aparece también la tendencia a considerar que no todos los elementos del mismo deban estar siempre presentes en toda anáfora. La atención prevalente se centra, más que en la completez material, en la inspiración eucarí­stica de la plegaria y en su unidad interna, capaz de conferir significado a todos los elementos que la componen 30. No es tan fácil moverse dentro de la producción de plegarias eucarí­sticas libres y reconducir a unidad elementos y orientaciones muy heterogéneos entre sí­. Aparte del aspecto propiamente disciplinar de la cuestión -también este capí­tulo, por la importancia de los valores en juego, merecerí­a atenta consideración-, puede resultar útil, para un estudio adecuado, el intento de individuar los criterios y las intenciones que se encuentran en el origen de estas composiciones. A través del análisis de un muestreo discretamente representativo hemos conseguido individuar la presencia de algunas lí­neas de fondo. A veces los textos de plegarias eucarí­sticas nacen en relación estricta con personalidades y experiencias especí­ficas: es el caso de la producción de H. Oosterhuis, poeta holandés, en quien son prioritarias la atención al lenguaje y el empeño de reformular con formas nuevas y culturalmente significativas los grandes temas teológicos, enriquecidos, a su vez, por una visión eclesiológica renovada». En otros casos -y se trata, además, de los ejemplos más discutibles y susceptibles de muchos aspectos relevantes– prevalece la intención de expresar de forma más neta el sentido de la eucaristí­a, su validez polí­tica; ello se obtendrí­a a través de una marcada relación con la historia concreta del hombre y de la comunidad que ora y con los problemas de la sociedad dentro de la que uno y otra se encuentran. En otras expresiones – también ellas atentas al problema del lenguaje y a la búsqueda de una perspectiva eficaz de actualización de la oración se quiere establecer, en cambio, una conexión más estrecha entre la plegaria eucarí­stica y el desarrollo del año litúrgico; el memorial eucarí­stico se ilumina y profundiza a la luz de múltiples aspectos que componen el misterio global de Cristo celebrado a lo largo del año, y su significado para la iglesia en camino se va enriqueciendo poco a poco «. Merece ser recordada también una última tendencia, en la que se asume como criterio prioritario la relación entre el texto de plegaria eucarí­stica y la liturgia de la palabra propuesta por el leccionario en las celebraciones festivas; se considera, de este modo, que se debe asumir más de cerca el problema de la unidad de la celebración eucarí­stica, también en el sentido de poner de manifiesto las conexiones temáticas entre la palabra, la oración, la acción de gracias.

2. LA APORTACIí“N DE CARíCTER TEOLí“GICO. Si el estudio de la plegaria eucarí­stica hace acercarse directamente a los textos los antiguos y los nuevos , se hace consecuente la exigencia de desarrollar la dimensión propiamente teológica; en cada ocasión de hecho la anáfora nos hace encontrar la riqueza de doctrina con la que la iglesia entiende y celebra el memorial eucarí­stico. Al decir esto, ya subrayamos un hecho: que el lugar primario en el que encontrar la teologí­a eucarí­stica expresada por la iglesia será el sitio en el que ella hace memoria de la pascua, es decir, la liturgia concretamente celebrada. Ello no significa, en modo alguno, reconocer menor importancia a otros lugares propiamente teológicos; sólo quiere subrayar el peculiar papel de tradición que es propio de la liturgia de la iglesia.

Cuando después consideremos más de cerca aunque sólo sea de un modo global y panorámico la ayuda efectiva que nos puede venir de textos de plegarias eucarí­sticas para la comprensión del sentido de la eucaristí­a que celebramos, el tema se ensancha necesariamente a una multiplicidad de aspectos». Por limitarnos a los esenciales, podrí­amos recordar los siguientes. Ante todo, a nivel de inspiración: dar gracias, para la iglesia significa situar la propia oración dentro de una historia a través de la cual Dios se ha ido progresivamente revelando como el Dios de la alianza; ello quiere decir hacer memoria de su amor para con nosotros, en el sentido profundo de continuar, por parte de Dios, un gesto de salvación, y de confesar, por parte de la iglesia, que Dios es Señor de la historia y del cosmos y que ama al hombre. En esta perspectiva, la plegaria eucarí­stica se manifiesta como el lugar privilegiado de la profesión de la fe de un pueblo y, al tiempo, momento de gracia con el que Dios nos constituye permanentemente como pueblo de la alianza. Si después consideramos dos hechos complementarios atestiguados por el desarrollo histórico -la multiplicidad de plegarias eucarí­sticas y la plegaria eucarí­stica como elemento normal de la celebración de la eucaristí­a , esto nos ayuda a alcanzar un segundo nivel de consideración: en la multiplicidad de los textos la plegaria eucarí­stica nos ayuda a comprender el sentido mismo de la celebración cristiana en términos de proclamación de fe en el misterio de Jesucristo y de momento que edifica, aquí­ y ahora, en la multiplicidad de las situaciones dentro de las que se sitúa la iglesia en comunión; análogamente, la normalidad de este elemento en la celebración cultual indica claramente que la liturgia en cuanto tal es celebración del misterio de Cristo en su globalidad; memorial de la pascua, en el que se compendia toda la historia de la salvación. Cuando se nos pregunta por la estructura misma de la plegaria eucarí­stica, se hace inevitable alcanzar un tercer nivel: el sucederse del momento narrativo de la historia de la salvación, que culmina en la pascua de Cristo; de la oración propiamente anamnética, que se encarga de resituarnos constantemente en la realidad de la celebración-memorial; de la epí­clesis de comunión, enteramente referida a la comunidad eclesial, que es generada por tal memorial, tiene una riqueza de discurso que ha de comunicar: a la luz del sentido de esta estructura resulta de hecho posible captar hasta qué punto dominan las categorí­as doctrinales de acontecimiento salví­fico, de celebración memorial, de estructura anamnética, etc., en la interpretación de la liturgia cristiana 16. Un último nivel de consideraciones podrí­a ser el de la reflexión en torno al discurso sobre Dios elaborado y expresado por la plegaria eucarí­stica: además de estar este discurso constantemente referido a la historia de la salvación, en el que se inspira y toma contenido, se articula con la riqueza y la potencialidad del pensamiento simbólico, recorrido por la tensión de fidelidad al sí­mbolo del que es memoria; además de eso -y es quizá esto último la observación que subraya el aspecto más singular- se configura como discurso sobre Dios enraizado en la adoración, que se manifiesta por tanto en doxologí­a. En la perspectiva de la alianza, esa doxologí­a se revela como la forma más alta y más verdadera de nuestro hablar de Dios, la que mejor expresa la total gratuidad de un don del que no pueden sino brotar la adoración y la acción de gracias.

3. PARA UNA CELEBRACIí“N AUTENTICA. Todas las consideraciones hechas en precedencia conducen ya a subrayar diversos elementos importantes que deben entrar a formar parte de una preocupación pastoral, para que la celebración de la plegaria eucarí­stica sea lo más verdadera posible. Nos parece, sin embargo, que subrayar algunos aspectos de carácter conclusivo puede completar mejor nuestro discurso.

Pensamos, ante todo, en la dimensión propiamente catequética: un momento central como el de la participación en la eucaristí­a requerirá la constante preocupación de introducir a aquellos que participan en ella en la comprensión y la vivencia de lo que celebran. Bajo este aspecto, la comprensión vital de la plegaria eucarí­stica -su sentido global, el significado de su estructura y de los elementos particulares que la componen, su inspiración de fondo- se revela como un aspecto prioritario de la acción pastoral. No es inútil recordar a propósito cómo la notable abundancia de textos de plegarias eucarí­sticas para el uso litúrgico permite una catequesis muy amplia y articulada; quien sepa valorar inteligentemente la peculiaridad de cada una de las anáforas tendrá un amplio abanico de perspectivas y de subrayados para introducir en la comprensión inteligente de aquello que la iglesia trata de hacer cuando invita a participar en la celebración de la cena del Señor. Ya hemos indicado [l supra, 1] la preocupación de hacer también del momento de la anáfora un lugar de participación activa por parte de toda la asamblea, evitando el riesgo de que se transforme en el tiempo de mayor ausencia de los presentes y de su menor implicación en la acción ritual. El problema no es de fácil solución: por una parte, apuntar únicamente a la variabilidad continua de los textos, proponiéndose primariamente mantener viva la atención, podrí­a correr el riesgo de sustraer o atenuar las ventajas de una inteligente repetitividad; por la otra, una concepción formal de oración presidencial podrí­a implicar una excesiva lejaní­a respecto de la asamblea, eliminando las innegables posibilidades de participación que comportarí­a una serie más amplia de intervenciones directas Tal vez la dirección emprendida por la reforma [-> supra, II, 3] se revele como el sendero más equilibrado y fecundo; hay que auspiciar que permanezca lo más abierto posible, para que pueda expresar también todas las potencialidades que tiene dentro de sí­. No nos parece, en cambio, inútil remitir a un problema más general de participación en la eucaristí­a; también a propósito de la plegaria eucarí­stica se plantea la cuestión relativa a la parte de un todo. Por más que sea central, la anáfora no agota el rito eucarí­stico; para que sea adecuadamente intensa y participada, exige ser celebrada por una asamblea que ya ha acogido dentro de sí­ la palabra de la fe: alimentada por este anuncio que convoca a la salvación, la comunidad se abre a la acción de gracias dirigida al Padre de nuestro Señor Jesucristo, en el Espí­ritu, para después significar en el gesto del pan compartido y en la participación en el cáliz la propia voluntad de comunión. Bajo esta perspectiva, la plegaria eucarí­stica necesita estar implicada en toda la dinámica que recorre la celebración eucarí­stica.

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F. Brovelli

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Fuente: Nuevo Diccionario de Liturgia