Es la enseñanza uniforme del NT que la labor de los ministros es «perfeccionar a los santos … para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef. 4:12). El ministro es llamado por Dios a una posición de responsabilidad más que de privilegio, tal como lo muestran las palabras que se usan para «ministro» (diakonos, «servidor de mesas»; hupēretēs, «remero» en un barco; leitourgos, «siervo» usualmente del estado o un templo).
Hay dos pasajes del NT que son de especial importancia en conexión con esto, 1 Co. 12:28; y Ef. 4:11s. Del primer pasaje podemos ver que entre los ministerios ejercidos en la iglesia primitiva estaban incluidos los de apóstoles, profetas, maestros, milagros, dones de sanidad, ayuda, gobierno, diversidad de lenguas (posiblemente también interpretación, v. 30). El segundo añade evangelistas y pastores. En cada caso éstos parecen ser el don directo de Dios a la iglesia. Los dos pasajes parecerían decir que así es, y esto se confirma en otro lugar en el caso de alguna persona que se menciona. De esta forma, en Gá. 1:1, Pablo insiste que su apostolado no procedía en ningún sentido del hombre. Él excluye por entero la posibilidad de haberlo recibido por ordenación. Debemos pensar, entonces, en un grupo de hombres directamente inspirados por el Espíritu Santo para realizar varias funciones dentro de la iglesia por medio de edificar a los santos en el cuerpo de Cristo.
Pero también hay otros. Así, pues, desde tiempos primitivos, los apóstoles tuvieron la costumbre de nombrar ancianos. Algunos sostienen que los siete de Hechos 6 fueron los primeros ancianos. Esto pareciera muy poco probable, pero de seguro que hubo ancianos en el concilio de Jerusalén (Hch. 15). Es impresionante que aun en su primer viaje misionero, Pablo y Bernabé nombraron presbíteros «en cada iglesia» (Hch. 14:23). Hay toda razón que estos hombres fueran ordenados con imposición de manos, como en el caso de los ancianos de las sinagogas judías. Después venían los diáconos, de quienes leemos en Fil. 1:1; 1 Ti. 3:8ss. Nada sabemos de cómo se los ordenaba, pero es probable que también incluyera la imposición de manos, como por cierto fue el caso más adelante en la historia de la iglesia.
A veces se afirma que el primer grupo de ministros se opone al segundo en que poseyeron un don directo de Dios. Pero esto no puede sostenerse. En Hch. 20:28 leemos «el Espíritu Santo os ha puesto por obispos» y en 1 Ti. 4:14 leemos «No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de manos del presbiterio». Está claro que el acto de ordenación no se concebía como oponiéndose al don de Dios, sino como medio para comunicar el don de parte de Dios. Por cierto, la única razón para que un hombre pudiera ministrar adecuadamente es que Dios le había dado el don del ministerio. El cuadro que tenemos es, entonces, el de un grupo de ministros que han sido ordenados, hombres como obispos y diáconos, y a su lado junto con ellos (a veces las mismas personas, por cierto) los que tenían un don especial de Dios en la forma de profecía, apostolado, y otros. El significado de algunos de estos dones ya mucho que se perdió (p. ej., ayuda, gobiernos). Pero dan testimonio de los dones que Dios dio a su iglesia en el tiempo de su infancia.
Algunos creen que el ministerio es constitutivo de la iglesia. Hacen énfasis en que Cristo es la Cabeza del cuerpo, y que él dio apóstoles, profetas, etc., para que pudieran edificarlo. Infieren que el ministerio es un canal a través del cual fluye la vida de la Cabeza. Con todo, esto parece introducir una idea extraña al pasaje. Es mejor aceptar en forma realista el cuadro que el NT da de la iglesia como el cuerpo de Cristo; como cuerpo, además, con una diversidad de funciones. La vida de Cristo está en él, y el poder divino entrega todo lo que se necesita. En el cuerpo lleno del espíritu estos ministerios, y otros semejantes, se presentarán según sean necesarios. Según este punto de vista, el ministerio es esencial, pero no más esencial que otras partes del cuerpo. Y también preserva la verdad importante que el cuerpo es de Cristo, quién hace lo que él quiere en él. Su bendición no se limita a ningún medio particular.
BIBLIOGRAFÍA
H.B. Swete, Early History of the Church and the Ministry; J.B. Lightfoot, Commentary on Philippians, pp. 181–269; K.E. Kirk, ed., The Apostolic Ministry; T.W. Manson, The Church’s Ministry; S. Neil, ed., The Ministry of the Church.
Leon Morris
Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (395). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología