Mat 6:2 cuando .. des l, no hagas tocar trompeta
Luk 11:41 pero dad l de que tenéis, y entonces todo
Luk 12:33 vended lo que poseéis, y dad l; haceos
Act 3:2 para que pidiese l de los que entraban
Act 10:2 y que hacía muchas l al pueblo, y oraba
Act 24:17 vine a hacer l a mi nación y presentar
Limosna (heb. tsedâqâh; gr. eleumosún’). Obra de bien o de alivio a los pobres; el dinero u otros elementos así dados. La palabra no aparece en el AT, pero la consideración para con «el extranjero, para el huérfano y para la viuda» (Deu 24:19) fue ordenada al pueblo de Dios (Lev 25:35; Deu 15:7, 8, 11; 26:12) y obedecida en cierto grado. Cristo aprobó la práctica de las limosnas, pero enseñó que no se debía realizar por motivos egoístas o faltos de sinceridad (Mat 6:2-4). Planteó la generosidad hacia los pobres, incluso hasta el punto de un sacrificio personal real, como la prueba del carácter y de la integridad cristianos (Mat 19:16-22; Luk 12:33). La práctica en los tiempos apostólicos está ilustrada en la narración del sanamiento del paralítico que cada día era 717 llevado a la puerta del templo para pedir limosna (Act 3:1-10). El gentil Cornelio era un hombre «piadoso y temeroso de Dios» que «hacía muchas limosnas» (10:2, 4, 31). Pablo se interesó mucho por el alivio de las necesidades físicas de su pueblo (24:17).
Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico
griego eleemosyne, compasión. Acción bienhechora en favor de los menos favorecidos, considerada como un deber. Si tu hermano se empobrece y vacila su mano en asuntos contigo, lo mantendrás como forastero o huésped, para que pueda vivir junto a ti, Lv 25, 35. Las leyes israelitas recomendaban piedad con los pobres, Dt 15, 7-11. Dios ordena abrir la mano a los hermanos, a los indigentes y los pobres, Dt 11, 15. Prestar sin intereses, Dt 15, 7 ss. La l. ayudaba a obtener méritos religiosos, Tb 4, 7-12. La l. se convertía en ocasiones en un acto de ostentación, Mt 6, 2-4.
Diccionario Bíblico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003
Fuente: Diccionario Bíblico Digital
Acciones bondadosas nacidas de la compasión, misericordia y lástima por los desafortunados. La práctica aparece repetidamente en la legislación mosaica y, en el NT, como un mandato: gr. eleemosyne, también en LXX para traducir la palabra heb. tsedhaqah, justicia y hesedh, bondad.
Mat 6:1 usa dikaiosyne, †œlimosna†
RVR-1960, obras de misericordia (RVA). El verbo poiein, hacer, llevar a cabo se usa con frecuencia como un sustantivo para expresar el significado de ayudar a los pobres y necesitados (comparar Mat 6:2-3; Act 9:36; Act 10:2; Act 24:17). La ley mosaica mandaba que los rebuscos de las huertas y olivares y de las cosechas, las viñas y las espigas en los rincones del campo debían ser para los pobres (Lev 19:9-10; Deu 24:10-22).
En el judaísmo posterior el mandato de dar limosna se convirtió en algo legalista y profesional. El hombre cojo a la puerta la Hermosa es un ejemplo de un mendigo profesional en el sentido de que diariamente lo ponían para pedir limosna (Act 3:2-3). La perversión en dar limosna se ve en los benefactores que quieren ser vistos (Mat 6:1-2). Había dos tipos de limosnas: limosnas del plato (alimento y dinero recibido para ser distribuidos diariamente) y limosnas del tesoro (monedas recibidas el día de descanso para las viudas, huérfanos, extraños y los pobres). La práctica en la iglesia del NT fue presagiada por las admoniciones de Jesús (Luk 11:41; Luk 12:33; comparar 1Co 16:2; 2Co 8:1-4, 2Co 8:14). Una función principal de los diáconos era repartir las limosnas (Hechos 6).
Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano
Es lo que se da gratuita y desinteresadamente a una persona necesitada. El AT muestra una preocupación constante por los pobres y los desvalidos (†œPorque no faltarán menesterosos en medio de la tierra …: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso…† [Deu 15:11]). Especial énfasis se ponía en ayudar a las viudas y los huérfanos. En tiempos de cosecha, se dejaba algo en el campo †œpara el extranjero, para el huérfano y para la viuda† (Deu 24:19-21). También se ordena para †œel año del diezmo†: †œDarás también al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda; y comerán en tus aldeas…† (Deu 26:12).
Las palabras del Señor Jesús en Mat 6:2-4 (†œCuando, pues, des l. no hagas tocar trompetas delante de ti…†) reconocen la existencia de la práctica de dar l., pero señalan que muchas no se hacían con la correcta intención del corazón. La l. no debe darse para conseguir la aprobación de los demás (†œ… para ser alabados por los hombres†), sino con discreción y desinterés (†œ… no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha†). Dios, †œque ve en lo secreto te recompensará en público†.
nos dice de †¢Dorcas que †œabundaba en buenas obras y en l. que hacía† (Hch 9:36). †¢Cornelio, un militar romano, era †œpiadoso y temeroso de Dios … y que hacía muchas l. al pueblo, y oraba a Dios siempre†. Ante él se presentó un ángel que le dijo: †œTus oraciones y tus l. han subido para memoria delante de Dios† (Hch 10:1-4).
preocupación de los cristianos por los pobres y los marginados sociales comenzó desde el inicio mismo de la Iglesia, cuando los hermanos †œvendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno† (Hch 2:45). Otras iglesias lo que hacían era recolectar dinero para los necesitados, especialmente las viudas que no tuvieran familiares que las pudieran sostener. Las l. deben hacerse con amor y sabiduría, sin que impliquen el apoyo a la irresponsabilidad o la dejadez. Una viuda, para ser †œpuesta en la lista† de l. de la iglesia, tenía que llenar ciertos requisitos (1Ti 5:1-16). Pablo enseñó, además, que †œsi alguno no quiere trabajar, que tampoco coma† (2Te 3:10).
én dijo que cuando los apóstoles en Jerusalén reconocieron su ministerio entre los gentiles, le solicitaron procurar ayuda para los necesitados (†œSolamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, lo cual también procuré con diligencia hacer† [Gal 2:10]). Escribiendo a los hermanos de Roma menciona que †œMacedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una ofrenda para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén† (Rom 15:26). Pablo mismo llevó esa ofrenda junto con varios hermanos. †¢Ofrenda para los santos.
Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano
tip, LEYE
vet, Este término no se halla en nuestras versiones del AT (en cambio, es frecuente en los libros apócrifos), pero el acto de benevolencia que se expresa con ella tenía un gran lugar en Israel. Jb. 29:12-13 nos muestra que el acto de dar limosnas ya se conocía desde la más remota antigüedad. La ley de Moisés decía de manera formal: «Porque no faltaron menesterosos en medio de la tierra; por eso yo te mando, diciendo: Abrirás tu mano a tu hermano, al pobre y al menesteroso en tu tierra» (Dt. 15:11). A los pobres se les tenía que dejar el rebusco después de la siega y de la recogida de los frutos (Lv. 23:22; Dt. 24:19-21). Cada tres años les era dado el diezmo a ellos (Dt. 14:28, 29), lo mismo que el producto de la tierra durante el séptimo año, o año sabático (Ex. 23:11). En los banquetes de las fiestas anuales, se tenía que invitar al pobre, al extraño, al huérfano, a la viuda, y al levita (Dt. 16:11-14). Estos actos de amor práctico formaban parte de la «justicia» del verdadero israelita (Dt. 24:13; Pr. 10:2). Es muy natural que la distribución de limosnas viniera a ser considerada como una virtud, y su ausencia como un grave pecado (Ez. 18:7; Pr. 19:17; Is. 58:6-7). Sin embargo, cuando la falta de observación de la ley y las desgracias nacionales de Israel produjeron una pobreza más generalizada, se ordenó la recogida de ofrendas regulares de alimentos y comida. En el NT, Jesús recomienda dar limosna con discreción, y no «para ser alabado de los hombres» (Mt. 6:2-4). La actitud del dador tiene más importancia que el valor material del don (Mr. 12:41-44). El verdadero cristiano no puede negarse a ayudar a los indigentes (Lc. 3:10, 11; 6:30; 12:33; 14:13-14; 18:22; Mt. 25:35-46). Los primeros cristianos llevaban a cabo distribuciones entre los destituidos entre ellos (Hch. 2:45; 4:34-35; 6:1) hasta tal punto que se tuvo que llegar al nombramiento de diáconos para supervisar esta actividad (Hch. 6:2-3). Tabita hacía muchas buenas obras y limosnas (Hch. 9:36), al igual que Cornelio (Hch. 10:2, 4). En cuanto a los apóstoles, ellos no cesaban de practicar y recomendar la acción de compartir de lo propio (cfr. Hch. 11:29; 20:34- 35; Ro. 12:8, 13; 15:26-27; 1 Co. 16:1-3; 2 Co. 8:1-4, 13; 9:6-15; Ef. 4:28; 1 Ti. 6:18; He. 13:16). Sin embargo, las Escrituras no alientan la indolencia ni la pobreza que ella provoca (2 Ts. 3:10-12), pero expresa de una manera admirable el capítulo que debe inspirar nuestras acciones con respecto a los «económicamente débiles» (1 Jn. 3:16-17).
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado
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Ofrenda gratuita que se hace a un necesitado en bienes materiales (dinero, alimentos, vestido) o en otro tipo de servicio humanos: ayudas, consejos, protección, etc.
Es idea que circula con abundancia por las páginas el Nuevo Testamento, sobre todo en los mensajes y condenas proféticos (Dan. 4.24) y en los Sapienciales (Prov. 3.27; Ecclo. 4. 1-5). Tal vez el mejor testimonio es el que aparece en el libro de Tobías, que culmina en los consejos de Tobías, el limosnero, a su hijo (Tob. 4.7-12 y 16.2-14)
En el Nuevo Testamento se emplea el término «compasión», (en griego, «elemosyne») o piedad. Hasta 78 veces aparece este concepto atribuido a la pena que suscita el prójimo necesitado y al sentimiento que el hombre bueno tiene cuando ve sufrir a su hermano.
Por eso la idea de limosna se identifica con la ayuda y la solidaridad: «Cuando hagas limosna, no lo anuncies con trompetas… que tu mano derecho no sepa lo que hace tu izquierda» (Mt. 6.2) y Jesús recomienda: «Vended vuestro bienes y dad limosna.» (Lc. 12.33.)
Sobre este soporte sapiencial y evangélico, los primeros cristianos fueron muy sensibles a la acción limosnera (Hech. 10. 2 y 4; 12.24; 1. Pedr. 4.7; 1. Ti, 6. 17-19; 1. Cor. 16.1-4). Y, desde los tiempos patrísticos, la limosna fue el cauce principal para cumplir el mensaje del amor fraterno. En esos textos la limosna se entiende como un deber de las personas y de las comunidades cristianas.
En los tiempos recientes pocas han cambiado respecto a los antiguos en lo relativo a la necesidad y a la conveniencia ascética de la limosna. En un mundo en el que los pobres físicos, psíquicos y sociales se han multiplicando de forma inmensa, la limosna es, o tiene que ser, un eje básico de la formación cristiana del seguidor de Jesús.
Pero será bueno insistir en tres rasgos importantes:
– No hay que identificar limosna con aportación económica. Hay muchos tipos de necesidades: psicológicas, sociales, morales, culturales, espirituales. Se debe enseñar al educando en la fe a superar los resabios pragmatistas de quien tranquiliza su conciencia con la entrega de un poco de dinero a un mendigo.
– Las limosnas deben ser entendidas en forma individual, pero también de manera solidaria. Dar a grupos necesitados, a comunidades pobres, es muchas veces más eficaz que hacerlo a personas individuales. Una donación a una comunidad carente de mínimos vitales es más necesaria que un don a indigentes que pueden aumentar un vicio con el don.
– En los tiempos actuales es mejor fomentar la limosna organizada que alentar la limosna ocasional. Estimular la mendicidad descontrolada con entregas singularizadas por la compasión que suscitan los harapos o las palabras quejicosas puede resultar perjudicial, sobre todo si se hace para tranquilizar la conciencia con unas monedas, en lugar de aportar a los organismos ordenados que garantizan las necesidades de los indigentes y controlan el empleo de las donaciones.
En todo caso, siempre debe mantenerse como regla de oro la consigna de Tobías a su hijo: «Si tienes mucho, da mucho; si tienes poco, da poco. Da limosna de lo que tengas, porque quien da limosna atesora en el cielo y se libra de la muerte.» (Tob. 4.7-11). Y su último mandato también reclamaba la educación en la limosna: «Inculcad a vuestros hijos que practiquen la justicia y den limosna, que se acuerden de Dios y bendigan sinceramente su nombre.» (Tob. 14.8)
Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006
Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa
El tema de la «limosna» es frecuente en los textos escriturísticos (Tob 4,7-16), sea como expresión de ayuda inmediata a una necesidad de los hermanos, sea como concretización de la actitud penitencial y de desprendimiento de los bienes terrenos. Jesús indica un camino de humildad en el modo de hacer la limosna (cfr. Mt 6,2-3) y señala también su valor, no tanto por la cantidad cuanto por el sacrificio de «dar de la propia pobreza» (Lc 21,4).
Esta ayuda inmediata a las personas necesitadas (a los «pobres») está en relación con la muerte y resurrección de Jesús, en cuanto que se da limosna o ayuda al mismo Señor «necesitado» y presente en los hermanos (cfr. Mt 25,35ss), como si fuera a su mismo «cuerpo» sepultado para resucitar (cfr. Jn 12,7-8). Esta actitud forma parte del desprendimiento cristiano y del seguimiento evangélico (cfr. Lc 11,24; 12,33).
La limosna es un acto de «caridad» y de «misericordia», que no dispensa de la «solidaridad» de compartir los bienes con los hermanos, y tampoco olvida los deberes de justicia con los individuos y con los pueblos. Forma parte de la lista de «obras de misericordia», es un aspecto indispensable de la «penitencia» y es uno de los elementos necesarios de la «cooperación misionera» (RMi 78-81). En este contexto, la limosna cristiana (y toda ayuda fraterna) es un modo de dar con generosidad y con alegría, como quien da y recibe, como quien comparte los dones recibidos que son comunes a toda la familia humana y cristiana. Por esto, «hay más alegría en dar que en recibir» (Hech 20,35).
Referencias Caridad, cooperación misionera, misericordia, obras de misericordia, opción preferencial por los pobres, penitencia, pobreza evangélica, solidaridad.
Lectura de documentos RMi 78-81; CEC 1434, 1438, 1969, 2447.
Bibliografía Y.M. CONGAR, El servicio de la pobreza en la Iglesia (Barcelona, Estela, 1964); P. CHRISTOPHE, Para leer la historia de la pobreza (Estella, Verbo Divino, 1989); A. GELIN, Les pauvres de Yahvé (Paris, Cerf, 1962); P. GAUTHIER, Los pobres, Jesús y la Iglesia (Barcelona, Estela, 1964).
(ESQUERDA BIFET, Juan, Diccionario de la Evangelización, BAC, Madrid, 1998)
Fuente: Diccionario de Evangelización
En el A. T. no hay un vocablo que signifique concretamente «limosna». El concepto de limosna suele ir incluido en el de gracia o en el de justicia. Tob 4,7-12 es un buen tratado, en síntesis, sobre la limosna. La limosna puede ser un medio para restablecer la justicia, al dar al mendigo lo que pide y a lo que realmente tiene derecho (Mc 10,46; Lc 18,35; Jn 9,8; Act 3, 2-3). La limosna debe ser hecha en secreto y sin ostentación (Mt 6,2-4). Jesús recomienda la limosna (Lc 11, 41), incluso la exige a sus discípulos (Lc 12,33), la elogia (Mc 12,41-46), y él mismo la practica (Jn 13,29). La limosna tiene, además, una virtud purificadora (Lc 11,41). En la primitiva Iglesia, cuando se valoraba la limosna en su justa medida, los bienes eran comunes y se repartían con los pobres (Act 4,32-5,11); Pablo hizo una colecta entre las comunidades ricas para aliviar las necesidades de las comunidades pobres (Act 11,29-30; 24,17; Rom 15,28; 1 Cor 16,1-4; 2 Cor 8-9; Gál 2,10). La limosna hecha sin caridad y sin humildad carece de valor, es inane y vacua (1 Cor 13,3).
E. M. N.
FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001
Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret
Se entiende por limosna los donativos ofrecidos como símbolo de fraternidad y solidaridad para con los más necesitados. También es un gesto penitencial. Se entiende que la verdadera limosna no es sólo dar de lo que nos sobra, sino incluso de aquello que necesitamos. En otro orden de cosas hay que recordar que, en el terreno social, la limosna no suple a la justicia y no puede servir para acallar las conciencias. La limosna es un gesto de fraternidad y solidaridad. Y la belleza de la solidaridad es la ternura de los pueblos.
BIBL. – L.GONZíLEZ CARVAJAL, El ayuno y la limosna en versión solidaridad, «Sal terrae» 77 (1989) 119-126.
Raúl Berzosa Martínez
Vicente Mª Pedrosa – Jesús Sastre – Raúl Berzosa (Directores), Diccionario de Pastoral y Evangelización, Diccionarios «MC», Editorial Monte Carmelo, Burgos, 2001
Fuente: Diccionario de Pastoral y Evangelización
Tenemos que redescubrir el valor de la limosna, de la intervención inmediata, que no pretende resolverlo todo pero hace lo que puede en ese momento. Puede ser un gesto ambiguo. Puede fomentar la pereza y la mentira en quien lo recibe, y en quien lo realiza puede suscitar la ¡dea de sentirse a gusto consigo mismo, sin molestarse en buscar la raíz de los problemas. Por tanto, a la hora de dar una limosna, hace falta un gran realismo, y sobre todo hay que procurar evitar que ésta se convierta en el sucedáneo de otras intervenciones más completas y eficaces. A pesar de todos estos riesgos, la limosna posee muchos valores. En primer lugar, es un gesto realista. En nuestra civilización sigue habiendo situaciones de pobreza que son difíciles de localizar y subsanar en el ámbito social. Es más, son precisamente algunos de los mecanismos de nuestra civilización del progreso y del bienestar los que suelen producir personas inadaptadas, marginadas, antisociales. Por su1 puesto, hay que luchar para que los mecanismos sean correctos, para que no produzcan efectos negativos; o para que, una vez que estos efectos se hayan producido, se encuentren remedios de tipo social. Pero mientras tanto, hay que hacer algo. La caridad sugiere aquello que se puede hacer en cada caso. Y precisamente en este hacer algo, sabiendo que se debería hacer mucho más, se va perfilando un segundo valor de la limosna. La limosna es un gesto profético y educativo. Proclama que ninguna civilización de este mundo, por muy perfecta que sea, puede resolver todos los problemas: sólo Dios, con la llegada final de su Reino, enjugará todas las lágrimas y hará cesar el luto, el llanto y el dolor. En esta luz, la limosna nos educa a acercarnos a los hermanos con mucha humildad, sin sentirnos superiores a ellos, sino disculpándonos por hacer tan poco por ellos. Además, nos ayuda a comprender el verdadero valor de la caridad: la caridad vale por sí misma, no solamente o sobre todo por los frutos que produce.
Carlo María Martini, Diccionario Espiritual, PPC, Madrid, 1997
Fuente: Diccionario Espiritual
La limosna es la dispensación inmediata de una parte, más o menos importante, de los propios recursos en favor de los pobres para aliviar su indigencia.
En lo que se refiere a la limosna existe una larga evolución de pensamiento y de praxis dentro del mundo cristiano y laico. Es posible encontrar frecuentes reflexiones sobre el valor de la limosna en el pensamiento patrístico (por ejemplo, en Cipriano y en Clemente Alejandrino) que, basándose en la Palabra de Dios, relacionan estrechamente la limosna con el perdón de los pecados.
Las obras asistenciales constituyen, en la época medieval, una tarea eclesial que no plantea problemas de competencia, sino sólo admiración. Fueron innumerables los donativos y los legados testamentarios en favor de los pobres, de las obras de caridad y asistencia a los enfermos, ancianos, peregrinos, infancia abandonada, que la Iglesia suscitó y administró.
En la edad moderna, con la afirmación de los Estados nacionales, comienza la crítica a la limosna, sobre todo en lo que atañe a las pretensiones eclesiásticas y monásticas de ejercer plena jurisdicción en el sector caritativo y asistencial.
Siguen siendo necesarios los socorros y la ayuda inmediata frente a las exigencias que se van planteando.También hoy, tanto a nivel nacional como planetario, se presentan urgencias que reclaman intervenciones inmediatas. Pero no es posible conseguir una profunda renovación social sobre la base exclusiva y primaria de la limosna, sobre todo si con ella se pretende sustituir a la justicia.
G. Mattai
Bibl.: Limosna, en ERC, 1V 1335-1338; P Christophe, Para leer la historia de la pobreza, Verbo Divino, Estella 1989. L. González Carvajal, El ayuno y la limosna, versión «solidaridad», Sal Terrae 77 (1989) 119-126.
PACOMIO, Luciano [et al.], Diccionario Teológico Enciclopédico, Verbo Divino, Navarra, 1995
Fuente: Diccionario Teológico Enciclopédico
TEOLOGíA MORAL
SUMARIO
I. El vocabulario y la teología bíblica del término.
II. El desarrollo histórico-teológico:
1. La edad patrística;
2. La Edad Media;
3. La edad moderna:
a) Debates del renacimiento,
b) La reforma protestante (Martín Lutero, la tradición reformada),
c) La época barroca y la ilustración,
d) La revolución industrial.
III. Consideraciones sistemáticas.
La historia de la diaconía cristiana, en sus manifestaciones a lo largo del tiempo, muestra aspectos y rasgos muy variados, que sólo en parte pueden entenderse como referidos al mensaje del NT. Uno de ellos, y de los más importantes, es el que nos aporta la génesis, constitución y metamorfosis de una doctrina de la limosna. Tiene sus raíces en la Biblia y fuera de la Biblia, que sumariamente evocaremos. Además de esta reconstrucción histórico-doctrinal, trataremos, a modo de conclusión, de dejar clara, con la ayuda de disciplinas no teológicas, la especificidad de la institución de la limosna y de valorar ‘su oportunidad ética para la sociedad contemporánea.
I. El vocabulario y la teología bíblica del término
Con el término eleemosyne la traducción griega de la Biblia (los LXX) se refiere al término hebreo sedaqah, poniendo en evidencia la distancia entre la mentalidad helenista y la hebrea. Mientras la palabra griega eleemosyne prevalece el aspecto psicológico, que hace de la limosna la compasión, la misericordia, en el hebreo sedaqah (justicia) se resalta la unión entre benevolencia y alianza, basada en la fidelidad que Yhwh mantiene a través del tiempo con el pueblo al que ha dado su promesa. Cuando los hombres hacen actos de misericordia con sus semejantes (eleemosyne es usado con este sentido sólo a partir del judaísmo tardío), se integran en la dinámica de la justicia de Dios con su pueblo.
En los escritos neotestamentarios la institución de la limosna, ya conocida por Israel como por todo el antiguo Oriente, se entiende como labor de toda persona piadosa, junto con la oración y el ayuno. Los sinópticos son testigos de las criticas de Jesús contra el legalismo, que se da a conocer también a través de la limosna pública (Mat 6:1-4). Según la sensibilidad de Lucas, sigue siendo una norma positiva para la comunidad de los creyentes (cf 11,41; 12,33). La misma valoración aparece en el libro de los Hechos, en donde por una parte se alaba a quienes la practican (9,36; 10,2) y por otra (3,1-6) se hace referencia a su provisionalidad, en la perspectiva del reino que ya ha entrado en la historia de los hombres. Algunas figuras, como Cornelio por los gentiles y Tabitá por los discípulos, son ejemplos vivos del ideal neotestamentario de la misericordia-limosna en relación a los pobres.
II. El desarrollo histórico-teológico
A partir de los escritos bíblicos se desarrollan una reflexión y una práctica de la limosna en las que por una parte aparece la historia de las consecuencias (Wirkungsgeschichte) de estos mismos textos y por otra entra en juego la influencia de factores culturales y sociales extrabíblicos. Trataremos de dar cuenta de todo esto, dando preferencia sobre todo a las fuentes de tipo literario, y en segundo lugar a las referencias que más influencia han tenido en la tradición latina y católica.
1. LA EDAD PATRíSTICA. En la antigua literatura cristiana se encuentran a menudo recomendaciones y parénesis en relación con la limosna. Se nota en ellas un sentido de continuidad con las recomendaciones contenidas en los escritos del NT. Muchas veces se coloca por delante de la oración y del ayuno. Algunas expresiones muy fuertes se atribuyen también a la Sagrada Escritura (p.ej., la célebre frase: «La limosna debería sudar en tus manos mientras no reconozcas a quién se la deberías dar», Didajé, 1,6). Desde muy pronto aparecen entre los padres de la Iglesia escritos dedicados explícitamente a este tema: Cipriano escribe el De opere el eleemosynis, y Clemente de Alejandría el Quis dives salvetur. A lo largo de los primeros siglos es muy abundante la literatura homilética sobre la limosna. De toda esta literatura, que no contiene una doctrina sistemática sobre la distribución de los bienes (cf al respecto la monografía de J. Seipel, l bibl.), aparecen algunos’aspectos clásicos que evocaremos a continuación brevemente.
En conexión con el planteamiento escatológico (cf Mt 25) se cita con frecuencia la relación entre la práctica de la limosna y la remisión de los pecados. Con el tiempo esta proximidad de los dos temas lleva a un proceso de re fcación de la limosna. La relación con el aspecto de la misericordia se va perdiendo parcialmente. A partir de Jerónimo se ve la limosna como una práctica que puede redundar en beneficio también de los difuntos. Se puede también resaltar cuán unidos están la práctica de la limosna y el nacimiento del patrimonio eclesiástico, que aumentará a través de las herencias. También la idea de un mérito, unida a esta práctica, es relativamente antigua y constante en la literatura patrística. Por eso la limosna es una obra recomendada particularmente a los penitentes. El uso de donaciones pro remedio animae une la práctica de la limosna muy estrechamente con las estructuras del monacato y las refuerza desde dentro. Los monjes se convertirán en grandes receptores de limosna, legados y testamentos, que ellos distribuirán después a los pobres. De este modo se ponen las bases para la formación, durante el medievo, de una doctrina sistemática sobre la limosna a partir de las evidencias teológicas y prácticas acumuladas durante el primer milenio de la era cristiana.
2. LA EDAD MEDIA. La investigación histórica medieval, ya recurra a fuentes doctas, á materiales populares o a fuentes íconografícas, deja bien claro el puesto central ,y a la vez el pluralismo de significados de la practica de la limosna. Profundamente arraigada y generalmente interiorizada está la distinción entre pobreza voluntaria y espiritual, por una parte, y pobreza de necesidad y material, por otra. Como personas individuales los.monjes renuncian al derecho de propiedad, pero como comunidad próspera pueden distribuir a quien es pobre de necesidad limosnas y a veces trabajo. El pobre se convierte en ocasión de practicar la /justicia distributiva y medio de alcanzar la salvación eterna, ya que la limosna es fuente de posibles méritos. La separación entre seguimiento y diaconía refuerza esta doctrina antes de fijarse en una reflexión ordenada en torno al tratado de eleemosyna.
Esta acomodación no queda sin respuesta que la contradiga. Los diversos movimientos de vida apostólica y evangélica, incluso en sus prolongaciones de carácter herético, se propusieron erradicar una concepción que reducía a los pobres a ser medio de salvación personal. Estos ven la pobreza no sólo como virtud o consejo individual, sino también como actitud comunitaria en la que se manifiesta la voluntad de asumir de la forma más adecuada la actitud de la Iglesia primitiva. En los pocos textos que nos han quedado (como, p.ej., la Regula non bullata, de san Francisco de Asís) se habla de limosna sólo en el sentido de que el verdadero discípulo de Cristo debe estar dispuesto a vivir de ella, siempre que no fuera suficiente el fruto del trabajo con las propias manos o no hubiera suficiente trabajo.
Algunas décadas más tarde los teólogos que pertenecen a las órdenes mendicantes, motivados por el mismo impulso, harán una reflexión muy distinta sobre la pobreza en general y sobre la limosna en particular. Ya no se trata de realizar de modo radical el ideal de Christum nudum nudus sequi, sino de mezclarse, dentro del ambiente urbano, en las necesidades que aparecen en el laicado y de ofrecer una reflexión sobre la limosna que pueda responder a las exigencias de un mínimo de justicia distributiva, por una parte, y a una sociedad en fase de acumulación primaria al principio y en fase prefinanciera luego, por otra.
Los principales elementos de esta doctrina clásica de la limosna pueden resumirse así: -Al pobre hay que ayudarle en proporción al grado de necesidad en que se encuentra, recurriendo a los bienes superfluos que se tienen y según motivos de justicia y/ o de cardad. Los debates y las diferencias entre las distintas escuelas teológicas versarán sobre estos elementos, combinados de distintas maneras entre sí. -Por lo que se refiere a la topica, es decir, al lugar sistemático en que se trataba el tema de la limosna, se pueden notar entre los teólogos medievales varias diferencias. Hay quien lo pone en el tema de la penitencia y con las obras de misericordia, y quien lo trata con ocasión de la reflexión sobre la justicia y/ o la caridad. -Por lo que se refiere al grado de necesidad, se pueden enumerar varias tendencias. Hay quien sostiene que la necesidad debe ser grave para poder dar lugar a la misma gravedad en el deber de la limosna. Otros tienden hacia posiciones más laxistas. El rigorismo es la norma para santo Tomás en casos de necesidad en los que el pobre no puede recurrir a ningún medio de mantenimiento: «In necessitate sunt omnia communia (en caso de necesidad todo es común)» (S. Th., II-II, q. 66, a. 7, sed c). -Más compleja es la cuestión de adscribir el deber de la limosna a la virtud de la justicia o de la caridad. Por la primera se inclinan (cf el óptimo estudio de D.O. LoTTIN), por ejemplo, Guillermo de Auxerre y, en parte, Alejandro de Hales. Por la segunda; Alberto Magno y Tomás de Aquino. El Angélico lleva más allá la reflexión sobre este punto, y ve que en el acto de la limosna entran las dos virtudes. Como afirma C. Spicq en su precisa monografía, «santo Tomás distingue dos tipos que se superponen sin duda y a la vez se complementan sin confundirse» (259). -Todavía más compleja es la cuestión de cómo definir lo que ha de considerarse superfluo. Por eso la casuística posterior se concentró sobre este punto.
La escolástica tardía se caracteriza, dentro del tratado sobre el precepto de la limosna, por su tendencia Taxista, debida principalmente a la dificultad de aplicar los criterios elaborados por la reflexión teológica medieval en un contexto socioeconómico que empezaba a entrar en una economía de base monetaria. Este proceso se veía venir ya desde el siglo xlii, pero necesitó otros dos siglos para provocar una crisis moral evidente. Por este motivo la tendencia laxista no ha de interpretarse sólo con los términos de decadencia o relajamiento de las costumbres morales, sino como crisis global de una concepción ética nacida en un contexto de economía cerrada y en una sociedad estrictamente organizada en clases sociales. El tratado De eleemosyna escrito por Tomás Cayetano es quizá el único intento de proponer de nuevo, sin aguar y sin adaptaciones casuísticas, la doctrina de santo Tomás, elaborada en una sociedad estructurada según clases y corporaciones. Para Cayetano, la realización social de la virtud de la justicia exige que se deban redistribuir los bienes superfluos a quien no posee ni siquiera lo necesario para su propio mantenimiento. Este precepto ordena y limita, al mismo tiempo, el derecho de ! propiedad, partiendo de la premisa de que en la situación original los bienes eran comunes a todos. Los bienes de la tierra pertenecen a las personas individuales sólo quoad usum. Por este motivo el uso habitual de bienes superfluos lo considera Cayetano como éticamente negativo (en el c. 3 de su tratado afirma que «usus superfluorum inordinatus est’). Entonces, ¿cómo debe comportarse el que quiere invertir los bienes superfluos para que su capital aumente? Este interrogante de tipo casuista, típico de una economía mercantilista y monetaria en sus comienzos, no se encontraba todavía en santo Tomás. La exégesis rigorista de Cayetano se esfuerza en dar una respuesta dentro del esquema mental adoptado. Así, para el célebre cardenal es lícito, mediante acumulación financiera, cambiar la clase en la que se ha nacido y crecido, si se poseen las condiciones necesarias. Sin embargo, esta operación es lícita una sola vez, ya que (y aquí Cayetano intuye las férreas leyes del capitalismo naciente) una eventual repetición llevaría necesariamente a un planteamiento infinito. Este freno rigorista trata de dar una base sólida al concepto de lo superfluo, obstaculizando la adecuación del laxismo, que más tarde tratará de sostener cómo prácticamente nadie posee bienes superfluos (cf la condena de 1679 de una proposición laxista en este sentido por parte de Inocencio XI en DS 2112). La evidente modernidad de Cayetano aparece cuando él, a diferencia de la tradición medieval, aprueba y anima la intervención directa del príncipe soberano para redistribuir las riquezas acumuladas a través de la institución jurídica de la expropiación forzosa. Pero a pesar de la doctrina de este autor, significa una estación de paso que anuncia críticas más radicales por obra de humanistas y reformadores.
3. LA EDAD MODERNA. a) Debates del renacimiento. La primera parte del siglo xvt es testigo de un variado debate teórico y de muchas iniciativas prácticas, que ponen en crisis radical el concepto de limosna. Ya no se le estima o reformula, sino que se le critica abiertamente, bien como producto ideológico, bien como reflejo de una práctica considerada ya obsoleta y éticamente inaceptable. Sobre el tema hay una gran literatura, en la que destacan autores como Erasmo, Tomás Moro y, sobre todo, L. Vives, con su célebre obra De subventione pauperum. La preocupación principal de estos humanistas es la necesidad de trabajo para todos, como auténtico antídoto contra la mendicidad generalizada. En segundo lugar sostienen la necesidad de que una ciudad-Estado bien ordenada debe ocuparse de estos problemas, criticando (con toda la prudencia que aconseja la censura) la pretensión eclesiástico-monástica de ejercer plena jurisdicción en este campo. En esta literatura humanista, la crítica de la institución de la limosna mezcla todo un conjunto de elementos utópicos, por una parte (el ideal de la ciudad libre y económicamente autónoma), con otros elementos de tipo represivo, por otra. Estos últimos se hacen evidentes sobre todo en la preocupación, manifestada frecuentemente, por clasificar los distintos tipos de pobres según los tipos de indigencia y de capacidad laboral. Además tienen previstas instituciones especializadas para los distintos tipos de necesidad (hospital general, centros laborales, casas para enfermos mentales, etc.), que son preludio de las que algunos siglos más tarde serán las llamadas instituciones totales. Con esta literatura humanista nace una economía profana de la pobreza. Los pobres improductivos no deben vivir de lo superfluo de los ricos, sino ser integrados en el ciclo productivo dirigido a abolir la pobreza misma. La utopía, cristianamente motivada (se olvida esto con bastante frecuencia), de una sociedad justa y llena de la virtud de la charitas viene aquí a coincidir con el sueño de una sociedad completa y perfectamente productiva. Cuando una convivencia política haya eliminado de raíz todas las causas de conflicto social interno y externo, será posible de nuevo ver en el rostro del pobre el rostro de Cristo. Los pobres aparecen, contrariamente a la mentalidad medieval, como buenos sólo en el futuro.
Una elaboración de este tipo de las doctrinas teológicas sobre la limosna tenía que provocar, dentro de la teología católica, una reacción muy fuerte. Pero esta reacción no fue uniforme, sino que asumió, desde la segúnda mitad del siglo xm y sobre todo en el siglo xvii, posturas muy distintas. También sobre este tema apareció, en torno a la limosna y la pobreza, una literatura muy abundante: tratados en latín y más populares en las lenguas vulgares europeas (cf en la bibl. los textos de Domingo de Soto, J. de Robles, tratadistas españoles barrocos como Pérez de Herrera y M. Giginta, etc.).
El teólogo que con mayor coherencia desarrolló una reflexión de respuesta a las orientaciones humanistas fue Domingo de Soto. Con su Deliberatio in causa pauperum responde indirectamente a las tesis de Vives. No debe verse en Soto un espíritu reaccionario, contrario a cualquier cambio en este tema. Nos encontramos con un defensor de la dignidad de los pobres, particularmente atento y crítico frente al sentido represivo que había en las reflexiones humanistas y en las políticas sociales que caracterizaban tanto a las ciudades libres como a los Estados absolutos. Según el teólogo salmantino, la situación de pobreza no es de por sí de vileza, sino positiva. Sin negar la necesidad de que el Estado legisle en esta materia, Soto sostiene la legitimidad de las prohibiciones unidas a las nuevas legislaciones (prohibición de moverse del lugar, de mendicidad en algunos lugares, etc.) sólo cuando la situación económica es tal que permita a los pobres un sustento sin tener que recurrir a la limosna. Mientras esta situación no llegue, la mendicidad debe ser tolerada como mal menor. Soto se declara contrario también al uso de presiones de carácter religioso con los pobres (como la obligación de confesarse para conseguir el permiso de mendigar). «El príncipe que posee el poder político tiene el derecho y la autoridad de impedir la mendicidad a condición de que provea de otro modo a los pobres comida y vestido y todo lo que necesitan en proporción a su condición» (Deliberado, 1, 11, c. 2). La curiosidad de los ricos sobre las culpas morales de los pobres es sacrílega, y, cuando los ricos llegan a obligar a los pobres a la confesión o a otras condiciones para poder recibir la limosna, no hacen otra cosa que condenarlos indirectamente a muerte.
Las valientes tesis de Domingo de Soto fueron rápidamente negadas dentro del campo teológico católico español. Juan de Robles trató de legitimar las nuevas medidas recurriendo a la obligación natural de todos de trabajar y ganarse el propio sustento.
b) La reforma protestante. La aportación común de los reformadores, que manifiestan sobre el tema una sensibilidad muy concreta, hay que buscarla sobre todo en la crítica teológica a la «teología del mérito» en conexión con la práctica de la limosna por una parte y en la parcial rehabilitación eclesiológica del ministerio diaconal por otra. A partir de estas características comunes, cada uno de los reformadores desarrolla aspectos distintos.
– Martín Lutero. El teólogo de Wittenberg, a través de muchas observaciones esparcidas por toda su obra, muestra que las preocupaciones teológicas de la reforma (crítica del mérito, justificación por la fe, etcétera), aun siendo clara su preferencia por las nuevas tendencias de política social, no se identifican con ellas. Común a Lutero y a la literatura humanista es, desde luego, el elemento polémico contra el vagabundeo y la mendicidad habituales (cf WA 26,638-9 y WA 8,587,3, como textos ejemplares). Cuando se le invita a Lutero directamente a que intervenga y proponga proyectos concretos de reforma social, como, por ejemplo, en Leisnig, formula una estrategia que tiende a la desclericalización y democratización en la gestión de los bienes a distribuir. El paso casi automático de competencias a las clases ciudadanas impidió una nueva relación con la pobreza por parte de la comunidad luterana, puesto que las administraciones ciudadanas siguieron estrategias de control social más que de auténtica diaconía.
– La tradición reformada. Zwinglio, Bucer y Calvino, aun teniendo en común con Lutero muchas actitudes en relación con los problemas de la pobreza, desarrollaron en sus escritos rasgos propios. Estos reformadores actúan en ciudades (Estrasburgo, Zurich, Ginebra) en las que el pensamiento humanista tuvo una influencia decisiva en la vida social. El pensamiento y la crítica humanistas las retomaron estos teólogos y las reelaboraron dentro de una nueva eclesiología. La actividad diaconal ya no es vista como accesoria, sino como un ministerio tan esencial como el ministerio de la palabra y del sacramento. Por este motivo Bucer y Calvino gastaron grandes energías en el intento de restaurar el diaconado como ministerio autónomo. En cambio, Zwinglio y su sucesor Bullinger prefirieron confiar a las ciudadesEstado y a sus consejeros la administración de los bienes a distribuir entre los pobres.
c) La época barroca y la ilustración. Si en el siglo xvi la teología católica, especialmente en España, se había opuesto a los intentos de control social unidos a las nuevas estrategias de actuación, el siglo siguiente será testigo de un incremento masivo de represión y de un alistamiento de los pobres. Este fenómeno irá acompañado de reflexiones teológicas tratando de legitimarlo, que pretendían edulcorar la obligación de dar limosna y aprobar las nuevas formas de actuación sin sentido crítico. En este sentido se mueven autores como Pérez de Herrera o Giginta (cf sus obras en la bibl.).
Los tratados, con independencia de lo que ocurre en la vida social, continúan planteándose el tema de la limosna de forma extremadamente casuística, preguntándose qué parte de lo superfluo hay que dar a los pobres y según qué modalidades. Junto a la literatura de los manuales se desarrolló en Francia una gran producción oratoria sobre la necesidad y la grandeza de la limosna (Bourdaloue, Masillon, Bossuet). Toda esta literatura, si por una parte no provocó una profundización especulativa en torno al tema de la limosna, se reveló como espejo muy fiel de las mentalidades éticas que precedieron a los ilustrados. Gracias especialmente a las investigaciones históricas de Groethuysen conocemos hoy las conexiones entre los estudios de los teólogos del siglo xvii sobre la limosna y las exigencias de la nueva clase burguesa, que trata de contabilizar este deber para no tener que ocuparse de forma más importante de lo que se estableciera en la presencia de los pobres. La teología católica de la época, aun usando parámetros obsoletos (continuaba haciendo referencia al criterio de «vivir según el propio estado»), facilitó indirectamente esta actitud en la medida en que propuso una lectura totalizante e ideológica de la división de la humanidad en pobres y ricos. Contrariamente a la concepción medieval según la cual, por derecho natural, en caso de necesidad omnia sunt communia, y por lo tanto, la limosna no es más que la restitución indirecta de bienes que ya pertenecieron a los pobres, la teología de la época barroca subraya la voluntad de Dios en la división de la humanidad en pobres y ricos. Estos últimos son los ecónomos de la providencia, mientras que los pobres son ocasión de salvación para los ricos. Dios ha creado a todos, a los unos para los otros. La limosna es la institución que permite confirmar tales roles y se convierte en instrumento común de salvación (sobre esto la posición de Bossuet marca algunas diferencias: cf la antología preparada por D. Menozzi en la bibl.).
La ilustración significó un duro golpe contra este tipo de reflexiones. Por una parte, nació una literatura crítica del ideal de la caridad cristiana en general y de la doctrina de la limosna en particular (cf el tema Mendiant en la Encyclopedie); por otra, algunos teólogos católicos, particularmente sensibles y valientes, comenzaron una modernización radical de la doctrina de la limosna. Esta es relativizada como uno más de los medios posibles de actuación en relación con la pobreza, y se critica sobre todo la tendencia clerical a ver en la actividad diaconal sólo una prolongación de los intereses eclesiásticos. Hasta las formas de organización postridentinas, como las cofradías, son relativizadas en su capacidad y eficacia.
d) La revolución industrial. La revolución industrial supuso un golpe todavía más duro para la teología de la limosna. Entró también en crisis la concepción de la función supletoria de la Iglesia frente a los problemas de las clases proletarias, que se estructuran en torno a la nuevas modalidades de producción. Se sigue hablando del deber de la limosna, remitiéndose todavía a las fuentes medievales (cf los estudios históricos de C. Spicq, D.O. Lottin y otros) y tratando de aplicarlos a esta situación social tan completamente nueva. Se habla de la necesidad de una justicia social y de la limosna como complemento específico, en nombre de la virtud de la caridad. La limosna no es vista ya, incluso en el ambiente de la teología católica, como el medio principal para resolver la cuestión social, sino como la modalidad de intervención que queda para aliviar la pobreza residual (cf el agudo estudio de los textos que hace E. Pace).
Desde la segunda mitad del siglo pasado, aunque los manuales de moral siguen hablando del deber de la limosna y se hacen buenos estudios históricos (cf, p.ej., Bouyer, Lottin, Spicq, Deuringer), el tema muestra cada vez más su carácter obsoleto. A partir de la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI, y del concilio Vat. II se da una reconsideración de toda la teología de la pobreza, que lleva a ver de un modo nuevo también el sentido de la limosna.
III. Consideraciones sistemáticas
Para poder valorar la actualidad o no del precepto de la limosna hay que distinguir dos significados que van unidos a la expresión. Si por limosna se entiende cualquier gesto de ayuda financiera que se da a una persona en una necesidad sin exigirle nada a cambio, entonces la limosna sigue siendo una expresión de la caridad hacia el prójimo todavía hoy recomendable y hasta obligatoria.
Pero la limosna puede ser vista también como una modalidad cultural con la que se realiza el intercambio de bienes dentro de una sociedad claramente estructurada por clases. Los estudiosos de historia social y de antropología cultural comparada hablan de limosna en este último sentido. En este caso la limosna va precedida, en la historia del desarrollo cultural, por la institución del don (modalidad de intercambio que ha estudiado Mauss) y seguida por la de la ayuda. (Sobre esta división ternaria, cf el óptimo estudio de Sahle). Por esto la limosna adquiere importancia en sociedades culturalmente avanzadas, como las medievales, que no han alcanzado todavía la forma de estado típica de la edad moderna. Vista como una modalidad de ayuda propia de un largo período de civilización, la limosna, efectivamente, puede considerarse ya obsoleta. Pero la conciencia de la historicidad de estas modalidades no quita nada al deber permanente de los cristianos de conjugar según nuevas modalidades el precepto de amor al prójimo.
[l Doctrina social de la Iglesia; l Justicia; l Solidaridad; l Voluntariado].
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A. Bondolfi
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Fuente: Nuevo Diccionario de Teología Moral
eleemosune (elehmosuvnh, 1654), relacionado con eleemon, misericordioso; significa: (a) misericordia, piedad, particularmente al dar limosna (Mat 6:1,2,3,4; Act 10:2; 24.17); (b) el beneficio mismo, la limosna; el efecto por la causa (Luk 11:41; 12.33; Act 3:2,3,10; 9.36; 10.2,4,31).¶ Nota: En Mat 6:1, los mss. más comúnmente aceptados presentan el vocablo dikaiosune: «justicia», en lugar de eleemosune en el TR; de ahí que RV, RVR, RVR77, VM, Besson, etc. tengan «justicia» aquí.
Fuente: Diccionario Vine Nuevo testamento
1. Los sentidos de la palabra. El hebreo no tiene término especial para designar la limosna. Nuestra palabra española viene del griego eleemosyne, que en los LXX designa ora la *misericordia de Dios (Sal 24,5; Is 59,16), ora (raras veces) la respuesta leal del hombre a Dios (Dt 6,25), ora, finalmente, la misericordia del hombre con sus semejantes (Gén 47,29). Esta última sólo es auténtica si se traduce en actos, entre los cuales tiene un puesto importante el apoyo material de los que se hallan en la necesidad. La palabra griega acabará por limitarse a este sentido preciso de «limosna», en el NT y ya en los libros tardíos del AT: Dan, Tob, Eclo. Sin embargo, estos tres libros conocen todavía la eleemosyne de Dios para con el hombre (Dan 9,16; Tob 3,2; Eclo 16,14; 17,29): para toda la Biblia la limosna, gesto de bondad del hombre para con su hermano, es ante todo una imitación de los gestos de Dios, que fue el primero en dar muestras de bondad para con el hombre.
2. El deber de la limosna. Si la palabra es tardía, la idea de la limosna es tan antigua como la religión bíblica, que desde los orígenes reclama el *amor de los *hermanos y de los *pobres. La *ley conoce así formas codificadas de limosna, que son ciertamente antiguas: obligación de dejar parte de las cosechas para el espigueo y la rebusca después de la vendimia (Lv 19,9; 23,22; Dt 24, 20s; Rut 2), el diezmo trienal en favor de los que no poseen tierras propias: levitas, *extranjeros, huérfanos, viudas (Dt I4,28s; cf. Tob 1,8). El pobre existe y hay que responder a su llamada con generosidad (Dt 15,11; Prov 3,27s; 14,21) y delicadeza (Eclo 18,15ss).
3. Limosna y vida religiosa. Esta limosna no debe ser mera filantropía, sino gesto religioso. La generosidad con los pobres, ligada con frecuencia a las celebraciones litúrgicas excepcionales (2Sa 6,19; Neh 8,10ss; 2Par 30,21-26; 35,7ss), forma parte del curso normal de las *fiestas (Dt 16,11.14; Tob 2,1s). Más aún, este gesto adquiere su valor del hecho de alcanzar a Dios mismo (Prov 19,17) y crea un derecho a su *retribución (Ez 18,7; cf. 16,49; Prov 21,13; 28,27) y al *perdón de los pecados (Dan 4,24; Eclo 3,30). Equivale a un sacrificio ofrecido a Dios (Eclo 35,2). El hombre, al privarse de su bien, se constituye un tesoro (Eclo 29,12). «Bienaventurado el que piensa en el pobre y en, el débil» (Sal 41,1-4; cf. Prov 14,21). El viejo Tobías exhorta así a su hijo con ardor: «No apartes el rostro de ningún pobre y Dios no lo apartará de ti. Si abundares en bienes, haz de ellos limosna, y si éstos fueren escasos, según esa tu escasez no temas hacerlo… Todo cuanto te sobrare, dalo en limosna, y no se te vayan los ojos tras lo que dieres…» (Tob 4,7-11.15).
NT. Con la venida de Cristo la limosna conserva su valor, pero se sitúa en una economía nueva que le confiere un sentido nuevo.
1. La práctica de la limosna. Es admirada por los creyentes, sobre todo cuando es practicada por *extranjeros, por personas que «temen a Dios», que así manifiestan su simpatía por la fe (Lc 7,5; Act 9,36; 10,2). ‘Por lo demás, Jesús la había contado, juntamente con el *ayuno y la *oración, como uno de los tres pilares de la vida religiosa (Mt 6,1-18).
Pero Jesús, al recomendarla, exige que se haga con perfecto desinterés, sin la menor ostentación (Mt 6,1-4), «sin esperar nada a cambio» (Lc 6, 35; 14,14), hasta sin medida (Lc 6, 30). En efecto, no podemos contentarnos con alcanzar un máximo codificado: el diezmo tradicional parece sustituirlo Juan Bautista por una repartición por mitades (Lc 3,11), que Zaqueo realiza efectivamente (Lc 19,8); más aún, no hay que hacerse sordos a ningún llamamiento (Mt 5,42 p), porque los *pobres están siempre entre nosotros (Mt 26, 11); finalmente, si uno no tiene ya nada propio (cf. Act 2,44), queda todavía el deber de comunicar por lo menos los dones de Cristo (Act 3,6), y de *trabajar para venir en ayuda a los que se hallan en la necesidad (Ef 4,28).
2. La limosna y Cristo. Si la limosna es un deber tan radical, es que halla su sentido en la fe en Cristo, lo cual puede tener un significado más o menos profundo.
a) Si Jesús sostiene con la tradición judía que la limosna es fuente de *retribución celestial (Mt 6,2.4), que constituye un tesoro en el cielo (Lc 12,21.33s), gracias a los *amigos que se granjea uno allí (Lc 16,9), no lo hace por razón de un cálculo interesado, sino porque a través de nuestros *hermanos desgraciados alcanzamos a Cristo en persona : «Lo que hiciereis a uno de estos pequeñuelos…» (Mt 25,31-46).
b) Si el discípulo debe darlo todo en limosna (Lc 11,41; 12,33; 18,22) es, en primer lugar, para *seguir a Jesús sin echar de menos los propios bienes (Mt 19,21s p), y después, para ser liberal como Jesús mismo, que «siendo rico se hizo pobre por vosotros a fin de enriqueceros con su pobreza» ‘(2Cor 8,9).
c) Finalmente, para impedir que se degrade la limosna rebajándola a mera filantropía, no tuvo Jesús reparo en defender contra Judas el gesto gratuito de la mujer que acababa de «perder» el valor de trescientas jornadas de trabajo derramando su precioso perfume: «A los pobres los tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre» (Mt 26,11 p). Los pobres pertenecen a la economía ordinaria (Dt 15,11), natural en una humanidad pecadora; en cambio, Jesús significa la economía mesiánica sobrenatural; y la primera no halla su verdadero sentido sino por la segunda: a los pobres no se les socorre cristianamente sino con referencia al amor de Dios manifestado en la pasión y en la muerte de Jesucristo.
3. La limosna en la Iglesia. Aun cuando sean necesarios ciertos gestos gratuitos para impedir que se confunda el Evangelio del reino con la extinción del pauperismo, todavía hay que socorrer a nuestro *prójimo para alcanzar al «esposo que nos ha sido arrebatado» (Mt 9,15): «¿cómo mora la caridad de Dios en el que cierra sus entrañas ante su hermano necesitado?» (lJn 3,17; cf. Sant 2, 15). ¿Cómo celebrar el sacramento de la *comunión eucarística sin compartir fraternalmente los propios bienes? (ICor 11,20ss).
Ahora bien, la limosna puede tener un alcance todavía más vasto y significar la *unión de las iglesias. Es lo que san Pablo quiere decir cuando da un nombre sagrado a la cuestación, a la colecta que hace en favor de la Iglesia madre de Jerusalén: es una diaconía (2Cor 8,4; 9, 1.12s), una liturgia (9,12). En efecto, para colmar el foso que comenzaba a cavarse entre la Iglesia de origen pagano y la Iglesia de origen judío, se preocupa Pablo por traducir en limosnas sustanciosas la unión de estas dos categorías de miembros del mismo *cuerpo de Cristo (cf. Act 11,29; Gál 2,10; Rom 15,26s; lCor 16,1-4); ;con qué ardor pronuncia un verdadero «sermón de caridad» destinado a los corintios! (2Cor 8-9). Hay que aspirar a establecer la igualdad entre los hermanos (8,13), imitando la liberalidad de Cristo (8,9);para que Dios sea glorificado (9,11-14) hay que «*sembrar abundantemente», pues «Dios ama al que da con alegría» (9,6s).
–> Amor – Don – Hermano – Ayuno – Misericordia – Pobres – Prójimo – Retribución.
LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 2001
Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas
Del
Si bien no se mencionan explícitamente en el
De la fusión de estos dos conceptos surgió en el período intertestamentario la idea de la justificación ganada mediante las limosnas, como algo capaz de anular la culpa por el pecado, y como capaz de asegurar el favor divino en tiempos de prueba (cf. Sal. 112.9; Dn. 4.27). Hubo épocas en que justicia y limosna se consideraban términos sinónimos, como en la
Después de la cesación de los sacrificios, las mimosnas parecen haber ocupado entre los judíos el primer lugar entre las obligaciones religiosas. En todas las ciudades había recolectores que distribuían limosnas de dos clases, a saber, dinero reunido en la sinagoga todos los días de reposo para los pobres de la ciudad, y alimentos y dinero recibidos en una bandeja. “Por lo tanto ningún discípulo debería vivir en una ciudad donde no haya una alcancía para las limosnas” (Sanhedrin 17b). Resulta significativo que en el AT casi no pueden encontrarse señales de pordioseros en las calles (pero véase 1 S. 2.36; Sal. 109.10). Sal. 41.1 puede tomarse no meramente como una exhortación a dar limosnas, sino también como un ruego solemne a interesarse personalmente en los pobres.
Jesús no rechaza las limosnas como algo inútil en la búsqueda de una buena relación con Dios, pero sí recalca la necesidad de una motivación adecuada, “en mi nombre”. Reprendió a los de su época por su caridad ostentosa (Mt. 6.1–4; nótese
En la comunidad cristiana primitiva la primera elección de dirigentes se hizo para asegurar una distribución equitativa de las limosnas; las necesidades de los pobres eran tenidas en cuenta (Hch. 4.32, 34); y a todo cristiano se le exhortaba a apartar el primer día de cada semana alguna porción de sus ingresos para contribuir a las necesidades de los menesterosos (Hch. 11.30; Ro. 15.25–27; 1 Co. 16.1–4).
Las “limosnas” se equiparan con la “justicia”, no porque justifiquen al hombre (Ro. 3–4), sino porque constituyen una acción justa, y por la que nuestro prójimo tiene derecho a reclamar nuestra colaboración a los ojos de Dios, quien nos da los medios para dicho fin (Ef. 4.28). (* Pobreza; * Comunión; * Compasíon )
Douglas, J. (2000). Nuevo diccionario Biblico : Primera Edicion. Miami: Sociedades Bíblicas Unidas.
Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico