MATRIMONIO E IGLESIA

DicEc
 
El matrimonio como institución humana se encuentra en casi todas las culturas. En el Antiguo Testamento se considera creación de Dios (Gén 1,28; 2,24), visión reiterada por Jesús en el Nuevo (Mt 19,4-6). La relación matrimonial entre marido y mujer se convirtió en una imagen de la alianza de Dios con su pueblo (Os 1-3; 1s 54,4-8), alianza rota a menudo por el pueblo, aunque el amor de Dios, el esposo, permaneció fiel (Jer 2,2.20; Ez 16; Is 61,10; 62,4-5). Esta imagen esponsal pasa al Nuevo Testamento, en el que los esposos han de ser reflejo de la relación de Cristo con su Iglesia (Ef 5,22-32).

Jesús restableció las intenciones originales de Dios con respecto al matrimonio (Mt 19,4-9). A pesar de su exaltación de la virginidad (Mt 19,11-12; ICor 7,8.25-28), el Nuevo Testamento muestra una idea elevada del matrimonio, el amor y la familia (1 Cor 7,1-7; Col 3,18-21; Heb 13,4). Los distintos «códigos domésticos» revelan valores nobles (1Pe 2,18—3,7; Col 3,18—4,1; Ef 5,22—6,9), pero algunos elementos están culturalmente condicionados y necesitan cuidadosa interpretación. El adulterio, incluso en el corazón (Mt 5,27-28), es condenado en varias ocasiones (ICor 6,9; Rom 13,9). No hay una interpretación de 1 Tim 3,2 capaz de ganarse el consenso de todos los exegetas; el texto tiene implicaciones para el ministerio, especialmente para los diáconos casados.

A lo largo de su historia la Iglesia ha mostrado de muchos modos su interés por el matrimonio, interés expresado en la legislación y en la doctrina. Aunque en muchos de los Padres hay una neta preferencia de la virginidad frente al matrimonio, la Iglesia nunca se contaminó con ninguna de las sectas que, como los marcionitas o los distintos tipos de encratitas, despreciaban o rechazaban el matrimonio. Hay que reconocer, no obstante, que algunos de los Padres, incluidas figuras capitales como Agustí­n u Orí­genes, parecen haber tenido reservas acerca de la bondad moral plena o integral del intercambio marital; pero los datos son escasos y requieren atenta valoración. Muchos de los Padres desaprobaban además el nuevo matrimonio cuando habí­a muerto uno de los cónyuges (>Viudas); y estaban absolutamente en contra de los matrimonios entre miembros de la Iglesia y no cristianos.

El reconocimiento de la sacramentalidad del matrimonio fue lento. Agustí­n aprovechó la palabra sacramentum de Ef 5,32; los griegos, que leí­an allí­ mystérion, pensaban más en el plan divino. Harí­an falta varios siglos hasta que el matrimonio tuviera un rito celebrado universalmente dentro de la Iglesia, aunque hay huellas de bendiciones nupciales ya en >Tertuliano». Las >Constituciones apostólicas, de finales del siglo IV, insisten mucho en la santidad del matrimonio y condenan severamente todo lo que se opone a ella. Está prohibido repudiar a la mujer excepto en caso de vida disoluta y de adulterio; una mujer repudiada no puede volver a casarse.

El primer concilio medieval que apoyó el matrimonio cristiano fue el de Letrán II, en el que Inocencio III introdujo el tema en la profesión de fe exigida a los valdenses (1208). Parece que la primera vez que se llamó sacramento al matrimonio en un documento magisterial fue en un concilio local celebrado en Verona (1184). A partir del concilio de  Lyon II es contado dentro de los siete sacramentos, doctrina repetida en Florencia y en Trento». En la Edad media se disputó sobre qué era lo esencial en el matrimonio; fue bajo Alejandro III (1159-1181) cuando se decidió que era el consentimiento mutuo el que daba origen al verdadero matrimonio cristiano, derivándose la indisolubilidad de la posterior consumación en la relación sexual (ratum el consummatum).
Los reformadores rechazaron la compleja legislación canónica que se habí­a ido formando durante la Edad media, pero tuvieron en gran estima el matrimonio, aunque situándolo más bien en el ámbito secular que en el sacramental. Trento desarrolló una considerable doctrina contra los que consideraba errores de los reformadores», al tiempo que establecí­a reformas, en relación principalmente con los matrimonios secretos o clandestinos, la necesidad de expresar el consentimiento delante del párroco, los impedimentos y los abusos
En el siglo XX ha habido diversas declaraciones acerca del matrimonio: la Casti connubii (1930) de Pí­o XI y numerosas referencias en las alocuciones de Pí­o XII. El Vaticano II presentó una rica teologí­a y espiritualidad del matrimonio: pidió una revisión del rito (SC 77-78); consideró el matrimonio como un ejercicio sacramental del sacerdocio común y calificó a la familia como una «Iglesia doméstica» (LG 11); enseñó que el matrimonio era un importante ejercicio del oficio profético de los bautizados (LG 35) y habló de la llamada a la santidad dentro del sacramento (LG 41). Consciente de las amenazas existentes contra el matrimonio, el concilio habló en la constitución pastoral del auténtico significado del matrimonio (SC 47-52).

Después del concilio hubo importantes enseñanzas positivas acerca delmatrimonio, a menudo pasadas por alto, en la encí­clica sobre la regulación de la natalidad y en la exhortación apostólica possinodal La familia cristiana en el mundo modern o. Este último documento, junto con las enseñanzas del Vaticano, constituyó la base para la legislación sobre el matrimonio en el nuevo Código de Derecho canónico. El poder sobre el matrimonio cristiano en la Iglesia es amplio. Por los >privilegios petrino y >paulino se pueden disolver matrimonios entre no cristianos y católicos. El único matrimonio considerado como absolutamente indisoluble en la Iglesia católica es el matrimonio entre cristianos ratum et consummatum (CIC 1141); la anulación no es una disolución del matrimonio, sino simplemente una declaración oficial de que no hubo desde el primer momento un verdadero matrimonio (CIC 1671-1691). Los motivos para dicha declaración se han ampliado notablemente en el presente siglo. La Iglesia católica reclama el derecho a regular la celebración del matrimonio (CIC 1108-1123) y a establecer impedimentos, algunos de los cuales son de derecho natural, mientras que otros tienen su origen en el derecho eclesiástico (CIC 1073-1094).

En la actualidad hay un problema muy serio en la Iglesia relacionado con el matrimonio. A pesar de la existencia de excelentes estudios pastorales y del desarrollo actual de la psicologí­a, H. Vorgrimler ha podido señalar dos crisis: «La incapacidad cada vez mayor de las parejas de lograr el éxito en su relación y el rápido declive de la autoridad de la Iglesia católica».

La respuesta de la Iglesia ha sido una insistencia firme, para algunos severa, en los principios morales acerca del matrimonio, combinada con un gran énfasis en la preparación catequética y el cuidado pastoral de las parejas antes del matrimonio (CIC 1063). Se plantea un problema pastoral particular en relación con los que han entablado una segunda relación después de un divorcio civil o una separación: ¿hay que negarles los sacramentos? En contra de una opinión errónea muy extendida, la Iglesia ortodoxa no permite en principio el divorcio y un nuevo matrimonio en virtud de una interpretación amplia de Mt 19,9. Invoca más bien la compasión y la economí­a para aquellos cuyo matrimonio ha fracasado. Según algunos autores, los católicos deberí­an estudiar más detenidamente el planteamiento pastoral de los ortodoxos. La actitud actual de la Iglesia católica es de atención pastoral pero de negativa a admitir a la eucaristí­a; sólo se acepta al sacramento de la penitencia a quienes están dispuestos a guardar una continencia completa.

Una de las aportaciones importantes del >feminismo dentro de la Iglesia ha sido el promover una visión del matrimonio, y de las responsabilidades de los cónyuges, más integral. La institución del matrimonio ha de combinarse con una espiritualidad adecuada a cada cultura en particular.

La teologí­a del matrimonio, sin embargo, no está todaví­a muy desarrollada; la dimensión eclesial del sacramento es muy importante. Una comprensión más profunda del matrimonio supondrí­a a su vez una mayor profundización en el misterio de la Iglesia como >esposa. El matrimonio constituye la Iglesia doméstica (LG 11; AA 11), expresión forjada por san Juan Crisóstomo. Poco antes del Vaticano II tal expresión fue divulgada a partir de un congreso sobre el matrimonio promovido por los Equipos de matrimonios de Nuestra Señora, en el que el teólogo ortodoxo P. >Evdokimov la propuso como modelo eclesiológico. La relación entre el matrimonio y la eucaristí­a es particularmente importante.

El hecho de que los ministros del sacramento sean los contrayentes y, por tanto, cada uno de ellos actúe in persona Christi y como instrumento de gracia para el otro, tiene importantes implicaciones para la teorí­a general de los sacramentos en la Iglesia y para la teologí­a general del ministerio. La Iglesia católica se destaca, pero no está completamente sola, en su rigurosa defensa de la ética sexual y marital. De hecho se encuentra con enormes problemas de cara a la credibilidad de su >magisterio y a la proclamación en el mundo de una negativa clara a los programas liberales en este campo. El sacramento del matrimonio tiene un complemento en la >confirmación, que da a los cónyuges la fuerza necesaria para dar testimonio de la posibilidad de vivir el matrimonio cristiano, que puede ser hoy más difí­cil incluso que el celibato.

Christopher O´Donell – Salvador Pié-Ninot, Diccionario de Eclesiologí­a, San Pablo, Madrid 1987

Fuente: Diccionario de Eclesiología