MEDIADORA. MARIA

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La piedad cristiana, apoyada en multitud de enseñanzas de los antiguos escritores cristianos y de los teólogos y papas recientes, llama a Marí­a «mediadora» e intercesora de las gracias que Dios concede a los hombres. La doctrina de la intermediación mariana choca, a veces estridentemente, con las actitudes excluyentes de los teólogos protestantes e incluso de algunos católicos empeñados en presentarla incompatible con la única mediación del Señor Jesús. Es evidente que si por la mediación de Marí­a se entendiera algo que hiciera sombra a la acción del «único mediador que es Cristo» (Gal. 3. 20; 1 Tim. 2.5. Hebr. 12. 24), de ninguna manera serí­a afortunado este tí­tulo o creencia.

Pero se da la circunstancia de que el explí­cito reconocimiento de que Marí­a es intercesora y mediadora ante Dios y ante su Hijo se multiplica en las afirmaciones de los Padres y escritores más antiguos.

No deja de ser una exageración infundada el contraponer la mediación mariana con la cristológica: Cristo es mediador por su naturaleza, por ser el Hijo eterno de Dios; y Marí­a es mediadora en otro sentido, por ser la madre del Verbo encarnado.

Y no hay que ver en esta enseñanza una mediación meramente simbólica o literaria, al estilo de la atribuida a otros santos: de San Cristóbal con los conductores o de Santa Cecilia con los músicos. La mediación de Marí­a es otra realidad muy superior, como es evidente en las enseñanzas de la Iglesia.

1. Significado
Marí­a es llamada mediadora de todas las gracias en un doble sentido: actúa de puente misterioso ante su Hijo para llevar su gracia a los hombres; y actúa ante lo hombres como reflejo, modelo y espejo de su Hijo. Ella trajo al mundo al Redentor, que es la fuente de todas las gracias; y Cristo ha querido asociar a su Madre, pura criatura, a su labor salvadora de Verbo divino.

Por eso la Iglesia la reconoce como mediadora de todas las gracias. Y da como razón principal que Dios mismo lo ha querido y ha llevado a su Madre de forma singular al cielo para esa misión.

Quiere ello decir que todos los regalos sobrenaturales que Dios concede a los hombres, tienen que ver algo con su acción materna, aunque la fuente de los dones no sea otra que Dios mismo.

Su misión es sobrenaturalmente activa por especial voluntad de Dios. El la eligió para entrar en el mundo. El quiso en su vida terrena hacer signos cuando su madre se lo pidió, aunque «no habí­a llegado su hora» (Jn. 1.15). El la ha destinado para entrar con su mensaje en los corazones de sus fieles.

El inconveniente mayor para reconocer esa singular mediación de Marí­a se halla en las afirmaciones paulinas sobre la exclusividad de la mediación de Cristo, pues El solo, por medio de su muerte en cruz, logró la reconciliación perfecta entre Dios y los hombres. (Gal. 3. 20)

Con todo, es preciso no extralimitarse en la exégesis de los textos paulinos. El significado de la mediación mariana no puede entenderse desde la exclusividad sino desde la complementariedad. No se excluye la existencia otra mediación secundaria, subordinada a la de Cristo, tal como ya lo entendí­a Santo Tomás de Aquino: «A Cristo le compete unir perfectamente (perfectivo) a los hombres con Dios. De ahí­ que únicamente Cristo sea el mediador perfecto entre Dios y los hombres, pues por su muerte reconcilió a la humanidad con Dios…

Pero ello no obsta para que también a otros podamos llamarlos en cierto sentido mediadores entre Dios y los hombres, por cuanto cooperan ministerialmente a la unión de los hombres con Dios.»

(S. Th III 26.1)

2. Bases doctrinales
Se ha tratado siempre de fundamentar esta doctrina en las enseñanzas de la Escritura y de la tradición de la Iglesia. El fondo de la argumentación se halla en el hecho de que «Marí­a trajo al mundo al Redentor, fuente de todas las gracias». Esa fue su mediación esencial e inicial. Por esta causa se hizo intermediaria de todas las demás gracias». Desde su asunción a los cielos, no se concede ninguna gracia a los hombres sin su intercesión maternal.

2.1. Base bí­blica
Algunos textos escriturarios pueden servir de referencia y apoyo a este pensamiento mediador, aunque se precisa una interpretación flexible y extensiva en la referencia a la mediación.

– Un texto significativo puede ser el de la presencia de Marí­a a la llegada de los pastores y de los magos, de los ricos y de los pobres, que relatan los dos evangelistas Mateo y Lucas.

El uno, Lucas, habla de los pobres y delincuentes, como parecen ser los pastores en el contexto del momento.

El otro de Mateo alude a los extranjeros y desconocidos, representados en los magos de Oriente.

Ambos, ricos y pobres, «hallaron a Jesús con su madre». (Mt. 2. 1-11 y Lc. 2. 8-20) y el tributaron homenajes de adoración.

– Texto insistentemente comentado por los escritores cristianos de todos los tiempos es el que relata el primer milagro de Jesús en Caná de Galilea (Jn. 2. 3). Marí­a interpeló a Jesús en favor de los recién casados: «No tienen vino». Y recibió de Jesús una evasiva: «Aún no es llega mi hora». Pero terminó concediendo a su madre lo que le solicitaba: «Haced lo que El os diga».

– También puede ser interesante la alabanza de una mujer a la madre de del profeta tan extraordinario que fue Jesús. La declaración de que Marí­a es más bienaventurada por hacer la voluntad de Dios que por ser madre corporal suya, reclamó especial atención de los comentaristas. Marí­a fue más dichosa por acoger la palabra de Dios y ponerla en práctica, que por el hecho de la maternidad. (Lc. 11. 27)

2.2. Los santos antiguos
Ya en la época patrí­stica se llamó medianera a Marí­a con frecuencia. En una oración atribuida a San Efrén de Siria, en el siglo III, se decí­a: «Después del Mediador, eres medianera de todo el universo.» (Orat. IV ad Deiparam)

Orí­genes dejó escrito que «el cristiano perfecto tiene a Marí­a como Madre, y ya no vive él sino que es Cristo quien en él vive. Y por lo tanto se puede decir de él a Marí­a, la Madre de Jesús: «Ese es tu hijo.»
(Com. in Joan I. 4.23)

También comentaba S. Epifanio. «Eva fue designada madre de los vivientes. Exteriormente todo el linaje humano de la tierra procede de aquella Eva. Pero en realidad es de Marí­a de quien nació al mundo la Vida misma, pues ella dio a luz al que vive. Así­ se convirtió en madre de todos los vivientes. Por eso es Marí­a la que debe ser llamada Madre de los vivientes».

(Haer. 78. 18)

A partir de la Edad Media el reconocimiento de la mediación mariana está ampliamente testimoniado. S. Bernardo, por ejemplo, llega a decir: «Nada podemos conseguir, si no es por las manos de Marí­a» (Sermón 3. 10)

La idea de la mediación entró en crisis con la obstinada postura de los teólogos de la Reforma protestante. Ellos se obstinaron en mirar como inaceptable el que Cristo sea al único mediador y se atribuya a Marí­a el ser colaboradora en esa mediación. Su postura influyó en determinados teólogos católicos, que también se empeñaron en rebajar el significado de la mediación mariana, aunque ciertamente no fueron demasiados.

La polémica sobre esa mediación se suavizó en los tiempos recientes en el campo católico y la mediación de Marí­a fue ganando terreno en la Iglesia.
2.3. Papas recientes

El tí­tulo de medianera se citó con frecuencia en documentos pontificios del siglo XIX y XX. Así­ aparece en la Bula «Ineffabilis Deus» de Pí­o IX (8 Diciembre de 1854), en Encí­clicas como la «Octobri mense» de León XIII, en la que se la llama «Adiutricem et Fidentem» (22 Sept de 1891); y en la «Ad diem illum» de Pí­o X (19 de Mayo de 1904), en la que se insiste en su misión de dar de parte de Dios lo que de Dios mismo ha recibido para bien de todos.

León XIII expresó así­ el pensamiento pontificio: «Del inmenso tesoro de toda clase de gracias que el Señor nos trajo, Dios ha dispuesto que no se nos conceda ninguna si no es por medio de Marí­a; y así­ como nadie puede llegarse al Padre si no es por el Hijo, así­ también ninguno puede llegarse a Cristo si no es por la Madre»

Y Benedicto XV declaró: «Todas las gracias que el Hacedor de todo bien se dignó conceder a los pobres descendientes de Adán son difundidas por las manos de la Santí­sima Virgen, según el amoroso designio de divina providencia» (Mensaje de 1917).

El tí­tulo de Mediadora fue acogido igualmente en la liturgia católica al ser introducida en 1921 por Benedicto XV la festividad de la «Bienaventurada Virgen Marí­a, medianera de todas las gracias».

3. Dimensión vital
El objeto de la mediación se centró siempre en la gracia divina, es decir en la amistad de Dios y para con Dios y en la vida del alma. Marí­a fue el medio para que la vida divina del Verbo se hiciera vida humana en el Señor Jesús.

Por eso tiene tanta referencia esta doctrina con la vida de la gracia y con la gracia de la vida. Ella nos sirve de camino para vivir en la amistad con su Hijo y da el sentido de regalo generoso al don de la vida.

Por extensión se fue vinculando con otros rasgos singulares de la existencia cristiana: la práctica de las virtudes, el don de la virginidad y la virtud de la castidad, el sentido de la oración, la fortaleza en las tentaciones, la humildad.

3.1 Actuación misteriosa
En un plano misterioso, pero real y efectivo, la mediación de Marí­a la hace intervenir en la vida cotidiana de cada cristiano, a fin de que cada uno se mantenga en la lí­nea querida por Jesús. No se trata, pues, de una mediación difusa y corporativa, sino personal y propia de cada hijo de Dios. A cada seguidor de Jesús Marí­a le obtiene sus mejores dones, según sus peculiares necesidades.

– Le inspira buenos sentimientos, pensamientos y deseos, para que conserve la gracia recibida en el bautismo.

– Le mueve al arrepentimiento, cuando ha tenido la desgracia de apartarse del buen camino.

– Le impulsa a vivir en la comunidad querida por Jesús, para participar de los dones que en ella se reciben con excelente abundancia.

– Le mueve a trabajar por los demás hombres, para que todos participen de las riquezas de cada uno, según el amor y las exigencias del Cuerpo Mí­stico en el que ella actúa como corazón.

– Alienta a los que desfallecen en el caminar del Pueblo de Dios y hace posible que los hombres se sientan impulsados hacia el cielo.

– Se halla presente en la hora de la muerte, para que todos los que han vivido conforme al plan de Dios salten con gozo hacia la vida eterna y quienes llegan a ese momento en mala situación reciban una última invitación de conversión hacia el bien.

3.2. Consecuencias prácticas

Especulativamente se prueba la universal mediación intercesora de Marí­a por su cooperación a la encarnación y a la redención y por su relación con la Iglesia como comunidad de los seguidores de Jesús:

– Si Marí­a nos ha dado la fuente de todas las gracias, que es Jesús, es de esperar que ella también coopera en la distribución de todas ellas.

– Puesto que Marí­a se convirtió en madre espiritual de todos los redimidos, al ser Madre el Redentor, es conveniente que, con su incesante y eficaz intercesión, cuide de la vida sobrenatural de los que han sido ya salvados.

– Ya que Marí­a es «prototipo de la Iglesia», según dice San Ambrosio (Expos. ev. sec. Luc. 11, 7), y toda gracia de redención se comunica por medio de la Iglesia, hay que admitir que Marí­a, por su celestial intercesión, es la medianera universal de todas las gracias desde la perspectiva también mediadora de la Iglesia, sacramento de salvación.

3. 3. Verdad firme
La mediación universal de Marí­a no es dogma de fe en la Iglesia, pero es doctrina tan universalmente admitida e indiscutible que resulta temerario dudar de su realidad o discutir su consistencia.

Por su cooperación en la encarnación de Cristo, se halla ciertamente testimoniada en las fuentes de la revelación. Nada obsta a una posible definición dogmática por parte de la Iglesia, aunque la definición explí­cita no se ha producido.

En todo caso, definida o no, es una verdad fundamental en la piedad eclesial en relación a la Madre del Señor. Ignorarla o negarla es situarse en una posición de fe frágil y fronteriza. Por eso Marí­a no puede ser mirada como una santa más en el canon eclesial. Es singular y diferente; y su mediación universal es más vital que nominal.

Dudosamente se puede ser buen cristiano, es decir seguidor de Cristo, sin una efectiva y afectiva vinculación con la Madre de Jesús, presente y actuante en la vida de la Iglesia y de cada cristiano.

Desde el cielo, ella actúa ante su Hijo celestial. Pero también desde la tierra sigue presente en medio de los que siguen a Jesús. Es precisamente la doble dirección de su mediación lo que hace de Marí­a la singular criatura elevada a lo más alto del cielo, que es lo mismo que decir a lo más profundo del corazón de Dios.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa