MARCOS, EVANGELIO DE SAN

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SUMARIO: . Un cambio de situación. 1. El autor: a) Identidad biográfica; b) Identidad literaria; c) Identidad teológica. 2. Lugar de composición. 3. El material del evangelio. 4. Trasfondo semí­tico. 5. Destinatarios. 6. Fecha. 7. Estructura. – II. Claves teológicas. a) La cristologí­a: 1) Humanidad; 2) Mesianismo. Hijo del hombre; 3) Divinidad. Hijo de Dios. b) La identidad del discí­pulo. c) Eclesiologí­a. d) Soteriologí­a. e) Pneumatologí­a. f) Escatologí­a. g) Marcos y el pensamiento paulino.

1. UN CAMBIO DE SITUACIí“N
Hoy el evangelio de san Marcos es una obra rodeada de gran estima, pero no siempre fue así­. Sus reducidas dimensiones, comparado con los evangelio de Mateo y Lucas; su vocabulario y sintaxis, calificados de elementales… le convirtieron en el «hermano menor» de los evangelios sinópticos. Los santos Padres, a excepción de san Jerónimo, le concedieron poco relieve. San Agustí­n le denominaba «compendiador de Mateo». En la Edad Media destacan los comentarios de Beda el Venerable y Teofilacto. En el Renacimiento y en la Edad Moderna continuó el desinterés por este evangelio, hecho en el que influye la escasa importancia que le concedí­a la liturgia romana. Hasta la reforma del Vaticano II, sólo el relato de la Pasión y las perí­copas 7,31-37; 8,1-9; 16,1-7 y 16 14-20 eran incluidos en los textos del leccionario litúrgico. A finales del s. XIX y comienzos del s. XX el evangelio de san Marcos es redescubierto como obra inspiradora y arquetí­pica de los otros sinópticos. De «cenicienta» pasa a ser considerada obra «pionera» en el camino del acceso al conocimiento de Jesús.

1. / autor
) Identidad biográfica. El autor no dejó firmada su obra. La tradición cristiana, basada en el testimonio de Papí­as, obispo de Hierápolis (s. 11) lo identificó con Marcos. Se tratarí­a de Juan Marcos o Marcos, hijo de Marí­a (Hch 12, 12) y primo de Bernabé (Col 4, 10); vinculado a Pablo en sus viajes (Hch 12, 25; 13, 5.13) y en la prisión (11 Tm 4, 11; Flm 24) y muy próximo a Pedro (1 Pe 5, 13), de quien, según Papí­as, habrí­a sido intérprete. Este es el testimonio del obispo de Hierápolis, recogido por Eusebio de Cesarea: «Esto decí­a el presbí­tero: ‘Marcos, que fue intérprete de Pedro, escribió con exactitud, aunque no con orden, todo lo que recordaba de cuanto el Señor habí­a dicho o hecho’. Pues él no habí­a escuchado o seguido al Señor, pero más tarde, como he señalado, escuchó y siguió a Pedro. Este daba las instrucciones según lo exigí­an las circunstancias, pero sin establecer un orden en las sentencias del Señor. Así­ que Marcos no incurrió en defecto alguno escribiendo ciertas cosas tal como las recordaba, pues sólo le preocupaba no omitir nada de lo que habí­a oí­do y no consignar nada que no fuera verdad» (Ha. Eccla. 3,39,14-15). No faltan quienes, a partir del análisis interno del evangelio niegan credibilidad al testimonio de Papí­as, sugiriendo que nos hallarí­amos ante un cristiano, Marcos, de procedencia pagana, quizá de Antioquí­a. Sin embargo, el hecho de que, en contra de la tendencia en emparentar a los evangelios con una autoridad apostólica, la tradición lo atribuya a uno que no fue apóstol (queda por interpretar la presunta influencia de Pedro) hace verosí­mil el testimonio. En todo caso, lo que sí­ carece de fundamento es la identificación del autor del evangelio con el joven anónimo de Mc 14, 52-55. Pero no termina aquí­ el interés por la identificación del autor. La crí­tica se pregunta por la génesis de este evangelio, formulando distintas hipótesis al respecto, tales como la del (Bussmann), la de un Marcos (W. Hendriks) o la que detecta una primera edición, que se iniciarí­a con la aparición del Bautista y concluirí­a con la pasión y resurrección de Jesús. Se tratarí­a, pues, de un evangelio completo y una reelaboración final, o segunda edición, atribuida a Marcos y cuyos vestigios podrí­an percibirse a través de una serie de datos literarios: duplicados, como la doble multiplicación de los panes (6, 25-34 y 8, 1-10), ampliaciones redaccionales… Marcos habrí­a trabajado sobre la primera edición, respetándola y completándola. Más allá de estas hipótesis una cosa es cierta: la existencia de materiales previos de tipo narrativo y discursivo de los que se sirvió Marcos, destacando un breve relato de la pasión.

b) literaria. Todos los estudiosos de la obra de Marcos coinciden en subrayar una serie de puntos: 1) pobreza de vocabulario; 2) sintaxis poco respetuosa con los cánones de la gramática griega y más próxima al lenguaje popular; 3) recurso frecuente a la parataxis o yuxtaposición de frases unidas por la conjunción copulativa y con múltiples sentidos; 4) abuso de la forma participial y uso frecuente del presente histórico, intercambiando también los distintos tiempos, presente y pasado; 5) anacolutos… Por otro lado, se subraya cómo Marcos narra con gran viveza y colorido, con gran realismo e interés por lo concreto. Marcos, ciertamente, no es un estilista, ni siquiera un narrador de talento, pero sí­ un relator fiel de una tradición, que quiere conservar en una forma literaria nueva creada por él: el género literario llamado «evangelio». Esta es, desde el punto de vista literario, su mayor originalidad y su mayor aportación a la literatura neotestamentaria.

) Identidad teológica. Marcos es un teólogo. Su obra obedece a un proyecto teológico ambicioso. La razón que aduce Eusebio de Cesarea, haciéndose eco del testimonio de Clemente de Alejandrí­a (150-225dC), a saber: «Habiendo predicado Pedro la doctrina públicamente en Roma y expuesto el evangelio por el Espí­ritu, sus oyentes exhortaron a Marcos, que lo habí­a acompañado desde hací­a mucho tiempo, a que pusiera por escrito lo que habí­a dicho Pedro. Marcos lo hizo, y puso por escrito el evangelio para los que se lo habí­an pedido», hoy no parece satisfactoria. La moderna investigación, con otra sensibilidad, se pregunta si el motivo para escribir el evangelio no habrí­a sido corregir una visión distorsionada de la figura de Jesús, que poco a poco iba abriéndose paso en las comunidades (cf Hb 13,7-9). ¿Evitar la manipulación u olvido de la verdad histórica de Jesús de Nazaret, amenazada por una interpretación mí­tica de su figura? ¿Matizar desde una «cristologí­a de la cruz» los excesos de una «cristologí­a de la gloria»? ¿Unir el kerigma de Cristo Hombre-Dios con la tradición sobre la historia de Jesús?. Son sugerencias posibles, porque todos esos riesgos existieron: el de una cristologí­a meramente profética, que no reconocí­a en Jesús al Hijo de Dios sino al Profeta de Dios, y el de una cristologí­a del aner, que hací­a de Jesús un héroe divinizado, muy en sintoní­a con los esquemas griegos. Marcos, con su obra, pretende superar esas desviaciones y conservar y ordenar «la memoria de Jesús», presentando como evangelio no sólo el núcleo del kerigma -Cristo muerto y resucitado- sino todo el camino humano de Jesús. A medida que van desapareciendo los testigos de la primera hora, siente la necesidad de ofrecer una identificación histórico-teológica del mensaje cristiano. Podrí­amos decir que Marcos no fue «un mandado», sino un genio creativo, eclesialmente inquieto, preocupado por la «causa de Jesús», por su conservación y su avance.

. Lugar de composición
Apoyados en una serie de datos literarios -explicación de costumbres judí­as (7,3-4; 14,12; 15,42) y palabras arameas (3,17; 5,41; 7,11.34; 10,46; 14,36; 15, 22.34), alusión al derecho romano (10,11), empleo de ciertos latinismos (12, 42; 15,16), incoherencias geográficas (7, 31)-y en la presunta proximidad a Pedro, la mayorí­a de los comentaristas se inclinan por Roma como lugar de composición. Algunos, sin embargo, apuntan a la región de Siria-Palestina como cuna del evangelio.

. El material del evangelio
El material que subyace en esta obra es variado y heterogéneo. Se dice, generalizando, que el evangelio de Marcos consta de «relatos» y «sentencias»; pero esta denominación requerirí­a una mayor clarificación. Así­ hay quienes prefieren hablar de relatos (narraciones breves en función de transmitir un dicho de Jesús), de milagros, relatos sobre Jesús, propias de Marcos partiendo de la tradición preexistente, sentencias y parábolas cuya fuente de inspiración no habrí­a sido Q. Se tratarí­a de una gran pluralidad de elementos: desde narraciones y sentencias próximas al testimonio original hasta composiciones realizadas con una finalidad catequética y que, en cierto sentido, reflejan las esperanzas y temores de la segunda generación cristiana.

4, semí­tico
«El trasfondo semí­tico del evangelio de Marcos es inconfundible» (V. Taylor); otra cosa es asegurar si eso se debe a que sea traducción de un original hebreo o a que el griego del evangelio trasluzca dependencias de una tradición aramea. Los pormenorizados estudios a que ha sido sometido el texto apuntan a que, si bien no parece que se hubiese escrito originalmente en arameo, no puede negarse que muchas de sus sentencias y narraciones se mueven en un ámbito de tradición semí­tica, lo que, indirectamente, puede suponer un aval respecto de la antigüedad y el valor histórico de sus testimonios.

. Destinatarios
Lo que sí­ parece claro es que los destinatarios son cristianos de origen no judí­o, al menos en su mayor parte, y no residentes en Palestina, de ahí­ que, junto a las indicaciones apuntadas más arriba (explicación de costumbres judí­as, expresiones arameas…), esté ausente el interés por el tema de la Ley y de su relación con la nueva alianza, al tiempo que se subraye el significado del evangelio para los paganos (7, 27; 10,12; 11,17; 13,10).Se trata de una comunidad marcada por la persecución exterior (8, 34s.38; 10, 30.35.45; 13,8.10) y por ciertas tensiones internas (10,35-45), lo que hací­a necesario su iluminación desde la experiencia de Jesús: su muerte y resurrección. Esto, sin embargo, no impedí­a el talante misionero de la comunidad, comprometida en la evangelización de los paganos (cf 6,6b-13, donde no están presentes las reservas de Mt 10,5-15).

6.
La antigua tradición de Papí­as afirma que fue escrito después de la muerte de Pedro, acaecida en los años 64-65. Actualmente la fecha más aceptada gira en torno al año 70 —antes o después, según la valoración que se haga del capí­tulo 13-y, en todo caso, antes de la composición de los evangelios de Mateo y Lucas. La opinión sostenida por algunos investigadores, que intentan retrotraer la fecha de composición hacia el año 50, entre ellos el español J. O’Callaghan, encuentra hoy dificultad en abrirse camino entre los exégetas. Lo más que podrí­a decirse, quizá, es que por esa fecha circulaban ya, por escrito, «elementos» posteriormente incorporados por Marcos a su evangelio.

. Estructura
No ayudará a comprender este epí­grafe la afirmación de Papí­as en el sentido de que Marcos escribió «cuidadosamente, aunque no con orden», y menos aún la de Loysi: «Toda esta amalgama de milagros e instrucciones es únicamente una colección de recuerdos… cuya secuencia no está regida por ningún principio riguroso histórico o lógico». Hoy existe la convicción de que la obra de Marcos responde a un plan. Los intentos de estructurarla son variados y todos iluminadores, aunque parciales.

Existe una estructura llamada ógica, según la cual Marcos reproducirí­a la secuencia de la historia de Jesús, según el esquema enunciado en Hch 10, 37-42: «Vosotros sabéis acaecido en Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicó Juan. Me refiero a Jesús Nazaret, a quien Dios ungió con Espí­ritu Santo y poder, el cual pasó el bien y curando a cuantos esdominados por el diablo, porque Dios estaba él. Nosotros somos gos de lo que hizo en el paí­s de los í­os y en Jerusalén, al cual dieron muerte colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer dí­a e hizo que se festase, no a todo pueblo, sino a los elegidos de antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos en su compañí­a después de su resurrección de entre los muertos. Nos envió a predicar al pueblo y a declarar que él ha sido constituido por Dios juez de vivos y muertos».

Otro intento de estructura descubierto en el evangelio de Marcos se basa en la distribución de la actividad de Jesús, es la llamada estructura, áfica: Galilea y su entorno 1, 49-9, 50), viaje a Jerusalén (10, 1-52) y actividad final en Jerusalén (11,1-16,8). Quien privilegia el aspecto de revelación del misterio de Jesús, distingue dos grandes momentos: 1, 14-8, 26 (presentación velada de Jesús) y 8, 27-16, 8 (desvelamiento del misterio); es la llamada estructura ógica.

La más pormenorizada es la teológica, que articula la obra en cuatro secciones literarias homogéneas: 1, 14-8, 30; 8, 31-10, 41 ss; 11, 1-13, 37; 14, 1-16, 8.

En razón de la clarificación del tema, nosotros adoptamos la siguiente estructuración:

Prólogo (1, 1-13).

I. Jesús en Galilea y su entorno (1, 14-8, 30)
II. En camino hacia Jerusalén (8, 31-10, 52)
III. En Jerusalén (11,1-13, 37)
IV. Pasión y Resurrección (14, 1-16, 8)
Epí­logo (16, 9-20)
Respecto del epí­logo, existe práctica unanimidad en considerarlo un «añadido» al proyecto original de Marcos, que terminarí­a en 16,8; y tiene todos los visos de ser un resumen de las apariciones narradas en Mateo y Lucas. Por otra parte, falta en los manuscritos más antiguos, y la mayor parte de los Padres de la Iglesia parece ignorarlo. Esto, sin embargo, no afecta a la canonicidad del texto, sino a la autenticidad marcana del mismo.

II. CLAVES TEOLí“GICAS
En el frontispicio de su obra Marcos avanza la sí­ntesis de su proyecto teológico: dar testimonio de Jesús de Nazaret como Mesí­as e Hijo de Dios. Junto a esta preocupación, otra lí­nea vertebra su evangelio: configurar la identidad del discí­pulo. Identidad de Jesús e identidad del discí­pulo, he aquí­ las claves teológicas para comprender su evangelio.

) La cristologí­a
La afirmación cristológica de Marcos es de gran densidad: pretende iluminar el camino cristiano desde la afirmación de la identidad de Jesús. La pregunta-respuesta sobre Jesús preside todo el evangelio. Preguntan la gente (1,27), los discí­pulos (4,41), el sumo sacerdote (14,61), Pilato (15,2) y, sobre todo, el mismo Jesús 27-29). Las respuestas son significativas. La gran respuesta viene de Dios (1, 11; 9, 7); a continuación siguen en relevancia la del centurión romano (15, 39) y la de Pedro (8, 29). Otras respuestas son las de la gente (6, 14-15; 8, 28), Herodes (6, 16), Pilato (15, 26) y los demonios (3, 11; 5,6-9). También el evangelista se pronuncia (1, 1). El evangelio de Marcos es una proclamación de fe en Jesús y, además, una invitación al pronunciamiento teórico y existencial por Jesús y al reconocimiento de que la verdad-misterio de Jesús sólo es posible desde la revelación de Dios.

1) . Frente al peligro de diluir la figura de Cristo en la vaporosidad de los esquemas de un personaje mí­tico, Marcos insiste en subrayar su humanidad e historicidad. Bien entendido que no se trata de narrar la vida de Jesús, sino de presentar a Jesús como Vida, como Evangelio del que forma parte todo su ser y hacer histórico. El rasgo más caracterí­stico de Marcos es el realismo con que describe la humanidad de Jesús: hombre sujeto a limitaciones como los demás. Marcos es el único evangelista que refiere sentimientos o hechos de la vida de Jesús que, poco a poco, fueron matizados por la tradición posterior al considerarlos excesivamente «humanos» para ser atribuidos al Hijo de Dios: cólera 3, 5), indignación (10,14), sorpresa (6, 6), compasión (6, 34; 8, 2ss), ternura (9, 36), decepción y contratiempo (8, 17; 9,19), ignorancia (= pide información 6, 38; 8, 27; 9, 21; 10, 18) especialmente en lo tocante a la parusí­a (13,22).

Marcos reproduce fielmente el reproche de los discí­pulos, cuando la tempestad del lago (4, 38). No duda en reproducir la respuesta de Jesús al joven rico: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie lo es sino sólo Dios» (10, 18). En el mismo sentido ha de considerarse el testimonio de la visita a Nazaret y su fracaso (6, 5-6) y la misma falta de consideración de los familiares de Jesús al buscarle como a un enajenado (3, 21). Y, finalmente, como en Mateo, las últimas palabras al morir fueron «Dios mí­o, ¿por qué me has abandonado?» (15, 34). Los tí­tulos de «rabbi» y «profeta» aluden también a su perfil humano y merecen ser considerados desde su interés cristológico. Sin olvidar la alusión a Jesús como «nuevo Adán» subyacente en el relato de las tentaciones en el desierto al inicio de su ministerio público (1, 12-13).

) Mesianismo. -> Hijo del hombre. Es el tí­tulo del hombre el que hace referencia a esta dimensión de la persona y misión de Jesús. Es la designación más frecuente en Marcos: catorce veces. De ellas, dos se refieren al ministerio terrestre de Jesús (2, 10; 2, 28); nueve aparecen en contextos de sufrimiento (8, 31; 9, 9.12.31; 10, 35.45; 14, 21.41) y tres en contextos escatológicos (8, 38; 13,26; 14, 62). Y siempre en labios de Jesús. ¿Se está autodesignando Jesús a sí­ mismo con este tí­tulo o habla de otro (cf 8, 38)? A pesar de que ambas opiniones encuentran valedores, es la primera -la autodesignación- la mejor avalada. En todo caso, el tí­tulo de Hijo del hombre encierra ya en el evangelio una clara confesión de la divinidad de Jesús. Respecto del mesianismo, la postura del evangelio de san Marcos es la de una afirmación clara (1, 1) y una manifestación progresiva, que va desde la «reserva mesiánica» (Jesús prohibe que lo proclamen: a los demonios: 1,34; 3,12; a los curados: 1, 44; 5,43; 7, 36; 8, 26; y a los mismos discí­pulos: 8, 30; 9, 8) al «desvelamiento mesiánico» (Jesús lo declara abiertamente: 14, 61-62).

La explicación de esta presentación, un tanto paradógica, respecto del mesianismo de Jesús en el evangelio de san Marcos ha dado origen a la llamada teorí­a del «secreto mesiánico», formulada, por primera vez, por W. Wrede, para quien no se trataba de una realidad anclada en la vida del Jesús histórico, sino de una construcción dogmática de la comunidad (de quien Marcos la recibió) y que se compone de tres elementos: de las imposiciones de silencio al respecto por parte de Jesús, de las repetidas observaciones sobre la incomprensión e incredulidad de los discí­pulos y del adoctrinamiento en parábolas. La teorí­a tiene como objetivo armonizar la actuación y vida de Jesús, que no habrí­a sido mesiánica, con la fe pospascual de la comunidad en Jesús como Mesí­as. El mandato de Mc 9, 9, de guardar silencio hasta la resurrección, se convierte en clave de interpretación.

A partir de entonces la teorí­a de W. Wrede ha sufrido variadas reinterpretaciones y correcciones. ¿Qué podemos decir brevemente? Creemos que, si bien la formulación de «secreto mesiánico» fue acertada, no lo fue su explicación. En primer lugar, la imposición de silencio no está orientada a ocultar la condición mesiánica de Jesús, sino a evitar una comprensión errónea, triunfalista y nacionalista de la misma. Y, además, es una imposición circunscrita a una parte del evangelio; a partir de 8, 31 desaparece la «reserva mesiánica» de Jesús y comienza el «desvelamiento mesiánico» que culminará en la Pasión (14, 61-62) y que demostrará la insuficiencia de las categorí­as tradicionales para comprenderlo (12, 35-37). No se trata, pues, de una invención apologética de la comunidad para explicar la incomprensión de Jesús por parte del pueblo judí­o, sino de una técnica narrativa intencionada de Marcos, con fundamento en la vida del Jesús histórico, para presentar la singularidad del mesianismo de Jesús y subrayar que El solo es dueño de su «verdad» mesiánica. Quizá mejor que hablar de «secreto mesiánico» serí­a hablar de «mesianismo secreto», o al menos considerar ambas formulaciones conjuntamente pues, quizá, ayudan a comprender mejor el fondo del problema.

) Divinidad. -> Hijo de Dios, es la formulación más inequí­voca de esa realidad. Tal confesión aparece al principio (1, 1.11), en el centro (9, 7) y al final del evangelio (15, 39), además de 3, 11; 5, 7 y 14, 61. Es, por tanto, una verdad estructural del evangelio de Marcos. ¡Esa es, precisamente, la gran novedad, la buena y nueva noticia! Es cierto que en él no hay disquisiciones sobre la naturaleza misma de la filiación divina ni sobre las relaciones que unen a Jesús con el Padre, fuera de la actitud de radical obediencia a su voluntad y del grito confiado del Abba (14, 36). Esto, no obstante, su fe en la divinidad de Jesús no deja lugar a dudas. Es la gran respuesta a la única pregunta de fondo: ¿quién es éste? Pero, ¿qué significaba este tí­tulo? En la cultura helenista era asociado generalmente con la existencia de un ser semidivino con poderes extraordinarios (theios aner); evidentemente, no es éste el sentido de la afirmación cristológica del evangelio de Marcos. Tampoco lo es el que se deriva de la comprensión de la filosofia estoica cuando habla del hombre como descendiente de Dios por ser portador de una semilla divina, la inteligencia. A la hora de contextualizar la cristologí­a neotestamentaria del Hijo de Dios es necesario, en primer lugar, acercarse a los textos veterotestamentarios. Allí­ se advierte cómo el tí­tulo «hijo de Dios» se asigna a los ángeles (Gn 6. 2.4; Jb 1, 6; 38, 7; Sal 89, 7); también el pueblo de Israel es denominado hijo: «mi hijo» (Os 11,1), «mi hijo primogénito» (Ex 4, 22). En la literatura sapiencial, el sabio (Eclo 4, 10) y especialmente el justo sufriente (Sab 2, 13-18) es considerado como hijo de Dios. Pero son los textos vinculados a las promesas mesiánicas (II Sin 7, 12-14 y Sal 2, 7) los que ejercieron más influencia.

¿Se explica sólo desde el mundo veterotestamentario el significado de este tí­tulo? Creemos que no. Es la muerte y resurrección de Jesús la que aporta el elemento especí­fico a esta cristologí­a del Hijo de Dios. Es ahí­ donde se revela la paternidad-filiación y desde ahí­ se comprende. No se trata de que Jesús comezara a ser hijo de Dios a partir de su muerte-resurrección, sino que desde ahí­ se revela la naturaleza de la misma.

Este es el sentido profundo de la afirmación del oficial romano: «Verdaderamente este hombre era el hijo de Dios» (Mc 15, 39). Se proclama la humanidad concreta de Jesús -«este hombre»- y su divinidad -hijo de Dios-, pero sobre todo se subraya: «era». No comenzó a serlo al morir, ya lo era; su muerte (entendida no sólo como hecho puntual sino como culminación de un proceso existencial) es una especie de contrapunto en el evangelio de Marcos a los relatos de la infancia de Mateo y Lucas: la cruz es la cuna.

No faltan comentaristas que destacan cómo la afirmación de la filiación divina de Jesús está vinculada al llamado «secreto mesiánico», que, en realidad, serí­a más propio denominar «secreto de la filiación divina de Jesús». En todo caso, la proclamación de Jesús como Hijo de Dios no es equiparable, sin más, a la de Mesí­as. El primer tí­tulo es ontológico, el segundo es funcional; el segundo se origina por su Procedencia «del linaje de David según la carne» (Rom 1, 3), el primero se revela desde «su resurrección de entre los Muertos» (Rom 1, 4); el tí­tulo de Mesí­as define las relaciones de Jesús con el pueblo de Israel, el de Hijo de Dios, las relaciones con Dios. ¿Qué afirma Marcos con el tí­tulo Hijo de Dios? La fe de la Iglesia. No considera explí­citamente la dimensión preexistente de Jesús como hijo de Dios, pero la afirma desde el principio de su evangelio. Algunos han pretendido ver en el segundo evangelio el desarrollo de un proceso genético en la formulación de esta realidad a partir de esquemas tomados de los textos rituales egipcios de entronización: fórmula de adopción (1, 11), de proclamación (9, 7) y de aclamación (15, 39). No faltan quienes plantean serias reservas a esta hipótesis. La cristologí­a del evangelio de Marcos es una í­a in germen sin muchos desarrollos, pero bien caracterizada; es, por lo mismo, cristologí­a testimonio claro de la mesianidad y divinidad de Jesús y estí­mulo para ulteriores desarrollos.

) La identidad del discí­pulo
Configurar la identidad del discí­pulo, es decir, la identidad cristiana, es el otro gran objetivo del evangelio de Marcos. Intencionadamente es presentado Jesús como Maestro, no sólo hacia fuera, respecto de la gente, sino, y sobre todo, hacia dentro. Es el maestro y el paradigma existencial del discí­pulo. Es un dato histórico incuestionable que Jesús formó un grupo de personas «para que estuvieran con él y para enviarlos» (Mc 3,14); que lo concibió como el núcleo de una nueva familia (Mc 3, 34-3 5), con criterios de identidad peculiares (Mc 8, 34-3 8-, 9,33-36; 10, 41-45). Sin embargo, resultan a primera vista chocantes los juicios tan contrapuestos emitidos sobre los discí­pulos, en concreto sobre los Doce, bien en general o sobre algunos de ellos en particular. Son llamados a un seguimiento peculiar y se les ofrece un poder especial (3, 13-19); reciben el misterio del Reino (4, 10s); son enviados por Jesús (6, 7ss); comparten con él la mesa en la última cena (14, 17ss) y, al mismo tiempo, el evangelista destaca su incomprensión y resistencia para comprender a Jesús y su misión (4, 13. 35-41; 6,51s; 7,18; 9, 3 2; 10, 32). Este contraste no debe ser minusvalorado, porque es intencionado. En esta presentación sobresalen dos elementos fundamentales: el misterio de la cruz y la urgencia de la fe. Todo verdadero discí­pulo (no sólo los Doce) ha de superar el escándalo de la cruz y comprender su misterio, porque esa dificultad continúa permanente e intacta; y ha de crecer en la fe (9,42). Marcos contrapone la fe a una interpretación mágica del milagro, sabe de residuos de incredulidad en el creyente, por eso habla de fe en Jesús, que todo lo puede (9, 23s). El discipulado que propugna el evangelio de Marcos es entendido y formulado como un ir existencialmente «con» Jesús y «como» Jesús hasta la cruz (la cruz está plantada en el centro de la cristologí­a de Marcos), configurar la existencia con sus criterios, aceptarle, reconocerle como el Hijo de Dios. Eso es seguirle y creer en él, y ése es el criterio de la identidad cristiana. Por eso «narra» Marcos la vida de Jesús, y particularmente su pasión, porque, asumida e interiorizada, ésa debe ser la vida del cristiano. No se trata de un mero relato, sino de una proclamación-propuesta de fe.

) Eclesiologí­a
El evangelio de Marcos evidencia y obedece a una gran inquietud y conciencia eclesial. La Iglesia es la nueva realidad emergente como comunidad de salvación, como nuevo pueblo de Dios, alternativo al antiguo (12, 9-12), constituido por las gentes a las que tiene que ser anunciado el evangelio (13, 10). Esa Iglesia es la nueva familia espiritual, caracterizada por el cumplimiento de la voluntad de Dios (3, 31-35). A ella pertenecen, en primer lugar, los Doce, cuyo papel preponderante como testigos y encargados de mantener la cohesión de la comunidad y su conexión con Jesús destaca el evangelista. Han sido elegidos e instruidos por Jesús (3, 13ss) y convertidos por él en responsables de continuar su misión (16, 15). Son el eslabón histórico entre el Jesús prepascual y el pascual, y no hay lugar para ningún otro magisterio. Pero también la sirofenicia (7, 24-30) y el centurión romano (15, 39) y todo el que crea y se bautice (16, 16). Incluso los miembros del pueblo judí­o que se abran al evangelio (12,34), pues la fe en Jesús se convierte en criterio de eclesialidad. No es una Iglesia cerrada, sino abierta, acogedora y plural y, por lo mismo, no exenta de tensiones. El evangelio de Marcos refleja a una comunidad misionera y amenazada por la hostilidad ambiental judí­a y pagana (13, 9); de ahí­ que el evangelio signifique un estí­mulo a la evangelización y al fortalecimiento en la fe en tiempos de persecución (13, 11-13) y de cruz (8,34). «Detrás del evangelista se puede adivinar la comunidad de Roma, enfrentada a las persecuciones, que hace memoria de Jesús a fin de confortarse y organizarse, renovando su fe en su presencia viva e indefectible entre los suyos» (J. Radermakers).

Algunos han pretendido ver en este evangelio una velada crí­tica al inicio de un proceso de jerarquización en la Iglesia de su tiempo (10, 41-45; cfr. la presentación crí­tica del grupo de los Doce). Conviene tener presente que nos encontramos en un arco de tiempo coincidente con el de las cartas pastorales y católicas, época en que ese fenómeno empieza a tener fuerza; tiempo marcado por una expansión de las comunidades cristianas, pero también por una cierta tensión y confusión internas. En todo caso, Marcos advierte contra el peligro de organizar la comunidad con criterios extraños a los propuestos por el Maestro.

) Soteriologí­a
La soteriologí­a del evangelio de Marcos está profundamente vinculada a la cristologí­a, y no es un apéndice de ésta. Son de gran importancia a este respecto los textos de 10, 45 «…e/ Hijo del hombre ha venido a dar su vida en rescate muchos» y 14, 24 «esta es mi sangre de la que va a ser por muchos». De ellos se desprende la comprensión que Jesús hizo de su vida como autoofrecimiento en servicio de los hombres. Es cierto que el evangelista no desarrolla este aspecto con la extensión que lo hace la carta a los Hebreos, sin embargo es un valor teológico no exento de relevancia: la existencia de Jesús (vida y muerte) fue un servicio de salvación, de redención.

) Pneumatologí­a
La pneumatologí­a del evangelió de Marcos es sobria pero significativa. Marcos percibe una relación í­ntima entre el Espí­ritu Santo y la vida de Jesús. En el bautismo (Mc 1, 10), momento de explicitación del misterio de Jesús, y en el desierto (1, 12), al inicio de la actividad pública, aparece el Espí­ritu con un protagonismo especial. No es el origen de la conciencia mesiánica y filial de Jesús, pero sí­ el que da testimonio de ella y contribuye históricamente a profundizarla y enriquecerla. Por otra parte, Marcos introduce una división neta entre Juan el Bautista y Jesús, división marcada por el bautismo que administran: con agua (Juan) y con Espí­ritu Santo (Jesús Mc 1,8). También es sobria y significativa la relación del Espí­ritu y la Iglesia: El es la voz y la fuerza del testimonio eclesial (Mc 13, 12). Esta presentación dinámica y martirial del Espí­ritu, exenta de ulteriores especulaciones, es, sin duda, una importante aportación de este evangelio, que, no lo olvidemos, es el primero.

) Escatologí­a
El pensamiento escatológico del evangelio de Marcos se organiza en torno a dos ideas: la llegada del Reino y la venida del Hijo del hombre. El reino de Dios es concebido como próximo, inminente (1, 15; 9,1) como realidad a instaurar por Dios. Es la gran aportación de Dios a la historia humana en esta última hora, y Jesús es su más inmediato pregonero. La cuestión a responder es si en el evangelio de Marcos Jesús es sólo el anunciador o es también el encarnador (autobasileia) del Reino, pudiéndose hablar de escatologí­a realizada. Mientras que en Lc 11,20, 17, 20s y Mt 21, 31 esto aparece claramente subrayado, no parece tan claro en Marcos.

La segunda idea escatológica gira en torno a la venida del Hijo del hombre, a la parusí­a. La formulación del segundo evangelio es de marcado cuño apocalí­ptico (Mc 13). La mentalidad de Marcos, influenciada por las creencias de la Iglesia de su tiempo, no duda de la inminencia de la misma, aunque no se le pueda poner fecha (13,32). Sin embargo, no vincula la idea de la parusí­a con la del sufrimiento mesiánico y tampoco la afirmación de la resurrección entraña la idea de la parusí­a, no así­ en Lucas (cf Hch 1, 11).

g) Marcos el pensamiento paulino
El hipotético paulinismo de Marcos ha sido objeto de un vivo debate entre los especialistas, desde quienes descubrí­an en el evangelio una representación alegórica, en forma narrativa, de la doctrina paulina (G. Volkniar) hasta quienes rechazan rotundamente cualquier vinculación. Del estudio del vocabulario y de las ideas centrales de ambos se pueden extraer las siguientes conclusiones: las coincidencias existentes se explican en cuanto que forman parte del patrimonio común de las ideas del cristianismo primitivo; los rasgos teológicos caracterí­sticos paulinos faltan en Marcos o están formulados de una manera diferente, por lo que puede afirmarse que Marcos compuso su evangelio en una comunidad que conocí­a la doctrina de Pablo, pero eso no condicionó su obra: el Jesús de Marcos es el Jesús de Galilea.

Montero

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret