PERSONA, PERSONALIDAD

Identidad del ser humano

El ser humano, en su unidad de alma y cuerpo, tiene una identidad que se expresa con el vocablo «persona», como «alguien» subsistente y relacionado de «yo» a «tú» con el Tú del Creador y con el tú de los demás hermanos. Esta realidad ontológica se expresa existencialmente como sujeto capaz de ser él de modo libre e irrepetible y de autodeterminarse. Así­ afirmamos nuestro «yo», tomando conciencia de nosotros mismos. Esta realidad humana es sujeto de derechos y deberes, que todos estamos llamados a conservar y defender.

Esta realidad que llamamos «persona» incluye de algún modo todos los valores y componentes del ser humano facultades (memoria, entendimiento, voluntad) y sentidos, criterios o modos de pensar, escala de valores o modo de apreciar las cosas, actitudes o decisiones ante la vida, sentimientos… La identidad de la persona se expresa en la interrelación y donación responsable dentro de la sociedad humana.

La realidad «persona» incluye la realidad y concepto de «identidad», como autoconciencia que la persona tiene de ser ella misma como diferente de las demás. Esta realidad se presenta hoy como «vivencial», en el sentido de saber y alegrarse de lo que uno es, especialmente en cuanto a su vocación cristiana especí­fica, su servicio o trabajo, estado de vida, etc. En Cristo, el creyente redescubre su identidad de elección (vocación) (cfr. Ef 1,3ss) para llegar a la comunión con Dios y con los hermanos. La identidad se vive con gozo en la medida en que uno se sienta amado y pueda amar.

La persona en cuanto tal es más allá de los valores y componentes de la personalidad, así­ como de las tendencias psicológicas (cerebrales, afectivas, activas) y de los condicionamientos psicológicos, familiares, culturales, sociales e históricos. Incluso estos pueden faltar o, al menos, no manifestarse; pero el ser humano es siempre persona, con su dignidad inalienable. La persona humana ha sido creada a imagen de Dios y se realiza en el retorno a Dios. Ahí­ radica «la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios invisible y, precisamente por esto, sujeto natural de derechos que nadie puede violar ni el individuo, ni el grupo, ni la clase social, ni la nación, ni el Estado» (VS 99).

El crecimiento armónico de la personalidad

El ser humano construye su personalidad por medio de un crecimiento armónico de todos sus componentes. De hecho es un proceso de unificación de todo el ser hacia la verdad, el bien y la belleza, teniendo en cuenta los elementos de «carácter» o tipo psicológico (cerebral, afectivo, activo) y las circunstancias personales y sociológicas. El proceso de unificación de la personalidad comunica un sentido de seguridad equilibrada saberse amado (por Dios y los hermanos) y poder hacer de la vida una donación.

El dinamismo más cerebral (cerebrotónico) es tensión de cumplimiento del deber, sentido de responsabilidad y de fidelidad. El dinamismo más afectivo (viscerotónico) tiende a la cordialidad, amistad, comprensión, sintoní­a. El dinamismo más activo (somatotónico) se traduce en acción externa, magnanimidad, decisión. Todo dinamismo interior puede traducirse en donación con las caracterí­sticas diferenciadas de tipo más responsable, mássensible o de obras más organizadas.

La personalidad humano-cristiana del apóstol

La personalidad cristiana es la misma personalidad humana penetrada por la gracia que salva y eleva. El hombre va madurando su personalidad humano-cristiana en un proceso de purificación, iluminación y unificación interior en Cristo, en relación personal con él y en sintoní­a con los criterios, valores y actitudes de Cristo. Entonces se llama vida «teologal», en cuanto que los componentes de la persona quedan orientados en el Espí­ritu, por Cristo, al Padre (cfr. Ef 2,18). Es la personalidad basada en la fe, esperanza y caridad, con las aplicaciones concretas de las virtudes morales.

La personalidad humana del apóstol se basa en esa armoní­a de todos sus componentes humano-cristianos, concretados en la dinámica del anuncio, testimonio, contemplación, seguimiento evangélico, fraternidad y misión. Se tiende a conseguir una armoní­a entre la tensión del cumplimiento responsable del deber, el amor contemplativo y la acción externa. El objetivo a que tiende este dinamismo es la disponibilidad misionera en la madurez, sin condicionamientos internos ni externos. La fecundidad misionera está relacionada con el gozo de la propia identidad, que se expresa en la relación con Cristo y en la donación a la caridad pastoral.

Referencias Afectividad, espiritualidad, formación humana, hombre, humanismo, libertad, vida, virtudes, voluntad.

Lectura de documentos GS 12-22, 27-32; VS 95-101; CEC 27, 355-368, 1730-1748, 1780.

Bibliografí­a A.J. AYER, El concepto de persona (Barcelona, Seix Barral, 1969); L. BEINAERT. Experiencia cristiana y psicologí­a (Barcelona, Estela, 1966); J.M. COLL, Filosofí­a de la relación interpersonal (Barcelona 1990); W. KERN, Identidad, en Sacramentum Mundi (Barcelona, Herder, 1972ss) III, 573-581; G. LORENZINI, Caracterologí­a y tipologí­a aplicadas a la educación (Alcoy, Marfil, 1974); R. NAVARRETE, El crecimiento personal (Madrid, San Pablo, 1997); A. ROLDAN, Introducción a la ascética diferencial (Madrid, Razón y Fe, 1960); R. ZAVALLONI, La personalidad en perspectiva social (Barcelona, Herder 1977); Idem, Psicologí­a pastoral (Madrid, Studium, 1967).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización