LIBRO

v. Rollo
Exo 24:7 tomó el l del pacto y lo leyó a oídos del
Num 21:14 dice en el l de las batallas de Jehová
Deu 31:26 tomad este l de la ley, y ponedlo al
Jos 1:8 nunca se apartará de .. este l de la ley
Jos 8:31 está escrito en el l de la ley de Moisés
1Sa 10:25 leyes del reino, y las escribió en un l
2Ki 22:8; 2Ch 34:15 he hallado el l de la ley en
2Ki 23:2; 2Ch 34:30 las palabras del l del pacto
2Ch 17:9 enseñaron .. teniendo consigo el l de la ley
Neh 8:1 dijeron a Esdras .. trajese el l de la ley
Job 19:23 ¡quién diese que se escribiesen en un l!
Psa 40:7 en el rollo del l está escrito de mí
Psa 139:16 en tu l estaban escritas todas .. cosas
Ecc 12:12 no hay fin de hacer muchos l; y el mucho
Isa 29:11 os será .. como palabras de l sellado
Isa 30:8 y regístrala en un l, para que quede
Isa 34:4 y se enrollarán los cielos como un l
Jer 25:13 con todo lo que está escrito en este l
Jer 36:2 toma un rollo de l, y escribe en él todas
Jer 51:60 escribió .. Jeremías en un l todo el mal
Eze 2:9 un mano .. y en ella había un rollo de l
Dan 7:10 el Juez se sentó, y los l fueron abiertos
Dan 9:2 miré .. en los l el número de los años
Dan 10:21 te declararé lo que está escrito en el l
Dan 12:1 todos los que se hallen escritos en el l
Mal 3:16 fue escrito l de memoria delante de él
Joh 21:25 ni aun en el mundo cabrían los l que
Act 19:19 trajeron los l y los quemaron delante
Phi 4:3 cuyos nombres están en el l de la vida
2Ti 4:13 y los l, mayormente los pergaminos
Heb 9:19 roció el mismo l y también a todo el
Heb 10:7 en el rollo del l está escrito de mí
Rev 1:11 escribe en un l lo que ves, y envíalo
Rev 3:5 y no borraré su nombre del l de la vida
Rev 5:1 vi .. un l escrito por dentro y por fuera
Rev 5:2 ¿quién es digno de abrir el l y desatar
Rev 13:8 nombres no estaban .. en el l de la vida
Rev 20:12 l fueron abiertos .. otro l .. l de la vida
Rev 20:15; 21:27


Libro (heb. sefêr [Exo 17:14; Jer 25:13; etc.] y sifrâh [Psa 56:8]; aram. sefar [Ezr 4:15; etc.], palabras todas que significan «escritura»* o «rollo»; gr. bîblos, «rollo», y sus formas diminutivos biblîon y biblarí­dion, «rollito»). También se usa el heb. dâbâr, «palabra» en forma oral o escrita y, por transferencia, un documento que contiene palabras (1Ch 29:29; etc.). Los libros, en el sentido de composiciones escritas de cierta extensión, fueron producidos en la antigüedad en varias formas y sobre diversos materiales. En la Mesopotamia escribí­an sobre tabletas de arcilla o de madera cubiertas de cera y atadas como las hojas de un biombo japonés. Egipto empleó los rollos de papiro temprano en su historia, y de allí­ se extendió su uso por todo el mundo antiguo. Un poco más tarde también se hicieron de cuero, y después de pergamino. Consistí­an de hojas de más o menos 30 cm de ancho unidas para formar largas tiras, generalmente de no más de 9 m de largo. No fue hasta los tiempos del cristianismo cuando los rollos cedieron su lugar a los códices, o libros armados con las hojas puestas a la par y cosidas como los nuestros en la actualidad. El códice más antiguo que se conoce proviene del s II d.C. Hay evidencias de que habrí­an sido los cristianos quienes popularizaron los códices en el mundo romano. Los libros escritos por los hebreos se mencionan por 1ª vez después del éxodo (Exo 17:14), aunque el arte de escribir ya era conocido muchos siglos antes. Desde el tiempo de Moisés, por unos 1.000 años, una corriente de libros surgieron de la versátil pluma de los profetas o historiadores hebreos y otras personas. No todos encontraron lugar en el canon del AT. Muchos tí­tulos que aparecen mencionados en el AT se han perdido (Num 21:14; 1Ch 29:29; etc.). El canon de escritos inspirados en hebreo se cerró hacia el 400 a.C. Los libros religiosos judí­os del perí­odo siguiente están mayormente relegados al ámbito de los apócrifos* o seudoepigráficos.* La iglesia cristiana aceptó como inspirados también los libros del NT, escritos durante unos 50 años por autores reconocidos de la edad apostólica. En el transcurso de ese mismo perí­odo y más tarde, los cristianos escribieron muchos otros libros, que no hallaron lugar en el canon del NT. Sin embargo, aparte del NT y con excepción de la Primera epí­stola de Clemente, ningún libro escrito por un autor cristiano hasta el año 100 d.C. se ha conservado hasta nuestros dí­as. Los manuscritos de las Escrituras hebreas que se usaban en los cultos públicos judí­os y cristianos eran producidos por escribas especializados que escribí­an con tinta sobre cuero y pergamino. Los Rollos del Mar Muerto son los ejemplos más antiguos que han sobrevivido de estos libros (figs 245, 267, 314, 447). El común del pueblo no podí­a darse el lujo de tener esos libros, y si poseí­an alguno de la Biblia sin duda estaba escrito en papiro, del tipo muy difundido en tiempos griegos y romanos y producidos por copistas profesionales para los negocios comerciales de publicaciones. Los escritos del NT también circularon en papiro; en realidad, todas las copias de libros del NT de los 3 primeros siglos de la era cristiana están escritos sobre rollos o códices de papiro (fig 249). Pero cuando la iglesia comenzó a prosperar, hacia el s IV d.C., se produjeron costosas copias de la Biblia en códices de pergamino, de los cuales son ejemplos destacados los códices Vaticano y Sinaí­tico (figs 84, 85). Véanse Apócrifos del NT; Materiales para escribir. Bib.: D. Diringer, The Hand-Produced Book [El libro producido a mano] (Londres, 1953); C. C. McCown, BA 6 (1943):20-31; Iraq 17 (1955):3-20. Libro de la vida. El concepto de un libro celestial que contiene los nombres de los justos, parece haber sido corriente desde tiempos muy antiguos. Moisés evidentemente tení­a tal registro en la mente cuando le pidió a Dios que borrara su nombre de su libro (Exo 32:31-33). Daniel habló de personas registradas en un libro, que son liberados del tiempo de angustia cuando Miguel se levante (Dan 12:1). Jesús dijo a sus discí­pulos que debí­an regocijarse porque estaban anotados en el cielo (Luk 10:20). Pablo expresó que los nombres de sus colaboradores figuraban en el libro de la vida, el registro de los ciudadanos del cielo (Phi 4:3). En su visión del juicio, Daniel vio ciertos libros que se abrieron (Dan 7:9, 10). El Apocalipsis identifica uno de los libros que se usan en el juicio final como «el libro de la vida» (Rev 20:11, 12), y afirma que todos aquellos cuyos nombres no se encuentren en él serán arrojados al lago de fuego (v 15). El que soporta con paciencia hasta el fin tiene la certeza de que su nombre será retenido en el libro de la vida (3:5), pero los que practiquen la maldad serán excluidos de la nueva Jerusalén que 716 desciende del cielo (21:10, 27). La bestia de Apocalipsis 13 será adorada por todos los que estén sobre la tierra, cuyos nombres no están escritos en el libro (vs 1, 8). Este mismo grupo se sorprenderá cuando vea la bestia que «era, y no es; y está para subir del abismo e ir a perdición» (17:8).

Fuente: Diccionario Bíblico Evangélico

hebreo, meguilá, rollo; sefer, carta o documento; griego biblos o biblion. Nombre con el que la Biblia designa a cualquier documento, sin tomar en cuenta la extensión. Por lo general es un manuscrito sobre piel, pergamino o papiro enrollado y sellado, Ap 5, 1. El texto podí­a estar escrito en columnas, Jer 36, 23, desenrollándolo a partir de la derecha, Lc 4, 20-21, algunas veces se escribí­a por ambas caras, Ez 2, 9-10.

Diccionario Bí­blico Digital, Grupo C Service & Design Ltda., Colombia, 2003

Fuente: Diccionario Bíblico Digital

Generalmente una producción literaria que tiene más o menos una unidad de propósito. Los libros pueden ser clasificados por sus formas o asuntos, pero más particularmente por la naturaleza y calidad del material escrito en ellos. En la antigua Asiria y Babilonia, mucha de la escritura que se pensó ser de valor fue hecha en caracteres en forma de cuña sobre barro suave que luego se horneaba, y las †œbibliotecas† eran, en forma, casi como pilas de ladrillo.

En el antiguo Egipto, la gente pronto aprendió a prensar y pegar hojas delgadas de la planta de papiro convirtiéndolas en hojas de †œpapel†; la escritura se hací­a en columnas angostas sobre hojas de tamaño regular que luego se pegaban y enrollaban alrededor de dos varas, formando así­ un †œvolumen† o rollo. Las hojas se uní­an en un †œcódice†, muy similar a nuestros libros modernos. †œLibro† en la Biblia se refiere siempre a un rollo, palabra que se encuentra 14 veces en Jeremí­as 36. En Pérgamo, en el siglo II a. de J.C., debido a la escasez de papel, la gente empezó a usar pergamino, la piel de becerros y de cabritos como material de escritura.

En los libros antiguos hechos de papiro o pergamino, la escritura se hací­a generalmente sobre un lado de cada hoja, pero ocasionalmente, debido a las ideas que surgí­an después, el material se escribí­a también sobre el reverso (ver Rev 5:1). Cuando se sellaba un libro, el contenido era secreto; y cuando se quitaba el sello, quedaba descubierto (Dan 12:4, Dan 12:9; Rev 5:1-4; comparar Rev 5:5; Rev 22:10).

La Biblia es el libro, la Palabra de Dios, y difiere de todos los otros libros en que es el único inspirado (alentado por Dios). La Biblia originalmente tení­a 63 libros, ya que la división de Samuel, Reyes y Crónicas en †œPrimero† y †œSegundo†, no era la intención original. Los libros más grandes fueron escritos por lo general en rollos separados (ver Luk 4:17), pero a veces el megilloth (Rut, Ester, Lamentaciones, Cantar de los Cantares y Eclesiastés) estaba junto, como también †œLos Doce† (esto es, los Profetas Menores).

Muchos libros que se han perdido están mencionados en la Biblia: p. ej. el libro de Jaser (Jos 10:13), el libro de los hechos de Salomón (1Ki 11:41). La palabra †œlibro† se usa también en sentido figurado, como en el libro de la vida del Cordero (Rev 21:27).

Fuente: Diccionario Bíblico Mundo Hispano

El papel fue introducido en Occidente desde China entre los siglos VII y X d.C. En el Oriente Medio se utilizaban diversos materiales para la †¢escritura, entre ellos el papiro y la piel de animales. De este último material, en forma de †¢pergamino, se hací­an grandes rollos cosiendo las piezas una a continuación de la otra. En cada extremo del rollo se poní­a un palo, de manera que el pergamino pudiera enrollarse hacia cualquiera de ellos. Por eso dice el Sal 40:7 : (†œHe aquí­, vengo; en el rollo del l. está escrito de mí­†). También se explican así­ las palabras †œse enrollarán los cielos como un l.† (Isa 34:4). Y la orden de Dios a Jeremí­as: †œToma un rollo de l., y escribe en él todas las palabras que te he hablado† (Jer 36:2).

La escritura se hací­a en columnas. Así­, el lector desenrollaba el pergamino, dejando frente a su vista solamente la parte que iba a leer. Estando el Señor Jesús en la sinagoga de Nazaret †œse le dio el libro del profeta Isaí­as†. Se trataba de un rollo. †œHabiendo abierto el l., halló el lugar donde estaba escrito: El Espí­ritu del Señor está sobre mí­…†. Cuando terminó la lectura, †œenrollando el l., lo dio al ministro, y se sentó† (Luc 4:17; Luc 4:20).
tiempo después, se utilizó otro método, que consistí­a en unir las piezas de pergamino y se cosí­an sólo por un lado, haciendo que quedaran los folios uno encima del otro, formándose así­ lo que se llama un códice. El uso bí­blico del término l. no debe entenderse, pues, como refiriéndose a una colección de páginas encuadernadas como las usamos hoy. Cuando vemos que Dios le dice a Moisés: †œEscribe esto para memoria en un l† (Exo 17:14), tenemos que entender que se está hablando de dejar constancia escrita de algo, en una forma que probablemente utilizaba pieles de animales, o papiro, y que después se pasó a pergaminos. Más tarde esos pergaminos fueron puestos en forma de rollo, después como hojas encuadernadas y finalmente se hicieron libros en la forma que los utilizamos hoy corrientemente.
se sabe cuál era el contenido de los documentos que Pablo dejó †œen Troas en casa de Carpo†. Le pidió a Timoteo que le trajera †œlos libros, mayormente los pergaminos† (2Ti 4:13). Algunos especulan que entre ellos habí­a testimonios escritos sobre la vida del Señor Jesús. Otros suponen que quizás eran documentos legales, entre ellos la certificación de la ciudadaní­a romana de Pablo.

Fuente: Diccionario de la Biblia Cristiano

tip, LIBR TIPO ESCA

ver, MARDIKH, AMARNA, UGARIT

vet, La forma de los libros antiguos era la de un largo rollo con una vara a cada extremo. Estas varas serví­an para ir enrollando un extremo mientras se desenrollaba el otro en el curso de la lectura del libro. Antes de poder volver a leer el libro tení­a que invertirse la operación. Se hací­an de pieles, y por lo general se escribí­a solamente sobre un lado. El término «escrito por ambos lados» mostrarí­a un registro total (Ez. 2:9, 10; Ap. 5:1). La forma de rollo explica que un libro podí­a tener varios sellos, arrollándose una porción del libro, y fijándose un sello; arrollando otra sección, otro sello, etc., como aparece con el libro mencionado en Apocalipsis (Ap. 5:1 ss.). En las naciones de la antigüedad, los registros se guardaban escritos en cilindros o tabletas de piedra, o sobre tabletas de arcilla, que eran después secadas o cocidas. Se han hallado muchas de estas tabletas en excavaciones llevadas a cabo en Ní­nive, Babilonia y muchos otros lugares. Cuando Esdras estaba trabajando en la reconstrucción de la ciudad y del Templo de Jerusalén, sus oponentes escribieron al rey de Persia pidiendo que se buscara en «el libro de las memorias» como confirmación de su acusación de que Jerusalén habí­a sido una ciudad rebelde (Esd. 4:15). Indudablemente, «el libro de las memorias» era una colección de tabletas de piedra o de barro cocido. se han encontrado verdaderas bibliotecas de tabletas en diversas excavaciones por todo Oriente Medio (véanse MARDIKH, AMARNA, UGARIT, etc.). El término «libro» se usa simbólicamente del contenido del libro, como profecí­as o predicciones. Ezequiel y Juan recibieron la orden de comerse unos libros que les fueron presentados (Ez. 2:8, 9; 3:1-3; Ap. 10:9; cfr. Jer. 15:16). También se usa simbólicamente de los registros que se escriben en un libro acerca de los hombres (Sal. 56:8; Dn. 7:10; Mal. 3:16; Ap. 20:12). En la Biblia se mencionan varios libros que han desaparecido: (A) Las batallas de Jehová (Nm. 21:14). La cita dada es poética, de manera que el libro puede haber sido una colección de odas debida a Moisés acerca de las batallas de Jehová. (B) Libro de Jaser (Jos. 10:13; 2 S. 1:18). Estas citas son también de poesí­a. (C) Libro de Samuel sobre «las leyes del reino» (1 S. 10:25), que fue guardado delante de Jehová. (D) El libro de los hechos de Salomón (1 R. 11:41), probablemente los registros oficiales del reino. (E) Los libros de Natán, Gad, Ahí­as e Iddo, acerca de los hechos de David y de Salomón, que eran indudablemente registros públicos de la nación, con los que estaban asociadas las profecí­as de Ahí­as y las visiones de Iddo (1 Cr. 29:29). (F) El libro del profeta Semaí­as (2 Cr. 12:15). (G) El libro de Jehú (2 Cr. 20:34). Estas referencias muestran que cuando se redactaron las partes históricas del AT, habí­a información adicional acerca del reino en los libros mencionados, si se hubiera querido obtener, pero que no habí­a motivos especiales para incluir en el registro divino.

Fuente: Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado

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Conjunto de hojas de papel o de otro tipo de superficie escrita, cosidas por un extremo y agrupadas en un «volumen».

Legalmente se define en cada ambiente el número de páginas que precisa para ser considerado como tal y someterse a la legislación pertinente. Si no cubre los mí­nimos, recibe otras denominaciones: folleto, opúsculo, prospecto, etc.

En España se entiende usualmente por libro el conjunto encuadernado de más de 100 páginas (aunque el número es relativo) y legalmente el impreso, que responde a las normas que cada paí­s determina. En España, por ejemplo, se requiere (Ley del libro del 12 de Mayo de 1960) la cantidad de al menos 49 páginas, excluidas las cubiertas), impreso y no manuscrito, y que no sea publicación periódica (diario, semanario, anuario, revista).

La terminologí­a relacionada con el libro: tomo, obra, ejemplar, volumen, compendio, manual, texto, tratado, etc. o con sus partes: portada, prologo, capí­tulos, í­ndice, apéndice, etc., indica la abundancia de conceptos relacionados con esta plataforma de cultura que ha resultado básica en la cultura occidental desde los tiempos griegos.

En cuanto vehí­culo de cultura, el libro supone estabilidad o permanencia. Fue manual hasta el siglo XV e impreso desde la difusión de la imprenta por Juan Gutenberg en 1455.

Constituyó en Occidente una fuente básica de información y documentación y las cantidades de libros que se publicaron y se publican en todos los paí­ses e idiomas resulta portentosa, contándose por decenas de millones los que anualmente surten el «mercado del libro» y los se almacenan en las grandes bibliotecas del mundo y los que surten de ideas a todos los hogares del universo, a los centros educativos, a la sociedad.

En ese terreno interminable de tí­tulos, materias y colecciones, hay una sector de libros religiosos que son importante instrumento para el cultivo de la fe y para la formación de la conciencia. El libro religioso, dada la importancia de la cultura escrita, se extiende también con profusión y llega a ser necesario el seleccionar el que es valioso, oportuno y ortodoxo, en la selva de los se publica por intereses comerciales o incluso es heterodoxo. La Iglesia tuvo durante siglos un í­ndice de «libros prohibidos», que señalaba aquellos que, por heréticos o por inmorales» prohibí­a leer a sus adeptos. Comenzó con Paulo IV en 1557, pues ordenó a la «Congregación del Santo Oficio» el publicarlo. Y se suprimió por decreto fechado el 14 de Junio de 1966 por EL mismo «Santo Oficio», ya convertido en «Congregación Romana para la Doctrina y defensa de la fe». Con todo, los libros «inconvenientes» quedan aludidos en la misma Ley de la Iglesia (C.D.C. cc. 831 y 832) y en el sentido común, que demanda prudencia y motivación responsable al leerlos y sobre todo al propagarlos.

Ni que decir tiene que el libro de los libros, el libro por excelencia, en el terreno religioso, la Biblia (plural de biblos, libro), es el centro primordial de referencia para la fe. Más que un libro es una colección con 45 (o 46, si se separa de Jeremí­as el de las Lamentaciones) en el Antiguo Testamento y con 27 del Nuevo.

Pero también son importantes los libros estrictamente eclesiales, que recogen y publican decisiones magisteriales universales o locales:
– El Código de Derecho Canónico es el libro que publica las leyes de la Iglesia, para todo el mundo; y el Código de Derecho canónico oriental para las iglesias católicas de Oriente.

– Los libros litúrgicos son especialmente importantes: el «misal» para la celebración de la Eucaristí­a, los «leccionarios» con las lecturas litúrgicas de cada tiempo o fiesta, los «rituales» que recogen los modos de celebrar cada sacramento, los «libros de las horas» o de oficio divino, los «antifonarios» o libros de canto gregoriano o de otro tipo propio de cada rito.

– Especial referencia merece el libro del catecismo, que se publica y divulga por la autoridad competente y conlleva la autoridad del Obispo o Conferencia episcopal que lo ofrece a los fieles. Es libro oficial en la comunidad en la que se autoriza o se concede. Y el catecismo es universal si procede de la autoridad máxima de la Iglesia, como dos veces ha ocurrido en la historia eclesial: con el Catecismo Romano de S. Pí­o V, ordenado por el Concilio de Trento; y con el Catecismo de la Iglesia Católica ordenado por Juan Pablo II en 1992. Los catecismos no son libros piadosos, sino «magisteriales».

– Los libros especiales, como son los que contienen documentos conciliares, pontificios o episcopales, también resultan importantes para instrucción y formación de los cristianos.

– Además existe inmensa gama de libros que tratan diversos asuntos de í­ndole religiosa o espiritual. Algunos de ellos resultan de importancia para la formación de los cristianos:

+ El libro devocionario o de plegarias.

+ El libro de piedad o espiritualidad.

+ El libro de teologí­a, doctrinal y moral.

+ Las hagiografí­as o vidas de santos.

+ Los cantorales y antifonarios.

+ Los libros de arte sacro.

+ Los libros de historia religiosa.

Basta pensar lo que en el orden cultural representarí­a la desaparición de los libros, diccionarios, enciclopedias, manuales, tratados, textos, colecciones, etc. para darnos también idea de lo que los libros religiosos aportan a la cultura cristiana. Ellos son depósitos de informaciones y plataformas de evangelización. El educador de la fe debe ser consciente de su importancia y ante el inmenso panorama de su abundancia debe ponerse en disposición de elegir los mejores y más oportunos en cada caso, para cada persona y según la peculiar necesidad.

Tardarán mucho los instrumentos tecnológicos modernos en desplazar y reemplazar su acción benévola en las personas y en la cultura, dado caso que alguna vez lo consigan. Sobre todo en el terreno de formación cristiana y de educación de la fe.

Pedro Chico González, Diccionario de Catequesis y Pedagogí­a Religiosa, Editorial Bruño, Lima, Perú 2006

Fuente: Diccionario de Catequesis y Pedagogía Religiosa

El material utilizado por los antiguos para escribir fue el papiro, ya desde el tercer milenio. El paí­s que más producí­a era Egipto. El egipcio Wenamon cuenta que hacia el año 1100 dejó más de 500 rollos en Biblos. El papiro era de poca resistencia, y por eso se escribí­a solamente por la parte interna. En Egipto se empleaban desde antiguo para escribir las pieles de animales, materia más consistente, pero más cara. La escritura sobre pieles, que se hací­a en ambas partes, se llama pergamino, por haberse destacado Eumeno, rey de Pérgamo (año 197-159 a. de C.), en la fabricación de las mismas. El formato del libro entre los hebreos era el rollo (megillah). Era una tira larga de papiro o piel reforzada en los extremos por dos listones de madera que serví­an para enrollarlo. Cuando la obra era extensa se utilizaban varios rollos o tomos. En la baja Edad Media se llamó al rollo «teujos»; de ahí­ Pentateuko: cinco rollos. El códice se componí­a de hojas plegadas o fascí­culos. El fascí­culo constaba de cuatro folios (cuaderno), ocho páginas y dieciséis caras; apenas se usaba, y los judí­os lo utilizaron tardí­amente para los documentos privados.

En sentido propio los evangelios tienen referencias al libro de Isaí­as (Lc 3,4; 4,17), al libro de los Salmos (Lc 20,42), al libro del evangelio de Juan (Jn 20,30). En sentido metafórico se habla del «libro de la vida», expresión tomada del A. T., donde aparece seguramente bajo la influencia de las listas genealógicas; ser «borrado del libro de la vida» es simplemente morir (Ex 32,32). Por evolución, el libro de la vida es el registro donde están apuntados todos los que son fieles a Dios, los destinados a gozar de Dios en la vida eterna (Ex 32,32; Sal 69,29; Dan 12,1; Lc 10,20). Y, por contraposición, el que es condenado no está escrito en el libro de la vida (Ap 13,8; 17,8). >escrituras; literatura.

E. M. N.

FERNANDEZ RAMOS, Felipe (Dir.), Diccionario de Jesús de Nazaret, Editorial Monte Carmelo, Burbos, 2001

Fuente: Diccionario de Jesús de Nazaret

(-> revelación, crí­tica bí­blica). Las religiones cósmicas o paganas, propias de tiempos en que la escritura no se conocí­a o tení­a menos importancia, solí­an transmitirse por tradición oral de manera que sus libros, aun en el caso de que existieran y contuvieran rituales litúrgicos y mitos, solí­an ser secundarios. Hasta hace poco tiempo, muchas grandes culturas (y muchos hombres cultos, entre ellos la mayorí­a de nuestros antepasados) no sabí­an leer. Por eso transmití­an su saber y tradición de un modo oral. Podí­an tener una Revelación de Dios, pero no la ha bí­an fijado en un texto. En esa lí­nea, suele suponerse que las religiones del libro son más modernas y profundas que las que carecen de libro, pero esa afirmación no puede tomarse de un modo absoluto, pues las grandes experiencias religiosas de la humanidad estaban ya fijadas antes de que pudieran escribirse en libros.

(1) Tiempo eje, la importancia del libro. Conforme a una hipótesis bastante común, el gran cambio cultural de la humanidad moderna está vinculado a eso que se llama el «tiempo-eje», con el despliegue más significativo de las grandes culturas de China, la India, Persia, Israel y Roma. En todas ellas ha jugado el libro una gran importancia; pero algunas no lo han convertido en referencia religiosa fundamental, de tal manera que no han tenido una literatura canónica, unos libros normativos. Ciertamente, las religiones de Oriente (como el taoí­smo, el hinduismo y el budismo) tienen libros muy importantes, pero no canónicos en el sentido de la Biblia o el Corán. Sólo en Occidente, a partir del judaismo, surgen, en sentido estricto, las religiones en las que el Libro se vuelve un elemento central, religiones canónicas, es decir, fijadas para siempre. Ellas suponen que ha llegado el tiempo culminante de la historia y que se pueden codificar unas experiencias básicas, presentándolas como normativas para todos. El Libro cumple una función distinta en cada uno de los casos. Por eso podemos y debemos trazar un breve esquema con las formas de entender los libros en las religiones monoteí­stas.

(2) Judaismo. Al comienzo no habí­a libro, sino mitos, tradiciones, leyendas. Podí­a haber también algunos códigos legales de carácter más o menos preceptivo: así­ puede hablarse de documentos o libros genealógicos (cf. Gn 5,1), de un libro o documento del pacto, vinculado a las leyes que el pueblo ha de cumplir (cf. Ex 24,7; Nm 5,23; Dt 17,18) y que se guardan en el santuario (cf. 1 Sm 10,25); también se conserva el recuerdo de un libro de las guerras de Yahvé (Nm 21,14) y de otro posible libro donde se recogí­an las zonas y poblados de la tierra prometida (Jos 18,9) ; hay también un libro de los hechos de Salomón (1 Re 11,41) y sobre todo un libro de historias de los reyes de Israel (1 Re 14,19) y otro de historias de los reyes de Judá (1 Re 15,17), a partir de los cuales se han compuesto los libros actuales de 1-2 Reyes y 12 Crónicas, como el texto bí­blico repite constantemente. Habí­a en Israel esos y otros libros, que, sin duda, formaban parte de la biblioteca real (los reyes tení­an escribas: cf. 2 Sm 8,17; 20,25) y de la biblioteca de los templos y, en especial, del templo de Jerusalén (cf. Jos 14,26; 2 Re 21,8). Pero sólo después del exilio se puede hablar en el judaismo de un libro sagrado, que sirve de norma para el pueblo y cuyo contenido es más o menos cercano a nuestro Pentateuco, como ha narrado de un modo solemne Neh 8. Antes habí­a libros. Pero sólo desde este momento se puede hablar de un Libro (de «el Libro») que define y determina la vida del pueblo israelita, cuya existencia y rasgos principales no se definen ya por tradición o imperativo social, sino por un libro donde se contiene la Ley de Dios. Habí­a además colecciones de oráculos pro fóticos, transmitidos primero de memoria, que se fueron codificando tras el exilio y que, vinculados con el libro de la Ley (y más tarde con los Escritos, que solemos llamar sapienciales) formaron el principio de identidad del judaismo. En ese sentido, podemos decir que el judaismo ha surgido cuando los israelitas fueron codificando su experiencia en forma de Libro, de tal forma que los diversos momentos de su surgimiento (desde la vuelta del Exodo* hasta el establecimiento de la federación de sinagogas*, tras el 70 d.C.) se configuran y definen en función de la emergencia del Libro canónico y de la importancia que adquiere. Debemos añadir, sin embargo, que el judaismo definitivo, centrado en la Misná, no ha nacido sólo por un Libro, sino en torno a una Ley, transmitida en doble forma: por el Libro (centrado en el Pentateuco, pero que contiene también los oráculos de los profetas y los Escritos, constando así­ de tres partes: Torah o Ley, Nebiim o profetas y Ketubim o Escritos) y la Tradición oral (codificada por la Misná). Estrictamente hablando, el judaismo no es religión de libros sino de Ley (presente en Libro y Tradición) y de pueblo (está fundado en la identidad de una nación, que nace de la llamada y elección de Dios). De todas formas, ya Jesús ben Sira, autor del libro del Eclesiástico, decí­a, a comienzos del siglo II a.C., que la Hokhmah o Sophia, es decir, la Sabidurí­a de Dios, se hizo Libro (Ley de vida) para el pueblo: «La Sabidurí­a se alaba a sí­ misma, se glorí­a en medio de su pueblo diciendo: Yo salí­ de la boca del Altí­simo y como Nube cubrí­ la tierra… En el principio, antes de los siglos, me creó, por los siglos nunca cesaré. En el Santo Templo ofrecí­ culto, en la Ciudad Amada me hizo descansar. Eché raí­ces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad… ¡Venid a mí­ todos los que me amáis, saciaos de mis frutos…! Todo esto es el Libro de la Alianza del Dios altí­simo, la Ley que nos mandó Moisés» (Eclo 24,í.3.9-10.19.23). El verdadero Libro de Israel es la Ley, norma de vida para el Pueblo escogido.

(3) Cristianismo. El primer libro sagrado de Jesús y de sus seguidores fue la Biblia hebrea, pues ellos siguieron siendo judí­os. Pero los cristianos interpretaron ese libro desde la experiencia rnesiánica de la vida y pascua de Jesús, que apareció ante sus ojos como verdadera revelación de Dios. Más tarde, ellos añadieron al libro anterior de Israel (al que ahora llaman Antiguo Testamento) una segunda parte sobre el mensaje de Jesús y de la Iglesia (llamada Nuevo Testamento). De esa forma pusieron a Jesús y al Nuevo Testamento en el lugar donde los judí­os situaban al pueblo y a su tradición oral (codificada en la Misná y el Talmud). Hay, sin embargo, una gran diferencia: los judí­os ven las dos realidades (Biblia y Tradición del pueblo) de forma paralela, como expresiones de un mismo contenido; por el contrario, los cristianos interpretan la vida y pascua de Jesús (su Nuevo Testamento) como culminación y plenitud del Antiguo Testamento, de tal forma que uno (Antiguo Testamento) lleva al otro (Nuevo Testamento) donde se cumple y culmina, recibiendo su auténtico sentido. Así­ afirman que la Palabra de Dios (que judí­os o musulmanes ven como Ley o Recitación) se hace Hombre, un ser humano concreto, que es el Hijo de Dios. Lo que Dios contempla y ama por toda la eternidad no es un texto sagrado, sino una persona (su Hijo). La revelación o descenso del misterio de Dios se identifica así­ con la Encarnación histórica del Hijo de Dios (que forma parte del misterio trinitario). Por eso, la Palabra originaria y creadora, vida y luz de los hombres, no es un Libro, sino el Hijo de Dios encarnado (cf. Jn 1). Como decí­a san Ignacio de Antioquí­a, en torno al 120 d.C., en contra de los gnósticos que hací­an interpretaciones extrañas de la Biblia, «mi libro y archivo de Dios es Jesucristo» (a los Filadelfios 8). Por eso, más que un libro, la revelación verdadera de Dios es un Hombre (Jesús), cuya vida sigue presente en el mundo a través del amor mutuo de los creyentes, en la Iglesia. La Biblia es importante, pero sólo en la medida en que expresa el sentido de Jesús.

(4) Los musulmanes tampoco han empezado con un libro sino con una Recitación, con el mensaje de Mahoma interpretado como compendio de la verdad eterna de los profetas anteriores (especialmente de Moisés y de Jesucristo). Esa Recitación (que eso significa Corán) proviene básicamente de un hombre: Mahoma (Muhammad). El Corán es texto declamado antes que leí­do, es palabra proclamada antes que escrita. Sólo tras la muerte de Mahoma, el Corán se convirtió en Libro escrito y recibió tal importancia que los musulmanes declararon superadas las revelaciones parciales (y en parte corrompidas) de judí­os y cristianos. Así­ abandonaron la Biblia judí­a y cristiana. La Biblia israelita habí­a surgido a lo largo de mil años de historia, con textos de diversos autores, escritos en muchas formas literarias. La Biblia cristiana del Nuevo Testamento habí­a surgido también como obra de tres generaciones de creyentes. Ambos son libros para leer y meditar, para vivir y recrear el camino de la fe, de manera que fueron recibiendo nuevos sentidos a medida que avanzaba la vida del pueblo creyente. Por el contrario, el Corán es texto de un solo hombre, un conjunto de poemas y enseñanzas recitadas por Mahoma en unos 20 años y recopilados por sus discí­pulos inmediatos. De esa forma, el libro contemplado por Mahoma (Libro de la vida y destino de los hombres) se vuelve libro revelado y escrito. Este es el libro que descubrió Muhammad el dí­a de la revelación primera, cuando Yibril (= Gabriel) se le apareció «a la distancia de dos arcos o aún más cerca, junto al Loto del lí­mite». Allá donde se encuentra el principio de todas las cosas, contem pló el misterio de Dios como Palabra escrita que debí­a recitar (Corán 53,1014). Por eso puede hablar de un Descenso del Libro: «Es cierto que lo hicimos descender en la Noche del Decreto… La Noche del Decreto es mejor que mil meses. En ella descienden los ángeles y el Espí­ritu (Yibril = Gabriel) con las noticias de tu Señor para cada asunto» (Corán 97). La Madre del Libro, la Escritura prototí­pica, sigue estando en el cielo, ante Dios, desde siempre (Corán 43,3; 56,77-78). Dí­a a dí­a, en largo proceso de reconocimiento creador, Mahoma va recibiendo y exponiendo su contenido: «Así­ es como te revelamos un Corán árabe, para que adviertas a la Madre de las Ciudades [= La Meca] y a los que viven en sus alrededores y para que les pongas en guardia contra el dí­a indudable del Juicio» (Corán 42,7).

(5) Excursus. Libros de la Ley, libro de la vida. Las reflexiones anteriores sobre el Libro en el islam nos permiten volver hacia atrás y evocar el tema fundamental de la existencia de un Libro del Destino, de unos libros astrales, que serí­an el prototipo y verdad de la Escritura revelada y fijada en los libros de los profetas. La tradición de Israel conoce, sin duda, la existencia de un Libro del Destino, vinculado a los astros, que rigen la vida de los hombres, tal como lo atestiguan las religiones del antiguo Oriente, pero no lo ha introducido en su canon, es decir, entre los elementos básicos de su identidad. Dejando a un lado los libros de crónicas, de genealogí­a o historia, en el plano religioso, el primitivo Israel conocí­a básicamente dos o tres libros, (a) Hay un libro de la Ley y del juicio de Dios, donde se escriben las acciones de los hombres y el futuro de su salvación o condena (cf. Sal 56,9; 139,16; Dn 7,10; Is 65,6; 1 Hen 82,4; 89,61-66). Ese es un libro donde se recogen las obras de los hombres, teniendo como referencia lo que manda el Libro de la Ley (cf. Dt 17,8; 31,26; Jos 24,26; Neh 8,1-8). (b) Libro de la vida. Hay también un Libro de registro del pueblo de Dios (= Libro de Vida), que encontramos ya en Ex 32,32-33, donde se supone que Dios recoge los nombres de los israelitas buenos, llamados a la salvación de Dios, aquellos que han cumplido los mandatos o leyes de la Ley divina; sólo quienes estén inscritos en ese libro podrán salvarse (Dn 12,1; cf. Jub 19,9). Este «Libro de la Vida» aparece también en Lc 10,20 y Flp 4,3.

(6) Apocalipsis. (1) Libros del juicio, libro de los siete sellos. El último libro de la Biblia cristiana (el Apocalipsis) ofrece una visión fascinante de las relaciones entre el libro (o los libros) del juicio y el libro de la vida, vinculado con el libro de los siete sellos, (a) El libro del jidcio. El libro del juicio puede ser múltiple: hay muchos libros donde se recogen las obras de los hombres, para que se juzgue según ellas su conducta (Ap 20,12; cf. Dn 7,9-10). Así­ creí­an gran parte de los judí­os del tiempo de Jesús: Dios abrirá sus libros para juzgar según ellos a los hombres, según Ley (de un modo forense), no con la violencia externa de la espada. Los libros marcan lo que ha realizado cada uno: son espejo de la vida, principio de juicio universal. Así­ ha expresado Juan su confianza en la razón moral: todos los humanos deben enfrentarse ante su propia verdad, expresada en ellos. Nadie puede escaparse de lo que ha hecho, ocultar lo que ha sido su vida. En la memoria de los libros de Dios queda todo recogido, puntualmente, dato a dato. En contra de eso, el Libro de la Vida (Ap 20,15) es sólo uno, propio de Jesús. Pues bien, la salvación está inscrita en el Libro de la Vida (plano de gratuidad) no en los libros del juicio (plano moral). Las razones del juicio son muchas, pero la salvación no puede encontrarse en ese plano, puesto que ella es gracia, don de Dios. Por eso ha de encontrarse vinculada al único Libro de la Vida del Cordero sacrificado desde la fundación del mundo (Ap 13,8; el tema vuelve en 17,8), que puede y debe identificarse con el mismo Cordero. De esta forma ha resaltado Juan los dos planos o niveles de la racionalidad moral, (b) El libro de los siete sellos. El Apocalipsis es un libro que expone el despliegue y sentido de otro libro, que es el Libro del Cordero (Ap 5,1-5). Este es el libro de un Libro: «Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un Libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos» (Ap 5,1). El Dios invisible, sentado sobre el Trono, lleva un Libro en su mano derecha, que es mano de Poder: con ella actúa y libera a su pueblo de Egipto; en ella tiene ahora un rollo de papiro o pergamino, bien sellado, escrito por envés y por revés (co mo el de Ez 2,9-10), pero ilegible. La imagen de un Libro sellado evoca el misterio de la historia (y de la revelación de Dios). Sabemos que el mundo es mensaje, pero no logramos descifrarlo; sabemos que Dios habla pero no entendemos lo que dice (cf. Is 29,11). La tradición apocalí­ptica conoce libros cerrados, revelaciones que el vidente debe mantener secretas (sellar) hasta el tiempo oportuno (cf. Dn 12,4.9; 1 Lien 89,71). Pues bien, aquí­ estamos ante un Libro de Dios bien cerrado, que nadie puede desvelar en cielo, tierra, mar y mundos inferiores, ni siquiera los ángeles del cielo, ni los Vivientes y Ancianos del Trono.

(7) Apocalipsis. (2) Libro del Cordero, libro de la Vida. El Libro del Cordero está relacionado con la Escritura de la profecí­a israelita, pero está sellado y nadie puede conocer su contenido. Eso significa que, a juicio del Apocalipsis, los judí­os rabí­nicos discuten sobre un libro cerrado: han puesto un velo que no deja ver su contenido (cf. 2 Cor 3,12-14); hablan de un Dios al que nadie ha visto (cf. Jn 1,18). Sólo Jesús es su hermeneuta. (a) El Libro del Cordero está relacionado con las Tablas Celestiales que contienen el destino de la historia, según la apocalí­ptica judí­a (cf. 1 Hen 81,1; 93,1-13; 107,1). Dios ha escrito su verdad en placas o rollos que nadie comprende. Sólo algunos elegidos como Henoc o Esdras conocen su sentido. Sobre esa base avanza el Apocalipsis, más allá de la Escritura israelita y de las Tablas Celestiales, (b) El Libro del Cordero es el sentido y despliegue de la historia, tal como ha venido a desvelarse en Cristo. No es Ley, ni manual de predicciones (en lí­nea más o menos astrológica), que deben suceder de un modo necesario, sino texto que Dios abre (y escribe) en la historia del Cordero* que lo irá abriendo (cf. Ap 5,6-14). El Rollo que Dios lleva en la mano es el argumento de la historia humana, la verdad del Dios que es principio y fin de las letras, Alfa y Omega universal (cf. 1,8). Es Libro de Dios, lo lleva en su mano y nadie puede descubrir su contenido y realizarlo. En ese plano empieza siendo ambivalente: contiene amenazas y riesgos de fuerte destrucción (como indican Ap 6-7). Es Libro del Cordero que lo toma y abre, desvelando los misterios de la historia. En esa lí­nea podemos identificario al fin con la Vida del Cordero que se ofrece a los hombres (cf. 20,12; 21,27). Es Libro del profeta (10,1-11), que lo debe comer, para luego proclamarlo (cf. 11,1-13) en el tiempo de la Iglesia, traduciendo lo que ve (Libro celeste) en su mensaje (cf. Ap 1,11; 22,7-19). Todo esto nos permite suponer que el Libro del Cordero acaba identificándose a lo largo del Apocalipsis con el mismo Apocalipsis de Juan. En este contexto vuelven a distinguirle los dos libros antes indicados. Con la tradición israelita (cf. Dn 12,1), Juan sabe que existen unos Libros del jidcio (Ap 20,12) donde se escriben las obras de todos los humanos. Pero en un sentido estricto la salvación sólo se logra por el Libro de la Vida, que es el mismo Cordero sacrificado, donde se inscriben por gracia sólo los elegidos (Ap 3,5; 13,8; 17,8; 20,12-15; 21,27).

Cf. L. ALONSO SCHOKEL, La palabra inspirada. La Biblia a la luz de la ciencia del lenguaje, Cristiandad, Madrid 1985; X. PIKAZA, Apocalipsis, Verbo Divino, Estella 1999; Monoteí­smo y globalización. Moisés, Jesús, Muhammad, Verbo Divino, Estella 2002; J. TREBOLLE, La Biblia judí­a y la Biblia cristiana. Introducción a la historia de la Biblia, Trotta, Madrid 1998.

PIKAZA, Javier, Diccionario de la Biblia. Historia y Palabra, Verbo Divino, Navarra 2007

Fuente: Diccionario de la Biblia Historia y Palabra

La palabra hebrea sé·fer (libro; carta; escrito) está relacionada con el verbo sa·fár (contar) y el sustantivo so·fér (escriba; escribano; copista). (Gé 5:1; 2Sa 11:15; Isa 29:12; 22:10; Jue 5:14; Ne 13:13.) Cuando sé·fer se emplea en relación con escritos oficiales, se traduce por †œdocumento escrito†, †œcertificado† y †œescritura de compra†. (Est 9:25; Jer 3:8; 32:11.) El término correspondiente en griego es bí­Â·blos, y su diminutivo, bi·blí­Â·on (librito), se traduce por †œlibro†, †œcertificado† y †œrollo†. (Mr 12:26; Heb 9:19, Int; Mt 19:7; Lu 4:17.) La palabra †œBiblia† se deriva de estas palabras griegas. (Véase BIBLIA.)
El †œlibro† primitivo podí­a ser una tablilla o colección de tablillas hechas de barro, piedra, cera, madera cubierta de cera, metal, marfil o quizás un conjunto de fragmentos de cerámica (ostraca). Los rollos escritos a mano estaban hechos de hojas de diferentes materiales unidas entre sí­. Entre estos materiales estaban el papiro, el pergamino (la piel de animales, como la oveja y la cabra) y la vitela (un material más fino hecho de piel de becerro), y después también se usó el lino y el papel de hilo. Finalmente, recibió el nombre de libro la colección de pliegos de hojas consecutivas, escritas a mano o impresas, que se juntan con cordeles, hilos, goma, grapas u otro método a fin de formar un volumen encuadernado.
Los rollos solo se escribí­an por un lado (cuando el rollo era de piel, lo hací­an en el lado que originalmente estaba cubierto de pelo). Algunas veces el manuscrito se enrollaba alrededor de un palo. El lector empezaba la lectura en un extremo, sosteniendo el rollo con su mano izquierda y enrollándolo en otro palo con su mano derecha (si leí­a en hebreo; a la inversa, si leí­a en griego). Si el documento era largo, podí­a estar enrollado en dos palos. De ahí­ que la palabra española †œvolumen† venga del vocablo latino volumen, que significa †œrollo†.
Normalmente, las hojas que se usaban para hacer rollos eran de 23 a 28 cm. de largo y de 15 a 23 cm. de ancho. Estas hojas se uní­an una a continuación de la otra con engrudo. Sin embargo, las hojas de los rollos del mar Muerto correspondientes al libro de Isaí­as, que datan del siglo II a. E.C., estaban cosidas una a la otra con hilo de lino. El rollo estaba hecho de unas diecisiete hojas cosidas entre sí­, con una altura por término medio de 26,2 cm., y una anchura de entre 25,2 cm. y 62,8 cm., una tira de 7,3 m. de largo tal y como hoy se conserva. En los dí­as de Plinio, un rollo normal (tal vez preparado así­ para la venta) estarí­a compuesto de unas veinte hojas cosidas entre sí­. Un rollo de papiro egipcio que contiene la crónica del reinado de Ramsés II, llamado Papiro de Harris, tiene 40,5 m. de longitud. Para escribir el evangelio de Marcos, se pudo haber necesitado un rollo de 5,8 m., y para el de Lucas, uno de más o menos 9,5 m.
Los márgenes del rollo se recortaban, se alisaban con piedra pómez y se coloreaban, generalmente de negro. Luego se sumergí­a el rollo en aceite de cedro para protegerlo de los insectos. Por lo general solo se escribí­a sobre el lado interior del rollo, a menos que hubiese más información de la que cupiera en ese lado. En ese caso, se escribí­a en el lado externo o reverso. Los rollos que contení­an juicios y que vieron en visión los profetas Ezequiel y Zacarí­as y el apóstol Juan estaban escritos por ambos lados. Esto indica que los juicios eran importantes, extensos y de peso. (Eze 2:10; Zac 5:1-3; Rev 5:1.)
Los documentos importantes estaban sellados con una pella de arcilla o cera que tení­a la impresión del sello del escritor o firmante y que se uní­a al documento con cordeles. El apóstol Juan vio en visión un rollo con siete sellos, que le entregó al Cordero el que estaba en el trono. (Rev 5:1-7.)
Al parecer, los primeros rollos tení­an hasta cuatro columnas por página u hoja, mientras que los posteriores solí­an tener una sola columna. El rollo de Jeremí­as estaba compuesto de †œcolumnas-páginas†. Cuando se leyeron tres o cuatro columnas de ese rollo, el rey Jehoiaquim rasgó esa porción del rollo y la arrojó en el fuego. (Jer 36:23.) Las diecisiete tiras del rollo de Isaí­as del mar Muerto contení­an 54 columnas de texto, y cada una tení­a unas 30 lí­neas.
Los israelitas usaron los rollos hasta el tiempo de la congregación cristiana. Aunque algunas veces se llamaba libros a los registros que habí­a en los antiguos archivos nacionales de Israel y Judá, así­ como a las escrituras inspiradas de los profetas de Jehová, en realidad eran rollos. (1Re 11:41; 14:19; Jer 36:4, 6, 23.)
Después del exilio en Babilonia, empezaron a abrirse sinagogas. En cada una de ellas se guardaban y utilizaban rollos de las Sagradas Escrituras, y todos los sábados se leí­an en público. (Hch 15:21.) Jesús mismo leyó de uno de ellos, probablemente semejante al rollo de Isaí­as del mar Muerto. (Lu 4:15-20.)

Códices. Parece ser que los cristianos usaron principalmente los libros en forma de rollo, al menos hasta finales del siglo I E.C. El apóstol Juan escribió la Revelación alrededor del año 96 E.C., y en el capí­tulo 22 de ese libro, versí­culos 18 y 19, se le llama †œrollo†. Pero el libro en forma de rollo era muy poco manejable. El códice, que primero se cosí­a por el canto superior de la página, comenzó a encuadernarse por el lomo, tal y como se sigue haciendo hoy, y este nuevo formato demostró ser mucho más práctico que el tradicional rollo. Por ejemplo, se necesitarí­a un rollo de 32 m. de longitud para escribir el texto de los cuatro evangelios, mientras que la misma información podrí­a transcribirse en un códice de tamaño reducido. Además, el códice era mucho más económico, pues se podí­an aprovechar ambos lados de la página. Por otra parte, las tapas le daban mayor protección al contenido y la localización de cualquier dato era mucho más rápida sin el incómodo manejo del rollo.
Resultarí­a incómodo, de hecho prácticamente imposible, buscar con rapidez ciertas declaraciones en un rollo extenso. Según todos los indicios, los cristianos adoptaron en seguida el códice o libro de hojas, pues estaban interesados en predicar las buenas nuevas y consultaban y señalaban muchas referencias de las Escrituras en su estudio de la Biblia y en su predicación.
En cuanto al hecho de que los cristianos fueron precursores en el uso del libro de hojas, si no lo inventaron, el profesor E. J. Goodspeed dice en su libro Christianity Goes to Press (1940, págs. 75, 76): †œHabí­a hombres en la Iglesia primitiva que eran sumamente conscientes del papel que desempeñaba la publicación en el mundo grecorromano, y en su celo por esparcir el mensaje cristiano por aquel mundo, se valieron de todas las técnicas de publicación, no solo de las tradicionales, antiguas y trilladas, sino de las más recientes y progresistas, y las usaron al máximo en su propaganda cristiana. Al hacerlo, dieron comienzo al uso a gran escala del libro de hojas, que hoy dí­a ha adquirido alcance universal. Su evangelio no era un misterio esotérico, secreto, sino algo que debí­a proclamarse desde las azoteas, y se encargaron de llevar a cabo el antiguo lema de los profetas: †˜Publicar buenas nuevas†™. Escribir cada uno de los evangelios fue un asunto importante, desde luego, pero recopilarlos y publicarlos como una colección era un hecho completamente distinto, de casi tanta importancia como la escritura de algunos de ellos†. (Véase también la Encyclopædia Britannica, 1971, vol. 3, pág. 922.)
Basándose en un discurso que pronunció el profesor Sanders (publicado en la University of Michigan Quarterly Review, 1938, pág. 109), el profesor Goodspeed publicó en su libro (pág. 71) la tabla que aparece a continuación, en la que se compara la cantidad de obras clásicas y cristianas de los siglos II, III y IV E.C., escritas en rollos o en códices:
CLíSICAS CRISTIANAS
Siglo Rollo Códice Rollo Códice
II 1(?) 4
III 291 20 9(?) 38
IV 26 49 6(?) 64
Goodspeed pasó a decir de la iniciativa editora de los cristianos primitivos: †œNo solo estuvieron al dí­a con los procedimientos de su tiempo, sino que fueron adelantados en ese campo, de tal modo, que los editores de siglos posteriores han seguido su ejemplo† (pág. 78). Luego añade: †œLa publicación de la Biblia incentivó el desarrollo del códice para fines literarios durante el siglo II, lo que llevó a la invención de la imprenta† (pág. 99).
En otra parte de su obra (pág. 81), Goodspeed hace la siguiente observación: †œEl curioso comentario de Pablo en II Tim. 4:13, †˜trae […] los libros, especialmente los pergaminos†™ (los términos griegos son biblí­a, membranas), hace pensar en la posibilidad de que por biblí­a se estuviese refiriendo a los rollos judí­os y por membranai, a los códices escritos por los cristianos: los evangelios y las epí­stolas de Pablo. La explicación del profesor Sanders insiste en la idea de que al N. del Mediterráneo al principio los códices se hicieron de pergamino†.

Palimpsestos. Debido al coste o a la escasez del material para escribir, a veces se borraban los manuscritos parcialmente raspándoles la tinta, usando una esponja húmeda o mediante diversos preparados, a fin de escribir de nuevo sobre ellos. En el caso del papiro, se borraba con una esponja si la tinta era bastante fresca; en otros casos, la escritura se tachaba, o se usaba el reverso del material como superficie para escribir. Debido a la acción atmosférica o a otras razones, en algunos palimpsestos la escritura original aún puede aparecer lo suficientemente clara como para descifrarla. Esto ocurre en el caso de varios manuscritos de la Biblia, de los que se destaca el Códice Ephraemi, que bajo lo que probablemente fue una escritura del siglo XII, contiene una parte de las Escrituras Hebreas y Griegas que, según se cree, data del siglo V E.C.

Otros libros mencionados en la Biblia. En la Biblia se habla de varios libros no inspirados. Algunos sirvieron de fuente de información para los escritores inspirados. Otros parecen ser crónicas compiladas de los registros de Estado. Entre ellos están los siguientes:

El libro de las Guerras de Jehová. Citado por Moisés en Números 21:14, 15. Pudo haberse tratado de un registro o historia fidedigna de las guerras del pueblo de Jehová, cuya crónica comenzara con la triunfante guerra de Abrahán contra los cuatro reyes aliados que capturaron a Lot y su familia. (Gé 14:1-16.)

El libro de Jasar. Se cita en Josué 10:12, 13, cuando Josué pide que el Sol y la Luna se detengan durante su lucha contra los amorreos, y en 2 Samuel 1:18-27, donde se registra un poema llamado †œEl arco†, que era una endecha sobre Saúl y Jonatán. Por lo tanto, se cree que se trataba de una colección de poemas, cánticos y otros escritos, que debieron ser de considerable interés histórico y que recibieron amplia circulación en el mundo hebreo.

Otros escritos históricos. En los libros de los Reyes y de las Crónicas se mencionan otros escritos históricos no inspirados: †œel libro de los asuntos de los dí­as de los reyes de Israel† (1Re 14:19; 2Re 15:31) y †œel libro de los asuntos de los tiempos de los reyes de Judᆝ, al que se hace referencia unas quince veces y que trata sobre los reyes del reino meridional a partir de Rehoboam, el hijo de Salomón. (1Re 14:29; 2Re 24:5.) En 1 Reyes 11:41 se menciona otro registro de la gobernación de Salomón: †œel libro de los asuntos de Salomón†.
Cuando Esdras compiló y escribió los libros de las Crónicas después del cautiverio, hizo referencia por lo menos catorce veces a otras fuentes, como: el †œLibro de los Reyes de Israel†, la †œrelación de los asuntos de los dí­as del rey David† y el †œLibro de los Reyes de Judá y de Israel†. (1Cr 9:1; 27:24; 2Cr 16:11; 20:34; 24:27; 27:7; 33:18.) También mencionó libros de escritores inspirados anteriores (1Cr 29:29; 2Cr 26:22; 32:32) y registros escritos de otros profetas de Jehová que no están en las Santas Escrituras inspiradas. (2Cr 9:29; 12:15; 13:22.) Nehemí­as, por su parte, se remitió al †œlibro de los asuntos de los tiempos†. (Ne 12:23.) También se hace mención en la Biblia de los registros gubernamentales persas, en los que aparecí­an relatos de servicios que se habí­an rendido al rey, como la revelación que hizo Mardoqueo de un complot de asesinato. (Esd 4:15; Est 2:23; 6:1, 2; 10:2.)
El sabio escritor de Eclesiastés previene contra la cantidad interminable de libros que no inculcan el temor al Dios verdadero ni animan a guardar sus mandamientos. (Ec 12:12, 13.) Ejemplo de ello es lo que ocurrió en Efeso, donde el espiritismo y el demonismo estaban muy difundidos. Después de predicarse las buenas nuevas acerca de Cristo, los que se hicieron creyentes llevaron sus libros de magia y los quemaron públicamente, un conjunto de obras cuyo valor se calculó en 50.000 piezas de plata (si eran denarios, 37.200 dólares [E.U.A.]). (Hch 19:19.)
En Exodo 17:14 se registra el mandato de Jehová de escribir su juicio contra Amaleq en †œel libro†, lo que indica que ya en 1513 a. E.C. habí­a comenzado la compilación de los escritos de Moisés, los primeros que se conocen como inspirados.
Otras maneras de hacer referencia a la Biblia o a partes de ella son: †œel libro del pacto†, al parecer la legislación contenida en Exodo 20:22 a 23:33 (Ex 24:7), y †œel rollo del libro†, las Escrituras Hebreas. (Heb 10:7.)

Uso figurado. En varias ocasiones el término †œlibro† se emplea en la Biblia en sentido figurado, en expresiones como †˜el libro [de Dios]†™ (Ex 32:32), †œlibro de recuerdo† (Mal 3:16) y †œlibro de la vida† (Flp 4:3; Rev 3:5; 20:15). Parece ser que todas estas expresiones se refieren a lo mismo: el †œlibro† de la memoria que Dios guarda con el fin de recompensar con vida eterna, en el cielo o en la Tierra, a aquellos cuyos nombres estén escritos en él. El registro de un nombre en el †œlibro† de Dios es provisional, pues las Escrituras muestran que el nombre de una persona puede †˜borrarse†™ de él. (Ex 32:32, 33; Rev 3:5.) Por consiguiente, solo si una persona permanece fiel a Dios puede mantener su nombre escrito en el †œlibro† del Altí­simo. (Véase VIDA.)

Fuente: Diccionario de la Biblia

seper (rp,s, , 5612), «libro; documento; escritura». Seper parece ser prestado del término acádico sipru («mensaje escrito, documento»). El vocablo aparece 187 veces en el Antiguo Testamento hebreo, y el primer caso está en Gen 5:1 «Este es el libro de los descendientes de Adán: Cuando Dios creó al hombre, lo hizo a semejanza de Dios» (rva). A excepción de Deuteronomio (11 veces), hay muy pocos ejemplos del término en el Pentateuco. Es más frecuente en los libros históricos tardí­os (Reyes 60 veces, pero en Crónicas 24 veces; cf. Ester 11 veces y Nehemí­as 9 veces). La traducción más común de seper es «libro». Un manuscrito se escribe (Exo 32:32; Deu 17:18) y se sella (Isa 29:11) para que lo lea el destinatario (2Ki 22:16). El sentido de seper es semejante al de «rollo o pergamino» (megillah): «Entra tú pues, y lee de este rollo que escribiste de mi boca, las palabras de Jehová a los oí­dos del pueblo, en la casa de Jehová, el dí­a del ayuno; y las leerás también a oí­dos de todos los de Judá que vienen de sus ciudades» (Jer 36:6). Seper está también estrechamente relacionado con sipra («libro»; Psa 56:8). Se mencionan muchos «libros» en el Antiguo Testamento: el «libro» de memorias (Mal 3:16), «libro» de la vida (Psa 69:28), «libro» de Jaser (Jos 10:13), «libro» de las generaciones (Gen 5:1),»libro» del Señor, «libro» de las crónicas de los reyes de Israel y Judá, y las anotaciones del «libro» de los reyes (2Ch 24:27). Los profetas escribieron «libros» mientras vivieron. La profecí­a de Nahum comienza con la siguiente introducción: «La profecí­a acerca de Ní­nive. Libro de la visión de Nahúm, de Elcós» (1.1 rva). Jeremí­as escribió varios «libros» además de su carta a los cautivos. Escribió un libro sobre los desastres que caerí­an sobre Jerusalén, pero el «libro» lo destruyó el rey Joacim (Jer_36). En este contexto aprendemos algo del proceso de escribir un «libro». Jeremí­as dictó a Baruc, quien escribió con tinta sobre el rollo (36.18). Baruc llevó el libro a los judí­os que fueron al templo a ayunar. Cuando confiscaron y quemaron el «libro», Jeremí­as escribió en otro rollo un «libro» con una fuerte condenación a Joacim y su familia: «Entonces Jeremí­as tomó otro rollo y lo dio al escriba Baruc hijo de Nerí­as. Este escribió en él, al dictado de Jeremí­as, todas las cosas del libro que Joacim rey de Judá habí­a quemado en el fuego; y además, fueron añadidas muchas otras palabras semejantes» (Jer 36:32). Ezequiel recibió la orden de comer un «libro» (Eze 2:8; 3.1) como un acto simbólico del juicio de Dios sobre Judá y su restauración. Seper puede también significar «carta». El profeta Jeremí­as escribió una carta a los cautivos en Babilonia, indicando que debí­an acomodarse, pues permanecerí­an allí­ 70 años: «Estas son las palabras de la carta que el profeta Jeremí­as envió de Jerusalén al resto de los ancianos de la cautividad, a los sacerdotes, a los profetas y a todo el pueblo, que Nabucodonosor habí­a llevado cautivo de Jerusalén a Babilonia» (Jer 29:1 rva). Es variado el contenido de un seper. Podrí­a contener una orden escrita, una comisión, una solicitud o un decreto, como en la siguiente cita: «Mardoqueo escribió las cartas [seper] en el nombre del rey Asuero, las selló con el anillo del rey y las envió por medio de mensajeros a caballo, que cabalgaban los veloces corceles de las caballerizas reales» (Est 8:10 rva). Si divorciaba a su mujer, un hombre le presentaba un documento legal conocido como seper de divorcio (Deu 24:1). Aquí­ seper significa «certificado»o «documento legal».A algunos otros documentos legales también se les podria llamar seper. Como documento legal, el seper podí­a publicarse o bien esconderse hasta un tiempo más apropiado: «Así­ ha dicho Jehová de los Ejércitos, Dios de Israel: Toma estos documentos (el documento de compra sellado y la copia abierta), y ponlos en una vasija de cerámica para que se conserven por mucho tiempo» (Jer 32:14 rva). La Septuaginta ofrece las siguientes traducciones: biblion («rollo») y gramma («carta; documento; escritura; libro»).

Fuente: Diccionario Vine Antiguo Testamento

I. LA ESCRITURA Y EL LIBRO. Escritura y libro van juntos, pero no se confunden; el libro es una sucesión coherente de escritos y añade a la escritura la unidad de asunto. Por eso el libro se designa normalmente con un tí­tulo, aun cuando este tí­tulo, en el uso bí­blico, no figure siempre en cabeza del escrito. Si el libro comporta un tí­tulo y un asunto, es que el libro es una sí­ntesis, no sólo una serie material de lí­neas y de columnas, sino una composición orgánica que recoge una sucesión de acontecimientos en un relato seguido, reuniendo escritos afines, poemas, cantos, sentencias, parábolas, profecí­as en una colección única.

El libro aparece temprano en Israel: relatos antiguos conocen y utilizan dos viejas colecciones de cantos épicos y lí­ricos: el «Libro de las guerras de Yahveh» (Núm 21,14), y el «Libro del Justo» (Jos 10,13; 2Sa 1,18). La existencia de estas colecciones demuestra que muy pronto adquirió Israel conciencia de la originalidad de su destino, de la continuidad que Dios daba a su historia. Y el número de libros fuertemente unificados en tipos tan diversos, que produjo en algunos siglos este pueblo tan pequeño, atestigua el vigor con que su fe le conducí­a a expresar y a dominar las cuestiones que se le planteaban: sí­ntesis históricas, colecciones jurí­dicas, colecciones poéticas y litúrgicas, ,reflexiones sobre los problemas de la existencia humana.

II. EL LIBRO, MEMORIAL Y TESTIMONIO SAGRADO. Entre estos libros hay varios cuyo origen nos es posible captar, y este origen es sagrado: son las colecciones legislativas y proféticas; *ley y *profetas constituyen una estructura esencial de la Sagrada Escritura.

Si es difí­cil calificar de libro propiamente dicho a «las dos tablas del testimonio (Ex 31,18), que contienen «la ley y los mandamientos» (24,12) que recibió Moisés de Dios y que lleva en la mano (32,15) -pues estas tablas parecen, aunque en una materia más noble, análogas a las tabletas de arcilla utilizadas por los escribas -, sin embargo, se trata ya de un conjunto destinado a dar *testimonio de la *voluntad de Dios, que es su autor. Es algo así­ como el esbozo y el núcleo de los relatos que se constituirán y que se desarrollarán progresivamente y a los que se llamará el «libro de la alianza» (Ex 24,7; 2Re 23,2.21), el «libro de la ley» (Dt 28,58,61; 29,20; Jos 1,8; 8,34), el «libro de Moisés» (2Par 25, 4; 35,12; Esd 6,18; Mc 2,26). El libro se hace para que no se pierda nada de las voluntades de Dios y para que sirva de testimonio permanente contra los prevaricadores (Dt 31,26s; cf. Jos 24,27).

A una necesidad análoga responde la formación de las colecciones proféticas. A Isaí­as no le basta con reunir discí­pulos y sembrar en su corazón su testimonio (Is .8,16) para que subsista en el pueblo como «revelación y testimonio» (8,20); recibe la orden de «inscribirlo en un libro, para que sirva de perpetuo testimonio en el porvenir» (30,8). Si Jeremí­as dicta dos veces a Baruc un resumen de todas las palabras quehabí­a pronunciado desde hací­a veinte años, lo hace en la esperanza de que esta sí­ntesis terrorí­fica de «la ira y del furor con que Yahveh ha amenazado a su pueblo» induzca a éste al arrepentimiento (Jer 36,2.7). Así­ se perfilan los libros de Israel no sólo según su fisonomí­a literaria, sino también en su originalidad única: no tanto el testimonio que un pueblo recoge sobre su pasado y sobre su propio genio, cuanto el testimonio que Dios da de su propia *justicia y del *pecado del hombre. Tal es exactamente el carácter que san Pablo asigna a la Escritura: recluirlo «todo bajo el pecado» (Gál 3,22).

III. LIBROS TERRENALES, LIBROS CELESTIALES. Dado que los libros en que están recogidas las palabras de los profetas contienen la *palabra de Dios, es natural que un visionario como Ezequiel, cuando se pone a profetizar y piensa en su *misión, se vea a sí­ mismo devorando un volumen celestial y repitiendo en la tierra un texto compuesto en el cielo (Ez 2,8-3,3). Esta visión expresiva traduce en forma viva, y evitando el literalismo miope de tantos comentaristas posteriores, la naturaleza del libro inspirado, totalmente obra de Dios y del todo compuesto por el autor humano.

Por lo demás, hay otros libros más misteriosos cuyo contenido se reserva Dios en forma más o menos exclusiva: tal es el «libro de ciudadaní­a», donde inscribe a los paganos entre los ciudadanos de Sión (Sal 87,5s; Is 4,3) y del que borra a los falsos profetas (Ez 13,19). Pero como estar inscrito en *Jerusalén es estar «inscrito para sobrevivir» (is 4,3), este libro coincide con el «Libro de *vida» (Sal 69,29), donde Dios inscribe a los suyos para que vivan sobre la tierra (Ex 32,32s) y en los cielos (Dan 12,1; Lc 10,20). Y si existe unlibro en el que están inscritos, antes de que aparezcan, nuestros dí­as y todos nuestros gestos (Sal 139,16), es, sin embargo, diferente de los libros que se presentarán y se abrirán a la hora del *juicio (Dan 7,10; Ap 20,12). A través de todas estas imágenes se trata mucho menos de contar y de calcular que de proclamar la soberana justeza de la mirada divina y la dirección infalible de su *designio. Si su libro contiene cuentas, son las de nuestras lágrimas (Sal 56,9).

IV. EL LIBRO SELLADO Y DESCIFRADO. El libro sellado con siete sellos, que tiene en las manos el que está sentado en el trono y que sólo el *cordero inmolado es capaz de abrir y de descifrar (Ap 5,1-10), es ciertamente, según la tradición del AT, un libro profético (cf. Is 8,16; 29, 11s; Ez 2,9) y probablemente la suma de las Escrituras de Israel. Todos estos libros adquieren, en efecto, en Jesucristo un sentido nuevo, insospechado. Hasta entonces aparecen sobre todo como una *ley, una suma de mandamientos divinos indefinidamente violados, un testimonio abrumador de nuestra infidelidad. Pero cuando viene aquél «del que se trata en el rollo dei libro», cuando dice Jesucristo: «He aquí­ que vengo, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad» (Heb 10,7 = Sal 40,9), entonces las *voluntades de Dios se revelan *cumplidas hasta la última jota (Mt 5, 18) y la colección de sus *palabras aparece como una inmensa *promesa al fin cumplida, como un *designio único llevado a término. En Jesucristo todos los diferentes libros (gr. biblia, en plural) se convierten en un solo libro, la única Biblia (lat. biblia en singular).

-> Cumplir – Escritura – Palabra – Plenitud – Promesas – Profeta – Revelación.

LEON-DUFOUR, Xavier, Vocabulario de Teologí­a Bí­blica, Herder, Barcelona, 2001

Fuente: Vocabulario de las Epístolas Paulinas