MACABEOS

El nombre dado a una familia judí­a la cual inició la rebelión en contra de Antí­oco Epí­fanes el rey seléucida-sirio que estaba introduciendo a la fuerza sus polí­ticas griegas paganas en Palestina.

La rebelión empezó en 168 a. de J.C. cuando Matatí­as, un sacerdote anciano, mató a un comisionado real y a un judí­o apóstata cuando estaban a punto de ofrecer un holocausto pagano. Después de unos meses de guerra de guerrillas, el viejo sacerdote murió y sus hijos, Eleazar y Juan, fueron asesinados. Los tres hijos que quedaban —Judas, Jonatán y Simón— tomaron sus turnos en el liderato de la insurrección; y todos dejaron una profunda marca en la historia judí­a.

Judas se ganó el nombre de Macabeo, o †œel martillador†, y fue el único miembro de la familia al cual se le concede el término en los libros apócrifos.

Más adelante, la posteridad utilizó el nombre como apellido para los tres hermanos. Judas fue un buen soldado y patriota, con una polí­tica muy clara de independencia judí­a y reconstrucción religiosa. Después de haber derrotado varias expediciones militares, purificó formalmente el templo de la contaminación siria y celebró la ocasión con un gran festival. Este festival se convirtió en un rasgo caracterí­stico permanente que se celebra el 25 de diciembre y dura ocho dí­as (1Ma 4:52-59; 2Ma 10:6; Joh 10:22).

Judas fue derrotado más tarde y lo mataron en Elasa (1 Mac. 3—Joh 9:22).

Jonatán sucedió a su hermano en 161 a. de J.C. y la rebelión macabea volvió a la estrategia de guerra de guerrillas con la que habí­a comenzado. Alejandro Balas, con el apoyo de Pérgamo y Egipto, tení­a aspiraciones al trono sirio.

Tanto Demetrio, el gobernador de Siria, como Alejandro trataron de ganarse el apoyo de Jonatán. Demetrio le ofreció el control de todas las tropas militares en Palestina y la gobernatura de Jerusalén. Alejandro añadió la oferta del sumo sacerdocio. Jonatán decidió a favor de la oferta de Alejandro y así­ es como llegó a ser el fundador del sacerdocio asmoneo.

Simón, el tercer hermano, era un diplomático muy capaz y continuó la polí­tica de su hermano que incluí­a el tomar ventaja de los problemas internos de Siria.

En 143 y 142 a. de J.C. tuvo éxito en establecer la virtual independencia polí­tica de Judea. En 141, en una gran reunión de prí­ncipes, sacerdotes y ancianos de la nación, Simón fue elegido sumo sacerdote, comandante militar y gobernador civil de los judí­os, †œpor siempre jamás hasta que se levante un profeta fiel†. De esa manera el sumo sacerdocio llegó a ser hereditario en la familia de Simón. Su hijo, el muy celebrado Juan Hircano, lo sucedió y mantuvo la autoridad heredada por 30 años antes de pasársela a su hijo Aristóbolo, el cual asumió el tí­tulo real. Los asmoneos continuaron su dinastí­a hasta el año 34 cuando Herodes y los romanos destronaron a Antí­gonas, el último en el linaje de Matatí­as; pero, en verdad, los macabeos auténticos terminaron con Simón en 134.

Esta historia se relata en las mismas lí­neas generales en dos relatos independientes escritos por autores con diferentes énfasis y habilidades, en 1 y 2 Macabeos. El primer libro es una honesta obra histórica que detalla sin adorno los eventos de la conmovedora batalla por la libertad. El segundo cubre bastante del mismo material pero enfoca el relato en la dirección de instrucción y amonestación religiosa.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

(martillo).

Familia judí­a que encabezó la revuelta contra Antí­oco IV, rey de Siria, y logró la victoria de los judí­os: El padre, Matatí­as, y sus 5 hijos: Juan, Simón, Judas, Eleazar y Jonatán.

Judas fue el primero llamado «Macabeo», quizás por las derrotas infligidas a los ejércitos sirios, como potentes «martillazos».

La revuelta comenzó el 168 a.C., cuando se recapturó el Templo, y se reiniciaron tos sacrificios. Hecho que siguen celebrando todos los judí­os como la «Fiesta de la Dedicación», «Fiesta de las Luces», o «Chanukah», que se celebra el 25 de Diciembre, 1Ma 4:51-58.

Los 2 Libros de los Macabeos son aceptados por Católicos y Ortodoxos como parte de la Biblia; los Protestantes, no los aceptan.

El Primero, es la historia de la reconquista de los judí­os, empezando con Alejandro Magno, de Grecia, y en el cap. 4 describe la reinstauración del Templo y el sacrificio eterno.

E1 Segundo, es un tesoro, es el libro del «poder de Dios», que describe 6 apariciones de ángeles. Los caps, 6 y 7 son de lo más entranable de la Biblia: El 6, la muerte valerosa de Eleazar, por negarse a comer carne de puerco. El 7, es el martirio de los 7 hermanos con su madre, por no ofrecer homenaje al dios de los paganos.

En 12:44-46 nos muestra que es una obra Santa y piadosa orar por los muertos.

En el año 63 los romanos tomaron el poder, cuando Pompeyo conquistó a los Israelitas.

Diccionario Bí­blico Cristiano
Dr. J. Dominguez

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Fuente: Diccionario Bíblico Cristiano

tip, BIOG HIST HOMB HOAT

ver, APí“CRIFOS

vet, Nombre de una familia judí­a (también llamada Asmoneos, por su antecesor más o menos mí­tico), que liberó a su patria del cruel yugo de los sirios en el siglo II a.C. El relato de sus hazañas se halla en el libro histórico de 1 Macabeos, y su continuación en el relato más legendario de 2 Macabeos. (Véase APí“CRIFOS.) Antí­oco Epifanes IV rey de Siria fue verdaderamente, según la profecí­a de Dn. 8:23, «un rey altivo de rostro». Decidido a exterminar el judaí­smo de una manera definitiva, saqueó el Templo de Jerusalén el año 167 a C., erigió una estatua de Zeus Olí­mpico en el recinto sagrado y ofreció cerdos sobre el altar (cfr. Dn. 11:31 «la abominación desoladora»). Matatí­as, el primero de los Macabeos, era un sacerdote anciano retirado en el pueblo de Modin, que tuvo el valor de levantar la bandera de la rebelión. Dio muerte a un oficial sirio que querí­a imponer los decretos de Antí­oco, y huyó con sus cinco hijos a los montes de Judea. Se organizó en el paí­s un movimiento de resistencia nacional, y en diversos lugares se destruyeron los altares paganos, y se restableció el culto judaico. Matatí­as murió el año 166 a.C., y confió a sus hijos la empresa de la guerra de liberación. Judas, llamado Macabeo (del heb. «maqqaba»: «martillo») tomó el mando. Consiguió una serie de victorias tanto más notables cuanto que los judí­os no habí­an cosechado más que derrotas a lo largo de tres siglos. En el año 165, el 25 de Quisleu, purificó el Templo profanado hací­a tres años, y restableció en Jerusalén el sacrificio diario. En la época de Cristo se seguí­a celebrando la Fiesta de la Dedicación, que recordaba este acontecimiento (Jn. 10:22). Judas pereció en una batalla en el año 161 a.C. Jonatán, su hermano, le sucedió en un momento en que dos pretendientes se estaban disputando el trono de Siria; Demetrio y Alejandro Balas. Este último trató de conseguir el apoyo de Jonatán, hasta entonces un proscrito, y le propuso el reconocimiento oficial como «sumo sacerdotes del pueblo» y gobernador general de Judea. Así­ fue puesta a un lado la lí­nea de Aarón; se habí­a desacreditado después de haber ejercido este ministerio a lo largo de 13 siglos. Jonatán concertó alianzas con Esparta y Roma y reforzó las fortificaciones de Jerusalén. Fue asesinado traicioneramente por Trifón, general sirio, en el año 142 a.C., que querí­a apoderarse del trono. Simón, el último superviviente de los cinco hijos de Matatí­as, tomó entonces el poder. Consiguió el reconocimiento de la independencia de Judea a cambio de su alianza con Demetrio II, que todaví­a tuvo que luchar contra Trifón. Simón se apoderó de la ciudadela de Jerusalén, que habí­an ocupado los sirios durante 26 años. El puerto de Jope quedó bajo el control de los judí­os; el comercio se desarrolló y vino una etapa próspera. El sumo sacerdocio hereditario fue dado oficialmente a la familia de los Asmoneos. Simón murió de manera trágica, asesinado por su yerno Ptolomeo en el año 135 a.C. El hijo y sucesor de Simón fue Juan Hircano (135-105 a.C.). Consiguió conquistar Samaria, destruyendo el templo erigido sobre el monte Gerizim (cfr. Jn. 4:20). También sometió Idumea, convirtiendo a sus moradores e imponiéndoles la circuncisión; estos descendientes de los edomitas llegaron a ser los más patriotas de los judí­os (cfr., sin embargo, Nm. 20:14-21). Juan Hircano dejó de pagar el tributo a los reyes de Siria, que habí­an ido perdiendo más y más poder, y empezó a acuñar monedas. Por su polí­tica, los fariseos (que hasta entonces habí­an recibido el nombre de Hassidim, «piadosos») le retiraron su apoyo, lo que le hizo apoyarse sobre los saduceos. Estos provení­an sobre todo de los grupos cercanos al sumo sacerdote; pertenecí­an a la clase noble, y pretendí­an descender del sacerdote Sadoc. Querí­an adaptarse a las circunstancias y alentaban las tendencias helenizantes. Los últimos Macabeos dieron el triste espectáculo de la decadencia de una noble familia. Aristóbulo I (105-104 a.C.), ambicioso y carente de escrúpulos, asumió el tí­tulo de rey. Dejó morir de hambre en la cárcel a su propia madre y dio muerte a uno de sus hermanos. Murió de enfermedad después de un año de reinado. Alejandro Janneo (104-78 a.C.) se mostró también cruel, disoluto y dominante. Hubo un momento en que su territorio abarcó más extensión que el de las antiguas Doce Tribus. Sostenido por los saduceos y aborrecido por los fariseos, tuvo que afrontar una cruenta guerra civil durante seis años. Por primera vez los judí­os aplicaron la crucifixión: Alejandro Janneo hizo crucificar a 800 de los principales fariseos en Jerusalén. Su viuda Alejandra (78-69 a.C.) le sucedió en el trono y reinó con prudencia. A su muerte, sus dos hijos se disputaron el poder: el primogénito, el débil Hircano II, habí­a sido designado como rey y sumo sacerdote; el menor, Aristóbulo II, desencadenó una guerra civil para ponerse en su lugar. El jefe idumeo Antipatro fue inducido a intervenir, y en el curso de esta lucha ambos hermanos recurrieron al arbitraje de Pompeyo y del poderí­o romano. Llegado ante Jerusalén en el año 63 a C., Pompeyo tomó partido por Hircano II. Se apoderó de la ciudad después de un sitio de tres meses, masacrando a continuación a 12.000 judí­os, atreviéndose además a penetrar en el Templo hasta el Lugar Santí­simo. Según Tácito, se quedó asombrado al no encontrar nada tras el velo: ni estatua ni objeto alguno de adoración («vacam sedem, inania arcana»: un santuario vací­o, ausencia de misterios). Hircano II, mantenido en su cargo de sumo sacerdote, tuvo que cambiar su tí­tulo de rey por el de «etnarca», y contentarse con gobernar el pequeño territorio de Judea. Galilea y Samaria vinieron a ser provincias distintas: habí­a terminado la independencia judí­a, y Pompeyo llevó a Roma, en su cortejo triunfal, a Aristóbulo II, rey de los judí­os. Hircano II (63-40 a.C.) fue sólo un juguete en las manos de Antipatro, a quien Roma habí­a designado como procurador. Un hijo de Aristóbulo, Antí­gono (40-37 a.C.) consiguió imponerse por un cierto tiempo con la ayuda de un ejército parto, pero el senado romano habí­a designado rey de Judea a Herodes (el Grande), hijo de Antipatro, que se habí­a casado con Mariamne, nieta de Aristóbulo II. Después de dos años de esfuerzos, Herodes consiguió apoderarse de Jerusalén en el año 37 a.C., e hizo decapitar a Antí­gono. Los tres últimos supervivientes de los Macabeos murieron también ví­ctimas de la patológica desconfianza de Herodes, incluyendo su propia esposa Mariamne. Así­ halló su fin esta ilustre familia, que habí­a rendido señalados servicios a la causa judí­a, y que se perdió principalmente por sus discordias.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

[012]
Nombre común atribuido a los hijos de Matatí­as, piadoso levita de Modí­n, que se rebeló contra las persecuciones religiosas de Antí­oco IV (174-165. Sus hijos le sucedieron en la revuelta y a Judas, que heredó el mando, se le llamó popularmente «el martillo» (de los enemigos), que en hebreo «makabeo», pasó a ser el apelativo de los cinco hermanos que le fueron sucediendo en el mando: Juan, Eleazar, Jonatán, que gobernó entre 161 y 142 y Simón, entre 142 y 135. Representaron el partido de los nacionalistas judí­os, opuestos a la helenización de los imperios que sucedieron a Alejandro Magno y tuvieron que luchar y aplastar el partido de los judí­os helenistas que también fueron numerosos en el reino.

Los Macabeos fueron al mismo tiempos sumos sacerdotes, al ser levitas, aunque no eran de la familia de Aarón. Eso les creó problemas con los fariseos y otros grupos, pero se mantuvieron en el poder y, al morir asesinado Simón, sucedió su hijo Alejandro Janeo en el doble trono, religioso y militar, formando la dinastí­a de los hasmoneos o asmoneos. Un siglo después, el 27 a C. desaparecerí­a, al ser nombrado rey por Roma el idumeo Herodes.

En la mente del pueblo quedó el recuerdo de esta familia como la de los liberadores de los judí­os, ya que sin ellos hubieran sido helenizados por completo y habrí­an perdido su identidad, como aconteció a la mayor parte de los pueblos sometidos.

Ese recuerdo y veneración quedó recogido en dos libros, llamados de los Macabeos que relatan hechos similares, proceden de autores diferentes y pasaron a engrosar los textos sagrados, a pesar de que muchos judí­os no los asumieron como religiosos. En la Biblia hebrea no se recogen y en la cristiana, por influencia de los LXX, fueron aceptados tales.

El primero alude a hechos acaecidos entre el 175 y el 135 y es más militar y testimonial. El segundo, más laudatorio y sugestivo, más religioso, abarca desde 165 al 161.

El estudio y la presentación de ambos libros de los Macabeos conduce a entender ya los tiempos de Jesús, ya que Palestina y, en concreto, Judá se configuraron en este tiempo al estilo helení­stico, cuya última fase fue la llegada de los romanos y la formación del Reino de Herodes, en cuyo contexto histórico y polí­tico vivió Jesús.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

(-> helenismo, Daniel, guerra, apocalí­ptica). Familia de sacerdotes que dirigió la rebelión judí­a contra el dominio helenista, consiguiendo instaurar un reino independiente en Palestina. La historia de su vida y conflictos está recogida en dos libros deuterocanónicos, incluidos en la Biblia de los LXX (1 y 2 Mac) y en otros dos apócrifos (3 y 4 Mac). Como sabe Flavio Josefo*, la historia de los macabeos define todo el judaismo posterior, hasta el tiempo de Jesús y el nacimiento de la federación* de sinagogas.

(1) Raí­ces y sentido del conflicto. La relación entre judaismo y helenismo ha marcado la vida israelita a lo largo de los tres últimos siglos antes del nacimiento de Jesús, pero el conflicto central se produjo en tomo al año 170 a.C., cuando algunos judí­os quisieron cambiar el orden social y religioso de Jerusalén. Fueron judí­os contrarios a la Ley (paranomoi) que, para abrirse a los pueblos vecinos y vivir en comunión con ellos, pidieron al monarca sirio que les permitiera comportarse al modo griego (1 Mac 1,11-14). El rey acogió la propuesta y, queriendo resolver disensiones intestinas y promover su polí­tica de integración nacional, decidió que todos los súbditos se unieran, formando una nación (un laos de tipo griego). Eso supone que Jerusalén debí­a convertirse en ciudad helenista, abriendo su templo a un culto universal, vinculado a Zeus, entendido como expresión de lo divino (cf. 1 Mac 1,41-64). Surgió así­ el conflicto entre una especie de ilustración niveladora de tipo sincretista (que todos los pueblos asuman la base cultural del helenismo) y el nacionalismo exclusivista de muchos judí­os que prefieren mantener su diferencia social, legal y religiosa, rechazando así­ la imposición del sincretismo. Como sabe 2 Mac, el conflicto tiene raí­ces económicas, sociales y familiares dentro del mismo judaismo y, en especial, entre las clases sacerdotales. Las disensiones empezaron entre Oní­as, Sumo Sacerdote, y Simón, administrador del templo, por cuestiones económicas (2 Mac 3). Hacia el 175 a.C., Jasón, hermano de Oní­as, le suplantó en el cargo de Sumo Sacerdote (ofreciendo más dinero al rey) y promovió el proceso de simbiosis entre el culto de Yahvé y un tipo de cultura religiosa griega. Muchos judí­os renunciaron a los signos de su propia identidad: circuncisión, culto del templo (2 Mac 4,1-22). El 172 a.C., Menelao, hermano de Simón y miembro de una familia sacerdotal no sadoquita, compró por más oro el sacerdocio, que antes habí­a comprado Jasón (2 Mac 4,23-26). De esa forma crecieron las disputas entre los diversos clanes clericales de Jerusalén y entre partidarios y enemigos del helenismo, de manera que la situación desembocó en una especie de guerra civil (cf. 2 Mac 4,27-5,10). El rey Antí­oco, envuelto en grandes dificultades económicas, en guerra contra Egipto, amenazado por los emisarios de Roma, que intentaban ya dominar todo el oriente, sintió tentación (¿necesidad?) de intervenir directamente. Por una parte necesitaba dinero. Por otra parte buscaba la paz (seguridad) en Palestina y no podí­a tolerar que siguiera habiendo guerra en una zona tan significativa (aunque pequeña y quizá pobre) de su territorio. Como suele suceder en estos casos, apoyó al grupo que a sus ojos defendí­a mejor los valores de unidad y orden: favoreció a los partidarios de la helenización. Más tarde, la propaganda radical judí­a hará del rey una figura satánica, una encarnación de la última Bestia de Dn 7. Todo nos permite suponer que no era tan perverso, pero le tocó vivir en un momento crucial y, desde el centro del conflicto, insistió en la helenización de los judí­os, para hacerlos así­ ciudadanos de un mundo unificado, como a los restantes pueblos; pero ignoraba la capacidad de violencia y creatividad religiosa de los judí­os.

(2) Judas Macabeo. Algunos judí­os, apoyados por el rey helenista de Siria, habí­an querido el estatuto jurí­dicoreligioso de Jerusalén, integrando el judaismo en la cultura cosmopolita del ambiente, identificando de algún modo al Yahvé de Jerusalén con el Zeus supremo del panteón griego. Pero los judí­os más estrictos se opusieron, decididos a conservar su propia identidad: la Ley nacional y la independencia religiosa, con la separación del templo de Jerusalén. La lucha, dirigida por los hermanos macabeos, ha sido recogida de dos formas distintas por los libros de ese nombre (1 y 2 Mac), que no han sido aceptados en el canon de la Biblia hebrea, aunque forman parte del Antiguo Testamento católico (y de la Biblia griega o los LXX). 1 Mac interpreta el levantamiento en clave polí­tico-religiosa: inspirados por Dios y en defensa de su Ley, los macabeos inician una guerra que desemboca en la independencia nacional del pueblo. En el transcurso de los años, lo que al principio (hasta la muerte de Judas Macabeo) parecí­a un conflicto más religioso (1 Mac 1-9) se convierte (cf. 1 Mac 10-16) en lucha dinástica, al servicio de los intereses polí­ticos y religiosos de los últimos macabeos (= asmoneos), que se hicieron ungir sumos sacerdotes (y reyes) con la oposición de una parte significativa del pueblo (grupos apocalí­pticos, esenios de Qumrán, etc.). Es normal que la tradición judí­a normativa no haya canonizado la acción de los últimos macabeos. Pero la figura del primero de sus grandes luchadores (Judas) ha sido y sigue siendo ejemplar para el judaismo: «Extendió la gloria de su pueblo, se revistió la coraza como un gigante, ciñó sus armas y trabó combates, protegiendo el ejército con la espada. En sus empresas era como un león, como un cachorro que ruge en pos de la presa. Fue buscando y persiguiendo a los sin Ley, y a los que perturbaban a su pueblo los entregó a las llamas. Los sin Ley se acobardaron por temor de él, los transgresores de la Ley se vieron confundidos, por su mano se llevó a buen término la liberación. Produjo amargura a muchos reyes, pero alegró con sus hechos a Jacob, su recuerdo será bendecido por siempre. Recorrió las ciudades de Judá y destruyó totalmente a los impí­os, apartando la ira de Israel; su fama llegó hasta los confines de la tierra, y congregó a los que se estaban perdiendo» (1 Mac 3,2-9). Judas Macabeo aparece en este canto como luchador al servicio de la fe, en la lí­nea de los celosos* de la Ley (Abrahán, José, Finés, Josué, Caleb, David, Elias, Ananí­as-Azarí­as-Misael y Daniel: cf. 1 Mac 2,52-60). Ciertamente, produjo amargura a muchos reyes paganos (1 Mac 3,7), pero su lucha de guerrero de la Ley se hallaba dirigida sobre todo contra los judí­os infieles o apóstatas. Más que la victoria externa (destrucción del reino sirio) le importaba la reforma interior del judaismo. Por eso, su guerra aparece al principio como acción religiosa, conforme a los principios de Dt (1 Mac 3,55-57; cf. Dt 20,5-8), y culmina en la purificación del templo y del culto de Jerusalén (1 Mac 4). Conseguido ese objetivo, la guerra tiende a convertirse en un conflicto intramundano con métodos y fines cada vez más polí­ticos, dentro de la complejidad de las relaciones nacionales e internacionales de aquel tiempo. Pero Judas, después de haber derrotado y matado a Nicanor, general de Siria (1 Mac 6,26-50), y de haber pactado con Roma (1 Mac 8), muere en el combate (1 Mac 9,1-22), siendo sustituido por sus hermanos, que mantuvieron su memoria y la pusieron al servicio de una lucha en la que buscaban el poder social y religioso, conforme a los métodos ambiguos y normales de su tiempo. 2 Mac 8-15 re interpreta la figura de Judas en clave escatológico-religiosa, separándole de sus hermanos triunfadores. Judas aparece así­ como un nuevo David, luchador al servicio de la gran batalla de Dios, desligado de sus hermanos codiciosos, que han asumido el reino polí­tico y se han hecho ungir sacerdotes, en gesto de ortodoxia sacral muy dudosa. Sólo él, Judas, queda y emerge en el libro como signo de la gran lucha de Dios, dentro de una narración simbólica donde la victoria militar se inscribe en un contexto de manifestación salvadora de Dios.

(3) Guerra santa. 1 Mac presenta el conflicto de los macabeos en términos más polí­ticos. Por el contrario, 2 Mac lo presenta en términos más religioso y visionarios. En ese contexto se inscribe la visión de Heliodoro, ministro del rey sirio, que viene a Jerusalén para llevar los tesoros del templo: «Pero cuando se encontraba ya allí­, con su escolta, junto al tesoro, el Soberano de los Espí­ritus y de toda Potestad se manifestó de manera tan prodigiosa que todos los que se habí­an atrevido a venir con él sufrieron el impacto del poder de Dios y se volvieron débiles y cobardes» (2 Mac 3,2426). Dios mismo combate contra sus enemigos, en batalla imaginaria de gran fuerza, apareciendo, como jinete terrible, sobre fuerte y terrible caballo, imponiendo su terror a los poderes adversarios (2 Mac 3,25-26). Se inicia así­ la historia de la gran batalla de Dios en la que vencen de manera especial los perdedores, es decir, los mártires (2 Mac 6-7). En esa lí­nea, 2 Mac no está escrito sólo (ni sobre todo) para incitar a los soldados al combate, sino para animar a los testigos de la Ley, que son los mártires. Esos testigos, como el anciano Eleazar, la madre con los siete verdaderos macabeos, son los verdaderos garantes de esta nueva victoria de Dios. Sólo en este contexto, como garantí­a del triunfo que brota de la entrega de la vida, en gesto de fidelidad a la Ley y de esperanza en la resurrección, se cuenta la historia de Judas Macabeo, que vence a todos los poderes adversarios y consigue la Purificación del templo de Jerusalén (2 Mac 8-10). Tras la nueva Dedicación del Templo, el texto sigue contando algunos episodios de esa lucha, para centrarla al final en la batalla entre Nicanor y Judas. Nicanor representa a las fuerzas del mal (como Goliat frente a David, como Holofernes frente a Judit): es el arrogante que se atreve a desafiar al mismo Dios, presentándose como soberano de la tierra, despreciando el mismo sábado sagrado (2 Mac 15,1-5). Judas recibe simbólicamente la Espada* de Dios (cf. 2 Mac 15,16) y con ella vence a Nicanor, de manera que viene a presentarse como soldado escatológico de Dios, lo mismo que Judit*, que es Judas en femenino.

Cf. F. M. ABEL, Les Livres des Maccabe’es, EB, Gabalda, Parí­s 1949; J. M. ASURMENDI (ed.), Historia, narrativa, apocalí­ptica, Verbo Divino, Estella 2000; E. BICKERMAN, The God of the Maccabees, SJLA 32, Leiden 1979; J. GOLDSTEIN, I Maccabees, AB 41, Doubleday, Nueva York 1976, 1-160; M. HENGEL, Jndaism and Hellenism I, SCM, Londres 1974, 107-254; H. KOSTER, Introducción al Nuevo Testamento, Sí­gueme, Salamanca 1988, 263-346; E. NODET, Essai sur les Origines dn Judaí­sme, Cerf, Parí­s 1992, 165-211; E. SCHÜRER, Historia del pueblo judí­o en tiempos de Jesils I, Cristiandad, Madrid 1985, 171-322; A. MOMIGLIANO, La sabidurí­a de los bárbaros. Los lí­mites de la helenización, FCE, México 1988.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

Es un término de significado incierto: algunos lo hacen derivar del neoaramaico maqqOba (martillo), en referencia a la demolición de los enemigos o a una malformación de la cabeza; otros, de la raí­z hebrea mqb (nombrar) con el significado de nombrado, elegido (por Yahveh). Otras derivaciones más sofisticadas son menos creí­bles.

«Macabeo» (griego, makkabaios) es propiamente el sobrenombre del tercer hijo de Matatí­as de Modí­n (cf. 1 Mac 2, 4), que pasó luego a indicar a la familia de los asmoneos y, posteriormente, los libros que tratan de la lucha de liberación de los judí­os de Palestina de manos de Siria, que ocupaba por entonces la región, lucha que llevaron adelante hasta el éxito final precisamente los asmoneos, particularmente Judas.

Los dos libros (1 Macabeos y 2 Macabeos) no son continuación uno del otro sino que cuentan en parte los mismos sucesos, aunque recogidos desde diversos ángulos y con una finalidad distinta. El primero comienza prácticamente por la sublevación (167 a.C.) contra las pretensiones de Antí­oco 1V Epí­fanes de «deshebraizar» a los judí­os para amalgamarlos mejor con el resto de su Imperio, y termina con el asesinato de Simón, – realizador de la independencia, el año 134 a.C. El segundo libro empieza el verdadero relato con el sacrilegio de Heliodoro bajo Seleuco 1V, hermano y predecesor de Antí­oco, y termina con la derrota del :. . Nicanor, el año 160 a.C., general sIrIo poco antes de que muriera Judas en la batalla. 1 Macabeos, escrito originalmente en hebreo o en arameo, pero que ha llegado a nosotros en su versión griega, es de carácter encomiástico respecto a la familia asmonea, pero procede con seriedad histórica y buena documentación, llevando a cabO un relato a la altura de la tradición historiográfica de Israel. 2 Macabeos, escrito directamente en griego, se resiente del estilo patético, aficionado a la exuberancia narrativa y a una estrecha interacción entre el – mundo celestial y el mundo terreno. Desconocemos quiénes son los autores de los dos libros, pero del primero sabemos que resumió la obra en 5 volúmenes de Jasón de Cirene. La fecha de redacción suele ponerse para 1 Mac en torno al año 130 a.C.; para 2 Mac, alrededor del 120 a.C.

Los dos libros desean mostrar cómo el Dios de la alianza sigue guiando la historia de Israel y lo salva de los peligros que acechan a su identidad religiosa. El primero tiene los ojos vueltos a los instrumentos humanos, los asmoneos, presentados en la lí­nea de los «salvadores» del pasado, y se muestra preocupado por la independencia, incluso polí­tica, como espacio para una realización más segura de su propia vocación. Al segundo le preocupa ante todo la santidad del templo, centro de la vida religiosa de Israel, y parece aliviado cuando se obtiene sus purificación y cuando Dios defiende su santidad contra los impí­os. Los dos libros son «Palabra de Dios» para el creyente católico, va que están recogidos en el canon propuesto por el concilio de Trento (cf. DS 1502), a pesar de que algunas Iglesias particulares y algún Padre de la Iglesia (por ejemplo, san Jerónimo) en los siglos III-Y lo incluyeron en el número de los » deuterocanónicos». Por el contrario, los judí­os y los protestantes no los consideran inspirados, lo cual constituye una dificultad para obtener algunas verdades (sobre el purgatorio, el sufragio por los difuntos, la intercesión de los santos) que se contienen en estos libros, especialmente en 2 Mac (cf. 12,28-45; 15,1 lss).

E. Vallauri

Bibl.: Ch. Saulnier, La crisis macabea, Verbo Divino, E5tella 31990; M. Schoenberg, Macabeos, Mensajero/Sal Terrae, Bilbao/Santander 1970; M. Igle5ia5-González – L. Alonso Schokel. Macabeos, Cristiandad. Madrid 1976: E. Schurer, Historia del pueblo judí­o en tiempos de Jesús, 2 vols., Cristiandad, Madrid 1985.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

Makkabaios era la forma gr. del apellido del héroe judío Judas ben Matatías (1 Mac. 2.4): su aplicación se extendió a su familia y a su partido. La derivación es bastante oscura: “el martillador” o “el extirpador” son quizás las interpretaciones modernas más comunes. Según Josefo el nombre de la familia parece haber sido Asmón, de donde proviene el título de “asmoneos” que refleja la literatura rabínica.

I. La revuelta macabea

Palestina fue, invariablemente, teatro de las luchas políticas de los seléucidas y los tolomeos, herederos del imperio de Alejandro Magno. Uno de los resultados fue la aparición de un partido prosirio y otro proegipcio en Judea, y la tensión entre ambos estaba muy relacionada con la política interna judía y los celos entre familias, como también con un movimiento entre los judíos “liberales” que buscaba adoptar las costumbres y las normas que regían en el mundo griego. El conflicto resultante provocó la decisiva intervención de Siria. El rey seléucida Antíoco IV (Epífanes), que era loco, malo, y peligroso, vendió el sumo sacerdocio al mejor postor, a un tal Menelao, individuo al que no le correspondía en absoluto, y cuando, en 168 a.C., este fue expulsado, Antíoco envió a su ayudante a saquear Jerusalén y matar a sus habitantes.

Poco después Antíoco inició una persecución religiosa como no la hubo antes. Se prohibió, bajo pena de muerte, la observancia del día de reposo y la práctica de la circuncisión; se establecieron sacrificios paganos y también la prostitución en el templo; los judíos amantes de la ley fueron objeto de toda clase de degradaciones y brutalidad (cf. Dn. 11.31–33). Indudablemente muchos sucumbieron, pero otros muchos resistieron heroicamente (1 Mac. 1.60ss; 2.29ss; 2 Mac. 6.18ss), y Antíoco no debe de haber estimado el sobrio poder de recuperación de los asideos (u hombres del pacto), “entregados de corazón a la ley” (1 Mac. 2.42). Acciones más drásticas se produjeron en Modein, a unos 30 km de Jerusalén, donde el anciano Matatías mató con ira a un judío que había acudido a sacrificar en el altar real, y al oficial sirio que había acudido a supervisar, y luego invitó a todo el que fuera celoso por la ley a seguir tras él y sus cinco hijos Juan, Simón, Judas, Eleazar, y Jonatán, a las montañas. La revuelta macabea había comenzado.

II. Judas Macabeo

Las montañas de Judea se prestaban para la guerra de guerrillas. A Matatías y sus hijos se unieron muchos asideos, y al principio se contentaron con atemorizar a los apóstatas, destruir altares, y hacer cumplir la ley. Matatías murió, y su tercer hijo, Judas, demostró tener condiciones de líder del tipo y la envergadura de Gedeón. Quizás jamás ejército alguno tuvo una moral más elevada que la fuerza con la que ganó sus brillantes victorias contra fuerzas sirias numéricamente superiores. Antíoco estaba ocupado con guerras mayores contra los partos, y su regente Lisias no tuvo más remedio que firmar la paz con Judas y anular los abominables decretos en 165 a.C. En medio de gran regocijo Judas marchó a Jerusalén, el templo fue solemnemente purificado, y se restauró el culto de Dios (1 Mac. 4), hecho que conmemora la festividad de Janucá o de la dedicación (Jn. 10.22).

Los éxitos macabeos condujeron a una furiosa persecución contra las minorías judías en las ciudades con población mixta. Judas, al grito de “combatid hoy por vuestros hermanos” (1 Mac. 5.32), junto con su hermano Jonatán, llevó a cabo exitosas expediciones punitivas en Transjordania, mientras Simón hacía lo propio en Galilea. A la muerte de Antíoco Epífanes en 164/3 a.C. Judas trató de apoderarse del Akra, la fortaleza siria en Jerusalén, símbolo de la soberanía seléucida, pero fue acorralado, y estuvo al borde del desastre cuando problemas políticos en Siria provocaron una distracción, y los sirios se conformaron con firmar un tratado que virtualmente aseguraba el statu quo.

Finalmente Demetrio I (Soter) hizo efectiva su pretensión al trono, y nombró un sumo sacerdote prosirio, Alcimo. Muchos asideos estaban dispuestos a apoyarlo desde el momento en que era aaronita, pero sus escandalosas acciones le hicieron el juego a Judas. Este se vengó de los desertores, y fue necesario llamar una gran fuerza siria. Los sirios fueron derrotados en Adasa, pero, después de un intervalo, dispensaron al ejército judío en Elasa, donde Judas fue muerto en combate en 161 a.C.

III. Jonatán

Jonatán, el menor de los hermanos, dirigía ahora el partido macabeo. Durante mucho tiempo se vio reducido a acciones de guerrilla en las montañas, pero las luchas facciosas habían llegado a ser endémicas en el imperio seléucida, y poco a poco los sirios dejaron de ocuparse de él. Al cabo de un tiempo se convirtió en el gobernante efectivo de Judea, y aspirantes rivales al trono seléucida compitieron por lograr su apoyo. Uno de ellos, Alejandro Balas, lo nombró sumo sacerdote en 153 a.C., y gobernador civil y militar en el 150. Jonatán continuó explotando la debilidad de los Seléucidas, hasta que fue muerto a traición en 143 a.C. por uno que pretendía ser su aliado.

IV. Simón

El último sobreviviente de los hijos de Matatías, Simón, se mostró resuelto como sus hermanos. Logró un éxito diplomático difícil con Demetrio II por el que esté último virtualmente renunciaba al dominio de Judea, de modo que “quedó Israel libre del yugo de los gentiles” (1 Mac. 13.41). Los sirios fueron expulsados del Akra, Judea aumentó su territorio a expensas de sus vecinos en varios lugares, y comenzó un período de relativa paz y prosperidad, con Simón como sumo sacerdore y gebernante indisputado.

V. Los asmoneos posteriores

Simón murió a manos de su yerno en 135 a.C. Su hijo Juan Hircano fue obligado a someterse temporariamente al imperio seléucida, que se hallaba en vías de desintegración, pero a su muerte en 104 a.C. el reino judío había alcanzado su máxima extensión desde la época de Salomón. Su hijo Aristóbulo (104–103 a.C.) reclamó formalmente el título de rey, y con él empieza la lamentable historia de asesinatos, intrigas, y celos familiares que hicieron del estado judío fácil presa del creciente poder de Roma. Antígono, el último de los reyes asmoneos sumosacerdotales, fue ejecutado en 37 a.C., y el prorromano *Herodes el Grande inauguró una nueva era. Varios de los miembros posteriores de la casa de Herodes tuvieron sangre asmonea por el lado materno.

VI. La significación de los Macabeos

Según Dn. 11.34, la revuelta macabea había de ser sólo un “pequeño socorro” para el pueblo de Dios, porque Daniel describe los acontecimientos en el gran cuadro de los misericordiosos propósitos últimos de Dios. Muchos asideos, que esperaban que Dios lograra esto, probablemente llegaron a pensar que la acción militar había alcanzado su cometido cuando se abrogó la proscripción del judaísmo y se purificó el templo en 165 a.C. Por lo menos, después de esa fecha hay signos cada vez más evidentes de que los asideos y los macabeos se estaban separando. La asunción de Jonatán al sumo sacerdocío, y luego de Simón y su familia, todos los cuales eran de rama sacerdotal pero no aarónica, debe haber desagradado a los asideos, y los sucesores posteriores de estos, los fariseos, se mantuvieron completamente apartados de los mundanales y tiránicos reyes sumosacerdotales asmoneos, que alcanzaron un grotesco punto culminante con el alcohólico y desvariado Alejandro Janeo (103–76 a.C).

Pero sería erróneo dividir los objetivos de los Macabeos en el logro de libertad religiosa en primer lugar, y luego de libertad política. Judas y sus hermanos luchaban por Israel, y deseaban, en el nombre del Dios de Israel, quitar el “yugo de los gentiles”. El fácil y natural mecanismo por medio del cual el sumo sacerdocio hereditario, que comprendía un incuestionable liderazgo civil, absorbió para sí la monarquía revivida, es elocuente. Juan Hircano y los reyes asmoneos en sus campañas tenían claramente presente el ideal de la monarquía davídica, y hay constancias de que judaizaron a la fuerza algunos territorios conquistados.

En algunos sentidos los Macabeos determinaron el modelo del nacionalismo judío y el pensamiento mesiánico para el período neotestamentario. Judas y sus sucesores mantuvieron en forma invariable relaciones amistosas con los romanos, pero en esa época todavía no estaba Roma preparada para controlar Palestina. En la época del NT los judíos se encontraban una vez más firmemente bajo el “yugo de los gentiles”, esta vez el de Roma. Pero quedaba el recuerdo de cómo Israel había desafiado una vez, en el nombre de Dios, a otro imperio pagano, había combatido sola contra él, y lo había vencido; y también de la manera en que sus fronteras se habían aproximado a las de su gloria davídica. “El ministerio de Jesús se inicia … cuando los judíos de Palestina todavía recuerdan los triunfos macabeos, y no conocen todavía los horrores del sitio bajo Tito” (T. W. Manson, The Servant-Messiah, 1953, pp. 4).

W. R. Farmer ha hecho notar la preponderancia de nombres macabeos entre los agitadores antirromanos de los días del NT, y ha relacionado al partido *zelote con los ideales macabeos, y la reacción de la multitud ante la entrada triunfal de nuestro Señor, con la deliberada recordación de los triunfos de Judas y Simón.

Casi ha desaparecido la costumbre, que una vez estuvo de moda, de fechar muchos de los Salmos en el período macabeo. Para otros asuntos literarios, véase * Apócrifos; * Daniel; * Seudoepigráficos; * Zacarías.

Bibliografía. °E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, 1985, t(t). I; °F. Josefo, Antigüedades de los judíos (en sus obras completas), 1961, t(t). 2–3, libros XII-XIV; J. Bright, Historia de Israel, 1970, pp. 443–454; W. F. Albright, De la edad de piedra al cristianismo, 1959; H. Cazelles, Historia política de Israel, 1984; id., Introducción crítica al Antiguo Testamento, 1981.

1 y 2 Macabeos (* Apócrifos ); Josefo, Ant. 12–14; E. Schürer, HJP, 1, 1973, pp. 146–286; R. H. Pfeiffer, History of New Testament Times, 1949; E. Bickerman, The Macabees, 1947; W. R. Farmer, Macabees, Zealots and Josephus, 1956 (cf, JTS s.n. 3, 1952, pp. 62ss).

A.F.W.

Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico