OBRAS

(heb., ma†™aseh, obra, hecho, pa†™al, una obra; gr., ergon, obra, erga, obras). Se utiliza para designar obras hechas por Dios por amor santo, y por los seres humanos como criaturas de Dios. En el AT la obra u obras de Dios hacen referencia a su creación y preservación del cosmos (Gen 2:2; Psa 8:3) y sus obras de salvación y juicio en beneficio de Israel (Psa 28:5; Isa 5:12, Isa 5:19). Las personas piadosas meditan en las obras de Dios (Psa 77:12; Psa 143:5) y le alaban por ellas (Psa 72:18; Psa 105:1-2). En el NT se presenta a Dios obrando en y por medio del Mesí­as, a la vez en la creación (Joh 1:1-3) y en la redención (Joh 9:3-4). Jesús revela por sus obras su verdadera identidad y de quién viene (Mat 9:2-5; Joh 5:36; Joh 10:37-38).

Las obras que hacen los humanos no pueden ser separadas del estado de sus corazones y su motivación (Psa 28:3-4; Gal 5:19). No hay justificación por las obras (Rom 3:20; Gal 2:16; 2Ti 1:9). Las obras verdaderas, en las que Dios se deleita, son las que provienen de una gratitud interior a Dios por su bondad y salvación. Estas surgen de la fe, la cual se aferra a Cristo como Salvador y Señor (Eph 2:10; Col 1:10; Jam 2:14 ss.).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(acciones, hechos).

El «creyente» es salvado gratis, por la fe, sin las obras, pero «para hacer buenas obras» así­ nos dice San Pablo en Efe 2:8-10 : (¡muchos nunca leen el verso 10!).

Todos hacemos cada dí­a muchas «obras», buenas o malas: La grandeza del cristiano, es que es salvado gratis, por la fe, por la Sangre de Cristo, para vivir en Cristo, y que Cristo viva en él, y así­ poder hacer «obras buenas» . ¡Mas no yo, sino Cristo que vive en mí­! Gal 2:20.

Esto de «salvados» se presta a confusión: Somos «salvados» del pecado, del poder del demonio y de la muerte, y hechos «hijos de Dios». ¡pero no estamos en el Cielo!. hemos sido «salvados», hechos «hijos de Dios», para que hagamos obras buenas. si las hacemos malas, somos peores que un pagano, que no tiene tantas gracias como un cristiano. Por eso nos dice Pablo: Si tuviera tanta fe que moviera montanas, pero no tengo caridad, no soy nada: (1Co 13:2). Y el mismo Jesús nos dice que «muchos» dirán: ¿no profetizamos en tu nombre, e hicimos milagros y expulsamos demonios en tu nombre?. Y Jesus les dirá: Marchaos de mí­, obradores de maldad, Mat 7:21-27). Y Santiago dice taxativamente que la fe, sin obras es fe muerta, es como un cadáver, es la fe del diablo, Stg 2:14-26.

Lutero querí­a quitar de la Biblia esta carta de Santiago, pero, para quitar esa idea, tendrí­a que deshacerse de toda la Biblia: He aquí­ sólo algunos ejemplos: Los «creyentes».

– Son creados en Cristo, para hacer buenas obras, Efe 2:8-10 : (¡lea el 10!).

– Exhortados a revestirse de obras, Col 3:12-14.

– Están llenos de obras, Hec 9:36.

– Seguidores de obras, Tit 2:14.

– Deben ser perfectamente instruidos para buenas obras, 2Ti 3:17.

– Deben ser ricos en obras, 1Ti 6:18
– Sobresalir en obras, Tit 3:8-14.

– Fecundos en obras, Col 1:10.

– Perfectos en obras, Heb 13:21.

– Abundar en obras, 2Co 9:8.

– Seguidos a la tumba por sus obras, Rev 14:13.

– Todo el Libro de los «Hechos», se llama así­, porque son los «Hechos», las «Obras» de los primeros cristianos realizadas con el poder de Dios.

– El Sermón de la Montaña de Mt.5,6 y 7, todo son «obras».

– La Carta a los Romanos es la «Catedral de la fe» en los primeros 8 capí­tulos, pero es la «Catedral de las obras» en los 5 últimos, son como el «Sermón de la Montaña» de San Pablo.

– La «Carta a los Gálatas» es la «carta de la libertad». la libertad y poder que tiene el cristiano para hacer el bien, y no hacer el ma: Los 3 primeros capí­tulos son todo «fe», porque es la base del cristianismo, del ser «hijos de Dios». pero los dos últimos son la «lucha del cristiano», y las obras buenas que tiene que hacer, si en verdad Cristo está en él, resumiendo Pablo toda la Biblia en Gal 5:14 en 8 palabras: Amarás a tu prójimo como a ti mismo; es el mismo resumen que hizo Jesús de toda la Biblia en Mat 7:12.

– Lo mismo pasa con las cartas a los Efesios y Colosenses: La primera mitad son las maravillas y prerrogativas del ser cristiano. la segunda mitad, es la lucha y buenas obras que tiene que hacer el cristiano, con Cristo en su corazón, ¡el gran problema, es que muchos cristianos sólo leen la primera mitad de estas Epí­stolas!.

Un Ejemplo: Un «Prí­ncipe» lo es, no porque hiciera buenas obras, o fuera guapo, sino solo porque es hijo de su padre, que es Rey: Es prí­ncipe gratis, de gracia, sin que él hiciera ninguna buena obra para serlo. pero una vez que es «Prí­ncipe» tiene que hacer buenas obras, con las prerrogativas y facilidades que tiene, ¡y si hace malas obras, es peor que si no hubiera sido prí­ncipe . porque todos se van a enterar!.

Lo mismo pasa con el Cristiano: Lo es gratis, por gracia, por la fe en Jesucristo; ya es «salvado», ¡no confundas esta palabra!, es hecho «hijo de Dios!, es salvado del pecado, del demonio. pero es «salvado», hecho «hijo de Dios», para que haga buenas obras»; si con tantas gracias y prerrogativas, hace «malas obras», es peor que si fuera pagano.

El Juicio Fina: En el momento de entrar al Cielo, Dios no nos preguntará si tuvimos fe, o si fuimos o no cristianos. nos tratará a todos sin «acepcion de personas», a todos por la misma medida, dice Pablo en Ro.2: 5-I1, nos medirá por las «obras» que hicimos, ¡a todos!, a cristianos, a judí­os, a musulmanes, al chinito que nunca oyo hablar de Cristo, a Moisés, que nació antes de Cristo, ¡a todos!. y así­ lo repite la Biblia cada vez que nos describe el «Juicio Final», en el momento antes de ser enviado al Cielo o al Infierno. no nos medirá por la fe, ni por ningún otro don que nos dio el Senor, sino que nos medirá por las «obras» que hicimos con la fe, porque a todos Dios nos da la fe necesaria para ir al Cielo, a todos, a chinitos, a cristianos, a musulmanes, a los que nacieron antes de Cristo, ¡a todos nos da la medida de la fe, de Rom 12:3, y a cada uno mucho más de la que necesita!. ¡porque Dios quiere que todos los hombres se salven, vayan al Cielo!: (1Ti 2:4).

Lea usted el «Juicio Final», cómo será el suyo, en Rom 2:5-11, Mat 25:31-46, Jua 5:29, 2Co 5:10, Rev 20:11-15. Ver «Justificacion».

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

http://biblia.com/diccionario/

Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

En las Escrituras, este término se usa con varios sentidos. Puede señalar al resultado de la acción de Dios o del hombre, el fruto del trabajo. Así­, en la †¢creación (†œY acabó Dios en el dí­a séptimo la o. que hizo† [Gen 2:2]), o en el caso del †¢templo (†œAsí­ se terminó toda la o. que dispuso hacer el rey Salomón para la casa de Jehovᆝ [1Re 7:51]). Pero el sentido más comentado es el que se relaciona con la idea de que el antiguo pacto se cumplí­a por medio de las o., mientras que el nuevo es por la gracia de Dios, que se acepta por fe. Este es uno de los temas básicos de la epí­stola de Pablo a los Romanos (†œ… ya que por las o. de la ley ningún ser humano será justificado† [Rom 3:20; †œConcluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las o. de la ley† [Rom 3:28]).

Sin embargo, Santiago nos enseña †œque la fe sin o. es muerta† (Stg 2:20). Aunque la salvación no se consigue por las o. (†œ… no por obras, para que nadie se glorí­e†), somos †œcreados en Cristo Jesús para buenas o., las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas† (Efe 2:9-10). De ahí­ que todo creyente debe estar †œdispuesto para toda buena o.† (2Ti 2:21; Tit 3:1). En todo el NT se insiste en las buenas o., pues ellas glorifican †œa vuestro Padre que está en los cielos† (Mat 5:16). El máximo ejemplo es nuestro Señor Jesucristo, quien hizo †œmuchas buenas o.† (Jua 10:32).
én se usa en el NT la palabra †œobra† para referirse al trabajo en el ministerio del evangelio. Así­, el Espí­ritu Santo dijo a los hermanos de Antioquí­a: †œApartadme a Bernabé y a Saulo para la o. a que los he llamado† (Hch 13:2). Pablo mismo alaba a †¢Timoteo, diciendo: †œ… él hace la o. del Señor así­ como yo† (1Co 16:10).
otra parte, los hombres serán juzgados por sus o., pues Dios †œpagará a cada uno conforme a sus o.† (Rom 2:5-11), incluyendo a los que sirven al Señor, pues †œla o. de cada uno será manifiesta; porque el dí­a la aclarará … y la o. de cada uno cuál sea, el fuego la probarᆝ (1Co 3:11-15).

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, DOCT

ver, FE, JUSTIFICACIí“N, SANTIAGO (Libro)

vet, Se trata de actividades, divinas o humanas, que pueden ser consecuencia del bien o del mal. Se mencionan las «obras muertas», actos de mera ceremonia, y de los esfuerzos religiosos de la carne (la carne para nada aprovecha) (He. 6:1; 9:14). Estas están en acusado contraste con las «obras de la fe», que constituyen la expresión de la vida por la operación del Espí­ritu Santo (He. 11). Las obras de la carne son detalladas en Gá. 5:19-21. El hombre es justificado por la fe aparte de las «obras de la ley» (Ro. 3:20; Gá. 2:16), pero la fe verdadera producirá «buenas obras», y éstas serán vistas por los hombres, aunque la fe misma sea invisible (Stg. 2:14-26). Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra afirmó que Sus obras daban evidencia de que El era el Hijo de Dios, y de que habí­a sido enviado por el Padre, y de que el Padre estaba en El y El en el Padre (Jn. 9:4; 10:37, 38; 14:11). Cuando los judí­os perseguí­an a Cristo por haber curado a un hombre en sábado, El dijo: «Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo» (Jn. 5:17). Dios habí­a descansado de Sus obras de creación en el dí­a séptimo, pero el pecado se introdujo, y en el AT se hallan frecuentes alusiones a la actividad de Jehová para lograr la bendición espiritual del hombre. El apóstol Pablo, escribiendo a Tito, insiste enérgicamente en las buenas obras, para que el cristiano no sea sin frutos. Cada uno tendrá que dar cuenta de sí­ a Dios (Ro. 14:12); y los muertos impí­os serán levantados y juzgados según sus obras (Ap. 20:12, 13). (Véanse FE, JUSTIFICACIí“N, SANTIAGO [LIBRO DE].)

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Acciones humanas que se realizan con conciencia y voluntad y cuya bondad o malicia dependen de la intención y del objeto.

– Son buenas las que tienen objeto bueno e intención buena (limosna para ayudar al prójimo)

– Son muy malas las que tienen objeto malo con intención mala (robar para ofender).

– Y son malas simplemente si el objeto es bueno pero la intención mala (limosna para ofender) o el objeto es malo aunque con intención buena (robar para ayudar).

El concepto general de «obras» con diversos significados (acciones, trabajos, milagros) se halla abundantemente usado en la Escritura, pues se habla de forma continua del hombre como ser activo. Pero hay en el término «obras» (ergon) cierto sentido de compromiso y no sólo de actuación libre. Asi aparece empleado este término más de 300 veces en el Nuevo Testamento: como misión en la tierra (Jn. 4. 34 y 36; Jn. 17.4); como contraposición entre las buenas y las malas acciones (Jn. 8. 41; Jn. 8.34); como demanda de complementación con el concepto de fe (1 Cor. 3.13; Gal. 2.16; Ef. 2.9; Sant. 2.14 y 25).

En este triple sentido, las «obras» se presentan en la Escritura como el sello de Dios si son buenas; y son el camino del alejamiento de Dios, si son malas. Superan su categorí­a antropológica de acciones sin más y se convierten en lenguaje que sale del corazón para el bien o para el mal, para la práctica de la virtud o para el alejamiento de la salvación
Para la salvación no bastan las obras materialmente buenas. No basta la fe para «entrar en el Reino de los cielos; también el Demonio cree y sin embargo tiembla… Es preciso hacer la voluntad, las obras, de Dios» (Mt. 7.21 y Sant. 2.19). Pero las obras sin la fe son actuaciones vací­as y estériles.

Las obras de Jesús son presentadas como la prueba de su misión unas 30 veces (Mt. 11.19; Jn. 6.31; Jn. 9.3; Jn. 10. 25 y 37;). Con ellas los Evangelistas y persistentemente los escritos paulinos dan la señal de lo que es cristiano.

La auténtica fe se justifica con las obras, tal como aparece con nitidez en la Carta de Santiago, tan temida por los luteranos por considerarla contradictoria para el principio radical de «fe sola», y tan mal interpretada con frecuencia por los católicos adheridos al principio de «sobre todo obras».

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

Los evangelios hablan de las obras con una connotación religiosa. Jesucristo trabaja al igual que su Padre, el cual está en constante jornada de trabajo (Jn 5,17), y realiza las obras que le ha encomendado su Padre (Jn 5,36); su alimento es hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra (Jn 4,34); ahí­ radica su misión: en trabajar en las obras del Padre (Jn, 4; 10,25). Las obras de Jesucristo son al propio tiempo del Padre (Jn 14,10); entre todas las obras que el Padre le ha encomendado, hay una, la principal entre todas: salvar a los hombres con su muerte en la cruz (Jn 17,4).

El Diablo también realiza obras, por supuesto, malas (Jn 8,41; 1 Jn 3,8). El hombre debe trabajar (Mt 9,37-38; Lc 10,2) en el tiempo apto (Lc 13,14; Jn 9,4); debe hacer obras buenas que sirvan incluso de ejemplo a los demás (Mt 5,16), y nunca obras malas (Mt 23,3; Lc 11,48; Jn 3,19; 7,7). El que obra mal aborrece la luz -que es Jesucristo-, para que sus obras no sean censuradas; pero el que obra bien ama la luz y va a la luz, para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas en Dios (Jn 3,20-21). La obra buena, la obra de Dios, es creer en Jesucristo (Jn 6,28-29). El hombre, con los talentos que Dios le ha dado, debe producir obras buenas (Mt 25,16; Lc 19,16; Jn 6,27). Dios retribuirá a cada uno según sus obras (Mt 16,27; Lc 13,27). Pero bien entendido que no son las obras las que justifican al hombre, sino la fe (Rom 3,27; 4,2.6; Gál2,16; 3, 2.5.10), aunque, por otra parte, la fe sin obras es una fe muerta (Sant 2,14.17. 20-26). ->milagros; signos.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> gracia, milagros, fe). El tema y disputa de las obras como expresión o medio de justificación se sitúa en el centro del Nuevo Testamento. Podemos distinguir, de un modo general, entre obras de la ley y obras mesiánicas.

(1) Obras de la Ley. Como Pablo ha destacado, la Ley israelita implica unas obras que, en principio, se han tomado como expresión de fidelidad a Dios y como signo de cumplimiento de la alianza. Jesús no ha discutido sobre el tema de las obras, aunque ha puesto en el centro de su atención el servicio gratuito a los necesitados, por encima de las normas establecidas por un tipo de Ley sagrada, (a) Pablo. Siguiendo en la lí­nea de Jesús, el mensaje de Pablo contiene una fuerte controversia entre las obras de la Ley, que son incapaces de salvar al hombre (porque le sitúan en un nivel de cumplimiento, encerrándole en sí­ mismo), y la gracia de Cristo, que se ofrece en fe a todos los creyentes, por encima de la separación anterior entre judí­os y gentiles: «Ningún hombre será justificado ante Dios por las obras de la Ley; porque por medio de la Ley se nos ha dado el conocimiento del pecado. Pero ahora, fuera de la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la Ley y por los profetas, la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él» (Rom 3,20-23). La oposición entre las obras de la Ley (entendidas en forma de sistema sagrado) y la gracia que se expresa en el amor que se dirige hacia todos los hombres constituye el tema básico de la carta a los Gálatas (Gal 2,16-3,5). (b) Santiago. Evidentemente, la Iglesia judeocristiana ha podido responder y ha respondido, situando en otra perspectiva la relación entre la fe y las obras: «Hermanos mí­os, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada dí­a, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así­ también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí­ misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno; bien haces. También los demonios creen, y tiemblan. Pero ¿quieres saber, hombre vano, que la fe sin obras es muerta? ¿No fue justificado por las obras Abrahán nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar? ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?… Porque como el cuerpo sin espí­ritu está muerto, así­ también la fe sin obras está muerta» (Sant 2,14-26). Evidentemente, Santiago*, el hermano del Señor, o quien fuere el autor de esta carta escrita en su nombre, está respondiendo a san Pablo, situando sus afirmaciones en otra perspectiva, aunque sin negarlas. Pablo y Santiago no se oponen, pero sus enfoques y matices son distintos, aunque a veces ello se ha ignorado en la controversia entre católicos y protestantes sobre el tema. Pablo rechaza unas obras entendidas en sentido legalista; Santiago defiende las obras como expresión de fe, en el más hondo sentido del Antiguo Testamento, a la luz de Ley real del amor (Sant 2,8).

(2) Obras mesiánicas, obras del Cristo. Pues bien, por encima de esas obras, que encierran al hombre en el nivel de talión, en el que domina la muerte, el evangelio de Mateo recuerda y propone las obras de Cristo (erga ton Khristou: Mt 11,2; cf. Lc 7,19-20), vinculadas a la identidad del erkhomenos, es decir, de aquel que ha de venir). En este contexto se sitúa la respuesta de Jesús, en la que expone de un modo ejemplar sus obras mesiánicas: «Id y anunciadle a Juan lo que habéis oí­do y habéis visto: Los ciegos ven y los cojos andan, y los leprosos quedan limpios y los sordos oyen y los muertos resucitan y los pobres son evangelizados y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí­» (Mt 11,4-6; cf. Lc 7,18-32; 4,18-19). Al formular así­ sus obras, desde la perspectiva de Is 35,5-6; 42,18, Jesús ofrece el más perfecto esquema mesiánico, vinculando unas experiencias que en principio pueden parecer inconexas (curación, evangelización, resurrección), aunque están muy relacionadas. Así­ las presentamos, cambiando ligeramente el orden del texto: (a) Los ciegos ven y los cojos andan y los sordos oyen (milagros en un nivel de comunicación). Ciegos, cojos y sordos forman parte de una humanidad que no puede comunicarse: ver, oí­r, dirigirse a los demás. En esa lí­nea, el verdadero milagro consiste en que los hombres y mujeres puedan vivir y relacionarse en libertad unos con otros. Ceguera, sordera y cojera eran como una cárcel que tení­a a muchos hombres encerrados, (b) Los leprosos quedan limpios, es decir, pueden comunicarse también con los demás. Este milagro tiene un carácter aún más social que los anteriores, pues los leprosos estaban expulsados de la sociedad, que los rechazaba y marginaba por motivos religiosos, encerrándoles en la cárcel de su propia enfermedad. Para que un leproso se cure han de cambiar las estructuras de separación de una sociedad que les expulsa, con el fin de proteger así­ su propia limpieza. No hací­a falta una cárcel fí­sica, ni una leproserí­a como las modernas. Aquella sociedad expulsaba a los leprosos sin necesidad de cárceles, ni policí­as. Jesús les reintegra en una sociedad nueva, capaz de acoger a los que antes parecí­an impuros, irrecuperables, (c) Los pobres son evangelizados (liberación por el mensaje). En un plano, la palabra pobres alude a los mismos enfermos anteriores, pero en otro recibe un sentido más amplio, pues incluye a todos aquellos que no tienen o reciben buenas noticias en la vida. Evangelizar a los pobres no es darles sólo un mensaje espiritual, independiente de la vida, sino cambiar su vida, haciendo que ellos pueden desplegar aquella riqueza personal que les permite vivir en plenitud humana. Por eso, más que exponer una teorí­a, evangelizar es promover la vida entera o, quizá mejor, despertar el potencial de vida que está oculto en los más pobres, haciendo que ellos mis mos puedan desarrollarlo. Es evidente que entre los pobres se encuentra Juan, el encarcelado, como puede verse en el fondo de Lc 4,18-19. (d) Y los muertos resucitan (nivel escatológico). En un plano, Jesús puede aludir y alude a las personas que él ha resucitado, según la tradición de los evangelios (la hija de Jairo, la hija de la viuda de Naí­m o, incluso, Lázaro). Pero aquí­ la resurrección implica mucho más. Es la esperanza y la experiencia de la superación de la muerte, tal como aparece de una forma privilegiada por la pascua, al final del Evangelio. Esta es también la esperanza y experiencia que ha de hallarse en el fondo de todos los que escuchan y acogen el Evangelio, dejándose transformar por su potencial de resurrección. Este anuncio cobra aquí­ todo su sentido: sólo allí­ donde se ofrece evangelio a los pobres y se cura a los enfermos puede hablarse de resurrección, es decir, del Dios que resucita a los muertos, (e) Y bienaventurado aquel que no se escandalice de mí­ (nivel cristológico). Juan Bautista está en la cárcel y desde allí­ pregunta por la vida que ha de venir. Jesús le responde estando en libertad, pero lo hace desde una situación que puede producir escándalo. Ciertamente, es poderoso: cura a los enfermos, anuncia buena nueva a los pobres; pero, al mismo tiempo, es un hombre discutido y rechazado por muchos que buscan otro tipo de libertad, otra forma de respuesta a los problemas de la vida y de la sociedad. El escándalo es el gesto de aquellos que tropiezan y caen, que no son capaces de acoger el camino de Jesús, más aún, que le rechazan porque juzgan que no es bueno, que no conviene al pueblo, que necesita otros liberadores.

(3) Obras de Cristo, obras de los cristianos. Las obras del Cristo sitúan a sus discí­pulos ante la exigencia de una decisión mesiánica, que ellos sólo pueden asumir en perspectiva de gracia. Estas obras mesiánicas de Jesús se sitúan en la lí­nea de las que ofrece Lc 4,18-19, pero Lucas incluye el tema de la liberación de los cautivos y encarcelados (año sabático*, jubileo*), tema que aquí­ no aparece. Sea como fuere, todo lo que Jesús dice en este pasaje va en la lí­nea de la liberación de los oprimidos y de la comunicación gratuita entre los hombres, formulada en otro plano por Mt 25,31-46. En este contex to no se puede hablar de oposición entre fe y obras.

Cf. R. Schnackenburg, Mensaje moral del Nuevo Testamento, Herder, Barcelona 1989; W. Schrage, Etica del Nuevo Testamento, Sí­gueme, Salamanca 1987; C. Spicq, Teologí­a moral del Nuevo Testamento I-II, Eunsa, Pamplona 1970-1973.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

SUMARIO: I. Terminologí­a. II. Las obras de Dios y del hombre en contraposición. III. La obra de Jesús. IV. El obrar cristiano. V. Virtudes: 1. Sentido general; 2. Limosna; 3. Ayuno. VI. Deberes: 1. Catálogos de virtudes y de vicios; 2. Problemática que surge a propósito de los catálogos: a) Origen, b) Novedad cristiana, c) Valor normativo.

I. TERMINOLOGíA. Tomamos en consideración el concepto de «obra/ obrar», por una parte, como signo de la salvación realizada por Dios con «gestos y palabras í­ntimamente unidos» (DV 2) y, por otra, como signo de la salvación aceptada, rechazada o no alcanzada por parte del hombre. Efectivamente, éste, por su naturaleza corporal y dialógicoterrena, tiene necesidad de hacer auténtica su opción interior, su «sentimiento», en una objetivación que le permita salir de sí­ mismo, encontrándose así­ de nuevo plenamente.

El significado indefinido, general y abstracto de la obra con sus connotaciones negativas se traduce por prasso (LXX: Pro 10:23; Pro 14:17; Pro 30:20; Sir 10:6; Job 27:6; Job 36:23), que expresa una acción reprobable (Luc 22:23; Jua 3:20; Jua 5:29; Heb 3:17; Heb 19:19; Rom 1:32), a veces neutra (Heb 5:35; Rom 9:11; 2Co 5:10; lTes 4,11), raras veces buena y de todas formas débilmente positiva (2Ma 12:43; Heb 26:20).

Por el contrario, resulta positivo, más dinámico, concreto y muy frecuente (3.200 veces en los LXX y 565 en el NT) el verbo poieó, traducción usual de `asah y, excepcionalmente, de bara'(crear: en Gén y en Is 41-45): expresa la actividad divina de la creación (Gén 1:1-2, 4a), la salvación del pueblo (Exo 19:11; Jos 3:5; Sal 72:18), y a veces de personas particulares (1Sa 12:6); de manera que las «obras» (poiémata) o la «obra» se identifican con la acción de Dios (Sal 63:10 LXX; Sal 142:5; Qo 3,11; 7,13; 8,17; 11,5), que juzga (Deu 20:15; Eze 5:10.15) inapelablemente (Job 11:10) y salva (Exo 14:13; Exo 20:6) obrando signos y prodigios (Deu 11:3). También en el NT el verbo se usa para la creación (Mar 10:6; Heb 1:2), para la redención (Luc 1:68), para la misericordia (Luc 1:72), para la realización de la palabra divina (Rom 9:28), para el cumplimiento de la promesa (Rom 4:21), para los signos y prodigios (Heb 15:12). El Padre por medio de Jesús (Heb 2:22), tratado como un pecador (2Co 5:21) y considerado luego como Señor y mesí­as (Heb 2:36), cumple sus obras (Jua 14:10), hasta «hacer nuevas todas las cosas» (Apo 21:5). En la «concentración cristológica» joanea, Jesús realiza las mismas obras que el Padre (Jua 5:19; Jua 6:38; Jua 8:53; Jua 10:37-38), siendo con él una sola cosa (Jua 10:30-33), y hace a los hombres obra de Dios (Efe 2:10).

El hombre, a su vez, está obligado a hacer todo lo que se le ha mandado (Gén 30:31; Exo 20:24), especialmente en relación con el prójimo (Gén 20:13; Gén 47:29; Jos 2:12; Miq 6:8); a cumplir la voluntad de Dios sin buscar su seguridad en obras superficiales de expiación cultuales y morales (cf Isa 1:11.16; Amó 4:4). El «hacer» del hombre en el NT, que restringe su uso profano, es obediencia a la voluntad de Dios (Mar 3:35; Mat 7:21; Jua 7:17; Efe 6:6; Heb 10:36), que se manifiesta como un bien para el prójimo (cf Mat 5:9.46-47; Mat 6:2-3; Luc 3:10-11; Heb 11:30; 1Co 16:1; Gál 6:9), En el nombre de Jesús se convierte en un hacer milagros (Mar 9:39; Mat 7:22), signos y prodigios (Heb 6:8; Heb 7:36), como hicieron Pedro y Juan (Heb 3:12), Felipe (Heb 8:6) y Pablo (Heb 14:11).

La dimensión personal del obrar en oposición a la pereza se expresa con el verbo ergázomai (obrar), y más frecuentemente con el sustantivo érgon (obra) -que traduce los hebreos ‘asan (obrar),pa`al (actuar), `abad (trabajar) en una relación de particular obediencia y obligación para con Dios-, a menudo sinónimo del grupopoieó. Por tanto, son obras la naturaleza y el hombre como dependientes de Dios (Gén 2:2.3), las hazañas «prodigiosas» de la historia (cf Deu 19:3; Sir 48:14), reveladoras de la fidelidad divina a la alianza (cf Heb 3:9) y signos de una interioridad humana orientada hacia el bien o hacia el mal.

II. LAS OBRAS DE DIOS Y DEL HOMBRE EN CONTRAPOSICIí“N. El hombre conoció a Dios primero en sus obras históricas inigualables (Deu 3:24):.. desde la liberación de Egipto [/ Exodo] hasta la conducción por el / desierto hacia la / tierra prometida (Deu 11:2-7; Jos 24:31). Su «visión» (Sal 95:9), capaz de suscitar el entusiasmo (Sal 66:3-6), tení­a también por objeto hacerle descubrir al hombre su obra actual (Isa 5:19; Sal 28:5) y dejarle intuir la futura, bien sea una obra de castigo como la deportación (Hab 1:5), bien de liberación como el regreso del destierro (Isa 43:19). Siempre benéfica y perfecta (Deu 32:4), fiel y verdadera (Sal 33:4), profunda (Sal 92:5-6), llena de amor y de bondad (Sal 145:9.17; Sal 138:8), portadora de gozo (Sal 107:22), se dirige a todo el pueblo, a individuos cualificados como / Moisés y / Abrahán (lSam 12,6), a los profetas y a cada uno de los hombres (Isa 29:23). También la creación, admirada desde siempre como obra de Dios (Gén 14:19; Amó 5:8) y considerada con mayor reflexión en el destierro, deja entrever el obrar divino en los cielos (Sal 19:2), en la tierra (Sal 102:26) y particularmente en el hombre (Sal 8:4-7).

Sin embargo, en vez de sentirse impulsado a la confianza en Dios (que no puede «despreciar la obra de sus manos»: Job 10:3) y a la humildad (que impide a «la obra decirle a su autor: `No me has hecho»‘: Isa 29:16; Isa 45:9; Rom 9:20-21), el hombre se volvió necio, confundiendo al artista con sus obras (Sab 13:1), que permanecen escondidas a una mirada superficial (Sir 11:4b). En virtud de su pecado miró su trabajo, no ya como continuación de la actividad creadora de Dios, sino como cansancio, peso, maldición (cf Gén 3:17), y se sintió obligado a esconder en las tinieblas sus propias acciones (Isa 29:15), porque «sus acciones son acciones criminales, sólo violencia hay en sus manos» (Isa 59:6). Profanó (cf Rom 1:26-27) la misma fecundidad (Gén 1:28), al igual que el trabajo, que construye í­dolos mudos (cf 1Co 12:2).

A la obra divina de la salvación, el hombre deberí­a haber correspondido con la observancia de la ley. Sin embargo, por las continuas infidelidades al pacto, el hombre -que estará en disposición de obrar el bien cuando un negro cambie de piel (cf Jer 13:23)- precisa de una nueva alianza (Jer 31:33), ya que resulta corrompida incluso una obra hecha en armoní­a con la ley, como el culto reprobado por Dios (Isa 1:11; Amó 4:4). En efecto, una acción legalmente intachable se habí­a convertido en un derecho ante Dios, en un mérito que alegar, en una pretensión de justicia interior; la observancia de la ley se transforma entonces en la obra más perversa del hombre, en una jactancia orgullosa, señal y consecuencia de un pecado.

Es el NT el que revela esta naturaleza corrompida de las obras humanas, calificadas como tenebrosas (Rom 13:12; cf Efe 5:11), carnales (Gál 5:19), malvadas (Jua 3:19; Jua 7:7; Un 3,12; 2Jn 1:11; 2Ti 4:18; Gál 1:21), diabólicas (cf Un 3,8; Jua 8:41), impí­as (Jud 1:15), inicuas (2Pe 2:8), muerte (Heb 6:1; Heb 9:14); esta negatividad resulta especialmente evidente en determinadas situaciones (Mat 23:3; Luc 11:48; Tit 1:16). Todo lo que se ha mandado sigue siendo válido, puesto que «la ley es santa, y el mandamiento, santo, justo y bueno»(Rom 7:12); pero, al ser ejecutado por el hombre pecador, en vez de ser obra de Dios (Jua 6:28), se convierte en obra de carne (Gál 5:19). Este juicio negativo sobre las obras humanas no puede limitarse a sólo las acciones de la ley judí­a, sino que vale para toda actividad humana que presuma alcanzar a Dios. Sólo Cristo puede purificar la fuente para que no haga brotar ya aguas venenosas; sólo él puede injertar en el árbol malo una planta nueva para que dé buenos frutos.

III. LA OBRA DE JESÚS. Jesús asume, sublimándola, toda la creación como su «primogénito» (Col 1:15), y las intervenciones salví­ficas (que llevan a su cumplimiento la acción del Padre: cf Jua 5:17), como «mediador y plenitud de la revelación entera» (DV 2). Con su existencia da sentido a cada una de las realidades del AT, desde la vida en el desierto hasta el templo, el culto, la sabidurí­a. Su obrar, raras veces referido a designios futuros (cf Jua 14:23; Apo 3:9.12; Apo 5:10), comprende milagros (Mar 6:5), prodigios (Mat 21:15), la investidura de los discí­pulos (Mar 1:17; Mar 3:14), la voluntad del Padre, todo lo que ha visto en él (Jua 5:19.30-36; Jua 6:38; Jua 8:29.38), el juicio (Jua 5:27), la reconciliación entre judí­os y paganos (Efe 2:14-15). Las obras de Jesús son subrayadas particularmente en los escritos joaneos: son un don del Padre (Jua 5:36), cumplen su misión (Jua 9:4; Jua 10:25), la sellan (Jua 6:27), manifiestan que el Padre obra a través del Hijo (Jua 14:9-11), se condensan en la única obra grande (Jua 17:4): la salvación de los hombres, que glorifica al Padre. Cristo, conocedor del hombre (Jua 2:25), como luz del mundo (Jua 8:12), hace aparecer la verdadera naturaleza de sus obras. «Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas» (Jua 3:19). De esta forma Jesús lleva a cumplimiento la obra del Padre (Jua 4:34), hace inexcusables a los judí­os (Jua 15:24), comprueba la verdad de su misión (Jua 10:32), concede a los discí­pulos realizar obras incluso mayores que las suyas (Jua 14:12). La obra por excelencia realizada por el Padre a través de Cristo (cf 6,30) es que «creáis en el que él ha enviado» (6,29). El realiza sus obras por la fe (10,38), para que los hombres crean en la inmanencia del Padre en el Hijo (14,11). En virtud de la fe, producida por una atracción del Padre, el hombre viene a Jesús (6,44-45), escucha su voz (10,16), lo conoce (10,14), de forma que permanece en él como el sarmiento en la vid (15,4), siendo con él una auténtica realidad, como lo es el Padre con el Hijo (17,21-23): entonces la obra del hombre se transforma en fruto divino, producido directamente en la vid, que es Cristo (15,1).

IV. EL OBRAR CRISTIANO. Se cualifica por motivaciones cristológicas, y especialmente por el ví­nculo con la actividad reveladora de Jesús. «El que practica la verdad va a la luz, para que se vean sus obras, que están hechas como Dios quiere» (Jua 3:21). Como consecuencia de la justificación mediante la fe (Rom 3:28) [/ Fe VI, 2], en virtud del bautismo que hace del cristiano un solo ser con Cristo (cf Rom 6:3.5), como el sarmiento con la vid (Jua 15:5), todas las obras del hombre son en realidad obras de Dios realizadas a través del hombre. Si es «Dios el que lo hace todo en todos» (1Co 12:6), ya no existen obras puramente humanas, sino que todo es gracia. Desaparece así­ la noción de obra, tan combatida por Pablo («las obras de la ley»), como presunta autosuficiencia humana frente a la salvación, como una especie de crédito ante Dios: ya no hay obras muertas (Heb 6:1; Heb 9:14), que no se derivan de la fe y no se realizan en servicio del Dios vivo. Si la salvación es gracia y don a través de la fe, el hombre que se ha comprendido a sí­ mismo como obra de Dios está, por tanto, invitado a «hacer obras buenas tal y como él lo dispuso de antemano» (Efe 2:10). Ala luz de la absoluta gratuidad de la salvación, atestiguada hasta las últimas cartas (2Ti 1:9; Tit 3:5), no es ya contradictoria, sino plenamente consecuente, la exhortación a tener un comportamiento de vida totalmente nuevo, una «nueva vida» (Rom 6:4), a «dejarse conducir por el Espí­ritu» (Gál 5:16) como «hijos de la luz» (Efe 5:8), a «comportarse de una manera digna del Señor, intentando complacerle en todo, fructificando en toda obra buena» (Col 1:10), a «hacer el bien a todos» (Gál 6:10), puesto que el Señor «pagará a cada uno según sus obras» (Rom 2:6; cf Apo 14:13). La obra del hombre de repliegue sobre sí­ mismo se convierte en edificación del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (cf Efe 1:22-23).

Al faltar la polémica antijudí­a, que habí­a corrompido la noción genuina de «obra buena», resulta obvia la invitación a actuar incluso delante de los demás. «Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mat 5:16). Es necesario mantener encendida la lámpara ( Mat 25:1-13), hacer fructificar los talentos (Mat 25:14-30). Se condena decididamente la inactividad: «Todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego» (Mat 7:19); Dios «corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí­ (en Jesús), y limpia los que dan fruto para que den más» (Jua 15:2). Esto es particularmente evidente en el epistolario tardí­o, que acentúa la invitación a las buenas obras. «(La viuda ha de) estar acreditada por sus buenas obras, tales como haber educado bien a sus hijos, haber ejercitado la hospitalidad, haber lavado los pies a los creyentes, haber socorrido a los atribulados, haber practicado toda clase de obra buena… (A los ricos se recomienda) que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras; que sean generosos y estén dispuestos a repartir con los demás lo que tienen. Así­ reunirán un capital sólido para el futuro, con el que conseguirán la verdadera vida» (1Ti 5:10; 1Ti 6:18-19; cf Tit 1:16; Tit 2:7.14; Tit 3:8.14).

Prosiguiendo en esta lí­nea, ante la inactividad de los creyentes, herederos quizá de una interpretación errónea y extremista de la doctrina paulina (cf Rom 3:8), Santiago insiste en las obras como emanación de un creer vivo, muy distinto de una fe puramente intelectualista (Stg 2:14): «Si la fe no tiene obras, está muerta en sí­ misma» (Stg 2:17). Si también Pablo puede estar de acuerdo con esta expresión, subsiste cierta dificultad en la afirmación de que «el hombre es justificado por las obras, y no sólo por la fe» (Stg 2:24). La solución satisfactoria está precisamente en la distinción agustiniana entre obras anteriores a la justificación para Pablo y obras posteriores a ella para Santiago, puesto que incluso después el hombre debe considerarse incapaz de proseguir un camino espiritual iniciado por Dios (cf, por el contrario, Rom 10:2-4). Es verdad que Santiago entiende por obras el fruto producido por la fe, y no la emanación de una gloriosa autosuficiencia humana. Sin embargo, su afirmación de una «justificación por las obras», aun parcial, ha de considerarse a la luz de una perspectiva y concepción de la justificación diversa, es decir, de la salvación considerada en un segundo momento, después de la unión con Cristo en el bautismo, a la luz de la tradición sapiencial, sensible a la exaltación de la acción del hombre, y también a la luz de una cristologí­a al servicio de la ética. Sólo así­ la única fe neotestamentaria se expresa en formulaciones de contraposición y de lucha que, aunque diversas, no resultan contradictorias [/ Justicia].

El obrar cristiano se cualifica y encuentra su centro en la agape, es decir, en una donación sincera, intensa, perseverante y acogedora, entendida bien como participación en el amor de Dios, bien como imitación de la persona de Jesús, que se mostró como caridad viva en sus gestos consignados en el evangelio (Jua 13:15; 1Co 11:1; ,2; 1Pe 2:1): Jesucristo es la norma suprema, perfectamente objetiva, «el imperativo categórico concreto» (H.U. von Balthasar). El obrar cristiano encuentra su orientación justa inspirándose en la forma en que Jesús actuó en semejantes ocasiones. Originado y modelado en el amor de Dios revelado en Cristo, el obrar cristiano no parte de la perspectiva de la reciprocidad o de la compensación; participando de la creatividad y de la libertad divinas, sustituye el amor de sí­ mismo por la asunción de la propia cruz (Luc 14:27 par), hasta amar a los enemigos (Mat 5:44), tomando como criterio de acción la necesidad del otro y no el propio sentimiento. ígape es el amor de aquel que «no estando ya obligado a buscarse a sí­ mismo para encontrarse, se encuentra por tanto libre para servir al prójimo de forma totalmente desinteresada» (F. Refoulé, Gesú come riferimento dell’agire dei cristiani, 59). El amor como absoluto para el obrar cristiano, tal como se deduce de la última reflexión de Juan, corresponde al primer anuncio de Jesús sobre la conversión, sobre la purificación del corazón, sobre el seguimiento y sobre la búsqueda del reino de Dios.

La fe y el amor no son dos realidades independientes, sino como el comienzo y el término de un único proceso: la fe introduce al hombre en una nueva forma de existir y lo dispone para dejar que actúe el / amor. Es un dejar sitio en el yo a este amor, conformando la existencia personal con la del crucificado. «La fe que recibe y el amor que da son dos momentos que no hay que separar, sino sólo distinguir, del mismo y único movimiento vital que caracteriza a la existencia cristiana» (K. Barth). «Cree de verdad aquel que practica con la vida la verdad en que cree» (san Gregorio Magno). «No se puede distinguir en el cristianismo lo moral de lo religioso. Lo moral se levanta sobre algo que lo trasciende, así­ como el principio religioso, que es el fundamento de toda teologí­a cristiana, la definición de la naturaleza del mismo Dios, no puede establecerse al margen de esta realidad: `Dios es amor»‘ (C.H. Dodd, El evangelio y la ley, 60). Si «al recibir (mediante la fe) el amor con que se es amado corresponde al amor con que se ama (entonces) la crisis de la fe cristiana en Dios es siempre simultáneamente una crisis del amor» (R. Bultmann). Nos encontramos así­ de nuevo con la expresión sintética paulina: «la fe que opera mediante la caridad» (Gál 5:6).

El amor, que es servicio concreto al prójimo a ejemplo de Cristo, un impulso a obrar desinteresadamente, recapitulación, unificación, cumplimiento de lo que prescribe la ley, es una meta que el hombre no puede presumir realizar con facilidad en su obra. Precisamente porque lo es todo, tiene necesidad de ser recordado continuamente en las diversas situaciones. «Ama y haz lo que quieras…, si amas lo bastante para obrar en todo según tu amor, si sabes sacar de tu amor, cuya fuente no está en ti, toda la luz que esconde… Pero no creas demasiado pronto que sabes lo que es amar» (H. de Lubac). Conociendo la meta a la que ha de tender, el cristiano necesita verse continuamente exhortado a alcanzarla a través de los diversos caminos de la vida.

V. VIRTUDES. El obrar cristiano tiene que traducirse en hábitos que perfeccionan al hombre, en actitudes que lo inclinan a obrar bien.

1. SENTIDO GENERAL. La Biblia, tan rica en indicaciones concretas y en descripciones de actitudes prácticas virtuosas, carece de una terminologí­a que exponga la noción universal contenida en la palabra «virtud». Efectivamente, falta en hebreo un término que corresponde al griego areté, el cual, cuando traduce la acción gloriosa de Dios (Isa 42:8.12; Isa 43:21; Isa 65:7) y la majestad del hombre, lleva a cabo un deslizamiento de significado hacia una concepción antropocéntrica griega que resalta el mérito a costa del don. Por otra parte, los numerosos sentidos griegos (excelencia, coraje, valor militar, mérito, felicidad, prosperidad, gloria), a pesar de un predominio gradual de la concepción socrática de la virtud como cualidad del alma, no favorecí­an una aproximación entre el pensamiento bí­blico y el pensamiento griego.

En el AT la noción más cercana es la de / justicia (Gén 15:6; Deu 9:6; Qo 7,15; cf Mat 1:19; Luc 1:6), que varí­a desde una dimensión social (como en Amós e Isaí­as) hasta una dimensión eminentemente jurí­dica (como en Ezequiel) y hasta una identificación con la salvación (como en el Segundo Isaí­as), con la que está especialmente ligado Pablo. «Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que el Señor exige de ti. Es esto: practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con tu Dios» (Miq 6:8). Virtud es la fortaleza de Eleazar (2Ma 6:31), que en el último escrito del AT se encuentra unida a las otras virtudes llamadas «cardinales»: «Si uno ama la justicia, las virtudes son el fruto de su trabajo, porque enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza, y nada hay más útil para los hombres en la vida» (Sab 8:7).

La virtud no es tanto fruto de un esfuerzo ascético como consecuencia de la participación en el misterio pascual, como las tres virtudes «teologales» (fe, esperanza y caridad: 1Ts 1:3-4; Rom 15:13; 1Co 13:13) o el fruto del Espí­ritu. «Sobre él reposará el espí­ritu del Señor: espí­ritu de sabidurí­a y de inteligencia, espí­ritu de consejo y de fuerza, espí­ritu de conocimiento y de temor del Señor» (Isa 11:2). «Nosotros aguardamos la justicia esperada por la fe mediante la fe del Espí­ritu. Si creemos en Cristo, da lo mismo estar o no estar circuncidados; lo que importa es la fe y que esta fe se exprese en obras de amor» (Gál 5:5-7). El uso del término «virtud» en el NT -cuatro veces solamente- indica las obras maravillosas de Dios (IPe 2,9), la calidad de las perfecciones divinas (2Pe 1:3) y un buen comportamiento como parte de un elenco de virtudes. «Por eso debéis esforzaros en añadir a vuestra fe virtud, a la virtud ciencia, a la ciencia templanza, a la templanza paciencia, a la paciencia piedad, a la piedad cariño fraterno, al cariño fraterno amor» (2Pe 1:5-7; cf Flp 4:8). La perfección, que consiste en la posesión de las virtudes, equivale para la Biblia a buscar a Dios, a caminar con él, a obedecer a sus deseos, a orientarse de modo estable y profundo hacia él; la virtud no es tanto la repetición de actos buenos como docilidad y fidelidad a la llamada divina de cada dí­a.

2. LIMOSNA. Además de la oración (Mat 6:5-14), son concreción de la «justicia» la limosna (Mat 6:2-4) y el ayuno (Mat 6:16-18). De ser actitud de misericordia y de bondad de Dios (Sal 24:5; Isa 59:16) y del hombre (Gén 47:29), la limosna pasó a significar al final del AT una ayuda material a los necesitados. La realidad de la limosna, a pesar de que la lengua hebrea no conoce este término, puede reconocerse en gestos como el dejar caer algo de la cosecha (Lev 19:9; Lev 23:22; Deu 24:20-21; Rut 2) o la ofrenda del diezmo para los pobres (Deu 14:28-29). Obtiene el perdón de los pecados (Dan 4:24; Sir 3:30), es sacrificio agradable a Dios (Sir 35:2), es provechosa (Pro 28:27), es como un préstamo hecho al Señor (Pro 19:17) y está recomendada especialmente en la difí­cil situación de la diáspora: «Practica con tus bienes la limosna y no apartes tu rostro de ningún pobre, porque así­ no apartará de ti su rostro el Señor. Da limosna según tus posibilidades: si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da con largueza de ese poco. Así­ acumularás un tesoro para el dí­a de la necesidad, pues la limosna libra de la muerte e impide andar en tinieblas. La limosna. para todos los que la dan, es un precioso depósito ante el altí­simo» (Tob 4:7-11).

La limosna es agradable a Dios si es desinteresada (Luc 6:35; Luc 14:14), sin ostentación (Mat 6:1.4), adecuada a las peticiones y a la necesidad del prójimo (Luc 6:30; Mat 5:42), que se identifica con Jesús (Mat 25:31-46): el que lo da todo (Luc 11:41; Luc 18:22) revela el amor de Dios (Un 3,17), que «ama a quien da con alegrí­a» (2Co 9:7). El valor teológico de la limosna se deduce especialmente de la colecta organizada por Pablo en favor de la comunidad de Jerusalén. Capaz de restablecer una comunión (koinóní­a) entre los hermanos y entre las comunidades (2Co 8:4.13; 2Co 9:1.12-13), considerada como un servicio sagrado (diakoní­a: Rom 15:21; 2Co 8:4; 2Co 9:12-13), como un acto de culto a Dios (leitourghí­a: 2Co 9:12), como una bendición (euloghí­a:2Co 9:5.7), la limosna se convierte en gracia (járis:2Co 8:7) en cuanto que participa del impulso que proviene de Dios y se transforma en una acción de gracias por parte de los beneficiarios. La cantidad de la limosna ha de medirse por el grado de participación en el amor de Cristo, que «siendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza» (2Co 8:9). Materia de juicio (Mat 25:35-36), aumentada de valor por la palabra amigable que la acompaña (Sir 18:15-18; Sir 4:1-6), la limosna encuentra un amplio espacio incluso en sociedades organizadas que tienden a hacerla superflua (cf Mat 26:11).

3. AYUNO. La abstinencia de la comida, don de Dios (Deu 8:3), impuesta solamente en el dí­a de la expiación (Lev 23:29) como signo de pertenencia al pueblo elegido, o por un perí­odo indeterminado (Jon 3:7) como preparación para el encuentro con Dios (Dan 9:3), se exige en circunstancias difí­ciles (Jue 20:36; 1Sa 7:6; Zac 7:3-5; Zac 8:19; Bar 1:5; Joe 2:13-17; Est 4:16). El ayuno, practicado durante toda la vida (Jdt 8:6) o por devoción personal (Luc 2:37) dos dí­as a la semana (Luc 18:12), debe estar lejos de todo formalismo (Jer 14:12; Mat 6:16) y tiene valor si va acompañado de las obras de justicia. «¿Es éste acaso el ayuno que me agrada, el dí­a en que el hombre se mortifica? ¿Doblar como un junco la cabeza, acostarse en el saco y la ceniza? ¿A, eso llamáis ayuno, dí­a agradable al Señor? ¿No sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos; repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne» (Isa 58:5-7).

El ejemplo de Jesús antes de la inauguración de su misión (Mat 4:1-4), continuado en la Iglesia (Heb 13:2-3; Heb 14:23), aunque resulta más urgente la invitación al desprendimiento de sí­ mismo (Mat 10:38-39) y de las riquezas (Mat 19:21), y a pesar de la ausencia de este tema en Juan y en el epistolario paulino (excepto 2Co 6:5; 2Co 11:27), permite concluir el valor del ayuno también para nuestros dí­as. Puesto que «el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espí­ritu Santo» (Rom 14:17), el ayuno adquiere un valor en relación con la motivación que lo inspira. Además de las ventajas que la razón puede encontrar en una sana ascesis para un equilibrio psicofí­sico, el ayuno puede facilitar una actitud de total apertura a la gracia de Dios (cf Mat 6:18), exterioriza la tristeza por la ausencia de Cristo (Mar 2:20), contribuye a superar las tentaciones y la influencia del demonio (cf Mat 17:21) y sobre todo se convierte en signo tangible de amor al dar al necesitado lo no consumido.

VI. DEBERES. Para nuevas concreciones del obrar cristiano los sinópticos suelen remitir a los mandamientos (Mar 10:19 par) o se expresan, como en el sermón de la montaña, con frases escultóricas y dramáticas («pon la otra mejilla», «reconcí­liate con el hermano antes de tu ofrenda en el altar»), para exhortar eficazmente a la imitación del amor de Cristo; el epistolario, por el contrario, ofrece algunas concreciones éticas en listas de virtudes y de vicios.

1. CATíLOGOS DE VIRTUDES Y DE VICIOS. En contraposición a ocho grupos de virtudes (2Co 5:6-8; Col 3:12; Efe 4:2; Efe 5:9; Gál 5:22; lTim 4,12; 6,11; 2Pe 1:5-7) aparecen 18 listas de vicios (Mar 7:21-22; Rom 1:29-32; Rom 13:13; 1Co 5:10-11; 1Co 6:9-10; 2Co 12:20-21; Gál 5:19-21; Efe 5:3-5; Col 3:5.8-9; lTim 1,9-10; 2Ti 3:2-5; Tit 3:3; lPe 2,1; 4,3; Apo 21:8; Apo 22:15). Mientras que para las primeras el punto de unificación lo constituye el sincero amor fraterno que brota de los compromisos bautismales y que es signo del cambio de vida, la raí­z de los vicios se encuentra en la sustitución de Dios por un í­dolo o en la reducción del Señor a un í­dolo. Es frecuente la mención de la fornicación (porneí­a) junto con el libertinaje y la inmoralidad, unida a la avaricia (pleonexí­a) y a la idolatrí­a. Un segundo grupo se refiere a las consecuencias de la irascibilidad, como la cólera, la soberbia, la envidia, la enemistad, la discordia, la calumnia y, finalmente, los excesos de la mesa, como la embriaguez y las orgí­as.

Entre las listas breves y largas (Rom 1 enumera incluso 21 vicios) destaca un texto incisivo y personal de Pablo en la carta a los Gálatas, que establece un paralelo entre las obras hechas por la debilidad egoí­sta del hombre, inclinado al pecado (la «carne»:Apo 5:19-21a), y las realizadas por el que se deja llevar de la fuerza divina interior (el «espí­ritu»:Apo 5:22a-23). La lista de las obras contrapuestas sigue a la defensa enérgica de la justificación por la sola fe (Apo 2:16; Apo 5:5) y se coloca en un contexto de viva exhortación a servir al prójimo en la caridad (Apo 5:13), a caminar bajo la influencia del Espí­ritu (Apo 5:16), a practicar el bien con todos (Apo 6:10). Un desarrollo en quiasmo destaca cómo las obras opuestas revelan una doble posibilidad para el hombre con vistas a la autorrealización (Apo 5:16 y 24-25), a la libertad (Apo 5:18 y 23b) y a la entrada en el reino (Apo 5:21b). «Las obras de la carne son bien claras: lujuria, impureza, desenfreno, idolatrí­a, supersticiones, enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos, envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas» (la). En el centro está la perversión del instinto religioso («idolatrí­a-supersticiones»), que lleva a una nueva valoración de la realidad. La sexualidad deja de ser lenguaje de comunión para ser repliegue egoí­sta; la comida, la bebida y las fiestas se dirigen a la propia satisfacción, mientras que el hermano es visto como un rival que combatir de todas formas para eliminarlo; la ambición (cf Rom 1:29) encuentra fundamento en la sed de dinero o avaricia, comparada con una idolatrí­a (Efe 5:5; Col 3:5) y considerada como una divinidad (Mat 6:24). Sin caer en la casuí­stica pedante de las escuelas rabí­nicas, la lista paulina de los vicios, aunque difí­cilmente definibles en sus expresiones concretas, nos ofrece un cuadro suficientemente claro de una vida en la que el «yo» sustituye a «Dios».

La descripción simétrica positiva de la moral cristiana es calificada como don: «Por el contrario, los frutos del Espí­ritu son: amor, alegrí­a, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia» (Mat 5:22-23a). Tiene su centro en el amor/agape, en aquella «voluntad bondadosa y enérgica que por nada se detiene, cuando se trata de obtener el bien del objeto amado» (C. H. Dodd, o.c., 58). Ese amor engendra el «gozo», que coexiste incluso con los sufrimientos (cf 1Ts 1:6) y supera, sin excluirla, a la alegrí­a. La «paz», unida a menudo a la gracia en Pablo y derivada de la alianza y de la intimidad de proyectos con Dios, consecuencia de una reconciliación (Rom 5:1-11), quiere hacer caminar juntos a los creyentes en la superación de toda división y tiende a entablar relaciones con todos.

De estas tres notas fundamentales del obrar cristiano (amor, alegrí­a, paz), procedentes de la fe que justifica, nace aquella grandeza de alma que está por encima de desaires, de ofensas y de ingratitudes («generosidad»), capaz no solamente de evitar el mal, sino de alcanzar las delicadezas de un amor atento, cariñoso y solí­cito («bondad-benignidad»), sin faltar a la palabra y a los compromisos adquiridos («fidelidad»). Respetando los tiempos de maduración de cada uno, el cristiano acepta los sinsabores, las incomprensiones («mansedumbre») y, por consiguiente, domina las reacciones espontáneas contra los abusos, dice no a sí­ mismo con vistas a un sí­ a los demás («continencia» o dominio de sí­).

Catálogos semejantes, compuestos de breves sentencias contrapuestas, en forma imperativa, abiertos a la indicación de las personas interesadas, explicitan los deberes de los miembros de la familia (Haustafeln) de acuerdo con su función y de su posición. En los seis grupos del epistolario (,9; ,1; 1Ti 2:11-15; 1Ti 6:1-2; Tit 2:1-10; ,7), recogidos en escritos del siglo II -desde Ignacio (Carta a Policarpo 5,1) hasta la Didajé (4,9-11), Clemente Romano (1 Clem 21,6-9), Policarpo (Ad Flp 4:2-6, 3) y Bernabé (Epist. 19,5-7)-, predomina la categorí­a de la «sumisión»: «Sed sumisos a toda autoridad humana por amor al Señor, al emperador como a soberano, a los gobernantes como delegados suyos para castigar a los que obran mal y premiar a los que obran bien… Esclavos, someteos con todo respeto a los amos; no sólo a los buenos y amables, sino también a los de carácter duro… Vosotras, mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, para que si alguno de ellos se muestra reacio a la palabra, pueda ser ganado sin necesidad de palabras por vuestra conducta al ver vuestro comportamiento respetuoso y honesto… Igualmente vosotros, maridos, comportaos sabiamente con vuestras esposas, como con un sexo más débil… Finalmente, vivid todos unidos en armoní­a. Sed compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes» (1Pe 2:1-14.18; 1Pe 3:1.8).

Cuando la sumisión mutua expresa el mutuo servicio cristiano, se convierte en clave de lectura de las otras exhortaciones. Así­ la invitación: «Respetaos unos a otros por fidelidad a Cristo» (Efe 5:21), orienta en el sentido de la sumisión de la mujer (Efe 5:22), del amor de los maridos (Efe 5:25), de la obediencia de los hijos y de los esclavos (Efe 6:1.5) y de un comportamiento análogo de los amos (Efe 6:9); no se excluye, sin embargo, que una exhortación semejante a las categorí­as más humildes y sometidas -como las mujeres, los esclavos, hijos, dependientes de las autoridades- se haga con vistas a una posible insubordinación, sobre todo si se tiene en cuenta que en la carta de Pedro falta una invitación semejante a los amos.

2. PROBLEMíTICA QUE SURGE A PROPí“SITO DE LOS CATíLOGOS. No es posible soslayar tres interrogantes sobre el origen, la novedad cristiana y el aspecto moral de estos catálogos.

a) Origen. Para los deberes familiares nos sentirí­amos inclinados a buscar su origen en aquel ambiente popular en el que existí­an exhortaciones semejantes desde el siglo IV a.C., reflejadas luego en la enunciación de obligaciones análogas sobre el papel y la condición de cada persona, que era habitual en la escuela estoica, especialmente en Séneca y en Epicteto. Sin embargo, el carácter genérico de estas formulaciones (obrar según la conveniencia, la prudencia y la sabidurí­a) y la falta en ellas de reciprocidad (mujeres con maridos, y viceversa) mueven a identificar el origen de nuestros catálogos en los ambientes judeo-helenistas cercanos a la sinagoga o influidos de algún modo por el proselitismo judí­o. En Flavio Josefo encontramos el esquema tripartito de exhortaciones a mujeres, a niños y a esclavos; en Filón, una lista de actitudes -como el respeto a los padres, el cuidado de la mujer y de la casa, la educación de los hijos, un tratamiento equilibrado de los esclavos, sin excluir la benignidad y el afecto, la atención a los ancianos, la observancia de las buenas costumbres- se presenta como medio para superar una concepción egoí­sta de la vida. El recurso a este material preexistente puede estar quizá motivado por el deseo de mostrar cómo la vida cristiana era posible y se uniformaba externamente con el ambiente circundante, compartiendo con él lo «mejor» en el terreno ético.

Para los catálogos de virtudes y de vicios son posibles tres fuentes. Si hubo algún contacto con el helenismo, filtrado por el pensamiento judí­o, que tiene su más alto representante en Filón (cf Sacrificio de Abel y Caí­n, con la lista de las virtudes: § 27, y de los 146 vicios: § 32), hay que atribuir una mayor influencia a los escritos apocalí­pticos, bien precristianos (como los Testamentos de los doce patriarcas: T. Rub. 3,2; T. Isa 16:1; T. José 5,1; T. Aser 2,5; T. Ben. 6,4), bien de época neotestamentaria (como el Apoc. de Bar 4:16; Bar 8:5; cf Asunción de Moisés 7). La ausencia de listas respectivas de’ virtudes en los escritos apocalí­pticos, signo de la acentuación de lo «negativo» en moral, lleva a identificar en Qumrán la fuente principal de las listas neotestamentarias. En efecto, la Regla de la comunidad enumera las acciones de los hijos de la luz (como humildad, longanimidad, misericordia, bondad, prudencia) y de los hijos de las tinieblas (como soberbia, impiedad, mentira, adulterio, ira, envidia) (1QS IV, 2-6.9-11; cf I QS III, 20-21).

b) Novedad cristiana. En la Biblia, los deberes familiares adquieren una orientación y una luz nueva, ya que «eso es lo que debéis hacer como creyentes» (Col 3:18); las mujeres, por ejemplo, están ciertamente sometidas a sus maridos, pero «como al Señor» (Efe 5:22b). Cualquier relación entre los hombres, y particularmente dentro de la familia, tiene que inspirarse siempre en una verdad más general, revelada por Pablo: «Ya no hay distinción entre griego y judí­o, circunciso o incircunciso, extranjero o ignorante, esclavo o libre» (Col 3:11); «hombre o mujer», añade la carta a los Gálatas (Col 3:28). La frecuente llamada a la reciprocidad de los deberes (cf Efe 5:21), por la que, por ejemplo, a la obligación de la mujer de someterse al marido corresponde un amor no menos comprometido por parte del marido (Col 3:19; Efe 5:25), es una aportación cristiana; también el amo cuando trata con el esclavo ha de recordar que existe un solo Señor (Col 3:24b; Col 4:1; Efe 6:5-6.9), al que todos tienen que rendir cuentas.

Para los catálogos la novedad cristiana consiste, bien en la unificación de todas las prescripciones en la agape, bien en una dimensión comunitaria y social que supera el individualismo restringido de la ética estoica y la perspectiva del castigo que prevalece en la apocalí­ptica. Si el cristianismo no trae contenidos morales nuevos, sino que comparte los que ya habí­a descubierto una iluminada y recta razón, los vive, sin embargo, no ya como coacción, sino como concreción del amor. Cambia la modalidad del obrar para el cristiano que, liberado ya de la ley, es movido por el Espí­ritu, casi por connaturalidad, a seguir lo que es bueno: vivir moralmente, aspiración que antes era inalcanzable, se convierte para él en gozosa realidad. La fuerza unificante de la agape no resuelve solamente las relaciones entre las diversas personas, sino que, llegando a la «memoria subversiva» de la pasión y resurrección de Cristo, pone en crisis incluso las estructuras y se convierte en fuerza para resolver los problemas polí­ticos, sociales e internacionales a través de las necesarias mediaciones.

c) Valor normativo. Para una orientación en esta cuestión tan discutida es necesario anteponer dos observaciones sobre la formación gradual de las indicaciones éticas neotestamentarias y sobre la naturaleza de los catálogos. La moral cristiana como respuesta individual y comunitaria a la toma de conciencia de la acción salví­fica de Dios en Jesucristo exigió al principio el abandono de las formas inconvenientes propias de los paganos; indicó luego comportamientos distintivos del «hombre nuevo», como la sobriedad, la humildad, la generosidad, pasando más tarde a consideraciones sobre las relaciones sociales dentro de la familia, de la comunidad cristiana, del Estado, para terminar con la invitación a los cristianos a ser prudentes, a mantener la paz con los vecinos paganos, a someterse a las autoridades y a estar dispuestos a arrostrar las persecuciones en el caso de ser forzados a la apostasí­a.

Los catálogos, como gran parte del material ético de la Biblia, pertenecen al género parenético, pues presuponen -no justifican- la valoración de un comportamiento e intentan inculcar -no instruir- sobre estos deberes. Es decir, son una exhortación a hacer el bien y a huir del mal, dando por descontado lo que es tal; constituyen una urgente invitación a obrar siempre y en todas partes por aquel amor desinteresado que no tiene una solución preestablecida, sino que obliga a discernir en cada momento cuál es el servicio concreto al prójimo. Así­, por ejemplo, dando por descontada la inmoralidad de unión con una prostituta, Pablo (lCor 6,9.13) exhorta al cristiano a no romper el amor con Cristo, al que está í­ntimamente unido desde el bautismo: toda la vida de Jesús -sus palabras y sus hechos- deben considerarse como parénesis.

Por eso los catálogos no constituyen un código de leyes, una especie de cuadro completo de reglas y de prescripciones que hay que tomar como guí­a absoluta en todas las situaciones. Pablo no ha hecho más que reconocer «en la preceptiva moral de su ambiente indicaciones positivas que se alinean y armonizan con las indicaciones trascendentales del kerigma, y además las puntualizan y especifican en sentido categorial, modulando cada uno de los actos de la existencia» (P. Rossano, Morale ellenistica, 180). Es decir, no son «norma» o «precepto» al que ha de referirse la conciencia como a la última confrontación antes de decidirse a obrar; y ello no sólo porque ninguna norma debe ser recibida pasivamente por la conciencia, sino también en el sentido de que la naturaleza de los catálogos consiste en orientar hacia la búsqueda de la misma norma, conla aportación de la comunidad cristiana y con la confrontación de todos los hombres de buena voluntad. Es decir, estos catálogos no son normativos por el contenido material de cada una de las prescripciones, sino en cuanto que legitiman y postulan la búsqueda de unas normas o preceptos como concreción de la agape. Por tanto, los católogos no directamente normativos son ejemplos, modelos e invitaciones a la agape.

En este sentido contienen valores no despreciables. Constituyen otras tantas señales o indicaciones para identificar el espí­ritu que guí­a al cristiano. Si está movido por Dios, el catálogo de virtudes se convierte en espejo de su vida; si es la carne quien lo mueve, la lista de los vicios está allí­ para exhortarle a que emprenda una obra de conversión; se habla de señales, porque puede haber un comportamiento temporalmente irreprensible no animado por el Espí­ritu y una actitud externamente vituperable, coexistente con un obrar divino en expansión. La dimensión vinculante contenida en los catálogos, como en toda exhortación bí­blica, con tal que siga siendo secundaria, está en armoní­a con la psicologí­a del amor, que aunque gozoso siente la necesidad de relacionarse y se hace libre en una feliz dependencia, evitando con ello el peligro del cambio y de la mutabilidad.

Así­ pues, estos catálogos, por su carácter de relativa mutabilidad, de forma análoga a las prohibiciones sobre la carne inmolada a los í­dolos (cf lCor 8-10) o a las prescripciones del concilio de Jerusalén (cf He 15) que ya no se recuerdan, postulan formulaciones diversas para ambientes culturales diferentes y requieren aquel compromiso fundamental del cristiano que es el «discernimiento» (Rom 12:2), «clave de la moral neotestamentaria» (O. Cullmann): «Os ruego que ofrezcáis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios; éste es el culto que debéis ofrecer. Y no os acomodéis a este mundo; al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto».

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B. Marconcini

P Rossano – G. Ravasi – A, Girlanda, Nuevo Diccionario de Teologí­a Bí­blica, San Pablo, Madrid 1990

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Bíblica

Serie de acciones dirigidas a un fin. Jehová determina qué obras son buenas y cuáles no lo son. El †œtraerá toda clase de obra a juicio con relación a toda cosa escondida, en cuanto a si es buena o es mala†. (Ec 12:13, 14.) Dios también tratará con cada persona conforme a su obra (de la persona). (Sl 62:12.) Este hecho y, especialmente, el amor a Jehová Dios, son buenas razones para evitar las obras que no son buenas y hacer obras que sean agradables a su vista. (1Jn 5:3; Sl 34:14; 97:10; Am 5:14, 15.)
Para disfrutar del favor divino, los cristianos tienen que evitar las †œobras de la carne†, que abarcan acciones tales como la fornicación, la conducta relajada, la idolatrí­a, la práctica de espiritismo, los odios, los enojos y las borracheras. Esas prácticas, incluidas obviamente entre las †œobras infructí­feras que pertenecen a la oscuridad†, obras que no resultan en ningún beneficio, impiden la herencia del reino de Dios. (Gál 5:19-21; Ef 5:3-14; 1Pe 4:3; compárese con Jn 3:20, 21.)

Obras buenas. La confianza en Jehová es esencial para que las obras del cristiano tengan éxito. (Sl 127:1; Pr 16:3.) Dios respalda y fortalece a los que obran su voluntad. (2Co 4:7; Flp 4:13.) Aunque la vida del hombre abunda en obras vanas (Ec 2:10, 11), las obras relacionadas con la adoración verdadera no son en vano. A los cristianos hebreos se les dio la siguiente seguridad: †œDios no es injusto para olvidar la obra de ustedes y el amor que mostraron para con su nombre, por el hecho de que han servido a los santos y continúan sirviendo†. (Heb 6:10.) Sin duda esa obra incluí­a dar apoyo material u otras ayudas a los que estaban en necesidad o a los que padecí­an sufrimiento y persecución. (Compárese con Ef 4:28; Flp 4:14-19; 1Ti 6:17, 18; Snt 1:27.) Otras obras excelentes son el participar en hacer discí­pulos (Mt 28:19, 20; 1Co 3:9-15) y, en el caso de los varones, servir de superintendente en la congregación cristiana y enseñar a los compañeros creyentes. (1Te 5:12, 13; 1Ti 3:1; 5:17.)

Fe y obras. Las obras de la ley mosaica, que incluí­an ofrendas de sacrificio, purificaciones y circuncisión, no hací­an justa a una persona. (Ro 3:20; 4:1-10; Gál 3:2.) Sin embargo, el discí­pulo Santiago dice en un contexto ajeno a las obras de la ley mosaica: †œEl hombre ha de ser declarado justo por obras, y no por fe solamente† (Snt 2:24), debido a que tiene que haber obras prácticas que demuestren la fe de la persona, que den prueba de ella. (Compárese con Mt 7:21-27; Ef 2:8-10; Snt 1:27; 2:14-17; 4:4.) Por ejemplo, Abrahán tuvo obras que probaron su fe, entre ellas su disposición a ofrecer a Isaac. Rahab también probó su fe mediante sus obras al esconder a los espí­as israelitas. (Heb 11:17-19; Snt 2:21-25.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

Sumario: 1. Terminologí­a. II. Las obras de Dios y del hombre en contraposición. III. La obra de Jesús. IV. El obrar cristiano. V. Virtudes: 1. Sentido general; 2. Limosna; 3. Ayuno. VI. Deberes. 1. Catálogos de virtudes y de vicios; 2. Problemática que surge a propósito de los catálogos: a) Origen, b) Novedad cristiana, c) Valor normativo.
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1. TERMINOLOGIA.
Tomamos en consideración el concepto de †œobra/obrar†, por una parte, como signo de la salvación realizada por Dios con †œgestos y palabras í­ntimamente unidos† (DV 2) y, por otra, como signo de la salvación aceptada, rechazada o no alcanzada por parte del hombre. Efectivamente, éste, por su naturaleza corporal y dialógico-terrena, tiene necesidad de hacer auténtica su opción interior, su †œsentimiento†, en una objetivación que le permita salir de sí­ mismo, encontrándose así­ de nuevo plenamente.
El significado indefinido, general y abstracto de la obra con sus connotaciones negativas se traduce por prasso (LXX: Pr 10,23; Pr 14,17; Pr 30,20; Si 10,6; Jb 27,6; Jb 36,23), que expresa una acción reprobable Lc 22,23; Jn 3,20; Jn 5,29; Hch 3,17; Hch 19,19; Rm 1,32), a veces neutra (Hch 5,35; Rm 9,11; 2Co 5,10; lTs 4,11), raras veces buena y de todas formas débilmente positiva (2M 12,43; Hch 26,20).
Por el contrario, resulta positivo, más dinámico, concreto y muy frecuente (3.200 veces en los LXX y 565
en el NT) el verbo poieó, traducción usual de †˜asah y, excepcionalmente, de ¿ara†™(crear: en Gen y en
1s41-45): expresa la actividad divina de la creación (Gen 1,1-2,4a), la salvación del pueblo (Ex 19,11;
SRI 72 18 Ex 19,11; Jos 3,5; SaI 72,18), y a veces de personas particulares (IS 12,6); de manera que las obras Jpoiemata) o la †œobra† se identifican con la acción de Dios (SaI 63,10 LXX; 142,5; Qo 3,11; Qo 7,13; Qo 8,17; Qo 11,5), que juzga (Dt 20,15; Ez 5,10; Ez 5,15) inapelablemente (Jb 11,10)y salva (Ex 14,13; Ex 20,6) obrando signos y prodigios (Dt 11,3). También en el NT el verbo se usa para la creación Mc 10,6; Hb 1,2), para la redención (Lc 1,68), para la misericordia (Lc 1,72), para la realización de la palabra divina (Rm 9,28), para el cumplimiento de la promesa (Rm 4,21), para los signos y prodigios Hch 15,12). El Padre por medio de Jesús (Hch 2,22), tratado como un pecador (2Co 5,21) y considerado luego como Señor y mesí­as (Hch 2,36), cumple sus obras (Jn 14,10), hasta †œhacer nuevas todas las cosas† (Ap 21,5). En la †œconcentración cristológica† joanea, Jesús realiza las mismas obras que el Padre Jn 5,19; Jn 6,38; Jn 8,53; Jn 10,37-38), siendo con él una sola cosa (Jn 10,30-33), y hace a los hombres obra de Dios (Ef 2,10).
El hombre, a su vez, está obligado a hacer todo lo que se le ha mandado (Gn 30,31; Ex 20,24), especialmente en relación con el prójimo (Gn 20,13; Gn 47,29; Jos 2,12 Miq Jos 6,8); a cumplir la voluntad de Dios sin buscar su seguridad en obras superficiales de expiación cultuales y morales (Is 1,11; Is 1,16; Am 4,4). El †œhacer† del hombre en el NT, que restringe su uso profano, es obediencia a la voluntad de Dios (Mc 3,35; Mt 7,21; Jn 7,17; Ef 6,6; Hb 10,36), que se manifiesta como un bien para el prójimo (Mt 5,9; Mt 5,46-47; Mt 6,2-3; Lc 3,10-11; Hch 11,30; ico 16,1; Ga 6,9), En el nombre de Jesús se convierte en un hacer milagros (Mc 9,39; Mt 7,22), signos- y prodigios (Hch 6,8; Hch 7,36), como hicieron PedroyJuan (Hch 3,12), Felipe (Hch 8,6)y Pablo (Hch 14,11).
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La dimensión personal del obrar en oposición a la pereza se expresa con el verbo ergázomai (obrar), y más frecuentemente con el sustantivo érgon (obra) -que traduce los hebreos †˜asah (obrar), pa†™aI (actuar), †˜abad (trabajar) en una relación de particular obediencia y obligación para con Dios-, a menudo sinónimo del grupo/?oz†™eo. Por tanto, son obras la naturaleza y el hombre como dependientes de Dios (Gn 2,2; Gn 2,3), las hazañas †œprodigiosas†™ de la historia (Dt 19,3; Si 48,14), reveladoras de la fidelidad divina a la alianza (Hb 3,9) y signos de una interioridad humana orientada hacia el bien o hacia el mal.
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II. LAS OBRAS DE DIOS Y DEL HOMBRE EN CONTRAPOSICION.
El hombre conoció a Dios primero en sus obras históricas inigualables (Dt 3,24)A desde la liberación de Egipto [1 Exodo] hasta la conducción por el / desierto hacia la ¡tierra prometida (Dt 11,2-7; Jos 24,31). Su †œvisión† (SaI 95,9), capaz de suscitar el entusiasmo (SaI 66,3-6), tení­a también por objeto hacerle descubrir al hombre su obra actual (Is 5,19; SaI 28.5) y dejarle intuir la futura, bien sea una obra de castigo como la deportación (Ha 1,5), bien de liberación como el regreso del destierro (Is 43,19). Siempre benéfica y perfecta (Dt 32,4), fiel y verdadera (SaI 33,4), profunda (SaI 92,5-6), llena de amor y de bondad (SaI 145,9; SaI 145,17; SaI 138,8), portadora de gozo (SaI 107,22), se dirige atodoel pueblo, a individuos cualificados como / Moisés y/Abrahán (IS 12,6), a los profetas y a cada uno de los hombres Is 29,23). También la creación, admirada desde siempre como obra de Dios (Gn 14,19; Am 5,8) y considerada con mayor reflexión en el destierro, deja entrever el obrar divino en los cielos (SaI 19,2), en la tierra (102,26) y particularmente en el hombre (8,4-7).
Sin embargo, en vez de sentirse impulsado a la confianza en Dios (que no puede †œdespreciar la obra de sus manos†: Jb 10,3) y a la humildad (que impide a †˜la obra decirle a su autor: †˜No me has hecho†: Is 29,16; Is 45,9; Rm 9,20-21), el hombre se volvió necio, confundiendo al artista con sus obras Sb 13,1), que permanecen escondidas a una mirada superficial (Si 11,4). En virtud de su pecado miró su trabajo, no ya como continuación de la actividad creadora de Dios, sino como cansancio, peso, maldición Gn 3,17), y se sintió obligado a esconder en las tinieblas sus propias acciones (Is 29,15), porque †œsus acciones son acciones criminales, sólo violencia hay en sus manos† (Is 59,6). Profanó (Rm 1,26-27) la misma fecundidad (Gn 1,28), al igual que el trabajo, que construye í­dolos mudos (1Co 12,2).
A la obra divina de la salvación, el hombre deberí­a haber correspondido con la observancia de la ley. Sin embargo, por las continuas infidelidades al pacto, el hombre -que estará en disposición de obrar el bien cuando un negro cambie de piel (Jr 13,23)- precisa de una nueva alianza (Jr31,33), ya que resulta corrompida incluso una obra hecha en armoní­a con la ley, como el culto reprobaT do por Dios (Is 1,11; Am 4,4). En efecto, una acción legalmente intachable se habí­a convertido en un derecho ante Dios, en un mérito que alegar, en una pretensión de justicia interior; la observancia de la ley se transforma entonces en la obra más perversa del hombre, en una jactancia orgullosa, señal y consecuencia de un pecado.
Es el NT el que revela esta naturaleza corrompida de las obras humanas, calificadas como tenebrosas Rm 2; Ef 5,11 Rm 13,1;Rm 2; Ef 5,11), carnales(Ga 5,19), malvadas (Jn 3,19;Jn 7,7 Un Jn 3,12; 2Jn 11; 2Tm 4,18; Ga 1,21), diabólicas (cf Un 3,8; Jn 8,41), impí­as (Jud 15), inicuas (2P 2,8), muerte (Hb 6,1; Hb 9,14); esta negatividad resulta especialmente evidente en determinadas situaciones (Mt 23,3; Lc 11,48; Tt 1,16). Todo lo que se ha mandado sigue siendo válido, puesto que †œla ley es santa, y el mandamiento, santo, justo y bueno† (Rm 7,12); pero, al ser ejecutado por el hombre pecador, en vez de ser obra de Dios Jn 6,28), se convierte en obra de carne (Ga 5,19). Este juicio negativo sobre las obras humanas no puede limitarse a sólo las acciones de la ley judí­a, sino que vale para toda actividad humana que presuma alcanzar a Dios. Sólo Cristo puede purificar la fuente para que no haga brotar ya aguas venenosas; sólo él puede injertar en el árbol malo una planta nueva para que dé buenos frutos.
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III. LA OBRA DE JESUS.
Jesús asume, sublimándola, toda la creación como su †œprimogénito†™ (Col 1,15), y las intervenciones salví­ficas (que llevan a su cumplimiento la acción del Padre: Jn 5,17), como †œmediador y plenitud de la revelación entera† (DV 2). Con su existencia da sentido a cada una de las realidades del AT, desde la vida en el desierto hasta el templo, el culto, la sabidurí­a. Su obrar, raras veces referido a designios futuros Jn 14,23; Ap 3,9; Ap 3,12; Ap 5,10), comprende milagros (Mc 6,5), prodigios (Mt 21,15), la investidura de los discí­pulos (Mc 1,17; Mc 3,14), la voluntad del Padre, todo loque ha visto en él (Jn 5,19; Jn 5,30-36; Jn 6,38; Jn 8,29; Jn 8,38), el juicio (Jn 5,27), la reconciliación entre judí­os y paganos (Ef 2,14-15). Las obras de Jesús son subrayadas particularmente en los escritos joaneos: son un don del Padre (Jn 5,36), cumplen su misión (9,4; 10,25), la sellan (6,27), manifiestan que el Padre obra a través del Hijo (14,9-11), se condensan en la única obra grande (17,4): la salvación de los hombres, que glorifica al Padre. Cristo, conocedor del hombre (2,25), como luz del mundo (8,12), hace aparecer la verdadera naturaleza de sus obras. †œLos hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas† (3,19). De esta forma Jesús lleva a cumplimiento la obra del Padre (4,34), hace inexcusables a los judí­os (15,24), comprueba la verdad de su misión (10,32), concede a los discí­pulos realizar obras incluso mayores que las suyas (14,12). La obra por excelencia realizada por el Padre a través de Cristo (cf 6,30) es que †œcreáis en el que él ha enviado (6,29). El realiza sus obras por la fe (10,38), para que los hombres crean en la inmanencia del Padre en el Hijo (14,11). En virtud de la fe, producida por una atracción del Padre, el hombre viene a Jesús (6,44-45), escucha su voz (10,16), lo conoce (10,14), de forma que permanece en él como el sarmiento en la vid (15,4), siendo con él una auténtica realidad, como lo es el Padre con el Hijo (17,21- 23): entonces la obra del hombre se transforma en fruto divino, producido directamente en la vid, que es Cristo (15,1).
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IV. EL OBRAR CRISTIANO.
Se cualifica por motivaciones cristológicas, y especialmente por el ví­nculo con la actividad reveladora de Jesús. †œEl que practica la verdad va a la luz, para que se vean sus obras, que están hechas como Dios quiere† (Jn 3,21). Como consecuencia de la justificación mediante la fe (Rm 3,28) [1 Fe VI, 2], en virtud del bautismo que hace del cristiano un solo ser con Cristo (Rm 6,3; Rm 6,5), como el sarmiento con la vid Jn 15,5), todas las obras del hombre son en realidad obras de Dios realizadas a través del hombre. Si es †œDios el que lo hace todo en todos† (1Co 12,6), ya no existen obras puramente humanas, sino que todo es gracia. Desaparece así­ la noción de obra, tan combatida por Pablo (†˜las obras de la ley†™), como presunta autosuficiencia humana frente a la salvación, como una especie de crédito ante Dios: ya no hay obras muertas (Hb 6,1; Hb 9,14), que no se derivan de la fe y no se realizan en servicio del Dios vivo. Si la salvación es gracia y don a través de la fe, el hombre que se ha comprendido a sí­ mismo como obra de Dios está, por tanto, invitado a †œhacer obras buenas tal y como él lo dispuso de antemano† (Ef 2,10). Ala luz de la absoluta gratuidad de la salvación, atestiguada hasta las últimas cartas (2Tm 1,9; Tt 3,5), no es ya contradictoria, sino plenamente consecuente, la exhortación a tener un comportamiento de vida totalmente nuevo, una †œnueva vida† (Rm 6,4), a †œdejarse conducir por el Espí­ritu (Ga 5,16) como †œhijos de la luz† (Ef 5,8), a †œcomportarse de una manera digna del Señor, intentando complacerle en todo, fructificando en toda obra buena† (Col 1,10), a †œhacer el bien a todos† (Ga 6,10), puesto que el Señor †œpagará a cada uno según sus obras† (Rm 2,6; Ap 14,13). La obra del hombre de repliegue sobre sí­ mismo se convierte en edificación del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia (Ef 1,22-23).
Al faltar la polémica antijudí­a, que habí­a corrompido la noción genuina de †œobra buena†™, resulta obvia la invitación a actuar incluso delante de los demás. †œBrille de tal modo vuestra luz delante de los hombres que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos† (Mt 5,16). Es necesario mantener encendida la lámpara (Mt 25,1-13), hacer fructificar los talentos (25,14-30). Se condena decididamente la inactividad: †œTodo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego† (Mt 7,19); Dios †˜corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí­ (en Jesús), y limpia los que dan fruto para que den más† (Jn 15,2). Esto es particularmente evidente en el epistolario tardí­o, que acentúa la invitación a las buenas obras. †œ(La viuda ha de) estar acreditada por sus buenas obras, tales como haber educado bien a sus hijos, haber ejercitado la hospitalidad, haber lavado los pies a los creyentes, haber socorrido a los atribulados, haber practicado toda clase de obra buena… (A los ricos se recomienda) que hagan el bien, que sean ricos en buenas obras; que sean generosos y estén dispuestos a repartir con los demás lo que tienen. Así­ reunirán un capital sólido para el futuro, con el que conseguirán la verdadera vida† (1 Tm 5,10; 1 Tm 6,18-19; Tt 1,16; Tt 2,7; Tt 2,14; Tt 3,8; Tt 3,14).
Prosiguiendo en esta lí­nea, ante la inactividad de los creyentes, herederos quizá de una interpretación errónea y extremista de la doctrina paulina (Rm 3,8), Santiago insiste en las obras como emanación de un creer vivo, muy distinto de una fe puramente intelectualista (St 2,14): †œSi la fe no tiene obras, está muerta en sí­ misma† (2,17). Si también Pablo puede estar de acuerdo con esta expresión, subsiste cierta dificultad en la afirmación de que †œel hombre es justificado por las obras, y no sólo por la fe† (2,24). La solución satisfactoria está precisamente en la distinción agustiniana entre obras anteriores a la justificación para Pablo y obras posteriores a ella para Santiago, puesto que incluso después el hombre debe considerarse incapaz de proseguir un camino espiritual iniciado por Dios.(cf, por el contrario, Rm 10,2-4). Es verdad que Santiago entiende por obras el fruto producido por la fe, y no la emanación de una gloriosa autosuficiencia humana. Sin embargo, su afirmación de una †œjustificación por las obras†, aun parcial, ha de considerarse a la luz de una perspectiva y concepción de la justificación diversa, es decir, de la salvación considerada en un segundo momento, después de la unión con Cristo en el bautismo, a la luz de la tradición sapiencial, sensible a la exaltación de la acción del hombre, y también a la luz de una cristologí­a al servicio de la ética. Sólo así­ la única fe neotesta-mentaria se expresa en formulaciones de contraposición y de lucha que, aunque diversas, no resultan contradictorias [1 Justicia].
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El obrar cristiano se cualifica y encuentra su centro en la ágape, es decir, en una donación sincera, intensa, perseverante y acogedora, entendida bien como participación en el amor de Dios, bien como imitación de la persona de Jesús, que se mostró como caridad viva en sus gestos consignados en el evangelio (Jn 13,15; ico 11,1 Ep 4,32-5,2; IP 2,1): Jesucristo es la norma suprema, perfectamente objetiva, †œel imperativo categórico concreto† (H.U. von Bal-thasar). El obrar cristiano encuentra su orientación justa inspirándose en la forma en que Jesús actuó en semejantes ocasiones. Originado y modelado en el amor de Dios revelado en Cristo, el obrar cristiano no parte de la perspectiva de la reciprocidad o de la compensación; participando de la creatividad y de la libertad divinas, sustituye el amor de sí­ mismo por la asunción de la propia cruz (Lc 14,27 par), hasta amar a los enemigos (Mt 5,44), tomando como criterio de acción la necesidad del otro y no el propio sentimiento. Agape es el amor de aquel que †œno estando ya obligado a buscarse a sí­ mismo para encontrarse, se encuentra por tanto libre para servir al prójimo de forma totalmente desinteresada† (F. Refoulé, Gesú come riferimento dell†™a gire del cristiani, 59). El amor como absoluto para el obrar cristiano, tal como se deduce de la última reflexión de Juan, corresponde al primer anuncio de Jesús sobre la conversión, sobre la purificación del corazón, sobre el seguimiento y sobre la búsqueda del reino de Dios.
La fe y el amor no son dos realidades independientes, sino como el comienzo y el término de un único proceso: la fe introduce al hombre en una nueva forma de existir y lo dispone para dejar que actúe el / amor. Es un dejar sitio en el yo a este amor, conformando la existencia personal con la del crucificado. †œLa fe que recibe y el amor que da son dos momentos que no hay que separar, sino sólo distinguir, del mismo y único movimiento vital que caracteriza a la existencia cristiana† (K. Barth). †œCree de verdad aquel que practica con la vida la verdad en que cree† (san Gregorio Magno). †œNo se puede distinguir en el cristianismo lo moral de lo religioso. Lo moral se levanta sobre algo que lo trasciende, así­ como el principio religioso, que es el fundamento de toda teologí­a cristiana, la definición de la naturaleza del mismo Dios, no puede establecerse al margen de esta realidad: †˜Dios es amor† (CH. Dodd, El evangelio y la ley, 60). Si †œal recibir (mediante la fe) el amor con que se es amado corresponde al amor con que se ama (entonces) la crisis de la fe cristiana en Dios es siempre simultáneamente una crisis del amor† (R. Bultmann). Nos encontramos así­ de nuevo con la expresión sintética paulina: †œla fe que opera mediante la caridad† (Ga 5,6). El amor, que es servicio concreto al prójimo a ejemplo de Cristo, un impulso a obrar desinteresadamente, recapitulación, unificación, cumplimiento de lo que prescribe la ley, es una meta que el hombre no puede presumir realizar con facilidad en su obra. Precisamente porque lo es todo, tiene necesidad de ser recordado continuamente en las diversas situaciones. †œAma y haz lo que quieras…, si amas lo bastante para obrar en todo según tu amor, si sabes sacar de tu amor, cuya fuente no está en ti, toda la luz que esconde… Pero no creas demasiado pronto que sabes lo que es amar† (H. de Lubac). Conociendo la meta a la que ha de tender, el cristiano necesita verse continuamente exhortado a alcanzarla a través de los diversos caminos de la vida.
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V. VIRTUDES.
El obrar cristiano tiene que traducirse en hábitos que perfeccionan al hombre, en actitudes que lo inclinan a obrar bien.
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1. Sentido general.
La Biblia, tan rica en indicaciones concretas y en descripciones de actitudes prácticas virtuosas, carece de una terminologí­a que exponga la noción universal contenida en la palabra †œvirtud†™. Efectivamente, falta en hebreo un término que corresponde al griego arete, el cual, cuando traduce la acción gloriosa de Dios Is 42,8; Is 42,12; Is 43,21; Is 65,7) y la majestad del hombre, lleva a cabo un deslizamiento de significado hacia una concepción an-tropocéntrica griega que resalta el mérito a costa del don. Por otra parte, los numerosos sentidos griegos (excelencia, coraje, valor militar, mérito, felicidad, prosperidad, gloria), a pesar de un predominio gradual de la concepción socrática de la virtud como cualidad del alma, no favorecí­an una aproximación entre el pensamiento bí­blico y el pensamiento griego.
En el AT la noción más cercana es la de ¡justicia (Gn 15,6; Dt9,6; Qo 7,15; Mt 1,19; Lc 1,6), que varí­a desde una dimensión social (como en Amos e Isaí­as) hasta una dimensión eminentemente jurí­dica (como en Ezequiel) y hasta una identificación con la salvación (como en el Segundo Isaí­as), con la que está especialmente ligado Pablo. †œSe te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que el Señor exige de ti. Es esto: practicar la justicia, amar la misericordia y caminar humildemente con tu Dios† (Miq 6,8). Virtud es la fortaleza de Eleazar (2M 6,31), que en el último escrito del AT se encuentra unida a las otras virtudes llamadas †œcardinales†: †œSi uno ama la justicia, las virtudes son el fruto de su trabajo, porque enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza, y nada hay más útil para los hombres en la vida† Sb 8,7).
La virtud no es tanto fruto de un esfuerzo ascético como consecuencia de la participación en el misterio pascual, como las tres virtudes †œteologales† (fe, esperanza y caridad: lTs 1,3-4; Rm 15,13; ico 13,13) o el fruto del Espí­ritu. †œSobre él reposará el espí­ritu del Señor: espí­ritu de sabidurí­a y de inteligencia, espí­ritu de consejo y de fuerza, espí­ritu de conocimiento y de temor del Señor† (Is 11,2). †œNosotros aguardamos la justicia esperada por la fe mediante la fe del Espí­ritu. Si creemos en Cristo, da lo mismo estar o no estar circuncidados; lo que importa es la fe y que esta fe se exprese en obras de amor† (Ga 5,5-7). El uso del término †œvirtud† en el NT -cuatro veces solamente- indica las obras maravillosas de Dios (IP 2,9), la calidad de las perfecciones divinas (2P 1,3) y un buen comportamiento como parte de un elenco de virtudes. †œPor eso debéis esforzaros en añadir a vuestra fe virtud, a la virtud ciencia, a la ciencia templanza, a la templanza paciencia, a la paciencia piedad, a la piedad cariño fraterno, al cariño fraterno amor† (2P 1,5-7; Flp 4,8). La perfección, que consiste en la posesión de las virtudes, equivale para la Biblia a buscar a Dios, a caminar con él, a obedecer a sus deseos, a orientarse de modo estable y profundo hacia él; la virtud no es tanto la repetición de actos buenos como docilidad y fidelidad a la llamada divina de cada dí­a.
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2. Limosna.
Además de la oración (Mt 6,5-14), son concreción de la †œjusticia† la limosna (6,2-4) y el ayuno (6,16-1 8). De ser actitud de misericordia y de bondad de Dios (SaI 24,5; Is 59,16) y del hombre (Gn 47,29), la limosna pasó a significar al final del AT una ayuda material a los necesitados. La realidad de la limosna, a pesar de que la lengua hebrea no conoce este término, puede reconocerse en gestos como el dejar caer algo de la cosecha (Lv 19,9; Lv 23,22; Dt 24,20-21; Rt 2) o la ofrenda del diezmo para los pobres Dt 14,28-29). Obtiene el perdón de los pecados (Dn 4,24; Si 3,30), es sacrificio agradable a Dios (Si 35,2 ), es provechosa (Pr 28,27), es como un préstamo hecho al Señor (Pr 19,17) y está recomendada especialmente en la difí­cil situación de la diáspora: †œPractica con tus bienes la limosna y no apartes tu rostro de ningún pobre, porque así­ no apartará de ti su rostro el Señor. Da limosna según tus posibilidades:
si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da con largueza de ese poco. Así­ acumularás un tesoro para el dí­a de la necesidad, pues la limosna libra de la muerte e impide andar en tinieblas. La limosna, para todos los que la dan, es un precioso depósito ante el altí­simo† (Tb 4,7-11).
La limosna es agradable a Dios si es desinteresada(Lc 6,35; Lc 14,14), sin ostentación (Mt 6,1; Mt 6,4), adecuada a las peticiones y a la necesidad del prójimo (Lc 6,30; Mt 5,42), que se identifica con Jesús (Mt 25,31-46): el que lo da todo (Lc 11,41; Lc 18,22) revela el amor de Dios (1Jn 3,17), que †œama a quien da con alegrí­a† (2Co 9,7). El valor teológico de la limosna se deduce especialmente de la colecta organizada por Pablo en favor de la comunidad de Jerusalén. Capaz de restablecer una comunión (koinóní­a) entre los hermanos y entre las comunidades (2Co 8,4; 2Co 8,13; 2Co 9,1; 2Co 9,12-13), considerada como un servicio sagrado (diakoní­a: Rom 15,21; 2Co 8,4; 9,12-1 3), como un acto de culto a Dios (Ieitourghí­a: 2Co 9,12), como una bendición (euloghí­a: 9,5.7), la limosna se convierte en gracia (járis:
8,7) en cuanto que participa del impulso que proviene de Dios y se transforma en una acción de gracias por parte de los beneficiarios. La cantidad de la limosna ha de medirse por el grado de participación en el amor de Cristo, que †œsiendo rico se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza† (2Co 8,9). Materia de juicio (Mt 25,35-36), aumentada de valor por la palabra amigable que la acompaña
Si 18,15-18; Si 4,1-6), la limosna encuentra un amplio espacio incluso en sociedadesorganizadasque tienden a hacerla superflua (Mt 26,11).
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3. Ayuno.
La abstinencia de la comida, don de Dios (Dt 8,3), impuesta solamente en el dí­a de la expiación (Lv 23,29 como signo de pertenencia al pueblo elegido, o por un perí­odo indeterminado (Jon 3,7) como preparación para el encuentro con Dios (Dn 9,3), se exige en circunstancias difí­ciles (Jc 20,36; IS 7,6; Za 7,3-5; Za 8,19; Ba 1,5 JI Ba 2,13-1 7; Est 4,16). El ayuno, practicado durante toda la vida (Jdt 8,6)0 por devoción personal (Lc 2,37) dos dí­as a la semana (Lc 18,12), debe estar lejos de todo formalismo Jr 14,12; Mt 6,16) y tiene valor si va acompañado de las obras de justicia. †˜cE5 éste acaso el ayuno que me agrada, el dí­a en que el hombre se mortifica? ¿Doblar como un junco la cabeza, acostarse en el saco y la ceniza? ¿A. eso llamáis ayuno, dí­a agradable al Señor? ¿No sabéis cuál es el ayuno que me agrada? Abrir las prisiones injustas, soltar las coyundas del yugo, dejar libres a los oprimidos, romper todos los yugos; repartir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que veas desnudo y no eludir al que es tu propia carne† (Is 58,5-7).
El ejemplo de Jesús antes de la inauguración de su misión (Mt 4,1-4), continuado en la Iglesia Hch 13,2-3; Hch 14,23), aunque resulta más urgente la invitación al desprendimiento de sí­ mismo Mt 10,38-39) y de las riquezas (Mt 19,21), y a pesar de la ausencia de este tema en Juan yen el epistolario paulino (excepto 2Co 6,5; 2Co 11,27), permite concluir el valor del ayuno también para nuestros dí­as. Puesto que †œel reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espí­ritu
Santo† (Rm 14,17), el ayuno adquiere un valor en relación con la motivación que lo inspira. Además de las ventajas que la razón puede encontrar en una sana ascesis para un equilibrio psico-fí­sico, el ayuno puede facilitar una actitud de total apertura a la gracia de Dios (Mt 6,18), exterioriza la tristeza por la ausencia de Cristo (Mc 2,20), contribuye a superar las tentaciones y la influencia del demonio (Mt 17,21) y sobre todo se convierte en signo tangible de amor al dar al necesitado lo no consumido.
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VI. DEBERES.
Para nuevas concreciones del obrar cristiano los sinópticos suelen remitir a los mandamientos (Mc 10,19 par) o se expresan, como en el sermón de la montaña, con frases escultóricas y dramáticas (†˜pon la otra mejilla†™, †˜reconcilí­ate con el hermano antes de tu ofrenda en el altar†™), para exhortar eficazmente a la imitación del amor-de Cristo; el epistolario, por el contrario, ofrece algunas concreciones éticas en listas de virtudes y de vicios.
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1. Catálogos de virtudes y de vicios.
En contraposición a ocho grupos de virtudes (2Co 5,6-8; Col 3,12; Ef 4,2; Ef 5,9; Ga 5,22; 1 Tm 4,12; lTm 6,11; 2P 1,5-7) aparecen 18 listas de vicios (Mc 7,21-22; Rm 1,29-32; Rm 13,13; ico 5,10-11; ico 6,9-10; 2Co 12,20-21; Ga 5,19-21; Ef 5,3-5; Col 3,5; Col 3,8-9; 1 Tm 1,9-10; 2Tm 3,2-5; Tt 3,3; IP 2,1; IP 4,3; Ap 21,8; Ap 22,15). Mientras que para las primeras el punto de unificación lo constituye el sincero amor fraterno que brota de los compromisos bautismales y que es signo del cambio de vida, la raí­z de los vicios se encuentra en la sustitución de Dios por un í­dolo o en la reducción del Señor a un í­dolo. Es frecuente la mención de la fornicación (por-neí­a)]mto con el libertinaje y la inmoralidad, unida a la avaricia (pleonexí­a) y a la idolatrí­a. Un segundo grupo se refiere a las consecuencias de la irascibilidad, como la cólera, la soberbia, la envidia, la enemistad, la discordia, la calumnia y, finalmente, los excesos de la mesa, como la embriaguez y las orgí­as.
Entre las listas breves y largas (Rm 1 enumera incluso 21 vicios) destaca un texto incisivo y personal de Pablo en la carta a los Gálatas, que establece un paralelo entre las obras hechas por la debilidad egoí­sta del hombre, inclinado al pecado (la †œcarne†: 5,19-21a), ylas realizadas por el que se deja llevar de la fuerza divina interior (el †œespí­ritu†: 5,22a-23). La lista de las obras contrapuestas sigue a la defensa enérgica de la justificación por la sola fe (2,16; 5,5) y se coloca en un contexto de viva exhortación a servir al prójimo en la caridad (5,13), a caminar bajo la influencia del Espí­ritu (5,16), a practicar el bien con todos (6,10). Un desarrollo en quiasmo destaca cómo las obras Opuestas revelan una doble posibilidad para el hombre con vistas a la automatización (5,16 y 24-25), a la libertad (5,18 y 23b) y a la entrada en el reino (5,21 b). †œLas obras de la carne son bien claras: lujuria, impureza, desenfreno, idolatrí­a, supersticiones, enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos, envidias, homicidios, borracheras, comilonas y cosas semejantes a éstas† (Ga 5,19-21). En el centro está la perversión del instinto religioso (†œidolatrí­a-supersticiones†), que lleva a una nueva valoración de la realidad. La sexualidad deja de ser lenguaje de comunión para ser repliegue egoí­sta; la comida, la bebida y las fiestas se dirigen a la propia satisfacción, mientras que el hermano es visto como un rival que combatir de todas formas para eliminarlo; la ambición (Rm 1,29) encuentra fundamento en la sed de dinero o avaricia, comparada con una idolatrí­a (Ef 5,5; Col 3,5)y considerada como una divinidad (Mt 6,24 ). Sin caer en la casuí­stica pedante de las escuelas rabí­nicas, la lista paulina de los vicios, aunque difí­cilmente definibles en sus expresiones concretas, nos ofrece un cuadro suficientemente claro de una vida en la que el †œyo† sustituye a †œDios†.
La descripción simétrica positiva de la moral cristiana es calificada como don: †œPor el contrario, los frutos del Espí­ritu son: amor, alegrí­a, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia† (5,22-23a). Tiene su centro en el amor ¡ágape, en aquella †œvoluntad bondadosa y enérgica que por nada se detiene, cuando se trata de obtener el bien del objeto amado†(C.H. Dodd, o.c, 58). Ese amor engendra el †œgozo†, que coexiste incluso con los sufrimientos (lTs 1,6) y supera, sin excluirla, a la alegrí­a. La †œpaz†, unida a menudo a la gracia en Pablo y derivada de la alianza y de la intimidad de proyectos con Dios, consecuencia de una reconciliación (Rm 5,1-11), quiere hacer caminar juntos a los creyentes en la superación de toda división y tiende a entablar relaciones con todos.
De estas tres notas fundamentales del obrar cristiano (amor, alegrí­a, paz), procedentes de la fe que justifica, nace aquella grandeza de alma que está por encima de desaires, de ofensas y de ingratitudes (†œgenerosidad†), capaz no solamente de evitar el mal, sino de alcanzar las delicadezas de un amor atento, cariñoso y solí­cito (†œbondad-benignidad†), sin faltar a la palabra y a los compromisos adquiridos (†œfidelidad†). Respetando los tiempos de maduración de cada uno, el cristiano acepta los sinsabores, las incomprensiones (†œmansedumbre†) y, por consiguiente, domina las reacciones espontáneas contra los abusos, dice no a sí­ mismo con vistas a un sí­ a los demás (†œcontinencia† o dominio de sí­).
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Catálogos semejantes, compuestos de breves sentencias contrapuestas, en forma imperativa, abiertos a la indicación de las personas interesadas, explicitan los deberes de los miembros de la familia (Haustafeln) de acuerdo con su función y de su posición. En los seis grupos del epistolario (Ep 5,22-6,9; Col 3,18-4,1; 1 Tm 2,11-15; 1 Tm 6,1-2; Tt 2,1-10 1 P 2,13-3,7), recogidos en escritos del siglo II-desde Ignacio (Carta a Po-licarpo 5,1) hasta la Didajé (4,9-1 1), Clemente Romano (ICIem 21,6-9), ! Policarpo (Ad FU. 4,2-6,3) y Bernabé (Epist. 19,5-7)-, predomina la categorí­a de la †œsumisión†: †œSed sumisos a toda autoridad humana por amor al Señor, al emperador como a soberano, a los gobernantes como delegados suyos para castigar a los que obran mal y premiar a los que obran bien… Esclavos, someteos con todo respeto a los amos; no sólo a los buenos y amables, sino también a los de carácter duro… Vosotras, mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, para que si alguno de ellos se muestra reacio a la palabra, pueda ser ganado sin necesidad de palabras por vuestra conducta al ver vuestro comportamiento respetuoso y honesto… Igualmente vosotros, maridos, comportaos sabiamente con vuestras esposas, como con un sexo más débil… Finalmente, vivid todos unidos en armoní­a. Sed compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes† (1P IP 2,1-14 1P IP 2,18 1P 1P3,1 1P 1P3,8).
Cuando la sumisión mutua expresa el mutuo servicio cristiano, se convierte en clave de lectura de las otras exhortaciones. Así­ la invitación: †œRespetaos unos a otros por fidelidad a Cristo† (Ef 5,21), orienta en el sentido de la sumisión de la mujer (5,22), del amor de los maridos (5,25), de la obediencia de los hijos y de los esclavos (6,1.5) y de un comportamiento análogo de los amos (6,9); no se excluye, sin embargo, que una exhortación semejante a las categorí­as más humildes y sometidas -como las mujeres, los esclavos, hijos, dependientes de las autoridades- se haga con vistas a una posible insubordinación, sobre todo si se tiene en cuenta que en la carta de Pedro falta una invitación semejante a los amos.
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2. Problemática que surge a propósito de los catálogos.
no es posible soslayar tres interrogantes sobre el origen, la novedad cristiana y el aspecto moral de estos catálogos.
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a) Origen.
Para los deberes familiares nos sentirí­amos inclinados a buscar su origen en aquel ambiente popular en el que existí­an exhortaciones semejantes desde el siglo iv a.C, reflejadas luego en la enunciación de obligaciones análogas sobre el papel y la condición de cada persona, que era habitual en la escuela estoica, especialmente en Séneca y en Epicteto. Sin embargo, el carácter genérico de estas formulaciones (obrar según la conveniencia, la prudencia y la sabidurí­a) y la falta en ellas de reciprocidad (mujeres con maridos, y viceversa) mueven a identificar el origen de nuestros catálogos en los ambientes judeohelenistas cercanos a la sinagoga o influidos de algún modo por el proselitismo judí­o. En Flavio Josefo encontramos el esquema tripartito de exhortaciones a mujeres, a niños y a esclavos; en Filón, una lista de actitudes -como el respeto a los padres, el cuidado de la mujer y de la casa, la educación de los hijos, un tratamiento equilibrado de los esclavos, sin excluir la benignidad y el afecto, la atención a los ancianos, la observancia de las buenas costumbres- se presenta como medio para superar una concepción egoí­sta de la vida. El recurso a este material preexistente puede estar quizá motivado por el deseo de mostrar cómo la vida cristiana era posible y se uniformaba externamente con el ambiente circundante, compartiendo con él lo †œmejor† en el terreno ético.
Para los catálogos de virtudes y de vicios son posibles tres fuentes. Si hubo algún contacto con el helenismo, filtrado por el pensamiento judí­o, que tiene su más alto representante en Filón (cf Sacrificio de Abely Caí­n, con la lista de las virtudes: § 27, y de los 146 vicios: § 32), hay que atribuir una mayor influencia a los escritos apocalí­pticos, bien precristianos (como los Testamentos de los doce patriarcas: T. Rub. 3,2; ?. Is 16,1 ?. José Is 5,1 ?. Aserls 2,5 ?. Ben. Is 6,4), bien de época neotesta-mentaria (como el Baruc 4,16; 8,5; cf Asunción de Moisés 7). La ausencia de listas respectivas de virtudes en los escritos apocalí­pticos, signo de la acentuación de lo †œnegativo† en moral, lleva a identificar en Qumrán la fuente principal de las listas neotestamentarias. En efecto, la Regla de la comunidad enumera las acciones de los hijos de la luz (como humildad, longanimidad, misericordia, bondad, prudencia) y de los hijos de las tinieblas (como soberbia, impiedad, mentira, adulterio, ira, envidia) (1QS IV, 2-6.9-11; cf 1QS III, 20-21).
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b) Novedad cristiana.
En la Biblia, los deberes familiares adquieren una orientación y una luz nueva, ya que †œeso es lo que debéis hacer como creyentes† (Col 3,18); las mujeres, por ejemplo, están ciertamente sometidas a sus maridos, pero †œcomo al Señor† (Ef 5,22). Cualquier relación entre los hombres, y particularmente dentro de la familia, tiene que inspirarse siempre en una verdad más general, revelada por Pablo: †œYa no hay distinción entre griego y judí­o, circunciso o incircunciso, extranjero o ignorante, esclavo o libre (Col 3,11); †œhombre o mujer, añade la carta a los Gálatas (3,28). La frecuente llamada a la reciprocidad de los deberes (Ef 5,21), por la que, por ejemplo, a la obligación de la mujer de someterse al marido corresponde un amor no menos comprometido por parte del marido (Col 3,19; Ef 5,25), es una aportación cristiana; también el amo cuando trata con el esclavo ha de recordar que existe un solo Señor (Col 3,24; Col 4,1; Ef 6,5-6; Ef 6,9), al que todos tienen que rendir cuentas.
Para los catálogos la novedad cristiana consiste, bien en la unificación de todas las prescripciones en la ágape, bien en una dimensión comunitaria y social que supera el individualismo restringido de la ética estoica y la perspectiva del castigo que prevalece en la apocalí­ptica. Si el cristianismo no trae contenidos morales nuevos, sino que comparte los que ya habí­a descubierto una iluminada y recta razón, los vive, sin embargo, no ya como coacción, sino como concreción del amor. Cambia la modalidad del obrar para el cristiano que, liberado ya de la ley, es movido por el Espí­ritu, casi por connaturalidad, a seguir lo que es bueno: vivir moral-mente, aspiración que antes era inalcanzable, se convierte para él en gozosa realidad. La fuerza unificante de la ágape no resuelve solamente las relaciones entre las diversas personas, sino que, llegando a la †œmemoria subversiva† de la pasión y resurrección de Cristo, pone en crisis incluso las estructuras y se convierte en fuerza para resolver los problemas polí­ticos, sociales e internacionales a través de las necesarias mediaciones.
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c) Valor normativo.
Para una orientación en esta cuestión tan discutida es necesario anteponer dos observaciones sobre la formación gradual de las indicaciones éticas neo-testamentarias y sobre la naturaleza de los catálogos. La moral cristiana como respuesta individual y comunitaria a la toma de conciencia de la acción salví­fica de Dios en Jesucristo exigió al principio el abandono de las formas inconvenientes propias de los paganos; indicó luego comportamientos distintivos del †œhombre nuevo†™, como la sobriedad, la humildad, la generosidad, pasando más tarde a consideraciones sobre las relaciones sociales dentro de la familia, de la comunidad cristiana, del Estado, para terminar con la invitación a los cristianos a ser prudentes, a mantener la paz con los vecinos paganos, a someterse a las autoridades y a estar dispuestos a arrostrar las persecuciones en el caso de ser forzados a la apostasí­a.
Los catálogos, como gran parte del material ético de la Biblia, pertenecen al género parenético, pues presuponen -no justifican- la valoración de un comportamiento e intentan inculcar -no instruir- sobre estos deberes. Es decir, son una exhortación a hacer el bien y a huir del mal, dando por descontado lo que es tal; constituyen una urgente invitación a obrar siempre y en todas partes por aquel amor desinteresado que no tiene una solución preestablecida, sino que obliga a discernir en cada momento cuál es el servicio concreto al prójimo. Así­, por ejemplo, dando por descontada la inmoralidad de unión con una prostituta, Pablo (1Co 6,9; ico 6,13)exhorta al cristiano a no romper el amor con Cristo, al que está í­ntimamente unido desde el bautismo: toda la vida de Jesús -sus palabras y sus hechos- deben considerarse como parénesis.
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Por eso los catálogos no constituyen un código de leyes, una especie de cuadro completo de reglas y de prescripciones que hay que tomar como guí­a absoluta en todas las situaciones. Pablo no ha hecho más que reconocer †œen la preceptiva moral de su ambiente indicaciones positivas que se alinean y armonizan con las indicaciones trascendentales del kerigma, y además las puntualizan y especifican en sentido categorial, modulando cada uno de los actos de la existencia† (P. Rossano, Morale elIe-nistica, 180). Es decir, no son †œnorma† o †œprecepto† al que ha de referirse la conciencia como a la última confrontación antes de decidirse a obrar; y ello no sólo porque ninguna norma debe ser recibida pasivamente por la conciencia, sino también en el sentido de que la naturaleza de los catálogos consiste en orientar hacia la búsqueda de la misma norma, con la aportación de la comunidad cristiana y con la confrontación de todos los hombres de buena voluntad. Es decir, estos catálogos no son normativos por el contenido material de cada una de las prescripciones, sino en cuanto que legitiman y postulan la búsqueda de unas normas o preceptos como concreción de la ágape. Por tanto, los católogos no directamente normativos son ejemplos, modelos e invitaciones a la ágape.
En este sentido contienen valores no despreciables. Constituyen otras tantas señales o indicaciones para identificar el espí­ritu que guí­a al cristiano. Si está movido por Dios, el catálogo de virtudes se convierte en espejo de su vida; si es la carne quien lo mueve, la lista de los vicios está allí­ para exhortarle a que emprenda una obra de conversión; se habla de señales, porque puede haber un comportamiento temporalmente irreprensible no animado por el Espí­ritu y una actitud externamente vituperable, coexistente con un obrar divino en expansión. La dimensión vinculante contenida en los catálogos, como en toda exhortación bí­blica, con tal que siga siendo secundaria, está en armoní­a con la psicologí­a del amor, que aunque gozoso siente la necesidad de relacionarse y se hace libre en una feliz dependencia, evitando con ello el peligro del cambio y de la mutabilidad.
Así­ pues, estos catálogos, por su carácter de relativa mutabilidad, de forma análoga a las prohibiciones sobre la carne inmolada a los í­dolos (1Co 8-10) o a las prescripciones del concilio de Jerusalén (Hch 15) que ya no se recuerdan, postulan formulaciones diversas para ambientes culturales diferentes y requieren aquel compromiso fundamental del cristiano que es el †œdiscernimiento† (Rm 12,2), †œclave de la moral neo- testamentaria† (O. Cullmann): †œOs ruego que ofrezcáis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, consagrado, agradable a Dios; éste es el culto que debéis ofrecer. Y no os acomodéis a este mundo; al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto†.
2273
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8. Marconcini

Fuente: Diccionario Católico de Teología Bíblica

La palabra obras puede revestir toda clase de sentidos, puede designar acciones. trabajos. producciones diversas y más especialmente «la obra de carne» en que consiste la generación. Aplicada a Dios indica también todos los aspectos de su actividad externa. En un caso como en otro sólo puede comprenderse la obra remontándose al obrero que la ha producido. Y tras toda obra humana importa descubrir la obra única de Dios: a su propio Hijo. con el que enlaza y al que quiere expresar a su manera.

AT. I. LA OBRA DE DIOS. La obra de Dios tiene dos aspectos: la creación y la salvación. En el AT la revelación sigue un itinerario particular: Israel conoce a Dios en acción en su historia antes de interesarse por su obra creadora.

1. La obra de Dios en la historia. La obra divina comienza a manifestarse por «acciones y altas gestas con que nada se iguala» (Dt 3,24): la liberación de Israel, los maravillosos episodios del desierto. en que el pueblo «vive las obras» de Yahveh (Sal 95,9), el establecimiento en la tierra prometida (Dt 11,2-7; Jos 24.31). La evocación de este pasado suscita el entusiasmo: «Venid y ved las obras de Dios» (Sal 66,3-6). Pero no basta con recordar el pasado (Sal 77.12s); hay que estar atentos a la obra actual de Dios (Is 5,12; Sal 28,5) que sin cesar dispone todo (Is 22,11). Hay que presentir su obra que vendrá en su *dí­a (ls 28,21), ya se trate de la deportación a Babilonia (Hab 1,5), ya de la liberación del exilio (Is 45,11): obrando por intermedio de las *naciones (Jer 51,10) o del libertador Ciro (ls 45,1-6), realizará Dios su «obra de salvación» (41,4) en favor de Israel, su pueblo elegido (43,1 ; 44,2).

La obra divina se refiere, pues, ante todo a Israel, considerado colectivamente. Pero no por eso se desinteresa de los individuos: no sólo de los que Dios suscita con miras a su pueblo, como Moisés y Aarón (lSa 12,6), David y los *profetas; sino también de cada hombre en particular, del que Dios se ocupa hasta en la vida cotidiana, como lo muestra en detalle el libro de Tobí­as. Tal es «la obra de sus manos», perfecta (Dt 32,4), fiel y verdadera (Sal 33,4), profunda (Sal 92,5s), llena de bondad y de amor (Sal 145,9.17; 138,8), que debe despertar en el corazón del hombre un gozo desbordante (Sal 107,22; Tob 12,21).

2. La obra de Dios en la creación. Desde los orí­genes debió admirar Israel «al que hizo el cielo y la tierra» (Gén 14,19), «las Pléyades *y Orión…, que formó las montañas y el viento» (Am 5,8; 4,13). Pero sólo con el exilio viene a ser la *creación motivo de confianza en el Señor de la historia: esta obra estable, majestuosa, poderosa ¿no es prenda del poder y de la fidelidad de Dios (Is 40,12ss)? Se le alaba por todo lo que es «obra de sus manos»: los cielos (Sal 19,2) y la tierra (102,26), el hombre establecido sobre la creación entera (8,4-7). Séanle dadas gracias por medio de sus obras (145,10), cuya admirable belleza se reconoce (Job 36,24s). El hombre, consciente de ser obra de Dios, debe sacar de esta certidumbre de fe una verdadera audacia, pues Dios no puede .»despreciar su obra» (Job 10, 3), pero también una humildad profunda, pues «¿puede una obra decir a su hacedor: No soy obra tuya?» (Is 29,16; 45,9; Sab 12,12; Rom 9, 20s).

3. La sabidurí­a, obrera divina. El movimiento que lleva del Dios de la historia al Dios creador, conduce en un esfuerzo último a presentir en Dios la *palabra creadora, el *espí­ritu que dirige la marcha del mundo. El Eclesiástico medita sobre la obra de Dios en la creación (Eclo 42,15-43,33) y en el tiempo (44,1-50, 29); el libro de la Sabidurí­a ensaya una teologí­a de la historia (Sab 10-(9). Es que los dos han reconocido a la *sabidurí­a divina en acción acá en la tierra. Esta sabidurí­a regia, representada como «el maestro de obras» de la creación (Prov 8,30), fue producida por Dios al comienzo de sus designios, antes de sus más antiguas obras (8,22). Esta sabidurí­a escogió habitar más especialmente en Israel (Eclo 24,3-8): pero existí­a ya mucho antes (24,9), pues fue la «obrera de todas las cosas» (Sab 7, 21): ella es la que da a los hombres el conocer a través de su obra al Señor de la naturaleza y de la historia.

II. LAS OBRAS DEL HOMBRE. También el hombre debe, a *imagen de Dios, su creador, operar constantemente.

1. En la fuente de las obras del hombre. Lo que induce al hombre a obrar no es sencillamente una necesidad interior, sino la *voluntad de Dios. Ya en el paraí­so se le manifiesta bajo la forma de un mandamiento que responde al *designio de Yahveh (Gén 2,15s). Las obras del hombre aparecen así­ como la eflorescencia de la obra divina. Exigen, sin embargo, por su parte un esfuerzo personal, un empeño, una elección. En efecto, la voluntad de Dios se presenta concretamente a la *libertad humana bajo la forma de una *ley exterior a él, a la que debe *obedecer.

2. Las obras mayores del hombre. Aun antes de enumerar los mandamientos de la ley, el relato de la creación manifiesta las dos obras principales que deberá realizar el hombre: la fecundidad y el trabajo. El hombre tiene un deber de *fecundidad: para poblar la tierra (Gén 1,28) procreará hijos a su imagen (5,lss), la cual por su parte reproduce la imagen de Dios. En virtud de este deber la raza de los patriarcas dará nacimiento al pueblo de Israel – pueblo *mediador para todas las familias de la tierra-, del que finalmente nacerá Cristo. La «obra de la carne» adquiere así­ un sentido bajo el doble tí­tulo de la creación y de la historia de la salvación. El hombre debe también *trabajar, para dominar la tierra y someterla (Gén 1,28), incluso cuando, a causa de su pecado, quede maldita la tierra (3,17ss). Gracias a este trabajo puede subsistir (3,19), pero el pleno significado religioso del mismo se logra en el culto : la obra maestra de Israel es el *templo, construido para la gloria de Dios.

Es cierto que los hombres están expuestos a desviar de su fin sus dos obras esenciales, ya sea profanando la procreación (Rom 1,26s) ya adorando las obras de sus manos haciendo de ellas *í­dolos mudos (lCor 12,2). La ley, con sus mandamientos, trata de precaver tal degradación de las obras humanas. Prescribe también gran número de otras obras, entre las que el judaí­smo tardí­o notará especialmente las que se refieren al *prójimo: dar *limosna, visitar a los enfermos, enterrar a los muertos. Estas son las «buenas obras» por excelencia.

3. El fin de las obras. El judaí­smo no perdió nunca de vista que las obras prescritas por la ley estaban ordenadas al *reino de Dios. Sin embargo, la casuí­stica desfiguró con frecuencia el verdadero sentido de las obras que hay que realizar, concentrando el esfuerzo del hombre en la letra de la ley. Sobre todo, una falsa comprensión de la *alianza tendí­a a transformarla en contrato y a dar a los «practicantes» una *confianza excesiva en sus posibilidades humanas, como si las obras realizadas otorgaran al hombre un derecho sobre Dios y fueran suficientes para conferirle la *justicia interior. Contra esta concepción degradada de la religión es contra la que se alzará Jesús haciendo presente el único sentido de las obras humanas: manifestar la *gloria de Dios, único que obra a través del hombre.

NT. I. LA OBRA DE JESUCRISTO. «Mi Padre obra constantemente y yo también obro» (Jn 5,17). Jesús subraya con estas palabras la identidad de operación del Hijo y del Padre, en cuanto que la obra del Padre se expresa con plenitud por la del Hijo.

1. Jesucristo, obra maestra de Dios. Jesús, imagen visible del Padre, es la *sabidurí­a de que hablaba el AT. Por él todo fue hecho al principio, y por él se realiza en la historia la obra de la salvación. Por eso se le ve hacer vibrar a la creación en sus parábolas, revelando por ejemplo la afinidad entre las leyes del *crecimiento del trigo y del *sacrificio (Jn 12,24). Salva las obras humanas del peligro que las amenaza, revelando el sentido oculto de la *fecundidad carnal (La 11,27s), el significado profundo del *templo y del *culto (Jn 4,21-24). Concentra en su persona la espera del reino y la *obediencia a la ley. Si es cierto que la obra del hombre debe realizarse a imagen de la de Dios, ahora ya basta con ver obrar a Jesús para saber obrar según la *voluntad del Padre.

2. Jesús y las obras del Padre. Los Sinópticos hablan sólo raras veces de las obras de Jesús (Mt 11,2), aun cuando se detienen a contar sus *milagros y todos los actos que preparan el porvenir de su *Iglesia. Juan, por el contrario, muestra que Cristo *cumple y lleva a cabo las obras que le ha *dado el Padre (Jn 5,36). Estas obras testimonian que no sólo es el Mesí­as, sino también el *Hijo de Dios, pues son idénticamente las del *Padre, sin confusión de las personas operantes. El Padre no le dio al Hijo obras ya acabadas, como si él fuera su único autor (14,10; 9,31; 11,22.41s), como tampoco obras sencillamente que realizar, como da mandamientos que cumplir (4,34; 15, 10). El Hijo tiene por *misión la de glorificar al Padre llevando a término la obra única que Dios quiere realizar en la tierra, la *salvación de los hombres; y este término es la *cruz (17,4). Todas las obras de Cristo se refieren a ésta. No son sólo un *sello puesto a la misión de Jesús (6,27), sino que revelan al Padre a través del Hijo (14,9s). El Hijo se muestra tan activo como el Padre, pero en su puesto de hijo, en el amor que lo une al Padre.

3. Cristo, revelador de las obras humanas. Jesús, viniendo de un *mundo pecador, revela también las obras humanas, y esta revelación es una criba y un *juicio. «El juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz para que no sean descubiertas sus obras. Pero el que obra la verdad viene a la luz para que se haga manifiesto que sus obras están hechas en Dios» (Jn 3,19ss). De este modo Cristo, apareciendo en medio de los hombres, les revela su estado. Antes de este encuentro viví­an en una especie de tinieblas (1,5), que no eran propiamente un estado de pecado (cf. 9,41; 15,24). Cuando viene Jesús, entonces se revela el fondo de su ser, hasta entonces medio inconsciente de su bondad o de su malicia. La decisión que toman en relación con el Hijo del hombre, fundada en su conducta anterior, hace la sí­ntesis de su pasado y lo revela tal como es. No ya que las sobras buenas» merezcan la adhesión. final a Cristo; pero esta adhesión manifiesta la bondad de las obras (cf. Ef 5,6-14).

II. LAS OBRAS DEL CRISTIANO. El creyente confiere pleno sentido a su acción modelándola según la de Jesucristo; por el Espí­ritu Santo se le da el cumplir la nueva ley de caridad y cooperar a la edificación del cuerpo de Cristo.

1. La fe, obra única. Según los Sinópticos Jesús exige la práctica de las ((buenas obras» con pureza de intención (Mt 5,16). En los dos primeros preceptos (Mt 22,36-40 p) manifiesta Jesús la unidad de los mandamientos de la *ley, operando así­ una simplificación y una purificación indispensables en las innumerables obras que imponí­a la *tradición judí­a. Con el cuarto evangelio aparece todaví­a más neta esta simplificación: a los *judí­os que preguntan qué deben hacer para 1obrar lás obras de Dios» responde Jesús: «Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado» (Jn 6,28s). La *voluntad de Dios se resume en la *fe en Jesús, que hace las obras del Padre.

San Pablo, vigoroso polemista, no dice otra cosa cuando rechaza la *justificación por las obras de la *ley: ni la ley, ni las obras en cuanto tales son fuente de *salvación. Lo es la *cruz, la *gracia, acogidas con la *fe. Esta crí­tica de la salvación por las obras no debe reducirse a una crí­tica de sólo la ley judí­a; se aplica a toda práctica religiosa que tenga la pretensión de conducir por sí­ misma a la salvación.

2. La caridad, obra de la fe. Pero si las obras no son fuente de la salvación, son, sin embargo, la expresión necesaria de la fe. Santiago lo subraya (Sant 2,14-26), como también Pablo (cf. Ef 2,10). Hay «obras de la fe» que son *fruto del Espí­ritu (Gál 5,22s). La fe que Cristo reclama es la que «opera por la caridad» (Gál 5,6). A diferencia de las obras malas, que son múltiples (Gál 5,19ss), las obras de la fe se resumen en el precepto que contiene toda la ley (Gál 5,14). Tal es «la obra de la fe, el trabajo de la caridad» (1Tes 1,3).

Por lo demás, Jesús enseñó que mientras se aguarda su retorno hay que tener la *lámpara encendida (Mt 25,1-13), hacer que fructifiquen los talentos (25,14-30), amar a los hermanos (25,31-46). El mandamiento del *amor es su testamento mismo (Jn 13,34). Los apóstoles recogen así­ esta enseñanza y sacan sus consecuencias.

3. La edificación de la Iglesia, cuerpo de Cristo. La obra de la caridad no se limita al alivio aportado, a algunos individuos. Por encima de este objetivo, coopera a la gran obra de Cristo, prevista desde toda la eternidad la edificación de su *cuerpo, que es la Iglesia. Porque «nosotros somos hechura suya, creados en Cristo Jesús, para hacer buenas obras, que Dios de antemano preparó para que nosotros las practicásemos» (Ef 2,10). Misterio de la cooperación del hombre en la obra de Dios, que hace todo en todos, confiriendo a la acción del hombre su dignidad y su alcance eterno (cf. ICor 1,9; 15,58; Rom 14,20; Flp 1,6). Dentro de esta nueva perspectiva la recompensa celeste se puede referir a las obras que ha hecho el hombre acá abajo. «Bienaventurados los que mueren en el Señor, pues sus obras los acompañan» (Ap 14,13).

-> Cumplir – Creación – Edificar – Fecundidad – Fe – Justicia – Ley – Milagro – Obediencia – Retribución – Trabajo – Voluntad de Dios.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas

Véase Buenas Obras.

Fuente: Diccionario de Teología

Los tres usos principales del término, si bien inconfundibles, estan esencialmente relacionados: las obras de Dios, las obras de Jesucristo, y las obras del hombre en relación a la fe.

1. En el AT las obras de Dios se presentan como pruebas de su supremo poder, autoridad, sabiduría, y benevolencia. El AT define a la Deidad, no con términos abstractos tales como omnipotencia, sino por su actividad. Moisés adujo las obras de Dios como prueba de su diferenciación única frente a otros dioses (Dt. 3.24). En los Salmos las obras de Dios se proclaman con frecuencia como proveedoras de confianza en su poder y autoridad, y de su derecho exclusivo a recibir adoración. Dichas obras son su actividad creadora (Sal. 104.24) y sus actos soberanos en relación con el pueblo redimido (Sal. 77.11–20), y con las naciones (Sal. 46.8–10).

2. Por medio de sus obras Jesús reveló que era tanto Mesías como Hijo de Dios, ejemplificandolo con su respuesta a Juan el Bautista (Mt. 11.2–5). El Evangelio de Juan registra la actividad significativa de Jesús con el claro propósito de revelar su mesiazgo y su deidad, a fin de inducir a la fe en su persona (Jn. 20.30–31). Frecuentemente Jesús mencionó sus obras como prueba de que había sido enviado por el Padre (Jn. 5.36; 10.37–38). Siendo las obras de Dios mismo (Jn. 9.3–4), sus obras constituyen base suficiente para la fe en él, dada su relación única con el Padre (Jn. 10.38; 14.10–11). En razón de que equiparó sus propias obras con las de Dios se lo acusó de blasfemia, al identificarse a sí mismo con Dios (Jn. 5.17–23). Su muerte completó esa obra (Jn. 17.4; 19.30).

3. El creyente también demuestra por sus buenas obras la actividad divina dentro de sí (Mt. 5.16; Jn. 6.28; 14.12). A la inversa, el hombre que no tiene fe demuestra por sus malas obras su separación de Dios (Jn. 3.19; Col. 1.21; Ef. 5.11; 2 P. 2.8, etc.). Las buenas obras, por consiguiente, constituyen pruebas de una fe viva, como lo recalca Santiago, por oposición a los que afirman que son salvos por la fe sola, sin obras (Stg. 2.14–26). Santiago está en armonía con Pablo, quien también declara repetidamente la necesidad de las obras, e. d. de un comportamiento apropiado a la nueva vida en Cristo después de nuestro ingreso en ella por la fe sola (Ef. 2.8–10; 1 Co. 6.9–11; Gá. 5.16–26, etc.). Las obras rechazadas por Pablo son las que los hombres sostienen que sirven para ganar e favor de Dios y que los libran de la culpa del pecado (Ro. 4.1–5; Ef. 2.8–9; Tit. 3.5). Dado que Dios otorga la salvación por gracia, ningún grado de obras logra merecerla. Las buenas obras de los paganos son, por lo tanto, improductivas como medios de salvación, ya que el hombre confía en la carne y no en la gracia de Dios (Ro. 8.7–8).

Bibliografía. O. H. Pesch, “La justificación como acontecimiento en el hombre”, Mysterium salutis, 1975, vol. IV, t(t). II, pp. 810–837; J. H. Gerstner, “Buenas obras”, °DT, 1985, pp. 91–92.

J.C.C.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico