LITERATURA APOCALIPTICA

Un tipo de escritos religiosos, judí­os y cristianos, entre el AT y el NT y que tuvo sus raí­ces en la profecí­a del AT. La palabra apocalí­ptica, derivada de la palabra gr. apokalypsis, significa revelación o descubrimiento (Rev 1:1), y se aplica a estos escritos porque contienen la supuesta revelación de los propósitos secretos de Dios, el fin del mundo y el establecimiento del reino de Dios en la tierra.

Después de los dí­as de los profetas posexí­licos, Dios ya no habló a Israel. Los pronósticos proféticos de la venida del reino de Dios y de la salvación de Israel no se habí­an cumplido. En lugar del reino de Dios, una sucesión de reinos pecaminosos gobernaron sobre Israel: Medo-Persia, Grecia y finalmente Roma.

Los libros apocalí­pticos fueron escritos para llenar esta necesidad religiosa.

Siguiendo el estilo del Daniel canónico, varios autores desconocidos escribieron supuestas revelaciones de los propósitos de Dios que explicaban males actuales, confortaban a Israel en sus sufrimientos y aflicciones, y daban nuevas garantí­as de que el reino de Dios pronto aparecerí­a. Muchos crí­ticos modernos ponen a Daniel en esos tiempos, pero hay razones válidas para pensar en una fecha anterior.

Los libros apocalí­pticos sobresalientes son 1 Enoc o Enoc Etiópico, un libro escrito durante los primeros dos siglos a. de J.C. que es notable por su descripción del Hijo del Hombre celestial; Jubileos, una supuesta revelación a Moisés de la historia del mundo desde la creación hasta el final, escrita en el siglo II a. de J.C.; la Asunción de Moisés, última parte del siglo I a. de J.C.; Cuarto Esdras o Segundo Esdras y el Apocalipsis de Baruc, ambos escritos después de la caí­da de Jerusalén en 70 d. de J.C. y reflejando la caí­da trágica del pueblo de Dios; Segundo Enoc o Enoc Eslavo, fecha no conocida.

Los Testamentos de los Doce Patriarcas y Los Oráculos Sibilinos no son literatura apocalí­ptica, estrictamente hablando, que es caracterizada por
( 1 ) supuestas revelaciones de los propósitos de Dios,
( 2 ) imitación de visiones de profetas verí­dicos,
( 3 ) seudonismo (atribuido a algún santo del AT que vivió hace muchos años),
( 4 ) simbolismo elaborado y
( 5 ) la reescritura de la historia bajo el viso de ser profecí­a.

La importancia de estos escritos apocalí­pticos es que revelan conceptos judaicos del primer siglo acerca de Dios, la maldad, y la historia, y revelan las esperanzas de los judí­os para el futuro y la venida del reino de Dios. Nos muestran lo que expresiones como reino de Dios, Mesí­as e Hijo del Hombre significaban para los judí­os del primer siglo a quien nuestro Señor dirigió su evangelio del reino.

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

DJN

SUMARIO: 1. í­genes. -2. Caracterí­sticas del género apocalí­ptico: a) Una revelación centrada en el porvenir. b) Visión esquemática de la historia. c) Pseudonimia y carácter esotérico. d) Simbolismo y ambigüedad del lenguaje. – 3. Obras más importantes: a) Los libros de Henoc. b) El libro IV de Esdras. c) Los apocalipsis de Baruc. d) Apocalipsis de Abrahán. – 4. Valoración global de la literatura apocalí­ptica: a) Apocalí­ptica y mesianismo. b) Jesús y los movimientos apocalí­pticos. c) Presencia e importancia de la Apocalí­ptica en el NT. d) El ocaso de la apocalí­ptica.

Literatura apocalí­ptica es la expresión con que se designa en el judaí­smo tardí­o y en el cristianismo naciente (150 a. C. – 100 d. C) a un tipo de literatura importante y original.

Conviene advertir que ni los escritores se denominaron a sí­ mismos apocalí­pticos ni titularon como apocalí­pticas a sus obras. El término fue adoptado más tarde, dentro del mundo cristiano, habida cuenta de los puntos de contacto entre estos escritos y el libro neotestamentario del Apocalipsis. En la actualidad existe una cierta diferencia de criterios por lo que se refiere a la definición de la naturaleza propia de la apocalí­ptica: ¿Se trata de un simple género literario o estamos ante una corriente de pensamiento religioso especí­fico?
Creo que no es necesario contraponer ambas posibilidades. La apocalí­ptica es un modo peculiar de «decir» y «sentir» y «pensar» tí­pico de una época del judaí­smo.

De acuerdo con su etimologí­a (apocalipsis = revelación) estamos ante una literatura de «revelación» de misterios. Su objeto viene perfectamente descrito en el texto paulino de 1 Co 2,9. Pero que se trate de una literatura de revelación no significa que sea fácil determinar los contenidos propios y precisos de una obra apocalí­ptica. Con frecuencia se constata la existencia de temas y motivos caracterí­sticos de los escritos apocalí­pticos en otros escritos que no lo son especí­ficamente y, al revés, obras claramente apocalí­pticas no presentan todas las peculiaridades propias del género. Algún autor ha tratado de concentrar los elementos temáticos fundamentales de toda apocalí­ptica en estos dos:

* La creencia en la vida ultraterrena, bien a través de la resurrección o de la inmortalidad del alma.

* El convencimiento de que el mal tiene su origen en una esfera superior al hombre.

Además, hay que tener en cuenta que la temática de la literatura apocalí­ptica extrabí­blica no fue uniforme. Así­, por ejemplo, la apocalí­ptica más antigua (cf. Henoc 1, 6-3) desconoce la angustiosa espera del final de los tiempos, muy presente en obras posteriores.

1. Orí­genes
Los orí­genes de la literatura apocalí­ptica judí­a hay que situarlos muchos años antes de la composición de los libros estrictamente apocalí­pticos. En realidad la apocalí­ptica surge en el corazón mismo de la historia judí­a, no como una simple moda literaria, sino como una verdadera necesidad vital para superar la grave crisis de desesperanza por la que pasó la sociedad israelita posterior al destierro babilónico.

En efecto, la desilusión nacional que siguió a la vuelta del exilio a Babilonia produjo una profunda modificación en las perspectivas proféticas de salvación y en la manera de entender la realización de las promesas en torno al futuro reino mesiánico nacional de acuerdo con los sueños de la época monárquica.

En tales circunstancias las antiguas promesas de salvación fueron consideradas desde un nuevo ángulo. Con los profetas, las esperanzas de alcanzar un futuro glorioso y feliz, aunque se habí­an desplazando hasta situarse en el final de los tiempos, se mantení­an dentro del plano de la presente historia terrena. La aportación de la apocalí­ptica consistirá, precisamente, en desgajarlas de este plano terrestre y situarlas en un mundo transcendente, más allá de este mundo y de esta historia. De esta forma, las promesas salví­ficas de los antiguos profetas fueron sometidas a un proceso de reinterpretación, con el fin de revitalizarlas y ponerlas al dí­a. Para ello, los autores de apocalipsis utilizaron materiales heterogéneos procedentes de distintas fuentes, pero siempre con una fidelidad fundamental a la tradición, lo que imponí­a a los escritores judí­os una severa selección y una cuidadosa interpretación de los materiales acumulados.

En tal sentido, cabrí­a decir que la literatura apocalí­ptica es un gigantesco «midrash» (= comentario) de la literatura profética. Es cierto que las apocalipsis no pertenecientes a la Biblia (que son la mayorí­a) han sido, con frecuencia, bastante permeables a infiltraciones ideológicas extrañas, pero esto no destruye la originalidad fundamental de la apocalí­ptica judí­a que, al igual que en su dí­a el profetismo, supo mantener viva la esperanza israelita seriamente amenazada.

Tres momentos históricos pueden establecerse como determinantes en la configuración de la época dorada de esta literatura: la persecución de Antí­oco IV Epí­fanes (años 168-165 a. C.), la conquista de Jerusalén y asalto al templo por las tropas de Pompeyo (año 63 a. C.) y, por fin, el aniquilamiento total del pueblo, llevado a cabo por Vespasiano y Tito (años 66-70 d. C). Pero los primeros vestigios literarios deben y pueden identificarse, como ya hemos indicado, con anterioridad al s. II a. C. Algunas secciones de libros bí­blicos exí­licos y posexí­licos; en concreto, pasajes como ls 24-27 y 34-35, conocidos también como «grande y pequeño apocalipsis» respectivamente, y 65-66; Zac 9-14 y JI 3-4 contemplan ya el fin de la historia en una perspectiva nueva y claramente distinta del resto de los escritos proféticos y constituyen el comienzo de un nuevo género literario en la Biblia: el género apocalí­ptico.

Precisamente esta presencia de gérmenes apocalí­pticos en algunos libros proféticos ha llevado a algunos a considerar a la apocalí­ptica como una derivación de la profecí­a. Y es verdad que existen algunas coincidencias entre ambas, pero en conjunto son más determinantes las diferencias. Otros consideran al movimiento apocalí­ptico vinculado con las tradiciones sapienciales. Valga, quizá, como exponente del estado de la opinión cientí­fica al respecto la de un eminente conocedor del tema: «Los orí­genes de la apocalí­ptica son muy complicados. La tradición apocalí­ptica israelita tiene dentro y tras de sí­ variedad de tradiciones. Tuvo contactos no sólo con la sabidurí­a de Israel sino también con los cí­rculos sapienciales del Oriente Medio» (M. McNamara).

2. Caracterí­sticas del género apocalí­ptico
Aunque cada obra presente caracterí­sticas peculiares, tal vez ninguna otra corriente ideológico-literana presente notas distintivas tan acusadas y estereotipadas como ésta en lo que se refiere al lenguaje, elementos estructurales y doctrinales.

Señalemos las principales:

) Una revelación centrada en el porvenir
No que los autores de apocalipsis se despreocupen del presente o del pasado. Pero el centro de gravedad de sus consideraciones es el futuro, y en función del porvenir describen e interpretan el presente y el pasado. La realización de los designios divinos en el pasado constituye el cimiento de la fe inquebrantable en la liberación futura; el presente, por su parte, contiene ya en germen los signos precursores de un mundo nuevo. Un mundo donde los judí­os fieles verán cumplidas sus esperanzas y donde los impí­os sentirán el peso implacable del juicio y la justicia divina. En este sentido uno de los elementos de mayor relieve lo constituye la figura del elegido de Dios —el Mesí­as-, una figura no uniformemente tratada y en la que, junto a su función religiosa, se destaca la connotación polí­tica.

) Visión esquemática de la historia
Para los autores de apocalipsis, la historia se desarrolla en dos grandes planos: el humano y el divino. Vistas las cosas desde el plano del hombre, desde el plano terrestre, parece que todo acontece al azar, al margen de la justicia y sabidurí­a divinas. Pero no es verdad. Mirado desde el plano de Dios, todo el decurso histórico se explica y se ilumina. Todo está previsto y querido por Dios. La historia avanza inexorablemente hacia el fin prefijado por Dios. Los actores protagonistas de este drama de la historia son libres y responsables de sus actos, como lo prueban los reproches que los escritores dirigen a los enemigos de Israel, pero, en realidad, tenemos la impresión de que una secreta maquinaria pone en movimiento toda la representación y lo hace en una dirección determinada, tal como Dios, señor de la historia, lo tiene prefijado.

) Pseudonimia y carácter esotérico
Los escritores apocalí­pticos necesitaban que se valorase positivamente su mensaje, que era fundamentalmente un mensaje de esperanza. Pero conscientes de que sus nombres no tení­an, tal vez, mucho prestigio ante los lectores y, consecuentemente, sus revelaciones tendrí­an poco éxito y causarí­an poco impacto, buscan una solución. Y la encuentran presentando sus reflexiones sobre la historia como revelaciones escritas en el pasado por personajes célebres del pueblo de Israel: Adán, Henoc, Noé, Abrahán, Moisés, Esdras, Daniel… (pseudonimia). Nadie mejor que estos personajes para conocer los secretos celestiales, puesto que ellos habí­an sido los amigos de Dios y los portadores de su espí­ritu.

Si estas revelaciones tan venerables habí­an sido ignoradas durante tanto tiempo, fue porque se trataba de revelaciones que sólo en el momento oportuno podí­an ver la luz. Esto es lo que llamamos carácter esotérico de los escritos apocalí­pticos. Hay que decir al respecto que los autores de apocalipsis eran, en cierto modo prisioneros del género literario que utilizaban y, una vez metidos en el engranaje, debí­an llevar hasta el fin la lógica de su ficción.

) Simbolismo y ambigüedad del lenguaje
El simbolismo pertenece al corazón de la expresión literaria semita. Los profetas lo habí­an empleado con profusión, pero para los autores de escritos apocalí­pticos el sí­mbolo se convierte en necesidad. Al tener que hablar de cosas pertenecientes a la órbita de lo misterioso, de lo no conocido experimentalmente, nada como el lenguaje simbólico se adapta a las exigencias de este género. La dificultad para el intérprete y el lector moderno, sobre todo occidental, dificultad que a veces se convierte en una verdadera cruz, reside en la gran cantidad de sí­mbolos y en la no rara incoherencia de los mismos. Pero hay más: las realidades apocalí­pticas son tan inefables que ni los mismos sí­mbolos son adecuados para expresarlas, de ahí­ que los escritores recurran con frecuencia al lenguaje aproximativo, al uso de palabras de contornos imprecisos, al empleo masivo de términos de comparación: «como, «semejante a» (cf. Dn 10,6; Henoc 14, 10-13).

3. Obras más importantes
) Los libros de Henoc
El nombre del patriarca Henoc sirvió para dar cobertura a dos obras importantes: Henoc 1, conocido como Henoc etí­ope por haberse conservado sólo en el canon etí­ope, y Henoc II o eslavo, por haberse conservado sólo en esa lengua.

etí­ope gozó de gran popularidad en los primeros tiempos de la Iglesia; su composición se remonta a los siglos II-1 a. C. y consta de cinco libros (pentateuco henóquico): el de los vigilantes (cps. 1-36), el de las parábolas (37-71), el de la astronomí­a (72-82), el de los sueños-visiones (83-90) y las admoniciones (91-107). Su influencia alcanzó tanto al judaí­smo como al cristianismo primitivo; la Carta de Bernabé y Tertuliano lo citan como «Escritura» y se perciben puntos de contacto con el NT.

eslavo, cronológicamente posterior a Henoc etí­ope, es una obra completamente distinta. Debió componerse antes del 70 d. C. Sobre su posible influencia en el judaí­smo y cristianismo no existe unanimidad. Orí­genes conoció y citó un «libro de Henoc» cuyas doctrinas cosmológicas nos son conocidas sólo por el Henoc eslavo.

) El libro IV de Esdras
La designación proviene del orden en que los diversos «Esdras» aparecen en la Vulgata: Esdras 1 (= Esdras canónico), II (= Nehemí­as canónico) III (un apócrifo que describe la historia de la Pascua desde Josí­as hasta Esdras) y el IV, nuestro texto. Escrito entre los años 70-100 d. C., puede dividirse en dos secciones: la de los diálogos (caps. 3,1- 9,26) y la de las visiones (caps. 9,27-14,47). Los capí­tulos 1-2 y 15-16 son adiciones cristianas.

En la primera, Esdras expone a Dios su angustia y estupor del modo divino de proceder respecto de Israel y del mundo en general. Tras evidenciar la incapacidad congénita del hombre para escrutar el designio divino, se le garantiza a Esdras que al final se desvelará el misterio. La segunda sección incluye tres visiones (la mujer desconsolada, el águila y el ángel, y el Hijo del hombre) y un epí­logo en el que Esdras aparece como el Nuevo Moisés. El nivel teológico de la obra es notable, sobre todo en su reflexión respecto de la soteriologí­a, el mesianismo y el más allá.

) Los apocalipsis de Baruc
Como en el caso de Henoc, también el personaje de Baruc sirvió para dar legitimidad a algunos escritos apocalí­pticos: Baruc sirí­aco y Baruc griego.

siriaco es una obra muy relacionada con el IV Esdras, aunque un poco posterior; su lengua original fue semita (hebreo o arameo), aunque a nosotros ha llegado en sirí­aco, de ahí­ su denominación. Como en IV Esdras, el tema fundamental es la pregunta por el sorprendente gobierno de Dios respecto del mundo: por qué permite el éxito de los malvados mientras el justo es marginado y humillado. Habrá un juicio en el que se superarán las contradiciones de esta vida, es la respuesta de Dios. En el tema mesiánico distingue dos momentos: el mesiánico (en este mundo), en el que la distinción entre buenos y malos es sólo parcial, y el de Dios (en el más allá) que tendrá lugar tras la vuelta del Mesí­as al cielo y la resurrección de los muertos; entonces la distinción entre buenos y malos será absoluta.

griego, escrito a finales del s. 1 d. C., probablemente en Egipto, es una obra inspirada en la destrucción de Jerusalén. Se inicia con una lamentación por tan lamentable suceso; sigue la interrogación por tal desgracia y se concluye con la alabanza a Dios, quien, con sus respuestas, tranquiliza al vidente. El argumento se desarrolla a través de un viaje por los cinco cielos, donde contempla cómo Dios ejerce la justicia. En esta obra no se habla del más allá, y la retribución a la que se alude parece ser intramundana.

d) de Abrahán
Esta obra parece haber surgido en cí­rculos esenios no mucho antes de la caí­da de Jerusalén (70 d. C.). Su contexto es el mismo que el del IV Esdras y los Apocalipsis de Baruc. Conservado sólo en lengua eslava, la obra consta de dos partes netamente diferenciadas. La primera (caps. 1-8 es un midrash haggádico sobre Gn 11, 31 ss y 15, 9-17). La segunda (caps. 9-32) es la sección propiamente apocalí­ptica. Elevado al séptimo cielo, Abrahán contempla el trono de Dios y el decurso de la historia. El futuro final es presentado con caracteres lúgubres. Al final, sonará la trompeta y el elegido de Dios -el Mesí­as- reunirá a su pueblo y condenará a sus enemigos al fuego.

4. Valoración global de la literatura apocalí­ptica
) Apocalí­ptica y mesianismo
Una de las constantes de la corriente apocalí­ptica es la figura del elegido de Dios para conducir la historia a un final donde se reivindique la causa de Dios mediante un juicio que sancione los comportamientos humanos, individuales y comunitarios. La figura de este elegido -Mesí­as- no es tratada uniformemente en todos los escritos, pero siempre aparece como un personaje cercano a Dios. Junto a su perfil religioso, el mesianismo apocalí­ptico aparece revestido de una fuerte connotación polí­tico-nacionalista.

b) Jesús los movimientos apocalí­pticos
La situación histórica de Jesús es contemporánea al florecimiento de esta corriente polí­tico-religiosa. Aunque marca las distancias respecto de sus representantes más cualificados -celotes y esenios-, no cabe duda de que participaba de algunas de sus convicciones: el restablecimiento de la justicia de Dios mediante la instauración de su reino y la existencia de un juicio definitivo.

) Presencia e importancia de la Apocaí­ptica en el NT.
Los escritos neotestamentarios no son ajenos a la mentalidad y el lenguaje apocalí­pticos. A modo de ejemplo, además del libro del Apocalipsis, pueden citarse: Mc 132; Mt 24; Lc 17,22-37; 21,5-26; 11 Tes 1,7-10; 2,3-12; 1 Co 15,2328. 35-37. Es precisamente en estos «momentos» apocalí­pticos del NT donde es más necesaria la desmitologización del lenguaje para llegar a la percepción del mensaje. De todas formas, estas afinidades muestran cómo la literatura bí­blica neotestamentaria no es algo desconectado de los movimientos culturales y religiosos del entorno, aunque tampoco se identifique con ellos. Analizando estos temas afines se percibe la singularidad que el NT supone respecto del judaí­smo.

) El ocaso de la apocalí­ptica
La ideologí­a y literatura apocalí­ptica perdieron progresivamente fuerza hasta desaparecer en el mundo judaico. Algunos factores pueden sugerirse como determinantes de su ocaso: el eclipse del exacerbado nacionalismo que condujo a la destrucción total, su fanatismo, el peligro de animar un dualismo teológico y el uso que de ella hací­an los grupos cristianos. -> í­ptica; Qumrán.

Montero

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret