MARTA Y MARIA

DJN
 
Son dos personas que aparecen unidas en los evangelios. Serí­a una osadí­a temeraria por nuestra parte intentar separarlas. Aunque razones para hacerlo nos sobrarí­an. El respeto al texto bí­blico nos obliga a presentarlas conjuntamente. Es fácil que la reconstrucción del árbol genealógico descubriese su fraternidad. No lo es tanto que, desde él, nos veamos obligados a extender su fraternidad a Lázaro (Jn 11,1; 12,1). Intentaremos descubrir en ellas sus caracterí­sticas significativas. Son ellas las que nos las ofrecen como importantes, representativas, interpelantes, evangélicas… Nos limitaremos a los tres momentos que consideramos como fundamentales.

1°) Encuentro con Jesús en Samaria (Lc 10,38-42). Ante la queja de Marta porque su hermana la ha dejado sala con todo el servicio, Jesús condena su actividad febril y, en ella, el activismo judí­o, que proclamaba como esencial las obras, obras, obras, obras… para «obligar» a Dios a que les premiase… Frente a él destaca la actitud de Marí­a que, sentada a los pies del Maestro, escuchaba la palabra de Dios. Y, ante la recriminación por su «pasividad», el Maestro sale en su defensa afirmando que, entre las pocas cosas necesarias, que se reducen a una: la palabra de Dios, la opción de Marí­a es la mejor. Se trata de resaltar como absolutamente necesaria audición creyente de la palabra de Dios. En la escena ni Marta significa la vida activa ni Marí­a simboliza la vida contemplativa. Eso vendrí­a después.

2°) También ante resurrección de Lázaro (Jn 11) Marta es una figura representativa del pensamiento judí­o que afirmaba que la resurrección de los muertos tendrí­a lugar al final de los tiempos. Jesús está en desacuerdo con esta convicción de los teólogos judí­os. Y lo manifiesta con la célebre frase: soy la resurrección y la vida. Lo cual significa que la unión con Jesús, con la vida que Dios manifiesta y regala en él a los creyentes, a pesar del trance necesario de la muerte, no se interrumpe. Lo que Jesús promete es mucho más de lo que Marta espera. Para el creyente la muerte ha sido relativizada. Dios, que es la vida, no puede abandonar a los suyos en el momento supremo de la muerte: les hará participar de su vida; les introducirá en su Reino, que es todo lo opuesto al llanto, al dolor y a la muerte. Esta es la razón por la cual el primer encuentro de Jesús es con Marta. Más allá del pensamiento judí­o expone así­ Jesús su novedad radical frente a él.

Marta, además de su personalidad fí­sica, tiene otra representativa. Lo mismo Marí­a. Ella tiene más importancia que Marta. Cuando Jesús va a realizar una acción cuya finalidad es demostrar la «gloria» del Padre y del Hijo, debe hallarse presente Marí­a, porque ella ha sintonizado perfectamente con las ondas emitidas por el Padre a través del Hijo. Marí­a simboliza a los creyentes que han descubierto lo que es esencial a su fe. Probablemente a ello se refiere la frase: Maestro está aqui y te . Lo demás, las obras, vendrán como fruto y exigencia de la misma.

3°) También se hallan presentes las dos hermanas la unción en Betania (Jn 12,1-8). Marta «sirve» -es el punto fuerte de las obras- y Marí­a «unge» los pies del Maestro. La acción de Marí­a es interpretada, por el mismo Jesús, como una acción anticipativa de su sepultura (Jn 12,7). ¿Resulta excesivamente sofisticado pensar que Marí­a haya tenido delante esta finalidad tan profunda? Así­ lo creemos. Su acción se halla suscitada por una reacción de respeto, de gratitud y de amor. En un segundo plano, y a la luz de la pascua, el gesto fue interpretado como una anticipación de la gloria de Cristo (Jn 12,28). El gesto de Marí­a, objetivamente considerado, tiene un significado que desborda con mucho su intención personal. Inconsciente e involuntariamente anunció la muerte-glorificación de Jesús.

Estas dos personas admirables son conocidas únicamente por Lucas -que las sitúa en «una» aldea de Samarí­a, sin mencionar para nada a Lázaro-, y por Juan, que las presenta viviendo en Betania y que ha hermanado a las tres personas por las que Jesús sentí­a un afecto especial.

E Ramos.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(Lc 10,38-42). Este pasaje se ha entendido tradicionalmente como fundamento de la superioridad de la vida contemplativa (Marí­a) sobre la vida activa (Marta), en sentido helenista o cristiano. «Mientras iban ellos de camino, Jesús entró en cierta aldea; y una mujer llamada Marta le recibió. Y ella tení­a una hermana que se llamaba Marí­a, que sentada a los pies del Señor escuchaba su palabra. Marta, en cambio, estaba afanada (distraí­da) con mucho servicio; y acercándose [a él, le] dijo: Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude. Respondiendo el Señor, le dijo: Marta, Marta, te preocupas y estás perturbada por muchas cosas; una [sola] cosa es necesaria; en efecto, Marí­a ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada» (Lc 10,38-42). La interpretación tradicional se ha situado en la lí­nea de una visión arquetí­pica que propusieron ya algunos devotos judí­os (como Filón* en su Vida contemplativa) y muchos pensadores griegos antiguos, lo mismo que algunos «virtuosos» de la religión de Oriente (hindúes, budistas, taoí­stas…), que distinguí­an dos tipos de vida: una activa (que serí­a propia de Marta) y otra contemplativa (que serí­a propia de Marí­a). Todos ellos daban prioridad a la vida contemplativa, vinculada al ocio interior y al cultivo de los valores espirituales, separados del trabajo material y de las ocupaciones externas. Este pasaje repetirí­a, por tanto, un esquema dualista de la vida, identificando la contemplación con la escucha de la palabra del Señor. Desde esa perspectiva, docenas de generaciones de monjes y contemplativos cristianos se han sentido identificados con Marí­a, dejando los afanes de Marta para los miembros menos perfectos de la Iglesia. Pero esa interpretación venerable choca con algunas dificultades, como indicaremos.

(1) Jesús y las dos hermanas. Jesús aparece como huésped, recibido en una casa. La tradición evangélica (cf. Mc 6,6-13 par), reelaborada por Lc (9,1-6; 10,1-11), sabe que la misión cristiana está vinculada a las casas de aquellos que acogen a Jesús o a sus mensajeros. Las dos hermanas representarí­an dos maneras de acogida buena de Jesús y de sus seguidores, aunque una (Marí­a, la escucha) serí­a superior a otra (Marta, el servicio). En su mismo enfrentamiento, estas dos hermanas expresarí­an las dos actitudes principales de la humanidad: vida activa y contemplativa, trabajo servil y liberal… Jesús, Maestro interior, Mesí­as de la Palabra, estarí­a en la lí­nea de un judaismo mí­stico, que ha destacado la necesidad de escuchar y cumplir la Ley (aquí­ expresada en la palabra de Jesús). Estos elementos pueden hallarse en el fondo del texto, pero no agotan su contenido judí­o ni cristiano. Para los auténticos judí­os, la ley no ha sido objeto de contemplación mí­stica, sino de cumplimiento activo. Tampoco Jesús ha sido Maestro de una doctrina espiritual, sino profeta de una justicia gratificante, que se expresa en el amor a los pobres. Además, en el fondo del texto hay otro dato muy significativo: Marta y Marí­a no son dos mujeres en abstracto, sino dos personas que representan las tareas de la Iglesia.

(2) Dos hermanas, senadoras de la Iglesia. De un modo normal solemos pensar que Marta realiza trabajos de tipo doméstico más bajo (limpiar la habitación del huésped, preparar la comida, servir la mesa), mientras Marí­a estarí­a liberada para el ocio interior de la oración. Marta serí­a una criada, Marí­a una señora. Pues bien, una vez que llegamos aquí­, descubrimos que esa interpretación no sirve: ni Marta hace sólo trabajos de criada, ni Marí­a escucha sólo a Jesús para ser una señora ociosa. Ambas son hermanas, dirigentes de una iglesia, es decir, de una comunidad doméstica que acoge a Jesús acogiendo a los cristianos y a los necesitados. En el Nuevo Testamento, y de un modo especial lo sabe Lucas, la palabra servir (diakonein), que se aplica a Marta, significa también, y sobre todo, realizar una tarea ministerial en nombre y por encargo de la comunidad, como muestra el texto de la disputa sobre la grandeza dentro de la Iglesia (Lc 22,24-30). Los discí­pulos quieren ser más grandes mandando sobre los demás; en contra de eso, Jesús se hace el menor, el servidor de todos, auténtica Marta (si ese nombre vale). Desde esa base, toda división entre mujeres servidoras y mujeres (u hombres) jerarcas, entre martas trabajadoras y marí­as contemplativas resulta contraria al Evangelio. En la misma lí­nea de nuestro pasaje se sitúa el texto sobre los «diáconos» helenistas, que aparecen como servidores de la mesa (en la lí­nea de Marta), viniendo a presentarse, al mismo tiempo, y precisamente por su servicio, como ministros del Evangelio: ellos extienden el mensaje de Jesús a los gentiles (Hch 6,1-7). Paradójicamente, los iniciadores de la misión universal cristiana han sido estos siete servidores (que se parecen más a Marta), no los Doce apóstoles-predicadores de Jerusalén (que se parecen más a Marí­a). Eso significa que las figuras de las dos hermanas se han cruzado. Por otra parte, Marí­a puede ser hermana de sangre de Marta, pero más probablemente es hermana creyente (cf. Mc 3,31-35), sentada a los pies del Señor (Lc 10,39), escuchando su palabra. No estudia la Ley, como los aspirantes al rabinato judí­o, pero escucha la Palabra, de manera que puede presentarse como maestra sabia dentro de la Iglesia. El judaismo de aquel tiempo no dejaba que las mujeres estudiaran oficialmente la Ley; la Iglesia posterior dirá que ellas guarden silencio en la comunidad (cf. 1 Tim 2,11-12 y glosa de 1 Cor 14,34-35). Pues bien, a diferencia de Marta, que es signo del servi ció ministerial, Marí­a aparece aquí­ como persona que escucha y que, por tanto, puede proclamar la Palabra. Marta ha recibido a Jesús (en su aldea y/o casa), actuando como «presidente» de la comunidad, pero Marí­a, su hermana, es quien mejor le atiende y entiende, escuchando su palabra. Marta, afanada por el mucho servicio, se queja ante el Señor, acusando a su hermana, porque la ha dejado sola. Es evidente que en un sentido tiene razón, pues Marí­a abandona el servicio (de la casa-iglesia), para sentarse a los pies de Jesús y escucharle. Pero en otro sentido más hondo tiene razón Marí­a, que escucha a Jesús como mujer (como persona), pero no para quedarse en la pura contemplación espiritualista, sino para realizar de un modo más hondo las tareas de la Iglesia.

(3) La diaconí­a o servicio de Marta. Sin dejar de ser un trabajo doméstico (¡la iglesia es casa!), la diaconí­a de Marta es ante todo un ministerio eclesial, pues la verdadera autoridad de la Iglesia es el servicio mutuo, como sabe todo el Nuevo Testamento (cf. Mc 10,45; Mt 20,25; 23,11). Desde ahí­, tomando como base la actividad de las mujeres a las que aluden Lc 8,1-3 y Mc 15,40-41, debemos recordar que Jesús iba acompañado de mujeres-servidoras. Por eso, la mucha diaconí­a que distrae a Marta puede aludir a trabajos de organización doméstica (comida, limpieza), pero alude también, y sobre todo, a las tareas de la misión eclesial (predicación y administración). Ni Marta es pura criada de varones, ni Marí­a pura contemplativa separada del mundo, en el sentido posterior, sino que representan dos rasgos propios de la humanidad (y de la Iglesia en su conjunto), no sólo de las mujeres: el trabajo y el amor, el servicio y la escucha de la palabra, la acción y la oración. Marta y Marí­a son hermanas, pero más en lí­nea eclesial que camal (cf. Lc 8,19-21; cf. Hch 1,15; 11,29; 15,3…): son diaconisas que realizan su ministerio para bien de la comunidad cristiana que recibe a Jesús (a sus delegados). Desde esa base tenemos que añadir que no hay oposición entre servicio externo (acción) y escucha interna (contemplación). Más aún, en contra de una tendencia «normal» que relega a las mujeres al «servicio servil» (propio de Marta), el texto ha querido poner de relieve la capaci dad que ellas tienen como mujeres para realizar un «servicio integral», fundado en la escucha y comprensión de la palabra. Sólo desde ahí­ se entiende la superioridad de la escucha de la mujer (Marí­a), dentro de un contexto donde ambas (Marta y Marí­a) han de ser y son activas.

(4) Dos mujeres, una Iglesia. Entendida así­, la escena de Marta y Marí­a recoge los motivos básicos del tema de Hch 6,1-7, pero con una diferencia: los representantes de la Iglesia son ahora dos mujeres, que ocupan el lugar estructural de los Siete (representados por Marta) y de los Doce (representados por Marí­a). De esta forma, Lucas ha vuelto a evocar el tema de los ministerios eclesiales, pero desde la perspectiva de dos mujeres, que son signo de la vida de la Iglesia, apareciendo como representantes del conjunto de la comunidad. En Hch 6 recibe preferencia el ministerio de los helenistas (servicio de las mesas y las viudas), pero sin negar el valor del ministerio de los Doce (oración y predicación). Por el contrario, en Lc 10,38-42 recibe preferencia el ministerio de la escucha de la palabra (Marí­a), pero sin que se rechace el ministerio más activo de la diaconí­a (Marta). Jesús ratifica de forma paradójica el valor del gesto de Marí­a: «Una sola cosa es necesaria, Marí­a ha escogido la mejor parte». Con eso no rechaza ni condena a Marta (no la expulsa de su ministerio), pero le recuerda el riesgo de dispersión en que se encuentra: su afán por el servicio (organización eclesial y perfección externa de las obras) puede separarle de la raí­z de la Palabra, de la fuente del Señor, del amor del corazón. De esa manera, Jesús pone de relieve el riesgo de unas obras que, al desligarse de la raí­z del Evangelio, pueden convertirse en nuevo legalismo. Marí­a, en cambio, sabe que sólo una cosa es necesaria: escuchar y seguir a Jesús y buscar el Reino (cf. Lc 12,31 y 18,22; Mt 6,33), aunque tiene que saber que esa única cosa necesaria (que equivale a la fe paulina) no puede entenderse en un nivel de pura contemplación, sino de acogida total de Jesús, abierta al servicio de los demás (es decir, a las obras del amor). En ese sentido se añade que Marí­a ha escogido la mejor parte… (Lc 10,42). No está condenada como mujer al servicio que le imponen los varones, no es una esclava del sistema patriarcal o del lugar que ocupa en la casa. Ha hecho una opción, ha escogido, de una forma personal, y así­ se ha vinculado con Jesús, a través de la palabra. Hay servicios «serviles» que se pueden imponer. La palabra, en cambio, no se impone, sino que ella abre un espacio de libertad y de acción. Jesús respeta la elección de Marí­a y ratifica su gesto de escucha: de esa forma la valora. Frente a la mujer sierva, que podrí­a terminar cerrada en unas obras de servicio, impuestas desde fuera, Jesús ha destacado el valor de la mujer-persona que es capaz de dejarse transformar por la Palabra. Marta y Marí­a simbolizan y encarnan así­ todas las tareas de la Iglesia como casa donde se acoge y escucha la palabra, acogiendo y sirviendo a los huéspedes. Es evidente que no pueden separarse.

Cf. J. BRUTSCHECK, Die Maria-Marta-Erzalilung. Eine redaktions-kritische Untersuchung zu Ek 10,38-53, BBB, 64, Bonn 1986; I. M. FORNARI, La escucha del huésped (Lc 10,3842), Verbo Divino, Estella 1995; B. PRETE, «II logion de Gesü: †œUna cosa sola é necesaria† (Lc 10,42»), XXII Sett. Bib. Italiana, Brescia 1973, 149-175; E. SCHÜSSLER FIORENZA, «La práctica de la interpretación», en Pero ella dijo, Trotta, Madrid 1996, 78-106; A. SOLIGNAC y L. DONNAT, «Marthe et Marie (Lc 10,38-42)», DicSpir 10 (1980) 664-673.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra