nombre de la oración que Jesús enseñó a sus discípulos, luego que ellos le pidiesen que les enseñara a orar. Mateo presenta el P. N. en la Biblia como una serie de siete peticiones, Mt 6, 9-13; mientras que Lucas la presenta de cinco, Lc 11, 2. La estructura de la oración consta de una invocación y de siete peticiones. Las tres primeras relacionadas con la glorificación de Dios y las otras cuatro con asuntos del ser humano. Esta oración es el resumen de la fe cristiana, que realza la importancia de Dios sobre la humanidad.
Diccionario Bíblico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003
Fuente: Diccionario Bíblico Digital
Actitud filial
Jesús enseñó a orar con las palabras del «Padre nuestro» (Mt 6,9-13). No se trataba sólo de una fórmula, sino de una actitud filial que corresponde a quienes han sido llamados a participar en la misma filiación divina de Jesús. Es, pues, una oración que va más allá de todo esquema superficial (cfr. Mt 6,5) e incluso de toda fórmula y metodología religiosa (cfr. Mt 6,7).
La actitud filial del «Padre nuestro» no es sólo imitación, sino también y principalmente participación en la interioridad del mismo Cristo, Hijo de Dios. Es actitud filial de autenticidad o de pobreza bíblica, y actitud filial de confianza y unión. Por su contenido y por esta actitud filial de caridad, «la oración dominical es el resumen de todo el Evangelio» (Tertuliano). Corresponde a la actitud que brota del contenido de las «bienaventuranzas».
El Espíritu hace posible que Cristo ore en nosotros
Se le ha llamado «oración del Señor» (oración «dominical»), porque corresponde al modo de orar de Jesús, que se dirigía al Padre llamándole «Abba» (Padre mío en sentido íntimo y real). Por la comunicación del Espíritu Santo, es Jesús mismo quien ora en nosotros con esta misma actitud filial y amorosa. Sólo la infusión del Espíritu puede comunicar esta participación en la vida, amor y oración del mismo Cristo. «Y pues sois hijos, envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama †œAbba†, es decir, †œPadre†. De suerte que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios» (Gal 4,6-7).
Por el hecho de ser hijos de adopción («hijos en el Hijo»), es el mismo Espíritu el que nos hace decir «Padre» con la misma voz y amor de Cristo. «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios» (Rom 8,14-16).
La oración de la Iglesia misionera
La Iglesia se hace misionera en la medida en que adopte la actitud filial y fraterna expresada en la oración del «Padre nuestro». Los valores evangélicos se manifiestan por actitudes filiales que reflejan las bienaventuranzas y el mandato del amor, como acontece en el «Padre nuestro» si se ora con autenticidad.
La oración dominical tiene una fuerza escatológica que deriva de la Encarnación. Un día, el «Padre nuestro» será la oración de toda la humanidad. Este es el objetivo de la misión eclesial, para cumplir «el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo, por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir †œPadre nuestro†» (AG 7).
Referencias Dios Padre, filiación divina participada, nombre de Dios, santidad, oración, reino, voluntad de Dios.
Lectura de documentos AG 7; CEC 2759-2865.
Bibliografía AA.VV., Abba, Padre nuestro (Madrid, Narcea, 1981); S. BARTINA, El Padrenuestro comentado según su trasfondo semítico (Barcelona, Balmes, 1993); J.Mª CABODEVILLA, Discurso del padrenuestro (Madrid, Edit. Católica, 1971); C. CARRETTO, Padre, me pongo en tus manos (Madrid, Paulinas, 1981); S. CASTRO, Padrenuestro, en Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 1454-1467; I. GOMA CIVIT, «Santificado sea tu nombre». La primera petición del Padrenuetro Revista Catalana de Teología 21/2 (1996) 289-332; J. JEREMIAS, Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento (Salamanca, Sígueme, 1983; W. MARCHEL, Abba. Padre (Barcelona, Herder, 1967); S. SABUGAL, Abba’… La oración del Señor ( BAC, Madrid, 1985); F. SEBASTIAN, Abba, Padre nuestro (Madrid, Narcea, 1981); H. SCHÜRMANN, Padrenuestro (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1982). Ver más bibliografía en Dios Padre.
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
«Es una oración en la que nunca acabaremos de meditar y, cuando no sepamos rezar, nos bastará con retomar despacito, palabra por palabra, el padre nuestro. La estructura fundamental de esta oración está formada por tres momentos: el primero es como la base de un surtidor; el segundo es como un chorro que sube hacia arriba; el tercero es el chorro que baja regando todo lo que está a su alrededor. . La base del surtidor es la palabra «Padre», y es, para el que reza, el espíritu de filiación. A partir del momento en que vivir como hijos significa vivir el bautismo, en la oración nosotros vivimos al má ximo nuestro bautismo. El espíritu filial es la raíz de toda plegaria, es la actitud más importante, ya que la vida eterna consiste en la manifestación de nuestro ser hijos de Dios. Observemos que en el padre nuestro podríamos repetir la palabra «Padre» en cada invocación: Padre, venga a nosotros tu Reino; Padre, hágase tu voluntad; Padre, perdona nuestras ofensas; Padre, no nos dejes caer en la tentación. . El segundo momento está formado precisa mente por las invocaciones que suben hacia arri84 ba, como un chorro, que se dirigen a Dios con el pronombre en segunda persona: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu Reino». En la fuerza del Espíritu Santo, el alma redimida, bautizada, se eleva hacia el Padre, . El tercer momento es la recaída sobre la tierra de esta fuente espiritual, de este poderoso chorro del Espíritu Santo que nos empuja hacia lo alto. Recaída sobre la tierra, es decir, sobre nosotros que estamos hambrientos y necesitados de perdón, que debemos perdonarnos mutuamente, que somos tentados por ser débiles y frágiles. Así, la oración nos implica en la verdad de nuestro ser: Señor, no me dejes caer en la tentación. Ya ves que me siento tentado, que estoy cansado, hastiado, que soy perezoso; líbrame de todo aquello que me impide tener confianza en ti, contemplarte y amarte como Padre.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997″
Fuente: Diccionario Espiritual
A diferencia de las otras religiones del Medio Oriente antiguo, los redactores del Antiguo Testamento manifiestan cierta reticencia a la hora de utilizar el término «Padre» para indicar a Dios (Dt 32,6; 2 Sm 7 14; 1s 63,16; 64,7. Jr 3,4.19; 31,9; Mal 1,6; 2,10; Sal 68,6; 89,27. Tob 13,4; Sab 14,3; Eclo 23,1.4; 5l,10). Algunos de estos textos presentan a Dios como «Padre» del rey; en la mayor parte de estos casos se trata de la relación entre Dios y el pueblo de 1srael; tan sólo algún texto más reciente guarda relación con la oración de un individuo particular. En contra de los mitos paganos, la paternidad de Dios aparece totalmente disociada de la idea de generación y se muestra relacionada más bien en el concepto de elección.
La relación que Jesús mantiene con Dios no dejó de sorprender a los discípulos, y los evangelios recogen el eco de esta intimidad que vivía Jesús con aquel a quien llama » Padre» En labios de Jesús, el término «Padre» aparece 170 veces: 4 en Mc, 15 en Lc, 42 en Mt, 109 en Jn. Esta distribución revela una tendencia cada vez más fuerte a introducir este término en las palabras mismas de Jesús. Aunque la crítica literaria no permite atribuir directamente a Jesús todos estos usos, es innegable que Jesús se sirvió de este término para hablar de Dios y para invocarlo en su oración. A menudo Jesús designa a Dios como Padre y esto le permite revelar su amor paternal (Mt 6,8; Lc 15.11-32), su misericordia (Lc 6,36; Mt 18,21-35), su solicitud con los hombres (Lc 12,16-32; Mt 10,19-20). Jesús habla de «mi Padre» o de «vuestro Padre»; no habla nunca de «nuestro Padre» (excepto en Mt 6,9; pero es para enseñar el Padre nuestro a los discípulos): Dios es también nuestro Padre, pero Dios es Padre de Jesús de forma única. Además de designarlo como Padre, Jesús invoca también a Dios como Padre, y estas invocaciones se encuentran todas ellas en las cuatro grandes plegarias evangélicas de Jesús: el himno de júbilo (Mt 11,25-26yLc 10,21),la oración en Getsemaní (Mc 14,36; Mt 26,39-42; Lc 22,42; Jn 12,27-28); la oración en la cruz (Lc 23,34.46); la oración sacerdotal (Jn 17,1.5.1 1.21.24.25).
Hay que admitir que casi todas las expresiones del «Padre nuestro» encuentran un paralelo en las oraciones judías de la época de Jesús y que también Jesús de niño y de joven recitó especialmente la Tefillah, la » oración » compuesta de 18 bendiciones, que se rezaba tres veces al día, y el Qaddish, la oración con que terminaba la liturgia sinagogal. ¿No será entonces el Padre nuestro más que una oración judía? Su novedad absoluta está constituida por Jesucristo, Hijo unigénito del Padre, que participa de una filiación divina no meramente adoptiva y que permanece unido a él.
El Nuevo Testamento nos ha transmitido el «Padre nuestro» en dos formas distintas: Lc 1 1,2b-4 y Mt 6,9b-13. Al brevísimo «Padre» de Lucas corresponde «Padre nuestro, que estás en los cielos» de Mateo; en la primera parte, a las dos peticiones de Lucas, Mateo añade una tercera: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo». al final de la oración, sólo en Mateo encontramos: «mas líbranos del mal». ¿Es posible remontarse al «Padre nuestro» enseriado por Jesús? Probablemente es el del texto de Lucas, que es más breve, pero con la formulación de Mateo. Por lo que se refiere al contexto, Mateo lo inserta en el sermón de la montaria (cc. 5-7), como modelo de verdadera oración, contrapuesta a la oración de los fariseos. El contexto de Lucas parece históricamente más verosímil, ya que los discípulos se sintieron ciertamente impresionados por la frecuencia y por la manera de orar de su Maestro y un día le pidieron: «Señor, ensérianos a orar, lo mismo que enserió Juan a sus discípulos», (Lc 11,1).
La estructura del «Padre nuestro'» es muy sencilla: un vocativo inicial («Padre nuestro, que estás en los cielos»), tres deseos dirigidos a Dios y que guardan relación con él (la santificación del nombre de Dios, la venida del Reino de Dios, el cumplimiento de la voluntad de Dios), una fórmula de enlace con la segunda parte («como en el cielo, así en la tierra»‘), tres peticiones relativas a nuestras necesidades (el pan, el perdón, la liberación del mal). «Padre nuestro, que estás en los cielos»,: ésta es la versión de Mateo, explicitación del «Padre»‘ original recogido por Lucas. Esta simple palabra «Padre»‘ es el corazón de toda la oración.
En su lengua materna, Jesús llamaba a Dios Abba, Padre (cf. Mc 14,36; Gál 4,6; Rom 8,15). «Padre'» es una traducción que no logra captar toda la con fianza familiar de Abba, término típico del lenguaje infantil y que, precisamente por eso, no encuentra paralelo alguno en las plegarias judías de la época. Pero el «papá querido» a quien podemos dirigimos con tanta confianza y familiaridad es Dios, con su grandeza: esta conciencia es la que inspiró el añadido explicativo de Mateo: «que estás en los cielos». «Nuestro»‘ comprende a todos los que utilizan la oración de Jesús. De alguna manera, el «Padre nuestro» forma a la comunidad, constituye a la Iglesia. El vocativo inicial da el tono y el sentido profundo a toda la oración de Jesús.
«Santificado sea tu nombre» : en el lenguaje bíblico el nombre es la persona misma y es bien concocido por todos el temor reverente que experimenta el Antiguo Testamento a la hora de pronunciar el nombre de Dios. Desear que sea santificado el nombre de Dios expresa el deseo de que Dios se vea rodeado de honor y de respeto, que sea reconocida su trascendencia. A través de este deseo expresamos nuestra voluntad de que Dios revele su santidad a todos los hombres; y esto sucederá cuando el Espíritu de -Dios haya transformado totalmente por dentro el corazón de los hombres. ¿Quién es el que tiene que santificar el nombre de Dios ?
Dios mismo, ciertamente; pero debe, además, ser santificado en los hombres y por los hombres con una vida santa.
«Venga tu Reino». Jesús habla muchas veces del Reino de Dios (122 veces en el Nuevo Testamento: entre ellas 99 veces en los sinópticos, 90 en labios del mismo Jesús), pero nunca define su contenido. El Reino de Dios parece significar realeza más que reino; es decir, hace referencia, no tanto a un espacio o un territorio donde el rey ejerce su poder, sino más bien a su soberanía real. Pero pedir que venga el Reino de Dios significa pedir que Dios reine. Los dos primeros deseos del «Padre nuestro»‘ están estrechamente vinculados entre sí y tienen un único contenido: la revelación escatológica gloriosa y salvífica de Dios, que establezca su soberanía, destruyendo la fuerza del mal y salvando a todos los hombres. La petición va dirigida sobre todo a Dios, pero nos compromete también a nosotros en la preparación de nuestros corazones para acogerlo.
«Hágase tu voluntad»,. este tercer deseo figura sólo en Mateo e, incluso por su misma construcción gramatical parece repetir el contenido de los dos deseos anteriores. Por una parte, le pedimos aquí a Dios que realice su voluntad, su plan de salvación, la santificación de su nombre, la venida de su Reino; por otra parte, deseamos que todos los hombres cumplan su voluntad, es decir, que sean fieles a la observancia de su ley, con un corazón nuevo, filialmente capaz de hacer la voluntad del Padre.
«Así en la tierra como en el cielo»: el cielo en la mentalidad bíblica es el mundo de Dios, donde él reina sin oposición alguna. «Así en la tierra como en el cielo» no significa «en el cielo y en la tierra», sino «para que la tierra sea imagen del cielo», «para que la tierra sea como tú la quieres». Esta expresión, con la que termina la primera parte del «Padre nuestro», no se refiere probablemente tan sólo al tercer deseo, sino a los tres deseos ya expresados: que sea santificado su-nombre en la tierra como en el cielo, que venga su Reino a la tierra como ya existe en el cielo, que se haga su voluntad en la tierra como se hace en el cielo. De este modo esta expresión sirve de enlace entre la primera parte del «Padre nuestro», que estaba orientada hacia el cielo, hacia Dios, y la segunda parte orientada hacia la tierra, hacia nosotros mismos.
«Danos hoy nuestro pan de cada día» : le pedimos aquí a Dios que nos dé el pan necesario para subsistir; se trata ante todo del pan cotidiano material, como aquel maná que Dios le daba todos los días a su pueblo en el desierto; pero no se puede excluir el «maná celestial», es decir, la Palabra de Dios y la Eucaristía, necesarias para la existencia diaria del cristiano. Lucas formula esta petición con un imperativo presente, que subraya la continuidad del don y que se compagina bien con el «cada día» que él emplea; Mateo, por el contrario, usa el imperativo aoristo y escribe «danos hoy», insistiendo en el momento presente. La petición del pan nos lleva a tomar conciencia de la infinita bondad de Dios, que renueva día tras día sus beneficios y nos educa a aguardarlo todo de él con confianza inquebrantable, pero sin ceder a la pereza. Al creyente se le exige aquí una actitud de fe auténtica, que tiene como preocupación prioritaria la de buscar ante todo el Reino de Dios.
«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»‘. esta frase parece condicionar el perdón de Dios a nuestro perdón. En este sentido va también la explicación que ofrece Mateo al final del «Padre nuestro»‘: «Porque si vosotros perdonáis a los demás sus culpas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas» (Mt 6,14- 15). Sin embargo, hay que decir que el conjunto del discurso evangélico y la parábola del siervo inmisericorde en sí misma (no en la aplicación que hace de ella Mateo en 18,35) orientan a poner como prioritario el perdón de Dios. Nuestro perdón no merece el perdón de Dios y condiciona no tanto el perdón de Dios como la sinceridad de nuestra petición de perdón. Nuestra capacidad y nuestro deber de perdonar se arraigan en el perdón que Dios es el primero en ofrecer, «No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal». le pedimos a Dios que nos proteja, no en primer lugar de nuestras pequeñas tentaciones cotidianas, aunque no haya que excluirlas, sino más bien de la gran prueba que puede provocar la apostasía, la defección de todos los que no están sólidamente afianzados en la fe (cf. 1 Pe 5,9).
Cuando habla aquí de tentación, Jesús se refiere probablemente a la última prueba que debe conducir a todo su pueblo a la salvación, la gran prueba escatológica en la que Satanás intentará que se venga abajo el proyecto de salvación de Dios,». «Líbranos del mal» está presente solamente en Mateo y tiene la finalidad de precisar el sentido de la petición expresada anteriormente de forma negativa. Con esta petición le suplicamos a Dios que no nos deje en una situación amenazada y que nos libre de la fuerza del mal que acecha al mundo. De alguna manera hacemos nuestra la misma súplica de Jesús por nosotros: «No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del Maligno» (Jn 17 15).
El «Padre nuestro» es realmente, como escribía Tertuliano, «una síntesis de todo el evangelio,», una oración realmente evangélica: una oración de acción de gracias dirigida a Dios Padre, deseando la llegada de su Reino; una oración de petición de lo necesario para vivir y abrirse al Reino, compartiendo y perdonando a todos; una oración de esperanza ya que nuestra fe se basa en la certeza de la victoria de Dios sobre todas las fuerzas del mal y de la realización de su designio de salvación en favor de la humanidad.
D. Dozzi
Bibl.: S. Sabugal, La oración del Señor, BAC, Madrid 1985: íd» El Padre nuestro en la interpretación catequética antigua y moderna, Salamanca 21990; H. Schumlann. Padre nuestro, Secretariado Trinitario, Salamanca 1982; L. Boff El Padre nuestro, San Pablo, Madrid 1984; M, Cabodevilla, Discurso del Padre nuestro, Ed, Católica, Madrid 1971; A. Pronzato, El Padre nuestro, oración de los hijos, Sígueme, Salamanca 1993; AA.VV Evangelio y Reino de Dios, Verbo Divino» Estella 1995.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico