METAETICA

Por metaética se entiende la reflexión sobre los problemas fronterizos que constituyen el horizonte último de la reflexión ética y señalan la lí­nea de demarcación entre la reflexión puramente filosófica y la teológica.

Una primera serie de los problemas que afronta la metaética es la que se refiere al análisis del lenguaje moral, es decir, de los términos con que expresamos nuestros pensamientos morales, para aclarar la semántica de la terminologí­a empleada. Corresponderí­a a la explicatio terminorum de la reflexión moral o dogmática de la teologí­a tradicional. Pero más concretamente, metaética indica aquel tipo de reflexión que, a pesar de que no intenta ofrecer indicaciones normativas, profundiza en el conocimiento de las problemáticas en torno a los postulados kantianos de la moralidad, a los presupuestos de la ética normativa o a las condiciones indispensables para el planteamiento correcto de la reflexión ética.

Otro orden de problemas con que se enfrenta la metaética es el relativo a la cognoscibilidad de los juicios morales últimos o a la distinción entre el bien y el mal, que determina la opción moral fundamental. Con ella se nos pregunta si es o puede ser considerada como el resultado de un acto cognoscitivo la afirmación de la que se deduce la perspectiva moral: asumir el punto de vista de la imparcialidad es bueno, mientras que asumir el punto de vista contrario es malo.

Los no cognostivistas sostienen que los juicios morales últimos no pueden ser el resultado de un proceso cognoscitivo, o que al menos no puede decirse nada sobre ellos, ya que no es posible verificar la consistencia de dicho conocimiento. El proceso cognoscitivo, definido por la tradición como adaequatio intellectus ad rem, necesita siempre una verificación; pero como en el terreno moral nunca podrá ser demostrado empí­ricamente, no se podrá tener la certeza de que el entendimiento haya captado el objeto que intentaba alcanzar, al faltar toda posibilidad de verificación. En efecto, la res de los juicios morales, en cuanto que está constituida por los valores, se escapa de todo control de tipo empí­rico.

Esto significa para el Fno cognostivista que no puede afirmarse nada sobre los valores: sólo cabe suponer su existencia, pero no demostrarla. Lo cual equivale a no poder afirmar nunca si es real o ilusorio lo que se cree que es un conocimiento de los valores.

Los cognostivistas, por el contrario, aunque sostienen que el conocimiento de los juicios morales es totalmente peculiar y distinto del empí­rico, así­ como es distinto el de los juicios sintéticos a posteriori, observan sin embargo que se trata siempre de una forma de conocimiento y precisamente por esto, no llegan a la negación de su cognoscibilidad.

Finalmente, según el decisionismo, que constituye la versión más difundida de la teorí­a metaética no cognostivista, es el hombre con su decisión, que ni se basa ni puede basarse en datos cognoscitivos, el que establece la existencia de los valores y los asume, no porque existan, sino porque él mismo determina su existencia.

Sobre esta base las propiedades especí­ficamente axiológicas del valor pierden su identidad, porque se reducen a ser propiedades exclusivamente descriptivas El bien no es lo que se opone axiológicamente al mal, sino una realidad que sólo puede observarse descriptivamente y que sólo puede oponerse descriptivamente a él. El que vive bien no tiene por qué ser alabado, a diferencia del que vive mal. Vivir bien o mal son solamente dos maneras distintas y opuestas que, al no basarse en la realidad ideal de los valores o en lo que corresponde al bien y al mal, no pueden recibir ninguna valoración, no son motivo de aprobación o desaprobación y no determinan el valor moral de perseguir lo uno o lo otro. En este sentido el no cognostivismo debe identificarse con el relativismo metaético no sólo de una norma o de todo el sistema normativo, sino del fundamento último de la misma perspectiva moral.

El problema de la cognoscibilidad de los juicios morales repercute también en el plano teológico-ético. En efecto, sostener la incognoscibilidad de los juicios morales significa no sólo desquiciar la objetividad de los valores, su creaturalidad y su fundamento último en Dios, sino que implica además reconocer la incognoscibilidad de las verdades de fe y poner en discusión el misterio de la creación y el de la redención.

El decisionista reconoce que ante el hombre se abren dos caminos, independientemente de su voluntad y como dos posibles alternativas, pero cree que no puede decir nada sobre su origen y dependencia de la voluntad creadora de Dios. Pensando además que su alternativa sólo puede describirse, y no valorarse, y sosteniendo la imposibilidad de fundamentar cognoscitivamente el deber de elegir el uno o el otro, niega el deber de obedecer a la voluntad creadora de Dios y la posibilidad para el hombre de encontrarse en pecado.

S. Privitera

Bibl.: S. Privitera, Epistemologí­a moral, en NDTM, 551-578; R. Le Senne. Tratado de moral general, Gredos, Madrid 1973; J Maritain, Filosofí­a moral, Examen histórico-crí­tico de los grandes sistemas, Morata, Madrid 1962; H Bergson, Las dos fuentes de la moral y de la religión. E, Sudamericana, BuenoS Aires 1962; M. Santos Camacho, Etica y filosofí­a analí­tica, EUNSA, Pamplona 1965

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
I. La reflexión metaética y sus problemas.
II. El concepto de bien.
III. La cognoscibilidad de los juicios morales.
IV. La verificación empí­rica y lógica de la reflexión moral.
V. La importancia teológica del no cognitivismo.
VI. Fe y moral.

I. La reflexión metaética y sus problemas
Por «metaética» se entiende la reflexión sobre los llamados problemas fronterizos, es decir, sobre los problemas que se sitúan más allá de la reflexión normativa y establecen la frontera última de la reflexión ética, como también la frontera que separa la reflexión puramente filosófica de la reflexión teológica en el campo moral.

Por consiguiente, la reflexión moral, como también la normativa que elabora el filósofo, no puede ignorar la el teólogo, ni el filósofo puede ignorar la reflexión teológica. No hay que pensar, pues, que los dos tipos de reflexión puedan caminar de forma paralela, ignorarse recí­procamente y luego ir cada una por su lado cuando la teologí­a aborda sus problemas especí­ficos.

Semejante visión del problema es insostenible por el simple hecho de que, por una parte, el filósofo necesita analizar la reflexión ético-teológica para ver hasta dónde llega en clave puramente racional y dónde comienza a basarse en los contenidos de fe y, por otra parte, también el teólogo debe tener presente la necesidad de expresar la fundamentación racional de la reflexión teológica para marcar con claridad sus lí­mites o, mejor aún, para mantenerla siempre dentro de su cauce propio, evitando tanto el fideí­smo como el racionalismo.

En la definición que se ha dado puede verse cómo lo que se entiende por metaética no es el equivalente a ética analí­tica. Se refiere más bien este último tipo de ética al modo de proceder dentro de la reflexión ética, tanto a nivel normativo como meta normativo, a nivel filosófico como teológico, mientras que metaética se refiere a problemas de tipo completamente distinto de los de la ética normativa. El hecho de que la terminologí­a diferenciadora de los distintos niveles de la reflexión moral haya surgido de la reflexión analí­tica no debe inducir a error; significa que el modo de reflexión analí­tica consigue estar más atento a la realidad del fenómeno moral en su aspecto global.

Ni tampoco se debe pensar que no pueda aplicarse o transferirse la misma terminologí­a a la reflexión teológica sólo porque haya surgido en ámbito filosófico. Las diversas variantes de la reflexión moral, en efecto, aclaran también la estructura de la reflexión ético-teológica y la contextualización de los problemas especí­ficamente teológicos. Pero se dan casos en que la reflexión metaética, hecha en la teologí­a moral, no siempre especifique claramente la relación de esta última con el trasfondo filosófico, o incluso que sea totalmente ignorado. Como también se da el caso de que la reflexión filosófica sobre la ética no piense que deba confrontarse también con los datos teológicos.

La teologí­a moral, sin embargo, no infravalora los problemas de í­ndole metaética. En los manuales tradicionales se abordaban, aunque no en todos, en el tratado de moral fundámental. El interés de la teologí­a por los problemas de tipo metaético se nota claramente porque en la ratio studiorum teológica se asigna un puesto importante al curso de ética filosófica, en donde se plantean los principales problemas de esta naturaleza.

La relación entre ética normativa y metaética es la misma que existe entre el ordo cognoscendi y el ordo essendi. La ratio studiorum, al colocar antes la ética filosófica y la moral fundamental que la moral especial, sigue el ordo essendi de los problemas éticos. En cambio, en la existencialidad moral se sigue el ordo cognoscendi, ya que primero se tropieza con la problemática de tipo normativo o de primer grado, y después se llega a los problemas de segundo grado, tí­picos de la metaética. El ordo cognoscendi, en efecto, no es otra cosa que la inversión del ordo essendi de las cosas, precisamente porque el proceso cognoscitivo, siguiendo la formulación aristotélica, tiene necesidad y no puede prescindir de comenzar por las cosas conocidas para descubrir poco a poco las no conocidas; de resolver antes las cuestiones más inmediatas y prácticas, para abordar después y resolver las teóricas. Por eso la reflexión metaética no es estrictamente necesaria para tener una l actitud moralmente buena y un ! comportamiento moralmente recto, sino que la realiza sólo quien profesionalmente se dedica al estudio del fenómeno ético.

En este artí­culo, obviamente, no vamos a tratar todos los problemas metaéticos, sino sólo alguno de los que no encuentran lugar entre las voces de este diccionario, a tí­tulo nada más que de ejemplo.

II. El concepto de bien
La primera serie de problemas que aborda la metaética es la relativa al análisis del lenguaje utilizado en moral y a la semántica de los términos con los que expresamos nuestro pensamiento moral. Pero no todos los autores están de acuerdo. Estos problemas metaéticos con frecuencia se tratan como simples problemas de lenguaje moral, de cuyo análisis depende la clarificación terminológica necesaria para la comprensión recí­proca. En la teologí­a tradicional esta clarificación corresponde a la explicado terminorum. Al resolver los problemas de lenguaje no se pretende presentar normativamente el juicio moral, sino afinar la comprensión y el uso del lenguaje moral en la formulación y representación de los juicios y de las reflexiones morales. Se busca también la exacta definición de las realidades a las que nos referimos con los términos utilizados en el lenguaje moral. Las preguntas que pretendemos responder al plantear este tipo de problemas son las siguientes: ¿Qué pretendemos decir cuando usamos este o aquel otro término? ¿A qué realidad nos referimos cuando decimos, por ejemplo, «bueno»? ¿Corresponde el término que usamos a la realidad a la que nos referimos? Los términos más analizados son: bien, bueno, virtud, valor, ética, prescripción, valoración, conciencia, etc.

Por lo que se refiere al concepto de bien, al que le dedicamos este párrafo, se puede iniciar la reflexión desde Platón y Aristóteles, lo mismo que se podrí­an analizar las distintas definiciones de bien que se han dado a lo largo de los siglos. Pero aquí­ no se puede realizar sino un análisis muy reducido y sintético. Por los distintos análisis que se han hecho sobre el término se ve claramente que a lo largo de los siglos se le ha identificado unas veces con semántica naturalista, otras con semántica hedonista y otras con semántica metafí­sica. Sobre esta cuestión son muy interesantes las obras de Le Senne, Reiner y Moore. Pero algunas indicaciones muy significativas se pueden encontrar también en Kant y en los fenomenólogos.

El problema está en aclarar cómo desde los tiempos de Platón y Aristóteles se inició la pregunta sobre lo que es el bien, sobre cómo ha de entenderse, la semántica polivalente que se le atribuye al término y lo que se ha identificado con él: placer, felicidad, etc.

Se trata de saber si el bien en cuanto tal puede ser definido o no y qué relación existe entre el sustantivo bien y al adjetivo bueno. El bien consiste en el valor de un todo que no puede considerarse igual a la suma del valor de las partes. Tender hacia el bien significa tender a realizar un conjunto de cosas. El concepto de bien posee lo caracterí­stico de una llamada, de una fuerte exigencia de realización, de donde surge el deber de realizarlo. Por eso toda definición de bien tiene que ser tautológica, como, por ejemplo, la de santo Tomás: «Bonum est faciendum, malum vitandum» Si hay que hacer el bien, el mal, su opuesto, hay que evitarlo obviamente. Pero la tautologí­a se encuentra también en el mismo faciendum y en el vitandum. Decir que el bien debe hacerse equivale a decir que el cí­rculo es redondo y que el cuadrado tiene cuatro lados. Del bien no se puede dar una definición que no esté estructurada tautológicamente. Por esto se habla también del carácter gerundivo del bien. Con esto no se quiere tanto definir por descripción lo que es el bien moral cuanto expresar más bien la unión inseparable entre el bien y su forma verbal de obligación.

Tradicionalmente se afirma: «Quod habet rationem boni, haber rationem finis». También este principio tiende a explicar el carácter gerundivo del bien, que por su naturaleza debe ser propuesto como fin del hombre.

Cuando, además, la teologí­a moral habla de orden moral objetivo, se refiere precisamente a la preexistencia del bien como fin hacia el que tender como proceso intelectivo y volitivo, a la preexistencia, por utilizar la fórmula de los fenomenólogos, del «reino ideal de los valores». Este bien le ha sido dado al hombre por la voluntad de Dios creador, y el hombre se encuentra frente a la perspectiva moral como frente a la llamada de quien lo llama a obedecer. La vida moral es obediencia al bien previamente dado y, para el creyente, a la voluntad de Aquel que se lo ha puesto delante.

Entendida así­, la moralidad no se funda en términos de positivismo moral teónomo. Esta concepción de la moralidad, que ha de colocarse siempre en la esfera metaética, corresponde a la perspectiva de la reflexión teológica sobre la creación: el hombre, visto como criatura a la que se le ha dado un fin hacia el que tender, no es el creador del orden moral, sino el que debe realizar este fin.

Esta perspectiva será decisiva en el análisis que haremos de las teorí­as metaéticas del cognitivismo y del no cognitivismo para verificar la aceptación de una y no de otra. Pero remite enseguida al problema de la cognoscibilidad de los juicios morales. Si, efectivamente, el orden moral (el bien, los valores o la moralidad) le ha sido dado previamente al hombre, independientemente de su voluntad, debe ser también cognoscible a aquel ser que debe orientarse a él.

III. La cognoscibilidad de los juicios morales
La problemática en torno al adjetivo bueno y a su aplicación en frases ‘como «esto es bueno» puede y debe releerse también como problemática en torno a la cognoscibilidad de los juicios morales, sobre todo de los juicios últimos, que determinan la decisión moral fundamental, como por ejemplo: «asumir el punto de vista de la moral, o de la imparcialidad, es bueno». Situarse frente a este problema significa, en último análisis, abordar no sólo uno de los mayores problemas fronterizos de la ética, sino además aquel del que depende el futuro mismo de la ciencia ética; fundamentarla de modo no cognoscitivo significa hacer inútil su fundamento último, al menos ex parte hominis. El no cognitivismo sostiene, en efecto, que al menos los juicios morales fundamentales no pueden considerarse resultado de un proceso cognoscitivo, porque no podemos verificar la consistencia de tal conocimiento. Tradicionalmente el problema cognoscitivo se definí­a como adaequatio intellectus ad rem; por consiguiente, la verificación tendrá que consistir en demostrar empí­ricamente o alcanzar la certeza de que el entendimiento ha captado el objeto que pretendí­a conocer. Ahora bien, la res de los juicios morales está constituida por los valores, y éstos no pueden nunca someterse a verificación empí­rica, escapan a cualquier control de este tipo. Por eso no se puede afirmar su existencia, sino que se puede y se debe afirmar que no pueden ser conocidos.

Al respecto, el no cognitivismo afirma también que el de los valores es un tipo de conocimiento muy particular, completamente distinto del empí­rico, y precisamente por eso no se le puede atribuir ningún valor. En último término, el no cognitivismo no hace sino aceptar los juicios sintéticos a posteriori y rechazar los juicios sintéticos a priori, según la distinción kantiana, porque los primeros son empí­ricamente verificables y los segundos no. En cambio, el cognitivismo, aun reconociendo que el conocimiento de los juicios morales es muy particular y totalmente distinto del empí­rico, no por eso llegan a negar su cognoscibilidad. Precisamente porque la estructura de los juicios sintéticos a priori es distinta de la de los juicios sintéticos aposteriori, son llamados así­; y precisamente porque es un conocimiento muy particular, debe considerársele en cualquier caso conocimiento también, sin infravalorar su validez. Precisamente porque son juicios a priori no se pueden verificar empí­ricamente; pero no poder verificarlos empí­ricamente no equivale a no conocerlos.

Como se ve, al presentar las dos teorí­as hemos procedido afirmando cada vez lo que unos niegan o negando lo que otros afirman sobre los juicios sintéticos a priori. También al desarrollar la presentación de las dos teorí­as en todos sus detalles habrá que recurrir a negar o afirmar con unos lo contrario a la tesis sostenida por los otros. Esto ocurre por motivos de simplificación del concepto de bien y por el método tan caracterí­stico y particular de su conocimiento. Pero la imposibilidad de contrarrestar desde dentro la teorí­a no cognitivista no implica su aceptación a nivel filosófico ni a nivel teológico, como veremos más adelante.

IV. La verificación empí­rica y lógica de la reflexión moral
Uberto Scarpelli distingue entre verificación empí­rica y verificación lógica: «La verificación lógica es el control de una proposición ejercido examinando la corrección de la derivación lógica o de las derivaciones lógicas que conducen a esa proposición desde premisas aceptadas como verdaderas; a la proposición controlada así­ se le atribuye el valor de verdad o falsedad lógica. La verificación empí­rica es el control de una proposición ejercido a través de una comparación con datos tomados de la experiencia; a la proposición así­ controlada se le atribuye el valor de verdad o falsedad empí­rica (L ética senza verith, 53).

El no cognitivismo niega claramente la posibilidad de la verificación empí­rica para los juicios morales, pero no la posibilidad de la verificación lógica. Sostiene que es posible verificar la coherencia interna de una reflexión moral, pero sólo a partir de unas premisas aceptadas como verdaderas. Son estas premisas, precisamente los juicios morales últimos, las que no pueden verificarse empí­ricamente.

Para poder representar en términos literarios la posición del no cognitivismo, se puede recurrir a lo que escribe Milan Kundera en su novela La insoportable levedad del ser (227): «La vida humana se vive una sola vez y, por lo tanto, nunca podremos aclarar cuáles de nuestras decisiones han sido buenas y cuáles malas, porque en una determinada situación podemos decidir sólo una vez. No se nos da una segunda, tercera o cuarta vida para poder confrontar decisiones distintas».

Como momento inicial, empí­ricamente no verificable, el no cognitivismo pone o un hecho puramente emotivo o un hecho de decisión. Por esto hay un no cognitivismo emotivista y otro decisionista. Sobre la base de la decisión inicial (el emotivismo, identificable en C.L. Stevenson y A.J. Ayer, ha desaparecido prácticamente), aceptada como verdadera, pero nunca verificable, se hace posible la verificación lógica de la reflexión ética. También en referencia a esto se puede leer una expresión de M. Kundera: «La verdadera bondad moral del hombre sólo se puede manifestar en toda su pureza y libertad en su relación con quien carece totalmente de fuerza. El verdadero examen moral de la humanidad, el examen fundamental (planteado en tal profundidad que escapa a nuestra mirada) es su relación con quienes están a su merced: los animales. Y aquí­ está el fracaso fundamental del hombre, tan fundamental que de él derivan todos los demás» (ib, 293-294).

El punto decisivo de la teorí­a no cognitivista consiste precisamente en la imposibilidad de realizar el examen fundamental de la vida moral, porque está en un nivel de profundidad que escapa a toda mirada cognoscitiva. Si se abandona la obsesión de verificación empirista y se asume el blink inicial, o la premisa aceptada como verdadera, se hace posible después la verificación de la lógica interna a la reflexión moral. Pero precisamente porque no se puede verificar empí­ricamente ese momento inicial, no se tiene obligación alguna de vivir moralmente. Por esto no es coherente Milan Kundera cuando después habla de fracaso de la humanidad. No puede haber ni fracaso ni éxito moral, si se acepta la teorí­a no cognitivista y se pretende ser rigurosamente coherente con la negación del momento cognoscitivo inicial. Para él sólo puede haber descripción de las distintas posiciones asumidas desde la decisión (o desde la emoción) [l Etica descriptiva], que en último caso se identifica con el subjetivismo metaético [! Relativismo].

El cognitivista no afirma la posibilidad de una verificación empí­rica del momento cognoscitivo inicial, acepta la verificación lógica, pero afirma también que además de lo empí­rico y la lógica existe la posibilidad de unaverificación que podemos llamar de tipo introspectivo, tan particular como el conocimiento del bien o de los valores. Sostiene que la verificación empí­rica no es la única que puede garantizarnos la consistencia de ese momento cognoscitivo, que puede,verificarse con la reflexión de tipo introspectivo [l Epistemologí­a moral V], que nos hace entender cómo, en último caso, esos valores no son ni pueden considerarse realidades indiferentes, a no ser que dé igual vivir con referencia al mundo de los valores o no. Reflexionando sobre ese momento, consigue explicitar que la particularidad cognoscitiva depende fundamentalmente de la particular caracterí­stica del objeto -los valores precisamente-, de cuyo conocimiento tan particular depende una importante y decisiva dimensión de la vida humana. El cognitivismo se da cuenta de que dar una fundamentación cognoscitiva al fenómeno moral (y al religioso) significa empobrecer mucho la realidad antropológica, y piensa que no se puede hacer esa reducción fundante, precisamente porque el hombre siente, en el sentido más rico del término, que el fenómeno moral y el religioso lo implica completamente y que en el fondo la decisión moral (y el acto de fe) es un momento extremadamente simple; y, precisamente por eso, si se quiere verificarlo empí­ricamente, se corre el riesgo de no comprenderlo en lo que de especí­ficamente intuitivo posee.

«Siempre admiré a los creyentes. Pensaba que tení­an el don extraño de una percepción suprasensorial que me era negada a mí­. Algo así­ como los videntes. Ahora, sin embargo, veo con mi hijo que creer es muy fácil. Cuando se ha encontrado en apuros, los católicos se han preocupado de él, y así­, de improviso, ha llegado la fe. Quizá ha decidido creer por reconocimiento. Las decisiones humanas son de una terrible simplicidad» (M. KUNDERA, ib, 312).

La terrible simplicidad es precisamente lo intuitivo de la real apprehension: conocemos porque nos sentimos atraí­dos por la realidad a la que nos adherimos voluntariamente, se la percibe para quedar todaví­a más plenamente implicados, se la conoce no sólo intelectualmente, sino con el corazón, con la voluntad, con todo el ser. No importa el momento inicial del hecho que estimula la percepción real. Originariamente, la decisión moral (o la religiosa) puede surgir de muchas maneras. Pero es importante afirmar la terrible simplicidad de esta decisión, que sólo puede verificarse después de haberla realizado.

V. La importancia teológica del no cognitivismo
El problema de la cognoscibilidad de los juicios morales repercute de manera importante también en el nivel teológico de la reflexión ética. Sostener la incognoscibilidad de los juicios morales, que desde el punto de vista estrictamente teológico implica por analogí­a la incognoscibilidad de las verdades de fe (problema que no podemos abordar ahora), desde el punto de vista ético-teológico desquicia la objetividad de los valores y de Dios como fundamento último de los valores o como valor supremo de infinita bondad.

En base a esto, la teorí­a no cognitivista no sólo se hace muy problemática para el teólogo moral, sino que constituye también un problema que es preciso abordar y resolver si no se quiere anular totalmente la consistencia metaética del fundamento ontológico de la moralidad, compatible con la razón y con la fe.

Naturalmente, también en teologí­a la diferencia entre cognitivismo y no cognitivismo puede presentarse en la misma lí­nea que en filosofí­a. El cognitivismo puede hacer explí­citas las caracterí­sticas especí­ficas del conocimiento de fe y las consecuencias tan negativas que la teorí­a no cognitivista tendrí­a para la reflexión teológica, y todaví­a más para la vida de fe. Pero frente al no cognitivismo ateo no tiene otra posibilidad, lo mismo que tampoco la tiene para demostrar la veracidad de los contenidos de su fe. La cuestión cambia cuando el cognitivismo teológico se pone en contacto con el no cognitivismo teológico (puesto que también entre los teólogos hay partidarios del no cognitivismo). A éstos el teólogo cognitivista les podrí­a demostrar, sobre la base de la misma revelación, las implicaciones teológicas de la teorí­a no cognitivista: la fe en la revelación de Dios, en un Dios creador y salvador, que para el creyente (y no sólo para él) comporta también la aceptación de la fe en un Dios creador del orden moral y la obediente sumisión del hombre a la llamada de la moralidad que encuentra, precisamente en Dios, su fundamento último. La decisión del no cognitivismo en relación con la decisión moral fundamental o con la fe no tendrí­a, pues, sentido. Puede tenerlo sólo si está cognitivamente fundada en la preexistencia y conocimiento de Dios y del bien. La teologí­a moral no puede prescindir de la fe en Dios como sumo bien y creador del orden moral, ni tampoco puede eludir el demostrar racionalmente la incompatibilidad del no cognitivismo con la fe cristiana.

VI. Fe y moral
A nivel metaético se debe abordar también el problema de la relación fe-moral como problema fronterizo entre vida con dimensión religiosa y vida con dimensión moral. Unas veces se pone de parte de la vida moral frente a la vida religiosa y otras de parte de la vida religiosa frente a la vida moral. La vida moral, o la aceptación del punto de vista de la moral, no implica necesariamente la aceptación de la fe. Efectivamente, desde el punto de vista lógico, y también desde el teológico, se afirma, según Rom 2:14, que se puede vivir moralmente bien incluso fuera de una perspectiva de fe cristiana. Por eso grandes personajes pertenecientes a otras religiones, o incluso ateos, son propuestos como ejemplos de verdadero humanismo moral. La misma teologí­a habla de cristianos anónimos y afirma tradicionalmente que gratia Dei non es¡ alligata sacramentis, reconociendo la posibilidad de salvación también para los no creyentes, en cuanto les alcanza el acontecimiento salví­fico de Cristo. También sin fe puede haber l actitud moralmente buena y !comportamiento moralmente recto.

La actitud de fe, en cambio, implica necesariamente la actitud moralmente buena. Quien acepta creer en Dios Padre, Hijo y Espí­ritu Santo debe asumir también la bondad de vida requerida como consecuencia necesaria e imprescindible de la misma fe, porque adherirse a Dios como sumo bien significa también adherirse al bien moral. En este sentido es como deben entenderse las diversas expresiones bí­blicas sobre la exigencia de las obras (morales) para una auténtica vida de fe [l Religión y moral].

La profundización en estos problemas metaéticos, que sólo hemos sugerido, pondrá al teólogo en diálogo no sólo con el planteamiento que hoy domina en el panorama éticofilosófico -lo cual es útil y necesario-, sino que le hará descubrir también que la reflexión especí­ficamente teológica sobre el fenómeno ético abre horizontes para una comprensión más adecuada del mismo fenómeno. La ubicación de estos problemas en los lí­mites entre la filosofí­a y la teologí­a no puede y no debe dejarse sólo a la reflexión del filósofo. Como hemos visto, estos problemas se sitúan dentro de un horizonte en el que el teólogo puede y debe intervenir con las indicaciones que le llegan desde su fuente especí­fica: la revelación.

[l Epistemologí­a moral; l Etica descriptiva; l Etica normativa; l Lenguaje ético; l Parénesis; ! Relativismo].

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S. Privitera

Compagnoni, F. – Piana, G.- Privitera S., Nuevo diccionario de teologí­a moral, Paulinas, Madrid,1992

Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral