SUMARIO: 1. Definición de conceptos. -2. La difícil armonía ortodoxia-ortopraxis. – 3. Aportaciones de la «teología secular» – 4. El depósito de la fe y su interpretación. – 5. La ortopraxis del cristiano. – 6. Criterios pastorales.
El descubrimiento del sentido de la vida, de la verdad de las cosas y de lo bueno éticamente hablando, es una de las aspiraciones de la humanidad. Se trata de los aspectos que afectan a la persona en su totalidad; por lo mismo, en su conocimiento deben estar implicadas todas las capacidades de la persona humana. Pensamiento y acción son dos aspectos relacionados e interdependientes, uno remite al otro y no se puede prescindir de ninguno de ellos. ¿Cuál de ellos es el mejor camino para llegar a la verdad? ¿A cuál de ellos damos prioridad? Más que un planteamiento intelectual debemos hacer un planteamiento existencial: lo importante es la creación de condiciones que permita un aprendizaje y una vivencia integral, sin que ninguno de los polos, el pensamiento y la acción, quedan excluidos o minusvalorados.
1. Definición de conceptos
Por ortodoxia entendemos la recta doctrina o creencia; con ello nos referimos a la expresión precisa con que un grupo de personas manifiesta sus convicciones y principios. Esta formulación funciona como una cosmovisión que nos permite leer la realidad de forma global y coherentemente relacionada. Por ejemplo, en el Credo que profesamos aparecen jerarquizados y relacionados Dios, el hombre, el mundo y la historia; el dinamismo con que estos elementos se organizan y entrelazan contienen una visión que permite a los creyentes mirar al pasado, al presente y al futuro con sentido. Los símbolos, los credos, los dogmas, etc., expresan una serie de verdades estructuradas alrededor de una verdad fundamental que no se puede alterar, pues de ella depende la identidad y la unidad en el grupo que la profesa. Al servicio de la ortodoxia está la autoridad que vela para que su contenido no quede alterado, al tiempo que mantiene la comunión en el grupo.
Por ortopraxis entendemos la recta práctica; hace alusión a las acciones y proyectos que inciden en la realidad y la transforman conforme a un ideal que se formula como lo mejor para todos. La ortopraxis implica la inserción en la realidad que se quiere transformar, la clarificación de valores que se quieren promover, la formulación de alternativas de vida que se desean afianzar, y la decisión de tácticas y estrategias que posibiliten alcanzar los objetivos propuestos. La encíclica OA de Pablo VI nos ofrece a los cristianos un esquema valioso para leer y transformar la realidad conforme a las exigencias de la fe y los valores evangélicos.
Tanto la ortodoxia (credos e ideologías) como la ortopraxis (contestación, disidencias y luchas revolucionarias) pueden funcionar de forma absoluta e impedir no sólo un sano pluralismo, sino el mismo ejercicio de la libertad personal y el respeto a la dignidad humana; fácilmente para conseguir un fin bueno se llegan a arbitrar medios impropios por su sentido coercitivo y violento. El Evangelio nos recuerda la importancia del respeto a la persona en su dignidad y en todos los derechos humanos; uno de los más preciados es el de la libertad de conciencia y de pensamiento, juntamente con el de la libertad religiosa
2. La difícil armonía ortodoxia-ortopraxis
En la historia de la Iglesia, desde muy pronto, en los siglos VII y VIII la teología y la pastoral fueron caracterizándose cada vez más por una formulación doctrinal preocupada sobre todo por la ortodoxia. La cultura de la Edad Media, la Contrarreforma y los problemas de la relación de la Iglesia con el Mundo Moderno han prolongado en el tiempo la importancia de los contenidos y la fidelidad a la autoridad eclesial.
En el ejercicio de magisterio, en la evangelización, en la relación fe-cultura, en la relación con otras religiones y con los pueblos indígenas, en la convivencia con grupos o personas con otra forma de pensar, etc, se han dado, junto con muchos testimonios de gran sensibilidad evangélica, otras actitudes impositivas y excluyentes. En la petición de perdón de la Iglesia (12-111-2000) por los errores del pasado, que el Papa Juan Pablo II ha hecho de forma significativa con palabras y con gestos, se contiene la confesión por las culpas históricas; en relación con el tema que nos ocupa se sintetizaron en las intervenciones de los diferentes cardenales: el «recurso a métodos no evangélicos en el sin embargo debido compromiso en defensa de la verdad»; «los pecados que han lastimado la unidad del cuerpo de Cristo y herido la caridad fraterna»; las responsabilidades de «no pocos cristianos en los pecados cometidos contra el pueblo de la alianza» (los judíos); «por las palabras y actitudes a veces sugeridas por el orgullo, el odio, la voluntad de dominio sobre los otros, la enemistad hacia los seguidores de otras religiones y hacia los grupos sociales más débiles como los emigrantes o los gitanos»; los que han sido «ofendidos en sus derechos humanos, a las mujeres humilladas y marginadas con excesiva frecuencia»; y a las «víctimas de los abusos, por los pobres, los marginados, los últimos, los no-nacidos suprimidos en el seno materno».
Todos estos ejemplos son una expresión de cómo el seguimiento de Jesús, la misericordia de Dios y la caridad evangélica han quedado propuestas prácticamente por una imposición de la verdad sobre todo error o discrepancia. También hoy los cristianos confesamos nuestras responsabilidades por los males presentes: «frente al ateísmo, a la indiferencia religiosa, al secularismo, al relativismo ético, a las violaciones del derecho a la vida, al desinterés ante la pobreza de muchos países, no podemos no preguntarnos cuál son nuestras responsabilidades» (JUAN PABLo II, Jornada del Perdón). En la bula Incarnationis Mysterium hay una frase clave: «purificación de la memoria» como un elemento que no puede faltar en el Gran Jubileo. En la homilía de la Jornada del Perdón Juan Pablo II dijo: reconociendo la «maravillosa mies de santidad, ardor misionero y total dedicación a Cristo y al prójimo, no podemos no reconocer las infidelidades al Evangelio en las que han incurrido nuestros hermanos, especialmente durante el segundo milenio.
Pedimos perdón por las divisiones que se han producido entre los cristianos, por el uso de la violencia que algunos de ellos han utilizado en el servicio a la verdad y por las actitudes de desconfianza y de hostilidad adoptadas entonces frente a los seguidores de otras religiones».
3. Aportaciones de la «teología secular»
La tesis IX de Feuerbach dice: «Hasta ahora los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras; lo que ahora importa es transformarlo». A partir de esta afirmación se desarrolla la convicción de que el conocimiento de la realidad, del hombre y del mundo sólo es posible por la acción. El marxismo proclama que lo mejor es lo que facilita un praxis que consiga lo que pretende: la transformación de la realidad, pues el «sentido» de las realidades humanas se descubre por la praxis. Y concluye afirmando que el único criterio de verdad, metodológicamente hablando, es la praxis. En nuestros días Althusser postuló la teoría como forma de la praxis.
La teología descubre también la importancia de la praxis como «lugar teológico». El Vaticano II en la constitución Dei Verbum desarrolla plenamente la revelación como historia «mediante acciones y palabras» relacionadas entre sí; los patriarcas, la liberación de Israel de la esclavitud, el camino hacia la tierra prometida, los profetas, etc. marcan hitos históricos de la autocomunicación de Dios. «Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas» (CEC 52).
Desde las primeras páginas del A.T. la fe bíblica tiene que ver con la justicia y la solidaridad, pues Dios se revela liberando de la esclavitud de Egipto (Ex. 20,2; Dt. 5,6). Jesucristo es la manifestación plena y definitiva de Dios como amor, misericordia y reconciliación. Cristo viene para cumplir la voluntad del Padre que consiste en «elevar a los hombres a la participación de la vida divina» (LG 2). «Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra «el germen y el comienzo de este Reino» (LG 5) (CEC 541). La veracidad del conocimiento de Dios está en el cumplimiento de sus mandamientos, amar al prójimo (1 Jn. 2, 9-10); es un amor que incluye el amor al enemigo y el dar la vida por el hermano.
Las llamadas «teologías de la praxis» han desarrollado el compromiso de los cristianos con la transformación de la realidad para que la humanidad sea en mayor medida una familia de hermanos; esta pretensión intuye y anticipa lo que estamos llamados a ser cuando Dios sea «todo en todos». «Sabemos bien que hasta el presente la humanidad entera sigue lanzando un gemido universal con los dolores de su parto. Más aún: incluso nosotros, que poseemos el Espíritu como primicia, gemimos en lo íntimo a la espera de la plena condición de hijos, del rescate de nuestro ser, pues con esta esperanza nos salvaron» (Rom. 8, 22-23). La vida del cristiano está en medio de la historia de la humanidad hasta que este mundo sea el Reino de Dios, esperamos «un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 Pe 3, 13). El camino es lento y lleno de esfuerzos, pero tendrá su final. En ese momento seremos «examinados del amor» (Mt. 25, 31-46).
4. El depósito de la fe y su interpretación
El depósito de la fe («depositum fidei») contenido en la Palabra de Dios y en la Tradición se ha confiado a la totalidad de la Iglesia. «Fiel a este depósito, el pueblo cristiano entero, unido a sus pastores, persevera siempre en la doctrina apostólica y en la unión, en la Eucaristía y la oración, y así se realiza una maravillosa concordia de pastores y fieles en conservar, practicar y profesar la fe recibida» (DV 10). Los obispos, en comunión con el sucesor Pedro, son los responsables de interpretar la palabra de Dios oral o escrita. «El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del E. Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído» (DV 10). El pueblo de Dios no puede equivocarse en «cuestiones de fe y de moral»(LG 12); y la investigación teológica profundiza en la inteligencia y compresión de la verdad revelada (GS 62,7; 44, 2; DV 23; 24). Magisterio, pueblo de Dios y teólogos, contribuyen de manera diferente y complementaria al conocimiento y vivencia de la fe; el ministerio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiada al Papa y a los obispos en comunión con él.
5. La ortopraxis del cristiano
Los cristianos somos «hijos de Dios» (Jn. 1, 12; 1 Jn. 3, 1) y «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4); esta vida la recibimos por medio de los sacramentos. El don del E. Santo nos da la luz y las fuerzas que necesitamos para llevar una «vida digna del Evangelio de Cristo» (Flp. 1, 27). Como Jesús, estamos llamados a hacer la voluntad del Padre y a ser «perfectos como el Padre celestial es perfecto» (Mt. 5, 48). El vivir concreto de cada cristiano y comunidad es la oportunidad para ir configurando las palabras, actitudes y comportamientos a los «sentimientos que tuvo Cristo» (FIp. 2, 5). Como orientaciones, el CEC a partir del texto de Rom. 6,4, en el apartado de la «vida nueva» en Jesucristo propone: una catequesis del Espíritu Santo, maestro de la vida interior, una catequesis de la gracia, una catequesis de las bienaventuranzas, una catequesis del pecado y del perdón, una catequesis de las virtudes humanas, una catequesis de las virtudes teologales, una catequesis del doble mandamiento de la caridad (Decálogo) y una catequesis eclesial («comunión de los santos» e intercambio de «bienes espirituales»).
6. Criterios pastorales
La persona de Jesús es la perfecta síntesis del logos (conocimiento, verdad) y del ethos (práctica, compromiso). Jesús de Nazaret es el Mesías de Dios y el Siervo Sufriente, el Maestro y el que lava los pies a los apóstoles, el Hijo de Dios y el que está cerca de los pequeños y pecadores, el que hace la voluntad de Dios y comprende la fragilidad humana, el que habla del Reino de los cielos y tiene los pies en la tierra, el que tiene todo el poder y da la vida por todos, el que ama hasta el final y no pone ninguna condición.
La pastoral debe considerar a la persona en su totalidad para poder hacer una evangelización liberadora; al tiempo, respetará los ritmos de maduración de las personas y los procesos de maduración de la fe. La iniciación cristiana aborda de manera armónica y relacionada la fe, la moral evangélica, la liturgia y los sacramentos, el sentido comunitario de la fe, y la presencia comprometida. La formación para el compromiso sociopolítico pasa por un conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia, la reflexión y el discernimiento para hacer una aplicación adecuada en las exigencias de la fe en cada situación histórica.
El diálogo académico y la fluida relación fe y cultura son otras de las exigencias del binomio ortodoxia-ortopraxis. Supone una mirada llena de amor y un talante positivo y esperanzado en que Dios sigue actuando en la historia. El reforzamiento de un talante testimonial y martirial, al estilo de los profetas y los santos, es hoy más necesario que nunca; la tarea del cristiano consiste en traducir en nuestro mundo cómo el amor de Dios nos lleva a dar la vida por los demás, y a encarnar los valores que manifiestan que muestra esperanza, en definitiva, está en la vida eterna.
Jesús Sastre
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
SUMARIO: I. El debate: 1. Ortodoxia; 2. Ortopraxis; 3. Interrelación e interacción. II. Lugar teológico-pastoral de la catequesis. III. Apostar por una sabia opción: la orto-catequesis.
Como planteamiento inicial, conviene recordar que la antinomia ortodoxia-ortopraxis es una cuestión tan antigua como la misma humanidad, anhelante por encontrar la verdad a través de una doble vertiente: el pensamiento y la acción, el conocimiento y la transformación, la reflexión y el compromiso, la ideología y el proceso, los principios y el quehacer, el logos y el ethos, la doctrina y la experiencia, la fe y la caridad…
¿Primacía de una sobre la otra? ¿Coexistencia pacífica? ¿Yuxtaposición? ¿Antagonismo? ¿Simbiosis? No hay por qué desgarrar o empobrecer la existencia humana, sino más bien crearle condiciones favorables para una integración que la promueva en todas sus dimensiones.
En nuestra época, tanto las filosofías como las religiones y las ciencias modernas pretenden justificar sus opciones de cara a esta doble vertiente de la vida humana. La cuestión de fondo puede expresarse en forma muy simple: ¿primero se conoce y después se actúa o primero se actúa y después se conoce? ¿Se conoce para actuar o se actúa para conocer? ¿La verdad se detecta mejor por la vía del pensamiento o por la vía de la actividad y la experiencia?
Habría que asumir de entrada este planteamiento, pues nos obligará a estar atentos para no caer en simplificaciones superficiales; pero tampoco conviene adoptar posturas que hagan las cosas imposibles. Sobre todo de cara a una tarea tan noble como la catequesis, ministerio ejercido por multitud de hombres y de mujeres sencillos, que no acostumbran a tejer tan finamente sus ideas ni sus experiencias, como quizá puedan hacerlo quienes han tenido la fortuna de una formación académica.
No podemos, sin embargo, sustraernos a un debate que, además de interesante y actual, conlleva cuestionamientos que inciden directamente en convicciones, procesos y opciones de vida práctica.
I. El debate
Es conveniente comenzar nuestro estudio recordando el valor semántico de las expresiones que nos ocupan. Ello nos abre las puertas al debate y nos habilita para su comprensión. Ortodoxia y ortopraxis son lenguajes en uso tanto dentro como fuera del ámbito religioso1.
1. ORTODOXIA. De orthós=recto, sano, correcto y doxa=opinión, doctrina, creencia y también gloria. Dice relación a la forma exacta y fiel con que un individuo o un grupo humano expresa sus creencias, sus principios y sus convicciones. Normalmente lo hace mediante formulaciones verbales, credos, dogmas, idearios, sentencias, proclamaciones públicas, símbolos, etc. Sería, por tanto, un conjunto de principios que se conocen, se aceptan y se proclaman con exactitud y precisión, interpretándolos de acuerdo a ciertas normas establecidas. La ortodoxia sería la recta forma de pensar.
La ortodoxia suele entenderse como equivalente de verdad irrenunciable, al menos para quien o quienes la aceptan. Tiene una fuerza de cohesión y, por lo mismo, es generadora de identidad grupal. Quienes aceptan esas doctrinas se sienten identificados con otros que también las asumen como referencia fundamental de su pensar.
Todas las ortodoxias tienen, además, vínculos estrechos con quienes ejercen la tarea de salvaguardar la identidad y la pureza doctrinal del grupo. Es la autoridad la que administra las reglas comunitarias del juego y, desde allí, vigila, preserva, censura, sanciona y, en última instancia, excluye a los que están en desacuerdo con el sistema doctrinal que se comparte (los herejes o heterodoxos). La ortodoxia lleva en sí misma un germen de exclusión, originando frecuentemente toda clase de dogmatismos.
2. ORTOPRAXIS. De orthós=recto, sano, correcto y praxis=acción, hecho, práctica, comportamiento, conducta. Dice relación a los modos como un individuo o un grupo humano actúan en su entorno, donde desencadenan procesos múltiples con el propósito de plasmar en la realidad proyectos de vida práctica. Proyecto, proceso y transformación configuran el ciclo de la ortopraxis.
Tiene también sus reglas propias, como son el espacio de la existencia concreta unida a la experiencia, los modelos de vida que se desean realizar, los valores que se quieren destacar, las estrategias y medios con que se pretende alcanzar el paradigma posible y el futuro deseable.
Sin embargo, la ortopraxis suele caer en la trampa de crear modelos subjetivos e indiscutibles de actuación, para imponerlos a otros como expresión absoluta de conducta (lucha de clases, neoliberalismo económico, sociedad consumista, organización excluyente…). A menudo se estanca también en una constelación de proyectos exclusivos, de comportamientos discriminatorios o de actitudes con doble ética, que no respetan la igualdad fundamental de las personas (una ética para los de arriba y otra para los de abajo, un compromiso beneficioso para los patrones y otro desfavorable para los trabajadores, una participación estrecha para los débiles y otra generosa para los que detentan el poder…). Son las herejías y dogmatismos de la ortopraxis, a los que se mira con enorme tolerancia, aunque no por eso sean menos graves que las herejías y dogmatismos de la ortodoxia. Hay censura inmediata a los transgresores de la doctrina, pero no se mide con la misma vara a los transgresores de la praxis.
Es necesario, por tanto, vivir la ortopraxis reconociendo que será válida y auténtica cuando defienda la centralidad de la persona y la asuma como el valor superior de la creación. Toda ortopraxis tendría que ser un humanismo enraizado en la justicia y el amor eficazmente promocionales2.
3. INTERRELACIí“N E INTERACCIí“N. Hay ciertas preguntas insoslayables: ¿Cuál de los dos aspectos es más relevante, la ortodoxia o la ortopraxis? ¿Dónde encontrar el fundamento último de la verdad? ¿Es una ortodoxia previamente asumida la que debe guiar la praxis para que sea recta o, por el contrario, la ortopraxis debe ser generadora de la correcta forma de pensar?
Existe obviamente una doble postura: la de quienes sostienen la primacía de la ortopraxis sobre la ortodoxia y la de quienes defienden el primado de esta sobre aquella. Ninguna de ellas deja de tener argumentos sólidos, convincentes y discutibles, que han de ponderarse cuidadosamente3.
Estamos ante un típico caso de dialéctica, o mejor, de antinomia que exige valorar las dos posiciones y dejar correr la reflexión hacia una síntesis creativa. Porque, si bien es cierto que la opción que se haga tendrá incidencia en los enfoques, los procesos y las prioridades vitales de la comunidad a la que se pertenece, no es menos cierto que sería ilegítimo oponer radicalmente ortodoxia y ortopraxis, como dos entidades absolutamente antagónicas e irreconciliables.
De lo que en realidad se trata es de elegir el punto de partida que más facilite lo que cada situación exija, dejándose conducir por él hasta sus últimas y lógicas consecuencias; de dar a cada vertiente de la vida (ortodoxiaortopraxis) la jerarquía que se juzgue más adecuada, admitiendo que una no puede subsistir sin la otra, pues de lo contrario se renunciaría a ser persona en búsqueda de la verdad, a menudo inabarcable e inasible; de ponerlas en diálogo continuo e interrelación permanente, a fin de que se realice simultánea y coherentemente la ortopraxis como premisa de ortodoxia y esta como presupuesto de aquella. Así, quien parta del ethos (praxis) para ir al logos (doctrina) no será menos creíble y respetable que el que sigue un camino a la inversa. Se podría aprender de la sabiduría de los antiguos, que eran maestros en el arte de distinguir muy bien sin separar jamás lo indisoluble4.
II. Lugar teológico-pastoral de la catequesis
El debate brevemente aquí esbozado es transferible a todo ámbito donde se busca la verdad. Y acaso en el ámbito religioso esta antinomia se plantee con mayor fuerza, desde el momento en que, para llegar a la verdad, se ha constatado desde siempre una tensión continua entre gnósticos y pragmáticos, entre ilustrados y reformadores, entre teóricos y prácticos.
Es un hecho comprobado que, desde la Alta Edad media (siglos VII y VIII), teológica y pastoralmente la catequesis -y sobre todo su matriz, la teología- se ha preocupado principalmente por transmitir una enseñanza doctrinal correcta, sana y apegada a la ortodoxia. Enseñar y comunicar con precisión dogmática el Depósito de la fe fue muchas veces más importante que vivir las exigencias prácticas del seguimiento de Jesús.
Hubo y hay una especie de fascinación por la ortodoxia en detrimento de la ortopraxis. Está claro que nadie que quiera proclamar los contenidos de su fe con autenticidad, tiene derecho a poner en tela de juicio alguno de sus componentes esenciales. Estropearía la comunión y expondría su identidad cristiana, que también se funda en una confesión pública de la verdad. Pero igualmente nadie tiene derecho a reducir a la sola ortodoxia doctrinal, a menudo subjetiva, la multiforme riqueza del misterio cristiano. ¿Qué sería de una comunidad que sólo se ocupara de elaborar un bagaje de doctrinas rígidas, aun en sus elementos no esenciales? Posiblemente perdería su frescura original, su sintonía con la historia y su fuerza persuasiva.
La ortodoxia tiene que ver, indudablemente, con las certezas cristianas y la auténtica verdad revelada, celosamente conservada en el seno viviente de la comunidad. Y si la ortodoxia es la recta forma de interpretar y de expresar la fe, no debe olvidarse que hay en la Iglesia muchas otras expresiones que, sin ser exclusivamente doctrinales, son, sin embargo, justas y necesarias. El santo, el místico y el mártir interpretan su fe desde la praxis de la caridad. El pastor, el catequista y todo agente de pastoral muestran su interpretación a través de su talante diaconal. El pueblo sencillo también interpreta la fe con su forma de seguir en concreto al Señor Jesús (el sensus fidei es doxopráxico). Sostener que la recta interpretación de la fe se agota en lo puramente doctrinal es ceder a una fácil tentación.
En la catequesis de la Iglesia, la ortodoxia doctrinal tiene un sitio destacado en orden a la confesión y a la comunión universal de la fe. Pero junto a ella están las expresiones eclesiales de la ortopraxis cristiana, tan indispensables y eficaces en orden a la edificación de la misma universal comunión. Algunas de las más relevantes son: la orto-celebración, el orto-testimonio, el orto-compromiso y el orto-servicio a la comunidad y al mundo5. Habría que considerar también en este lugar la inagotable riqueza de ministerios eclesiales que se ejercen justamente con este propósito. La fe no puede ser pura gnosis conceptual, como tampoco pura praxis desbordante.
Se impone, por tanto, un fiel de la balanza que rescate la praxis evangélica e histórica de los cristianos, de tal forma que la fe pueda tener una doble instancia crítica. Si la teología, y en cierta forma también la catequesis, pueden considerarse como reflexión crítica sobre la praxis cristiana, no es menos cierto que la praxis cristiana también puede verse como instancia crítica del discurso teológico y catequético6.
III. Apostar por una sabia opción: la orto-catequesis
Más allá del debate y de las tensiones disgregantes, la catequesis está llamada a ser una expresión eclesial, marcada por la rectitud ante la verdad revelada y por la fidelidad a los imperativos prácticos que de ella derivan. Dicho de otro modo: se requiere una orto-catequesis que no traicione ni deforme ni la ortodoxia ni la orto-praxis.
¿Cómo podría ser fiel a ambas exigencias esta orto-catequesis?
En principio, debe ser una catequesis que ha de nutrirse simultáneamente de las dos vertientes como de una doble e indispensable fuente. Muchos son los documentos recientes de la Iglesia que hablan en términos de catequesis integral, acentuando precisamente la idea de que debe ser al mismo tiempo ortodoxa y ortopráxica.
Uno de los textos que mejor expresan lo anterior es el que aparece en el documento episcopal de la Conferencia latinoamericana de Puebla: los catequistas han de ofrecer una catequesis «en forma de proceso permanente, por etapas progresivas, que incluya la conversión, la fe en Cristo, la vida en comunidad, la vida sacramental y el compromiso apostólico… [Dicha catequesis ha del impartir una educación integral de la fe que incluya los siguientes aspectos: la capacitación del cristiano para dar razón de su esperanza; la capacidad de dialogar ecuménicamente con los demás cristianos; una buena formación para la vida moral, asumida como seguimiento de Cristo, acentuando la vivencia de las bienaventuranzas; la formación gradual para una positiva ética sexual cristiana; la formación para la vida política y para la doctrina social de la Iglesia»7.
Una orto-catequesis será, por tanto, aquella que no sacrifica valores esenciales, contenidos tanto en la fe doctrinal, prácticamente vivida, como en la fe práctica, ortodoxamente creída.
La catequesis cristiana ha de entroncar en la mejor tradición ortodoxa y ortopráxica de la Iglesia. Y lo conseguirá cuando sea capaz de asumir con la misma urgencia, dialéctica y armonía la fe y la caridad, la reflexión y la cotidianidad, la doctrina y la vivencia, el conocimiento y el compromiso, la dimensión cognoscitiva y la dimensión transformadora, la recta forma de pensar y la recta forma de vivir el seguimiento de Jesús.
La persona de Jesús, en definitiva, se nos revela en esta doble dimensión: como ortodoxia (logos) y como ortopraxis (ethos) salvífica del Padre. Jesús es a un tiempo maestro (ortodoxia) y servidor (ortopraxis), profeta (ortodoxia) y pastor (ortopraxis), mesías prometido (ortodoxia) y cumplimiento histórico (ortopraxis), evangelio anunciado (ortodoxia) y evangelio encarnado (ortopraxis). La fe de los discípulos no puede ser menos.
Lo que buscaría, en último término, la orto-catequesis sería propiciar la experiencia profunda de la fe en la desconcertante utopía que proclama con tan fuerte convicción la teología latinoamericana de la liberación: el reino de Dios que viene (ortodoxia) y la presencia transformadora del Dios del Reino que no cesa de actuar en el mundo, en la historia y en el corazón de todo hombre y de toda mujer (ortopraxis).
NOTAS: 1. J. J. TAMAYO ACOSTA, Para comprender la teología de la liberación, Verbo Divino, Estella 1991, 13-16. – 2. B. MONDIN, Teologías de la praxis, BAC, Madrid 1982, 190-194. – 3 E. CAMBON, L’ortoprassi, documentazione e prospettive, Cittá Nuova, Roma 1974, 83-94. – 4 Ib, 91. – 5 F. MERLOS, La catequesis en América latina, Palabra, México 1998, 27-28. – 6. Cf CT 61; G. GUTIERREZ, Teología de la liberación. Perspectivas, Sígueme, Salamanca 199415, 21-41. – 7 III CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO, La Evangelización en el presente y figuro de América latina, Puebla 1979, 1007-1008.
BIBL.: Además de la citada en nota, HENN W., Ortodoxia y Ortopraxis, en LATOURELLE R.-FISICHELLA R. (dirs.), Diccionario de teología fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 1040s.; 1042s.; INIESTA A., Teopraxis, ensayos de teología pastoral I, Sal Terrae, Santander 1981; MARTíNEZ DíEZ F., Teología latinoamericana y teología europea, San Pablo, Madrid 1989.
Francisco Merlos Arroyo
M. Pedrosa, M. Navarro, R. Lázaro y J. Sastre, Nuevo Diccionario de Catequética, San Pablo, Madrid, 1999
Fuente: Nuevo Diccionario de Catequética