LITURGIA DE LAS HORAS

Oración de la Iglesia

La oración comunitaria de la Iglesia se actualiza en la celebración litúrgica, especialmente en la Eucaristí­a, en los sacramentos y en la «Liturgia de las Horas» (oficio divino). Es la oración propia de la Iglesia en cuanto tal, como prolongación de la oración de Cristo en el tiempo y en el espacio cultural y social. «Cristo asocia siempre consigo a su amadí­sima esposa, la Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno» (SC 7).

Se llama «Liturgia de las Horas» porque es la oración que, en nombre de Cristo y de su Iglesia, santifica los diversos momentos del tiempo y de la actividad humana «Por una tradición antigua, el Oficio divino está estruc¬turado de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del dí­a y de la noche» (SC 84). Los laudes (oración de la mañana) y las ví­speras (oración de la tarde) son los momentos clave, que se completan con el oficio de lecturas, la hora menor (o de entre dí­a) y las completas antes del descanso nocturno.

La oración de Cristo en la Iglesia

En la Liturgia de las Horas, como en toda oración litúrgica, se actualiza la oración sacerdotal de Cristo, quien «al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a Sí­ la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza» (SC 83). Esta realidad orante de Jesús, «que vive siempre para interceder por nosotros» (Heb 7,25), es parte de su función sacerdotal de único Mediador, «se prolonga a través de su Iglesia, que, sin cesar, alaba al Señor e intercede por la salva¬ción de todo el mundo no sólo celebrando la Eucaristí­a, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino» (SC 83).

Para todo apóstol, personal y comunitariamente, esta oración es ministerio porque prolonga la oración de Cristo, análogamente a como se prolonga su palabra, su sacrificio, su acción salví­fica y pastoral, según la propia vocación. Por esto los ministros ordenados y las personas consagradas ejercen este ministerio en nombre de la Iglesia. Y «todos aquellos que han sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable cántico de alabanza, o cuando los fieles oran junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre» (SC 84).

Fuente de santificación y de misión

La Liturgia de las Horas, además de ministerio y oración de la misma Iglesia, es también «fuente de piedad y alimento de la oración personal», especialmente cuando se ora con atención y cuando se ha adquirido «una instrucción litúrgica y bí­blica más rica, principalmente acerca de los salmos» (SC 90). Este servicio de oración eclesial se armoniza con los tiempos litúrgicos y queda enriquecido por el rezo de los salmos, oraciones peculiares, lecturas bí­blicas y patrí­sticas. Es una escuela de oración litúrgica personal y comunitaria. Por medio de este servicio, que es escuela de oración y caridad, el apóstol puede ayudar a personas y comunidades a realizar el camino de la oración cristiana comprometida.

Al ser «en nombre de la madre Iglesia» (SC 85), la Liturgia de las Horas adquiere una fecundidad apostólica sacramental, como signo eficaz de la presencia activa y orante de Cristo en el mundo. Forma parte integrante de la evangelización. «Por esta razón los Apóstoles, al constituir diáconos, dijeron «Así­ nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministe¬rio de la palabra» (Hech 6,4)» (SC 86). Los apóstoles encontrarán tiempo para ejercer este ministerio, si están «convencidos de que deben observar la amonesta¬ción de San Pablo «Orad sin interrupción» (1 Tes 5,17); pues sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a la obra en que trabajan, según dijo «Sin Mí­, no podéis hacer nada» (Jn 15,5)» (SC 86).

Referencias Liturgia, oración, salmos.

Lectura de documentos SC 83-101; CEC 1174-1178; CIC 1173-1175.

Bibliografí­a AA.VV., La celebración de la Iglesia (Salamanca, Sí­gueme, 1990) 283-524; B. BAROFFIO, Liturgia de las Horas, en Diccionario Teológico Interdisciplinar (Salamanca, Sí­gueme, 1982) 345-365; CPL, La alabanza de las Horas, espiritualidad y pastoral (Barcelona 1991); J. DELICADO, El breviario recuperado (Madrid 1973); J.Mª IRABURU, La oración pública de la Iglesia (Madrid, PPC, 1967); J. LOPEZ MARTIN, La oración de las Horas (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1984); A.G. MARTIMORT, La oración de las Horas, en La Iglesia en oración (Barcelona, Herder, 1987) 1047-1173; F. RAFFA, Liturgia de las horas, en Nuevo Diccionario de Liturgia (Madrid, Paulinas, 1987) 1164-1191; H.M. RAGGER, La nueva liturgia de las horas (Bilbao 1972).

(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)

Fuente: Diccionario de Evangelización

SUMARIO: 1. Organización de la Liturgia de las Horas. – 2. El fin de la vida humana: «alabar y bendecir a Dios» – 3. La Liturgia de las Horas consagra el tiempo» – 4. La estructura interna de la Liturgia de las Horas. – 5. Cristologización de los salmos. – 6. Orientaciones pastorales.

«Que la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabidurí­a; corregí­os mutuamente, cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados» (Ef 5,19-20). Jesucristo confió a su Iglesia la misión de evangelizar, bautizar y orar en todo tiempo y lugar; y la Iglesia desde sus orí­genes dedica cotidianamente tiempo a la oración. La celebración diaria de la Eucaristí­a y la «Liturgia de las Horas» son los momentos oracionales públicos y litúrgicos más importantes. La Liturgia de las Horas es la oración de la Iglesia, Cuerpo de Cristo; la comunidad eclesial ora con Cristo y por Cristo. En este sentido se nos invita a la celebración comunitaria de la Liturgia de las Horas, aunque la oración individual también tiene pleno sentido para los cristianos que no pueden celebrar comunitariamente la Liturgia de las Horas.

1. «La organización general de la liturgia de las horas»
Es el documento que presenta y desvela el sentido profundo de esta oración eclesial. La fundamentación teológica de la Liturgia de las Horas es la siguiente:

– Jesús de Nazaret oró constantemente al Padre en su vida. La segunda persona de la Santí­sima Trinidad se encarna para culminar el proyecto salvador del Padre. Sus palabras y actitud al entrar en el mundo fueron: «He aquí­ que vengo para hacer tu voluntad» (Hebr. 10,9); la culminación de su disponibilidad fue el dar la vida por toda la humanidad. Ahora, resucitado y glorificado junto al Padre, sigue orando por nosotros y para nuestra salvación (OGLH 3-4).

– Cabeza y cuerpo unidos en la oración. La Iglesia, Cuerpo de Cristo, continúa la misión salvadora de Cristo; el Espí­ritu Santo mantiene la unidad del Cuerpo con la Cabeza. La Iglesia ora al Padre por Cristo en el Espí­ritu Santo de una manera ininterrumpida (OGLH 5-9). «No pudo Dios hacer a los hombres un don mayor que el de darle por cabeza a su Verbo, por quién ha fundado todas las cosas, uniéndolas a él como miembros suyos, de forma que El es Hijo de Dios e Hijo del Hombre al mismo tiempo, Dios uno con el Padre y hombre con el hombre, y así­ cuando nos dirigimos a Dios con súplicas no establecemos separación con el Hijo, y cuando es el cuerpo del Hijo quién ora no se separa de su cabeza, y el mismo salvador del cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios, es el que ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, es invocado por nosotros como Dios nuestro. Reconozcamos, pues, en él nuestras propias voces y reconozcamos su voz en nosotros» (S. AGUSTíN, Enarrat in psalm. 85,1; CCL 39, 1176).

– La relación entre la Eucaristí­a y la Liturgia de las Horas. El Concilio Vaticano II dice que la liturgia es «la fuente y cumbre» (SC 10) de la acción pastoral, pues de ella todo parte y a ella todo se encamina. «La Liturgia de las Horas extiende a los distintos momentos del dí­a la alabanza y la acción de gracias, así­ como el recuerdo de los misterios de salvación, las súplicas y el gesto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarí­stico, «centro y culmen» de toda la vida de la comunidad cristiana (OGLH 12; Cfr SC 5). También la Liturgia de las Horas prepara a la celebración de la Eucaristí­a; una y otra anticipan «el dí­a sin ocaso» en que la humanidad entera reconciliada en un solo pueblo canten al Dios Uno y Trino. (cfr. S.C. 8. 104; LG 50). Las plegarias eucarí­sticas terminan proclamando el sentido peregrino de la Iglesia y preguntando el momento en que reunida como la familia de los hijos de Dios «con Marí­a, la Virgen Madre de Dios, con los apóstoles y los santos, junto con toda la creación libre ya de pecado y de muerte, te glorifiquemos por Cristo, Señor Nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes». (Plegaria eucarí­stica IV). Desde esta consideración la liturgia es manantial de la vida de la Iglesia, pues de ella todo a parte y a ella toda la acción pastoral se encamina (SC 10).

– La Liturgia de las Horas como expresión de la caridad evangélica. La Iglesia como samaritana de la humanidad asume los gritos, las esperanzas, y las alegrí­as de sus contemporáneos (LG 1) y los lleva a la oración litúrgica. Los sufrimientos de tantos hermanos pobres, explotados y excluidos son voz de Cristo sufriente que implora por nosotros ante el Padre. Desde nuestras problemas vitales oramos con la Palabra que de Dios recibimos, en ella nos reconocemos y somos escuchados por nuestro Padre. La oración pública de la Iglesia es «la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún es la oración de Cristo, con su cuerpo, al Padre» (SC 84). En la Liturgia de las Horas Cristo ejerce la función sacerdotal al realizar la redención humana y buscar así­ el cumplimiento de la voluntad de Dios.

2. El fin de la vida humana: «alabar y bendecir a Dios»
«Pues aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, Tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias para que nos sirva de salvación, por Cristo Señor Nuestro». (Prefacio Común IV). Con estas palabras queremos decir que todo parte de la iniciativa de Dios que nos amó primero y hasta el extremo de dar la vida por nosotros; quien siente personalmente el amor del Padre, la entrega de Cristo y la presencia del Espí­ritu Santo responde con la oración de bendición y de alabanza como expresión de que acoge y adora este misterio de amor y de misericordia. El fin del hombre es alabar y bendecir a Dios Padre por todo lo que ha hecho por nosotros; la obra de la redención nos lleva a bendecir a Dios por El mismo. Por Jesucristo, muerto y resucitado, y por la acción del Espí­ritu Santo sentimos a Dios tan presente en nuestras vidas, que a todo lo humano lo vemos tan «entrañado» en el corazón del Padre que prorrumpimos en acción de gracias, uniendo a nuestras voces a la creación eterna.

En este sentido, la Liturgia de las Horas manifiesta la historia de la salvación y nos ayuda a explicitar lo más profundo de nuestra condición humana: amar, servir y bendecir a nuestro creador y redentor. El misterio de Cristo, que la Iglesia proclama y celebra, clarifica el sentido de todo lo creado al situarlo en el proyecto salvador de Dios y encaminarlo a la plenitud escatológica. Cristo como Cabeza de la Nueva Humanidad va delante de nosotros, está a la diestra del Padre y nos sostiene y alienta en nuestro caminar. «Pues de tal manera El une así­ a toda la comunidad humana, que establece una unión intima entre su propia oración y la oración de la familia humana» (OGLH 6).

La alabanza a Dios de la Liturgia de las Horas se hace en unión con la Iglesia celestial que canta ante el trono de Dios y del Cordero como se narra frecuentemente en el Apocalipsis; esto nos ayuda a profundizar en el fin de la vida humana: el triunfo del amor de Dios en la manifestación plena y definitiva de que somos sus hijos y hermanos en Cristo.

3. La liturgia de las horas consagra el tiempo
Cristo resucitado por la acción del Espí­ritu Santo continua alentando el proyecto salvador del Padre que como primer paso nos invita a la conversión. Esto supone el cambio de corazones, de relaciones y de estructuras; nos sentimos hijos y hermanos, tenemos la mirada puesta en la vida eterna y pedimos luz y fuerza para hacer el camino del Reino, de la nueva «civilización del amor».

La Liturgia de las Horas se organiza de tal forma que consagra «todo el curso del dí­a y de la noche» (OGLH 10); es la prolongación durante el dí­a, entre Eucaristí­a y Eucaristí­a, de la doxologí­a final de las plegarias eucarí­sticas: «Por Cristo, con El y en El, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espí­ritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos». Lo que santifica el tiempo es el reconocimiento de la acción salvadora de Dios que libera a la humanidad; para ello creyente, personal y comunitariamente, debe esforzarse por abrir lo cotidiano al horizonte escatológico a través de los valores evangélicos, la disponibilidad y la entrega.

La Eucaristí­a diaria es el memorial de la entrega total y absoluta de Jesucristo para hacer la voluntad del Padre y salvar a los hermanos; hay que recibir la entrega de Jesús para amar y servir como El nos ha amado. La alabanza de la Liturgia de las Horas recoge la súplica por los hermanos, tal como lo expresó Cristo: «Padre, Yo por ello me consagro» (Jn. 17,19) (OGLH 17). Esta oración se hace en medio de las contradicciones y el pecado de la vida diaria, pero con la esperanza de que Dios está con nosotros, nos perdona y nos llama a caminar hacia una plenitud que no tendrá fin. El Reino ya está entre nosotros y ha recibido su impulso definitivo en la resurrección de Cristo y en la venida del Espí­ritu Santo; desde entonces, la voz de Cristo, la voz de la comunidad eclesial y la voz de los pobres están unidas para que la alabanza a Dios conlleve el cambio de corazones y las palabras e ideas concuerden más con la vida.

4. La estructura de la liturgia de las horas
4.1. Estructura externa. El inicio de la primera de las horas se hace con la invocación «Señor ábreme los labios y mi boca proclamara tu alabanza»; en las horas siguientes se empieza con la invocación «Dios mí­o, ven en mi auxilio, Señor date prisa en socorrerme». A lo largo de las cuatro semanas se distribuyen casi todos los salmos según el dí­a y el momento del dí­a. El salmo invitatorio de Laudes indica que Dios sale al encuentro del que lo busca con sincero corazón. Laudes y Ví­speras son las dos horas más importantes, y son como los goznes en los que gira el dí­a por la mañana y por la tarde. En los Laudes (mañana) la Iglesia alaba a Cristo Resucitado que da sentido al dí­a que comienza; el cántico del «Benedictus» nos recuerda la fidelidad de Dios que ha estado y estará visitando a su pueblo y suscitando una fuerza de salvación. En la oración de Ví­speras se da gracias a Dios por la Pascua de Cristo y sus efectos salvadores en el dí­a que termina; cántico del «Magnificat» proclama la grandeza de Dios porque en el dí­a que termina hemos visto su acción salvadora en favor de los pequeños y pobres. El oficio de Lectura puede hacerse en cualquier momento del dí­a, incluye dos lecturas a modo de lectura espiritual (sapiencial), los salmos son de alabanza y en las fiestas importantes y domingos que no sean de Cuaresma se reza o canta el Te Deum como expresión de acción de gracias. La Hora Intermedia se reza a mitad de la jornada; el himno proclama la acción del Espí­ritu, el trabajo humano que coopera con el creador y la tarea de construir el Reino, los salmos hacen referencia a las dificultades en el cumplimiento de la ley de Dios y piden ayuda a Dios que está presente y alentando nuestros esfuerzos. Completas es la última de las horas antes de entregarse al descanso nocturno; el himno y los salmos expresan la confianza del que se pone en manos de Dios; también incluye un examen de conciencia y de petición de perdón; el cántico del «Nunc dimitis» expresa la alegrí­a del que ha encontrado en Cristo el sentido de su vida. La oración conclusiva se refiere al reposo como recuperación de las fuerzas para continuar al dí­a siguiente viviendo con sentido pascual.

4.2. Estructura interna. Cada semana tiene dos partes: de lunes a jueves y de viernes a domingo. El cántico del Nuevo Testamento que aparece en Ví­speras después de los dos salmos es el que marca el significado del dí­a, y refleja la estructura interna de cada semana. Lo propio del cristiano es vivir con sentido pascual hasta la Pascua escatológica. Cada domingo se celebra la Resurrección de Jesucristo, y de lunes a jueves la Liturgia de las Horas desarrolla el plan de Dios en la historia de salvación. Los lunes el cántico de ví­speras proclama el proyecto de Dios revelado en Jesucristo (Ef. 1, 3.10); los martes el cántico se refiere a la Iglesia como el pueblo de los redimidos (Ap. 4,11; 5,9.10.12); el miércoles el cántico expresa que la Iglesia es para la edificación del Reino (Col. 1, 12-20) y el jueves el cántico alude a los creyentes que van pos las sendas del testimonio evangélico (Ap. 11, 17-18; 12, 10b-12a). La Liturgia de las Horas del viernes al domingo nos hace a revivir el Misterio Pascual; los viernes el Siervo Doliente nos ayuda a entrar en el diálogo entre el amor de Dios sin limites y el pecado del hombre (Ap. 15, 3-4); los sábados el cántico es la contemplación de la Kenosis (vaciamiento) y de la exaltación de Cristo y entronizado en la gloria del Padre (Flp. 2, 6-11), los domingos el cántico aleluyático proclama el triunfo definitivo de Cristo como Kyrios (Señor) de la historia (Ap. 19.1-7).

5. Cristologización de los salmos
Cristo es la plenitud de la revelación de Dios y del hombre; el camino de encuentro con el Padre, con uno mismo y con los hermanos pasa por Jesucristo «camino, verdad y vida». La Liturgia de las Horas es la oración del Cristo total, Cabeza y Cuerpo; en consecuencia, tenemos que rezar desde Cristo y con Cristo. La cristologización consiste en reconocer nuestra oración en la suya y que sus palabras al Padre sean también las nuestras.

Hay salmos que podemos dirigir a Cristo como Kyrios (Señor) de la vida y de la historia (Ps. 92-99); en unos salmos Cristo como Cabeza de la Iglesia y de la humanidad asume nuestros problemas y dificultades y ora al Padre por nosotros y en nuestro lugar (Ps. 4, 16, 19, 21, 24, 25, 26, 27, 29, 30); en otros y Cristo ora con nosotros (Ps. 2, 5, 7, 10, 12, 15, 43, 76, 107, 111, 118, 119, 120, 122, 126); en otros salmos nos dirigimos a Cristo como pastor, aliento, fuerza, refugio y protección en nuestra «travesí­a pascual» (Ps. 22, 33, 41, 44, 50, 61, 64, 79, 84, 89, 90, 91, 100).

En el diálogo oracional que es el rezo de los salmos en la Liturgia de las Horas deben estar muy presentes Jesucristo, la Iglesia, y el Reino para que nuestra oración no caiga en particularismos psicologizantes.

6. Orientaciones pastorales
– La Liturgia de las Horas es la oración de la Iglesia, no solo de los sacerdotes y religiosos/as. También los laicos/as están invitados a hacer la Liturgia de las Horas como algo propio. La lectura espiritual prepara a la oración de las horas, y ésta alimenta la oración personal. La obligación que tienen los sacerdotes y religiosos/as de celebrar diariamente la Liturgia de las Horas se debe al ministerio que tienen dentro de la comunidad cristiana; la «caridad pastoral» urge a los ministros ordenados y a las comunidades religiosas a orar por la Iglesia y por toda la humanidad.

– La Liturgia de las Horas por sus propias caracterí­sticas y por su intrí­nseca relación con la Eucaristí­a y el Año Litúrgico ayuda a introducirnos más plenamente en el ministerio de Cristo. La oración atenta y piadosa posibilita el que la mente y el corazón concuerden con los labios; para ello hay que orar con los sentimientos que contienen los salmos, desde la persona e historia de Jesús y teniendo presentes las situaciones por las que pasa la humanidad. La recitación de los salmos se hace en nombre de toda la Iglesia que se identifica con Jesucristo y con los «gozos y sufrimientos» del género humano.

– La Liturgia es fuente y culmen de la vida de la Iglesia; las tareas apostólicas se orientan a que los catecúmenos una vez hechos hijos de Dios y habiendo madurado en la fe hagan de su vida una alabanza a Dios, participen en la comunidad y celebren la Eucaristí­a como lo que da sentido a su existencia. De esta manera los creyentes expresan el misterio de Cristo, Dios y hombre y la naturaleza de la Iglesia, sacramento de salvación encarnada y peregrina, y entregada a la contemplación y al compromiso transformador.

– Los procesos catecumenales con adultos y con jóvenes deben ayudar a descubrir el sentido y el lugar de la Liturgia de las Horas en la vida del cristiano y de las comunidades. Un objetivo importante en la maduración de la fe está en que los laicos/as participen en la Liturgia de las Horas individual o comunitariamente, y el que esta se celebre en las comunidades parroquiales como oración de todo el pueblo de Dios, sacerdotes, religiosos/as y laicos/as.

– El modo de recitar los salmos se pueden hacer de forma variada y creativa: a dos coros en forma responsorial o seguida; las introducciones que se hagan deben ser breves y para ayudar a la comunidad que ora a penetrar el sentido de la hora correspondiente y el de los salmos que recita, así­ como el orar con las situaciones eclesiales y humanas del momento.

BIBL. -AA.W., Pastoral de la Liturgia de las Horas: Phase 130 (1982) 265-335; BELLAVISTA, f., ¿Una nueva perspectiva de la oración eclesial del oficio?: Phase 54 (1969) 557-567; BERNAL, J. M., El éxito de la Liturgia de las Horas: Phase 137 (1983) 403-410; DE PEDRO, A., Orar con la Iglesia, EDICEP, 1979; DIEz PRESA, M., Relación entre la Liturgia de las Horas y la Eucaristí­a: Vida religiosa 36 (1974); MARTíN, J. L., La santificación del tiempo, Instituto Internacional de Teologí­a a Distancia, Madrid 1984; RAGUER H. M., La nueva Liturgia de las Horas, Mensajero 1972.

Jesús Sastre

Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001

Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización

En la Liturgia de las Horas, Dios, que continuamente nos habla, escucha nuestra respuesta y nos sugiere incluso la palabra con la que tenemos que contestar. Toda la creación, que tiene su cabeza en Jesús crucificado y resucitado, y su cuerpo en todos aquellos que están relacionados con él de una manera vital, responde a su Creador cantando con la alabanza y la súplica, yo dirí­a que sobre la misma respiración del universo, es decir, sobre el fluir del tiempo y sobre el milagro perenne y siempre nuevo de la luz. Cada ser, de alguna forma, se une a esta plegaria cósmica que se eleva a Dios, sobre todo en los dos momentos claves del atardecer y del amanecer. La misma Palabra de Dios pone en nuestros labios el canto de respuesta, proponiéndonos el rezo de los Salmos, que son, como todas las páginas de la Biblia, inspiración divina, y a la vez verdadera y apasionada plegaria del hombre. Y así­ se cumple de un modo significativo lo que dice san Pablo: «Nosotros no sabemos orar como es debido, y es el mismo Espí­ritu el que intercede por nosotros con gemidos inefables». Por tanto, el Espí­ritu Santo, «que habló por los profetas» y es el autor principal de los Salmos, reza con nuestra voz y así­ asegura que nuestra súplica sea del agrado del Padre. El mismo Señor Jesús en su vida terrena oró con los Salmos, y sigue orando con nosotros. Con los Salmos oró la Virgen Marí­a, con los Salmos han orado todas las generaciones cristianas. Las dificultades que el hombre actual puede encontrar en la comprensión de los Salmos se superan fácilmente si recordamos y acogemos en fe las normas de su Interpretación, tal y como nos las enseñan los antiguos Padres, y en particular san Ambrosio y san Agustí­n. Todos los Salmos, en su sentido más profundo y pleno, hablan de Cristo (que sufre en su pasión, y es salvado y glorificado por el Padre en la resurrección), o de la Iglesia (que es peregrina en la tierra y se alegra en el Reino), o de los redimidos (atribulados y perseguidos, pero a la vez en serena espera del gozo eterno); o bien, en ellos habla Cristo, o la Iglesia, o el cristiano.

Carlo Marí­a Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997

Fuente: Diccionario Espiritual

Es la oración pública y común de todo el pueblo de Dios, que se llamaba también en el pasado Ocio divino o Breviario. Sus caracterí­sticas más importantes son las siguientes: tiene un trasfondo sálmico, es oración de alabanza, es oración en el tiempo y según las horas (de ahí­ procede su nombre).

Las Laudes, como oración de la mañana, y las Ví­speras, como oración de la tarde, son el doble quicio del oficio cotidiano, las dos horas principales. El Oficio de las lecturas (llamado anteriormente MaitineS) tiene un carácter original de oración de la noche o al menos de meditación (está compuesto de lecturas bí­blicas, patrí­sticas, hagiográficas). Las Horas menores representan tres momentos de oración dispersos a lo largo de la jornada (hora tercia, sexta y nona). Completas es la oración para concluir la jornada del cristiano.

Entre todos los elementos que estructuran la Liturgia de las Horas, los salmos se han considerado siempre como el elemento más expresivo de la oración cristiana: constituyen la voz de Cristo que ora al Padre, y en este sentido representan una cumbre de la oración que la Iglesia eleva a su Esposo.

R. Gerardi

Bibl.: Sagrada Congregación para el culto divino, ordenación general de la liturgia de las Hora’, en Liturgia de las Horas, 1, Coeditores litúrgicos, Barcelona 1979, 27-107. B, Baroffio, Liturgia de las horas, en DTI, íII, 345-365; H. M. Raguer, La nueva liturgia de las horas, Bilbao 1972.

PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995

Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico

(«Oficio Divino”).

Contenido

  • 1 La expresión “Oficio Divino”
  • 2 Forma primitiva del Oficio
  • 3 Desarrollo
  • 4 Bibliografía

La expresión “Oficio Divino”

Esta expresión significa etimológicamente un deber cumplido para Dios. En virtud de un precepto divino significa, en lenguaje eclesiástico, ciertas oraciones a ser recitadas en horas fijas del día o de la noche por los sacerdotes, religiosos o clérigos, y, en general, todos los obligados por su vocación a cumplir con este deber. El Oficio Divino comprende sólo la recitación de ciertas oraciones en el Breviario, y no incluye la Misa y otras ceremonias litúrgicas.

«Horas Canónicas», «Breviario», «Oficio diurno y nocturno», «Oficio eclesiástico», «Cursus ecclesiasticus”, o simplemente «cursus» son sinónimos de «Oficio Divino». «Cursus» es la forma utilizada por Gregorio cuando escribió: «exsurgente abbate cum monachis ad celebrandum cursum» (De glor. martyr., XV). También se usaban «Agenda», «agenda mortuorum», «agenda missarum», «solemnitas», «missa». Los griegos emplean «sinaxis» y «canon» en este sentido. La expresión «officium divinum» se utilizó en el mismo sentido por el Concilio de Aix-la-Chapelle (800), el IV de Letrán (1215) y el de Vienne (1311); pero también se utiliza para designar cualquier oficio de la Iglesia. Así Walafrido Estrabón, Pseudo-Alcuino, Rupert de Tuy titularon sus obras sobre ceremonias litúrgicas «De officiis divinis». Hittorp, en el siglo XVI, tituló su colección de obras litúrgicas medievales «De Catholicae Ecclesiae divinis officiis ac ministeriis» (Colonia, 1568). La utilización en Francia de la expresión «santo oficio» como sinónimo de «oficio divino» no es correcta. «Santo Oficio» designa una congregación romana, cuyas funciones son bien conocidas, y las palabras no deben usarse para sustituir el nombre “Oficio Divino”, que es más adecuado y ha sido usado desde tiempos remotos.

En los artículos Breviario, horas canónicas, maitines, prima, tercia, sexta, nona, vísperas, el lector encontrará tratadas las cuestiones especiales relativas al significado y la historia de cada una de las horas, la obligación de recitar estas oraciones, la historia de la formación del Breviario, etc. Nos ocupamos aquí sólo con las preguntas generales que no se han detallado en dichos artículos.

Forma primitiva del Oficio

La costumbre de recitar oraciones a ciertas horas del día o de la noche se remonta a los judíos, de quienes los crisitanos la tomaron prestada. En los Salmos encontramos expresiones como: «Voy a meditar sobre ti en la mañana»; «Me levanto a medianoche para darte gloria «; «Tarde y mañana y al mediodía hablaré y declararé, y él oirá mi voz»; «Siete veces al día te he glorificado», etc. (cf. «Jewish Encyclopedia”, X, 164-171, sv «Prayer»). Los Apóstoles observaban la costumbre judía de orar a medianoche, tercia, sexta, nona (Hch. 10,3.9; 16,25; etc.). La oración cristiana de aquella época consistía de casi los mismos elementos que la judía: recitación o cántico de los Salmos, lecturas del Antiguo Testamento, a las que pronto se añadieron las de los Evangelios, los Hechos y las Epístolas, y en ocasiones cánticos compuestos o improvisados por los presentes. «Gloria in Excelsis Deo» y el «Te decet laus» aparentemente son vestigios de estas inspiraciones primitivas.

En la actualidad los elementos que componen el Oficio Divino parecen más numerosos, pero se derivan, por los cambios graduales, de los elementos primitivos. Como se desprende de los textos de los Hechos citados arriba, los primeros cristianos conservaron la costumbre de ir al Templo a la hora de la oración. Pero tenían también sus reuniones o sinaxis en casas particulares para la celebración de la Eucaristía y de los sermones y exhortaciones. Pero la sinaxis eucarística pronto conllevó otras oraciones; la costumbre de ir al Templo desapareció; y los abusos del partido judaizante obligaron a los cristianos a separarse más claramente de los judíos y sus prácticas de culto. A partir de entonces la liturgia cristiana rara vez tomó prestado del judaísmo.

Desarrollo

El desarrollo del Oficio Divino fue probablemente de la siguiente manera: La celebración de la Eucaristía era precedida por la recitación de los Salmos y las lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento. Esta era llamada la Misa de los catecúmenos, que ha sido preservada casi en su forma original. Probablemente esta parte de la Misa fue la primera forma del Oficio Divino, y, al principio, las vigilias y la sinaxis eucarística eran una. Cuando el servicio eucarístico no se celebraba, la oración se limitaba a la recitación o cántico de los Salmos y las lecturas de la Escritura. Las vigilias así separadas de la Misa se convirtieron en un oficio independiente.

Durante el primer período el único oficio celebrado en público era la sinaxis eucarística con vigilias que la precedían, pero que formaban con ella un conjunto. En esta hipótesis la Misa de los catecúmenos sería el núcleo original de todo el Oficio Divino. La sinaxis eucarística que comenzaba al atardecer no terminaba hasta el amanecer. Las vigilias, independientemente del servicio eucarístico, se dividían naturalmente en tres partes: el comienzo de las vigilias, u Oficio del atardecer, las vigilias propiamente dichas, y el final de la vigilia u Oficio matutino. Pues cuando las vigilias eran todavía el único Oficio y se celebraban sólo raramente, continuaban durante gran parte de la noche. Así, el Oficio que hemos llamado el Oficio de la tarde o vísperas, el de la medianoche, y el de la mañana, llamado maitines primero y luego laudes, fueron originalmente un solo Oficio. Si se rechaza esta hipótesis, se debe admitir que al principio había sólo un oficio público, las vigilias. El servicio del atardecer, vísperas, y el de la mañana, maitines o laudes, fueron gradualmente separados de él. Durante el día, tercia, sexta y nona, horas usuales de oraciones privadas tanto entre los judíos como entre los primeros cristianos, se convirtieron luego en las horas, así como las vísperas o laudes. Las completas aparecen como una repetición de las vísperas, primero en el siglo IV (vea completas). Prima es la única hora cuyo origen y fecha precisos se desconocen —a finales del siglo IV (vea prima).

De todos modos, durante el curso del siglo V, el Oficio se componía, como hoy día, de un Oficio nocturno, es decir, vigilias —luego maitines— y los siete oficios del día: laudes, prima, tercia, sexta, nona, vísperas y completas. En las “Constituciones Apostólicas” leemos: «Precationes facite mane, hora tertia, sexta, nona, et vespere atque galli cantu» (VIII, IV). Tales eran las horas como existían entonces. Sólo se omiten prima y completas, las cuales se originaron no antes de finales del siglo IV, y cuyo uso se extendió sólo gradualmente. Los elementos de los que se componen esas horas al principio fueron pocos, idénticos a los de la Misa de catecúmenos, Salmos recitados o cantados ininterrumpidamente (tracto) o por dos coros (antífonas) o por un cantor alternando con el coro (responsos y versículos); lecturas (del Antiguo y del Nuevo Testamento, origen de las capítulas [1]), y oraciones (vea Breviario).

Este desarrollo del Oficio Divino, en lo que se refiere a la liturgia romana, se completó a finales del siglo VI. Los cambios posteriores no fueron en puntos esenciales, sino más bien adiciones de importancia, como las antífonas a la Virgen al final de ciertos Oficios, los asuntos del calendario, y Oficios opcionales, como los del sábado (ver Pequeño Oficio de Nuestra Señora), o de los difuntos (vea Oficio de Difuntos), y la celebración de nuevas fiestas, etc. La influencia del Papa San Gregorio I Magno en la formación y fijación del Antifonario Romano, influencia que se ha cuestionado, ahora parece segura (vea «Dict. d’archeol. et de liturgie «, s.v. «Antiphonaire»).

Mientras que permitía cierta libertad en cuanto a la forma exterior del Oficio (por ejemplo, la libertad que gozaban los monjes de Egipto y más tarde San Benito en la constitución del Oficio benedictino), la Iglesia insistió desde la antigüedad en su derecho a supervisar la ortodoxia de las fórmulas litúrgicas. El Concilio de Milevis (416) prohibió cualquier fórmula litúrgica no aprobada por un concilio o por una autoridad competente (cf. Labbe, II, 1540). Los concilios de Vannes (461), Agde (506), Epaon (517), Braga (563), Toledo (especialmente el cuarto concilio) promulgaron decretos similares para la Galia y España. En los siglos V y VI varios hechos (vea Canon de la Misa) nos dieron a conocer los derechos reclamados por los Papas en materia litúrgica. El mismo hecho se establece por la correspondencia de San Gregorio I. Bajo sus sucesores la liturgia romana tiende gradualmente a sustituir a las demás, y esto es una prueba adicional del derecho de la Iglesia a controlar la liturgia (una tesis bien establecida por Dom Guéranger en su «Instituciones liturgiques», París, 1883, y en su carta al arzobispo de Reims sobre la ley litúrgica, op. cit., III, 453 ss).

Desde el siglo XI, bajo el Papa San Gregorio VII y sus sucesores, esta influencia aumentó gradualmente (Bäumer-Biron, «Hist. Du Bréviaire», especialmente II, 8, 22 ss.). Desde el Concilio de Trento, la reforma de los libros litúrgicos entra en una nueva fase. Roma se convierte, bajo los Papas Pío IV, San Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Gregorio XIV, Urbano VII y sus sucesores, Benedicto XIV, en la escena de una laboriosa empresa: la reforma y corrección del Oficio Divino, lo que resultó en la costumbre moderna, con todas las rúbricas y reglas para la recitación del Oficio Divino y su obligación, y en la reforma de los libros litúrgicos, corregidos de acuerdo con las decisiones del Concilio de Trento y solemnemente aprobados por los Papas (Bäumer-Biron, “Hist. Du Bréviaire”).

NOTA:

[1] capítula: f. Rel. Pasaje de la Sagrada Escritura que se reza en todas las horas del Oficio Divino después de los Salmos y las antífonas, excepto en maitines.

Bibliografía

BONA, De divina Psalmodia, II, par. 1; THOMASSIN, De vet. eccl. disc., Part I, II, LXXI-LXXVIII; GRANCOLAS, Traité de la messe et de l’office divin (París, 1713); MACHIETTA, Commentarius historico-theologicus de divino officio (Venecia, 1739); PIANACCI, Del offizio divino, trattato historico-critico-morale (Roma, 1770); De divini officii nominibus et definitione, antiquitate et excellentia in ZACCARIA, Disciplina populi Dei in N. T., 1782, I, 116 ss.; MORONI, Dizionario di erudizione storico ecclesiastica, LXXXII, 279 ss.; BÄUMER-BIRON, Histoire du Bréviaire (París, 1905), passim; CABROL, Dict. d’archéol. et de liturgie, s. vv. Antiphonaire, Bréviaire; GAVANTI, Compendio delle cerimonie ecclesiastiche, la parte dedicada a las rúbricas del Breviario, secciones sobre la obligación, omisión y en general todos los asuntos concernientes a la recitación del Oficio; ROSKOVÁNY, De coelibatu et Breviario (Budapest, 1861); BATIFFOL, Origine de l’obligation personnelle des clercs à le récitation de l’office canonique in Le canoniste contemporain, XVII (1894), 9-15; IDEM, Histoire du Bréviaire romain (París, 1893).

Fuente: Cabrol, Fernand. «Divine Office.» The Catholic Encyclopedia. Vol. 11. New York: Robert Appleton Company, 1911.
http://www.newadvent.org/cathen/11219a.htm

Traducido por Armando Llaza. rc

Selección de imágenes: José Gálvez Krüger

Fuente: blog Odisea 2008. Libro de las horas de Isabel de Roubaix

Fuente: Enciclopedia Católica