PARACLITO

griego abogado, auxiliador. Descripción de Jesucristo y del Espí­ritu Santo en los escritos del apóstol Juan como el abogado ante el Padre, 1 Jn 2, 1.

En la despedida Jesús les dice a los discí­pulos que intercederá ante el Padre para que les enví­e un P., al Espí­ritu de la verdad, Jn 14, 16-17, 26; Jn 15, 26.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

(el que está junto a mí­).

Ver «Espiritu Santo».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

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Forma de traducir la idea de «consolador» (parakletos, el que consuela), que Jesús mismo atribuyó al Espí­ritu Santo, según los textos joánicos. Cinco veces aparece en Juan este término: Jn. 14. 6 y 26; 15. 26; 16.7; y 1 Jn 2.1. En los demás evangelistas se hace referencia al Espí­ritu Santo con abundancia, pero no emplean el término.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(v. Espí­ritu Santo)

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

La palabra sólo aparece en el evangelio de San Juan y siempre referida al Espí­ritu Santo. El Paráclito, que es el «espí­ritu de la verdad», vendrá en lugar de Jesucristo (Jn 14, 16; 16, 7) para ser su abogado defensor, que dará testimonio de El (Jn 15, 26), y para estar siempre con los hombres como protector suyo (Jn 14, 16), recordarles las enseñanzas de Jesús y llevarles a la verdad plena (Jn 14, 26). San Juan llama también a Jesucristo Paráclito, es decir, abogado defensor ante el Padre de todos los cristianos (1 Jn 2, 1). ->Espí­ritu Santo.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> Espí­ritu Santo, ruah, Juan). El evangelio de Juan puede entenderse como una catcquesis del Espí­ritu, como dice el mismo Jesús a Nicodemo, maestro de Israel: «En verdad te digo, si alguien no nace del agua y del Espí­ritu no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 2,5). El Evangelio es experiencia de nacimiento: nos hace ver que somos hijos de Dios, con Jesús, en el Espí­ritu. La religión anterior ha pasado y con ella han pasado los montes sagrados y templos, los cultos antiguos. Llega en Jesús la novedad de una adoración gratuita, abierta a todos: «Créeme, mujer: viene la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre… Pero llega la hora y es esta en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espí­ritu y en Verdad; éstos son los adoradores que Dios busca: Dios es Espí­ritu, y quienes le adoran deben adorarle en Espí­ritu y Verdad» (Jn 4,21-24). Los hombres estaban divididos por sacralidades. Ahora han de unirse en el Espí­ritu y Verdad universal. Eso lo sabí­an los judí­os helenistas (Filón y Sabidurí­a), pero no habí­an podido concretarlo. Muchos cristianos posteriores han seguido encerrados en una cultura o ciudad (nación) particular. En contra de eso, Jesús quiere que todos se vinculen por el Espí­ritu, que brota como rí­o de su seno: «Esto lo dijo refiriéndose al Espí­ritu que debí­an recibir los que creyeran en él; pues todaví­a no habí­a Espí­ritu, porque Jesús no habí­a sido aún glorificado» (Jn 7,39). Jesús resucitado es manantial del Espí­ritu, que mana en todos los humanos (como las aguas del paraí­so: Gn 2,10-14; Ap 22,1-2). En ese contexto se sitúan los textos del Espí­ritu-Paráclito, como abogado, defensor de los fieles en la prueba (cf. Mc 13,11 par), intérprete y autoridad de Jesús en la Iglesia.

(1) Rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, que esté con vosotros para siempre (Jn 14,16). Jesús mismo habí­a sido el Paráclito, defensor de sus discí­pulos. Pero ahora que se va y les deja en un plano fí­sico, pide al Padre otro Paráclito que sea presencia interior y compañí­a (no os dejaré huérfanos: 14,18). Los del mundo viven en plano de carne, lucha mutua, mentira; los cristianos reciben el Espí­ritu de Dios por Cristo.

(2) El Paráclito… os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que os dije, como Maestro interior divino (Jn 14,26). La Iglesia ha corrido a veces el riesgo de entender la verdad como algo impuesto por fuera, resuelto y enseñado desde arriba. Pero Jesús promete a los suyos un magisterio interior: los cristianos sólo admiten la autoridad del Espí­ritu-Paráclito, que interpreta y actualiza a Cristo.

(3) Cuando venga el Paráclito… dará testimonio de mí­, y vosotros también daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio (15,2627). Jesús no ha prometido según Juan un magisterio externo para dogmas y enseñanzas. Tampoco ha dejado una estructura de poder. Su verdad se expresa en la enseñanza interior del Espí­ritu, que actúa a través del testimonio de los fieles. Cuando están en riesgo las instituciones, queda y crece ese testimonio.

(4) Conviene que yo me vaya, porque si no me fuere, el Paráclito no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré (16,7). Una presencia material de Jesús estorbarí­a, pues él quedarí­a fuera de la vida de sus fieles. Muchos parecen añorarle así­, actuando a través de milagros, apariciones, seguridades exteriores. Pues bien, es necesario que Jesús se vaya, que cumpla su tarea, para que sus fieles asuman la verdad en el Espí­ritu, que es presencia y experiencia interior de Jesús. Por encima de todas las restantes instancias eclesiales, Jesús apela a la Confianza del Espí­ritu, Paráclito (Abogado y Consolador) de los fieles. Es Consolador, pues lo buscamos allí­ donde nuestras tradiciones patriarcales, de seguridad externa, van envejeciendo. Es Abogado, porque necesitamos defensa en este mundo convulso, en crisis de violencia y muerte. Es el Don pascual de Jesús, que se aparece y habla, dándoles poder de perdonar (= vincular en amor) a todos los humanos: «Dicho esto, alentó sobre ellos y les dijo: recibid el Espí­ritu Santo» (Jn 20,22). Este es el momento clave de la nueva creación, reverso y cumplimiento de Gn 2,7: el Espí­ritu de Dios se identifica con el Aliento que Jesús da a los hombres, en el momento cumbre de la pascua, cuando sopla y ofrece su Espí­ritu a sus discí­pulos, para que así­ vivan en gesto de gracia y perdón a todo el mundo.

Cf. H. HEITMANN y H. MÜHLEN (eds.), Experiencia y teologí­a del Espí­ritu Santo, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; F. PORSCH, El Espí­ritu Santo, defensor de los creyentes, en el Evangelio de Juan, Sec. Trinitario, Salamanca 1978; E. SCHWEIZER, El Espí­ritu Santo, Sí­gueme, Salamanca 1992.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Es uno de los tí­tulos pneumatológicos que encontramos solamente en san Juan y en ningún otro lugar del Nuevo Testamento. Paráclito (Parakletos) designa el carácter personal de la revelación del Espí­ritu Santo; encontramos también la expresión más intensa «otro Paráclito», (allos Parakletos) que especifica más aún la identidad personal del Espí­ritu Santo respecto a la tradición bí­blica vetero- y neotestamentaria. El contexto es el de los capí­tulos 14- 16 de Juan, que contienen precisamente los «dichos sobre el Paráclito». Aunque la revelación del Espí­ritu santo como Paráclito se coloca antes de Pascua, en los capí­tulos 14- 16 la referencia es la del tiempo de la Iglesia; en efecto, cuando Jesús no esté va fí­sicamente presente, el Espí­ritu Santo lo hará recordar y nos introducirá en la Verdad entera; será el Consolador en los momentos de la prueba. Evidentemente, los «dichos sobre el Paráclito», que presentan acentuadamente el carácter personal del Espí­ritu Santo, interesan tanto al tiempo de la Iglesia como a la persona misma de Jesús y a la Trinidad en sí­ misma; contienen, por consiguiente, una doctrina dogmática de primera categorí­a, El tí­tulo pneumatológico Paráclito no se encuentra aislado, sino que va siempre acompañado de otros dos tí­tulos pneumatológicos: Esptritu Santo (Jn 14,25-26) y Espí­ritu de verdad (Jn 14,16-17. l5,2~: 16,13. 1 Jn 4,6). Estos apelativos se encuentran a veces en un mismo texto y el uno se convierte en -exégesis del otro. Así­ por ejemplo, Espí­ritu Santo (to Pneuma to aghio), con el artí­culo neutro duplicado para indicar el carácter personal del Espí­ritu), especifica quién es el Paráclito (o Parakletos, masculino). Pneuma (neutro) va unido con Paráclito (masculino) por el pronombre ekeinos (masculino), para indicar una vez más que se trata de una realidad bien identificada y personal (así­ en Jn 14,25-26). También la expresión Espí­ritu de verdad va unida al Paráclito, y como el genitivo «de verdad» es un genitivo objetivo o calificativo, es decir un genitivo que designa lo que es peculiar del Espí­ritu, a saber, comunicarnos la Verdad que es Jesús, resulta que el Espí­ritu Santo está siempre vinculado a Cristo en el sentido de que ayuda a interiorizar y a asimilar la Verdad de Jesús.

Expondremos brevemente el significado lexical de » Paráclito», para establecer luego su función y observar sus consecuencias desde el punto de vista dogmático.

En el contexto griego Paráclito significa abogado o más sencillamente defénsor, a aquel que ayuda al imputado a defenderse en un proceso. Al contrario, en el contexto hebreo Paráclito indica al que intercede por los hombres ante el tribunal de Dios; en el evangelio de Juan, el Paráclito no es sin embargo abogado ante el tribunal de Dios, sino abogado y defensor entre los discí­pulos. En la literatura de Juan (1 Jn 2.1) encontramos una vez el término Paráclito (abogado) en un tribunal de Dios, pero en este caso no es un atributo del Espí­ritu Santo, sino de Jesús («si alguien ha pecado, tenemos un abogado -parakletos- ante el Padre, Jesucristo el Justo»). Así­ pues, en conjunto, Paráclito, tanto en el contexto griego como en el hebreo, significa siempre abogado, defensor intercesor.

Si consideramos luego la función del Paráclito, hemos de decir enseguida que va ligada al contexto redaccional del evangelio de Juan, que en este caso especí­fico se concibe como un gran proceso entre los acusadores de Jesús y el mismo Jesús, en donde de hecho el mundo es «juzgadon por él y desenmascarado en su mentira y su pecado. En este gran proceso que «durarán hasta el final de los tiempos, el Paráclito es quien defiende la causa de Jesús frente al mundo y ayuda a los discí­pulos a defender esa misma causa. Los párrafos fundamentales son los de Jn 16,5-15, donde se habla del Paráclito y de la blasfemia contra el Espí­ritu Santo. El Paráclito es el que convence al mundo en lo que se refiere al pecado, a la justicia, al juicio, es decir aquel que lo sacará todo a luz para que se comprenda la malicia del mundo.

Los dichos sobre el Paráclito, que en los textos de Juan van unidos a otros tí­tulos pneumatológicos, revelan las relaciones entre el Espí­ritu Santo y el Padre y el Hijo. Con las debidas proporciones se puede afirmar que el dato dogmático está ya en gran parte contenido en los «dichos sobre el Paráclito».

Respecto a las relaciones entre el Espí­ritu Santo y el Padre, destaca claramente el Espí­ritu como el que es enviado por el Padre, por ser don del Padre (Jn 14,26: ((el Consolador, el Espí­ritu Santo que el Padre enviará en mi nombren: Jn 14,16: «Yo pediré al Padre y él os dará otro Consolador»).

Además, el Espí­ritu es enviado por el Padre en el nombre de Jesús: procede del Padre por medio de Jesús (Jn 15,16: ((Cuando venga el Consolador que os enviaré de junto al Padre, el Espí­ritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí­»). Este proceder (ekporeuetai asume en el Nuevo Testamento el significado de derivar, emanar, salir fuera, proceder) tiene una gran importancia dogmática. Dejando de lado la cuestión de si en este texto «proceder» tiene un sentido intratrinitario o histórico, como parece preferir 1. de la Potterie, se encuentran ya aquí­ algunos elementos importantes de las cuestiones doctrinales que se desarrollarán más tarde, ya que en esta acción del «proceder»‘ hay una presencia activa del Hijo.

Por lo que se refiere a las relaciones entre el Espí­ritu y el Hijo, el Espí­ritu da testimonio de Jesús y lo glorificará (Jn 15,16; 16,14): al mismo tiempo el Hijo realiza respecto al Paráclito una obra de mediación, ya que en los mismos versí­culos se dice: («el Consolador que yo os enviaré de junto al Padre» (Jn 15.26), o bien: «él (el Espí­ritu) tomará de lo mí­o y os lo anunciarán (Jn 16,14). Así­ pues, el Espí­ritu y el Hijo son distintos entre sí­; es éste otro dato dogmático importante. Además, hay otro dato dogmático va presente a nivel bí­blico: entre el Espí­ritu y el Hijo existe un hecho común: los dos están junto al Padre. Jesús puede enviar al Consolador de junto al Padre, porque también él está junto al Padre. La obra de acompañamiento y de guí­a en la verdad entera sólo es posible porque hay una continuidad entre la obra del Espí­ritu y la de Jesús, tal como atestigua uno de los textos más ricos en potencial pnuematológico, a saber, Jn 16,12-15: al final de su misión en la tierra, Jesús tiene todaví­a muchas cosas que decir pero los discí­pulos no están preparados todaví­a para comprender. sin embargo, ((cuando venga el Espí­ritu de verdad, él os guiará a la verdad entera, porque no hablará por sí­ mismo, sino que dirá todo lo que haya oí­do y os anunciará las cosas futuras», El glorificará al Hijo’ pero el Espí­ritu Santo podrá hacer todo esto gracias a la comunidad de donación que existe entre él y el Hijo (((Tomará de lo mí­o y os lo anunciará. Todo lo que tiene él Padre es mí­o; por eso os he dicho que tomará de lo mí­o y os lo anunciará,»), En conclusión, podemos resumir la concepción bí­blica del Paráclito en estos datos:
– ante todo Juan acentúa fuertemente su sentido personal; el Espí­ritu es Otro (allos, no éteros) Paráclito: consuela, defiende, da vigor,. es como el maestro interior que ilumina (no es difí­cil constatar hasta qué punto estas concepciones entran en la Tradición eclesial tanto a nivel teológico como experiencial); – el papel del Paráclito se manifiesta a nivel interior, en el corazón de los creyentes, para que puedan entrar en la Verdad que es Cristo. Por tanto, si la perspectiva lucana acentúa el carácter universalizador del Espí­ritu Santo, Juan acentúa el in teriorizador.

el don del Espí­ritu Paráclito proviene de una unión intratrinitaria entre el Padre y el Hijo; esta unión es la que produce el don del Espí­ritu a los creyentes.
N Ciola

Bibl.: G. Braumann, Intercesor, en DTNT, III, 353-355: F. . Scherse, El Paráclito, en MS, III1, 155-159. y M. Congar, El Espí­ritu Santo, Herder, Barcelona 1983; F. Porsch, El Espí­ritu Santo, defensor de los creyentes, Secretariado Trinitario, Salamanca- 1983; F -X, Durrwell, El Espí­ritu en la Iglesia, Sí­gueme, Salamanca 1986.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Paráclito, consolador (latín Consolator; griego parakletos), una denominación del Espíritu Santo. La palabra en griego la cual, al menos como designación del Espíritu Santo, aparece sólo en el Evangelio según San Juan (14,16.26; 15,26; 16,7), ha sido variamente traducida como “abogado”, “intercesor”, “maestro”, “ayudante”, “consolador”. Esta última traducción, aunque difiere de la forma pasiva del griego, se justifica por el uso helenístico, una serie de versiones antiguas, la autoridad patrística y litúrgica, y las necesidades evidentes del contexto de Juan. Según San Juan la misión del Paráclito es morar con los discípulos después que Jesús les haya retirado su presencia visible; inculcarles internamente la enseñanza dada por Cristo exteriormente y hacerlos así testigos de la obra y doctrina del Salvador. No hay ninguna razón para limitar a los Apóstoles mismos la influencia consoladora del Paráclito, como había prometido en el Evangelio (Mt. 10,19; Mc. 13,11; Lc. 12,11; 21,14) y descrito en Hechos 2. En la mencionada declaración de Cristo, el cardenal Manning ve acertadamente una nueva dispensación, la del Espíritu de Dios, el Santificador. El Paráclito conforta a la Iglesia al garantizarle su inerrancia y al fomentar su santidad (vea la Iglesia). Consuela a cada alma individual de muchas maneras.

Dice San Bernardo (Parvi Sermones): De Spiritu Sancto testatur Scriptura quia procedit, spirat, inhabitat, replet, glorificat. Procedendo praedestinat; spirando vocat quos praedestinavit; inhabitando justificat quos vocavit; replendo accumulat meritis quos justificavit; glorificando ditat proemiis quos accumulavit meritis. Cada condición saludable, el poder y la acción, de hecho, toda la gama de nuestra salvación, entra dentro de la misión del Consolador. A sus extraordinarios efectos se les llama dones, frutos, bienaventuranzas. Su trabajo ordinario es la santificación con todo lo que conlleva, la gracia habitual, las virtudes infusas, la adopción y el derecho a la herencia celestial. “El amor de Dios”, dice San Pablo (Rom. 5,5), “ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” En ese pasaje el Paráclito es tanto el donante como el don, el dador de la gracia (donum creatum) y el don del Padre y del Hijo (donum increatum). San Pablo enseña repetidamente que el Espíritu Santo habita en nosotros (Rom. 8,9.11; 1 Cor. 3,16).

Esa morada del Paráclito en el alma justificada no debe entenderse como si fuera tarea exclusiva de la tercera persona ni como si constituyera la formalis causa de nuestra justificación. El alma, renovada interiormente por la gracia habitual, se convierte en la morada de las tres Personas de la Santísima Trinidad (Juan 14,23), sin embargo, esa morada es con razón consignada a la Tercera Persona, quien es el Espíritu de amor. Los teólogos católicos no concuerdan en cuanto al modo y explicación de la estancia del Espíritu Santo en el alma de los justos. Santo Tomás de Aquino (I, Q. XLIII, a. 3) propone el más bien vago y poco satisfactorio símil «sicut cognitum in cognoscente et amatum in amante”. Para Oberdöffer es una fuerza siempre en acción, que mantiene y desarrolla la gracia habitual en nosotros. Verani lo considera meramente una presencia objetiva, en el sentido de que el alma justificada es el objeto de una especial solicitud y amor de elección por parte del Paráclito. Forget, y en esto pretende poner de manifiesto el verdadero pensamiento de Santo Tomás, sugiere una especie de unión mística y cuasi experimental del alma con el Paráclito, que difiere en grado, pero no en especie de la visión intuitiva y el amor beatífico de los elegidos. En materia tan difícil, sólo podemos volver a las palabras de San Pablo (Rom. 8,15): «…recibísteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abbá, Padre!.” La misión del Paráclito no le quita nada a la misión de Cristo. Cristo permanece en el cielo como nuestro parakletos o defensor (1 Juan 2,1). En este mundo, Él está con nosotros hasta la consumación del mundo (Mt. 27,20), pero Él está con nosotros por medio de su Espíritu de quien dice: «…si me voy os lo enviaré. Él me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.” (Juan 16,7.14). Véase Espíritu Santo.

Fuente: Sollier, Joseph. «Paraclete.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/11469a.htm

Traducido por Luz María Hernández Medina.

Fuente: Enciclopedia Católica