Es la adoración de María. En la terminología latina, se usan tres palabras para significar la «adoración»: latria, hyperdulia y dulia. Se define latria como la adoración debida únicamente a Dios, hyperdulia la que se rinde a María, y dulia la que se tiene con los santos. Hablar de mariolatría, por lo tanto, no es estrictamente correcto según la teología católico-romana.
Los protestantes afirman que la distinción entre estos términos no puede observarse en la práctica y acusan a los católicos romanos de poner a María, en su vida devocional, en una posición afín si no igual a Cristo, lo que se confunde con la latria (adoración verdadera) en lugar de la supuesta hyperdulia (honor extremo), de acuerdo a lo que ellos declaran teológicamente.
El surgimiento de la mariolatría puede llevarnos hasta dos escritos apócrifos: el Protevangelium Jacobi (mediados del siglo II), y el Transitus Mariae (siglo IV), en ninguno de los cuales puede encontrarse una concordancia con el relato de los evangelios del NT. Cuando el Emperador Constantino se declaró a sí mismo cristiano, comenzó a surgir una influencia de muchos cultos paganos dentro de la iglesia y, entre ellos, la idea de un elemento femenino en la divinidad estimulada por el pensamiento pagano de los egipcios, babilonios, griegos y latinos. La pretensión de dar honores divinos a María recibió un gran respaldo cuando le fue dada oficialmente el título de «Madre de Dios» por el Concilio de Éfeso en el año 431, aunque es evidente que el objeto del Concilio no fue exaltar a María, sino afirmar la plena deidad de Cristo del mismo momento de su concepción (véase el articulo Madre de Dios). Los excesos a los que se ha llegado con el culto a María por parte de la Iglesia Católica Romana se atestigua por los dogmas de la Inmaculada Concepción de la B.V.M. (definida en 1854) y por el de la asunción de la B.V.M. (definida en 1850). Por medio de estos dogmas, se adscriben a María ideas paralelas a los hechos de la vida de nuestro Señor. Ha ganado terreno la idea adicional que María puede ser también estimada como Mediadora de nuestra redención, y el término «Nuestra Señora» (desarrollado en la Edad Media) es análogo a «Nuestro Señor» que se aplica a Cristo.
Las referencias a María en las Escrituras no dan base para mantener un culto a María. Los siguientes son algunos de los lugares principales donde se la menciona: Mt. 1:16ss.; Mt. 13:55; Lc. 1:27ss.; Jn. 2:1ss.; Jn. 19:25ss.; Hch. 1:14. En vez de ver a María a través de estos pasajes como una persona que se ha sometido a la voluntad de Dios y que fielmente cumple con su ministerio, este culto la transforma en un ser que ni es humano ni divino. Más pernicioso aún, desde un punto de vista evangélico, el efecto de tal adoración mariolátrica es oscurecer la persona de nuestro Señor en la mente del que adora.
Véase también el artículo la Asunción de María.
W.C.G. Proctor
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Harrison, E. F., Bromiley, G. W., & Henry, C. F. H. (2006). Diccionario de Teología (380). Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Fuente: Diccionario de Teología